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Cuerpo

Primer Lacan (estadio del espejo). Lacan parte de un problema real: la prematuración del
animal humano y su incapacidad para valerse por sí mismo. La incoordinación y la
fragmentación en la que el niño se encuentra le sitúa en un tiempo previo a la identidad de sí y
a la identificación con un cuerpo unificado. El infans no habla, aunque está sumergido en el
baño de lenguaje, y debido a su prematuración padece de la experiencia de un cuerpo
fragmentado, de un cuerpo que no puede gobernar. Sin embargo, el campo visual está
altamente desarrollado, hay una suerte de discordancia temporal entre su desarrollo motriz y
el campo de la percepción visual. Encuentra entonces una solución en su imagen, que le
proporciona la unidad que le falta a su organismo. La hipótesis de Lacan es que la
identificación con el Uno de la forma del cuerpo aporta la unidad que le falta a ese organismo
prematuro y fragmentado. Mediante una solución que tiene lugar en el registro de lo
imaginario anticipará la unidad corporal que le falta a su organismo. Por lo tanto, para hacer
un cuerpo se precisa de un organismo vivo más una imagen.

En el esquema óptico del estadio del espejo, se sitúa, de un lado, lo real del organismo
fragmentado, y del otro lado, lo imaginario, la imagen ortopédica de totalidad a la que atribuye
un papel mediador: “Gracias a la imagen, incluso a la imago, puede establecerse una relación
entre el organismo y su realidad”. El infans va a identificarse con un imagen que le presta el
otro (espejo), una imagen total del cuerpo. La alineación imaginaria está en el origen de la
constitución del cuerpo y el yo. El yo se forma por la captura alienante en la imagen del otro,
de ese otro que en principio es la propia imagen de mi cuerpo unificado en el espejo. En la
medida en que la imagen se me representa como propia eso produce amor, la imagen de mí
mismo me aparece como amable, pues el cuerpo encuentra allí una unidad, una coherencia,
una totalidad, una Gestalt. Pero junto a esta Gestalt apaciguante que me confirma en mi
identidad, la imagen tiene también ese valor de otro, de lo que yo no soy, tiene un carácter
extraño, inquietante, amenazante.

La tesis de que el yo se constituye por la captura alienante en la imagen especular del cuerpo
se completa en Lacan con esta otra: a saber, que el desarrollo humano está escandido por una
serie de identificaciones ideales a las imágenes de los semejantes. Nuestros semejantes son en
verdad ese espejo en el que siempre nos miramos, con quien nos comparamos, a quien
admiramos y con quien rivalizamos.

Esta imagen con la que se identifica el niño se reconoce como yo. Es la imagen del cuerpo la que
da al sujeto la primera forma que le permite situar lo que es el yo y lo que no lo es: el ser
humano corporeifica su mundo (todo aquello que yo no soy es el mundo). Es la imagen de su
cuerpo quien está al principio de toda unidad (exterior) que percibe en los objetos: (yo no soy
eso).

Al principio, el niño considera que el pecho de la madre no está separado de sí, sino que más
bien es parte de sí mismo (aunque al comiezno no hay ninguna noción de sí mismo, ninguna
noción de dónde termina una persona o un objeto, y dónde empireza otra u otro). La
experiencia toma la forma de un continuum, no de entidades discretas, separadas. No hay
distinción yo-otro, sujeto-objeto.

Segundo Lacan. Después de haber abordado la pregunta “¿cómo se fabrica un cuerpo?”


privilegiando la dimensión imaginaria con el modelo del Estadio del Espejo, Lacan toma otra
perspectiva a partir del orden simbólico, al que quedará subordinado el imaginario. El cuerpo
deviene entonces un producto de lo simbólico, se construye a partir de él. En 1960, en su
escrito de Observaciones sobre el informe del Dr. Daniel Lagache, Lacan retoma el estadio del
espejo introduciendo la prevalencia de la dimensión simbólica sobre lo imaginaria, es decir, la
presencia del Otro en el narcisismo. Introduce la dimensión simbólica de la experiencia al decir
que el Otro que está en juego en el espejo es alguien que habla, el adulto que sostiene al niño
ante el espejo y hacia quien el niño se volverá para interrogarlo sobre el valor de su imagen. En
este juego de miradas entre el adulto y el niño algo se realiza.

Para que el cuerpo sea un hecho, para poder tener un cuerpo, hace falta que sea dicho como
tal. El cuerpo no es un don de la naturaleza. A diferencia del organismo, es un producto
transformado por el discurso. El organismo animal (cuerpo como sede del instinto) deviene
un cuerpo sintomático y pulsional en el ser hablante, el lenguaje afecta al organismo, lo
desnaturaliza, lo modifica. En este momento, el cuerpo se convierte en un conjunto de
significantes. Desde el momento en que lo digo, cuando afirmo: “este es mi cuerpo”, el cuerpo
pasa a ser admitido en lo simbólico como significante. Cuando el adulto nombra las partes del
cuerpo del niño delante de un espejo, le atribuye un cuerpo que es un cuerpo libidinal. La
experiencia del espejo no se produce de un modo automático. Para que la libido entre en
juego es preciso que la imagen del niño sea libidinizada por la mirada del Otro, y esta
libidinización será lo que le permita sentir su imagen como propia, identificándose con ella.
Esta imagen libidinizada será el fundamento de su yo y la base de su narcisismo. La imagen del
cuerpo se introyecta a través de un trasvase de libido que va de la carne/organismo
vivo/cuerpo real a la imagen del cuerpo. Esta operación implica un menos (negativiza el goce
original y real, el goce primario), una pérdida en ese cuerpo real (libra de carne) que gozaba en
su totalidad (corpsificación), y también un más, un plus de goce que hace que la imagen del
cuerpo se sostenga. Lacan modifica su idea inicial, mostrando que el narcisismo está
comandado por lo simbólico. El sujeto no se ve en el espejo del Otro más que a condición de
situarse en el lugar del Ideal en el campo del Otro. El ideal del Otro comanda lo que yo veo, el
campo de lo visible está regido por el Ideal, lo que hace que el Ideal funcione como mirada 1. En
cuanto un sujeto se pone a evaluarse lo hace partir del Ideal del Otro (ideal del yo), lo que
implica que entre el Ideal y la mirada hay conjunción.

Esta instancia simbólica desde donde soy mirado, hablado y confirmado en mi identidad Lacan
la designa con el término de Ideal del yo y la distingue del yo ideal que es la imagen unificada
de sí mismo que el sujeto contempla en el espejo. No es lo mismo por tanto allí donde yo me
veo (yo ideal) que allí desde donde soy mirado (Ideal del yo). Pero para que se constituya este
yo ideal, este yo narcisista de naturaleza imaginaria, tiene que operar también el Ideal del yo
de naturaleza simbólica que designa al sujeto en su identidad y como siendo amable para el
Otro (alineación imaginario-simbólica). Dicho de otra manera: lo que permite apropiarse de la
extrañeza de la imagen y que se constituya el yo es una instancia simbólica, pues este Otro que
certifica la imagen como siendo la propia, es un Otro que, no lo olvidemos, habla. La instancia
simbólica es la que permite apropiarse de la extrañeza de esa imagen, no olvidemos que
nuestra imagen siempre conserva un no sé qué de alteridad. Nos miramos al espejo y nuestro
rostro no nos parece ser siempre el mismo, incluso no nos parece que pueda ser nuestro
propio rostro, aunque por otro lado sabemos que sí lo es.

Para el yo siempre hay una diferencia/brecha entre la imagen ideal unificada y la vivencia real
que está en déficit respecto a esa imagen.

1Lacan distingue la mirada de la visión. La mirada está afuera, en el mundo, la mirada es aquello que
captura nuestra atención. El ejemplo de lo que sería la mirada es la mancha, la mancha que nos mira y
nos hace decir a alguien “tienes una mancha en el vestido”.
Concebir el cuerpo a partir de lo simbólico convierte al cuerpo en un desierto de goce. Este
abordaje no es suficiente para explicar una serie de fenómenos en lo que el goce está en el
cuerpo, por ejemplo, el síntoma. El cuerpo se desvitaliza, pero no del todo. Lacan introduce en
un primer tiempo el goce en el cuerpo por la vía del objeto @ (el goce como sustancia
negativa). Es un paso intermedio entre la concepción del cuerpo como desierto de goce y su
modelo posterior (a partir del seminario XX) donde aborda el cuerpo como sede del goce (el
goce como lo imposible de negativizar). Para poder hablar del cuerpo en tanto que objeto @,
Lacan nos presenta un estatuto del cuerpo anterior (anterioridad lógica) al de su forma
unificada en el Estadio del Espejo, anterior también al cuerpo desierto de goce. Lo importante
de este cuerpo o, más bien, de este organismo, es que de él pueden separarse algunos
pedazos de carne: @ es un trozo/libra de carne del que el cuerpo se separa, dejando un
agujero que condiciona todas las apetencias (objetos de la pulsión).

Tercer Lacan. Lacan presenta en su seminario XX una nueva concepción del cuerpo como
sustancia gozante2. En el cuerpo en la enseñanza de Lacan fue primerio imaginario y después
simbólico, y en Aún se introduce una nueva dimensión del cuerpo, el cuerpo que goza. Un gran
cambio en la concepción lacaniana del cuerpo que hasta ese momento era un desierto de goce
en que el goce se limitaba a las zonas erógenas. El cuerpo goza porque está vivo, es una
propiedad de los seres vivos (el goce imposible de negativizar: el goce como propiedad y
autoafección del cuerpo vivo). El cuerpo como sustancia viva, gozante, se sitúa en el polo
opuesto al cuerpo mortificado por el significante, pero esta nueva concepción no anula el
efecto castración debido al lenguaje, el menos de goce (o para ser más exactos el “no hay
relación sexual”, no hay el goce de la relación sexual).

Con la evolución de la enseñanza de Lacan cambio su idea de lo imaginario/imagen del cuerpo,


que deja de tener una función mediadora entre el organismo y la realidad (¿esto es así? ¿O
más bien el cuerpo es algo más que eso?). Lo imaginario deja de estar supeditado a lo
simbólico, y pasa a ser una de las tres dimensiones que forman el nudo borromeo (en relación
de equivalencia).

El inconsciente es un saber que afecta al cuerpo, fundamentalmente, a través de los síntomas.

El cuerpo es la sede del goce, pero no todo goce es un goce del cuerpo.

Cuerpo y nudo borromeo

Lacan termina de resolver la dualidad cartesiana de mente y cuerpo, proponiendo la topología


de los nudos borromeos, que supone una ruptura definitiva con esa dualidad y un empuje al
“unarismo” que Freud anticipó con el concepto de pulsión (Freud buscaba una manera de
articular lo psíquico y lo somático a través de la pulsión).

Si bien en el mundo animal puede justificarse una identificación entre ser y cuerpo/organismo
(unidad armónica del viviente/ser: alma/conciencia/forma y cuerpo/organismo funcionan
como una unidad-todo indisoluble en el ser; hay, por lo tanto, una identificación entre ser-
cuerpo-alma), no puede decirse lo mismo para para el sujeto del significante, para el cual se
descompone la unidad del viviente/ser en tres dimensiones, se rompe la unidad armónica del
ser. Con la entrada del viviente en el lenguaje opera una disyunción/despedazamiento entre el

2 ¿La sustancia gozante es el cuerpo viviente atravesado por el lenguaje, esto es, el cuerpo pulsional?
Implica la relación entre los conceptos de: cuerpo, del lado de lo imaginario; viviente, del lado del
organismo y sus exigencias pulsionales/instintivas; y atravesado por el lenguaje, del lado de lo
simbólico.
cuerpo (cuerpo imaginario y cuerpo real) y lo simbólico, de manera tal que la conjunción de
esos tres registros se convierte en un problema a resolver. El parlêtre no se sostiene en el
cuerpo/organismo, ni recibe su ser del cuerpo/organismo, sino que recibe su ser de la palabra,
es decir, del registro de lo simbólico (res cogitans).

El espíritu de los nudos es esencialmente el modo según el cual Lacan señala la disyunción
entre lo simbólico (el cuerpo del discurso/Otro), lo imaginario (la imagen/forma unitaria del
cuerpo), y lo real (el cuerpo vivo) fundada en el nudo. Su manera de recordar que el hombre es
un compuesto y no una sustancia unitaria.

Con el nudo borromeo, lo imaginario deja de estar supeditado a lo simbólico, y pasa a ser una
de las tres dimensiones en relación de equivalencia. En el nudo borromeo, las tres
dimensiones en juego (real, imaginaria y simbólica) son equivalentes, ninguna prevalece
sobre la otra, no hay jerarquía entre ellas. Los tres redondeles de cuerda están sueltos antes
de estar anudados de forma borromea. La propiedad borromea de un nudo está constituida
por una peculiaridad de corte: al cortar uno cualquiera de los redondeles de cuerda que lo
constituyen, todos los demás quedan sueltos. Un solo corte separa tres redondeles, es la
propiedad borromea.

a) Los que llamamos sentido resulta de la inmixión de lo simbólico y lo imaginario con


exclusión de lo real, tal como puede verse en el nudo borromeo. En la producción de
sentido lo real ex-siste a las otras dos dimensiones. Un hablante goza de la producción
de sentido: goce del sentido (ser semántico).
b) Goce fálico (ser sexual).
c) Goce del cuerpo (ser divino). No es un goce localizado en el cuerpo sino de modo
difuso. El goce místico corresponde a este tipo de goce.

Tres redondeles de cuerda son el mínimo número necesario para poder producir un nudo
borromeo. Pero la operación de trenza de tres cuerdas debe ser realizada por un operador,
una mano que trenza y luego reúne los extremos de las cuerdas. Esta imagen empírica es
suficiente para indicar que el encadenamiento de tres anillos de cuerda no va de suyo: un
cuarto anillo es necesario. Ese cuarto anillo que enlaza borromeanamente a los otros tres llegó
a ser el sinthome. Sin el cuarto redondel de cuerda, los otros tres estarías sueltos.

¿Dónde sitúa Lacan el cuerpo en el nudo? El cuerpo es lo imaginario en el nudo borromeo. La


forma del cuerpo que había abordado al comienzo de su enseñanza como imagen articulada
a lo simbólico, se presenta ahora como un imaginario nuevo, no supeditado ni a lo simbólico
ni a lo real. ¿Esta nueva aproximación cuestiona la idea del yo/cuerpo como función
imaginaria de lo simbólico?

El cuerpo es lo imaginario. No obstante, no podemos olvidar la dimensión simbólica y real a


la hora de pensarlo. Para tener un cuerpo, es necesario que la dimensión imaginaria del
cuerpo esté anudada a las otras dos, simbólica y real. El imaginario no anudado es un
imaginario que no incluye ninguna significación y se reduce a la imagen del cuerpo: hay una
emancipación de la relación imaginaria, extraviada por no estar sometida a la escansión
simbólica. El fracaso de la constitución del cuerpo se debe a un fracaso del anudamiento del
cuerpo (imagen del cuerpo) con lalengua (simbólico) y el goce/carne viva (real). El
anudamiento puede fallar, como fue el caso de James Joyce, en el que la dimensión imaginaria
del cuerpo estaba suelta, separada de las otras dos que sí estaban conectadas. No obstante, en
este caso, el sinthome hecho con la escritura permite anudar el cuerpo. Joyce mantenía con su
cuerpo una relación “muy floja”, “lo dejaba caer con facilidad”. Joyce logra por medio de su
escritura corregir el error del nudo haciéndose un ego.

En la primera parte de la enseñanza de Lacan, la metáfora paterna permite que el sujeto logre
subjetivar su cuerpo a partir de una identificación con su imagen en el Estadio del Espejo. Éste
(entiendo que se refiere al estadio del espejo) tiene una función de nudo, posibilita el
anudamiento borromeo de Real, Simbólico e Imaginario. A partir de ahí, el sujeto se reconoce
en una imagen de sí mismo exterior, situada en el campo del Otro.

La idea de sí mismo como cuerpo es lo que llamamos ego, y la imagen corporal es su soporte.
El registro imaginario provee esa consistencia corporal siempre que permanezca anudado a los
otros registros: lo simbólico y lo real. Lacan introduce por primera vez el nombre de “ego”
como lo que suple al yo del escritor James Joyce, y se refiere a ciertos casos en los que la
operación de anudamiento no ha podido ser cumplida por el Nombre del Padre. El ego de
Joyce no se apoya en su cuerpo, a la imagen del cuerpo, sino a su texto, a su escritura de la que
se siente orgulloso. Joyce no adora su imagen, pero sí adora su texto, lo que constituye su
singularidad en el plano imaginario.

Hay tres dimensiones del cuerpo en relación de equivalencia.

a) Imaginaria. La imagen del cuerpo podemos decir que es la dimensión


fundante/constitutiva del cuerpo. A partir de la imagen del cuerpo se constituye
(elemento constituyente) lo que conocemos como cuerpo. No obstante, se
encuentra en relación de equivalencia con las otras dos dimensiones.
b) Simbólica.
c) Real. Tenemos miedo del cuerpo porque el cuerpo goza. El cuerpo del que tenemos
miedo no es el cuerpo de la forma sino el cuerpo habitado por la pulsión. Este cuerpo
fragmentado por la pulsión está en el polo opuesto al del cuerpo ideal. Es el cuerpo en
el que el goce de la vida palpita, en definitiva, el cuerpo como sede del goce.

En la perspectiva del nudo borromeo, Lacan sitúa al cuerpo en el redondel de lo imaginario y le


atribuye a lo imaginario la propiedad de la consistencia, lo que significa que eso se mantiene
junto. En la perspectiva del nudo borromeo, Lacan sitúa al cuerpo en el redondel de lo
imaginario y le atribuye a lo imaginario la propiedad de la consistencia. La única consistencia a
la que puede acceder el ser hablante se localiza en lo imaginario: un cuerpo “consiste” y se
mantiene durante cierto tiempo, hasta su descomposición. A partir de esta cualidad de lo
imaginario se podrá entender la adoración del ser hablante por su cuerpo y que esta sea la
única relación que tiene con él, una relación de adoración, porque es la única consistencia a la
que puede acceder.

El yo

El yo es definido por Lacan como un objeto particular en el interior de la experiencia del


sujeto (sujeto simbólico), y que cumple una función imaginaria (la suma de identificaciones
del sujeto que proyecta una imagen ilusoria de unidad: yo ideal/yo unitario). El yo, como
espejismo de unidad, junto a la conciencia como ilusión, son funciones imaginarias
(funciones del símbolo/sujeto).

La identificación se define en el texto estadio del espejo de la siguiente manera: “la


transformación producida en el sujeto cuando asume una imagen”.

El yo, por su constitución alineada en el otro especular, es, fundamentalmente, un lugar de


desconocimiento. Se trata de una instancia imaginaria que no está unificada ni es unificadora
(es un espejismo de unidad), sino la sede del caos de las identificaciones imaginarias (de la
multiplicidad de imagos/selva imaginaria).

Lo imaginario

En primera instancia, la imagen se sostiene en una sucesión de experiencias instantáneas. La


imagen es lo inmediato. En el plano imaginario los objetos sólo se presentan ante el hombre
en relaciones evanescentes. El poder de nombrar los objetos estructura la percepción
misma. Mediante la nominación el hombre hace que los objetos subsistan en una cierta
consistencia. Los objetos no serían percibidos nunca más que en forma instantánea. La palabra
responde, no a la distinción espacial del objeto, siempre lista para disolverse en una
identificación al sujeto, sino a su dimensión temporal.

Por lo tanto, la imagen es un acto corpóreo y representacional/nominativo. Como corporeidad,


la imagen se sostiene así en un sustrato perceptivo. Como representación depende del
lenguaje que delimita tanto su contenido como el dibujo de sus diferencias. Lo imaginario
hay pensarlo como una función, función de lo simbólico. El sentido es una función imaginaria
de lo simbólico. Lo simbólico es el marco de la experiencia imaginaria. La idea de función
quizás haya que replantearla con el nudo borromeo, donde imaginario y simbólico tienen
una relación de equivalencia, no hay jerarquía entre ellos.

Estadio del espejo

El estadio del espejo es el dispositivo que da cuenta de cómo se produce para el ser humano,
de forma simultánea, la constitución del cuerpo como imagen (narcisismo), del yo y del
mundo de los objetos (no-yo). El estadio del espejo es una identificación y transformación
producida en el sujeto al asumir su imagen, fijada instantáneamente antes de su dominio
motriz. La visión de la forma total del cuerpo humano dada como una Gestalt le brinda un
dominio imaginario del cuerpo anterior al real.

Hay que comprender el estadio del espejo como una identificación en el sentido pleno que el
análisis da a este término: a saber, la transformación producida en el sujeto cuando asume una
imagen, cuya predestinación a este efecto de fase está suficientemente indicada por el uso, en
la teoría, del término antiguo imago.

Es una experiencia que tiene el niño entre los seis y los dieciocho meses cuando descubre su
imagen en el espejo. Lo que se observa y llama la atención es la muestra de júbilo y alegría que
el niño expresa al ver su imagen por primera vez de forma completa, cuando él todavía se
percibe de forma fragmentaria. Esta imagen anticipa la unidad y el control de sus
movimientos, y es propiciatoria de una primera identificación. Pero al mismo tiempo posee
un valor enajenante, pues a la vez es la suya y la de otro (el reflejo del espejo), por cuanto la
imagen ofrece la anticipación de una totalidad que aún no se ha realizado. Por eso Lacan
habla del estadio del espejo como un drama cuyo empuje interno se precipita de la
insuficiencia a la anticipación. Es el drama de la formación del yo, porque el sujeto ya desde
sus inicios es capturado por la ilusión de esa identificación espacial y “maquina las fantasías
que se sucederán desde una imagen fragmentada del cuerpo hasta una forma que llamaremos
ortopédica de su totalidad”. Tenemos esta primera identificación enajenante, esta
identificación a la imagen del otro, que es constitutiva del yo, y muestra que su desarrollo
está escindido, dividido en identificaciones ideales (el yo es otro). Para Lacan, el yo siempre
será lugar de desconocimiento, y esta será su principal función.

El desarrollo de este estadio no se agota aquí, ya que en ese momento de júbilo ante el espejo
el niño se vuelve hacia aquel que lo sujeta, solicita su mirada, su asentimiento (“sí, eres tú
bebé”): “con este movimiento de mutación de la cabeza que se vuelve hacia el adulto como
para apelar a su asentimiento y luego de nuevo hacia la imagen, parece pedir a quien lo
sostiene y que representa aquí al Otro con mayúscula, que ratifique el valor de esa imagen”.
Este signo de la mirada del Otro, su asentimiento, será para Lacan el soporte del Ideal del yo.
A diferencia de Freud, Lacan no considera todo un campo organizativo (la influencia crítica de
los padres, los maestros, etc.), le es suficiente con el signo del asentimiento del Otro.

El Yo, según Lacan (1955), se edifica a partir de las identificaciones imaginarias con los otros
(a´) obteniendo así patrones imaginarios. Estas relaciones trazan la constelación en la cual el
Yo se va a desenvolver en sus relaciones sociales y determina cómo se ve así mismo. Además,
trazan los rasgos de un ideal al que el Yo aspira a ser. Sin embargo, Lacan advierte que el
vínculo entre el Yo y su ideal (el yo ideal) es una relación que nunca logra fusionarse; no
importa qué tan lejos lleve su esfuerzo el Yo, su ideal siempre va a estar un paso más lejos.

A partir del Estadio del Espejo, Lacan muestra la diferencia entre los registros de lo imaginario
y lo simbólico, la diferencia radical entre el Ideal del yo y el Yo ideal; el Ideal del yo es una
introyección simbólica, mientras que el Yo ideal es una proyección imaginaria. El Yo ideal
designará una función imaginaria, y el Ideal del yo una función simbólica. En este seminario
situará al Yo ideal en la dimensión imaginaria y especular, es decir, una identificación como
transformación que sufre el sujeto por la asunción de una imagen; en cambio el Ideal del yo
tendrá una dimensión simbólica, ya que encuentra su lugar en el conjunto de exigencia de la
ley. El Ideal del yo no tiene imagen. El primer narcisismo freudiano estará marcado para Lacan
por la relación con la imagen corporal, mientras en el segundo narcisismo se pone en marcha
la identificación con el otro, a través del Ideal del yo.

El Estadio del Espejo nos sirve para situar al Yo como función imaginaria. Decimos que es
función (pensándolo desde la matemática) porque depende de lo simbólico para su
conformación (Yo =f(A)), es decir, del Otro: su intervención es necesaria. El yo es una
construcción imaginaria, pero sostenida y posibilitada por lo simbólico (ideal del yo). El yo se
constituye a partir del Otro (alineación). Otro que se introduce como modelo desde la
dimensión imaginaria (a’) y presta su imagen al yo, y, por otro lado, Otro que inscribe
lenguaje, que atraviesa desde un enmarque simbólico (A). El yo se arma de esta manera, a
partir de la imagen prestada del otro, el semejante, donde me miro y asumo por identificación
la completud del cuerpo, ya no en partes como en el autoerotismo, sino unificado en una
imagen. En relación con la dimensión simbólica, podemos decir que ese otro que está ahí
prestando la imagen al sujeto, también presta, pero podríamos decir mejor, inscribe, escribe,
hace ingresar el lenguaje.

El estadio del espejo muestra el origen imaginario de la función del yo, que el yo humano se
constituye sobre el fundamento de la relación imaginaria. En el interior de esa relación el
deseo/pulsión humana se sostiene en una competencia feroz, es el yo o es el otro, en una
rivalidad por el objeto hacia el que se tiende, y que desemboca en una agresividad radical:
“esos celos devastadores, sin límites, que el niño pequeño experimenta hacia su semejante,
principalmente cuando este está prendido al seno de su madre, es decir, al objeto de deseo
que es esencial para él”. ¿Cómo salimos de esta tensión imaginaria, de esta rivalidad
especular, de esta agresividad primordial? A través de nuestra relación con el otro en su
conjunto, el otro no reducido a su imagen, algo más que su imagen, algo que la regula. Lo que
trasciende y regula esta relación imaginaria es el vínculo simbólico entre seres humanos: la
relación simbólica. Esta es la gran diferencia entre Yo ideal e Ideal del yo, siendo este último el
encargado de dirigir el juego de relaciones de las que dependerá el vínculo con el otro.

Lacan dirá que la unidad que el niño perciba en los objetos, de aquí en más, estará posibilitada
por la imagen unificada del propio cuerpo. Porque el niño se puede ver como unidad, va a
poder concebir algo externo también como unidad.

Es preciso que este yo se constituya, pues como decía será la carta de presentación de
sujeto, lo que no quiere decir que este yo, sea todo él. En la clínica, se puede escuchar “yo soy
esto…”, propio del sujeto que cree conocerse por completo y que cree poder manejarlo todo
desde ese yo. Además, cabe señalar que el sujeto, en tanto que articulación significante, no
habla sólo desde el yo (je suis...), esto es, no sólo produce la imagen del yo (c’est moi).

La respuesta/sanción del Otro (I) a la imagen del yo, es lo que engancha al sujeto al
significante, lo que determina que sea algo más que un yo. Este es el empeño de Lacan
durante sus diez primeros años, sostener esta diferencia: destituir al yo de su posición
absoluta en el sujeto. Una vez logrado este empeño, el concepto de Ideal del yo se irá
disolviendo en la obra de Lacan, y los avances de este sujeto en sus tres dimensiones ocuparán
su lugar.

El sujeto busca permanentemente a través del Yo, completarse, busca el sentido, busca tapar
lo que no hay (podríamos decir que el yo es enunciado, es querer decir, del que precipita la
imagen). La cuestión es que el Yo se resiste, se defiende y el sujeto, insiste. ¿De qué se
defiende el yo? Como ya hemos dicho, de esa hiancia, de esa no completud. El sujeto insiste,
se hace saber, aparece. ¿Cómo aparece? Aparece por donde no aparece el Yo: en las
contradicciones, en los lapsus, en los sueños etc. El Sujeto, está sujeto a aquello que lo
determina y que conforma su inconsciente. Justamente por esto que el yo no es el amo de su
propia casa (herida al narcisismo), hay por detrás un sujeto atravesado por el inconsciente y
que se hace ver en diferentes formaciones. Ese sujeto que aparece por otro lado, no en el yo,
en aquello que el sujeto tiene armado quiere decir, sino en esa otra escena que son las
formaciones del inconsciente, es necesario escucharlo. Hay elementos en el discurso del
sujeto que es necesario destacar, para abrir una escucha posible, donde él pueda reconocerse
como no todo, más allá de ese yo imaginario-simbólico que le brinda coordenadas, que le da
seguridades, pero que también hace de obstáculo en la posibilidad de escuchar la escena del
inconsciente. Que el yo logre armarse es ya un gran paso, pero es preciso no quedarnos sólo
en esta dimensión, pues ese yo “no es todo”. Hay como dijimos, otra escena que atraviesa al
sujeto.

Yo ideal: las imágenes de un yo (función del Otro), que se despliega en la realidad, de una
determinada manera y con unos rasgos específicos, con la que nos sentimos
identificados/reconocidos (c’est moi). Esta imagen, esta proyección imaginaria, es
sancionada y regulada por el Ideal del yo introyectado por el sujeto (el Ideal del yo es
articulación significante de la que precipita el Yo ideal).

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