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◊ La Ética ◊

Como el resto de su filosofía, la ética de Aristóteles es una ética netamente teleológica.


Nuestro autor, de acuerdo con los principios de su filosofía, partió de la propia naturaleza
humana. A partir de ahí, observó que todos los seres humanos, por naturaleza (physis),
tienden a la felicidad.

El problema surge a la hora de determinar en qué consiste la felicidad, ya que para unos la
felicidad estriba en los negocios, para otros en las riquezas, para otros en los honores, etc.
Ahora bien, ¿cómo averiguar en qué consiste la auténtica felicidad del ser humano?

Según Aristóteles,
la felicidad del ser humano guarda una relación intrínse-
ca con el bien propio y exclusivo del ser humano.

Pero, ¿en qué consiste dicho bien? A la hora de responder a esta pregunta debemos atender
a las características de la naturaleza humana. El bien propio del ser humano guarda una relación
esencial con dicha naturaleza. ¿Por qué? Porque las facultades propiamente humanas se pueden
deducir de la misma.
Las facultades propiamente humanas son muchas.
Algunas de estas —comer, correr, recordar— nos son comunes con individuos de otras
especies —el perro, la cebra, etc.—.
Por el contrario, otras —pensar, amar o querer— son propias y exclusivas de los seres
humanos. ¿Y cuáles son estas? Las que poseen la totalidad de los seres humanos y
solo los seres humanos.
Por tanto, a la hora de determinar el bien propio de los seres humanos, tendremos que atender
preferentemente a estas. En consecuencia, concluirá Aristóteles,

el bien propio y la auténtica felicidad de los seres humanos dependerá del ejercicio
correcto de dichas facultades.
La Virtud

Según Aristóteles, en el comporta miento moral desempeñan una función fundamental los
hábitos. A este respecto, nuestro autor entiende por hábito una disposición a obrar de
un modo determinado que se adquiere mediante la repetición de actos. Así, si repetimos el acto
de estudiar, adquiriremos el hábito de estudiar.
Cuando los hábitos son buenos o positivos se denominan «virtudes», en cambio, cuando son malos o
negativos, reciben el nombre de «vicios». Los vicios nos alejan de nuestro fin y de nuestra felicidad,
mientras que las virtudes nos ayudan a conseguirlos.

Según Aristóteles,
la virtud «es un hábito selectivo que consiste en un tér-
mino medio relativo a nosotros, determinado por la razón tal y como lo de-
terminaría una persona prudente».

Así pues, según Aristóteles, para entender correctamente esta definición, debemos tener en
cuenta lo siguiente:
 En primer lugar, que la virtud consiste en un término medio entre dos extremos
viciosos, el uno por exceso y el otro por defecto. Así, por ejemplo, la valentía es un término medio
entre la temeridad y la cobardía.
 En segundo lugar, respecto a nosotros, la virtud en modo alguno supone una posición
intermedia, sino que exige un esfuerzo constante para mejorar, o dicho de otro modo, para
conseguir una mejora que nos aleje del peligro de caer en uno de los extremos.
Tenemos, pues, que la virtud, en tanto consiste en una elección, supone una dimensión
intelectual: debemos elegir de modo racional y «prudente». Pero, al mismo tiempo, es necesario,
también, «estar en forma», es decir, poseer la correspondiente fuerza de ánimo para vencer la
pereza y las inclinaciones negativas.
A este respecto, conviene tener en cuenta que, dado que la virtud es un término medio, resultará
difícil acertar y fácil equivocarse, pues existirán muchas maneras de ser vicioso y solo una de ser
virtuoso. Además, sucede que en el vicio «caemos» fácilmente, mientras que en la virtud nunca se
«cae», sino que a ella solo se llega, cuando se llega, mediante el correspondiente esfuerzo.
«Nada se quiere, si antes no se conoce.»

Con respecto a las relaciones entre el entendimiento y la voluntad,


Aristóteles, como la mayoría de los griegos,
adoptó una posición intelectualista.
De acuerdo con esta, el entendimiento es anterior a la voluntad o,
dicho de otro modo,
las decisiones de la voluntad siguen a los conocimientos del entendimiento.

La Justicia

La concepción de la justicia de Aristóteles ha gozado de gran prestigio histórico, de tal manera


que fue aceptada por la escolástica1 medieval y por otras diferentes concepciones filosóficas y, en
gran medida, continúa vigente en la actualidad.

Para Aristóteles,
la justicia es la virtud que nos inclina a dar a cada uno lo suyo,
es decir, lo que le pertenece.

Dentro de esta concepción nuestro filósofo distinguió dos clases: la justicia universal y la
justicia particular.
Justicia universal. Consiste en la obediencia de la ley. En este sentido, Aristóteles,
como Platón y la mayoría de los griegos, sentía un vivo respeto por las leyes de la polis. Por eso,
según él, la primera manera de ser injusto radicaba en violarlas.
Justicia particular. Se refiere a los diferentes campos o aspectos que podemos
distinguir en la sociedad. Dentro de este tipo de justicia, distingue tres clases: justicia
distributiva, justicia correctiva y justicia conmutativa.
• Justicia distributiva. Consiste en la repartición de los bienes sociales —por
ejemplo, los cargos o empleos públicos— entre los diferentes miembros de la sociedad, de
acuerdo a los méritos y las capacidades de cada uno.
• Justicia correctiva. Es la encargada de reparar los daños, tanto voluntarios como
involuntarios, que las personas causan. A este respecto, considera a los distintos

1Escolástica. Término que deriva del latín schola («escuela»). Con él se designa a la corriente filosó fica de la
Iglesia influida por las teorías de Aristó teles.
seres humanos estrictamente como individuos particulares e iguales entre sí. Ejemplos de
esta justicia serían el derecho civil y el penal.

• Justicia conmutativa. Es la encargada de dirigir las relaciones comerciales de


compra-venta y otras de tipo análogo. En este sentido, una persona puede renunciar a
sus derechos —por ejemplo, a no reclamar el precio de una mercancía vendida—, pero no a sus
deberes —a pagar el precio acordado por la mercancía comprada.

El bien humano. La felicidad

Anteriormente se ha señalado que el bien de los seres humanos consistía en la felicidad y que
dicha felicidad se alcanzaba mediante el ejercicio correcto de las facultades superiores
(entendimiento y voluntad).

Sin embargo, a la hora de la verdad, Aristóteles antepuso el entendimiento a la


voluntad, concluyendo que la auténtica felicidad de los seres humanos consistía en teoría, o
sea, en contemplación —teoría, en griego, significa «contemplación»—. Pero, ¿contemplación de
qué? De la auténtica verdad, o lo que es lo mismo, de la belleza y el orden del cosmos. A este
propósito, nuestro autor insiste en que esta es la máxima felicidad a la que podemos aspirar: es
la más sublime y la más persistente de todas cuantas podemos conseguir, la que nos hace más
autárquicos, independientes y, en último término, más semejantes a los dioses.
Ahora bien, para llegar a la auténtica felicidad no nos bastan las virtudes éticas, pues estas solo nos
proporcionan una felicidad «secundaria». También son necesarias las virtudes dianoéticas o
intelectuales, que en cierto modo contribuyen a acercarnos a los dioses. Esto es así porque los sabios —
es decir, las personas que han adquirido el correspondiente hábito intelectual— pueden llegar a conocer
la auténtica verdad.
Esta concepción de la auténtica felicidad resulta, como se puede apreciar, enormemente elevada y
elitista. No obstante, en manera alguna posee un carácter ascético. Y en este sentido,
Aristóteles hace hincapié en que si la felicidad depende de la contemplación, esta por sí sola no
basta. La contemplación debe estar acompañada de la amistad y el cariño de ciertas
personas, del placer proporcionado por las mujeres y los hijos, de la posesión de cierta
cantidad de bienes materiales, de una aceptable salud, etc. En conclusión, la contemplación
resulta imposible sin un determinado nivel económico y un cierto bienestar externo.
Así pues, Aristóteles no se olvida de las necesidades materiales. Sin embargo, pese a ello, permanece
encerrado en un claro elitismo pues, en su concepción, quedan excluidas por completo las personas
normales y corrientes, es decir, casi todos los seres humanos. Porque si para poder ser feliz hay
que ser sabio, entonces la inmensa mayoría ni tiene el tiempo ni la capacidad intelectual suficiente para
lograrlo. La necesidad de procurarse el sustento, el vestido y la vivienda, suele ocupar casi toda la vida
de la mayoría de los seres humanos.
Algunas claves

Entre las virtudes dianoéticas o intelectuales señaladas por Aristóteles, tiene una gran
importancia la prudencia. Dicha virtud, aunque, como hemos señalado es una virtud
dianoética, constituye la base y el fundamento de las virtudes éticas.

En este sentido, nuestro autor, entendió por prudencia la virtud mediante la cual el ser
humano puede descubrir «lo que es bueno y conveniente» tanto para él como para su
comunidad, o, dicho de otro modo, es la virtud que nos sirve para descubrir los medios
adecuados para orientar correctamente la «acción» o la conducta moral y política.
Al mismo tiempo nos señala que la prudencia no es una ciencia ni un arte.
No es una ciencia porque la ciencia trata del conocimiento demostrativo, y no es un
arte, porque el arte se refiere a la producción de objeto (una casa, una pulsera),
mientras que la prudencia se refiere a la «práctica», es decir, a nuestras conductas
y a nuestras «acciones».

◊ De la Ética a la Política ◊

Aristóteles insiste con relativa frecuencia en que las virtudes éticas solo se pueden conseguir
en el seno de una adecuada organización política, ya que para él,

el ser humano es, por naturaleza (physis), un animal político.

A la hora de justificar tal principio, una vez más recurre a la naturaleza (physis).

«La naturaleza no hace nada en vano y


el ser humano es el único animal dotado de palabra».
La palabra sirve para manifestar lo conveniente y lo perjudicial, lo justo y lo injusto, además
del resto de los valores. Ahora bien, este tipo de manifestaciones solo es posible viviendo en
sociedad, luego el ser humano es, por naturaleza, social.
En consecuencia, la política será la reina de las ciencias prácticas. La concepción aristotélica
de la política significa, prácticamente, lo contrario de lo que significa en la actualidad. Así, hoy
en día se piensa que el político ha de tener en cuenta las exigencias de la ética o, dicho de otro
modo, que la política debe encontrarse subordinada a la ética. Por el contrario, la
concepción de Aristóteles supone la subordinación de la ética a la política o, tal vez mejor, la
reducción de la ética a una parte de la política.
Aristóteles justifica su concepción del modo siguiente. La ética se ocupa del bien del individuo,
en cambio, la política se ocupa del bien de la sociedad. Pero, en primer lugar, el todo —la
sociedad— es anterior y superior a la parte —el individuo—. Y, en segundo lugar, aunque es digno y
admirable ocuparse del bien de uno, mucho más lo será intentar ocuparse del de todos.

Date cuenta de que cuando Aristóteles define al ser humano


como animal político quiere
insistir, sobre todo, en las dos ideas siguientes:
1.ª que el ser humano únicamente puede vivir en el seno de una sociedad,
y 2.ª que solo en la sociedad puede encontrar todo lo que necesita para vivir,
formarse, adquirir las virtudes, realizarse y llegar a ser feliz.

Por otro lado, a lo largo de su Ética, Aristóteles se esforzó en resaltar no solo virtudes sociales
como la justicia, la amistad o la liberalidad, sino también la dimensión social de dichas virtudes.
Así, por ejemplo, llama la atención sobre la estrecha relación existente entre la justicia y la ley, la
función de la justicia distributiva o la contribución de la amistad al bienestar de los seres
humanos.

Pero además, únicamente en el seno de una sociedad organizada de forma adecuada es


posible, en la medida que es posible, alcanzar la felicidad.

Por último, al final de su Ética para Nicómaco, Aristóteles subraya con cierto énfasis que la
educación y las costumbres de los jóvenes dependen de las leyes. Estas, a su vez, se subordinan a
las costumbres y a la adecuada organización de la sociedad.
En conclusión, tanto para alcanzar las virtudes éticas o morales como las dianoéticas o intelectuales es
preciso vivir en el seno de una organización política y social adecuada.

Aristóteles frente a Platón

Así pues, para Aristóteles el ser humano es, por naturaleza, animal político, o sea, animal que
necesariamente vive en la polis. Por tanto, el insocial por naturaleza, y no por azar, por ejemplo, por
haberse perdido en una isla desierta, o es más que humano, es decir, un dios, o menos que humano, es
decir, una bestia.
Ahora bien, la existencia de dicho principio no implica que se pueda deducir la existencia de una única
forma de organización política y social. La tendencia a vivir en sociedad, efectivamente, constituye un
principio propio de la naturaleza humana. Sin embargo, más allá de este principio, las diferentes polis
concretas pueden organizarse de maneras muy diversas.

En este sentido, la posición de Aristóteles es completamente diferente a la de su maestro. En


la República, Platón intentó formular sus concepciones ateniéndose exclusivamente a principios
teóricos e intentó diseñar un Estado ideal que, superando las tendencias negativas de los seres
humanos, los condujera a una vida armoniosa y feliz.

Por el contrario, Aristóteles procuró informarse de las realizaciones concretas de los diferentes
Estados —se dice que analizó unas 150 Constituciones diferentes—, así como tener en cuenta las
circunstancias sociales e históricas de cada sociedad.

La ciudad-Estado

Para Aristóteles, la forma de organización social ideal era la polis o ciudad-Estado,


compuesta de un núcleo urbano y de varias aldeas alrededor. Según nuestro autor, la comunidad
primitiva es la «casa», es decir, la familia, que surgió para satisfacer las necesidades básicas y
cotidianas como el alimento, el refugio, el afecto, etcétera.
A este respecto, conviene señalar que Aristóteles entendía la familia en sentido muy amplio,
como una comunidad de personas y bienes de la que formaban parte no solo los diversos miembros
unidos por la sangre y la descendencia, sino también los esclavos.
Posteriormente, de la unión de varias familias, surgió la aldea. En la aldea ya no se atendía
únicamente a las necesidades cotidianas, sino también, a las necesidades sociales, es decir,
administrativas o de gobierno y culturales. Como consecuencia de las insuficiencias de las
familias y las aldeas surgió la polis («ciudad-Estado»), que se caracteriza por su
autosuficiencia, o sea, por poseer en sí la capacidad de satisfacer todas las necesidades
humanas.
En consecuencia, dado que la polis es autosuficiente, no solo poseerá en sí misma, por naturaleza,
capacidad para satisfacer las necesidades materiales y culturales de sus ciudadanos, sino también, el
logro de su fin supremo, la felicidad.
En el libro VI de su Política, Aristóteles expone su idea de la polis ideal. Según su concepción
del término medio, señala que no debe ser ni demasiado grande ni demasiado pequeña, porque
toda polis debe ser autosuficiente, y si es demasiado pequeña, no logrará
autoabastecerse, mientras si es demasiado grande «será autosuficiente como pueblo, pero
tendrá numerosas dificultades en el funcionamiento correcto de las instituciones
públicas».
En conclusión, el ideal es que la polis esté formada por el mínimo número de ciudadanos para poder
ser una comunidad humana autosuficiente. Ese número, para Aristóteles, debe situarse entre los
50.000 y 100.000 habitantes.

Los Regímenes políticos

Frente a la opinión de Platón, que tendía a admitir una única forma de gobierno correcto, el
gobierno de los sabios o de los filósofos, Aristóteles señala que pueden existir distintas
formas justas y rectas de gobierno.
Todo régimen político consiste en la organización de las diversas entidades e
instituciones sociales para conseguir el bien común. Ahora bien, existen diferentes
modos de conseguir dicho bien, luego podrá haber diversos regímenes políticos justos.
A este propósito, Aristóteles distinguió entre regímenes justos o correctos y regímenes
injustos o degenerados.
 Regímenes justos o correctos. Son justos los regímenes donde se intenta conseguir el bien
común e injustos los que se ocupan preferentemente de los bienes particulares. Como regímenes
justos Aristóteles señala la monarquía o gobierno de una persona; la aristocracia o gobierno de los
mejores y la politeia o gobierno del pueblo.
 Regímenes injustos o degenerados. Son injustos los regímenes que se preocupan
preferentemente por los bienes particulares. Cuando un régimen justo se corrompe, da lugar a
otro injusto o degenerado.
Así, la monarquía puede degenerar en tiranía o gobierno despótico de una persona; la
aristocracia, en oligarquía o gobierno en interés de unos pocos, o bien en plutocracia o gobierno de
los ricos y, finalmente, la politeia en democracia (es decir, demagogia* según Aristóteles).

ERRORES TÍPICOS
Democracia / Demagogia / Politeia
Date cuenta de que con el término democracia Aristóteles designa una forma
política degenerada. No obstante, nos parece que en ese caso se refería
a una mala forma de democracia.
En este sentido, la buena forma de democracia en Aristóteles
se denominaría politeia, es decir, la ocupación de todo el pueblo de los asuntos públicos.
Cada forma de gobierno presenta ventajas e inconvenientes. Así, una persona excelente y más
capacitada que los demás podría ser un buen monarca para todos, aunque esa misma persona
también puede degenerar en un despiadado tirano. Con la aristocracia puede ocurrir algo similar,
pues sus miembros podrían ocuparse por su satisfacción personal.
Ante este abanico de posibilidades, parece que Aristóteles defiende un régimen mezcla de
aristocracia y democracia en el que se pueda contar con un amplio número de ciudadanos libres,
con capacidad para distribuir las magistraturas —es decir, el gobierno— entre los
mejores. Se trata, pues, de un tipo de aristocracia moderada sometida a cierto control del
pueblo.
Ahora bien, ¿por qué Aristóteles elige este tipo de gobierno? Según él, porque se evitarían los
extremos. Vemos, pues, que la virtud política consiste también en un término medio entre dos
extremos igualmente viciosos, determinado por la razón, tal y como lo determinaría una persona
prudente.

A este respecto señala que los mejores Estados son los constituidos por la clase media, y que las
polis en que los individuos pertenecientes a esta clase son más numerosos y más fuertes, suelen ser
las mejores gobernadas. Resulta curioso pues, observar que la Política aristotélica concluye
señalando que, a la hora de establecer la educación ideal de la polis debamos tener en cuenta estas tres
variables: el término medio, lo posible y lo conveniente. En otras palabras, se ha de buscar el
término medio, pero sin olvidar las particularidades y las circunstancias concretas de cada Estado.

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