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LA SONRISA DEL FANTASMA… COMUNISTA Y TROTSKISTA

Andrés Lund Medina


APERTURA
Un fantasma recorre el escenario político de México: se asomó con el pasado
trotskista de la candidata de la derecha mexicana, Xóchitl Gálvez, pasó fugaz
con la muerte del nieto de Trotsky, se colocó al lado de la muerte de Adolfo
Gilly y algún empresario trató de exorcizarlo cuando creyó ver al Comunismo
en los libros de texto de educación elaborados por el gobierno de Andrés
Manuel López Obrador (AMLO). Sí, se trata del fantasma del comunismo, en su
figura más espectral y radical: la del trotskismo.
La propia candidata de la derecha quiso presumir su trotskismo como
compromiso con los pueblos indígenas:
“Por cierto -aclaró-, señor Diputado, provengo de la Liga Obrera Marxista, soy trotskista de
origen y su servidora ha trabajado durante muchos años al lado de los pueblos indígenas, así es
que los descalificativos de derechas e izquierdas a mí no me acomodan.” (Intervención en el
Senado del día Jueves 29 de julio de 2021)

Un trotskista francés histórico, Daniel Bensaïd, escribió un libro sobre


Trotskismos cuando se supo del pasado trotskista del primer ministro francés
Lionel Jospin (1997-2002), el cual, por cierto, venía de la misma tendencia
lambertista de Xóchitl Gálvez, la cual tenía una política “entrista” (de
incorporarse a otras organizaciones para introducir sus posturas políticas). Ese
ministro fue un “socialista” que aplicó el neoliberalismo en Francia.

El propio Bensaïd también escribió un magnífico libro actualizando al


Manifiesto Comunista de Marx: La sonrisa del fantasma, aludiendo a la
sonrisa de una trabajadora cuando escuchaba a sus patrones discutir
preocupados por lo que ocurría en la Comuna de París, el primer asalto al
poder de las clases trabajadoras en 1871. El “fantasma comunista”, por cierto,
viene de Marx, inspirado en el Hamlet de Shakespeare y el fantasma que pide
venganza.
Del lado de AMLO, en su estrategia de lograr la hegemonía de la izquierda,
también hay constantes referencias a Trotsky, a quien dice admirar mucho, a
quien reconoce como escritor e historiador e, incluso, se pone de su lado en el
viejo debate sobre la revolución rusa:
"Si se trata de decidir -dijo en alguna de sus conferencias AMLO- sobre qué dirigente de
izquierda de Rusia me llama más la atención, diría Trotsky, no Stalin y le tengo mucho respeto
a Lenin."

¿QUÉ DIRÍA EL FANTASMA DE TROTSKY DE LA POLÍTICA DE AMLO?


¿Qué diría el Trotsky de la revolución permanente, que estaba en contra tanto
de los etapismos históricos (primero capitalismo, luego socialismo) como de las
ilusiones reformistas de civilizar al capitalismo? ¿Qué diría Trotsky, que
pensaba a la revolución como “la irrupción violenta de las masas en el gobierno
de sus propios destinos”, ante un caudillo que pactó la presidencia para
detener el estallido revolucionario? ¿Qué diría Trotsky, que defendía la
organización de un partido mundial para internacionalizar la revolución, ante un
gobierno que prefiere hacer alianzas con el ejército y no con los movimientos
sociales, carente de un verdadero proyecto de transformación para México (ya
no digamos mundial)?

AMLO ha querido poner de su lado a todo el panteón de revolucionarios


mexicanos (Hidalgo, Morelos, Juárez, Ricardo Flores Magón, Cárdenas,
Revueltas), también ha buscado apropiarse de Trotsky y, ahora, de la figura de
Salvador Allende -ya declaró que piensa ir a Chile a un homenaje a Allende-,
pese a que Trotsky era un revolucionario y AMLO no, a pesar de que Allende
era declaradamente socialista y AMLO no.
Ensayando una vía pacífica y democrática al socialismo, Allende nacionalizó la
industria del cobre, expropió industrias (reapropiadas y autogestionadas por los
trabajadores), profundizó la reforma agraria, apoyado en un amplio movimiento
de trabajadores autoorganizándose. Sabemos que su tentativa fue brutalmente
aplastada por el ejército (en el que el propio Allende confiaba), la burguesía y el
imperialismo (que para nada son fuerzas pacíficas).
Como se ve, lo que intentaba Allende nada tiene que ver con la llamada 4°
Transformación (4T) de AMLO, que ni siquiera se atrevió a impulsar una
Asamblea Constituyente que modificara las leyes para avanzar en sus
proyectos moderadamente nacionalistas.
¿Por qué no lo hizo? El propio AMLO lo explica así:
“En una ocasión o en varias ocasiones he dicho que, si hablábamos de la Cuarta
Transformación, lo que correspondía era convocar a un Constituyente para tener una nueva
Constitución. Y analizamos la situación y llegamos a la conclusión de que nos iba a significar
mucha confrontación, que íbamos a perder el tiempo y que lo mejor era mantener vigente la
Constitución del 17 que en su espíritu es una Constitución de avanzada. No olvidemos que esa
Constitución surge del primer movimiento social, la primera revolución social en el mundo en
el siglo XX, una revolución también excepcional, extraordinaria. Por eso nuestro país es único.”
(Reunión con legisladores federales, diciembre de 2022)

En efecto, las verdaderas transformaciones sociales implican fuertes


confrontaciones sociales. Resulta inevitable recordar a Mao:
"Hacer la revolución no es ofrecer un banquete, ni escribir una obra, ni pintar un cuadro o
hacer un bordado; no puede ser tan elegante, tan pausada y fina, tan apacible, amable, cortés,
moderada y magnánima. Una revolución es una insurrección, es un acto de violencia mediante
el cual una clase derroca a otra."

Ni con los criterios (socialistas) de Salvador Allende ni con los criterios


(revolucionarios) de Trotsky o Mao, la 4T se liga con las tradiciones de
transformación radical de la izquierda socialista.
Pero incluso gobiernos “progresistas” de América Latina, no socialistas, se han
atrevido a impulsar Asambleas Constituyentes y modificar las leyes para que
avancen sus proyectos (Colombia en 1991, Argentina en 1994, Ecuador en
1998 y 2008, Venezuela en 1999, Bolivia en el 2009, Chile en proceso). AMLO
y su subordinado partido MORENA no se atrevieron a ello (y es poco probable
que se atrevan), porque implica “mucha confrontación”. Inevitable ahora
recordar al Che Guevara: “O revolución socialista o caricatura de revolución.”

Pero no le pidamos peras al olmo.


En todo caso, AMLO dice reivindicar la Constitución de 1917, quiere colocarse
en la línea del nacionalismo revolucionario (su modelo, entonces, es Lázaro
Cárdenas). Pero bien sabe que esa Constitución que permitió, entre otras
cosas, la expropiación petrolera y el reparto agrario, ha sido modificada
profundamente. AMLO mismo lo ha dicho reiteradamente: es una Constitución
adecuada al neoliberalismo. Apelar a ella como “una Constitución de avanzada”
es un engaño o simple temor a las “confrontaciones” que implican las
verdaderas transformaciones sociales.
Pero no solo las leyes constitucionales tienen amarres neoliberales, también
los acuerdos de “libre comercio” y las imposiciones del pago de la Deuda
Externa. El poder judicial también está penetrado por fuerzas de derecha
neoliberales igual que el poder legislativo, pues todos los partidos de oposición
están derechizados y son neoliberales (que es una ideología tan simple que
hasta el expresidente Fox la entiende). El capitalismo neoliberal sigue
funcionando sin trabas (explotando a los trabajadores y a la naturaleza),
controlando la economía y los medios de comunicación de masas (televisoras,
radios). El Estado sigue siendo capitalista y neoliberal, como el propio AMLO lo
ha reconocido. También en MORENA, su partido pluriclasista, hay neoliberales.
Tal vez hasta el propio AMLO tenga algo de neoliberal en la medida en que no
es anticapitalista y en tanto que el neoliberalismo es la forma del capitalismo
actual…
En claro, pues, que AMLO no pertenece a la izquierda revolucionaria (aunque
quiera apropiarse de su idea fuerza esencial, la “revolución” pintada de
“transformación”) y tampoco a la izquierda socialista (a la que le contrapone un
supuesto “humanismo mexicano”), entonces, ¿qué es, políticamente, AMLO?
CONVOCANDO AL FANTASMA DE ADOLFO GILLY

Tal vez el fantasma trotskista de Adolfo Gilly nos lo pueda aclarar. Cuando Gilly
militaba en un grupo trotskista en México, en el Partido Revolucionario de las y
los Trabajadores (PRT), antes de su viraje al neocardenismo y su aventura en
el PRD, distinguía y caracterizaba “cuatro corrientes de la izquierda mexicana”
(México, la larga travesía, Nueva Imagen, 1985). Para él, la izquierda
implicaba un proyecto socialista promovido por un gobierno de los trabajadores
y distinguía cuatro corrientes históricas:
1) la liberal/cardenista, el ala jacobina de la revolución mexicana, que subsistía,
según él, hasta en un sector del PRI;
2) la lombardista, ligado al movimiento obrero estatalista, que se expresaba en
el PPS, el PST (donde se incubaron los “Chuchos”), el PMT (de Heberto
Castillo) y en sectores del PRI;
3) la comunista, de matriz estalinista, que se expresó en el PCM y esa alianza
que armaron con el lombardismo para crear el PSUM (que luego, agregamos,
se fusionaría con el PMT para formar el PMS, que daría su registro al PRD
cuando se subordinaron a la corriente cardenista);
4) la marxista radical, de tradiciones disidentes al estalinismo y ligada a una
tradición radical que viene del magonismo, de los socialistas mexicanos, de los
revueltianos espartaquistas o trotskistas, que se expresaba en el PRT y en
otras organizaciones (ya desaparecidas) dispuestas a una convergencia
revolucionaria.
Cuando apareció el fantasma de la corriente cardenista -al que Gilly esperaba
desde La Revolución interrumpida, para que ésta cumpliera sus tareas
socialistas-, éste abandonó a la corriente radical (al PRT) y se fue de asesor de
Cuauhtémoc Cárdenas, lo siguió hasta la fundación del PRD y se hundió en su
pantano, hasta que lo abandonó con el propio Cárdenas, manchado y decidido
a no militar más para dedicarse a la academia. La creación de Cárdenas y
Gilly, el PRD, de donde viene el propio AMLO, es un partido institucional y
neoliberal, preocupado sólo por los votos electorales, ahora subordinado a los
partidos de derecha, al PAN y al PRI.
En la disputa por la memoria y los muertos de izquierda, AMLO colocó al
fantasma del trotskista Adolfo Gilly al lado suyo. Pero, ¿dónde colocó, en vida,
Gilly a AMLO?
-Fuera de la izquierda mexicana. Ni siquiera en la liberal/cardenista.
Para Gilly, lo dijo desde el 2006, el proyecto de AMLO no es de izquierda, es
“un neoliberalismo al que agrega políticas asistenciales”.
Tal era, según Gilly, el proyecto de AMLO en esos años, pero ¿qué ha sido el
gobierno de AMLO en la práctica?
-Neoliberalismo con políticas asistenciales.

Por supuesto, es mejor el neoliberalismo con políticas asistenciales que el


neoliberalismo puro y duro. Comparado con los políticos neoliberales y sus
intelectuales, con los presidentes de esa etapa (todos ellos con graves
afectaciones cognitivas y carentes de ética), AMLO es un genio. Es mejor un
neoliberalismo asistencialista (valga la contradicción, que es real y social) con
legitimidad, con consenso, que un neoliberalismo sin consenso apoyado en la
coerción, en el terrorismo de Estado. Si a eso le sumamos un discurso de
“transformación social”, de la 4T (no anticapitalista, no antipatriarcal, no
antiecocida), se gana todavía más popularidad en las encuestas, aunque en la
realidad no se toque ni se transforme la estructura económica y política
neoliberal.
CONVOCANDO A UNA ASAMBLEA DE FANTASMAS REVOLUCIONARIOS
AMLO quiere presentarse como la única izquierda mexicana actual, como el
que resume a toda la izquierda del presente. Pero ya vimos que el fantasma de
Gilly colocó a AMLO fuera de la izquierda.
¿Y qué diría Ricardo Flores Magón de AMLO? ¿Qué diría el más radical
magonista, el que cuestionó la traición de la Revolución mexicana, el que
rechazaba a los Jefes y las jerarquías, al Estado y al ejército, de un caudillo
presidencialista, estatalista y aliado con el ejército para mantener el orden?

¿Y qué dirían Zapata y Villa de un gobierno que no apoya a sus herederos


actuales que luchan contra el despojo que supone el extractivismo y las obras
de infraestructura que el gobierno actual impulsa?

¿Y qué diría José Revueltas, que veía a la democracia mexicana como


dictadura, que deseaba organizar la cabeza política (un partido) de un
proletariado vuelto a descabezar por un gobierno que piensa que la corrupción
es el principal problema nacional, olvidándose de la explotación capitalista de
los trabajadores que genera necesariamente desigualdad y pobreza, del
imperialismo que sigue saqueando nuestras riquezas?
¿Y qué diría Cárdenas de AMLO? No sabemos qué diría el padre Lázaro, pero
si lo que dice el hijo Cuauhtémoc, quien “rechazó que el gobierno que
encabeza Andrés Manuel López Obrador (AMLO) se trate de uno de izquierda.”
Si AMLO quiere quitarnos nuestras figuras y señas de identidad, deseando
borrarnos de la historia, la izquierda socialista radical debe disputar esa
memoria de luchas y proyectos de verdadera transformación radical,
anticapitalista, socialista, ecosocialista, feminista e internacionalista.
Como las otras corrientes de la izquierda mexicana murieron enterradas en el
PRD y en el proyecto político de AMLO (la cardenista, la lombardista, la
comunista, incluso algunos de la radical), y como de esa izquierda radical en
México solo queda la trotskista, conviene convocar a sus fantasmas.
LOS FANTASMAS DE LOS TROTSKISMOS

El fantasma del trotskismo recorrió los medios políticos mexicanos, pero casi
nadie tiene idea de lo que significa esa corriente revolucionaria ni de la huella
que ha dejado en nuestro país. Daniel Bensaïd prefiere hablar de
Trotskismos, y en el libro ya aludido se ocupa de situarlos y explicarlos.
Primero, se remite a la herencia de Trotsky que los define: la poderosa idea de
la revolución permanente, la propuesta política de un programa de transición
hacia la conciencia y la lucha por el socialismo, la crítica al poder de la
burocracia y la necesidad de un partido revolucionario internacionalista que
lleve a las explosiones sociales que produce el capitalismo a la disputa por el
poder político para dar inicio a la transición revolucionaria hacia el socialismo,
que sólo puede ser mundial.
Revisemos la idea de revolución permanente que planteaba Trotsky:
“Con respecto a los países de desarrollo burgués retrasado, y en particular de los coloniales y
semicoloniales, la teoría de la revolución permanente significa que la resolución íntegra y
efectiva de sus fines democráticos y de su emancipación nacional tan sólo puede concebirse
por medio de la dictadura del proletariado, empuñando éste el poder como caudillo de la
nación oprimida y, ante todo, de sus masas campesinas. …El problema agrario, y con él el
problema nacional, asignan a los campesinos, que constituyen la mayoría aplastante de la
población de los países atrasados, un puesto excepcional en la revolución democrática. Sin la
alianza del proletariado con los campesinos, los fines de la revolución democrática no sólo no
pueden realizarse, sino que ni siquiera cabe plantearlos seriamente. Sin embargo, la alianza de
estas dos clases no es factible más que luchando irreconciliablemente contra la influencia de la
burguesía liberal-nacional. … sólo sería realizable en el caso de que fuera posible un partido
revolucionario independiente que encarnara los intereses de la democracia campesina y
pequeñoburguesa en general, un partido capaz, con el apoyo del proletariado, de adueñarse
del poder y de implantar desde él su programa revolucionario. …La dictadura del proletariado
[contra la dictadura del Capital], que sube al poder en calidad de caudillo de la revolución
democrática, se encuentra inevitable y repentinamente, al triunfar, ante objetivos
relacionados con profundas transformaciones del derecho de propiedad burguesa. La
revolución democrática se transforma directamente en socialista, convirtiéndose con ello en
permanente. …La conquista del poder por el proletariado no significa el coronamiento de la
revolución, sino simplemente su iniciación. La edificación socialista sólo se concibe sobre la
base de la lucha de clases en el terreno nacional e internacional. En las condiciones de
predominio decisivo del régimen capitalista en la palestra mundial, esta lucha tiene que
conducir inevitablemente a explosiones de guerra interna, es decir, civil, y exterior,
revolucionaría. En esto consiste el carácter permanente de la revolución socialista como tal,
independientemente del hecho de que se trate de un país atrasado, que haya realizado ayer
todavía su transformación democrática, o de un viejo país capitalista que haya pasado por una
larga época de democracia y parlamentarismo. …El triunfo de la revolución socialista es
inconcebible dentro de las fronteras nacionales de un país. … La revolución socialista empieza
en la palestra nacional, se desarrolla en la internacional y llega a su término y remate en la
mundial. Por lo tanto, la revolución socialista se convierte en permanente en un sentido nuevo
y más amplio de la palabra: en el sentido de que sólo se consuma con la victoria definitiva de la
nueva sociedad en todo el planeta.”

Con esta visión de la revolución permanente, Trotsky polemizaba con las


concepciones simplistas y etapistas de la socialdemocracia marxista de la
época (recuperando la concepción de Marx) y combatió con ideas el absurdo
del “socialismo en un solo país” de Stalin, quien prefirió usar la fuerza asesina
para acallarlo.
Posteriormente, Bensaïd relata la complicada fundación de la IV Internacional
(en 1938) impulsada por Trotsky, para luego exponer las ásperas discusiones
de esta corriente revolucionaria después de la Segunda Guerra Mundial,
cuando el estalinismo había sobrevivido junto con los partidos comunistas
instrumentalizados por el Kremlin, cuando el capitalismo relanzaba una ola de
crecimiento económico (que años después Ernest Mandel descifró en su libro
El capitalismo tardío), cuando la herencia del marxismo revolucionario
parecía quedar en sus frágiles manos. En un momento dado, y con la
perspectiva de una próxima guerra mundial, el dirigente trotskista Michel Pablo
propone el “entrismo” a otras organizaciones (socialistas, comunistas) para
influir en ellas con una salida revolucionaria al estallido bélico. Eso provocó las
primeras divisiones.
Finalmente, Bensaïd revisa los Trotskismos, con sus divisiones (de los
“lambertistas”, de los “morenistas” y “posadistas” argentinos y
latinoamericanos, de los ingleses y estadounidenses, de los “pablistas”) y
reunificaciones (conducidas por Ernest Mandel y Livio Maitan), los Congresos
en los que tratan de seguir los cambios del capitalismo para definir políticas
revolucionarias, terminando el libro con las perspectivas y tareas políticas que
se abrían en este nuevo siglo para la IV Internacional.

Cabe señalar que, por supuesto, la IV Internacional se mantiene hasta nuestros


días, ahora ecosocialista, feminista, y más federalista, con secciones y grupos
simpatizantes en más de 60 países, reagrupándose en ella, cada tanto, grupos
trotskistas que se habían separado de ella o que se encuentran con ella.
El fantasma de los trotskismos sigue recorriendo el mundo, tal vez como un
viejo topo que hace trabajo subterráneo esperando salir a la superficie para
derrumbar todo. Ese “viejo topo” revolucionario también viene de Marx que,
otra vez, fue inspirado por Shakespeare.
EL FANTASMA DEL PRT, SECCIÓN MEXICANA DE LA IV
INTERNACIONAL
En México hay una larga historia de trotskismos ya que el propio Trotsky vivió
en nuestro país y organizó un grupo trotskista que sacaba el periódico Clave;
miembros del PCM (encabezados por Siqueiros) atentaron contra su vida hasta
que, finalmente, fue asesinado por el estalinismo en Coyoacán. Sobre esa
historia contamos con el magnífico libro de Olivia Gall, Trotsky en México
(1991).
Los trotskistas fueron difamados, violentados y hasta asesinados por el
estalinismo y los partidos comunistas; contra el capitalismo y contra el
estalinismo, los trotskismos mexicanos, en sus diferentes variantes, siempre
buscaron insertase entre los trabajadores con una labor clandestina.
Sin embargo, la mejor encarnación política del trotskismo en México ha sido y
es el PRT, nacido de jóvenes radicalizados en el movimiento estudiantil y
popular de 1968.
El PRT fue fundado el 18 de septiembre de 1976, con la unión de varios grupos
de jóvenes trotskistas, alentada por el propio Mandel, que de inmediato se
adhirió a la IV Internacional. Su documento de fundación principal fue “Tesis
del PRT sobre la Revolución Mexicana (pasada y futura)”, una perspectiva de
esta revolución mexicana en clave de la revolución permanente, con
diferencias esenciales con la visión y las conclusiones políticas del célebre libro
de Gilly La Revolución interrumpida (1971). Por cierto, Adolfo Gilly no fue
parte del PRT, y de su dirección, en sus inicios, sino que se incorporó varios
años después.
Esa dirección de brillantes jóvenes revolucionarios del PRT, que venían del
movimiento estudiantil y popular de 1968, siempre tuvo iniciativas políticas
audaces, tales como: la lucha por la liberación de los presos políticos (“Vivos se
los llevaron, vivos los queremos”), que abrió el camino a las demandas de los
derechos humanos en México; el apoyo al movimiento de liberación de las
mujeres y de los homosexuales (y recibieron muchos insultos por ello); la
búsqueda del registro electoral como partido con derechos políticos (que ahora
se niega a todo el que lo exija con requisitos imposibles); las exitosas
campañas políticas apoyando a la primera mujer como candidata a la
presidencia, Doña Rosario Ibarra de Piedra, que le permitió al PRT volverse un
partido nacional, con inserción en muchos sectores de lucha (especialmente,
campesinos, pero también en el movimiento estudiantil, en el movimiento
urbano popular, en significativas corrientes sindicales). Al mismo tiempo que
buscaba su inserción entre los trabajadores (con un giro a la industria de sus
militantes), el PRT intentaba articular una convergencia con otras izquierdas
radicales para construir un polo de izquierda revolucionario.
Esta tentativa de la izquierda radical del PRT fue quebrada con la irrupción
cardenista, con la formación del PRD (que arrastró a todas las corrientes de
izquierda, excepto al PRT) y su giro electoral, abandonando la perspectiva
revolucionaria para concentrarse en la lucha por la democracia (liberal),
dejando de lado los combates sociales, que fueron aplastados por el
neoliberalismo, mientras buscaban acomodarse en el espacio político
institucional con el fin de volver democrático (en el sentido liberal) al sistema
político mexicano con la “alternancia” (que, efectivamente, llegó: como pacto
entre el PRI y el PAN, neoliberales ambos).

Toda la izquierda socialista que se metió en ese proceso perdió su identidad


(muchos de ellos todavía quedaron más desilusionados con la caída del mal
llamado “socialismo real”); incluso la supuesta ala jacobina que venía de la
Revolución mexicana (según Gilly), perdió la brújula y se extravió en los
laberintos imaginarios del liberalismo político. AMLO tuvo que abandonar el
lamentable espectro del PRD en su afán por ganar la presidencia para volverlo
a convocar, bajo su control, con el nombre de MORENA, a donde lo siguieron
los náufragos del PRD y del PRI para seguir navegando sin bandera ideológica,
repitiendo lo que el Caudillo dijera y mandara.
EL FANTASMA DE LA REVOLUCIÓN INTERRUMPIDA
Dentro de la producción teórica del trotskismo destaca el libro de Adolfo Gilly
La Revolución interrumpida, que AMLO comparó, equivocadamente, con el
Zapata y la Revolución mexicana de Womack. La comparación no es
pertinente porque lo que Gilly deseaba hacer en ese magnífico libro era,
principalmente, “una historia y una interpretación marxista de la revolución
mexicana”, como lo dice explícitamente en una Nota Previa, remitiéndonos al
apéndice del libro titulado: “Tres concepciones de la revolución mexicana”.

Su libro es un emocionante viaje por la Revolución mexicana desde las


tendencias más radicales de la misma (magonismo, zapatismo, villistas),
intercalando a Marx y a Trotsky en la explicación de los hechos (el desarrollo
capitalista), al mismo tiempo que hace la narración de los acontecimientos más
significativos de la misma (la Convención, 1914, la Comuna de Morelos, 1920)
en el marco de los múltiples combates políticos, militares y sociales que hubo
en el proceso revolucionario. Gilly declara que esta Revolución se cierra en
1920, en el período que va del asesinato de Zapata al ascenso de los
obregonistas al poder: “sellando así la primera interrupción de Ia revolución y
abriendo un periodo de estabilización relativa del poder burgués frente a las
masas y en sus relaciones con estas.”
Sin embargo, si Gilly afirma que de 1919 a 1920 hay una primera interrupción
de la revolución mexicana, por tanto, por lo menos hay una segunda ola
revolucionaria con el cardenismo. Por eso, este libro se cierra con otro último
capítulo sobre el cardenismo.
Así dice el autor:
“Con Lázaro Cárdenas subió al poder en México, el l° de diciembre de 1934, la tendencia
radical del Constituyente de Querétaro, llevada por la ola creciente de luchas obreras y
campesinas que determinaron la segunda fase de ascenso de la revolución mexicana.”

Ese proceso revolucionario también se cerró y la revolución mexicana se volvió


a interrumpir. ¿Qué es lo que impide que la revolución no sea permanente e
inicie la transición socialista? Gilly respondía:
“El partido obrero es el gran ausente de las dos primeras etapas ascendentes de la revolución
mexicana… La necesidad del partido obrero de masas con programa revolucionario para el
progreso socialista de la revolución no es solo una conclusión que viene desde Marx Y Engels,
sino que es también la conclusión fundamental que se desprende para la revolución mexicana
de sus dos etapas anteriores, y en especial del periodo cardenista y la evolución posterior.”

Sin embargo, ¿qué tan trotskista es esa concepción de la revolución mexicana


en clave de la revolución permanente que se interrumpe cuando la insurrección
de las masas es aplastada (1919-1920), pero subsiste porque hay un “ala
izquierda pequeñoburguesa del P.N.R., que acentuaba sus declaraciones
socialistas y estaba influida por la revolución rusa”, que la vuelve a impulsar
con Cárdenas para que sea nuevamente interrumpida (por el propio
Cárdenas)? ¿El cumplimiento de las tareas socialistas de esta revolución
mexicana depende de esa “ala de izquierda pequeñoburguesa” que subyace en
el PRI de ese entonces? ¿Gilly ya estaba esperando, pese a su apelación a la
necesidad de un partido obrero con un programa revolucionario y socialista, al
hijo de Cárdenas? Todo indica que sí.
Esta contradicción de Gilly es claramente señalada por Pablo Langer Oprinari
en un libro colectivo trotskista sobre la Revolución mexicana, México en
llamas (1910-1917), en los siguientes términos:
“Gilly, aunque le dio a La Revolución interrumpida una estructura muy similar a la Historia de
la Revolución Rusa de León Trotsky y abreva de las ideas de la Revolución Permanente, al
mismo tiempo contradice algunos de sus postulados cuando le adjudica a una fracción
burguesa la potencialidad de retomar, continuar y culminar la Revolución…”

EL FANTASMA DEL TROTSKISMO POSADISTA


El propio Adolfo Gilly nos ofreció pistas para entender su contradicción cuando
(en el Apéndice de su libro en el que discute las “Tres concepciones de la
revolución mexicana”) reconoció la influencia de la corriente trotskista posadista
en su pensamiento y praxis (durante años fue militante y dirigente de esa
tendencia, junto con su camarada Guillermo Almeyra); admitió incluso que la
idea de “revolución interrumpida” viene del propio J. Posadas, quien dirigió el
Buró Latinoamericano de la IV desde 1945 hasta 1960, rompiendo con ella en
el breve período de 1961-1962 para declararse “IV Internacional” a partir de
entonces.
En una Nota al pie de página a la 8° edición, el mismo Gilly somete la idea de
“revolución interrumpida” a una dura crítica (que es autocrítica):
“Debo anotarse, al mismo tiempo, que en la formulación posadista sobre la "revolución
interrumpida" hay una falla de fondo: la idea de que la interrupción de la revolución entraña la
posibilidad de reiniciarla y llevarla a su culminación socialista sin romper el Estado burgués,
sino transformándolo progresivamente en "Estado revolucionario" y luego en Estado obrero…
Esta idea, compartida también por otras tendencias bajo formas diferentes, es una revisión
radical de la teoría marxista del Estado, piedra angular de la concepción leninista del partido.
No se puede "completar la revolución democrática" y "terminar Ia obra de Emiliano Zapata",
como planteaba Trotsky, sin transformarla en revolución socialista, destruir el Estado de la
burguesía y sustituirlo por el Estado de la clase obrera.”

Y agrega:
“Esta revisión teórica subrepticia conlleva sus ineludibles consecuencias prácticas: la
capitulación política, el sometimiento al Estado de la burguesía nacional, a su ideología y a su
partido. En el caso de México, ha conducido a los dispersos restos de la tendencia posadista al
apoyo al candidate presidencial del PRI en las elecciones de 1976 y a la extravagante teoría de
que se puede trasformar al PRI en un "partido obrero basado en los sindicatos".”

Volveremos, más adelante, sobre ese extraño fantasma posadista.


EL REGRESO DEL FANTASMA CARDENISTA
El PRT, como siempre lo argumentó Manuel Aguilar Mora en ese entonces,
concebía a la Revolución mexicana como “una revolución permanente,
expresión de una sociedad trabajada a fondo por el desarrollo desigual y
combinado.” Se pensaba como una revolución en la que participaron fuerzas
anticapitalistas y revolucionarias (magonistas, zapatistas, villistas), que fueron
derrotadas para detener un proceso revolucionario que trascendía los marcos
de una revolución burguesa, imponiéndose una forma de dominación política
bonapartista sui generis. De esa manera, la discusión pasaba del proceso
revolucionario, ya clausurado, al carácter de la forma de dominación política
emanado de éste. Esta concepción no se inspiraba en Gilly sino en el propio
Trotsky.
Con esa concepción trotskista del PRT, se cuestionaba la idea estalinista y
etapista de una Revolución mexicana antifeudal y burguesa, todavía en
proceso y dirigida por los gobiernos posrevolucionarios y su partido, necesaria
para el desarrollo del capitalismo y la burguesía en México, así como para las
libertades democráticas; la revolución socialista se planteaba, por tanto, para
un futuro indeterminado. Era necesario, en consecuencia, que la izquierda
(comunista y lombardista) apoyara a los gobiernos postrevolucionarios (PNR,
PRM, PRI), incluso con sus propias organizaciones (PCM y/o PPS). Tales eran
las ideas que planteaba el estalinista Lombardo Toledano durante el
cardenismo. Años después, el intelectual comunista Enrique Semo las refinó
planteando que la Revolución mexicana se colocaba en un ciclo de
revoluciones burguesas, que iba de 1810 a 1940; era una revolución burguesa
que impulsaría el desarrollo del capitalismo, no por la vía porfirista (latifundista)
sino por una burguesía media agraria. Por estar colocada en esa etapa, ni los
zapatistas ni los magonistas pudieron jugar un papel revolucionario. La
conclusión política era la misma: el apoyo y la subordinación a los gobiernos
posrevolucionarios por parte de la izquierda comunista.
Pero, para el PRT, la perspectiva de la revolución permanente para
comprender a la Revolución mexicana concluía que sobre la derrota de las
fuerzas revolucionarias (1919-1920) se había levantado una dominación
bonapartista burguesa y reaccionaria que debía de ser combatida.
Esa no fue la perspectiva de Gilly. Como ya hemos dicho, él cierra su libro con
un Apéndice donde plantea “Tres concepciones de la revolución mexicana”.
La primera es la que acabamos de reconstruir. Gilly la describe así:
“La concepción burguesa, compartida por el socialismo oportunista y reformista, que afirma
que la revolución, desde 1910 hasta hoy, es un proceso continuo, con etapas más aceleradas o
más lentas pero ininterrumpidas, que va perfeccionándose y cumpliendo paulatinamente sus
objetivos bajo la guía de los sucesivos "gobiernos de la revolución".

La segunda es la siguiente:
“La concepción pequeñoburguesa y del socialismo centrista, que sostiene que la revolución de
1910 fue una revolución democrático-burguesa que no logró sino parcial o muy parcialmente
sus objetivos -destrucción del poder de la oligarquía terrateniente, reparto agrario y expulsión
del imperialismo--, no pudo cumplir sus tareas esenciales y es un ciclo cerrado y terminado. En
consecuencia, es preciso hacer otra revolución que nada tiene que ver con la pasada: socialista
dicen unos, antimperialista y popular otros, "nueva revolución" sin más precisiones todavía
otros.”

Y la tercera es la suya:
“La concepción proletaria y marxista, que dice que Ia revolución mexicana es una revolución
interrumpida. Con la irrupción de las masas campesinas y de la pequeñoburguesía pobre, se
desarrolló inicialmente como revolución agraria y antimperialista y adquirió, en su mismo
curso, un carácter empíricamente anticapitalista llevada por la iniciativa de abajo Y a pesar de
la dirección burguesa y pequeñoburguesa dominante. En ausencia de dirección proletaria y
programa obrero debió interrumpirse dos veces: en 1919- 1920 primero en 1940 después, sin
poder avanzar bacia sus conclusiones socialistas; pero, a la vez, sin que el capitalismo lograra
derrotar a las masas arrebatándoles sus conquistas revolucionarias fundamentales. Es por lo
tanto una revolución permanente en la conciencia y la experiencia de las masas, pero
interrumpida en dos etapas históricas en el progreso objetivo de sus conquistas. Ha entrado en
su tercer ascenso -que parte no de cero sino de donde se interrumpió anteriormente-- como
revolución nacionalista, proletaria y socialista.”

Pero en ese nuevo asenso revolucionario resultará fundamental, para Gilly, el


cardenismo. Y cuando éste llegó, con la figura del hijo del general Cárdenas, el
trotskista abrazó el sueño de una revolución nacionalista, dejando de lado las
tareas socialistas.
Trotsky fue capaz de saludar la expropiación petrolera cardenista, pero
defendió la independencia política de los trabajadores y del partido
revolucionario socialista ante sectores progresistas o nacionalistas de la
burguesía.
¿Por qué el brillante trotskista Gilly se comprometió tanto con la posibilidad de
una revolución democrática, nacionalista y antimperialista dirigida por el
cardenismo? ¿Por qué, luego, lo sedujo el neozapatismo del EZLN que incluso
rompía con el marxismo revolucionario?
Para este asunto no vale ya la influencia del posadismo en Gilly sino una
postura anterior y más profunda suya (y del posadismo) en un debate en el
seno de la IV Internacional entre Ernest Mandel y Michel Pablo. Él mismo la
cuenta en un breve artículo de 1995: “Ernest Mandel: recuerdos del olvido”
(Pasiones cardinales, ediciones cal y arena, México 2001), donde relata su
asistencia al funeral de Mandel y sus pláticas con Michel Pablo, presentando
sus divergencias en los siguientes términos:
“En su expresión más abstracta -y en cierto modo, también más esquemática, puede decirse
que uno, el de Bélgica [Mandel], estaba convencido de que el vector de la revolución que iba a
cambiar el mundo era el proletariado industrial. Su pensamiento venía del Marx del
Manifiesto Comunista y de El Capital, sus años de formación habían transcurrido en el
impresionante entorno fabril y minero de la metrópoli belga. El otro, el de Alejandría y Creta
[Michel Pablo], habiendo crecido en un país europeo de frontera con una larguísima historia
de lucha secular por su independencia nacional contra los turcos, más cercano al llamado
Tercer Mundo que a la industria y al Medio Oriente que al Occidente, veía que en esos años
cincuentas y sesentas la inmensa insurrección que sacudía al mundo era la que había
entrevistó Trotsky desde el México de Cárdenas en los últimos años de su vida: la de la
innumerable humanidad de los pueblos coloniales y dependientes contra las metrópolis
imperiales, India, China, Indochina, Indonesia, Corea, Medio Oriente, Argelia, los países árabes,
África entera, América Latina. Su pensamiento provenía del Marx de los Grundrisse y de las
últimas cartas a Vera Zasulich.”

Por supuesto, Gilly se inclina por la concepción de la centralidad de la lucha


anticolonial en el proceso revolucionario. Esta toma de posición es elaborada
por él en uno de sus ensayos de El siglo del relámpago (Ítaca, México 2002):
“1968: la ruptura por los bordes”, donde explica a la revuelta juvenil de 1968
por las rupturas que ocurrían en los bordes: las luchas anticoloniales,
nacionalistas y antimperialistas. Como las que Gilly soñaba con Cárdenas,
padre e hijo.
Por cierto, esa contraposición de posturas es injusta para Mandel, quien
planteó como orientación para la IV Internacional su “Dialéctica de la
Revolución Mundial” en donde se buscaba la confluencia de tres fuerzas
políticas: los movimientos anticapitalistas de Occidente, las revueltas
antiburocráticas en los países del “socialismo realmente existente” y las
revoluciones antiimperialistas que se diseminaban por el Tercer Mundo.
De ese sueño cardenista brotará después otro libro de Adolfo Gilly: El
cardenismo. Una utopía mexicana (1994).

Esa utopía cardenista ya no está planteada en la perspectiva de la revolución


interrumpida (posadista) o de la revolución permanente (trotskista) sino en la
del marxista peruano José Carlos Mariátegui o la del viejo Marx que valora la
comunidad campesina en la lucha revolucionaria contra el zarismo y la
posibilidad de saltarse los dolores del capitalismo. Con todo, mantiene sus
ilusiones con esa fuerza de izquierda al interior del Estado posrevolucionario
mexicano a la que trata de darle forma con la “utopía cardenista” (reparto
agrario y ejidos comunitarios, expropiación petrolera para ganar soberanía,
educación socialista y organización de los trabajadores integrados al partido de
la revolución). Tal es el centro de este libro de historia, añoranza política y
utopía.
Como quiera que sea, esta discusión con fantasmas nos devuelve a la reflexión
sobre la Revolución mexicana, pasada y futura, que seguramente exigirá
cumplir las demandas de los viejos y nuevos zapatismo (tierra y libertad, pero
también, con una perspectiva ecosocialista, la defensa del territorio, la Madre
Naturaleza, la Vida contra la acumulación originaria por despojo); ello debe
conjuntarse con las tareas revolucionarios heredadas por los magonistas (un
periódico como organizador, un partido amplio y combates sociales),
manteniendo una irreductible independencia política de los gobiernos, sean
“progresistas” o no, luchando por “demandas de transición” de los trabajadores
que, con un amplio polo anticapitalista, los lleven a la necesidad de un gobierno
obrero, campesino y popular, y dar inicio a la revolución permanente.
DEL FANTASMA DEL CARDENISMO AL ESPECTRO DEL OBRADORISMO
Con este contexto es posible debatir con un par de viejos excamaradas del
PRT, Marcos Fuentes y José Luis Hernández Ayala, que escribieron sobre
Adolfo Gilly “In memoriam” (en la página de la Cuarta, Punto de vista
internacional) para criticar injustamente al PRT por su postura independiente
ante la candidatura presidencial del hijo del general, Cuauhtémoc Cárdenas,
intentando, al mismo tiempo, justificar su actual acercamiento a AMLO y
MORENA. Sus posturas proyectan más las ganas de justificar una postura
política cercana a AMLO que conocimiento, reflexión y crítica a la obra de
Adolfo Gilly. Veamos por qué sostengo esto:
Primero: creen que el título del libro de Gilly, La revolución interrumpida es
un “claro guiño” a La Revolución traicionada de Trotsky. ¡No, es una abierta
referencia a La Revolución permanente!
Segundo: según ellos, en ese libro Gilly “analiza al cardenismo, dentro de la
perspectiva de la teoría de la Revolución Permanente.” ¡No, el libro estudia el
proceso de la Revolución mexicana! Por cierto, cuando incluye el examen del
cardenismo dentro del proceso de la Revolución mexicana rompe con la idea
esencial de la revolución permanente de Trotsky.
Tercero: según ellos, la revolución permanente de Trotsky contemplaba la
posibilidad de una alianza con corrientes nacionalistas “como una etapa
transitoria” para impulsar el socialismo. ¡No, eso no es revolución permanente
sino etapismo que subordina a los socialistas revolucionarios a los
nacionalistas! Como ya vimos, el propio Gilly advirtió sobre ese riesgo
Cuarto: comprenden que Gilly fue seducido por el cardenismo, con sus ideales
democráticos y nacionalistas, pero no cuestionan que la supuesta segunda ola
de la Revolución mexicana con el cardenismo fue interrumpida… por el propio
Cárdenas. Gilly fue seducido por el posadismo y el cardenismo, ¿será que los
excamaradas ven en AMLO al continuador del cardenismo? En todo caso, Gilly
no lo veía así.
Quinto: el PRT no necesitó las extrañas tesis de Gilly sobre La revolución
interrumpida para definir su postura ante la Revolución mexicana, pasada y
futura; se ve que los excamaradas no tuvieron (ni tienen) “la capacidad para
comprender todo el significado” de lo que sostenía Gilly: esperar el regreso del
cardenismo o de un sector nacionalista y progresista para terminar con la
revolución interrumpida y llevarla al socialismo. Por eso Gilly se fue del PRT
para fundar al PRD, donde todos los socialistas dejaron de serlo para
subordinarse a un caudillo que ni siquiera fue consecuente con su
“nacionalismo revolucionario”.
Sexto: “por incomprensión de las tareas democráticas, antimperialistas y del
carácter de una nueva revolución”, dicen los excamaradas, por ser jóvenes, por
tener poca experiencia, el PRT se dividió ante la emergencia del cardenismo.
Entonces, ¿se debía perder la independencia política y tirar por la ventana al
partido y al programa revolucionario socialista para subordinarse al cardenismo
(como lo hicieron todos los otros grupos de izquierda, perdiendo así sus
identidades y proyectos)? ¿Acaso no es una prueba histórica definitiva del error
que cometió esa izquierda lo que hoy es el PRD? ¿No es el PRD un partido
neoliberal a la cola de la derecha, aliado de segunda del PAN (primero) y del
PRI (después), al servicio de un fiel representante de la lumpenburguesía
mexicana? ¿El PRD sí comprendió esas tareas democráticas, antimperialistas
y el carácter democrático de la nueva revolución y por eso es lo que es?
Séptimo: nadie está preparado para lo inesperado; y sí, resultó inesperado “el
surgimiento de un ala nacionalista y democrática al interior del gobernante
Partido Revolucionario Institucional”. Para lo que el PRT se preparaba era para
una convergencia revolucionaria con la izquierda radical, esperando ganarle
más espacio político a la otra izquierda (lombardista y comunista). Pero el
fantasma de Cárdenas salió del PRI y sedujo a una izquierda educada en su
adoración por él. Con la perspectiva que dan los años, el fantasma cardenista
(que se encarnó en el PRD) fue una desgracia para la izquierda socialista
radical.
Octavo: recordar a Adolfo Gilly para celebrar lo que, ahora es evidente , fue un
error estratégico y táctico político (irse con Cárdenas y fundar al PRD) es
extraño, pero hacerlo para criticar al PRT de no cometer ese mismo y enorme
error es de mala fe: se recuerda a esos que dentro del PRT propusieron apoyar
a Cárdenas “sin disolver al partido” (tema no planteado explícitamente en ese
momento, pero era el fondo implícito del debate); como no hubo acuerdo en el
PRT (que mantuvo su respaldo a Rosario Ibarra), se fueron con Cárdenas
como Movimiento Al Socialismo (MAS), con algunos más de la izquierda
radical. En muy poco tiempo, todos ellos se disolvieron y se transformaron en el
PRD, muchos de ellos se volvieron en todo aquello contra lo que habían
luchado antes.
Noveno: dicen: “Esa propuesta podría haber mantenido al PRT como un partido
independiente, pero fortalecido. Un partido que en estos tiempos nos hace
mucha falta.” Creo que deben admitir que lo más probable es que ese
acercamiento hubiera presionado para que el PRT se disolviera y
desapareciera en el PRD. El PRT se mantuvo independiente ante la ola
cardenista, y se mantiene independiente ante la ola lopezpobradorista, y
resiente la presión (externa e interna) por mantener esa independencia política
y crítica. Debilitado, pero el PRT sigue existiendo, pese a que muchos lo
abandonaron junto con sus ideales revolucionarios. Y, ahí sí estamos de
acuerdo, sigue siendo un partido de izquierda radical, ecosocialista e
internacionalista, necesario en estos tiempos disolventes, donde MORENA
quiere ostentarse como de izquierda: como la única izquierda (aunque no sea
anticapitalista ni socialista, ni siquiera antimperialista o consecuentemente
nacionalista).
Décimo: En ese crucial debate, recuerdan los excamaradas, que la dirección
histórica del PRT acusó a Gilly “de traicionar los ideales revolucionarios.”
Según ellos, esa acusación provocó que se fuera con Cárdenas a formar el
PRD. Pero, de acuerdo a lo que hemos visto, abandonó al PRT porque fue
consecuente con sus ideas sobre el ala jacobina de la Revolución mexicana
que, según él, podía desplegarla como revolución permanente, o por la
prioridad a la lucha nacionalista y democrática. Y eso, en efecto, contradecía
sus propios ideales revolucionarios sobre la necesidad de un partido y un
programa revolucionario y socialista. Con el tiempo, la advertencia de Gilly al
PRT (el ver un retroceso y una derrota cuando el pueblo celebra) confirma la
mirada crítica y escéptica, desengañada, que tuvo la dirección del PRT ante el
cardenismo (y que tiene hoy ante AMLO, MORENA y sus seguidores, que
también celebran sus triunfos).
Los excamaradas le dan la razón a Gilly en ese crucial momento: llamar a votar
por Cárdenas y no por Rosario y su partido, el PRT; irse con él junto con el
MAS. Pero le reprochan no mantener la autonomía. Sin embargo, abandonar el
proyecto político de la izquierda radical (el PRT) para acercarse a Cárdenas era
ir a entregarse a él, a su proyecto. Y, además, Cárdenas exigió un partido
unificado del cual él sería el líder; incluso recibió el registro del PMS para el
giro electoral de esa izquierda que abandonaba las luchas sociales para ganar
espacio en las instituciones políticas con un PRD electorero y clientelista, con
una ideología cada vez más difusa. El problema no es cómo acercarse, por
ejemplo, a MORENA y mantener la autonomía, o cómo organizar una corriente
socialista y revolucionaria dentro de corrientes nacionalistas y democráticas,
sino cómo generar un polo de izquierda revolucionaria independiente y crítico
de esas corrientes progresistas.
Ese es la cuestión que tenemos que resolver todas las izquierdas socialistas
revolucionarias en América Latina ante los llamados “gobiernos progresistas”.
Hay poco conocimiento, reflexión y crítica de esos excamaradas cuando dicen
que Gilly era un “aliado del obradorismo” (ya vimos que éste no consideraba a
AMLO de izquierda, ni siquiera de la cardenista) y, peor aún, cuando piensan
que “sus tesis [de Adolfo Gilly] y adecuación de la lectura de Trotsky al contexto
nacional [en La Revolución interrumpida], siguen siendo vigentes.”
Si toman en cuenta las razones ofrecidas, esos excamaradas (que se
reivindican de la IV Internacional) tendrán que buscar otro sustento para
justificar ser “aliados del obradorismo” y defender, una vez que la comprendan,
la poderosa idea de la revolución permanente.
Pero dejemos a estos espectros del obradorismo y volvamos al fantasma de
Adolfo Gilly, pero ahora acompañado con el de Guillermo Almeyra, a sus vidas
paralelas (en el posadismo y fuera de él) y a su ruptura personal que fue
política, para ir tras los fantasmas de los trotskismos latinoamericanos y extraer
lecciones para los que aún estamos vivos.
LOS FANTASMAS DE LOS TROTSKISMOS LATINOAMERICANOS
Está por contarse la historia de los trotskismos latinoamericanos, la heroica,
trágica y a veces trágico-cómica historia de esos revolucionarios que lucharon
contra el estalinismo -apoyado por un poderoso y enorme Estado (degenerado
burocráticamente) y una potente máquina de difamaciones-, al mismo tiempo
que combatían al imperialismo estadounidense (que siempre ha cuidado con
celo e intervencionismo constantes su patio trasero) y a las mezquinas
lumpenburguesías, derechizadas y bárbaras, de nuestros países.
Parte de esa historia, que incluye un gran tramo de la existencia de Adolfo
Gilly, ha sido esbozada por Guillermo Almeyra en su autobiografía política,
Militante Crítico (Ediciones Continente, Buenos Aires, 2013).
Estas dos figuras destacadas del trotskismo latinoamericano se conocieron
muy jóvenes, en 1946, cuando tenían ambos 18 años y participaban en un
Centro del Partido Socialista Argentino; los dos leían muchísimo y pasaron muy
rápidamente del marxismo imperante al leninismo y de éste al trotskismo. Los
unía la política, el surrealismo, la poesía y las ganas de militar en una
organización revolucionaria. A los 18 años escribieron un folleto sobre el
capitalismo dependiente argentino y las tareas revolucionarias, rompieron con
el PS y formaron al grupo Movimiento Obrero Revolucionario para luego
disolverlo e ingresar a la IV Internacional en algún grupo trotskista argentino
cuartista.
Gilly y Almeyra veían juntos cine francés y películas del neorrealismo italiano,
escuchaban conciertos de tango y música clásica, leían literatura y poesía,
pero también conocían textos de Trotsky y documentos de la IV Internacional.
Primero se acercaron al grupo de Hugo Bresano (Nahuel Moreno) y se
horrorizaron de su primitivismo y autoritarismo; tampoco los convenció El
Militante y se aproximaron a platicar con el GCI de Hugo Cristalli (J. Posadas),
quien de inmediato los incorporó al Buró Político de su organización y les
encomendó su periódico Voz Proletaria.
Por más de veinte años, los brillantes Gilly y Almeyra cumplieron enormes
tareas militantes encomendadas por Posadas (formar la sección cuartista
brasileña, organizar a la sección boliviana, apoyar la guerrilla guatemalteca,
escribir Boletines, ir de la CGT de Córdoba a los Andes peruanos, reunirse con
contactos, ser militantes obreros, polemizar con otros grupos, ir a las reuniones
del Buró Político dirigido por Posadas); también, por sus tareas militantes,
siempre viajaron a muchos lados pero pobremente, nunca tuvieron trabajos o
vidas estables; tenían que irse a Yemen a respaldar los movimientos de
liberación (Almeyra), o a apoyar al POR mexicano y pasar varios años en la
cárcel (Gilly).
Lo cierto es que después de 26 años de militancia acrítica se dieron cuenta de
que estaban atrapados en una cerrada y dogmática secta con un Líder
iluminado que, sin discutir políticamente, había proclamado que ellos eran la IV
Internacional. Pero lograron liberarse de ella.
HISTORIAS DE FANTASMAS POSADISTAS
Para ellos, el posadismo empieza en 1962, cuando arrestaron a Michel Pablo
en Holanda y el resto de la dirección de la IV Internacional (Livio Maritan, Pierre
Frank y Ernest Mandel), según los posadistas, no hizo nada para liberarlo.
Reunido ese año en Montevideo, el Buró Político Latinoamericano de la IV
Internacional (pablista), en voz de Posadas, valora que la IV Internacional ha
sido descabezada y, sin discusión con la dirección de la misma, se
autoproclama la representación de la IV Internacional, siendo respaldado,
irresponsablemente (admite Almeyra), por el propio Almeyra, Gilly y otros.
Así empezó su trayectoria el trotskismo posadista, dice Almeyra, “en abierta y
creciente ruptura con la tradición de Trotsky y con la democracia en el partido y
el pensamiento marxiano…”
Como lo explicarán posteriormente, Almeyra y Gilly, después de la
reorganización de la Cuarta Internacional en la posguerra y del Segundo
Congreso Mundial, había tres tendencias básicas en la misma:
“a) la tendencia de las secciones europeas (con dos subtendencias: la esencialmente
“eurocéntrica” de Germain-Maitan-Frank; la otra, básicamente “tercermundista” de Pablo);

b) el Partido Socialista de los Trabajadores de Estados Unidos, los trotskistas “ortodoxos”


agrupados en torno a las tendencias de Lambert (Francia) y Healy (Inglaterra);

c) el Buró Latinoamericano, dirigido por Posadas.”

Aunque admiten otras “dispersas tendencias nacionales, como la de Ceilán, la


de Lora o la de Moreno”, éstas carecían de una perspectiva internacionalista. El
posadismo había sido considerado parte de la tendencia de Pablo (que rompió
con la IV Internacional hasta 1965) por el énfasis en la importancia de las
luchas anticoloniales, cuando es verdad que el posadismo las toma en cuenta,
pero también el papel del proletariado de los países atrasado en el curso de la
revolución mundial.
También es verdad que el posadismo sostenía la eventualidad de que los
Estados imperialistas se enfrentaran en una tercera guerra mundial de carácter
nuclear, de modo que los sobrevivientes podrían construir el comunismo.
Aunque suena extravagante, la idea había sido planteada por Michel Pablo en
los años 50, y el temor a un futuro Apocalipsis (incluso nuclear) no ha cesado,
ahora con la forma del Colapso Ecológico. Además, como otros trotskismos,
saludaron y promovieron políticas guerrilleras en México, Guatemala y Brasil,
con sus muertos, torturados y encarcelados.
Metidos en la aventura, Almeyra y Gilly siguen en su hiperactiva militancia
recibiendo órdenes de Posadas, que no los quiere cerca de su círculo de
seguidores. Adolfo Gilly escribe y publica en revistas como Marcha y Monthly
review, y en 1965 publica dos libros: El movimiento guerrillero en
Guatemala, con prólogo a cargo de Leo Huberman y Paul Sweezy, y Cuba:
coexistencia o revolución. Para alejarlo, Posadas manda a Gilly a México, a
dar apoyo al POR mexicano que respalda a la guerrilla guatemalteca (en la que
muere el hermano de Manuel Aguilar Mora). Sin embargo, en 1966 arrestan a
Gilly y a otros camaradas y lo llevan a la cárcel de Lecumberri, donde
aprovecha para escribir: La Revolución interrumpida (que, ya vimos, está
inspirada por el posadismo). Entonces Posadas envía a Guillermo Almeyra a
México para organizar la defensa jurídica de los camaradas presos, pero todo
sale mal, lo detienen y lo extraditan a Buenos Aires.
Convivir más cercanamente con Posadas hace dudar a Almeyra de su líder,
que sostiene opiniones sin fundamento y sin admitir réplicas. Por ejemplo,
Posadas sostenía que Fidel Castro asesinó al Che en la Habana, y aunque
luego le muestran las fotos del guerrillero muerto en Bolivia seguía afirmando
que eso era un montaje porque ya había sido asesinado por Fidel. De
inmediato percibe que algunos camaradas se van sin hacer ruido del partido y
que Posadas no admitía diferencias con él: éstas no eran discutidas sino
sancionadas (con degradaciones políticas o expulsiones). También Posadas
percibió las diferencias con Almeyra y lo mandó a Yemen a dar apoyo a la
revolución y difundir el posadismo…
Mientras tanto, Posadas organiza un “Escuela de cuadros” en Uruguay y
arrestan a la dirección del posadismo (Posadas incluido). Logran negociar que
no los entreguen a manos de los militares argentinos y que los manden a Chile,
pero terminan en Italia, donde Posadas decide instalar su Comuna posadista
mientras dirige a la Revolución mundial…
La comuna posadista preconizaba una dura disciplina y una rígida moral
sexual, ¡en plena década de los 70!
Almeyra regresa de Medio Oriente y se integra a esa comuna posadista,
mientras Gilly sigue en la cárcel. Como Posadas no leía (ni los periódicos) ni
escribía, comenta las noticias que veía en la televisión ante sus cercanos y las
grababa, para que luego fueran mecanografiadas y ser parte de sus Obras.
Almeyra se da cuenta que esa dirección de la IV Internacional posadista no
estudiaba ni discutía todo lo que ocurre en el mundo: las consecuencias del 68,
las teorías de Marcuse, el Gran Salto Delante de China, el Cordobazo
argentino, etc. En 1972 llega Gilly con ellos, recién salido de la cárcel, mientras
Almeyra se escandaliza cada vez más por las confusiones teóricas y políticas
de Posadas. Pero, por tener toda una vida militante, carece de casa, de trabajo,
de dinero, y sabe que de criticar a Posadas va a quedar en la calle. Su
compañera decide irse con él y juntos planean cómo sobrevivir después de la
crítica a Posadas en el partido. En ese período escribe la crítica, se la remite a
Posadas, que no la da a conocer a nadie y decide expulsarlo en 1974. Almeyra
se pregunta:
“¿Por qué apoyé a Posadas cuando, irresponsablemente, dio en 1962 un golpe de mano en la
IV Internacional sin discutir nada con Mandel y los demás miembros del Secretariado de la
misma? Por atraso político, ya que compartía la falsa concepción del partido y el
organizativismo que predominaba a costa de la discusión teórica. Pero también porque el
grupo hasta entonces era esencialmente un grupo democrático y de iguales, formado por
gente valiosa y brillante, y aún no asomaban en él las absurdas y ridículas posiciones que
aparecieron pocos años adelante como resultado de la ignorancia de Posadas y de muchos
jóvenes ‘posadistas’ y de nuestra despreocupación por discutir a tiempo y erradicar las
barbaridades, por ejemplo, sobre los platos voladores. Igualmente porque, a pesar de mis
crecientes divergencias durante años, durante buena parte de esa década fui, por un lado,
mantenido al margen y lejos de la vida cotidiana de Posadas y su núcleo de seguidores, lo que
me impedía seguir la degeneración en el día a día, y por otro, continuaba manteniendo la
esperanza de recuperar a otros, que sabía inteligentes y críticos y que intuía que, como yo,
estaban tragando sapos y esperando una oportunidad para reorientar el rumbo.”

Y, seguramente, eso también pasaba con Adolfo Gilly.


A los 46 años de edad, con 26 años de militancia con Posadas, por fin tiene
trabajo, un departamento, ha sacado su primer libro, vive con su pareja Anaté y
va a tener un hijo. En 1975 Adolfo Gilly lo contacta y le cuenta su salida del
posadismo:
“Había estallado en el posadismo una mezcla entre crisis política y vaudeville. En medio de la
noche, un compañero argentino había irrumpido en efecto en el dormitorio de Posadas y había
iluminado en la cama a su mujer junto al intachable líder moral de la secta.”

Con el escándalo y los gritos, salieron a la luz más críticas y rupturas. El


posadismo se volvió un fantasma trotskista que solo causa irrisión por sus
ideas sobre el apocalipsis nuclear, la salvación extraterrestre y la comunicación
entre especies (con los delfines). La secta posadista se redujo a un puñado de
jóvenes europeos hasta que su líder muere en 1981, de un ataque cardíaco en
Roma.

Pero si esta historia de fantasmas trotskistas posadistas puede ser ridiculizada,


también es verdad que es una historia de militancia, que generó organizaciones
y luchas liberadoras, aunque desviándose de una tradición revolucionaria que
querían preservar. En cambio, el estalinismo siempre fue sectario y fanático,
con sus muchas historias de asesinatos y contrarrevoluciones.
UNOS FANTASMAS TROTSKOS RECORREN MÉXICO
Por fin, los brillantes y experimentados trotskos Adolfo Gilly y Guillermo
Almeyra era libres. Hasta entonces empezaron a escribir y publicar, a buscar
un trabajo intelectual estable, a buscar nuevos horizontes políticos.
Almeyra milita en la izquierda italiana -en Democracia Proletaria (DP) y luego
en Refundación Comunista (RC)- cuando el PCI entra en agonía. Incluso le
plantea a Livio Maitan, de la dirección de la IV Internacional, participar en esos
espacios, pero éste los rechaza por ser “centristas”.
También participa en la Tendencia Marxista Revolucionaria Internacionalista
(TMRI) de Michel Pablo, que discuten una reintegración crítica a la IV
Internacional. Esa reintegración ocurre (Mandel y Pablo se abrazan) e incluso
les dan un lugar en el Comité Ejecutivo Internacional de la IV Internacional (con
Guillermo Almeyra), aunque nunca los convocan.
En un Congreso de Historia del Movimiento Obrero Latinoamericano Gilly y
Almeyra conocen a Octavio Rodríguez Araujo, quien los invita a dar clases en
la UNAM. Almeyra, además, consigue trabajo de corresponsal del periódico
Unomásuno. Con el proyecto de sacar una nueva revista en México, llamada
Coyoacán, planean su regreso a México. Todo sale bien: Gilly da clase en
Economía y Almeyra en Ciencias Políticas de la UNAM, escriben en diarios
(Unomásuno y, luego, en La Jornada), en revistas (Coyoacán, Nexos), publican
y discuten con todos los intelectuales de izquierda.
Por razones de trabajo, Almeyra tiene que regresar a Italia y Gilly se queda en
México. De 1982 hasta 1995 (cuando regresa a México), Guillermo Almeyra
escribe en la revista CERES, milita en DP y posteriormente en RC, mantiene su
colaboración con la TMRI, y prosigue con sus actividades periodísticas y
ensayísticas. En esos años publica Polonia: Obreros, Burócratas,
Socialismo (1981), El Che Guevara, el pensamiento rebelde (1992),
Emiliano Zapata (1995), Ética y rebelión: a 150 años del manifiesto
comunista (1998).
Mientras tanto, Adolfo Gilly escribe en Nexos y en La Jornada, da clases en la
UNAM, milita en el PRT, pero rompe con éste para irse con Cárdenas y fundar
el PRD. Publica durante esos años muchos artículos, ensayos y libros, entre
ellos Sacerdotes y burócratas (1980, sobre las sociedades
posrevolucionarias), La Nueva Nicaragua (1980, sobre la revolución
nicaragüense), Guerra y política en El Salvador (1981), Por todos los
caminos: La senda de la guerrilla (1983), México, la larga travesía (1985,
recopilación de artículos y ensayos), Cartas a Cuauhtémoc Cárdenas (1989),
El cardenismo. Una utopía mexicana (1994).
En 1995 regresa Guillermo Almeyra a México, a sus actividades universitarias y
periodísticas, pero no comparte el entusiasmo de Gilly sobre su aventura en el
PRD. De hecho, es bastante crítico:
“El PRD, en vez de centrar su acción en la organización campesina y popular, se integró en el
aparato estatal ampliado y se transformó en un partido electoral más, en este caso de
oposición dentro del sistema, cooptando dirigentes del PRI para ganar elecciones locales y
adoptando los métodos clientelares y las luchas sin principios entre caudillos propios del
partido de gobierno.”

Almeyra mira a la Izquierda (que se ha fusionado en el PRD, perdiendo su


identidad socialista) y solo ve al PRT, muy debilitado después de las elecciones
(y el fraude electoral a Cárdenas, al cual también intentó combatir). Si el PRT
sufrió el golpe cardenista en 1988 perdiendo el registro electoral, a casi todos
sus aliados y a muchos militantes, recibió otro palo con la insurrección
zapatista de 1994 del EZLN, que exigió la disolución y subordinación de todas
las fuerzas políticas de izquierda que desearan estar de su lado,
desprendiéndose otra fracción del PRT encabezada por uno de sus dirigentes
históricos (que abandonó al trotskismo y al marxismo para volverse repetidor
del subcomandante Marco). Así describe Almeyra ese escenario:
“La marea popular cardenista, por un lado, y el surgimiento en 1994 del EZLN en Chiapas, por
el otro, despedazaron por completo la dirección del PRT y le quitaron al partido más de la
mitad de militantes. Un sector pequeño -dirigido por Margarito Montes, líder burocrático
campesino- fue cooptado incluso por el PRI, pero la mayoría se disolvió en el PRD buscando,
los más honestos, militar junto a amplios sectores populares y, otros, hacer carrera política en
un partido, como el cardenista, que carecía de cuadros. Un tercer sector, más reducido,
encabezado por Sergio Rodríguez Lascano, se fue al neozapatismo con una posición totalmente
seguidista, acrítica y solo quedó un grupo consecuente que siguió funcionando como PRT,
dirigido por Edgard Sánchez, pero con muy escasas fuerzas y, sobre todo, pocos jóvenes.”

Gilly intenta levantar un puente de lucha común entre el PRD y el EZLN, que
fracasa y se derrumba. El PRD muy rápidamente degenera políticamente
(pierde su ideología, se integra al sistema político y se vuelve un partido para
las elecciones, con duras luchas internas por los puestos) y el EZLN se hace
cada vez más sectario. Gilly se siente decepcionado porque AMLO, que no es
de izquierda, ha desplazado a Cárdenas en la candidatura del PRD a la
presidencia. En esa coyuntura, el EZLN hace una campaña contra todos los
candidatos. Al final, se impone al ultraderechista y corrupto Felipe Calderón
como presidente de México, con otro escandaloso fraude electoral. Almeyra se
acerca al PRT, del que llega a ser miembro especial de su Comité Político y de
su Comité Central, para llamar a luchar contra el fraude y por un Frente Único.
La insurrección está en el aire pero los zapatistas marchan por separado, los
sindicatos y organizaciones campesinas no se movilizan y AMLO no se atreve
a mantener la confrontación.
La situación política nacional y sus posturas políticas divergentes van
distanciando a Gilly y a Almeyra. Ello se refleja en su revista Vientos del Sur
(1994-1999), que pretendía retomar el viejo proyecto que tenía Coyoacán: ser
una revista de marxismo latinoamericano. Gilly le quiere dar un enfoque más
académico y Almeyra más de crítica y análisis político. Dice Almeyra que en el
2000, cuando Fox, del partido de la ultraderecha, ganó la presidencia (y se
fueron con él antiguos cardenistas como Porfirio Muñoz Ledo, excomunistas
como Jorge Castañeda y hasta trotskistas como Ricardo Pascoe, que era el
brazo derecho de Cárdenas), Gilly afirma: “la situación es muy confusa. No sé
qué decir. Propongo cerrar la revista.” Almeyra objeta que la revista no debía
abandonarse: que era necesaria para ayudar a la izquierda a salir de su
confusión. Sin embargo, la revista sacó un último número en 1999. Para
Almeyra eso significó, para Gilly, cortar sus lazos con la militancia política para
ser reconocido en la vida académica. Así lo dice él:
“Lamenté mucho lo consideré un abandono del último lazo con la militancia política socialista
que aún mantenía Gilly, el cual optó finalmente por consagrarse a la carrera académica, en la
que, sin una imagen militante, esperaba ser reconocido plenamente.”

En esos años Adolfo Gilly publicó Chiapas: la razón ardiente. Ensayo sobre
la rebelión del mundo encantado en 1997, y Guillermo Almeyra sacó
Zapatista: un nuevo mundo en construcción en 2005. Adolfo Gilly escribió
El siglo del relámpago (2002), recopilando sus ensayos más abiertamente
políticos y Guillermo Almeyra publicó La protesta social en Argentina (1990-
2004) (2004).

Sin embargo, los textos de Gilly se volvían cada vez más académicos,
históricos y líricos –Pasiones cardinales (de poesía y política, 2001),
Historias clandestinas (2009), Cada quien morirá por su lado (2013),
Historia a contrapelo (2016), Felipe Ángeles, el estratega (2019)-, mientras
que los textos y libros de Almeyra eran más sociológicos y políticos: “La
transición difícil (1998), Privatización del sector agropecuario en América
latina” (1998), “Asambleas y piquetes: Notas sobre la lucha por la democracia
en la realidad urbano-rural Argentina” (2002), “Sobrevivencia y cambios en los
tiempos de la mundialización: los horticultores de Dzidzantún, Yucatán” (2000),
“Lo político y la política en la mundialización” (2002), El Plan Puebla Panamá
en el Istmo de Tehuantepec, coautor con Rebeca Alfonso Romero (2004),
“Tolerancia, racismo, fundamentalismo y nacionalismo” (2004), Los
movimientos sociales en Argentina, 1990-2005 (2005), Sociedad civil
global y nuevos movimientos sociales (2009), “Prólogo: Tepozatlán,
ecología, democracia, autogestión” (2012), Militante crítico (2013), (Coord.)
Capitalismo: tierra y poder en América Latina (2014).
Sus proyectos teóricos y políticos se fueron volviendo más distantes. Al final,
ello provocó la ruptura personal, que era política. Si a muchos socialistas de la
izquierda radical se los tragó el sistema político mexicano y los hizo funcionales
al mismo (la lista sería muy larga), a Gilly (dice Almeyra), se lo comió el
establishment mexicano por su intento de integrarse y ser reconocido en el
mundo académico.
Pese a ello, Guillermo Almeyra no quería perder una amistad de 52 años
invitándolo a cenar de vez en cuando a su casa, hasta que un día Gilly le
mandó una nota escueta que decía “que dadas las diferencias políticas que
existían entre nosotros consideraba hipócrita mantener la ficción de unas
relaciones amistosas que ya no existían y, por eso, no vendría más a casa.”
Almeyra contestó con dureza y esa larga amistad y hermandad de más de
medio siglo terminó de esa triste y lamentable manera.
Adolfo Gilly, asimilado en México y con su lugar en la academia, nos dejó como
herencia su libro más político y visionario de esos años, con el que quiso
descifrar al mundo capitalista y su tiempo, particularmente en Latinoamérica: El
tiempo del despojo (2015), escrito con Rhina Roux. En ese libro mantiene su
espíritu anticapitalista y hay un abierto giro hacia el campo, el despojo y la
problemática ecosocial, que es el camino que hoy siguen las izquierdas
radicales, ahora ecosocialistas y ecofeministas. Murió en México, en 2023.
Guillermo Almeyra, quien en México fue parte del PRT hasta el final de sus
días, volvió a la IV Internacional y quería asistir a su XVII Congreso Mundial
celebrado en 2018, pero su enfermedad se lo impidió. Nos dejó de herencia
política su Militante crítico (2013), pleno de historias y enseñanzas. Murió en
Marsella, Francia, en 2019.

EL FANTASMA TROTSKISTA DE GUILLERMO ALMEYRA


Guillermo Almeyra terminó su autobiografía política con una especie de
testamento político donde quería transmitir su herencia revolucionaria. Y tal vez
por eso nos presentó un trazo estratégico y utópico del socialismo marxista y
trotskista, contra la deformación estalinista, en los siguientes términos:
“Porque -y en esto sigo a Pablo desde los setenta y al Marx que imaginaba al socialismo como
una federación de libres Comunas asociadas- las bases para la construcción del socialismo son
la participación activa en las decisiones de todo tipo por parte de los famosos ‘sujetos del
cambio’, la autogestión social, la planificación internacional de la economía y de la defensa de
los bienes comunes de la Humanidad en su conjunto y no la mera estatización de las grandes
empresas manteniendo en ellas el régimen asalariado y las relaciones de producción y de
mando capitalistas ni el mero monopolio del comercio exterior o la planificación dirigida por
una burocracia estatal a la que se subordina por completo el partido, en los regímenes que,
imitando a Stalin, instauran un sistema de partido único totalmente confundido con el Estado y
absolutamente verticalista y centralizado.”

Por supuesto, valora a Trotsky porque mantuvo el hilo rojo libertario del
pensamiento de Marx que casi rompen tanto la socialdemocracia como el
estalinismo inventando un marxismo dogmático y ortodoxo (o un trotskismo
ortodoxo, como el que intentó imponer Nahuel Moreno en sus seguidores).
Reivindica una militancia crítica y recomienda “huir como de la peste de las
sectas seudo trotskistas argentinas educadas en el sectarismo y el oportunismo
sin principios de Pierre Lambert o en el oportunismo pragmático y
desprejuiciado de Nahuel Moreno.” No se refiere ya al posadismo porque éste
ya no existe, aunque también cuestiona a una actual IV Internacional
federalista que sigue intentando unir el agua con el aceite…
Para él, los necesarios partidos revolucionarios nacerán de las experiencias de
los propios trabajadores, sobre todo de esos que cada vez son más: los
eventuales, informales, precarios, que carecen de organización o
representación (sindical o política), siempre y cuando se movilicen y ganen
luchas, se autoorganicen y reciban la herencia revolucionaria, luchen por
demandas de transición que eleven su conciencia y unión, por demandas
democráticas y de dignidad, que los lleve a luchar contra el sistema capitalista,
el Estado enajenado y los imperialismos.
Admite, por supuesto, que es posible apoyar a gobiernos nacionalistas
socializantes o “progresistas”, pero señala criterios para ello:
“En la línea que escribía Trotsky sobre el gobierno de Cárdenas -hasta ahora el más avanzado
de todos los gobiernos nacionalistas socializantes o “progresistas”-, apoyaré cada medida de
esos gobiernos que reduzca el poderío del capital financiero internacional y que pueda ayudar
a aumentar la autoconfianza , la autoconciencia, la organización y las condiciones generales de
vida y cultura de los trabajadores, en el sentido más amplio del término y manteniendo
siempre mi independencia política, criticaré todo lo que, por el contrario, refuerce la
explotación y la dominación capitalista, reduzca ese margen de independencia política y
organizativa, fortalezca la influencia de la ideología burguesa sobre las clases dominadas.”

Aplicando esos criterios al gobierno de AMLO, podemos preguntar:


¿El gobierno de AMLO ha reducido el poder del capital financiero cuando, por
ejemplo, ha dejado intocada la cuestión de la Deuda?
¿El gobierno de AMLO, estatista y presidencialista, ha impulsado la
autoorganización, autoconfianza y autoconciencia de los trabajadores cuando
prefiere apoyarse en el ejército que en un movimiento de masas
autoorganizadas?
¿Con el gobierno de AMLO se ha reducido la explotación capitalista o
cuestiona la ideología burguesa cuando afirma que el principal problema social
de México es la corrupción?
¿El gobierno de AMLO es como el gobierno de Cárdenas?
Finalmente, en ese trazo estratégico y utópico que hace Almeyra, plantea que
la lucha anticolonial solo será consecuente si se propone eliminar al sistema
capitalista mundial; que la lucha contra el patriarcado supone también superar
al capitalismo; que la lucha contra la actitud depredadora hacia la naturaleza y
contra todas las formas de discriminación debe proponerse terminar con el
sistema capitalista. Pero terminar con esos problemas supone una larga
reconstrucción social y cultural de la humanidad y de su relación con la
naturaleza.
Porque la revolución es permanente y es económica, política, cultural,
ecológica e internacional.
¿EL FANTASMA DEL COMUNISMO DE AMLO?

Esta historia de fantasmas estaba por terminar, pero AMLO quiso apropiarse
también del fantasma del comunismo marxista.
De inmediato, lo remitió a una idea de Marx (“darle a cada quien según sus
necesidades”) pero descontextualizada: sin precisar que ese comunismo
supone terminar con el capitalismo mundial y organizar a la sociedad de tal
modo que los trabajadores asociados gestionen colectiva y democráticamente
el metabolismo de la sociedad y la naturaleza con el menor gasto energético y
garantizando una vida digna para todos.
Como la riqueza social ya no tendría la forma de mercancía/dinero, ni estaría
privatizada y concentrada en unas cuantas manos (raíz de la desigualdad
social actual), la riqueza social serían bienes con valor de uso, productos del
trabajo social, que se distribuirían de tal modo que puedan satisfacer
necesidades básicas y necesidades radicales humanizantes (de conciencia,
libertad, creatividad, socialidad), garantizando así una vida digna para todos.
Y satisfacer estas necesidades humanizantes requiere, además, un bien vital
enajenado a todos los trabajadores: el tiempo libre, de modo que la principal
riqueza del comunismo sería el tiempo libre, satisfechas sus necesidades
básicas, para satisfacer necesidades humanizantes y disfrutar la vida.
En ese sentido, el comunismo no sólo es una utopía posible por la que hay que
luchar sino una crítica radical al capitalismo.
Pero AMLO no sólo banaliza la idea del comunismo, sino que la equipara con
la del cristianismo primitivo ¡al cual conecta con el Papa de la Iglesia católica
romana!
Ante esta referencia a la Iglesia católica, seguramente los fantasmas de
Hidalgo y Morelos (excomulgados), Juárez (demonizado), Ricardo Flores
Magón (encarcelado) y José Revueltas (comunista) se desprendieron de los
carteles de la 4T y se indignaron: Hidalgo y Morelos habrían gritado: ¡Igualdad!;
Juárez: ¡Separación!; Flores Magón: ¡Libertad!
Y José Revueltas segregaría su poesía oscura para proferir una especie de
rezo sacrílego, un exorcismo contra ese “Dios en la tierra” que tan bien retrató
en su cuento sobre un maestro brutalmente empalado por los cristeros:
“Era el odio de Dios. Dios mismo estaba ahí apretando en su puño la vida, agarrando la tierra
entre sus dedos gruesos, entre sus descomunales dedos de encina y de rabia. Hasta un
descreído no puede dejar de pensar en Dios. Porque, ¿quién si no Él? ¿Quién si no una cosa sin
forma, sin principio ni fin, sin medida, puede cerrar las puertas de tal manera? Todas las
puertas cerradas en nombre de Dios. Toda la locura y la terquedad del mundo en nombre de
Dios. Dios de los ejércitos; Dios de los dientes apretados; Dios fuerte y terrible, hostil y sordo,
de piedra ardiendo, de sangre helada. Y eso era ahí y en todo lugar porque Él, según una vieja
y enloquecedora maldición, está en todo lugar...”

EL FANTASMA DEL COMUNISMO SE ASOMA

¿Y qué dirían los fantasmas de Marx, Engels, Lenin, Trotsky, Luxemburgo y


tantos otros que defenderían al comunismo? Seguramente insistirían en su
necesidad e incluso lo preferirían al término “socialismo”. Y tendrían razón,
habría que recuperar “las potencias del comunismo”. El trotskista francés al que
me refería al principio, Daniel Bensaïd, así lo pensaba y de esta manera lo
expresó:
“De todas las formas de nombrar “al otro” necesario y posible del capitalismo inmundo, la
palabra comunismo es la que conserva más sentido histórico y carga programática explosiva.

Es la que evoca mejor lo común del reparto y de la igualdad, la puesta en común del poder, la
solidaridad enfrentada al cálculo egoísta y a la competencia generalizada, la defensa de los
bienes comunes de la humanidad, naturales y culturales, la extensión de los bienes de primera
necesidad a un espacio de gratuidad (desmercantilización) de los servicios, contra la rapiña
generalizada y la privatización del mundo…

El comunismo es el nombre de un criterio diferente de riqueza, de un desarrollo ecológico


cualitativamente diferente de la carrera cuantitativa por el crecimiento.

La lógica de la acumulación del capital exige no sólo la producción para la ganancia, y no para
las necesidades sociales, sino también “la producción de nuevo consumo”, la ampliación
constante del círculo del consumo “mediante la creación de nuevas necesidades y por la
creación de nuevos valores de uso… De ahí la explotación de la naturaleza entera” y “la
explotación de la tierra en todos los sentidos”. Esta desmesura devastadora del capital funda la
actualidad de un eco-comunismo radical.”

-Y ojalá los libros de texto del gobierno fueran anticapitalistas y feministas,


anticoloniales y comunitarios, comunistas y ecosocialistas, porque la escuela
es un campo de batalla entre la educación que reproduce al sistema y la
educación crítica que busca la transformación del mismo. Y recuperar la
riqueza y potencia del Comunismo, del eco-comunismo, proporcionaría un
horizonte ético y político ante la realidad capitalista actual para los niños,
adolescentes y jóvenes. Pugnar por una educación anticapitalista y comunista
es una tarea de la izquierda radical.
CIERRE
Vivimos una crisis civilizatoria del capitalismo y la barbarie avanza.
Las fuerzas productivas se han transformado, se transforman, en fuerzas
destructivas: Cambio Climático, producción de cada vez más armamento
nuclear, ecocidio acelerado.
-Y el cerco informativo borra ese espectáculo.
-Y la mayoría de la población prefiere mirar para otro lado.
Los espacios democráticos se clausuran y las nuevas derechas neofascistas se
fortalecen ante supuestas “izquierdas” postradas ante el neoliberalismo.
-Y vuelve la violencia contra las mujeres para someterlas y la rebelión
feminista.
-Y regresa el racismo, la intolerancia ante los otros diferentes, mientras las
violencias contra ellos y ellas se naturaliza.
Las mercancías han perdido, pierden, su valor de uso y se vuelven tóxicas
dañando la salud humana (crisis sanitaria mundial) y la de los ecosistemas
(crisis ecológica global y acelerada).
-Y casi a nadie le preocupa eso, mientras la mayoría se enferma y muere
tempranamente por ello.
-Y nos seguimos pensando como separados de la naturaleza y superiores.
Las pugnas interimperialistas por el reparto de los recursos cada vez más
escasos del mundo tienden hacia nuevas guerras, que pueden volverse
mundiales y nucleares.
-Y no hay grandes movimientos sociales exigiendo la paz mundial, desmantelar
las armas nucleares o, por lo menos, detener los ataques a la población civil.
-Y todos han visto el apocalipsis nuclear en las películas…
El desempleo y la exclusión social aumentan, los trabajos existentes se vuelven
precarios e informales, la miseria (material, espiritual y ecológica) crece junto
con una inaudita desigualdad social.
-Y casi no hay luchas de los trabajadores contra todo ello.
-Y a casi nadie la desigualdad existente (que la gran mayoría desconoce).
Las crisis de escasez de todo (combustible fósil, tierras, agua, alimentos sanos,
ecosistemas, biodiversidad, trabajos, espacios democráticos, libertad,
pensamiento crítico) se agudizan y generan, generarán, más conflictos
sociales.
-Y sigue la fiesta del productivismo y consumismo ilimitado en una biosfera de
recursos limitados.
-Y el sistema no está preparado para lo que en pocos años viene.
Las seudoizquierdas reformistas y “progresistas, gestoras del neoliberalismo y
del capitalismo, en la medida en que no se atreven a desmontarlo, no generan
movimientos de transformación sino movimientos pendulares de
seudoizquierda a la ultraderecha, en los que ésta espera su oportunidad para
desmantelar lo levantado por aquellos y cobrárselas a los que pretendieron
gestionar (con cierta redistribución de la riqueza) lo que es suyo.
-Y en estos tiempos de confusión, el apoyo popular (manipulado) va de un lado
a otro, sin ver otras posibilidades.
El control ideológico y la desocialización, la enajenación y la estupidización
generalizada, se refuerzan con los medios de comunicación de masas y las
redes sociales.
-Y todos ya vieron el apocalipsis que viene en sus diferentes variantes.
-Y seguro hay videojuegos en los que sobreviven y siguen matando…
Bolívar Echeverría creía que lo único que daba sentido a la barbarie del siglo
XX era la Izquierda, marxista y comunista. Estoy seguro de que estaría de
acuerdo que ello aplica también para el siglo XXI. Por eso, convocar a los
fantasmas del Comunismo y de los trotskismos, con sus tentativas
revolucionarias, puede darle sentido a lo que ocurre en nuestros tiempos y
ofrecer orientaciones políticas.
-Pero a condición de que el Comunismo, el eco-comunismo, se encarne, se
vuelva una fuerza real, transformativa, revolucionaria de trabajadores de las
ciudades y del campo, de hombres y mujeres en igualdad, de adolescentes,
jóvenes, adultos y viejos, que nos saque de la barbarie capitalista en un
proceso de revolución permanente que culminará cuando el ser humano se
reconcilie consigo mismo y con la naturaleza (diría el joven Marx) en el plano
internacional, mundial (insistiría Trotsky).
Ciudad de México, agosto de 2023
Para los que ya no están con nosotros y nosotras, y, sobre todo, para las y los
que siguen estando
Para Castor, para Edgard (aunque no le guste) y Josy
Para mis camaradas del PRT, que le da sentido a la Historia y a la existencia

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