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Tal vez el fantasma trotskista de Adolfo Gilly nos lo pueda aclarar. Cuando Gilly
militaba en un grupo trotskista en México, en el Partido Revolucionario de las y
los Trabajadores (PRT), antes de su viraje al neocardenismo y su aventura en
el PRD, distinguía y caracterizaba “cuatro corrientes de la izquierda mexicana”
(México, la larga travesía, Nueva Imagen, 1985). Para él, la izquierda
implicaba un proyecto socialista promovido por un gobierno de los trabajadores
y distinguía cuatro corrientes históricas:
1) la liberal/cardenista, el ala jacobina de la revolución mexicana, que subsistía,
según él, hasta en un sector del PRI;
2) la lombardista, ligado al movimiento obrero estatalista, que se expresaba en
el PPS, el PST (donde se incubaron los “Chuchos”), el PMT (de Heberto
Castillo) y en sectores del PRI;
3) la comunista, de matriz estalinista, que se expresó en el PCM y esa alianza
que armaron con el lombardismo para crear el PSUM (que luego, agregamos,
se fusionaría con el PMT para formar el PMS, que daría su registro al PRD
cuando se subordinaron a la corriente cardenista);
4) la marxista radical, de tradiciones disidentes al estalinismo y ligada a una
tradición radical que viene del magonismo, de los socialistas mexicanos, de los
revueltianos espartaquistas o trotskistas, que se expresaba en el PRT y en
otras organizaciones (ya desaparecidas) dispuestas a una convergencia
revolucionaria.
Cuando apareció el fantasma de la corriente cardenista -al que Gilly esperaba
desde La Revolución interrumpida, para que ésta cumpliera sus tareas
socialistas-, éste abandonó a la corriente radical (al PRT) y se fue de asesor de
Cuauhtémoc Cárdenas, lo siguió hasta la fundación del PRD y se hundió en su
pantano, hasta que lo abandonó con el propio Cárdenas, manchado y decidido
a no militar más para dedicarse a la academia. La creación de Cárdenas y
Gilly, el PRD, de donde viene el propio AMLO, es un partido institucional y
neoliberal, preocupado sólo por los votos electorales, ahora subordinado a los
partidos de derecha, al PAN y al PRI.
En la disputa por la memoria y los muertos de izquierda, AMLO colocó al
fantasma del trotskista Adolfo Gilly al lado suyo. Pero, ¿dónde colocó, en vida,
Gilly a AMLO?
-Fuera de la izquierda mexicana. Ni siquiera en la liberal/cardenista.
Para Gilly, lo dijo desde el 2006, el proyecto de AMLO no es de izquierda, es
“un neoliberalismo al que agrega políticas asistenciales”.
Tal era, según Gilly, el proyecto de AMLO en esos años, pero ¿qué ha sido el
gobierno de AMLO en la práctica?
-Neoliberalismo con políticas asistenciales.
El fantasma del trotskismo recorrió los medios políticos mexicanos, pero casi
nadie tiene idea de lo que significa esa corriente revolucionaria ni de la huella
que ha dejado en nuestro país. Daniel Bensaïd prefiere hablar de
Trotskismos, y en el libro ya aludido se ocupa de situarlos y explicarlos.
Primero, se remite a la herencia de Trotsky que los define: la poderosa idea de
la revolución permanente, la propuesta política de un programa de transición
hacia la conciencia y la lucha por el socialismo, la crítica al poder de la
burocracia y la necesidad de un partido revolucionario internacionalista que
lleve a las explosiones sociales que produce el capitalismo a la disputa por el
poder político para dar inicio a la transición revolucionaria hacia el socialismo,
que sólo puede ser mundial.
Revisemos la idea de revolución permanente que planteaba Trotsky:
“Con respecto a los países de desarrollo burgués retrasado, y en particular de los coloniales y
semicoloniales, la teoría de la revolución permanente significa que la resolución íntegra y
efectiva de sus fines democráticos y de su emancipación nacional tan sólo puede concebirse
por medio de la dictadura del proletariado, empuñando éste el poder como caudillo de la
nación oprimida y, ante todo, de sus masas campesinas. …El problema agrario, y con él el
problema nacional, asignan a los campesinos, que constituyen la mayoría aplastante de la
población de los países atrasados, un puesto excepcional en la revolución democrática. Sin la
alianza del proletariado con los campesinos, los fines de la revolución democrática no sólo no
pueden realizarse, sino que ni siquiera cabe plantearlos seriamente. Sin embargo, la alianza de
estas dos clases no es factible más que luchando irreconciliablemente contra la influencia de la
burguesía liberal-nacional. … sólo sería realizable en el caso de que fuera posible un partido
revolucionario independiente que encarnara los intereses de la democracia campesina y
pequeñoburguesa en general, un partido capaz, con el apoyo del proletariado, de adueñarse
del poder y de implantar desde él su programa revolucionario. …La dictadura del proletariado
[contra la dictadura del Capital], que sube al poder en calidad de caudillo de la revolución
democrática, se encuentra inevitable y repentinamente, al triunfar, ante objetivos
relacionados con profundas transformaciones del derecho de propiedad burguesa. La
revolución democrática se transforma directamente en socialista, convirtiéndose con ello en
permanente. …La conquista del poder por el proletariado no significa el coronamiento de la
revolución, sino simplemente su iniciación. La edificación socialista sólo se concibe sobre la
base de la lucha de clases en el terreno nacional e internacional. En las condiciones de
predominio decisivo del régimen capitalista en la palestra mundial, esta lucha tiene que
conducir inevitablemente a explosiones de guerra interna, es decir, civil, y exterior,
revolucionaría. En esto consiste el carácter permanente de la revolución socialista como tal,
independientemente del hecho de que se trate de un país atrasado, que haya realizado ayer
todavía su transformación democrática, o de un viejo país capitalista que haya pasado por una
larga época de democracia y parlamentarismo. …El triunfo de la revolución socialista es
inconcebible dentro de las fronteras nacionales de un país. … La revolución socialista empieza
en la palestra nacional, se desarrolla en la internacional y llega a su término y remate en la
mundial. Por lo tanto, la revolución socialista se convierte en permanente en un sentido nuevo
y más amplio de la palabra: en el sentido de que sólo se consuma con la victoria definitiva de la
nueva sociedad en todo el planeta.”
Y agrega:
“Esta revisión teórica subrepticia conlleva sus ineludibles consecuencias prácticas: la
capitulación política, el sometimiento al Estado de la burguesía nacional, a su ideología y a su
partido. En el caso de México, ha conducido a los dispersos restos de la tendencia posadista al
apoyo al candidate presidencial del PRI en las elecciones de 1976 y a la extravagante teoría de
que se puede trasformar al PRI en un "partido obrero basado en los sindicatos".”
La segunda es la siguiente:
“La concepción pequeñoburguesa y del socialismo centrista, que sostiene que la revolución de
1910 fue una revolución democrático-burguesa que no logró sino parcial o muy parcialmente
sus objetivos -destrucción del poder de la oligarquía terrateniente, reparto agrario y expulsión
del imperialismo--, no pudo cumplir sus tareas esenciales y es un ciclo cerrado y terminado. En
consecuencia, es preciso hacer otra revolución que nada tiene que ver con la pasada: socialista
dicen unos, antimperialista y popular otros, "nueva revolución" sin más precisiones todavía
otros.”
Y la tercera es la suya:
“La concepción proletaria y marxista, que dice que Ia revolución mexicana es una revolución
interrumpida. Con la irrupción de las masas campesinas y de la pequeñoburguesía pobre, se
desarrolló inicialmente como revolución agraria y antimperialista y adquirió, en su mismo
curso, un carácter empíricamente anticapitalista llevada por la iniciativa de abajo Y a pesar de
la dirección burguesa y pequeñoburguesa dominante. En ausencia de dirección proletaria y
programa obrero debió interrumpirse dos veces: en 1919- 1920 primero en 1940 después, sin
poder avanzar bacia sus conclusiones socialistas; pero, a la vez, sin que el capitalismo lograra
derrotar a las masas arrebatándoles sus conquistas revolucionarias fundamentales. Es por lo
tanto una revolución permanente en la conciencia y la experiencia de las masas, pero
interrumpida en dos etapas históricas en el progreso objetivo de sus conquistas. Ha entrado en
su tercer ascenso -que parte no de cero sino de donde se interrumpió anteriormente-- como
revolución nacionalista, proletaria y socialista.”
Gilly intenta levantar un puente de lucha común entre el PRD y el EZLN, que
fracasa y se derrumba. El PRD muy rápidamente degenera políticamente
(pierde su ideología, se integra al sistema político y se vuelve un partido para
las elecciones, con duras luchas internas por los puestos) y el EZLN se hace
cada vez más sectario. Gilly se siente decepcionado porque AMLO, que no es
de izquierda, ha desplazado a Cárdenas en la candidatura del PRD a la
presidencia. En esa coyuntura, el EZLN hace una campaña contra todos los
candidatos. Al final, se impone al ultraderechista y corrupto Felipe Calderón
como presidente de México, con otro escandaloso fraude electoral. Almeyra se
acerca al PRT, del que llega a ser miembro especial de su Comité Político y de
su Comité Central, para llamar a luchar contra el fraude y por un Frente Único.
La insurrección está en el aire pero los zapatistas marchan por separado, los
sindicatos y organizaciones campesinas no se movilizan y AMLO no se atreve
a mantener la confrontación.
La situación política nacional y sus posturas políticas divergentes van
distanciando a Gilly y a Almeyra. Ello se refleja en su revista Vientos del Sur
(1994-1999), que pretendía retomar el viejo proyecto que tenía Coyoacán: ser
una revista de marxismo latinoamericano. Gilly le quiere dar un enfoque más
académico y Almeyra más de crítica y análisis político. Dice Almeyra que en el
2000, cuando Fox, del partido de la ultraderecha, ganó la presidencia (y se
fueron con él antiguos cardenistas como Porfirio Muñoz Ledo, excomunistas
como Jorge Castañeda y hasta trotskistas como Ricardo Pascoe, que era el
brazo derecho de Cárdenas), Gilly afirma: “la situación es muy confusa. No sé
qué decir. Propongo cerrar la revista.” Almeyra objeta que la revista no debía
abandonarse: que era necesaria para ayudar a la izquierda a salir de su
confusión. Sin embargo, la revista sacó un último número en 1999. Para
Almeyra eso significó, para Gilly, cortar sus lazos con la militancia política para
ser reconocido en la vida académica. Así lo dice él:
“Lamenté mucho lo consideré un abandono del último lazo con la militancia política socialista
que aún mantenía Gilly, el cual optó finalmente por consagrarse a la carrera académica, en la
que, sin una imagen militante, esperaba ser reconocido plenamente.”
En esos años Adolfo Gilly publicó Chiapas: la razón ardiente. Ensayo sobre
la rebelión del mundo encantado en 1997, y Guillermo Almeyra sacó
Zapatista: un nuevo mundo en construcción en 2005. Adolfo Gilly escribió
El siglo del relámpago (2002), recopilando sus ensayos más abiertamente
políticos y Guillermo Almeyra publicó La protesta social en Argentina (1990-
2004) (2004).
Sin embargo, los textos de Gilly se volvían cada vez más académicos,
históricos y líricos –Pasiones cardinales (de poesía y política, 2001),
Historias clandestinas (2009), Cada quien morirá por su lado (2013),
Historia a contrapelo (2016), Felipe Ángeles, el estratega (2019)-, mientras
que los textos y libros de Almeyra eran más sociológicos y políticos: “La
transición difícil (1998), Privatización del sector agropecuario en América
latina” (1998), “Asambleas y piquetes: Notas sobre la lucha por la democracia
en la realidad urbano-rural Argentina” (2002), “Sobrevivencia y cambios en los
tiempos de la mundialización: los horticultores de Dzidzantún, Yucatán” (2000),
“Lo político y la política en la mundialización” (2002), El Plan Puebla Panamá
en el Istmo de Tehuantepec, coautor con Rebeca Alfonso Romero (2004),
“Tolerancia, racismo, fundamentalismo y nacionalismo” (2004), Los
movimientos sociales en Argentina, 1990-2005 (2005), Sociedad civil
global y nuevos movimientos sociales (2009), “Prólogo: Tepozatlán,
ecología, democracia, autogestión” (2012), Militante crítico (2013), (Coord.)
Capitalismo: tierra y poder en América Latina (2014).
Sus proyectos teóricos y políticos se fueron volviendo más distantes. Al final,
ello provocó la ruptura personal, que era política. Si a muchos socialistas de la
izquierda radical se los tragó el sistema político mexicano y los hizo funcionales
al mismo (la lista sería muy larga), a Gilly (dice Almeyra), se lo comió el
establishment mexicano por su intento de integrarse y ser reconocido en el
mundo académico.
Pese a ello, Guillermo Almeyra no quería perder una amistad de 52 años
invitándolo a cenar de vez en cuando a su casa, hasta que un día Gilly le
mandó una nota escueta que decía “que dadas las diferencias políticas que
existían entre nosotros consideraba hipócrita mantener la ficción de unas
relaciones amistosas que ya no existían y, por eso, no vendría más a casa.”
Almeyra contestó con dureza y esa larga amistad y hermandad de más de
medio siglo terminó de esa triste y lamentable manera.
Adolfo Gilly, asimilado en México y con su lugar en la academia, nos dejó como
herencia su libro más político y visionario de esos años, con el que quiso
descifrar al mundo capitalista y su tiempo, particularmente en Latinoamérica: El
tiempo del despojo (2015), escrito con Rhina Roux. En ese libro mantiene su
espíritu anticapitalista y hay un abierto giro hacia el campo, el despojo y la
problemática ecosocial, que es el camino que hoy siguen las izquierdas
radicales, ahora ecosocialistas y ecofeministas. Murió en México, en 2023.
Guillermo Almeyra, quien en México fue parte del PRT hasta el final de sus
días, volvió a la IV Internacional y quería asistir a su XVII Congreso Mundial
celebrado en 2018, pero su enfermedad se lo impidió. Nos dejó de herencia
política su Militante crítico (2013), pleno de historias y enseñanzas. Murió en
Marsella, Francia, en 2019.
Por supuesto, valora a Trotsky porque mantuvo el hilo rojo libertario del
pensamiento de Marx que casi rompen tanto la socialdemocracia como el
estalinismo inventando un marxismo dogmático y ortodoxo (o un trotskismo
ortodoxo, como el que intentó imponer Nahuel Moreno en sus seguidores).
Reivindica una militancia crítica y recomienda “huir como de la peste de las
sectas seudo trotskistas argentinas educadas en el sectarismo y el oportunismo
sin principios de Pierre Lambert o en el oportunismo pragmático y
desprejuiciado de Nahuel Moreno.” No se refiere ya al posadismo porque éste
ya no existe, aunque también cuestiona a una actual IV Internacional
federalista que sigue intentando unir el agua con el aceite…
Para él, los necesarios partidos revolucionarios nacerán de las experiencias de
los propios trabajadores, sobre todo de esos que cada vez son más: los
eventuales, informales, precarios, que carecen de organización o
representación (sindical o política), siempre y cuando se movilicen y ganen
luchas, se autoorganicen y reciban la herencia revolucionaria, luchen por
demandas de transición que eleven su conciencia y unión, por demandas
democráticas y de dignidad, que los lleve a luchar contra el sistema capitalista,
el Estado enajenado y los imperialismos.
Admite, por supuesto, que es posible apoyar a gobiernos nacionalistas
socializantes o “progresistas”, pero señala criterios para ello:
“En la línea que escribía Trotsky sobre el gobierno de Cárdenas -hasta ahora el más avanzado
de todos los gobiernos nacionalistas socializantes o “progresistas”-, apoyaré cada medida de
esos gobiernos que reduzca el poderío del capital financiero internacional y que pueda ayudar
a aumentar la autoconfianza , la autoconciencia, la organización y las condiciones generales de
vida y cultura de los trabajadores, en el sentido más amplio del término y manteniendo
siempre mi independencia política, criticaré todo lo que, por el contrario, refuerce la
explotación y la dominación capitalista, reduzca ese margen de independencia política y
organizativa, fortalezca la influencia de la ideología burguesa sobre las clases dominadas.”
Esta historia de fantasmas estaba por terminar, pero AMLO quiso apropiarse
también del fantasma del comunismo marxista.
De inmediato, lo remitió a una idea de Marx (“darle a cada quien según sus
necesidades”) pero descontextualizada: sin precisar que ese comunismo
supone terminar con el capitalismo mundial y organizar a la sociedad de tal
modo que los trabajadores asociados gestionen colectiva y democráticamente
el metabolismo de la sociedad y la naturaleza con el menor gasto energético y
garantizando una vida digna para todos.
Como la riqueza social ya no tendría la forma de mercancía/dinero, ni estaría
privatizada y concentrada en unas cuantas manos (raíz de la desigualdad
social actual), la riqueza social serían bienes con valor de uso, productos del
trabajo social, que se distribuirían de tal modo que puedan satisfacer
necesidades básicas y necesidades radicales humanizantes (de conciencia,
libertad, creatividad, socialidad), garantizando así una vida digna para todos.
Y satisfacer estas necesidades humanizantes requiere, además, un bien vital
enajenado a todos los trabajadores: el tiempo libre, de modo que la principal
riqueza del comunismo sería el tiempo libre, satisfechas sus necesidades
básicas, para satisfacer necesidades humanizantes y disfrutar la vida.
En ese sentido, el comunismo no sólo es una utopía posible por la que hay que
luchar sino una crítica radical al capitalismo.
Pero AMLO no sólo banaliza la idea del comunismo, sino que la equipara con
la del cristianismo primitivo ¡al cual conecta con el Papa de la Iglesia católica
romana!
Ante esta referencia a la Iglesia católica, seguramente los fantasmas de
Hidalgo y Morelos (excomulgados), Juárez (demonizado), Ricardo Flores
Magón (encarcelado) y José Revueltas (comunista) se desprendieron de los
carteles de la 4T y se indignaron: Hidalgo y Morelos habrían gritado: ¡Igualdad!;
Juárez: ¡Separación!; Flores Magón: ¡Libertad!
Y José Revueltas segregaría su poesía oscura para proferir una especie de
rezo sacrílego, un exorcismo contra ese “Dios en la tierra” que tan bien retrató
en su cuento sobre un maestro brutalmente empalado por los cristeros:
“Era el odio de Dios. Dios mismo estaba ahí apretando en su puño la vida, agarrando la tierra
entre sus dedos gruesos, entre sus descomunales dedos de encina y de rabia. Hasta un
descreído no puede dejar de pensar en Dios. Porque, ¿quién si no Él? ¿Quién si no una cosa sin
forma, sin principio ni fin, sin medida, puede cerrar las puertas de tal manera? Todas las
puertas cerradas en nombre de Dios. Toda la locura y la terquedad del mundo en nombre de
Dios. Dios de los ejércitos; Dios de los dientes apretados; Dios fuerte y terrible, hostil y sordo,
de piedra ardiendo, de sangre helada. Y eso era ahí y en todo lugar porque Él, según una vieja
y enloquecedora maldición, está en todo lugar...”
Es la que evoca mejor lo común del reparto y de la igualdad, la puesta en común del poder, la
solidaridad enfrentada al cálculo egoísta y a la competencia generalizada, la defensa de los
bienes comunes de la humanidad, naturales y culturales, la extensión de los bienes de primera
necesidad a un espacio de gratuidad (desmercantilización) de los servicios, contra la rapiña
generalizada y la privatización del mundo…
La lógica de la acumulación del capital exige no sólo la producción para la ganancia, y no para
las necesidades sociales, sino también “la producción de nuevo consumo”, la ampliación
constante del círculo del consumo “mediante la creación de nuevas necesidades y por la
creación de nuevos valores de uso… De ahí la explotación de la naturaleza entera” y “la
explotación de la tierra en todos los sentidos”. Esta desmesura devastadora del capital funda la
actualidad de un eco-comunismo radical.”