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«HAGA YO LO QUE EN MÍ ES»: PRECIOSA COMO


ENCARNACIÓN DEL VALOR

Steven Hutchinson

Si la cuestión del valor personal se explora en relación con casi todos los
personajes novelísticos de Cervantes, y sobre todo los femeninos, el caso de
Preciosa en La gitanilla parece paradigmático aunque, paradójicamente,
también atípico. Su nombre gitano ya da la clave de lo que representa y lo que
es, una encarnación del valor mismo. Toda esta complejísima novela reluce de
oro y plata y resuena con el bullicio de los bailes, canciones y buenaventuras,
y en el centro de todo está Preciosa. El ubicuo lenguaje económico ha susci-
tado numerosos estudios sobre diversos aspectos de la obra.1 Cómo se consti-
tuye el extraordinario valor de Preciosa es el enfoque del presente.
Igual que Leonisa en El amante liberal adquiere su máximo valor a través
del cautiverio, Preciosa adquiere el suyo por ser robada cuando era niña. En
ambos casos, por muy diferentes que sean, el personaje pasa de un mundo a
otro, y en la otredad de ese mundo extraño se acrisola su valor, en un caso
mediante el rechazo y en el otro mediante la asimilación a ese mundo dadas las
circunstancias radicalmente distintas que afectan a ambos personajes. Al des-
cubrir que en realidad no es gitana sino noble, Preciosa afirma que «siempre se
había estimado en mucho más de lo que de ser gitana se esperaba» (131). Pero
también es verdad que por haberse criado como gitana, nada tiene que envi-
diarles a las mujeres nobles: en efecto, sería imposible que una muchacha
noble criada en un entorno doméstico tuviera las cualidades y capacidades
—entre ellas su salada picardía, su encantadora desenvoltura, su asombrosa
espontaneidad, su independencia de criterio, su «libertad desenfadada» (87)—
que ha adquirido Preciosa entre los gitanos. Más que sus compañeros gitanos,
y de manera que causa admiración en todos, Preciosa tiene un dominio precoz
tanto de las artes improvisatorias practicadas por los gitanos como del arte
improvisatorio de vivir.2 Mediante la práctica de esas artes, sobre todo en casas
nobles, surge un fascinante intercambio de arte por dinero.
Creo que ciertos aspectos del valor de Preciosa derivan de la instrumenta-
lidad y simbolismo que le son atribuidos al dinero en esta obra. E insisto en
contextualizar este problema dentro de La gitanilla en vez de incurrir en espe-
culaciones desde premisas generales de la filosofía monetaria o desde consi-
deraciones históricas, porque si bien esta novela refleja ciertas condiciones
histórico-económicas de su época, su tratamiento de temas monetarios es al
mismo tiempo muy peculiar; o dicho de otra manera, aunque el dinero con su
lógica general e histórica penetra en la obra, este texto a su vez da una
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impronta bien particular al dinero, y es esta particularidad lo que en última ins-


tancia determina su propio sentido del dinero.
Ahora bien, no parece fortuito que el texto cervantino donde seguramente
más presencia tiene el dinero sea una novela sobre gitanos, una comunidad
móvil. Marx observa al respecto: «Los pueblos nómadas son los primeros en
desarrollar la modalidad del dinero, porque todo su ajuar es móvil y es por lo
tanto enajenable; y porque su modo de vida, al ponerlos constantemente en
contacto con comunidades extranjeras, solicita el intercambio de productos»
(52). En La gitanilla, el dinero parece materializarse casi de la nada. Lejos de
toda productividad de dinero, los gitanos se valen de todos sus talentos y
astucias desde las actuaciones artísticas hasta los hurtos para recaudar dinero
o cosas convertibles en dinero —dinero que luego se distribuye de forma
bastante equitativa entre ellos y, se supone, se gasta, aunque el texto habla
poco de cómo se gasta. Legítima o ilegítimamente, entonces, el dinero sale de
la sociedad sedentaria y acaba en ella, pasando por los gitanos para quienes es
su medio principal de vida y supervivencia como comunidad, y como tal
adquiere unas propiedades extraordinarias.
Entre otras cosas, las monedas son «armas» defensivas en casos de alter-
cados de tipo legal. Surge, por ejemplo, un auténtico ejemplo de wergild donde
se ofrece una cantidad de dinero para que el tío del soldado matado por Andrés
(alias don Juan) «bajase de la querella y perdonase a don Juan» (133). Por
supuesto, el que don Juan resulte no ser gitano y que la máxima autoridad en
Murcia sea su futuro suegro ayuda no poco a salvarle la vida, pero aun así es
significativo que se considere necesaria una indemnización monetaria por la
muerte del otro para pacificar al bando adversario, lo mismo que también es
significativo que sea Preciosa quien propone esta compensación.3 En general,
los gitanos saben mejor que nadie que el dinero ofrece maravillosa protección
contra la justicia («los ministros de la muerte»). Si hemos de creer a los escri-
tores de la época, era práctica corriente sobornar a los oficiales de la justicia;
el que tenía se libraba, y el que no, no.4 El refinamiento de los gitanos está en
que prevén estos gastos como aspecto normal de su oficio, como le explica a
Preciosa la «abuela» gitana:
Mira, niña, que andamos en oficio muy peligroso y lleno de tropiezos y de ocasiones
forzosas, y no hay defensas que más presto nos amparen y socorran como las armas
invencibles del gran Filipo: no hay pasar adelante de su plus ultra. Por un doblón de dos
caras se nos muestra alegre la triste del procurador y de todos los ministros de la muerte
[…] (88-89).

Sin tener que profundizar en las sutilezas numismáticas de este pasaje,


podemos observar que el recargado simbolismo de las monedas («defensas»,
«las armas invencibles del gran Filipo», «su plus ultra», «dos caras») es inse-
parable de su función objetiva (el soborno). Aquí como en toda La gitanilla se
representa el dinero de la manera más positiva imaginable.
Otro grupo de imágenes asocia el dinero con la fecundidad. Por los
encantos de Preciosa, las monedas «llueven» y «granizan» y son ellas mismas
la cosecha: «Y así granizaron sobre ella cuartos, que la vieja no se daba manos
a cogerlos. Hecho, pues, su agosto y su vendimia […]» (67).5 Todo el proceso
agrícola se comprime así material y temporalmente de modo que lluvia y fruta
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son una misma cosa, monedas de plata, y el agosto de espera se convierte


inmediatamente en septiembre de cosecha. En el mismo sentido, la casa donde
nadie tiene monedas padece de «esterilidad» (79).
Más asombrosas aun son las asociaciones entre la producción del dinero y
la reproducción de la familia sagrada en estos versos de un romance cantado
por Preciosa durante las fiestas de Santa Ana en la iglesia de Santa María:
Santa tierra estéril,
que al cabo produjo
toda la abundancia
que sustenta el mundo;
casa de moneda,
do se forjó el cuño
que dio a Dios la forma
que como hombre tuvo; (65)

Sigue desarrollándose aquí el tema de la larga esterilidad y tardía fecun-


didad de Santa Ana con el que comenzó el romance. La metáfora agrícola
cede a otra monetaria, donde la relación Santa Ana / Santa María / Jesús se
representa respectivamente por los términos casa de moneda / cuño / moneda.
Aquí no hay engendradores masculinos sino sólo producción materna, lo que
oblicuamente recuerda la etimología de la palabra «moneda» de la diosa
materna Moneta —sobrenombre de Juno—, junto a cuyo templo se acuñaba la
«moneda». Aunque se comprende el énfasis en lo materno en relación con el
culto a Santa Ana y a Santa María, no deja de ser muy atrevida la metáfora
monetaria: ¿Jesús como moneda salida del cuño de Santa María en la casa de
moneda de Santa Ana? Que yo sepa, «moneda» no figura en ninguna lista de
los nombres de Cristo, quien inició su vida pública echando del templo a los
cambistas. La analogía aparece y desaparece en un instante sin mayores con-
secuencias, pero en ese momento la monetarización literal de Dios en cierta
medida diviniza el dinero, e identifica a Jesús con lo que representa el dinero:
el valor mismo, con toda su eficacia. Cabe sospechar que las dos metáforas
correspondan entre sí no sólo por la figura de Santa Ana como «santa tierra»
y «casa de moneda» sino por la representación de Jesús como «abundancia /
que sustenta el mundo» y moneda, ya que el dinero podría considerarse esa
abundancia que sustenta el mundo.
El lenguaje del texto también sugiere una personificación del dinero. La
forma humanizada de ciertas monedas obviamente se presta a que se hagan
comparaciones, por ejemplo, entre las dos caras (de los Reyes Católicos)
estampadas en los doblones y la de Preciosa o de los oficiales sobornados.
Refiriéndose a una hoja de poesía que envuelve un escudo, Preciosa dice que
«trae dos almas consigo: una, la del escudo, y otra, la de los versos, que
siempre vienen llenos de almas y corazones» (91). En estas y otras ocasiones
se habla del dinero como si estuviera vivo, como si fuera humano.
Dentro del amplísimo panorama de actitudes tradicionales y contemporá-
neas (de principios del XVII) hacia el dinero, las caracterizaciones que hemos
visto de él en La gitanilla reflejan una visión bien peculiar y absolutamente
contraria, por ejemplo, a la consagrada tradición dentro del cristianismo que
veía el dinero como la raíz de todos los males o el oro en particular como el
«estiércol de Satanás». Aquellos manuscritos góticos de finales del XIII que
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mostraban en sus márgenes a hombres y monos defecando monedas6 serían un


antecedente más entre mil del concepto psicoanalítico —ya lejos de la noción
del pecado— que aún hoy en día considera el dinero como una forma desodo-
rizada del excremento (pecunia non olet).7 Sobra decir que el dinero en La
gitanilla no se asocia para nada ni con el pecado ni con el excremento, sino que
guarda su inocencia moral a la vez que se relaciona con la fertilidad, la pro-
ductividad y la misma divinidad. Teniendo en cuenta tanto la importancia de la
codicia y la avaricia dentro de los pecados capitales como la aparente afición
de Preciosa por el dinero, es preciso aclarar que ésta, en momentos clave, no
quiere aceptar regalos monetarios. Ninguno de los pecados tradicionalmente
relacionados con el dinero aparece en esta novela tan llena de él.
La «fertilidad» y «reproducción» del dinero en La gitanilla distan mucho
de las asociaciones presentes desde Aristóteles entre el dinero y la procreación
en el contexto de la usura. Todo tratadista sobre este tema conocía directa o
indirectamente el famoso pasaje de La política donde el filósofo clásico
condena la usura como la forma más antinatural de la crematística, que ya era
antinatural en sí.8 Que lo no natural se reproduzca como si fuera natural será el
colmo de la antinaturalidad.9 Según esta perspectiva, el dinero no tiene vida per
se y por lo tanto se calificaría no de fecundo sino de estéril. Hemos visto, en
cambio, cómo el dinero en La gitanilla —y sobre todo en su vertiente simbó-
lica— alegremente franquea los límites que la lógica le impone para asumir
cualidades propias de la vida. Pero también en un plano más objetivo, si esa
lógica nace como reacción a la usura, los gitanos cervantinos están exentos de
tal modo de pensar porque su economía no tiene nada que ver con las prácticas
usureras: el dinero en circulación pasa constantemente por sus manos y pronto
o tarde se gasta.10 Asimismo en este plano objetivo se podría decir que la
función del dinero en su economía es comparable con la de la sangre en el
cuerpo. Sin duda estos gitanos estarían de acuerdo con ese adagio de Erasmo
citado por el juez Bridoye en el Tercer libro de Rabelais, pecunia est alter
sanguis —«el dinero es otra sangre»—,11 y también con otra sentencia citada
por Bridoye, pecunia est vita hominis et optimus fidejussor in necessitatibus
—«el dinero es la vida de los hombres y la mejor garantía en sus necesidades»
(III,42,580). Al ver los medios como esencia, el dinero sería vida porque
dejaría vivir como se quisiera vivir.
Y los gitanos no quieren otra vida que la suya —ambulante, libre,
«natural», dura pero también holgada. El dinero es imprescindible porque les
proporciona los medios por los que pueden vivir y ser como quienes son. No
quieren ser payos, no tienen ambiciones de ningún ascenso social, no quieren
aparentar lo que no son. Gran parte de las parodias y sátiras sobre el dinero
desde Diego Hurtado de Mendoza hasta Quevedo versan sobre su capacidad de
socavar los valores primordiales y transgredir las distinciones sociales. Siendo
tan poderoso, cínico e incréiblemente transmutable, don Dinero reemplaza el
ser con el tener y el aparentar, acaparando para sí cualquier estatus deseado y
alcanzando cualquier cosa deseada. Desde la antigüedad hasta nuestros días se
ha observado cómo el dinero, precisamente por su aspecto impersonal y
anónimo, puede revestir a su dueño con poder, nombre social y presencia
personal. 12 Las pragmáticas protocolarias de la época de Cervantes, entre ellas
la Pragmática de tratamientos y cortesías promulgada por Felipe II en 1586,
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eran un intento de controlar las amenazas al orden social que presentaba el


dinero.13 Algo de esto se ve en otras obras de Cervantes pero no en La gitanilla,
en la que el dinero promueve sin transmutar el modo de ser de un grupo mar-
ginado que hasta tiene que pagar fianzas para asentar su aduar en las afueras de
Toledo.
En cambio, en esta novela sí hay una buena dosis de fetichismo donde se
representa el dinero con poderes intrínsecos desvinculados de los factores
sociales que le otorgaron dichos poderes. Dado que el dinero en sí no era más
que unos cuantos metales acuñados en monedas para unos fines determinados
(facilitar el cambio, etc.), el atribuirle todo tipo de poder y simbolismo como
si fuera cosa viva y autónoma lo convierte efectivamente en fetiche. El dinero
de esta manera llega a identificarse con toda la eficacia que rodea los usos que
se hacen de él, desempeñando así el papel de sujeto de sí mismo en vez de
medio o instrumento: se cree que el dinero efectúa esto o lo otro, mientras que
en realidad la gente efectúa esas cosas mediante el uso del dinero. Pero hay
diferentes especies y grados de fetichismo, siendo el máximo grado —más
allá de la personificación del dinero en poderoso caballero— la deificación del
dinero. De hecho, la literatura de esta época, sobre todo en pasajes satíricos de
escritores como Quevedo, Shakespeare y Ben Jonson, ofrece impresionantes
ejemplos que abarcan una amplia gama de variantes y graduaciones en los
que la codicia, la avaricia y la sed de poder se ven como pasiones que con-
vierten el dinero en objeto de idolatría.14 Estando estas pasiones prácticamente
ausentes en La gitanilla, el fetichismo del dinero no pertenece a esas modali-
dades ni llega a tales extremos. Se destaca más bien un tono ligero, limpio,
lúdico y alegre, muy parecido en realidad a ese fetichismo vitalista del dinero
que se encuentra en las obras de Rabelais.
Muchas veces ha sido comentada la asociación más que evidente de
Preciosa con lo económico. Ya desde el principio de la novela se nos dice que
«la abuela conoció el tesoro que en la nieta tenía», y que esta niña robada
salió «rica de villancicos, de coplas, seguidillas y zarabandas, y de otros
versos», de manera que «su taimada abuela echó de ver que tales juguetes y
gracias, en los pocos años y en la mucha hermosura de su nieta, habían de ser
felicísimos atractivos e incentivos para acrecentar su caudal» (62). Siendo un
tesoro que acrecienta el caudal de la abuela, Preciosa es un tesoro dinámico,
una inversión, un capital en movimiento, como también lo son todos los
gitanos y gitanas, aunque ella parece serlo en sumo grado. De la manera que
sea (cantando, bailando, hurtando, vendiendo, etc.), todos contribuyen a la
economía del aduar que a su vez depende de la economía de la sociedad seden-
taria mediante diversas formas de expropiación e intercambio. Estos gitanos
cervantinos tienen muy claro que su supervivencia económica no se arraiga ni
en los bienes ni en el dinero sino en su gente.
En este sentido la práctica de los gitanos concuerda con el pensamiento
económico de Martín González de Cellorigo, quien arguye que la riqueza de
los estados está en su población económicamente activa y no en la mayor o
menor cantidad de dinero de la que se pueda disponer. Este teórico deplora
toda clase de zanganería —mediante herencias, rentas, censos, dotes, créditos
usureros, etc.— junto con las actitudes sociales que la sustentan, y con vehe-
mencia critica como falsa y nociva la noción de que la riqueza se base en el
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dinero.15 Sobra decir que a Cellorigo le harían poca gracia los «oficios» infruc-
tuosos de los gitanos. Sin embargo, gracias a sus múltiples talentos y a su
relación simbiótica con la nobleza, los gitanos de esta novela se valen de sí
mismos para sobrevivir; para ellos el dinero, a pesar del fetichismo que le
rodea, no es más que un medio flexible, un instrumento ágil y móvil. Entre
ellos, quien más se luce como capital humano es Preciosa ya que por lo que
hace y por lo que es generará lluvias de dinero.
En La gitanilla el dinero y las joyas, puesto que representan el valor de
todas las cosas y son a su vez lo que más se estima en el terreno económico,
son índices del incifrable valor de la propia Preciosa. Preciosa es a lo social lo
que estos objetos valiosos son con respecto a lo económico. Muchas son las
métaforas en verso y prosa que unen a Preciosa con el dinero, los metales
nobles y las joyas. La entusiasmada doña Clara, por ejemplo, declara: «¡Éste
sí que se puede decir cabello de oro! ¡Éstos sí que son ojos de esmeraldas!»
(77); «niña de oro, y niña de plata, y niña de perlas, y niña de carbuncos, y niña
del cielo, que es lo más que puedo decir» (78). Este tipo de comparación es
muy frecuente en la literatura de la época, desde luego, pero se usa para fines
diversos desde la exaltación hasta la sátira. Cuando la poesía satírica de
Góngora o Quevedo cuenta que una «niña» es «como un oro», se envilece al
personaje femenino que se enriquece mediante favores sexuales.16 Mientras
que en un poema de Quevedo se afirma que «el dinero no tiene / alegórico
sentido» (Poesía original, nº 785), resulta que el dinero en La gitanilla, además
de funcionar como lo que es, sí tiene «alegórico sentido», un simbolismo que
apunta hacia la vitalidad misma en sus aspectos más positivos, como hemos
visto: protección, eficacia, fecundidad, procreación, vida, y sobre todo valor.
Por medio de una transferencia continua de valor que irá desde lo material
hacia lo social propiamente dicho, y más concretamente desde las piedras y
metales preciosos hacia Preciosa, se encarecerá el valor de la protagonista.
Pero como parece indicar doña Clara («que es lo más que puedo decir»),
el lenguaje metafórico queda corto con respecto a lo que quiere significar:
Preciosa siempre va creciendo «como en valor subido» (74), valiendo inde-
fectiblemente más que aquello con lo que se le compara, superando en precio
a lo que más vale en el ámbito material. Ella trasciende el valor simbólico de
la monetización del oro y dota al dinero de una plusvalía sacralizada con sólo
tocarlo.17 Más significativo aun, en uno de los pasajes clave de la novela,
Preciosa como objeto de amor se declarará incomprable tanto en el ámbito
económico («dádivas») como en el ético («promesas»), orientando así la
conducta de su amante don Juan hacia una idea de matrimonio concebido más
allá de toda compraventa:
Una sola joya tengo, que la estimo en más que a la vida, que es la de mi entereza y vir-
ginidad, y no la tengo de vender a precio de promesas ni dádivas, porque, en fin, será
vendida, y si puede ser comprada, será de muy poca estima; ni me la han de llevar trazas
ni embelecos […] Si vos, señor, por sola esta prenda venís, no la habéis de llevar sino
atada con las ligaduras y lazos del matrimonio; que si la virginidad se ha de inclinar, ha
de ser a este santo yugo; que entonces no sería perderla, sino emplearla en ferias que
felices ganancias prometen. (85-86)

Al objetivizar lo que es —virgen— en algo que tiene —la «joya» inesti-


mable, única, de su virginidad—, Preciosa desplaza el núcleo de su valor
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personal de cara al mercado del matrimonio. Así ejerce su facultad de valorarse


y disponer de sí misma como si se tratara de valorar algo suyo y disponer de
ello. Ella, innegociable, es negociante consciente del valor de lo que tiene y así
establece los términos según los cuales su valiosa e inalienable posesión no
será vendida sino empleada como inversión en una especie de mercado que
compara descaradamente con las ferias donde se centraba en aquel entonces la
práctica del capitalismo mercantil. Las «felices ganancias», imagen capitalista
por excelencia, sólo pueden referirse aquí a la reproductividad dentro de la
nueva familia.
Mucho se ha dicho y mucho más se podría decir sobre las nociones del
matrimonio en La gitanilla. Entre otras cosas, habría que tener en cuenta las
diferentes retóricas y actitudes de los hombres gitanos, de los nobles (tales
como los padres de Preciosa y la familia de don Juan), y de la propia Preciosa,
quien en primera y última instancia consigue imponer los términos por los
que la acción de la novela conduce hacia el enlace matrimonial. A grandes
rasgos, mientras que los sistemas sociales de los gitanos y de la nobleza —cada
uno a su manera— tratan a sus mujeres núbiles como piezas negociables en el
mercado del matrimonio, la precoz Preciosa se empeña en fijar ella las condi-
ciones y además encauzar la conducta de su futuro esposo. Es interesante en
este sentido ver cómo exige unas pruebas de autenticidad con respecto a la
identidad y la veracidad de su pretendiente. En el ámbito amoroso ella no se
porta de manera distinta a los joyeros o cambistas que ponen a prueba las
joyas y monedas para determinar su autenticidad. ¿Eres quien dices que eres?
¿harás lo que prometes? La palabra sometida a pruebas es lo que orienta buena
parte de la acción de la novela. Y don Juan demuestra a cada paso que está a
la altura de las circunstancias, que su palabra vale como oro.
En efecto, tanto don Juan como Preciosa se precian precisamente de ser
verdaderos: «en lo de ser mentiroso vas muy fuera de la verdad, porque me
precio de decirla en todo acontecimiento» (93). Y un poco más adelante añade:
«en todo aciertas sino en el temor que tienes que no debo de ser muy verda-
dero; que en esto te engañas, sin alguna duda. La palabra que yo doy en el
campo, la cumpliré en la ciudad o en adonde quiera, sin serme pedida, pues no
se puede preciar de caballero quien toca en el vicio de mentiroso» (94). Este
muchacho caballero no carece de otras virtudes, pero a fin de cuentas vale lo
que vale su palabra. Preciosa, por su parte, no sólo es apreciada por los demás
sino que se precia a sí misma por sus propias virtudes, entre ellas la de decir la
verdad. Ante algunas sospechas por parte de la gente reunida en casa del padre
de don Juan, una indignada Preciosa le dice a éste: «No todas somos malas
[…]; quizá hay alguna entre nosotras que se precia de secreta y de verdadera
tanto cuanto el hombre más estirado que hay en esta sala. Y vámonos, abuela,
que aquí nos tienen en poco.» Primero implícita y luego explícitamente, la
respuesta del padre asocia la cara de Preciosa con la moneda en relación con
su autenticidad y belleza: «vuestro buen rostro os acredita y sale por fiador de
vuestras buenas obras. Por vida de Preciosita que bailéis un poco con vuestras
compañeras; que aquí tengo un doblón de oro de a dos caras, que ninguna es
como la vuestra, aunque son de dos reyes» (95). Así, una vez más se nos
sugiere una homología: quizás no sea exagerado afirmar que Preciosa —móvil,
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suelta, fiadora de sí misma, bella, valiosa— funcione en el intercambio social


como las mejores monedas funcionaban en el intercambio económico.
Como se habrá notado ya en varios de los pasajes citados, el nombre
«Preciosa» da lugar a numerosos juegos de palabras —y no sólo como adjetivo
sino también como sustantivo (precio) y verbo reflexivo (preciarse). Mientras
que en otros textos cervantinos se habría dado preferencia a términos dis-
tintos,18 aquí aparecen las palabras formadas con preci— sobre todo para inten-
sificar el valor de la protagonista misma. En una ocasión, oyendo alabanzas de
su belleza, Preciosa se refiere a su propio valor en términos de «justo precio»:
«Así lo dicen […] pero en verdad que se deben de engañar en la mitad del
justo precio. Bonita, bien creo que lo soy; pero tan hermosa como dicen, ni por
pienso» (92). Al subestimar su propio valor, rebajando a la mitad su «precio»
inestimable, esta y otras muestras de modestia servirán para aumentar ese
valor, siendo la modestia una virtud nada despreciable.
Si, como ha demostrado Francisco Márquez Villanueva (84), las poesías
intercaladas en La gitanilla ofrecen claves importantes con respecto al sentido
de la obra, no deja de ser significativo que la mitad de los ocho poemas de la
novela, entre ellos los últimos dos, se centren nada menos que en el valor de
Preciosa, y que sea Preciosa misma quien reflexione sobre sí misma en el
último (121). Me limitaré a citar un par de pasajes. Una vez más surge la
modestia de la gitanilla como cuando se compara no con los metales nobles
sino con el cobre —metal de las monedas más ínfimas, ingrediente básico del
vellón:19
En este mi bajo cobre,
siendo honestidad su esmalte,
ni hay buen deseo que falte
ni riqueza que no sobre.
No me causa alguna pena
no quererme o no estimarme;
que yo pienso fabricarme
mi suerte y ventura buena.

Al final, no se quita nada de valor por reconocer su supuesto origen


humilde:
Si las almas son iguales,
podrá la de un labrador
igualarse por valor
con las que son imperiales.

Su valor se fundamenta sobre todo en el ejercicio de excelencias intrín-


secas, como dice ella en este memorable verso: «Haga yo lo que en mí es». El
planteamiento del valor propio por parte de Preciosa resulta ser plenamente
consonante con las afirmaciones de Cipión al final del Coloquio de los perros.
20

Muchos son los temas de La gitanilla, pero me inclino a creer que en el


fondo esta novela nos presenta una meditación artística sobre la cuestión del
valor personal, una exploración de las cualidades y condiciones que producen
el máximo valor en un ser humano, y una demostración de los efectos que este
valor encarnado causa en los que le rodean. Antes de que la trama de la novela
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empiece como tal, el primer tercio ofrece un retrato en vivo de Preciosa, que
sintetiza todo lo mejor y no muestra nada de lo peor de las dos culturas a las
que pertenece, y a partir de ahí el resto del texto seguirá profundizando en lo
que va a constituir el valor de este singular personaje. Al final Preciosa pro-
bablemente se diluirá entre la nobleza, sí, pero se quedará con el nombre que
adquirió entre los gitanos y que simboliza su esencia.

OBRAS CITADAS

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PARRY, Jonathan, y Maurice Bloch, eds. Money and the Morality of Exchange.
New York, Cambridge University Press, 1989.
QUEVEDO, Francisco de. La Hora de todos y la Fortuna con seso. Ed. Luisa
López-Grigera. Madrid, Castalia, 1975.
QUEVEDO, Francisco de. Poesía original. Ed. José Manuel Blecua. Barcelona,
Planeta, 1963. Vol. 1 de Obras completas. 2 vols. 1963.
QUEVEDO, Francisco de. Poesía varia. Ed. James O. Crosby. Madrid, Cátedra,
1982.
RABELAIS, François. Oeuvres complètes. 2 vols. Ed. Pierre Jourda. Paris,
Garnier, 1962.
RESINA, Joan Ramon. «Laissez faire y reflexividad erótica en La gitanilla.»
Modern Language Notes 106 (1991): 257-78.
RICAPITO, Joseph V. Cervantes’s «Novelas Ejemplares» between History and
Creativity. West Lafayette (Indiana), Purdue University Press, 1996.
SHAKESPEARE, William. The Complete Works. Ed. David Bevington y Hardin
Craig. Glenview, Illinois, Scott, Foresman and Company, 1973.
SIMONNOT, Philippe. «De Saint Augustin aux Jeux olympiques (Entretien avec
Martin Gorin).» L’Argent. Ed. Martin Gorin. Paris, Seuil, 1989. 137-50.
TER HORST, Robert. «Une Saison en enfer: La gitanilla.» Cervantes 5 (1985):
87-127.
VILAR, Pierre. A History of Gold and Money 1450-1920. Trad. Judith White.
New York, Verso, 1976.
Weber, Alison. «Pentimento: The Parodic Text of La Gitanilla». Hispanic
Review 62 (1994): 59— 75.

NOTAS
1 Entre ellos figuran los de Ruth El Saffar, Harry Sieber (en su introducción a las Novelas ejem-

plares), Robert ter Horst, Joan Ramon Resina, Georges Güntert, Alison Weber, Joseph Ricapito,
William Clamurro y Carroll Johnson.
2 En mi libro Cervantine Journeys he tratado temas tales como la comunidad móvil de los

gitanos (101-02), mujeres viajeras (103-04), las dotes improvisatorias de Preciosa (142-43) y el
aduar gitano como mundillo (180-82).
3 «Si dineros fueren menester para alcanzar perdón de la parte, todo nuestro aduar se venderá

en pública almoneda, y se dará aun más de lo que pidieren» (126).


4 Véanse, por ejemplo, las secciones VII y XIII de La Hora de todos y la Fortuna con seso de

Quevedo. La editora Luisa López-Grigera —basándose en un estudio de Antonio Domínguez


Ortiz— comenta los sobornos y «el perdón de delitos de sangre por dinero» (86).
5 Cf. este pasaje anterior: «y en tanto que bailaban, la vieja pedía limosna a los circunstantes,

y llovían en ella ochavos y cuartos como piedras a tablado, que también la hermosura tiene fuerza
de despertar la caridad dormida» (66).
6 Véase Parry y Bloch (18) y también el pasaje de Freud en la nota siguiente.

7 En su ensayo «Symbolique de l’argent et psychanalyse», Alain Gibeault pregunta: «Si le

travail clinique montre que l’argent est polysémique et renvoie tout aussi bien à l’oralité et à la géni-
talité qu’à l’analité, pourquoi l’analité apparaît-elle, autant dans la cure analytique que dans la
culture, le référent essentiel de cette symbolisation?» (52). Freud marcó la pauta desde el principio
con su insistencia en el carácter anal del dinero. Gibeault cita una carta de Freud donde se demuestra
la curiosa relación que hubo entre tradición y observación en los orígenes del psicoanálisis: «J’ai
lu un jour que l’or donné par le diable à ses victimes se transformait immanquablement en excré-
ment; le jour suivant, M. E. […] me dit tout a coup que l’argent de Louise (sa bonne et son premier
amour) était toujours excrémentiel» (53; énfasis mío). Ferenczi sigue la línea ortodoxa evidente en
este pasaje citado por Gibeault: «A ce moment-là, le symbole de l’argent est en gros parvenu au
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[11] «Haga yo lo que en mí es»: preciosa como encarnación del valor 819

terme de son développement. La jouissance liée au contenu intestinal devient plaisir procuré par
l’argent qui […] n’est rien d’autre que des excréments désodorés, déshydratés et devenus brillants.
Pecunia non olet» (56). Más acertado me parece el concepto de Lacan citado en el mismo ensayo:
«L’argent est un signifiant sans signification. Ce que le nez de chacun avait dès longtemps perçu:
Pecunia non olet» (71) —aunque el dinero es más bien polisémico que asémico. Philippe Simonnot,
en el mismo volumen, afirma que «la vulgate psychanalytique ne retient […] qu’un aspect des
choses. Il y a autre chose que l’analité dans l’argent» (138).
8 «Y muy razonablemente es aborrecida la usura, porque, en ella, la ganancia procede del

mismo dinero, y no de aquello para lo que éste se inventó. Pues se hizo para el cambio; y el interés,
al contrario, por sí solo produce más dinero. De ahí que haya recibido ese nombre [tokos, «des-
cendencia»], pues lo engendrado es de la misma naturaleza que sus generadores, y el interés es
dinero de dinero; de modo que de todos los negocios éste es el más antinatural» (1258b).
9 Uno de los tratamientos más interesantes de este tema está en The Merchant of Venice de Sha-

kespeare. En un texto lleno de juegos conceptuales, el judío Shylock justifica su usura con el
ejemplo bíblico en que Jacob le presta a Labán ovejas que se acoplan con carneros y paren corderos.
«Son tu oro y plata ovejas y carneros?», pregunta el mercader Antonio, a lo que responde Shylock
que no sabe, pero que los hace criar tan rápido como si lo fueran (I,3).
10 Más generalmente, podríamos decir que no se aplican a ellos las fórmulas desarrolladas por

Marx para definir el capitalismo: dinero que se invierte en mercancías para producir más dinero
(D—M—D), o dinero que se invierte para producir dinero con intereses (D—D).
11 Del mismo modo, en su tratado Della moneta (1586), Bernardo Davanzati caracteriza el

dinero como «la sangre que corre en las venas de la república», en palabras de Pierre Vilar (190).
Este interesante teórico cita a menudo a Diego de Covarrubias, discípulo de Martín de Azpilcueta
Navarro (véase Grice-Hutchinson 45). Creo que cada idioma y cultura de alguna forma relaciona el
dinero y la sangre, a veces de manera antitética —y a veces de manera sintética, como en el hebreo,
según Emeric Deutsch: «En effet, à côté du terme KeSseF, argent que l’on possède et que l’on
dépense, un autre terme: DaMim, désigne l’argent, véhicule d’une responsabilité, d’une obligation
à l’égard d’autrui. Ce mot DaMim est également le pluriel de DaM: ‘sang’, comme pour signifier
que cette responsabilité est corporelle et vitale, et non seulement légale. Ein lo Da Mim: il est
innocent, veut dire littéralement: ‘son sang n’est pas impliqué, il n’en est pas redevable’» (85).
12 En su introducción al volumen Money and the Morality of Exchange, Jonathan Parry y

Maurice Bloch comentan las actitudes de Simmel y Marx hacia el aspecto impersonal del dinero:
«Simmel ubica el mayor peligro del dinero tanto en su incapacidad para reconocer lo diverso como
en el hecho de que fácilmente puede llegar a considerarse el medio para todos los fines, de manera
que confiere un poder casi divino. Del mismo modo Marx habla del dinero como ‘el nivelador
radical que […] elimina toda distinción’ —ni siquiera los huesos de los santos pueden ‘resistirse a
esta alquimia’» (6) (traducción mía).
13 Explica Antonio Domínguez Ortiz: «Las diversas pragmáticas suntuarias (la última fue

promulgada en 1723) tenían una doble finalidad: de una parte, económica: limitar el lujo y el gasto
consuntivo que arruinaba a muchas familias; de otra, socioestamental: marcar las diferencias,
separar los rangos, prohibir ciertos símbolos, como la posesión de coche o el uso de vestidos muy
costosos a los estratos sociales más bajos. Impedir que por medio del dinero se abatieran barreras
divisorias que se consideraban esenciales» (159).
14 Cito como ejemplos dos pasajes de Quevedo —los tercetos del soneto «Lágrimas alquiladas

del Contento» y parte de un discurso que rezuma de antisemitismo y está puesto en boca de un judío
de Salónica—, uno de Shakespeare y otro de Jonson.
Los sacrosantos bultos estatuas adorados
Ven sus muslos raídos por el oro,
Sus barbas y cabellos arrancados.
Y el ser los Dioses masa de tesoro,
Los tiene al fuego y cuño condenados,
Y al Tonante fundido en Cisne y Toro. (ed. Crosby, nº 36)
«Hemos reconocido que no tienen comercio nuestras obras y nuestras palabras y que nuestra
boca y nuestro corazón nunca se aunaron en adorar un propio Dios. Aquélla siempre aclamó al del
Cielo, éste siempre fué idólatra del oro y de la usura. Acaudillados de Moisén cuando subió por la
Ley al monte, hicimos el oro y cualquier animal que dél se fabricase: allí adoramos nuestras joyas
en el becerro y juró nuestra codicia, por su deidad, la semejanza de la niñez de las vacadas. No
admitimos a Dios en otra moneda, y en ésta admitimos cualquier sabandija por dios. Bien conocía
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la enfermedad de nuestra sed quien nos hizo beber el ídolo en polvos» (La Hora de todos, nº 39,
193).
Thus much of this will make black white, foul fair,
Wrong right, base noble, old young, coward valiant […]
This yellow slave
Will knit and break religions, bless th’accurs’d,
Make the hoar leprosy ador’d, place thieves
And give them title, knee, and approbation,
With senators on the bench […] (Timon of Athens IV,3,28-34)
Volpone: Good morning to the day; and, next, my gold!
Open the shrine that I may see my saint.
[…] O thou son of Sol,
But brighter than thy father, let me kiss,
With adoration, thee and every relic
Of sacred treasure in this blessed room.
[…] Dear saint,
Riches, the dumb god that giv’st all men tongues,
That canst do naught, and yet mak’st men do all things;
The price of souls! Even hell, with thee to boot,
Is made worth heaven! Thou art virtue, fame,
Honor, and all things else! Who can get thee,
He shall be noble, valiant, honest, wise—
Mosca: And what he will, sir. (Volpone I,i,1-2,10-13,21-28)
15 Cito un pasaje representativo: «No podemos esperar menos en nuestra España, por ver a los

más della tan llevados de tanta vana gloria que les haze despreciar la justa ocupación de sus
personas, y no es tenido por honrado ni principal sino es el que sigue la holgura y el passeo, a que
todos aspiran por ser estimados y más respectados del vulgo, contra lo que las demás naciones
siguen y professan. De esto, se puede temer, serán causa las herencias de los rezién heredados, como
lo ha sido hasta aquí, y lo es el dinero, que ha venido de Indias, con que los nuestros han salido tan
de madre, que no siguiendo la ordenacion natural, han dexado los officios, los tratos, y las demás
ocupaciones virtuosas, y dádose tanto a la ociossidad, madre de todos los vicios. […] Esta sobervia
y vana presumpción ha destru_do esta república, y de rica y poderosa más que otra ninguna la ha
hecho pobre y falta de gente, mucho más que la peste que ha corrido» (15r). Véanse también los
folios 4r-4v, 12r y 22r.
16 Considérense, por ejemplo, los versos siguientes:

De veinte y cuatro quilates


es como un oro la niña,
y hay quien le dé la basquiña
y la sarta de granates:
tiénelo por disparates
su madre y búrlase dello; (Góngora, Letrillas, nº 14)
Galán: Como un oro, no hay dudar,
eres, niña, y yo te adoro.
Dama: Niño, pues soy como un oro,
con premio me he de trocar. (Quevedo, Poesía original, nº 663)
Compárese el lenguaje de doña Clara con estos versos de un romance burlesco de Quevedo:
díjele: -Son tus dos ojos
más hermosos y más lindos
que dos doblones de a cuatro
y tú más que un bolsón rico.
Más bellos que mil ducados
son tus cabellos y rizos,
y tu boca más preciosa
que una joya de oro fino. (Poesía original, nº 785)
Se trata, claro está, de una de aquellas damas pedigüeñas tan numerosas en la poesía de
Quevedo. En efecto, los versos siguientes son éstos: «»Si no me pidieses nada, / y me dieras lo que
pido, / tuviera yo más dineros, / y menos voces contigo.» Con sus cuantificaciones monetarias y
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[13] «Haga yo lo que en mí es»: preciosa como encarnación del valor 821

comparaciones físicas entre la mujer y lo que ésta codicia o adquiere a cambio de sus favores, el uso
paródico del lenguaje petrarquista, si bien piropea la belleza, acaba degradando a la dama misma.
Aunque ella vale «más», su valor en realidad va rebajándose en una transferencia de valor que
abarca desde el ámbito social hacia la pura materialidad.
17 Un ejemplo de lo primero: «aquí tengo un doblón de oro de a dos caras —le dice el padre

de don Juan—, que ninguna es como la vuestra, aunque son de dos reyes» (95). Y de lo segundo:
«vuélveme el escudo —le dice el enamorado Clemente—; que como le toques con la mano, le
tendré por reliquia mientras la vida me durare» (92).
18 Por ejemplo, se usa la palabra precio en su rara acepción de premio («A doquiera que

llegaban, [Andrés] se llevaba el precio y las apuestas de corredor y de saltar más que ninguno»
[108]); y aunque no es nada raro en los textos cervantinos el verbo preciarse, la insistencia con que
aparece este verbo en La gitanilla parece motivada por el nombre de la protagonista.
19 La actitud de la propia Preciosa, por cierto nada original en su época (véase, por ejemplo,

Domínguez Ortiz 301; Elliot 236; Gil Farrés 376-93), se manifiesta en el siguiente pasaje donde
explica que se perjudica la buenaventura cuando primero se hace la cruz con monedas humildes:
«Todas las cruces, en cuanto cruces, son buenas; pero las de plata o de oro son mejores; y el señalar
la cruz en la palma de la mano con moneda de cobre sepan vuesas mercedes que menoscaba la bue-
naventura, a lo menos la mía; y así, tengo afición a hacer la cruz primera con algún escudo de oro,
o con algún real de a ocho, o por lo menos, de a cuatro; que soy como los sacristanes: que cuando
hay buena ofrenda, se regocijan» (78).
20 «La virtud y el buen entendimiento siempre es una y siempre es uno: desnudo o vestido, solo

o acompañado. Bien es verdad que puede padecer acerca de la estimación de las gentes, mas no en
la realidad verdadera de lo que merece y vale.» (2,358-59)

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