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íntimos terrores, en una explosiva locura de frustración o en una átona imbecilidad en la que
Aquella noche estuve tumbado en la cama largo tiempo sin dormir, escuchando el débil
sonido de la marea, y contemplé cómo la luna se encarama en el Bein Edra. Nunca, en los
últimos veinte años, había estado tan solo, y nunca me había alegrado tanto de mi soledad.
Súbitamente, tuve una cómica visión de Atlas, cansado de cargar el mundo en sus hombros, y
dispuesto a soltarlo y dejar que emprendiera una loca carrera, a su aire. Ahora, el gigante
flexionaba sus envarados músculos y se preguntaba por qué diablos había llevado durante
tanto tiempo tan ingrata carga. Sin embargo, lo que Atlas haría con su libertad era harina de
Sentía súbitamente agudo dolor por la inocencia perdida a lo largo de la vida. Sin embargo, no
Sólo una cosa puedo afirmar con certeza. A partir de aquel instante, la conciencia de la
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los sueños. Era yo un hombre que huía, un hombre que huía del pasado y de un amenazador
futuro, un hambre que huía de una identidad que, de repente, me parecía desastrosa,
convalecencia, ni de lo peligroso que era para cuantos estaban en relación conmigo. Y ahora
me siento culpable, y mis sentimientos de culpabilidad son especialmente intensos por cuanto
cielo sobre mi cabeza había cambiado, y creí que también yo había cambiado.