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Me sorprendí en trance de preguntarme cómo terminarían mis

íntimos terrores, en una explosiva locura de frustración o en una átona imbecilidad en la que

me limitaría a sobrevivir, sin esperanzas, atrapado en la desolación por mí mismo buscada.

Aquella noche estuve tumbado en la cama largo tiempo sin dormir, escuchando el débil

sonido de la marea, y contemplé cómo la luna se encarama en el Bein Edra. Nunca, en los

últimos veinte años, había estado tan solo, y nunca me había alegrado tanto de mi soledad.

Súbitamente, tuve una cómica visión de Atlas, cansado de cargar el mundo en sus hombros, y

dispuesto a soltarlo y dejar que emprendiera una loca carrera, a su aire. Ahora, el gigante

flexionaba sus envarados músculos y se preguntaba por qué diablos había llevado durante

tanto tiempo tan ingrata carga. Sin embargo, lo que Atlas haría con su libertad era harina de

otro costal, algo que decidiría otro día.

Sentía súbitamente agudo dolor por la inocencia perdida a lo largo de la vida. Sin embargo, no

por ello perdí el aguijón de la curiosidad, ni la costumbre de formular preguntas indirectas

para enterarme de algo.

Sólo una cosa puedo afirmar con certeza. A partir de aquel instante, la conciencia de la

realidad quedó alterada, y comencé a vivir difícil pero apasionadamente en la dimensión ce

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Librodot El verano del Lobo Rojo Morris West

los sueños. Era yo un hombre que huía, un hombre que huía del pasado y de un amenazador
futuro, un hambre que huía de una identidad que, de repente, me parecía desastrosa,

incompleta y desequilibrada. Buscaba una imposible novedad en mi ser. Y si no la

encontraba, estaba dispuesto a convertirme en mitómano, y a crearla yo mismo. Me entregaría

a todo género de impresiones y experiencias. Me apoderaría de todos los símbolos que

encontrara en mi camino, y los incorporaría a una cosmogonía de ilusiones particulares. No

me daba cuenta de lo enfermo que estaba, de lo vulnerable que era en mi imaginaria

convalecencia, ni de lo peligroso que era para cuantos estaban en relación conmigo. Y ahora

me siento culpable, y mis sentimientos de culpabilidad son especialmente intensos por cuanto

al llegar a aquel extraño lugar me entregué inmediatamente al espejismo de la inocencia. El

cielo sobre mi cabeza había cambiado, y creí que también yo había cambiado.

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