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Carcajadas de calaveras
en Jorge Ibargüengoitia y en José Guadalupe Posada
Adelia Lupi
Istituto "Giorgione", Castelfranco Véneto

Los muchos crímenes, y en tan lóbrego medio, relatados en la novela Las muertas
(1977) por el mexicano Jorge Ibargüengoitia (1928-83), si, en lugar de hoy, hubiesen
sido cometidos en el México de entre los dos siglos, seguramente habrían sido materia
de muchas Gacetas callejeras, aquellas hojas sueltas en las que se relataban hechos
clamorosos, y habrían sido también tema de los grabados de aquel extraordinario
ilustrador de su época que fue José Guadalupe Posada (1852-1913).
Sobrepasando, con la potente eficacia de su dibujo expresionista ante litteram, a los
textos ingenuos, sensacionalistas, a menudo moralísticos, pero al mismo tiempo
también satíricos de los redactores de los corridos, o sea de los romances populares,
Posada representó, en sus cerca de 15.000 grabados, todos los aspectos de su tiempo,
o sea la época porfirista: la bonita sociedad, los representantes de todas las clases so-
ciales, monstruos, temblores de tierra, calamidades, milagros, tragedias, asesinos,
motines callejeros, personajes políticos, fusilamientos, etc., ahondando con el paso del
tiempo su gracia socarrona y su gusto feroz por la provocación. Por esto, aquellos
asesinos, aquellas imágenes violentas, aquellos puñales y aquellas torvas miradas,
aquellas calaveras con dentaduras carcajeantes, aquellos esqueletos suyos vestidos con
toda clase de detalles y ejerciendo cada uno un papel en la vida, quizás puedan muy
bien encontrarse también hoy en el "profundo" México, así como en cualquier lugar
donde pobreza, sufrimiento, superstición, abuso y corrupción reinan aceptados o
padecidos.
Inspirándose en hechos criminales realmente acontecidos, pero reorganizándolos
con experta dosificación para hacer de ellos la materia del espacio de esta novela, con
Las muertas Ibargüengoitia nos introduce en el cerrado espacio de unos pueblos ais-
lados en el interior mexicano; y en el interior de estos espacios cerrados, dentro del
aún más reducido mundo de una serie de burdeles. Porque es ante todo una sensación
de clausura y de prisión la que impregna todas estas páginas escritas aparentemente
con fría objetividad.
Las hermanas Baladro, Arcángela y Serafina (irónica la elección de los nombres), se
dedican al negocio de la prostitución y son las dueñas, o más bien las "madrotas" de
tres burdeles: el de la Calle del Molino en Pedrones, México Lindo en San Pedro de
las Corrientes, y, por último, el Casino del Danzón en Concepción de Ruiz. Tienen
apoyos del torpe capitán Bedoya, algo así como "director intelectual", y protecciones
influyentes de los magnates que cuentan, gracias también a las "entregas" que ellas
pagan "para estar en paz con el municipio, los policías" (p. 190) etc. Pero, por una
serie de accidentes, la fortuna les da la espalda, sobre todo cuando al nuevo gober-

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nador del Plan de Abajo "le pasa por la cabeza en ciento cuarenta años de vida inde-
pendiente de prohibir la prostitución" (p. 62) dentro de su Estado. Por esta Ley de
Moralización, confiando en que las casas vuelvan a funcionar gracias a las gestiones
legales que inician para obtener la revocación de la orden de clausura, las hermanas
toman la decisión de hacer creer que se marchan; en realidad, "la solución que adop-
taron fue ilegal pero sencillísima: salir de un burdel clausurado para entrar en otro
burdel clausurado ... en donde podrían pasar dos o tres meses sin que nadie las viera"
(p. 86). Y van a vivir en secreto al Casino del Danzón, llevando consigo a veintiséis
mujeres.
Empieza así para estas emparedadas vivas un período de voluntario u obligado en-
cierro que dura trece meses (entre 1962 y 63), durante los cuales el número de las
mujeres se reduce a nueve: once, vendidas a otros burdeles; seis mueren, y son ente-
rradas de cualquier manera en el patio, o por accidentes dentro del casino, o por falta
de curas, o alcanzadas por escopetazos en sus tentativas de evasión. La punición para
los culpables llega finalmente después de regular proceso.
Dentro de una absoluta falta de cromatismo, como fotografías en blanco y negro de
fuertes contrastes, y con un estilo que oscila desde el impersonal, característico de la
crónica periodística, al indiferente de los sumarios judiciales, al vehemente propio del
estallido de pasiones elementales en un mundo de miedo, miseria e ignorancia an-
cestrales, el reiato introduce así ai lector en ia sórdida inmovilidad del más "profundo"
México.
Relaciones de noticias, hipótesis, interrogatorios, confrontaciones de testigos y
recuerdos de los distintos protagonistas: es todo un material casi de archivo, que en
realidad anticipa, pospone, fragmenta, admite por hipótesis, une magistralmente y, en
el conjunto, da una estructura y fija, en fin, toda la concatenación de ¡os hechos. Y
estos hechos giran siempre dentro o alrededor de este casino donde "todos los cuartos
dan al corredor y recuerdan, más que un lupanar, un convento" (p. 58). La equivalen-
cia entre burdel y convento sugerida por el autor llega a propósito en esta comunidad
de mujeres dirigida por una rígida disciplina, donde el hombre es ajeno, porque los
clientes, aun en la pluralidad de sus intervenciones, no participan en su vida. Isla de
mujeres entre mujeres, "uno es lugar del amor profano; el otro del amor sagrado. En
su unión de deseo y de placer, la semejanza; los dos son espacios de clausura, de
huida, de rechazo del cuerpo femenino [...] Y porque lugares de rígida clausura, bur-
del y convento están destinados a la infracción, al episodio cruento, a la violación del
orden impuesto."
Y por ser tales, lugares destinados a llenar muchos espacios novelísticos. Pero
desde la literatura sobre los lupanares o los conventos, la novela Las muertas se aleja
porque no quiere ser denuncia ni fascinada intrusión en lugar prohibido. El relato sen-
cillamente "cuenta", anónimamente; el autor interviene sólo con hipótesis: "Ls posible
imaginarlos: los cuatro llevan anteojos negros ..." (p. 9), "... podemos imaginar al
capitán Bedoya montado en otro caballo ..." (p. 39), "Parece que los hermanos
Zamora estaban parapetados en unas macetas." (p. 79) "Podemos suponer entonces
que cuando las Baladras abrieron ia puerta ..." (p. 129), "Así pudo ser." (p. 131), etc.

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Como escribe Angelo Morino, "la novela sustenta sin tregua lo posible. A pesar de
todo, una relación estable parece enlazar lo cotidiano y lo ficticio. La fragmentación
de lo vivido encontraría su equivalente en la fragmentación de la novela, los vacíos en
los vacíos, las hipótesis en las hipótesis, porque lo cotidiano tampoco puede ya darnos
certidumbres...".
La rebuscada falta de introspección nos hace pensar en personajes con una
psicología elemental y torpe, en vidas primitivamente guiadas por instintos no con-
trolados, y atadas a pocos objetos: "... un Divino Rostro en la puerta, una jarra de
vidrio pintado, una cabeza de indio piel roja de barro, un calendario que representa el
rapto de la Malinche, la fotografía de una amiga, una plancha eléctrica, etc." (p. 58). Y
dentro de este espacio cerrado nunca sopla una, aunque presumible, nota de sereno y
descansado recreo, o de belleza, o de risas. Sólo alguna alusión a los mariachis, al
baile, a las cintas en el pelo; y un breve testimonio, al final, que es también la única
nota cómica de la novela, puesta en boca de don Gustavo Hernández: "En el momen-
to en que pisaba yo el interior de aquel lugar todo me parecía bonito: el decorado, las
mujeres, la música. Hice de todo: bailé, bebí, platiqué y ninguna de las mujeres que
pasaron por allí entre 57 y 60 se me escapó. Regresaba a mi casa rayando el sol.
'¿Dónde estuviste?' me preguntaba mi mujer. 'En una junta de Acción Católica.'
Nunca me creyó. Durante años sospechó que yo tenía una amante. No sabe que la
engañé con cuarenta y tres." (188)
Pues bien, es este episodio, tal vez, el único enlace, o guiño cómico, que une Las
muertas a la primera novela de Ibargüengoitia, Los relámpagos de agosto (1964) , y a
su demás producción novelística y teatral.
Se dudaría en reconocer al mismo autor en estas dos novelas tan distintas. Pero no
se trata aquí de un estilo que en Las muertas ha ido perdiendo color (hay trece años
de distancia entre las dos novelas), para retratar una impiadosa y descarnada ob-
jetividad. Estas son dos obras perfectamente emblemáticas de la coexistencia de
opuestas vertientes tanto en el autor Ibargüengoitia como en el espíritu mexicano.
Así, mientras Las muertas remiten al primer Posada de los asesinatos, monstruos,
escándalos, diablos e imágenes milagrosas, etc., precisamente porque la falta de sen-
sacionalismo rebuscada por Ibargüengoitia en esta novela hace que el lector imagine
las escenas en los tintes más espeluznantes, Los relámpagos de agosto, más eficaz-
mente quemante, está poblada de un sinfín de esqueletos, sobre todo de militares,
que llenaron hasta la obsesión la madurez artística de Posada.
La sorprendente actitud de los mexicanos hacia la muerte no es culto a la muerte,
como muchos la entienden equivocándose, sino una actitud para agasajar a los muer-
tos, Y, como escribe Antonio Rodríguez en su ensayo, Posada: el artista que retrató a
una época, "Posada tampoco festejó la muerte. La despojó de su trágica solemnidad
[...] Imposibilitado de igualar a todos los seres humanos en la tierra, los niveló en la
muerte", en un basurero común. Si el trágico y majestuoso tema de la Muerte, en la
Edad Media, no quería tanto nivelar a justos y a pecadores, sino se proponía de in-
citar a los pecadores a ser buenos, "la advertencia de Posada va sobre todo dirigida a
los poderosos. La acompaña, a modo de coro, una carcajada brutal, agresiva y
sarcástica." Continúa Antonio Rodríguez: "Llegado al apogeo de su genio creador,

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Posada anuncia la rebeldía que bulle en su espíritu, y en todo el país, ... y dispara las
primeras balas de la Revolución." El muere el 20 de enero de 1913.
La convivencia de tragedia y de caustica ironía, de drama y de humor negro, así
como ocupa todo el espacio literario de Ibargüengoitia, ocupó también el espacio
artístico de Posada, y resulta ser la expresión no contradictoria, sino más original y
auténtica de aquella inconfundible medcanidad que contemporáneamente presenta la
dúplice cara de dramatismo y de saber burlarse de sí misma; de negra visión de la
realidad y de sátira mucho más mordaz y corrosiva que cualquier crítica moralizadora.
A la obtusa y sórdida inmovilidad de Las muertas se opone en Los relámpagos de
agosto el arrebatado y estrambótico dinamismo de un grupo de militares y de políticos
que, cuando muere un presidente de la república, traman para conservar los
privilegios y los golosos cargos públicos. No consiguiendo sus fines con el nuevo presi-
dente, se lanzan a una nueva revolución. Se alude a la revolución del 29 y "a los varios
alzamientos, pronunciamientos y magnicidios de los jefes de las distintas facciones
revolucionarias que se contendieron por el poder, en la primera década de gobierno
de la posrevolución; ramalazos esporádicos, que cada facción consideraba
revoluciones en embrión.'
La de Los relámpagos de agosto es una atolondrada revolución que cómicamente
fracasa por los divertidos contratiempos y errores, por la confusa organización, por la
desbaratada estrategia, por la facilidad de ias tropas de "desertar al enemigo" (140),
de "dispersarse en la noche" (p. 143), por la desbandada final. Es una revolución
hecha en los ferrocarriles, y urdida en reuniones en los grandes hoteles con solemnes
borracheras, en lujosas mansiones de estilo morisco o andaluz, en burdeles donde se
pasa Ja noche "en sano esparcimiento" (p. 68).
La novela es el relato memorialístico de un fanfarrón general de división,
Guadalupe Arroyo, que quiere puntualizar cómo han ido los hechos para negar las
acusaciones de las que es objeto; se declara víctima ya que "ha sido vilipendiado,
vituperado y condenado al ostracismo" (p. 9), proclama "sus principios de hombre
moral y su integridad de militar revolucionario y mexicano" (p. 45), y denuncia a los
traidores de la Patria. Hilarante muestra de "machismo", Arroyo quiere también la
paz del hogar que no vacila dejar para celebrar sus éxitos con alegres mujeres y abun-
dantes comidas: "me desprendí inmediatamente de los brazos de mi señora esposa,
dije adiós a la prole, dejé la paz hogareña y me dirigí al Casino a festejar" (p. 12).
Cuando el clima político se vuelve inseguro, traslada a Ciudad Juárez a su numerosa
prole y a su señora esposa, que es "espejo de mujer mexicana."
Estos caudillos cruzan continuamente la frontera en el Río Grande en los dos sen-
tidos: hacia el norte, como traidores, cuando el viento es contrario, y hacia el sur,
como héroes, cuando el viento de la capital se muestra favorable. En el interés de su
"Patria tan querida" (p. 19), Arroyo considera una chanza a la Magna Carta, a la
Cámara como "muy espantadiza y que hace lo que le ordena el primer bragado que se
presenta" (p. 27), a los diputados "una sarta de mentecatos" (p. 28), y falsa a toda la
miríada de partidos (los distintos FUC, PUC, MUC, etc.). Con mano de hierro y
capricho fácil, cuando pasa por las armas incluso a quien sencillamente le enoja, el
general Lupe Arroyo en su alterna fortuna, en esta zarzuela épico-cómica punteada

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por volubles cambios de decisiones suyas y de sus compañeros y por los frecuentes
pasos de la amistad al odio y viceversa, sabe demostrar también su comprensión del
alma humana y su capacidad de perdonar, porque está convencido de "que el
compañerismo puede más que ninguna de las bajas pasiones que se agitan en el pecho
de los militares" (p. 56). Cuando se lanza con coraje contra el enemigo, los hace
"pedazos en menos que canta un gallo" (p. 102). Cómicas son también las acusaciones
del tribunal de guerra: "Me acusaron de todo: de traidor a la Patria, de violador de la
Constitución, de abuso de confianza, de facultades y de poderes, de homicida, de per-
juro, de fraude, de pervertidor de menores, de contrabandista, de tratante de blancas
y hasta de fanático católico y cristero" (p. 148). Pero queda siempre la posibilidad de
huida a Estados Unidos donde Arroyo pasa "los ochos años más aburridos" de su vida,
y de regresar después a México como héroe: "No nos ha ido mal" concluye (p. 151).
"Reverso humorístico de la ritualizada novela de la revolución mexicana", según
dice la introducción, Los relámpagos de agosto obtuvo el Premio de la Casa de las
Américas en 1964. Además de obra maestra del humor, la novela es un caso literario
sorprendente por su fuerza satírica entre tanta literatura comúnmente dramática
sobre el largo período revolucionario en México. Con su negra sonrisa, Ibargüengoitia
acaba, de una vez, cerrando aquel género novelístico sobre la revolución mexicana
que nos había acostumbrado a tonos sólo dramáticos y serios. La tendencia de los
muchos novelistas de enfrentarse con modelos casi siempre trágicos nos había hecho
ver sólo un semblante de aquella cara mexicana que, por el contrario, tanto Ibargüen-
goitia como Posada demuestran que es dúplice. Por esto, todas estas calaveras
militares, que juegan su propio papel tanto en la vida como en la guerra, no pueden es-
conder la macabra carcajada de sus dientes llenos de gusanos.
Tanta mordacidad, al mismo tiempo, puede resultar irritante a los que estiman
únicamente las vertientes épicas o dramáticas. Así Marta Portal, no comprendiendo
que el blanco sobre el cual Ibargüengoitia dispara con su pluma envenenada es el
fenómeno siempre actual y difuso del caudillismo militar y de la corrupción política
en cualquier tiempo y lugar, acusa al autor de "degradación del ideal revolucionario
[...] Ibargüengoitia violenta, fuerza, extraña, altera y exagera la expresión primera de
la novela de la Revolución" y la novela es sólo "una bufonada irreverente."
Pero hay que considerar también que cuando cierta materia épica pertenece ya al
pasado, como señala ítalo Calvino "el momento de la sátira es siempre un momento
de madurez. A cada literatura épica sigue, antes o después, su misma parodia, y eso
corresponde a una nueva etapa histórica, a la necesidad de mirar al pasado con ojos
nuevos. Añade Calvino: "Este libro puede constituir un primer paso hacia una direc-
ción llena de promesas."
Y en realidad siguió este camino Jorge Ibargüengoitia en sus demás novelas y obras
teatrales, pero no pudo completar su vocación literaria.
Su prematura y trágica muerte le unió una vez más a Posada: dos simpáticas son-
risas de "calaveras del montón".

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NOTAS
1 Jorge Ibargüengoitia: Las muertas. Cito por la I a edición española (1983), Barcelona: Argos Vergara.
2 Angelo Morino: Nota en: Jorge Ibargüengoitia, Le morte (1979: 167-168). Torino: La Rosa. (La
traduccción es mía).
3 Ibíd.,p. 166.
4 Jorge Ibargüengoitia: Los relámpagos de agosto. Cito por la l s edición española (1964), Barcelona:
Argos Vergara.
5 Antonio Rodríguez, Posada "el artista que retrató a una época" (1977: 27). México: Domes.
6 Marta Portal, Proceso narrativo de la revolución mexicana (1980: 271). Madrid: Espasa-Calpe.
7 ¡bíd., p.273.
8 ítalo Calvino, introducción a Jorge Ibargüengoitia, Le folgori d'agosto (1973: X), Florencia: Valiecchi.
(La traducción es mía).

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