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EL SERMÓN DEL MONTE


Ciudadanos de un reino celestial
Mateo 5:1-12

El texto de Mateo 5—7 ha sido llamado «El discurso supremo de la literatura mundial», «El manifiesto
del Rey», «La guía de la vida devota», «La gran carta de la iglesia» y «La Constitución del Reino de los
Cielos». La mayoría de nosotros lo conocemos por un término utilizado por Augustino en el siglo cuarto:
«El Sermón del Monte». Miles y miles de libros, artículos, sermones y lecciones se han basado en el
mismo. Muchos lo consideran como la máxima expresión de cómo debe vivirse la vida.
Lamentablemente, el Sermón del Monte no es solamente la más conocida de todas las enseñanzas de
Jesús, también es probablemente la menos comprendida y casi ciertamente la menos obedecida. Al
comenzar a estudiar este sermón, oro para que la serie le ayude a entenderlo mejor. Espero incluso que
le motive a obedecer sus preceptos (vea Mateo 7.24–27).

PREPARACIÓN PARA NUESTRO ESTUDIO


Algunas aclaraciones
Antes de ir a Mateo 5.1–12, es necesario que proporcione un contexto. Permítame comenzar con unas
aclaraciones. En primer lugar, quiero enfatizar que el Sermón del Monte no constituye la suma total de
todo lo enseñado por Jesús. En Mateo 5—7 se abordan muchos temas vitales, sin embargo, no podemos
quedarnos con esos capítulos y desechar el resto de las enseñanzas de Jesús.
Algunos parecen pensar que todo lo que nos debe preocupar es el Sermón del Monte. Con una
elocuencia falsa dicen: «A mí no me preocupan las nimiedades con las que los predicadores desvarían.
Creo que basta con vivir de acuerdo al Sermón del Monte». A veces dan la impresión de que «vivir de
acuerdo al Sermón del Monte» es un asunto sencillo. Cuando lo hacen, me pregunto si en serio han leído
el sermón (por ejemplo, vea 5.39).
La omisión más evidente en el sermón lo constituye el evangelio, las buenas nuevas de la muerte de
Jesús por nuestros pecados. Charles R. Erdman hizo la siguiente observación perspicaz sobre el Sermón
del Monte:

Establece las leyes fundamentales del Reino, sin embargo, aparte de la verdad de la
persona divina y obra redentora de Cristo, llenaría el corazón del que escucha con
desconcierto y desesperanza.

Erdman señaló que si este sermón fuera la única Escritura que tuviéramos, todos quedaríamos
condenados —porque revela un ideal divino y una norma de conducta perfecta. Nadie puede tan siquiera
considerar alcanzar este estándar sin ayuda divina.
Repito, por lo tanto, que el Sermón del Monte no es la suma total de todo lo que enseñó Jesús. Es un
resumen maravilloso de lo que implica ser ciudadano del reino de Cristo, sin embargo, no abarca todo lo
que necesitamos saber como Sus seguidores.
En segundo lugar, el objetivo principal de Jesús no era hacer regresar a Sus iguales judíos a los
fundamentos de la ley de Moisés. Algunos insisten en que el sermón no es más que el esfuerzo de Jesús
por restaurar preceptos antiguotestamentarios. Es cierto que el sermón fue predicado a judíos en
momentos en que el Antiguo Testamento estaba vigente. No nos sorprende, por lo tanto, encontrar en él
citas antiguotestamentarias (vea 5.21) y referencias a prácticas antiguotestamentarias tales como traer
una ofrenda al altar (vs. 23, 24). Sin embargo, tenemos que entender que, aunque no ignoró el pasado,
Jesús estaba inaugurando un camino para el futuro. Repase el capítulo 5 y observe la frecuencia con la
que dijo: «Oísteis que fue dicho […] pero yo os digo» o palabras similares (vs. 21, 22, 27, 28, 33, 34, 38,
39, 43, 44). Jesús no apeló a la autoridad de Moisés, sino a Su propia autoridad (vea 7.28, 29).
En tercer lugar (y tal vez lo más importante), el Sermón del Monte no está presentando una meta
imposible. Algunos han rechazado el sermón como un ideal inalcanzable, insinuando: «¿Para qué
intentarlo?». Otros han sugerido que la intención de Jesús jamás fue que las exigencias del sermón
aplicaran a las personas en el siglo XXI. Dicen que las instrucciones radicales de Jesús iban dirigidas
únicamente a los discípulos de Su tiempo y así prepararlos para un reino terrenal que esperaba establecer
pronto. Tal sugerencia es insultar tanto a Cristo (en vista de que lo presenta como ignorante de los planes
de Dios) y al Espíritu Santo que inspiró la Palabra (ya que sugiere que Su revelación no es para todas las
épocas).
Es cierto que muchos de los principios que se encuentran en el Sermón del Monte son difíciles de
seguir en el vivir diario. Reconozco que no estoy viviendo según los estándares del sermón. Lucho con
muchos de los requisitos de Cristo y sé que todavía estaré luchando con ellos al final de mi vida en la
tierra. No quiero decir con ello que las exigencias del sermón sean imposibles o que no debamos hacer
lo que podamos por vivir según sus normas. Les hacemos a nuestros oyentes un flaco favor cuando
«diluimos» los principios del Sermón del Monte. Considere las siguientes observaciones de G. K.
Chesterton con respecto a Mateo 5—7:

… la primera vez que lo lee siente como que todo se vuelve al revés, sin embargo, la
segunda vez que lo lee se da cuenta que pone todo en su lugar. La primera vez que lo lee
siente que es imposible, la segunda vez, siente como que ninguna otra cosa es posible.

En esta serie de lecciones, el reto será que cada uno de nosotros haga lo posible para cumplir con
las exigencias descritas en el Sermón del Monte. Cuando así lo hagamos, tenemos que pedirle a Dios
fortaleza y coraje para ser lo que debemos ser y hacer lo que debemos hacer. Luego, después de haber
hecho todo lo posible, pero aún faltándonos, tenemos que encomendarnos a la gracia y misericordia de
Dios.

Análisis
Se podrían analizar otros asuntos preliminares. Por ejemplo, algunos se preguntan si el Sermón del
Monte en Mateo 5—7 y el Sermón del Llano en Lucas 6 son el mismo sermón. Hace años, la mayoría
creía que eran dos sermones separados y distintos. Hoy en día, es más común escuchar que son dos
narraciones del mismo sermón. No es una interrogante que podemos resolver ni es importante que la
resolvamos. Sean o no los dos el mismo sermón, hay suficientes similitudes entre ellos como para que
aprovechemos su comparación. Nos centraremos en el relato de Mateo, sin embargo, de vez en cuando
me referiré a la narración de Lucas.
Es imprescindible que digamos al menos algo más con respecto al trasfondo. Al preparar estas
lecciones, estuve consciente del peligro de examinar en exceso el texto en lugar de dejar que las palabras
de Jesús hablen por sí mismas. Tomar una flor de entre las demás e inspeccionar cada pétalo destruye la
flor y destruye su belleza. Examinaré el texto, sin embargo, oro para que mis observaciones no desvirtúen
las palabras de Jesús. Más bien, espero que arrojen luz al texto, para que su belleza y poder sean evidentes.
Trataré de no decir todo lo que se puede decir sobre los capítulos. Si algo he aprendido al leer lo que
otros han escrito sobre el Sermón del Monte, es lo siguiente: Siempre hay algo más que decir acerca de
este sin igual tratado.
La anterior es suficiente información preliminar por ahora. Nos referiremos a asuntos relacionados
cuando analicemos los primeros versículos de Mateo 5.
PREPARACIÓN PARA EL SERMÓN (5.1, 2)
Contexto
Mateo 5 comienza con estas palabras: «Viendo la multitud, subió al monte» (v. 1a, b). La multitud
que Jesús vio es mencionada en el último versículo del capítulo anterior. «Y le siguió mucha gente de
Galilea, de Decápolis, de Jerusalén, de Judea y del otro lado del Jordán» (4.25).
En Mateo 4, leemos acerca del comienzo de lo que se ha llamado «El gran Ministerio Galileo», el
período de un año y medio de duración a mitad del ministerio terrenal de Jesús. Jesús había estado
predicando en la provincia de Judea (vea Juan 3.22–24), sin embargo, cuando «Jesús oyó que Juan [el
Bautista] estaba preso [vea Mateo 14.3], volvió a Galilea» (Mateo 4.12). Galilea fue donde Jesús había
pasado los primeros treinta años de Su vida. Después de Su regreso a esa provincia, llamó a hombres
para que fueran discípulos a tiempo completo (vs. 18–22). Viajó por «toda Galilea, enseñando en las
sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el
pueblo» (v. 23). El centro del mensaje de Su reino decía «Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha
acercado» (v. 17). Pronto «le siguió mucha gente de Galilea» (v. 25a). Al ver las multitudes, Jesús «subió
al monte» (5.1b). Tal vez deseaba alejarse de la multitud, o tal vez simplemente deseaba un sitio mejor
desde el cual poder dirigirse a Sus oyentes.
No sabemos a qué «monte» «subió» el Señor. Un lugar tradicional es Los cuernos de Hattin, sin
embargo, no podemos estar seguros de que este fuera el lugar. La palabra traducida como «monte» (oros)
también puede significar «colina». (La misma palabra griega se usa en 5.14, que habla de «una ciudad
asentada sobre una colina»; NASB). El artículo definido («al») antes de «monte» no quiere decir
necesariamente algún monte específico o notoriamente conocido. De acuerdo con el léxico de Joseph H.
Thayer, la terminología solamente indica «el monte más cercano al lugar del que se habla, o el monte
cercano». El sermón fue predicado probablemente en algún lugar en las elevaciones escarpadas que se
elevan claramente al oeste del Mar de Galilea.
Volviendo al texto, leemos, «y sentándose, vinieron a él sus discípulos» (v. 1c, d). Sentarse era la
postura habitual de la enseñanza formal (vea 13.2; 23.2; 24.3; 26.55). El maestro solía sentarse en las
sinagogas judías (vea Lucas 4.20). Observe que el texto dice que «vinieron a él Sus discípulos». El
siguiente versículo dice que Él «les enseñaba». De acuerdo con el relato de Lucas, Jesús seleccionó a los
doce apóstoles justo antes de este sermón (vea Lucas 6.12–16). Si tal es el caso, el sermón podría ser
pensado como «una sesión de orientación para los apóstoles recién nombrados». Sin embargo, Jesús tenía
otros discípulos además de los Doce (vea Lucas 10.1). Un discípulo es alguien que sigue a un maestro
para aprender. Los discípulos de Mateo 5.1 se habían unido, hasta cierto grado, a Jesús. Eran estudiantes
serios.
En cierto sentido, el sermón del Monte es para todos, porque Jesús desea que todos sean Sus
discípulos. Al final del sermón, nos enteramos de que la multitud estaba presente mientras Jesús enseñaba
(ver 7.28—8.1). En el sentido más amplio, sin embargo, solamente los que son discípulos de Jesús pueden
comprender, aceptar y seguir los preceptos del sermón. En otra parte, Jesús señaló: «… separados de mí
nada podéis hacer» (Juan 15.5).
Tenga el trasfondo en mente. Jesús encontró un lugar adecuado para sentarse. Entonces Sus discípulos
(los que eran serios sobre el aprendizaje) se sentaron a Su alrededor. Por último, de pie detrás de los
discípulos había una multitud, personas que tenían más curiosidad que deseo por comprometerse. La
multitud siguió creciendo a medida que Jesús hablaba.

El discurso
El pasaje luego dice que «[Jesús] abriendo su boca les enseñaba, diciendo» (Mateo 5.2). La frase
«abriendo Su boca» quiere decir más que «abrir Su boca para poder hablar». La frase era un «hebraísmo
[expresión hebrea], que indica que las palabras no eran palabras casuales, sino propias de una voluntad
y propósito establecidos». Jesús «les enseñaba, diciendo» —y Su discurso magistral fluyó.
Jesús había enseñado con anterioridad lo siguiente con respecto al reino que pronto establecería:
Desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los
cielos se ha acercado (4.17).

Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el


evangelio del reino… (4.23).

El tema del reino siguió siendo central en la enseñanza de Jesús en Mateo 5—7. Observe la frecuencia
con que aparece en el sermón el término «reino» (5.3, 10, 19, 20; 6.10, 13, 33; 7.21). Sobre todo, observe
el contexto de cada una de esas referencias. Cuando estudiemos el sermón, aprenderemos la naturaleza
del reino (espiritual, no físico) y el tipo de compromiso que requiere el Rey (total). Sobre todo,
aprenderemos lo que supone ser un ciudadano en el reino de Cristo: quién es un ciudadano del reino
celestial y qué hace.
Algunos autores sugieren que lo que viene después de Mateo 5.1, 2 no es un sermón, sino una
recopilación de las enseñanzas de Jesús, recogidas y ordenadas por Mateo. Si aceptamos el relato de
Mateo, no hay por qué llegar a esa conclusión. «Mateo presenta el sermón como un discurso particular,
que tiene lugar en un determinado momento y lugar» (ver 5.1; 8.1). Sin embargo, probablemente sea
cierto que tenemos una versión condensada del sermón. (En Su forma actual, se necesitan solamente de
diez a quince minutos para leerlo en voz alta). Incluso, es posible que de vez en cuando Jesús tomara un
descanso y que Su enseñanza se diera durante un período prolongado de tiempo. Algunos prefieren
llamarle a Mateo 5—7 «La enseñanza de colina». Creo que estos tres capítulos de Mateo son un sermón
real predicado por Jesús a Sus discípulos, escuchado por la multitud y, finalmente, dirigido a todos los
que estén dispuestos a entregar Su vida a Él.

PREPARACIÓN PARA LA CIUDADANÍA (5.3–12)


En el resto de esta lección introductoria, probaremos un poco de lo que nos espera, mirando
brevemente la primera sección del sermón, las Bienaventuranzas:

Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.

Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.

Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.

Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos
es el reino de los cielos.

Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase
de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande
en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros (5.3–
12).
Hay ocho bienaventuranzas. La forma de expresión utilizada («Bienaventurados los/sois») no es poco
frecuente en la Biblia, sin embargo, en ninguna otra parte en las Escrituras encontramos «una serie tan
larga y cuidadosamente construida como en este caso».
Ignorando por el momento el hecho de que la octava bienaventuranza es ampliada, hay tres partes en
cada bienaventuranza: una bendición, un rasgo y una recompensa. Por ejemplo, la primera comienza con
una bendición: «Bienaventurados…». Luego, da un rasgo propio de los ciudadanos del reino celestial:
«pobres en espíritu». Finaliza con una recompensa prometida: «de ellos es el reino de los cielos». En este
breve resumen, estudiaremos las Bienaventuranzas mirando las tres partes de una en una.

La bendición
«Bienaventurados» se traduce de la palabra griega (makarios), la cual quiere decir «bendito» o «feliz».
«Presenta a alguien al que se debe felicitar, alguien cuyo lugar en la vida es envidiable». Algunos dicen
que Dios no desea que Sus hijos sean felices, sin embargo, tal es una mentira del diablo. Dios no colocó
a la pareja original en un barrio infestado de ratas ni en un pantano lleno de enfermedades, sino en un
paraíso. (Fue el pecado lo que trajo dolor y angustia al mundo). Podemos traducir legítimamente
makarios como «feliz», siempre y cuando no definamos la palabra «feliz» con la superficialidad que el
mundo lo hace. Ralph Sweet señaló que hay dos maneras para tratar de encontrar la felicidad. La primera
es probar cultivar un entorno que satisfaga todos los deseos propios. Es la manera del mundo, una forma
destinada al fracaso. La segunda es cultivar los rasgos de la personalidad que le permitan a una persona
ser feliz en cualquier entorno. Este es el enfoque de las Bienaventuranzas.

Los rasgos
¿Qué rasgos de personalidad necesitamos para ser bienaventurados y felices?

 Necesitamos ser «pobres en espíritu», conscientes de nuestra pobreza espiritual.

 Necesitamos «llorar» por nuestra miseria espiritual.

 Necesitamos ser humildes y «mansos», dispuestos a rendirnos a Dios y Su Palabra.

 Necesitamos tener «hambre y sed de justicia», tener un deseo abrumador por ser llamados justos
por el Señor.

 Necesitamos ser «misericordiosos», estar más preocupados por los demás que por nosotros
mismos.

 Necesitamos ser «de limpio corazón», con un corazón puro y limpio y centrado en las cosas de
Dios.

 Necesitamos ser «pacificadores» que activamente buscan la paz con los demás y con Dios.

 Necesitamos mantenernos fieles a Cristo cuando padezcamos «persecución por causa de la


justicia».

Desde el inicio del Sermón del Monte hasta el final, Jesús dejó claro que los ciudadanos de Su reino
han de ser diferentes a los del reino de Satanás. Se ha sugerido que la idea clave del sermón se encuentra
en Mateo 6.8, donde dice: «No os hagáis, pues, semejantes a ellos». John R. W. Stott escribió así:
No hay un solo párrafo en el Sermón del Monte del que no se extraiga este contraste
entre los estándares cristianos y no cristianos […]. He aquí un sistema de valores
cristianos; una norma ética; una devoción religiosa; una actitud para con el dinero y la
ambición; un estilo de vida y una red de interrelaciones —todo discrepando totalmente
del mundo no cristiano.

En ninguna parte se ve este contraste más claramente que en las Bienaventuranzas. Jesús dijo:
«Bienaventurados los pobres en espíritu». El mundo dice: «Bienaventurados los ricos y orgullosos».
Jesús dijo: «Bienaventurados los que lloran». El mundo dice: «Bienaventurados los que no tienen razón
para llorar». Jesús dijo: «Bienaventurados los mansos» y humildes. El mundo dice: «Bienaventurados
los fuertes y poderosos que pueden imponer su voluntad sobre los demás». Jesús dijo: «Bienaventurados
los que tienen hambre y sed de justicia». El mundo dice: «Bienaventurados los que pasan su vida
luchando por todo lo que esta vida puede dar». Jesús dijo: «Bienaventurados los misericordiosos». El
mundo dice: «Bienaventurados los que pueden vengarse cuando piensan que han sido maltratados». Jesús
dijo: «Bienaventurados los de limpio corazón». El mundo dice: «Bienaventurados los que piensan que la
pureza ya no importa, que satisfacer los deseos propios es lo más importante». Jesús dijo:
«Bienaventurados los pacificadores». El mundo dice: «Bienaventurados los que luchan —¡y ganan!».
Jesús dijo: «Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia». El mundo dice:
«Bienaventurados los que pueden evitar la persecución, y bienaventurados son en especial los
suficientemente fuertes como para ser los perseguidores».

Los galardones
Cada bienaventuranza termina con un galardón anticipado. Los ciudadanos fieles del reino de Cristo
tenemos las siguientes promesas:

 «… de ellos es el reino de los cielos».

 «… ellos recibirán consolación».

 «… ellos recibirán la tierra por heredad».

 «… ellos serán saciados».

 «… ellos alcanzarán misericordia».

 «… ellos verán a Dios».

 «… ellos serán llamados hijos de Dios».

 «… de ellos es el reino de los cielos»; su «… galardón es grande en los cielos».

Algunos de los galardones parecen enfocarse en esta vida, mientras que otros parecen estar más
dirigidos a la vida venidera. Permítame sugerir que cada bendición tiene un cumplimiento parcial aquí y
un cumplimiento completo en la vida venidera. Robert H. Mounce escribió lo siguiente:

Aunque la máxima expresión de cada bendición espera el día de la reivindicación final,


las bendiciones mismas serán experimentadas y disfrutadas en el presente. El tiempo
futuro de los versículos 4–9 resaltan una certeza y no necesariamente un tiempo de
espera.
No piense en un cumplimiento parcial ahora y en un cumplimiento completo más tarde como
conceptos mutuamente excluyentes, sino como en dos partes de la misma bienaventuranza. Imagine
como que durante toda su vida ha deseado ir a un lugar hermoso. Ha visto fotografías del lugar y ha
soñado con ir ahí. Finalmente, decide hacer el viaje. A medida que va viajando, el paisaje que le rodea
se vuelve más y más hermoso, más y más como lo que ha estado esperando. Por fin, da vuelta en una
esquina, ¡y ahí está! Ha llegado a su destino, ¡y es aún más hermoso de lo que podía imaginarse! Para el
ciudadano fiel del reino de Cristo, la vida es «el viaje», y la muerte es «dar vuelta en la esquina».
Permítame sugerir el cumplimiento parcial y final de los galardones de las bienaventuranzas:

 «Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos». Ahora pueden
convertirse en ciudadanos del reino de Cristo (la iglesia) y pueden anticipar una eternidad en el
cielo mismo.

 «Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación». Aquí son consolados por
habérseles perdonado sus pecados. Después de esta vida, serán consolados en la presencia de
Dios.

 «Bienaventurados los mansos [y humildes], porque ellos recibirán la tierra por heredad». Pueden
disfrutar de las verdaderas bendiciones de esta vida y algún día habitarán «la nueva tierra» (el
cielo).

 «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados». En esta
vida terrenal, son nutridos con la Palabra de Dios y el cuidado providencial de Dios. En la vida
venidera, sus almas conocerán la satisfacción absoluta en el cielo.

 «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia». Aquí los


misericordiosos reciben misericordia de parte Dios y a veces la reciben de los demás. Por
supuesto, la máxima expresión de la misericordia divina será la salvación eterna en el cielo.

 «Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios». Ahora ven a Dios con el ojo
de la fe, sin embargo, le verán cara a cara en el cielo.

 «Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios». Hoy son hijos
de Dios en Su familia, la iglesia. Algún día el proceso de adopción se completará en el cielo.

 «Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino
de los cielos». Pueden regocijarse ahora porque son perseguidos por la causa de Cristo. Sobre
todo se regocijan porque Jesús prometió que el galardón de ellos en el cielo será grande.

CONCLUSIÓN
E. Stanley Jones escribió: «En estos tiempos modernos, los hombres no tienen necesidad de nada,
como sí de una filosofía básica de vida». Usando la analogía de un barco de vela, Jones sugirió que el
hombre moderno se ha soltado de los cables que una vez lo mantuvieron seguro. Ha echado por la borda
su carta de navegación, su brújula, su volante y todo concepto en cuanto a un destino final. Se ha
declarado «¡libre!». Jones llegó a la conclusión de que, después de haber tomado ese rumbo, las personas
son «libres de todo —todo, excepto las rocas, las tormentas y la locura insoportable de ser arrojados de
ola en ola de meras y vanas emociones». El Sermón del Monte puede suministrar la «filosofía básica de
la vida» que tan desesperadamente necesitan las personas. Entienda que el sermón no es solamente un
ideal para ser admirado. Ni siquiera es un estándar por el cual hemos de medir nuestras vidas. Se trata de
la Palabra de Cristo que es «viva y eficaz» (Hebreos 4.12) y que Él espera que Sus discípulos obedezcan
(vea Mateo 7.24–27).
Regrese al contexto del sermón. Jesús está sentado y enseñando. Agrupados en torno a Él, están Sus
discípulos, los deseosos por aprender y hacer los que se les pida. Alrededor de ellos está la multitud,
compuesta por aquellos que están escuchando, curiosos y tal vez incluso sorprendidos, pero a quienes el
sermón causa poco impacto. ¿En qué grupo se encuentra usted?, ¿entre los discípulos o entre la multitud?
Si está entre la multitud, oro para que usted decida, antes de que termine nuestra serie, formar parte del
selecto grupo de discípulos de Jesucristo.
EL SERMÓN DEL MONTE
“Glorifiquen a vuestro Padre […] en los cielos”
Mateo 5:13-16

Esta lección es sobre una de las posesiones más valiosas e importantes que usted tiene. Es algo que
todos tenemos. Lo tengo yo y usted también. Independientemente de qué más podrían poseer o no, todos
lo poseen. Incluso si usted lo vende, todavía lo tiene. Después de su muerte, sigue vivo. Estoy hablando
de su influencia.
Muchos pasajes hablan de la necesidad de una influencia positiva, de la importancia de ser un buen
ejemplo. Jesús nos dejó ejemplo para que siguiéramos Sus pasos (1 Pedro 2.21; vea Juan 13.5). Pablo
trató de ser siempre un buen ejemplo (vea Filipenses 3.17) y alentó a Timoteo y a Tito hacer lo mismo
(1 Timoteo 4.12; Tito 2.7). A las esposas creyentes se les insta a ganar a sus esposos incrédulos con su
ejemplo de fidelidad (1 Pedro 3.1, 2). No obstante, ningún otro pasaje habla tan claramente del poder y
propósito de la influencia como lo hace el texto de la presente lección.
En la lección anterior, examinamos brevemente las Bienaventuranzas (5.3–12). Las declaraciones de
Jesús nos dan los rasgos básicos de un ciudadano del reino celestial. Cuando era un adolescente, fui
miembro de los Boy Scouts (organización de muchachos exploradores) de los Estados Unidos. Tuvimos
que aprender la Ley Boy Scout, que declara que un boy scout es digno de confianza, leal, servicial,
amigable, cortés, amable, obediente, alegre, ahorrador, valiente, limpio y reverente. Las
Bienaventuranzas pueden considerarse como «La ley del ciudadano celestial». Un ciudadano del reino
celestial es pobre en espíritu, llora por Sus pecados, se rinde ante Dios, desea estar bien con Dios, es
misericordioso con los demás, es de corazón limpio, procura la paz con Dios y con los demás y se goza
de cuando incluso es perseguido.
Después de contemplar los rasgos de un ciudadano del reino de Cristo, podemos hacer preguntas como
«¿Qué sentido tiene poseer estas cualidades?» y «¿Cuál es el objetivo o propósito de esta clase de
persona?». El texto que nos ocupa responde tales preguntas: Las personas con los rasgos mencionados
son «la sal de la tierra» y «la luz del mundo», y todo lo que hagan será para gloria de Su Padre que está
en los cielos.
En la presente lección examinaremos primero el texto, Mateo 5.13–16. Luego, mencionaremos varias
lecciones que todos necesitamos aprender.

ANALICEMOS EL TEXTO (5.13–16)


La sal de la tierra (v. 13)
Jesús comenzó diciendo: «Vosotros sois la sal de la tierra» (v. 13). En los versículos 13 al 16, utilizó
dos elementos comunes tanto en el mundo antiguo como en el moderno: la sal y la luz. Estos dos
elementos son necesarios para la vida. El senador romano Plinio (62–115 d. C.; aprox.) escribió: «Nada
es más útil que la sal y la luz del sol».
En los días de Jesús, la sal tenía muchos usos. Se usaba como pago por servicios. Era uno de los
elementos de algunos medicamentos y se usaba para descongelar el hielo. Fue parte de los sacrificios
levíticos (Levítico 2.13). «Las enciclopedias dicen que la sal tiene alrededor de 14,000 funciones». Sin
embargo, muchos autores creen que Jesús tenía en mente dos funciones básicas de la sal: como
condimento y como conservante.
La mayoría de nosotros usamos sal para sazonar los alimentos. Sin sal (o un sustituto de la sal),
algunos alimentos son muy insípidos. En Job, leemos: «¿Se comerá lo desabrido sin sal?» (6.6). Pablo
se refirió a la función saborizante de la sal cuando retó a sus lectores, diciéndoles: «Sea vuestra palabra
siempre con gracia, sazonada con sal» (Colosenses 4.6a).
Cuando Cristo dijo que Sus discípulos son la sal de la tierra, estaba hablando bien de Sus seguidores
y despectivamente de la tierra. Sin Jesús, la vida en la tierra no tiene brillo, es sosa y aburrida. Muchos
no-cristianos no se dan cuenta del vacío que hay en sus vidas al apresurarse de una actividad a la otra y
no tomar tiempo para reflexionar. Algún día, cuando se ven obligados a reducir la velocidad por
enfermedad o cercanía de la muerte, tendrán que hacerle frente a lo vano de sus existencias. Una buena
relación con Jesús es lo único que puede traer entusiasmo genuino y duradero a sus vidas.
Sin embargo, cuando Cristo dijo: «Vosotros sois la sal de la tierra», es probable que tenía en mente
principalmente las cualidades conservantes de la sal. En los días antes de la refrigeración, se usaba la sal
para retrasar la descomposición de la carne. Los pescadores galileos salaban lo que capturaban. Cuando
yo era niño en Oklahoma y la carne no se consumía fresca, se usaba la sal para ayudarla a durar más
tiempo. De la misma manera, los cristianos ayudan a conservar este mundo. La presencia de diez almas
justas habría evitado la destrucción de Sodoma y Gomorra (Génesis 18.32). Hoy en día, la presencia de
hombres y mujeres justos desacelera el deterioro de este mundo de pecado y le da tiempo de arrepentirse
antes de que la tierra sea finalmente destruida (2 Pedro 3.10).
Las palabras de Jesús sugieren que el mundo se está deteriorando. Es natural que la carne se
descomponga cuando no se le pone atención y es lo que naturalmente le sucede al mundo cuando se le
abandona a su suerte. ¿Qué tan corrupto puede volverse el mundo? Lea Romanos 1.18–32 y 2 Timoteo
3.1–5; o simplemente mire a su alrededor. ¿Nota que los estándares morales han bajado, que hay carencia
general de honestidad, menos diligencia en el trabajo, más impiedad? Alguien dijo que si tomamos en
cuenta la naturaleza del mundo, no es sorprendente que sea muy malo. Más bien, es sorprendente que
haya algo bueno en el mismo. Permítanme sugerir que lo «poco bueno» en el mundo se debe a la
influencia de Jesús y el ejemplo de Sus seguidores.
Volviendo al texto de nuestro estudio, leemos: «… pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será
salada?» (Mateo 5.13b). Para entender la pregunta de Jesús, tenemos que saber algo acerca de la sal de
Sus días. No era el cloruro de sodio refinado que usamos muchos de nosotros hoy en día. La sal de
Palestina «procedía principalmente de los cristales recogidos del residuo de agua evaporada tomada del
Mar Muerto». Esta sal se componía de una variedad de productos químicos más impurezas. Si era
expuesta a la humedad, el cloruro de sodio podría desprenderse. Atrás quedaba una masa de sal con poco
sabor y sin capacidad para conservar. Podríamos pensar en ella como «sal insípida». En este contexto, el
Señor se estaba refiriendo probablemente a los ciudadanos de Su reino que pierden las cualidades
mencionadas en las Bienaventuranzas. Gracias a Dios que es una diferencia entre el hombre y la sal. Los
cristianos «sin sal» pueden arrepentirse, volver a Dios y recuperar su «salinidad».
¿Para qué es buena la «sal insípida»? Jesús dijo: «No sirve más para nada, sino para ser echada fuera
y hollada por los hombres» (v. 13c). Cuando algunas cosas pierden su propósito principal, todavía son
buenas para algo. Cuando una flor muere, deja de proporcionar belleza, sin embargo, puede ser arrojada
a la tierra o sobre residuos orgánico y usarse para alimentar el suelo. No es así con «sal insípida». Si se
coloca sobre terreno fértil, esteriliza el suelo. En otra ocasión, Jesús dijo: «No puedes usarla ni como
tierra ni como fertilizante. La gente simplemente la echaba fuera» (Lucas 14.35a, b; SEB). ¿A dónde la
echaban? Sobre los caminos que entrecruzaban los campos. Ahí no haría ningún daño y ahí era «hollada
por los hombres».
¿Cómo describió Jesús a un cristiano que ha perdido su influencia para bien? Jesús dijo que no sirve
para nada. D. A. Carson señaló que el verbo griego que se traduce como «se desvaneciere» se usa cuatro
veces en el Nuevo Testamento. Dos veces se refieren a la sal, sin embargo, en las otras dos veces «tiene
su significado más común que es “volver o volverse insensato”». Carson dijo: «Es difícil no llegar a la
conclusión de que los discípulos que pierden su sabor están de hecho quedando en ridículo». ¡Qué triste!

La luz del mundo (vs. 14–16)


La analogía de la sal se centra principalmente en el lado negativo de la influencia cristiana. En el
versículo 14, Cristo regresó a lo positivo. En este versículo, tenemos «una de las declaraciones más
sorprendentes y extraordinarias que se han hecho sobre el cristiano»: «Vosotros sois la luz del mundo»
(v. 14a). La Biblia enseña que Dios es luz, pues dice: «Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él» (1
Juan 1.5). Jesús dijo de sí mismo: «Yo soy la luz del mundo» (Juan 8.12a; vea 9.5; 12.35, 46; Mateo
4.16). Ahora, usando la misma terminología, dijo a Sus discípulos: «Vosotros sois la luz del mundo».
Como hijos de Dios y como discípulos de Jesús, debemos «[resplandecer] como luminares en el mundo»
(Filipenses 2.15).
Entendemos, por supuesto, que cualquier luz que poseamos no procede de nosotros mismos. Nuestra
fuerza viene del Señor. Nuestra luz no es sino reflejo de la de Él. Pablo escribió a los cristianos de Éfeso,
diciéndoles: «Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de
luz» (Efesios 5.8). Subraye la frase «en el Señor», solamente «en el Señor» podemos ser luces. Después
de que Jesús dijo: «Yo soy la luz del mundo», dijo: «… el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que
tendrá la luz de la vida» (Juan 8.12; énfasis nuestro).
¿Qué hace la luz? Su objetivo principal es disipar la oscuridad. ¿Qué dice del mundo la declaración
de Jesús en Mateo 5.14? Declara que el mundo está en tinieblas. Al mundo no le gusta admitirlo; a las
personas les gusta decir: «Vivimos en la era de la iluminación». Sin embargo, mire la confusión del
mundo acerca de dónde vino la humanidad, de por qué está aquí la humanidad y acerca de adónde va la
humanidad —interrogantes con respuestas claras en la Biblia. La mente mundana tiene puesto un velo
de oscuridad. Parte de esa oscuridad es el resultado de ignorar la luz, especialmente la luz de la Palabra
de Dios, y otra parte es el resultado de rechazar conscientemente la luz.
Nuestro reto como cristianos es disipar toda la oscuridad que podamos. Una forma de hacerlo es
mediante la enseñanza y predicación de la Palabra de Dios, quien es luz (Salmos 119.105). El objetivo
de nuestro texto, sin embargo, es que lo anterior debe ir acompañado de vivir la Palabra. «La buena
palabra sin el buen andar es vana».
¿Nos apreciarán aquellos en el mundo cuando brillemos en la oscuridad? Unos pocos lo harán, ¡gracias
a Dios por esos pocos!, sin embargo, muchos no lo harán. Uno de los resultados que se dan de disipar la
oscuridad es la exposición; a la luz brillante, vemos las cosas como realmente son. Pablo escribió que
«… todas las cosas, cuando son puestas en evidencia por la luz, son hechas manifiestas» (Efesios 5.13a).
Esto incluye exponer lo horrendo del pecado y el mundo detesta esto. Jesús dijo:

… la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus
obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la
luz, para que sus obras no sean reprendidas (Juan 3.19, 20).

El conflicto entre los «hijos de luz» (Efesios 5.8) y los hijos de las tinieblas es inevitable, porque la
vida de los verdaderos hijos de Dios constituye una amonestación silenciosa contra aquellos cuyas vidas
son impías, lo cual puede dar lugar a la persecución (Mateo 5.10–12).
Sin embargo, la luz no solamente expone lo horrendo. Proporciona la iluminación necesaria para
corregir lo que es horrendo. No se limita a disipar la oscuridad. Muestra el camino que los hombres
necesitan seguir. ¡Por lo tanto, el Señor les insta encarecidamente a Sus seguidores: «Así alumbre vuestra
luz…» (v. 16a)!
Jesús usó dos ejemplos para destacar la importancia de dejar que nuestra luz brille. La primera es «una
ciudad asentada sobre un monte». Dijo: «una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder» (v.
14b). En esos días, las ciudades se construían sobre áreas elevadas por al menos dos razones. Una era
por razones agrícolas, a saber: evitar usar tierras que podrían ser cultivadas. La otra era por razones de
defensa: una posición elevada era más fácil de defender. En Palestina había muchas ciudades así, por lo
que es posible que hubiere una a la vista de la audiencia de Jesús y que Este la señalara en este punto de
Su sermón. La idea principal de Jesús con esta ilustración es simple: Así como una ciudad sobre un monte
no puede ocultarse, nuestra luz cristiana no ha de ocultarse. Debe resplandecer, eliminando las tinieblas.
La segunda ilustración de Jesús comienza con estas palabras: «Ni se enciende una luz y se pone debajo
de un almud» (v. 15a). La palabra «luz» se refiere a las lámparas de esos días, un cuenco lleno de aceite
de oliva, a menudo lo suficientemente pequeño como para caber en la mano. El borde del cuenco era
generalmente ondulado de un lado para sostener una mecha.
La palabra que se traduce como «almud» se refiere a un gran recipiente de medición de esos días, sin
embargo, no es importante precisar la clase de recipiente. La ilustración se refiere simplemente a algo
que podría cubrir una lámpara. En otras ocasiones, Jesús habló de la locura de esconder una luz debajo
de la cama (vea Marcos 4.21; Lucas 8.16) o de simplemente ocultarla (Lucas 11.33). Tomando prestada
la terminología del versículo 13, la luz que se oculta es una luz que no sirve para nada. La «sal insípida»
no tiene uso, lo mismo sucede con «la luz sin lumbre».
Si las personas no encendían una luz para ponerla debajo del almud (o en un armario o en un sótano),
¿qué hacían con ella? Jesús dijo que la ponían «… sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en
casa» (Mateo 5.15b). «El candelero» era cualquier lámpara que se colocaba en algún lugar elevado y así
iluminar el contorno. El pie podía ser de metal o madera, o podría ser un estante sencillo o hendidura en
la pared. En esos días, la mayoría de las casas tenían una sola habitación, por lo que incluso una pequeña
lámpara alumbraría «a todos los que están en casa».
Jesús estaba preparado para hacer énfasis en la necesidad que teníamos de dejar que nuestra luz
brillara. Dijo: «Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras»
(v. 16a, b, d). No hay nada de malo en permitir que otros conozcan lo que hacemos por el Señor, siempre
y cuando no lo hagamos para que las personas nos glorifiquen y alaben. El siguiente capítulo de Mateo
comienza con estas palabras: «Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos
de ellos» (6.1). La luz no tiene como propósito llamar la atención sobre sí misma, sino llamar la atención
a lo que ilumina. Cuando entro en una habitación a oscuras y enciendo la luz, no vuelvo los ojos a la luz.
Más bien, veo lo que la luz revela de la habitación.
Jesús dijo que nuestras luces deben brillar con un propósito en mente: «Así alumbre vuestra luz delante
de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos»
(5.16; énfasis nuestro). Jesús hizo muchos milagros, sin embargo, los hizo «para que» los que los vieran
glorificaran a Dios (vea Mateo 9.8; 15.31). Los apóstoles no hicieron ningún esfuerzo por ocultar sus
obras, sin embargo, los hicieron «para» que las personas aceptaran a Cristo y glorificaran al Padre (vea
Hechos 2.43; 5.12). Frank L. Cox escribió: «Los discípulos deben evitar dos extremos: la ostentación
(Mateo 6.1), y la timidez. La luz no hace escándalo, pero tampoco trata de ocultarse».
Lo que hacemos como cristianos jamás debe ser para promocionarnos a nosotros mismos, sino para
glorificar a nuestro Padre celestial. Pablo dijo: «… hacedlo todo para la gloria de Dios» (1 Corintios
10.31). Cuando Pedro escribió acerca de los talentos que Dios nos ha dado, resaltó que habíamos de
usarlos «… para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio
por los siglos de los siglos. Amén» (1 Pedro 4.11c).

APRENDAMOS DEL TEXTO


Cuando examinamos Mateo 5.13–16, hicimos unas cuantas aplicaciones durante el estudio; sin
embargo, pueden extraerse muchas lecciones del texto que nos ocupa. Permítame enumerar algunas de
ellas. Varias se superponen, sin embargo, todas son importantes.

Nuestra relación con la sociedad


Una interrogante que ha preocupado a cristianos por muchos años ha sido «¿Cuál debería ser nuestra
relación con la sociedad?». Miramos a nuestro alrededor a un mundo cada vez más impío y nos
preguntamos qué debemos hacer. Algunos han respondido a la pregunta diciendo: «Dejen la sociedad.
Aíslense del mundo y tengan poco o nada que ver con él». No fue lo que respondió Jesús. Este dijo, en
efecto: «Quédense en la sociedad, pero como sal y luz».

El efecto que tenemos sobre la sociedad


Alguien podría cuestionar: «¿Quedarnos en la sociedad? Pero es que el mundo está cada vez más
corrupto y envuelto en tinieblas. ¡Ciertamente no hay nada que podamos hacer para revertir ese
proceso!». Si las palabras de Jesús en Mateo 5.13–16 quieren decir algo, es que los cristianos pueden
tener un efecto positivo sobre la sociedad. Como sal, los cristianos fieles pueden minimizar el deterioro
moral y espiritual y, como luz, pueden disipar la oscuridad espiritual. Pese a que somos una minoría y
seamos perseguidos (vs. 10–12), no estamos indefensos ni somos impotentes.

Es necesario que nos distingamos


Para tener el efecto deseado sobre el mundo, tenemos que ser diferentes del mundo. Tenemos que ser
distintos, «sin mancha del mundo» (Santiago 1.27). Si la sal tuviera la misma composición química de
la carne, no podría evitar que la carne se descomponga. Si la luz fuera igual a la oscuridad, no disiparía
la oscuridad. Muy a menudo hoy en día, la línea divisoria entre cristianos y no cristianos se ha vuelto
borrosa. Hay una lagartija llamada camaleón que tiene la capacidad de cambiar de colores para
confundirse con el fondo. Tenemos muchos «cristianos camaleones» que están tratando de mezclarse
con el mundo. A pesar de que estamos «en el mundo» (Juan 17.11), no hemos de ser «del mundo» (vs.
14, 16).

Es necesario que seamos osados


Como se ha señalado, la intención del Señor no era que nos separáramos de la sociedad. Durante la
época de Jesús, había una secta de esenios que se llamaban «los hijos de la luz». Sin embargo, algunos
de ellos se habían separado de la sociedad y vivían en un gueto en el lado oeste del Mar Muerto. La luz
de ellos no tenía ninguna posibilidad de brillar en el mundo. Usted y yo no podemos irnos a ese extremo,
sin embargo, es posible limitar nuestra actividad como sal y luz en los servicios en el edificio de la iglesia.
Jesús no dijo: «Vosotros sois la sal de la iglesia», sino «Vosotros sois la sal de la tierra». Poner la sal en
un barril y la carne en otro no tendría ningún efecto conservante en la carne. Para conservar la carne, la
sal tiene que estar donde está la carne.
Para tener una influencia en la sociedad, es necesario un poco de osadía. Necesitamos ser sal
dondequiera que nos encontremos: en un mercado, hablando con un vecino o amigo, tratando a las
personas que conocemos. Tenemos que dejar que nuestra luz brille todo el tiempo y en todas partes. Una
canción de niños dice: «Ilumina el rincón donde te encuentres». Ilumina tu hogar. Ilumina tu barrio.
Ilumina el lugar de trabajo. Ilumina la escuela a la que asistes. Con valentía «ilumina en el rincón donde
te encuentres».

Una responsabilidad personal


La siguiente lección debería ser evidente, sin embargo, aún así vale la pena mencionarla: Lo que Jesús
deseaba era que todos los cristianos fueran sal y luz. Algunos piensan que no ejercen ninguna influencia.
Mantienen que «nadie presta atención a lo que hacen o dicen». A George W. Bailey le agrada decir: «El
más pequeño de los cabellos proyecta una sombra. La más pequeña de las piedras arrojada en el agua
hace ondas. De la misma manera, todos ejercemos influencia».
¿A quién le dijo Jesús: «Vosotros sois la sal de la tierra» y «Vosotros sois la luz del mundo»? No
dirigió tales declaraciones a filósofos griegos ni a líderes romanos. No dirigió las palabras a los educados
y cultos de Palestina. (Los judíos de Judea consideraban a los galileos ignorantes e incultos [vea Juan
1.46].) Jesús dirigió Sus declaraciones a personas ordinarias: pescadores sin educación, agricultores y
gente de pueblo. En efecto, declaró que todo cristiano —repito, todo cristiano— es sal de la tierra y luz
del mundo. En el texto griego, tanto en el versículo 13 como en el versículo 14, hay un énfasis en la
palabra «vosotros». Es como que si Jesús les dijera a todos los que le siguen, «¡Ustedes —todos ustedes
y solamente ustedes— son sal de la tierra y luz del mundo!».

«Una etiqueta de advertencia»


Algunos productos están marcados con etiquetas que advierten que algunos ingredientes en estos
productos pueden ser peligrosos para la salud. La descripción que hace Jesús de Sus discípulos en cuanto
a ser la sal y la luz viene inmediatamente después de Sus palabras acerca de la persecución (5.11, 12).
Los versículos 11 y 12 son, en efecto, una etiqueta de advertencia que dice que ser sal y luz puede ser
peligroso para nuestra salud física. Como se ha señalado, la luz expone los defectos e imperfecciones y
al mundo eso no le agrada. En vista de que, por su misma naturaleza, la luz es obvia y puede verse, el
mundo conoce el origen de su molestia. En lugar de corregir sus defectos y ocuparse de sus
imperfecciones, al mundo le resulta más fácil tratar de apagar la luz. ¿Quiere decir esto que debemos
ocultar nuestra luz? ¡No! Jesús desea que seamos conscientes del peligro, sin embargo, el reto que nos
da se mantiene igual, diciendo: «Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras
buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos».

CONCLUSIÓN
Ni usted ni yo recibiremos un cumplido mayor o un mayor desafío que el que encontramos en las
palabras de Jesús: «Vosotros sois la sal de la tierra. . . Vosotros sois la luz del mundo» (Mateo 5.13, 14a).
¿Se imaginan el impacto que causaría en el mundo si todos los que dicen seguir a Jesús cumplieran estas
funciones? Un dicho antiguo afirmaba: «Si la iglesia realmente caminara a la altura de su vocación por
un día entero, el mundo se convertiría al caer la noche». ¡Que Dios nos ayude a todos ser «la sal de la
tierra» y «la luz del mundo»!
EL SERMÓN DEL MONTE
Jesús, el Antiguo Testamento y usted
Mateo 5:17-20

Hemos llegado a una nueva sección del Sermón del Monte (5.17–48). En la sección sobre las
Bienaventuranzas (5.3–12), predominó la tercera persona: «Bienaventurados los pobres en espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos» (v. 3; énfasis nuestro). Cuando Jesús amplió la octava
bienaventuranza, pasó a la segunda persona: «Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y
os persigan» (v. 11; énfasis nuestro). La segunda persona continuó a lo largo de la sección sobre la
influencia (vs. 13–16). «Vosotros sois la sal de la tierra», «Vosotros sois la luz del mundo» (vs. 13, 14a;
énfasis nuestro). En la tercera sección (vs. 17–48), la segunda persona («vosotros») se sigue utilizando,
sin embargo, el énfasis está en la primera persona («yo»). Lea el segmento de apertura (vs. 17–20) y vea
con qué frecuencia el que habla se refiere a sí mismo, diciendo: «he venido», «no he venido», «os digo»
y otro «os digo».
El tema de fondo de Mateo 5.17–48 es la relación que hay entre Jesús y la ley de Moisés (y el mal uso
que los judíos le daban a la Ley). El pasaje comienza con un segmento de introducción (vs. 17–20),
seguido de cinco o seis ilustraciones o ejemplos de los principios expresados en la introducción. En esta
lección, vamos a considerar las palabras con las que comienza. En las lecciones que siguen, estudiaremos
los ejemplos.

JESÚS HONRÓ LA PALABRA DE DIOS (5.17, 18)


La Palabra ha de ser cumplida (v. 17)
El texto que nos ocupa comienza con Jesús diciendo: «No penséis que he venido para abrogar la ley
o los profetas» (v. 17a). «La ley» y «los profetas» eran dos de las divisiones judías de lo que llamamos
el Antiguo Testamento. Los dos términos se usaban a veces para referirse a todo el Antiguo Testamento
(vea Mateo 7.12; 11.13; 22.40; Juan 1.45; Hechos 24.14; 28.23), y es la forma como se usa en este pasaje.
La palabra que se traduce como «abrogar» (kataluo) tiene una variedad de posibles significados, entre
ellos «acabar con», «anular» e «invalidar». La KJV consigna la palabra «destruir».
¿Por qué Jesús pensó que era necesario decir que no venía a abolir o abrogar la ley o los profetas?
Pudo haber tenido un propósito general. Es posible que las críticas contra Jesús ya estaban circulando.
Mateo no registró diferencias anteriores entre Jesús y los líderes religiosos judíos, sin embargo, otros
relatos de los evangelios indican que ya había sido parte de la polémica sobre las tradiciones del día de
reposo (vea Marcos 2.24; Juan 5.16, 18). Incluso si los incidentes estaban por suceder en el futuro, era
inevitable que Jesús entrara en conflicto con las autoridades religiosas y tarde o temprano ser acusado de
alentar al pueblo a ignorar la ley de Moisés. Por consiguiente, era importante que Jesús, a inicios de Su
ministerio, estableciera claramente Su posición con respecto a la Ley.
El punto principal era el propósito inmediato de Jesús en subrayar que no había venido para abrogar
la Ley. Estaba por hacer una serie de declaraciones sorprendentes, declaraciones que podrían
interpretarse en el sentido de que no respetaba la ley de Moisés. Antes de hacer tales declaraciones,
deseaba demostrar que tenía el mayor respeto por la voluntad revelada de Dios.
Lo anterior nos motiva a hacer otra pregunta: ¿Qué quiso decir Jesús cuando dijo que no venía a abolir
la Ley? Algunos lo usan para enseñar que la ley de Moisés en su totalidad sigue vigente hoy —sin
embargo, muchas Escrituras indican lo contrario. Por ejemplo, Hebreos 9 habla del «primer pacto» y
luego dice que Jesús «es mediador de un nuevo pacto» (vs. 1, 15; énfasis nuestro). El siguiente capítulo,
refiriéndose todavía a los dos pactos, dice: «… quita lo primero, para establecer esto último» (10.9b;
énfasis nuestro). Pablo escribió:
Porque él [Jesús] es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared
intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los
mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y
nuevo hombre, haciendo la paz (Efesios 2.14, 15; énfasis nuestro).

Jesús dijo que no vino a abolir la Ley, sin embargo, Pablo dijo que sí abrogó la ley. ¿Cómo pueden
estas dos declaraciones reconciliarse? Muchos escritores denominacionales tratan de conciliar las
declaraciones contrastantes dividiendo las leyes del Antiguo Testamento en tres categorías:
ceremoniales, judiciales y morales. Los defensores de este enfoque dicen que las leyes ceremoniales y
las leyes judiciales fueron abolidas, mas no así las leyes morales. Sugieren que en Mateo 5.17, Jesús
solamente quiso decir que no vino a abolir la ley moral. Hay varios problemas con este enfoque. Uno de
ellos es que la división en tres partes que proponen de la ley de Moisés no era conocida por los judíos ni
los primeros cristianos. Un segundo problema es que Jesús no dijo nada sobre la abolición de una ley
moral. Dijo que no vino a abrogar la Ley. En el versículo 18, Jesús indicó que tenía en mente «toda» la
Ley, incluyendo la «jota» y la «tilde».
Un tercer problema lo podemos expresar de la siguiente manera: ¿Quién tiene derecho de decidir si
una ley es ceremonial, judicial o moral? Muchos de los que proponen las tres categorías se refieren a los
Diez Mandamientos como el centro de las leyes morales del Antiguo Testamento. Si tal es el caso y esas
leyes morales son todavía vinculantes, deberíamos observar el día de reposo del séptimo día en lugar de
celebrar la Cena del Señor el primer día de la semana. Si un grupo religioso tiene derecho de mantener
la observancia del día de reposo antiguotestamentario, ¿quién tiene derecho de decirle a otro grupo que
no puede retener otra práctica antiguotestamentaria? El enfoque de las tres categorías crea más problemas
que los que soluciona.
La solución al aparente conflicto se encuentra en considerar cuidadosamente todo lo que Jesús dijo en
Mateo 5.17–20. Su frase inicial concluyó con estas palabras: «… no he venido para abrogar, [la Ley o
los Profetas], sino para cumplir» (v. 17b). La palabra griega que se traduce como «cumplir» (pleroo)
quiere decir básicamente «llenar, completar». En el versículo 17, son posibles varios significados. Se
puede entender como:

1. «Cumplir = hacer, llevar a cabo».

2. «Llevar a su máxima expresión = manifestarlo en su verdadero [significado]».

3. «Llenar = completar».

Si nos limitamos al contexto (los ejemplos que siguen a la declaración de inicio), el significado
principal de «cumplir» parece ser el número dos de los que acabamos de mencionar, a saber: «Llevar [la
Ley] a su máxima expresión», «manifestarla en su verdadero [significado]». Por ejemplo, en los
versículos 27 y 28, Jesús dijo: «Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que
cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón». El propósito de la
Ley incluía definir, descubrir, condenar y desalentar el pecado (vea Gálatas 3.19a). El mandamiento «No
cometerás adulterio» era para desalentar el adulterio. Lo que muchos no se dieron cuenta era que si el
adulterio era incorrecto, entonces lo que conduce al adulterio también es incorrecto. Jesús lo aclaró en
Mateo 5.27, 28. En cierto sentido, por lo tanto, llevó el mandamiento en cuanto al adulterio a su máxima
expresión.

Todo había de cumplirse (v. 18)


No podemos limitarnos, sin embargo, a una sola definición de «cumplir». Ahora vea el versículo 18:
«Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley,
hasta que todo se haya cumplido». Quiero centrarme en la frase al final de esta declaración, sin embargo,
primero quiero hacer un comentario breve sobre los otros términos en este versículo:

 La frase «de cierto» proviene de la palabra griega (amen). «… de cierto os digo» constituye «el
sello personal de Jesús: no sabemos de otro maestro que lo haya utilizado. Mateo lo registra 31
veces; Juan (con un doble Amén) 25 veces. Sirve […] para marcar algo dicho como muy
importante y como que tiene autoridad». La frase «… yo os digo» constituye la tónica del resto
del capítulo 5 (vs. 22, 26, 28, 32, 34, 39, 44).

 «La ley» —la frase que se utiliza en este pasaje— es paralela con «la Ley» y «los profetas» del
versículo anterior. Se refiere a todo el Antiguo Testamento.

 «… hasta que pasen el cielo y la tierra» no es «tanto una nota específica de tiempo como sí una
expresión idiomática para referirse a algo inconcebible». Compare estas palabras con la expresión
en el pasaje paralelo de Lucas 16.17, que dice: «Pero más fácil es que pasen el cielo y la tierra,
que se frustre una tilde de la ley». Jesús no estaba diciendo que la ley de Moisés estaría en vigor
hasta que el cielo y la tierra pasaran. Más bien, estaba enfatizando que no había manera de que la
Ley fuera anulada hasta que se «cumpliera» y «todo fuera cumplido».

 «… ni una jota» se traduce del (iota), la letra más pequeña del alfabeto griego. Es probable que
lo que se quiere es referirse a la letra más pequeña del alfabeto hebreo, la letra yod. La palabra
traducida como «tilde» proviene de la palabra para «cuerno» (keraia). Este término «se usaba
para denotar la raya pequeña que distinguía una letra hebrea de otra». Los dos términos se refieren
a las partes más pequeñas de la revelación del Antiguo Testamento. He oído las palabras de Jesús
parafraseadas así: «Ni el punto de una “i” ni la raya de una “t” pasarán de la ley, hasta que todo
se haya cumplido».

Lo anterior nos lleva a la frase condicional que dice: «hasta que todo se haya cumplido». La frase «se
haya cumplido» proviene del tiempo pasado (aoristo) del verbo griego ordinario (ginomai, «me convierto
en»). La idea es «hasta que todas las cosas lleguen a ser». La KJV y NKJV se refieren a todo como que
se «ha cumplido», mientras que otras traducciones consignan que se «ha conseguido» (ASV; NASB;
RSV; NIV). La palabra «conseguido» incluye la idea de «cumplir» del versículo 17, sin embargo, abarca
más que eso. La ley de Moisés había de estar en vigor hasta que todo con respecto a la Ley se «haya
conseguido». ¿Cuándo y cómo sucedió esto? En cuanto a la revelación del Antiguo Testamento, todo fue
consumado por medio de Jesús —parcialmente mediante Su enseñanza, como ya se ha sugerido, pero
completamente en Su persona. Una razón por la que Jesús vino a la tierra era llevar a buen término todo
lo que la Ley pretendía lograr.
Jesús cumplió la Ley en tanto que la guardó perfectamente. (Fue el único que lo hizo.) Fue un judío
«nacido bajo la ley» (Gálatas 4.4), sujeto a lo que ésta mandaba. No honró las tradiciones judías de origen
humano, sin embargo, mostró el mayor respeto por la ley de Dios. Su actitud en cuanto hacer la voluntad
de Dios se expresa en Sus palabras en el momento que fue bautizado: «… así conviene que cumplamos
toda justicia» (Mateo 3.15). Jesús demostró la clase de vida que tenía por objeto producir la Ley. Cuando
fue a juicio, nadie pudo señalarle ningún mandamiento que no hubiere guardado (vea Marcos 14.55–59).
Jesús cumplió la Ley en el sentido de que fue el prototipo de los tipos (sombras) de la Ley (vea
Colosenses 2.16, 17; Hebreos 8.4, 5; 10.1) y el cumplimiento de las profecías sobre el Mesías (vea Lucas
24.27). Él comenzó Su ministerio personal con el mensaje «El tiempo se ha cumplido» (Marcos 1.15).
En cuanto a Su ministerio terrenal, constantemente se aseveró que esto o lo otro «aconteció para que se
cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta» (Mateo 1.22; vea 2.23; 3.3; 4.14).
Sobre todo, Jesús cumplió la Ley en tanto que trajo la solución para el problema del pecado y su
castigo. La Ley había sido dada para resaltar el problema del pecado, sin embargo, no pudo hacer nada
al respecto (vea Romanos 8.3). Cuando Jesús murió en la cruz, tomó el castigo por nuestros pecados
sobre sí mismo (vea 2 Corintios 5.21; Gálatas 3.13). Su último clamor en la cruz fue «Consumado es»
(Juan 19.30). No fue solamente que Su vida había acabado; también acabó Su misión de ser sacrificado
por los pecados de la humanidad (1 Corintios 15.3).
Por lo tanto, Jesús también «cumplió» la Ley en los otros dos sentidos antes mencionados: «cumplir
= hacer, llevar a cabo» y «llenar = completar». Cuando «cumplió» la Ley en los tres sentidos, «todo»
«se consiguió». Como un acuerdo que se cumplió, el antiguo pacto podía ser legítimamente puesto a un
lado y Su nuevo pacto presentado. Pablo escribió: «¿… la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones,
hasta que viniese la simiente», y dejó en claro que la «semilla» era Cristo (Gálatas 3.19, 16; énfasis
nuestro). Una vez más, Pablo dijo que «la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que
fuésemos justificados por la fe. Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo» (Gálatas 3.24, 25).
Refiriéndose a la Ley, Harold Fowler escribió:

… todo ya ha sido (real o potencialmente) conseguido por Jesús, pues Este puso en
marcha, sea en Su vida, mensaje, sufrimiento, glorificación, iglesia o en Su glorioso
reinado, todos los principios que cumplirían con las predicciones y estándares [del
Antiguo Testamento] dados por Dios.

Jesús abolió el antiguo pacto «en su carne» (Efesios 2.15) cuando la quitó «de en medio y clavándola
en la cruz» (Colosenses 2.14). Al mismo tiempo, en el momento de Su muerte, Su nuevo pacto entró en
vigor (vea Hebreos 9.15–17).
Alguien podría declarar: «¡Un momento! Usted dijo que Jesús no vino a abolir el Antiguo Testamento,
sino a cumplirlo. Sin embargo, ahora dice que cuando Jesús cumplió el Antiguo Testamento, fue abolido.
A mí me suena como que el resultado fue el mismo, así que ¿qué diferencia hubo?». La diferencia radica
en la actitud para con la Palabra de Dios y esta es una diferencia sumamente importante.
Suponga que usted y yo hacemos un contrato. En el contrato me comprometo a pagar tanto al mes
«por los servicios prestados» hasta que se pague cierta cantidad. Ahora imaginemos el siguiente
escenario. ¿Qué pasa si anuncio que no tengo la intención de cumplir con el contrato, que voy a hacer
todo lo posible para anular el acuerdo? Tal vez incluso vengo ante usted y rompo el contrato en su cara.
¿Qué dice esto acerca de mí? ¿Qué clase de respeto le mostrará esto a usted y a lo que acordamos?
Imagínese ahora un segundo escenario. Se propaga el rumor de que tengo la intención de acabar con
el contrato, así que vengo a usted y le aseguro que tengo toda la intención de cumplir con nuestro acuerdo.
Aún más, cumplo con mi parte del contrato y le pago hasta el último centavo prometido. Con estos dos
escenarios en mente, considere lo siguiente: Cuando cumplo con el contrato, deja de ser vinculante. Por
lo tanto, el resultado final en ambos casos es el mismo, o al menos similar, a saber: dejo de hacer los
pagos. Sin embargo, ¿no ve una gran diferencia en mi actitud? En el primer caso, no respeto nuestro
acuerdo, sin embargo, en el segundo lo respeto totalmente.
Después de que el Antiguo Testamento se convirtiera en un pacto cumplido, dejaría de ser vinculante
para el pueblo de Dios. Sin embargo, Jesús deseaba, mientras tanto, que todos supieran que Él lo
respetaba totalmente. La ley de Dios es una expresión de Su naturaleza. No se puede respetar a Dios y al
mismo tiempo irrespetar Su ley. Jesús se comprometió por lo tanto a cumplir con las demandas del
mismo.

DEBEMOS RESPETAR LA PALABRA DE DIOS (5.19, 20)


Ejemplos buenos y ejemplos malos (v. 19)
Jesús animó a todos Sus oyentes a respetar la Ley como lo hizo Él. En el versículo 19 del presente
texto, continuó diciendo:
De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y
así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas
cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos.

La palabra «quebrante» proviene de la misma raíz de la palabra que se traduce como «abrogar» del
versículo 17. Cuando alguien irrespeta una ley quebrantándola deliberadamente, está demostrando que,
para él, tal ley no es importante. Con sus acciones, la ha «abrogado».
La frase «uno de estos mandamientos muy pequeños» podría necesitar alguna explicación. En la ley
de Moisés, los rabinos judíos habían contado 613 leyes. Es difícil recordar 613 leyes y mucho menos
guardarlos todos, así que dividieron las leyes en «pesadas» («de peso», «mayores») y «livianas»
(«menores»). Resaltaron lo que llamaron las leyes «pesadas», «de más peso» o «más importantes». Jesús
usó este tipo de terminología cuando les dijo a los fariseos: «… porque […] dejáis lo más importante de
la ley: la justicia, la misericordia y la fe» (Mateo 23.23). Este fue el modo de pensar detrás de la pregunta
que el intérprete de la ley le hizo a Jesús: «Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley?» (Mateo
22.36; vea vs. 35–40). Cuando Jesús habló de «uno de estos mandamientos muy pequeños», se estaba
refiriendo a cualquier mandamiento que Sus oyentes podrían estar considerando como «ligero» o
«menor». En efecto, estaba diciendo que todos los mandamientos de Dios son importantes y que no
debemos quebrantar deliberadamente ninguno de ellos.
Algunos podrían preguntarse por qué Jesús puso énfasis en guardar la ley de Moisés, pues en pocos
años, esa ley sería reemplazada por Su propia enseñanza. Una de las razones consistía en que los que no
respetan la ley de Moisés probablemente no respetarían los mandamientos de Jesús. Los hábitos de
desobediencia pasarían al nuevo pacto.
Jesús no solamente condenó a los que quebrantaran «uno de estos mandamientos muy pequeños» con
sus acciones, sino también a los que enseñaran «así […] a los hombres». Cuando alguien quebranta
deliberadamente una ley, por lo general tratará de justificar sus acciones. Puede que diga: «Esa ley no
tiene sentido, así que no importa si la obedecemos o no». Con el ejemplo y por palabra, enseña a otros a
ignorar la ley también. Jesús dijo que esta clase de personas «muy pequeño será llamado en el reino de
los cielos».
Como contraste con el anterior ejemplo tenemos al que «haga» y «enseñe» los mandamientos, sean
estos «grandes» o «pequeños». Este tipo de persona, dijo Jesús, «será llamado grande en el reino de los
cielos». El «reino de los cielos» se refiere al reino que Jesús dijo que «se ha acercado» (4.17) —en otras
palabras, «la iglesia que estaba por establecer».
¿Qué quiso decir Jesús cuando dijo que algunos serían llamados «muy pequeños» en el reino y algunos
podrían ser llamados «grandes»? R. T. France sugirió que «la idea se refiere a la calidad de discipulado,
no a una recompensa final». Los términos se usan para dar un contraste dramático. Al que quebrante un
mandamiento muy pequeño se le llama muy pequeño, sin embargo, al que hace lo contrario se le llama
lo contrario: grande. Podemos hacer la siguiente aplicación. Todo el que no obedezca la ley de Dios y
enseñe a otros a desobedecer, ante Dios es «muy pequeño» [el peor] entre los maestros. Jamás debemos
permitir que esta clase de persona enseñe en la iglesia. El que guarda la ley de Dios y enseña a las
personas a guardarla es «grande» delante de Dios. Esta es la clase de maestro que necesitamos en la
iglesia del Señor.

Ejemplos muy malos (v. 20)


Cuando Jesús mencionó a los que quebrantan los mandamientos y enseñan a los demás a hacer lo
mismo, se acordó de algunos a quienes los judíos tenían en gran estima como maestros. Las siguientes
palabras de Cristo debieron haber sido sorprendentes y hasta chocantes para quienes le oían: «Porque os
digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de
los cielos» (5.20). La palabra que se traduce como «escribas» (grammateus) básicamente quiere decir
«alguien que escribe» (de gramma, «lo que está escrito»). En los días de Jesús, los escribas eran los
estudiantes y maestros profesionales de la Ley. La palabra «fariseo» es un término griego transliterado
que se refiere a alguien que se ha «apartado». Los fariseos se habían «apartado» a sí mismos y se
dedicaron a guardar los miles de reglamentos y regulaciones legalistas de la ley de Moisés y las
tradiciones relacionadas con ella. Cuando Jesús se refirió a «los escribas y fariseos» estaba hablando de
las personas más estudiadas y celosas de la nación de Israel. «Eran los modelos de justicia, tanto en su
propia estimación como el de las personas». Los que formaban parte de la audiencia de Jesús tuvieron
que haberse preguntado: «¿Cómo podría nuestra justicia ser mayor que la de ellos?».
Considere la sugerencia dada por John R. W. Stott. Nuestra justicia ha de ser mayor a la de los escribas
y fariseos «en clase, no en grado». Jesús no estaba diciendo que los escribas y fariseos guardaran 230
mandamientos, así que teníamos que guardar 231. Más bien, Su deseo es que nuestra justicia sea «más
profunda, como una justicia del corazón».
Jesús expuso la superficialidad de la supuesta justicia de los escribas y fariseos en varias ocasiones.
Usted puede ver la parábola del fariseo y el publicano en Lucas 18.9–14, o puede leer la mordaz
reprimenda de Jesús en Mateo 23. Sin embargo, es necesario que vaya más allá del Sermón del Monte.
En el siguiente capítulo, cada vez que lea la palabra «hipócritas» (6.2, 5, 16), podría sustituirla con las
palabras «escribas y fariseos» (compare con Mateo 23.13, 14, 15).
De las referencias que acabamos de dar y otras, podríamos enumerar una serie de faltas cometidas por
los escribas y fariseos. Estaban más preocupados por los ritos y rituales que por ser moralmente rectos.
Estaban más interesados en guardar las tradiciones de los hombres que en obedecer las leyes de Dios
(vea Mateo 15.3–6). Se glorificaban a sí mismos en lugar de Dios. Estaban satisfechos consigo mismos.
Se preocupaban poco por los demás.
Sin embargo, la falta más grave de los escribas y fariseos era que le daban más importancia a lo
externo, descuidando lo interno (vea Mateo 23.25–28). En Lucas 16.15, Jesús les dijo: «Vosotros sois
los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones;
porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación». En los ejemplos de la
última parte de Mateo 5, no solamente será condenada la manifestación externa del pecado; también lo
será la actitud del corazón detrás de la manifestación. Jesús denunció no solamente el asesinato, también
la ira que generalmente le precede (Mateo 5.21, 22). No se limitó a decir que el adulterio fuera erróneo,
también declaró que la lujuria es pecado (vs. 27, 28).
Conviene mencionar ahora dos notas finales sobre Mateo 5.20. En primer lugar, en el versículo 19,
Jesús habló de los que ya están en el reino (el «muy pequeño» y el «grande»), mientras que en el versículo
20 se refirió a entrar en el reino. Para entrar en el reino (la iglesia), no es suficiente con que usted observe
de manera externa ciertas formas (confesar que cree en Jesús y ser sumergido). Usted tuvo que haber
«obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados» (Romanos 6.17; énfasis
nuestro).
En segundo lugar, la observación poco elogiosa de Jesús para con los grupos religiosos más
influyentes del judaísmo —los escribas y fariseos— sentó las bases para Sus enfrentamientos con los
poderosos líderes. Prácticamente, Jesús firmó Su sentencia de muerte cuando hizo la declaración. Jesús
puso literalmente Su vida en riesgo para advertirnos contra la religión que es solamente superficial.

CONCLUSIÓN
En el estudio que estamos realizando hemos visto que Jesús tenía el máximo respeto por la Palabra de
Dios y que nosotros también debemos tener un profundo respeto por todo lo que Dios ha revelado. Al
terminar, sería conveniente que diga algunas palabras más con respecto a nuestra actitud para con el
Antiguo Testamento en general. Algunos, al entender que el Antiguo Testamento se convirtió en un pacto
«cumplido» y «llevado a su fin» cuando Jesús murió en la cruz, deciden que no lo necesitan. No lo leen
ni estudian. Tenga en cuenta, sin embargo, que Jesús predicó el Sermón del Monte muy poco antes de
que se cumplieran la ley y los profetas. Ciertamente estaba consciente de que este era el caso, sin
embargo, ello no disminuyó Su respeto o amor por el Antiguo Testamento.
Debemos evitar los extremos. Un extremo, dice: «No hay diferencia entre el Antiguo Testamento y el
Nuevo Testamento. Son igualmente obligatorios para los cristianos de hoy». El otro extremo, dice: «El
Antiguo Testamento no tiene nada que decirles a los cristianos de hoy. Bien podríamos prescindir del
mismo». Es cierto que el Antiguo Testamento era el centro del antiguo pacto entre Dios y los judíos, sin
embargo, no quiere decir que no tenga ningún valor para los cristianos (vea Romanos 15.4; 1 Corintios
10.11). A medida que seguimos estudiando Mateo 5, veremos una estrecha relación entre el antiguo pacto
y lo que dijo Jesús. Muchas de las enseñanzas de Jesús tienen un trasfondo antiguotestamentario. A
menudo, la clave para tener un conocimiento pleno de lo que Jesús dijo está en comprender tal trasfondo.
Los cristianos del siglo primero no tenían la aversión al Antiguo Testamento que algunos tienen en la
actualidad. Durante años, hasta que se agrupó el Nuevo Testamento, la única «Biblia» que tenían eran
las Escrituras del Antiguo Testamento. Si usted ha leído el Nuevo Testamento, de seguro le ha
impresionado la frecuencia con que se cita el Antiguo Testamento. Alguien ha dicho que «el Antiguo
Testamento es el Nuevo Testamento oculto mientras que el Nuevo Testamento es el Antiguo Testamento
revelado». El Nuevo Testamento debe recibir mayor atención ya que expresa los términos de nuestro
pacto con el Señor. Al mismo tiempo, tengamos cuidado de no desatender el Antiguo Testamento.
EL SERMÓN DEL MONTE
Pensamientos airados, palabras rencorosas y homicidios
Mateo 5:21-26

Hace unos años, prediqué en el Centro Correccional de Conners, cerca de Hominy, Oklahoma. En mi
público había varios que habían sido condenados por homicidio. Fue una experiencia interesante, sin
embargo, muchos domingos les predico a audiencias con docenas de homicidas presentes. Algunos de
mis oyentes en Conners habían cometido homicidio con sus manos; en los otros grupos son muchos los
que han asesinado en sus corazones y con sus palabras. De acuerdo con Jesús, los del segundo grupo son
tan culpables como los del primero, pues dice:

Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable
de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable
de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y
cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego. Por tanto, si traes
tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu
ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y
presenta tu ofrenda. Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con
él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas
echado en la cárcel. De cierto te digo que no saldrás de allí, hasta que pagues el último
cuadrante (Mateo 5.21–26).

En la lección anterior, estudiamos el prefacio de lo que William Barclay llamó «una de las secciones
más importantes de todo el Nuevo Testamento»: Mateo 5.21–48. En ese estudio, se observó que Jesús
dijo que no vino a abolir la ley sino a cumplirla. Al final la cumplió y la quitó de en medio cuando murió
en la cruz por nuestros pecados. En el Sermón del Monte, sin embargo, la cumplió al ampliarla y darle
un significado más profundo. Después de Sus palabras introductorias, dio cinco o seis ilustraciones de
ese cumplimiento. En esta presentación, estudiaremos la primera ilustración de los versículos 21 al 24.
En este pasaje, Jesús habló acerca de airarse y decir cosas que no debemos decir.
El presente texto también analiza qué hacemos cuando no nos llevemos bien con los demás,
específicamente qué hacer cuando hemos ofendido a otros con nuestras palabras o acciones. El mundo
tiene sus maneras para lidiar con los desacuerdos, sin embargo, no es la forma que se conduce el seguidor
de Jesús. El cristiano trata de llevarse bien con todas las personas, sean cristianos o no, creyentes o no,
amigos o enemigos.

EL PELIGRO DE LA IRA (5.21, 22)


La ira que se siente (vs. 21, 22a)
El pasaje comienza con la declaración de Jesús que dice: «Oísteis que fue dicho a los antiguos: No
matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio» (v. 21). «Los antiguos» eran los ancestros de
los oyentes de Jesús.
Una de las cosas que la audiencia de Cristo había escuchado era: «No matarás». Era el sexto
mandamiento de los Diez Mandamientos (Éxodo 20.13; Deuteronomio 5.17). El sexto mandamiento no
prohíbe la pena capital (vea Éxodo 21.12) ni incluso ir a la guerra contra un enemigo del Señor (vea
Deuteronomio 7). La palabra que se traduce como «matarás» proviene de (phoneuo), que quiere decir
(como indica la NASB) «dar muerte». El término «dar muerte» es «el homicidio ilegítimo de un ser
humano por otro, [especialmente] con malicia premeditada».
El pueblo también había oído: «… cualquiera que matare será culpable de juicio». El término «juicio»
proviene de la palabra (krisis), que quiere decir «una decisión, un juicio». Jesús tenía en mente el traer a
un homicida ante un tribunal local judío para ser juzgado y sentenciado. Ningún versículo del Antiguo
Testamento dice: «cualquiera que matare será culpable de juicio»; esta declaración se basaba
probablemente en un principio que se enseña en varios pasajes antiguotestamentarios. La Ley decía que
los homicidas debían ser condenados a muerte (vea Levítico 24.17; Números 35.16–34) e indicaba que
los israelitas debían organizar tribunales para hacer frente a este y otros temas relacionados (vea
Deuteronomio 16.18; 17.8, 9). En tiempos de Jesús, todos los pueblos y ciudades en Palestina tenían un
tribunal facultado para juzgar a los acusados de homicidio. Al parecer, los maestros judíos estaban
enseñando que solamente aquellos que realmente cometían homicidio eran culpables.
«Pero», agregó Jesús (he aquí la frase clave), «yo os digo…» (Mateo 5.22a). En el texto griego, se
resalta la palabra «yo». Los escribas y los fariseos citaban a muchas autoridades cuando enseñaban —a
veces a Moisés, pero a menudo a maestros del pasado. Jesús, sin embargo, habló con Su propia autoridad.
Al final de Su sermón, «la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como quien tiene
autoridad, y no como los escribas» (7.28, 29; vea Marcos 1.22).
¿Qué pronunciamiento hizo Jesús sobre la base de Su propia autoridad? Primero dijo: «… cualquiera
que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio» (Mateo 5.22b). Cuando Jesús usó el término
«hermano» (adelphos), Sus oyentes sin duda pensaron en sus conciudadanos judíos. Hoy en día,
probablemente pensemos primero en los demás cristianos. Sin embargo, la aplicación es sin duda más
amplia. En el versículo 24, Jesús incluyó a los adversarios, por lo tanto debemos pensar en todos y cada
uno con quien tenemos contacto.
La frase «se enoje» proviene de la forma verbal de orge. Hay dos palabras griegas que significan
«enojo»: (orge) y (thumos). Thumos «rápidamente arde y desaparece rápidamente», mientras que orge
es «una condición mental más pertinaz, frecuentemente, con la idea de vengarse». En cuanto a orge,
Barclay escribió:

Es la ira que perdura, es la ira del hombre que la alimenta para mantenerla cálida, es la
ira con la que se obsesiona una persona y que no dejará que muera… [Es] la ira que no
olvida, la ira que se niega a ser pacificada, la ira que busca venganza.

La Biblia no condena toda ira. Dios se enoja con los impíos (vea Salmos 7.11). Jesús miró con enojo
a los fariseos hipócritas (Marcos 3.5). Hay un enojo justo, es decir, una ira divina, la ira contra el pecado,
la opresión y el mal. Dios puso en nosotros el poder airarnos con un buen propósito. William Evans
escribió: «Al hombre que no lo enoja el pecado, tampoco podrá […] tener un verdadero amor por la
justicia». Sin embargo, cuando la mayoría de nosotros nos enojamos, no es una ira justa. Consiste más
bien en una ira egoísta causada por perjuicios o daños personales, reales o imaginarios. Dado a que este
es el caso, la Biblia a menudo denuncia la ira en general (vea Efesios 4.31; Colosenses 3.8; Santiago
1.19, 20).
Debo señalar que la KJV tiene una variación en el texto que nos ocupa. La KJV consigna: «se enoje
[…] sin causa». La palabra griega que se traduce como «sin causa» se encuentra en una serie de
documentos antiguos, sin embargo, no se encuentra en los primeros manuscritos. Menciono lo anterior
porque cuando era más joven escuché a unos usar la frase «sin causa» para justificar su enojo: «Dice “sin
causa”, ¡pero yo tenía una causa! ¡Déjeme decirle lo que me hizo!». Siempre estamos prestos a
justificarnos y logramos encontrar suficientes «causas» (según creemos) para lo que hacemos. Entienda
que Jesús estaba dando una advertencia contra el enojo en general.
Jesús dijo que «cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio». La palabra
«juicio» en este pasaje proviene de krisis («juicio»), al igual que la palabra «juicio» del versículo anterior.
Sin embargo, es evidente que Cristo pasó de hablar de un juicio físico a un juicio espiritual, porque
ningún tribunal físico juzgaría a alguien simplemente por enojarse. Jesús estaba diciendo que, en la corte
celestial, somos culpables no solamente de homicidio contra un hermano, sino también si nos enojamos
con un hermano.
Podemos suponer que de entre la audiencia de Jesús pocos, (si es que lo había) habían cometido
homicidio físicamente; sin embargo, probablemente algunos albergaban odio en su corazón. No habrían
llorado si el desastre les sobrevenía a quienes odiaban, esto es, si bestias salvajes los devoraban, si
serpientes venenosas los mordían, si un rayo caía sobre ellos. Probablemente, creían que si sus manos no
estaban teñidas con el rojo de la sangre, no habrían violentado el sexto mandamiento, sin embargo, Jesús
dijo que no era así. Uno de los apóstoles de Jesús más tarde escribió: «Todo aquel que aborrece a su
hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él» (1 Juan 3.15).
Esto ha sido llamado «homicidio de pensamiento».
Jesús fue detrás del pecado de homicidio a la actitud del corazón que puede dar como resultado el
homicidio. Si pudiéramos eliminar la ira injusta y el odio, podríamos también eliminar el homicidio. El
principio básico que extraemos del Sermón del Monte es el siguiente: Lo que conduce al pecado también
es pecado.

El enojo que se expresa (v. 22b)


A mitad del versículo 22, Jesús pasó de hablar de la ira que se siente, a hablar de la ira que se expresa:
«… y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio». La palabra griega que
se traduce como «necio» proviene de (raca; vea la KJV). W. E. Vine dice que raca «es una palabra
aramea similar a la [hebrea…]. Era una palabra de desprecio, la cual quiere decir “vacío”,
intelectualmente más que moralmente». Algunas traducciones adoptan un enfoque general de la palabra.
La RSV consigna: «insulta a su hermano». La NCV consigna: «diga cosas malas a». Otras traducciones
sugieren significados peculiares. McCord consigna «cabeza hueca», mientras que la NLT consigna
«idiota».
Es posible que no era solamente que la palabra raca fuera un insulto, sino la manera como se decía.
Muchos términos que no son tan despectivos en sí mismos pueden herir profundamente cuando se usan
de forma maliciosa. Piense en raca como un término común de burla en aquellos días, expresado con un
tono despectivo de voz. Dondequiera que usted viva, hay palabras que se usan para degradar y humillar
a otros. (Seguro que usted sabe cuáles son.) Un cristiano concienzudo no usa palabras como esas, sin
embargo, el de mente mundana las usa.
Según Jesús, el que llama a su hermano raca «será culpable ante el concilio». La palabra «concilio»
proviene de la palabra griega (sunedrion), que por lo general se deletrea «Sanedrín». Esta palabra se usó
ocasionalmente de una manera general (vea Mateo 10.17), sin embargo, por lo general, se refería al «Gran
Consejo de Jerusalén compuesto de 71 miembros […]. Los litigios más importantes tenían lugar ante
este tribunal». Muchos países tienen tribunales locales, como también un tribunal nacional. En los
Estados Unidos esta última se llama Corte Suprema. Por supuesto, nadie sería llevado ante la corte
suprema de Jerusalén (el Sanedrín) por insultar a un hermano. Jesús, entonces, sigue utilizando términos
familiares de una manera figurativa para recalcar la gravedad de estar enojados con un hermano. Hay
una intensidad que va en aumento en el texto, pasando de un tribunal local al Sanedrín. La implicación
es que expresar ira tiene consecuencias más graves que el sentir enojo.
Tal vez debería mencionar un argumento descabellado que alguna vez escuché. Alguien dice: «Si
odiar a un hermano es tan malo como darle muerte, si odio a mi hermano, bien podría igual darle muerte.
Mi pecado no será mayor delante de Dios». Sin duda, ningún lector sería partícipe de este tipo de
razonamiento infantil, sin embargo, no están de más algunas palabras. Desde un punto de vista práctico,
por una serie de razones es peor expresar el enojo (con palabras insultantes u homicidio) que simplemente
tener ira en el corazón. Mencionaré dos: 1) Aunque se enoje con un hermano, no debe insultarlo ni darle
muerte, porque tales actos hacen más difícil el arrepentimiento (el arrepentimiento incluye la restitución).
Si usted dice algo malo de otro, tiene que ir a él y reconciliarse (vs. 23, 24). Si le da muerte a alguien,
esta vida jamás podrá ser restaurada. 2) Aunque se enoje con un hermano, no debe darle muerte porque
las consecuencias son mayores. Si usted tiene odio o ira en su corazón, tiene que responderle a Dios. Si
comete homicidio, tendrá que responderle a Dios y a los tribunales humanos. El aumento en la intensidad
de parte de Jesús no pretendía crear «vacíos» legales, sino recalcarnos que si estamos enojados con un
hermano o le odiamos, es imprescindible eliminar de nuestras mentes y corazones esos pensamientos
negativos.
Jesús dio otro ejemplo de la ira que es expresada. Continuó diciendo: «… y cualquiera que le diga:
Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego». Una vez más, vemos el aumento en la intensidad tanto en
el delito como en el castigo. La palabra «fatuo» es una traducción de (moros), de la cual obtenemos
«insensato». La palabra «primordialmente denota “sin brillo, lento” […]; de ahí, “estúpido, necio” […]
en este pasaje, la palabra quiere decir moralmente despreciable, un sinvergüenza». Consiste en «un
reproche más grave que raca. Este último denigra la mente de un hombre y lo llama estúpido; moros
denigra el corazón y el carácter». Jesús usó moros para denunciar a los escribas y fariseos hipócritas
(Mateo 23.17, 19) y para describir a las vírgenes insensatas (Mateo 25.3). La palabra se refiere a la
condición espiritual de una persona. Jesús estaba calificado para hacer tal juicio, sin embargo, ni usted
ni yo lo estamos.
Si tener ira y odio en el corazón constituye «homicidio de pensamiento», hablarle a otro de una manera
insultante constituye «homicidio de palabra». Con la lengua, podemos darle muerte a la confianza que
tenga alguien más en sí mismo. Con la lengua, podemos darle muerte al buen nombre de alguien.
Una de las características del cristiano es que trata a los demás con respeto. Trata incluso a personas
irrespetuosas con respeto. ¿Dónde se aprende esto? Muchos de nosotros lo aprendimos en un hogar
cristiano. Si usted es un padre o una madre, un abuelo o una abuela, insista en que todos en su hogar
traten con respeto a los demás en el hogar. Las palabras groseras y llenas de odio no tienen lugar en un
hogar cristiano.
Jesús dijo que el que llama a otro «fatuo», «quedará expuesto al infierno de fuego». La palabra
«infierno» viene de una palabra compuesta griega (gehenna) que quiere decir «el valle de Hinom». En
este valle, el rey Acaz y otros ofrecieron a sus hijos como sacrificios a dioses falsos (2 Reyes 16.3; 2
Crónicas 28.3). Cuando Josías comenzó a reinar, profanó el valle (2 Reyes 23.10). Lo convirtió en un
vertedero de basura y de cadáveres de los delincuentes (vea Jeremías 7.31–33). Según la tradición, en el
primer siglo fue utilizado como un vertedero, con un fuego que ardía lentamente y jamás se extinguía.
En las imágenes usadas por Jesús, el que deja que la ira y el odio estén latentes en su corazón hasta
llamarle a otro «fatuo», solamente servía para ser lanzado al valle de humo y hedor del fuego que ardía
perpetuamente.
Jesús esperaba que Sus oyentes entendieran que Él tenía en mente algo más grave que un castigo
físico. En Sus días, gehenna se había convertido en la descripción común de la morada eterna de los
impíos, la cual llamamos «infierno» (Mateo 10.28; 23.33). En Apocalipsis 21.8, Dios dijo que los
homicidas serán lanzados en «el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda» —y Jesús
dijo que la ira que se siente y se expresa es tan mala como el homicidio físico.
Algunos han dicho: «Me cuidaré de no llamarle “necio” o “fatuo” a nadie, así que estaré bien». El que
razone de esta manera aún no entiende lo que Jesús estaba diciendo. «Necio» y «fatuo» no eran más que
ejemplos de palabras de irrespeto de Sus días. El mensaje de Mateo 5.21, 22 es hacer todo lo posible para
alejar pensamientos airados de nuestros corazones y palabras airadas —toda palabra airada— de nuestros
labios.

LA NECESIDAD DE UNA RECONCILIACIÓN INMEDIATA (5.23–26)


Jesús reconoció que, aunque tengamos las mejores intenciones, a veces no controlamos nuestros
pensamientos y nuestras lenguas (vea Santiago 3.8). Cuando ese sea el caso, ¿qué debemos hacer? Su
respuesta es que no debemos perder tiempo en corregir las cosas para con Dios y el hombre. Los dos
últimos versículos del presente texto subrayan la necesidad de una reconciliación inmediata.

Con un hermano (vs. 23, 24)


En el versículo 23, leemos: «Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano
tiene algo contra ti…». Como se señaló en una lección anterior, el Sermón del Monte fue predicado
cuando el Antiguo Testamento era todavía vinculante; fue pronunciado a personas familiarizadas con las
prácticas antiguotestamentarias. Imagínese, por lo tanto, que usted es un judío que está escuchando a
Jesús. Imagine la siguiente secuencia en su mente. Usted trae una ofrenda al templo, tal vez un cordero
para ser sacrificado. Lleva el cordero a través del atrio de los gentiles, a través del atrio de las mujeres y
llega al atrio de Israel. Se apoya en la barandilla, extendiendo el cordero para que el sacerdote lo tome.
Lo común al ofrecer un animal era colocar las manos sobre la cabeza del mismo y recitar los pecados de
uno, transfiriéndolos simbólicamente al animal que estaba a punto de ser sacrificado. En ese instante,
recuerda que escuchó de un hermano que se sintió herido por algo que usted dijo (o al menos se sintió
herido por algo que él cree que usted dijo2).
Cuando suceda lo anterior, Jesús dijo: «… deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate
primero con tu hermano» (v. 24a). ¿Reconciliarnos? ¿Qué debemos hacer para lograr la reconciliación?
Albert Barnes dio varias sugerencias:

Si ha hecho mal a su hermano, restituya. Si tiene una deuda con él, debe pagarla. Si ha
lesionado su carácter, confiéselo y pida perdón. Si él tiene la impresión equivocada, si
la conducta suya ha sido tal que lo lleva a él a sospechar que usted lo ha herido, aclare
las cosas. Haga todo lo que pueda y todo lo que deba hacer para arreglar la situación.

En el presente texto, Jesús dio instrucciones a los ofensores (reales o imaginarios). En una ocasión
posterior, dio instrucciones a los ofendidos, diciendo: «… si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele
estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano» (18.15). El ofensor ha de ir a su hermano y
el ofendido ha de ir a su hermano. Si ambos hacen lo debido, habrá un encuentro feliz entre los dos —lo
que Larry Calvin presentó como una «colisión de amor». ¿Qué pasa si uno de los dos no hace lo que
debe hacer? Ello no excusa al otro. No puede decir: «Bueno, él debió haber venido a mí». Jesús dijo que
usted necesita «ir» y hacer todo lo posible para reconciliarse con su hermano o hermana.
Después de hacer lo anterior, Jesús dijo: «… entonces ven y presenta tu ofrenda» (5.24; énfasis
nuestro). No es difícil aplicar estas palabras a las prácticas del Nuevo Testamento. Cuando viene a adorar
e inclina su cabeza para pedirle a Dios el perdón de los pecados, si se acuerda que un hermano o hermana
tiene algo contra usted, deje de orar. «Anda» y «reconcíliate primero con tu hermano» o hermana. Luego,
regrese y termine su oración. Durante la Cena del Señor —cuando esté pensando en la muerte de Jesús
por los pecados suyos— si se acuerda que ha pecado contra un hermano o una hermana, abandone el
edificio y reconcíliese con el hermano o hermana. Entonces, regrese y termine su comunión con el Señor
y los demás cristianos.
A lo largo de los años, he visto a personas salir de los servicios de adoración por muchas razones,
algunas aceptables y otras cuestionables, a saber: tomar medicinas, sacar a niños indisciplinados, porque
se enfermaron, porque tenían una cita urgente y algunos porque no les gustó el sermón. Hasta donde sé,
nunca he visto a nadie salir para reconciliarse con un hermano o hermana. J. W. McGarvey lo llamó «una
obligación que a menudo es descuidada por completo».
El mensaje claro de los versículos 23 y 24 consiste en la urgente necesidad de reconciliarse con un
hermano ofendido. Otros mensajes también claman por nuestra atención. Por ejemplo, el ir a la iglesia
no puede ser un sustituto para hacer lo que Dios ha mandado (vea 1 Samuel 15.22). Otra lección
fundamental en estos versículos es que nuestra relación con un hermano puede afectar nuestra relación
con Dios. Juan escribió: «Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el
que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?» (1 Juan 4.20).
Con un enemigo (vs. 25, 26)
En los versículos 25 y 26 del presente texto, Jesús usó un segundo ejemplo con respecto a la necesidad
de una reconciliación inmediata. En estos versículos, volvió a las imágenes jurídicas utilizadas en el
versículo 22. Comenzó diciendo: «Ponte de acuerdo con tu adversario pronto» (v. 25a). La palabra
«adversario» proviene de (antidikos), que en este contexto se refiere a «un adversario en un juicio». En
la ilustración, la demanda es sobre una deuda que se le debe, o al menos una deuda que el adversario
piensa que se le debe (vea v. 26).
Jesús dijo: «Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino» (v.
25a, b). El griego consigna literalmente «tener una buena disposición para con el adversario». La
implicación es que usted busque la buena voluntad del otro mostrándole buena voluntad. Las palabras se
refieren básicamente a resolver el asunto con él (vea la NIV), sin embargo, hacer de un enemigo un amigo
constituye un buen objetivo a cumplir (vea v. 44). Pueda que su adversario nunca sea su mejor amigo,
sin embargo, usted todavía tiene que tratar de hacer las paces con él.
La frase «en el camino» quiere decir «en el camino a la corte». En un pequeño pueblo, así podría
suceder literalmente. A medida que ambas partes caminaban hacia la cita judicial, podrían estar en la
misma calle. Fuera literalmente este el caso o no, la idea era que, a medida que se acercaba el tiempo del
juicio, el acusado debía intensificar sus esfuerzos para resolver el asunto fuera de los tribunales.
La palabra clave del versículo es «pronto». Cuando esté en desacuerdo con otro (sea un hermano o un
adversario), no espere. No lo dude; concíliese de una vez por todas. Si existen malos sentimientos entre
usted y alguien más, «Ponte de acuerdo» con él, lo antes posible.
Jesús dijo que usted necesita resolver el asunto pronto «no sea que el adversario te entregue al juez, y
el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel» (v. 25c). El «alguacil» era el encargado de llevar a cabo la
sentencia de la corte. En aquellos días, las personas podían ser encarceladas por no pagar sus deudas.
«De cierto te digo», dijo Jesús, «no saldrás de allí, hasta que pagues el último cuadrante» (v. 26). «El
último cuadrante», era el quadrans, la más pequeña de las monedas romanas. Los que estaban presos por
deudas pendientes de pago tenían que permanecer en prisión hasta que la deuda fuera pagada por la
familia, amigos o alguien más.
De los versículos 25 y 26 tal vez podríamos extraer una aplicación práctica para mantenernos, si es
posible, alejados de los tribunales. En otra ocasión, Jesús usó palabras similares con una aplicación más
literal (vea Lucas 12.57–59). Algunos incluso han visto una alegoría en los versículos 25 y 26. Todos
vamos por el camino de la vida hacia el tribunal del juicio. En el mismo camino con nosotros están
aquellos con los que hemos tenido desacuerdos. Tenemos que resolver los conflictos de una vez, antes
de que acabe la vida (vea Santiago 4.14) y haya pasado la oportunidad.
No obstante, no se distraiga con los accesorios dramáticos de la ilustración. El punto que quería hacer
Jesús es fácil de entender: Cualquiera que sea la situación, cuando no se lleve bien con alguien,
reconcíliese «pronto». Permítame decirlo con todas mis fuerzas: Reconcíliese pronto. ¿Acaso no es cierto
que muchos de nosotros tendemos a retrasar el ir a otro cuando hay un malentendido? Si hay alguna
posibilidad de algo que disguste, posponemos la visita. Como resultado, el asunto se intensifica y a
menudo se convierte en una grieta que es casi imposible de reparar. Usted sabe que es así. Sin embargo,
si nos ocupamos de ello pronto, el asunto por lo general puede resolverse.
Imagínese un árbol de roble. Las bellotas caen del árbol y algunas de ellas germinan. Mientras que los
árboles sean pequeños, pueden ser extraídos de la tierra; sin embargo, si no son extraídos, con el tiempo
se convertirán en enormes árboles de roble. Una vez que ello ocurre, no podrán extraerse. Solamente
pueden ser cortados, dejando una cepa que descompone la tierra y deja el masivo sistema de raíces en el
suelo. Cuando surge un desacuerdo, no permita que la amargura eche raíces. Más bien, vaya
inmediatamente a la otra parte y, si es posible, elimine todo malentendido y animosidad. «Ponte de
acuerdo con tu adversario pronto».

CONCLUSIÓN
El sexto mandamiento decía: «No matarás», sin embargo, Jesús dijo que usted no debe siquiera
albergar malos sentimientos para con los demás. Tiene que eliminar la ira y el odio de su corazón y las
palabras groseras de su boca. Además, si esta distanciado de alguien, debe reconciliarse tan pronto como
sea posible. ¿Estaba examinando su corazón y acciones durante el estudio? ¿Puede alguno de nosotros
decir que jamás hemos albergado sentimientos malos; que nunca hemos dicho algo feo y malo; que
siempre hemos ido de inmediato a aquellos que hemos ofendido?
En el presente texto, Jesús dejó en claro que la relación que usted tenga con sus hermanos y hermanas
puede afectar su relación con Dios. ¿Cómo es su relación con Dios? ¿Habrá una barrera entre usted y Él?
Tal vez sea porque hay una barrera entre usted y un hermano o una hermana en Cristo… o un miembro
de la familia… o un vecino… o alguien en el trabajo o lugar de estudio. Si ese es el caso, vaya y
reconcíliese. Entonces, venga y presente su vida como ofrenda a Su Padre celestial.
EL SERMÓN DEL MONTE
Cómo evitar el Adulterio
Mateo 5:27-32

Jesús presentó una serie de contrastes entre lo que el pueblo judío había escuchado y cómo debían
vivir. Conocían el sexto mandamiento que dice: «No matarás» (Mateo 5.21; vea Éxodo 20.13), sin
embargo, Jesús recalcó que un pensamiento de ira que podía resultar en homicidio también era malo. En
esta lección, veremos que Jesús le añadió al ejemplo otro contraste que iba por detrás de un acto
pecaminoso para llegar a un pensamiento pecaminoso.
Nuestro texto comienza con el séptimo mandamiento: «No cometerás adulterio» (Éxodo 20.14; Mateo
5.27). Los judíos entendían que Dios condenaba el adulterio físico, sin embargo, Jesús les dijo que el
adulterio mental y el adulterio legalizado son también pecados. A este capítulo le llamo «Cómo evitar el
adulterio».

PROTEJA SU CORAZÓN (5.27–30)


¡Cuide sus pensamientos (vs. 27, 28)!
Para evitar el adulterio, primero tiene que proteger su corazón. El texto de nuestro estudio comienza
con Jesús diciendo: «Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio» (v. 27). Se refería al séptimo
mandamiento. La palabra que se traduce como «adulterio» es la forma verbal de (moichos), que por lo
general se refiere a alguien «que tiene relaciones ilícitas con el esposo o la esposa de otro». Sin embargo,
veremos que más tarde el texto utiliza una palabra más completa para referirse al pecado sexual (una
forma de porneia). Probablemente deberíamos considerar que el séptimo mandamiento condena todo
pecado sexual, a saber: toda relación sexual entre dos personas fuera del matrimonio que aprueba Dios.
El séptimo mandamiento fue dado principalmente para proteger el matrimonio, y la pena por
desobedecer era grave (vea Levítico 20.10; Deuteronomio 22.22–27). El problema era que,
aparentemente, los maestros judíos únicamente enseñaban que el acto mismo de adulterio era lo malo.
El décimo mandamiento condena codiciar la mujer del prójimo (Éxodo 20.17), indicando con ello que el
deseo que precedía al adulterio también era pecado, sin embargo, los maestros judíos evidentemente
ponían poco énfasis en el pecado del deseo ilícito.
Jesús dijo que la idea que produce el adulterio es tan pecaminosa como el acto en sí: «Pero yo os digo
que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón» (Mateo 5.28).
Por supuesto, en relación con el versículo 28, lo que se dice del hombre también se dice de la mujer.
Cualquier mujer que mire con lujuria a un hombre, ya ha cometido adulterio con él en su corazón. El
principio subyacente es que los actos provienen de los pensamientos (vea Mateo 15.19). Un refrán muy
citado dice:

Siembra un pensamiento y cosecharás un acto,


Siembra un acto y cosecharás un hábito,
Siembra un hábito y cosecharás un carácter,
Siembra un carácter y cosecharás un destino.

Para controlar sus acciones, usted primero tiene que controlar sus pensamientos.
Es necesario que haga dos salvedades. En primer lugar, Jesús no estaba hablando de solamente mirar
a alguien del sexo opuesto. Los más estrictos de los fariseos eran llamados «los fariseos sangrados». Se
les llamaba así porque caminaban con los ojos en el suelo para evitar mirar a una mujer. Por tal razón,
constantemente se golpeaban contra árboles, postes y paredes, dando lugar al sangrado de sus frentes.
Jesús no estaba promoviendo frentes ensangrentadas. No dijo: «Todo el que mira a una mujer ha
cometido adulterio con ella en su corazón». Más bien, dijo: «cualquiera que mira a una mujer para
codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón». Una vez escuché a un locutor decir: «No hay nada de
malo con mirar una flor hermosa e incluso admirarla. Sin embargo, si esa flor comienza a ponerlo
nervioso, ¡aléjese rápido de ella!». John R. W. Stott escribió: «Todos sabemos la diferencia entre mirar
y tener lujuria», y probablemente tiene razón.
La segunda salvedad es que Jesús no tenía en mente el deseo por la propia mujer o marido. Este deseo
es dado por Dios y tiene por objeto fortalecer el matrimonio (vea Génesis 2.24; Mateo 19.6) y para
asegurar la propagación de la raza humana (vea Génesis 1.27, 28a). La palabra «lujuria» del presente
texto proviene de (epithumia), que quiere decir «fuerte deseo». La palabra puede referirse a un buen
deseo, sin embargo, por lo general «tiene un mal sentido» —como el que tiene en este pasaje. Jesús se
refería a una persona que miraba con lujuria a alguien que no era su esposa o marido.
Algunos reclaman: «Pero eso es demasiado difícil. Los pensamientos lujuriosos simplemente se meten
en mi cabeza. Realmente no tengo ningún control sobre ellos». Estoy de acuerdo en que es un reto. No
sé si es más difícil de lo que fue en los días de Jesús, sin embargo, sin duda es difícil. Los que vivimos
en el mundo occidental estamos rodeados de «entretenimiento» inmoral y propaganda seductora. A los
medios de comunicación les simpatizan poco los valores cristianos y la Internet está llena de pornografía.
Se requiere de esfuerzo para mantener el corazón puro, sin embargo, puede lograrse si una persona toma
en serio el seguir a Jesús. Cuando los pensamientos impíos lleguen espontáneamente a su mente, no les
dé vuelta en su mente. Vuelva la mente a temas sanos (vea Filipenses 4.8) y ocúpese en actividades útiles.

Cuando la cirugía radical se hace necesaria (vs. 29, 30)


Se podrían dar otras sugerencias, sin embargo, volvámonos al remedio de Jesús. Sus palabras en los
versículos 29 y 30 suenan impactantes la primera vez que las escuchamos:

… si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se
pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno. Y si tu mano
derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti; pues mejor te es que se pierda uno
de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.

Aparentemente, lo anterior era un refrán favorito de Jesús. Hay un lenguaje similar en Mateo 18.8, 9.
Jesús tal vez usó el ojo en Su ilustración porque a menudo se le asocia con la lujuria. Juan escribió acerca
de «los deseos de los ojos» (1 Juan 2.16). La mano pudo haber sido incluida para indicar el pasar del
mirar al acto.
La palabra «caer» se traduce de la forma verbal de una palabra que se refiere a la caza, (skandalon),
que «originalmente constituía “el nombre de la parte de una trampa a la que se le ataba el cebo”». Llegó
a referirse a la trampa misma. Jesús dijo que si su ojo derecho, o mano derecha, le es ocasión de quedar
atrapado en adulterio mental, necesita deshacerse del mismo.
Lo anterior nos lleva hacer varias preguntas. Una menos importante es «¿Por qué Jesús especificó el
ojo derecho y la mano derecha?». Probablemente se refirió a la mano derecha porque la mayoría de las
personas son diestras. Para la mayoría de nosotros, la mano derecha es más hábil y podríamos extrañarla
más. (¡Por la cantidad de lo que yo escribo, me sería muy inconveniente perder la mano derecha y tener
que aprender a escribir con la mano izquierda!) Además, en las Escrituras, «la diestra» es un lugar de
honor (vea Marcos 16.19; Hechos 2.33; Colosenses 3.1).13 ¿Qué del ojo derecho? Va con la mano
derecha. Cierre el ojo derecho y verá que la mano derecha se ve limitada en su rango de actividad.
Eliminar el ojo derecho y la mano derecha afectaría gravemente lo que podríamos hacer.
Lo anterior nos lleva a la pregunta más importante: «¿Qué quiso decir Jesús cuando dijo que
sacáramos el ojo derecho o cortáramos la mano derecha y los botáramos?». La historia registra que
algunos primeros cristianos tomaron las palabras de Jesús de manera literal y se sacaron sus ojos, se
cortaron sus manos o se realizaron alguna otra cirugía con el fin de evitar la lujuria. No queremos ser
culpables de debilitar la enseñanza de Jesús, sin embargo, llegamos a la conclusión de que Su declaración
no debe ser tomada literalmente —por al menos tres razones:
 Una interpretación literal sería ineficaz. El extraer un ojo o el cortar una mano no eliminaría la
lujuria del corazón.

 Una interpretación literal sería ilógica. Si a alguien se le extraía el ojo derecho y se le cortaba la
mano derecha, todavía tendría su ojo izquierdo y su mano izquierda. Todavía podría mirar y actuar
con lujuria.

 Una interpretación literal sería incompatible. Sería incompatible con la enseñanza del Nuevo
Testamento en cuanto a que el cuerpo es el templo del Espíritu Santo y no debe abusarse ni darle
mal uso (vea 1 Corintios 3.16, 17; 6.19, 20).

Las palabras de Jesús no han de tomarse por lo tanto de manera literal, sin embargo, no quiere decir
que no deban ser tomadas en serio. Su analogía se basa en un principio médico bien conocido: eliminar
una parte enferma del cuerpo con el fin de salvar la vida del cuerpo como un todo. Esta práctica es común
hoy en día. Incluso en tiempos pasados, si la gangrena aparecía, era del conocimiento general que el
miembro enfermo tenía que ser eliminado para preservar la vida. Si no se quita, la gangrena se extenderá
a todo el cuerpo, muriendo como consecuencia. Jesús estaba diciendo en efecto que si algo en su vida
contribuye a que cometa adulterio mental, usted necesita una cirugía espiritual urgente: ¡Córtelo de su
vida! Stott escribió:

El mandamiento a deshacerse de ojos [o] manos conflictivas […] es un ejemplo de la


manera como nuestro Señor usa las figuras de retórica. Lo que estaba promoviendo no
era una automutilación física literal, sino una abnegación moral en firme. No es la
mutilación, sino la mortificación el camino a la santidad que enseñó….

La palabra «mortificación» se refiere a «dar muerte». Pablo dijo que «si por el Espíritu hacéis morir
las obras de la carne, viviréis» (Romanos 8.13; énfasis nuestro). Debemos «hacer morir» todo lo que nos
lleva a tener pensamientos impuros.
Podemos preguntar: «¿Qué si es algo que aprecio?». La mano derecha y el ojo derecho se consideraban
muy importantes en tiempos de Jesús —y siguen siendo vitales hoy en día. Incluso si algo es tan valioso
para usted como su ojo derecho o mano derecha, si lo lleva a tener pensamientos impuros, deshágase del
mismo o evítelo.
Lo anterior nos motiva a hacer otra pregunta: «¿De qué cosa o cosas específicas está hablando?». Si
bien puedo hacer sugerencias generales, no puedo responder esa pregunta por usted. Jesús dijo: «… si tu
ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo; […] si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala,
y échala de ti». ¿Qué le hace a usted tropezar? ¿Qué le hace tener pensamientos impuros? Podrían ser
ciertos libros o revistas u otras publicaciones. Podrían ser ciertos programas de televisión o películas.
Podría ser la Internet. Puede ser su asociación con una persona en particular o grupo de personas (vea 1
Corintios 15.33). Sea lo que sea, Jesús dijo que lo sacara de su vida y lo lanzara lejos.
En una ocasión, los que habían estado siguiendo a Jesús se refirieron a cierta enseñanza, diciendo:
«Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?» (Juan 6.60). Para algunos, la idea de que tengan que excluir
de sus vidas todo lo que estimule pensamientos lujuriosos es una «palabra dura». En Mateo 5.29, lo que
en efecto preguntó Jesús fue «¿Qué es más importante para ustedes, el ojo y la mano o ir al cielo?». Jesús
dijo: «… mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno».
Lo dijo dos veces para que no lo omitiéramos. Yo no quiero ir al infierno; ¡haré todo lo que tenga que
hacer para evitar ir allí! ¿No desea usted lo mismo? ¿No vale la pena cualquier sacrificio con tal de
asegurarnos de no ir al infierno y sí ir al cielo?
En cuanto a mantener puros nuestros pensamientos, hagamos primero lo que podamos. Pablo nos
desafió a cada uno de nosotros a tener la mente de Cristo (Filipenses 2.2; vea 4.8). Sin embargo, también
necesitamos la ayuda del Señor. Es «por el Espíritu» que podemos hacer morir las obras de la carne
(Romanos 8.13). Hemos de ocuparnos inmediata y resueltamente del pecado con la ayuda de Dios. ¡Jesús
no nos dijo que disminuyéramos, sino que cortáramos!

PROTEJA SU MATRIMONIO (5.31, 32)


Otra forma de evitar el adulterio es protegiendo su matrimonio. Después de que Jesús analizó el
adulterio mental, pasó a hablar en los versículos 31 y 32 de lo que podríamos llamar «adulterio
legalizado». Algunos piensan que estos versículos son un contraste aparte; sin embargo, en vista de que
continúan las enseñanzas de Jesús sobre el adulterio, nos referiremos a ellos ahora.
Abordo este pasaje con cierto recelo. En primer lugar, los versículos son muy polémicos. En segundo
lugar, el tema tratado es altamente sensible. No es mi deseo añadir al dolor de nadie, sin embargo, no
puedo ser fiel a mi tarea como portavoz de Dios si «he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios»
(Hechos 20.27).

Lo que fue dicho (v. 31)


Jesús primero hizo referencia a lo que se había enseñado en el pasado, diciendo: «También fue dicho:
Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio» (Mateo 5.31). No es una cita literal del Antiguo
Testamento, sin embargo, se basa en un pasaje del Antiguo Testamento: Deuteronomio 24.1–4. Los
judíos estaban abusando de este texto en la época de Jesús. Si un hombre deseaba repudiar a su esposa,
todo lo que tenía que hacer era darle un certificado de divorcio y enviarla de vuelta. Sin embargo, no era
el propósito de Deuteronomio 24.1–4. Considere lo que dice el pasaje:

Cuando alguno tomare mujer y se casare con ella, si no le agradare por haber hallado en
ella alguna cosa indecente, le escribirá carta de divorcio, y se la entregará en su mano, y
la despedirá de su casa. Y salida de su casa, podrá ir y casarse con otro hombre. Pero si
la aborreciere este último, y le escribiere carta de divorcio, y se la entregare en su mano,
y la despidiere de su casa; o si hubiere muerto el postrer hombre que la tomó por mujer,
no podrá su primer marido, que la despidió, volverla a tomar para que sea su mujer…

Tenga en cuenta que los cuatro versículos son una extensa oración. La carta de divorcio se menciona
dos veces, sin embargo, es incidental al propósito principal. No se llega a la cláusula principal si no hasta
en el versículo 4. El énfasis del pasaje es que si un esposo se divorciaba de su esposa, corría el riesgo de
no poder casarse de nuevo con ella.
¿Estaba Deuteronomio 24.1–4 alentando el divorcio? ¿Tenía como propósito facilitarle al hombre el
divorcio? No. En otro pasaje, Jesús señaló que la legislación era una concesión temporal permitida por
Dios a causa de la pecaminosidad de los judíos (Mateo 19.8). Larry Calvin escribió:

En tiempos antiguotestamentarios, los varones judíos se casaban con mujeres, agotaban


sus dotes y luego las ponían en la calle para que se valieran por sí mismas. Los varones
judíos luego salían a buscarse otra mujer con otra dote.

El pasaje de Deuteronomio fue dado para proporcionar cierta protección legal para las mujeres y
desalentar el divorcio. Por lo menos dos aspectos de la legislación deberían haber desalentado el divorcio.
1) Se esperaba que hubiera una carta de divorcio. El marido no podía simplemente arrojar a su mujer de
la casa. Era necesario un procedimiento legal. 2) Una vez que un hombre se divorciaba de su esposa y
esta se casaba, jamás podía ser su esposa de nuevo. Todo ello, evidentemente, fue diseñado para hacer
que el marido lo pensara dos veces antes de divorciarse de su esposa de manera precipitada.
Lo que dijo Jesús (v. 32)
Jesús pasó hablar de lo que Sus oyentes habían escuchado a lo que Él enseñaba. Sus siguientes
palabras han suscitado tanta polémica como ninguna otra de dichas por Él, dicen: «Pero yo os digo que
el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con
la repudiada, comete adulterio» (Mateo 5.32). Para poder entender la enseñanza de Jesús en este pasaje,
ayudaría si vemos una versión más larga de la misma enseñanza en Mateo 19.3–9. Este pasaje ayuda a
entender la situación que motivaron las palabras de Jesús en Mateo 5.
Los fariseos se acercaron a Jesús y le preguntaron: «¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por
cualquier causa?» (Mateo 19.3). Deuteronomio 24 mencionó «alguna cosa indecente» en la mujer que
motivara al marido a divorciarse de ella (v. 1). En el primer siglo, un grupo de maestros judíos insistieron
en que «indecencia» se refiere a la infidelidad sexual. Otro grupo enseñaba que quería decir todo lo que
hacía infeliz al marido, desde quemar el pan y volverse anciana y arrugada. Entonces, los fariseos le
preguntaron a Jesús: «¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa?».
Jesús respondió remontándose a la forma original como Dios instituyó el matrimonio, citando Génesis
1 y 2 (Mateo 19.4, 5). Concluyó diciendo: «… lo que Dios juntó, no lo separe el hombre» (v. 6). Los
fariseos le preguntaron: «¿Por qué, pues, mandó Moisés dar carta de divorcio, y repudiarla?» (v. 7; énfasis
nuestro). Jesús respondió que el divorcio no era un mandamiento, sino una concesión: «Por la dureza de
vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres; mas al principio no fue así» (v. 8; énfasis
nuestro). Jesús entonces dijo palabras similares a las que encontramos en el texto que nos ocupa (v. 9).
Teniendo en mente los anteriores antecedentes, veamos Mateo 5.31, 32. Ignorando por el momento la
excepción, Jesús dijo que «el que repudia a su mujer […] hace que ella adultere; y el que se casa con la
repudiada, comete adulterio». Este pasaje supone que la mujer divorciada se casa. En aquellos días, una
mujer sola a menudo no tenía medios de subsistencia. Jesús dijo que si una mujer divorciada se volvía a
casar, sería culpable de adulterio y que la persona que se casaba con ella sería culpable de adulterio. ¿Por
qué? Porque, aunque se había emitido una carta de divorcio, delante de Dios seguía siendo la esposa de
su primer marido.
En Mateo 5, Jesús habló solamente de la mujer divorciada que se volvía a casar. En Mateo 19, habló
del marido divorciado que se volvía a casar. En ambos casos, dijo que eran culpables de adulterio. ¿Por
qué? Porque, una vez más, delante de Dios todavía eran marido y mujer. Recuerde las palabras de Jesús:
«… lo que Dios juntó, no lo separe el hombre» (19.6; énfasis nuestro).
Consideremos ahora la excepción que dio Jesús. La regla era que si una persona casada se divorciaba
y se volvía casar, él o ella serían culpables de adulterio. Los tribunales humanos han dado cientos de
excepciones a esa regla, sin embargo, Jesús dio solamente una, dice: «a no ser por causa de fornicación».
La palabra «fornicación» proviene de porneia. Porneia se refiere a las «relaciones sexuales ilícitas» en
general. Es un término amplio, sin embargo, «no tenemos libertad para […] argumentar que porneia
abarca todas y cada una de las ofensas que podrían decirse que, en cierto sentido vago, tienen un
fundamento sexual». Se trata de un acto físico.
He ahí entonces la regla: Si una persona casada se divorcia y se vuelve a casar, él o ella es culpable
de adulterio. La única excepción a esta regla es si uno de los cónyuges es culpable de fornicación, es
decir, relaciones sexuales con otra persona.
¿Manda Dios a una persona a divorciarse cuando su cónyuge le es infiel? No seamos culpables de
cometer el error que cometieron los fariseos. Recuerde que la enseñanza sobre el divorcio es una
concesión, no un mandamiento. Jesús dijo que uno puede conseguir el divorcio, no que uno tiene que
conseguir el divorcio. En el mejor de los casos, el divorcio es devastador para una familia. Si uno incluso
tiene el así llamado «derecho bíblico» para conseguir un divorcio, podrían haber buenas razones para
tratar de reconstruir el matrimonio. Cualquier enseñanza sobre el divorcio debe ser equilibrada con
enseñanzas sobre el perdón y la reconciliación.
Habiendo dicho todo lo anterior, permítame adelantarme y decir que el énfasis del texto que nos ocupa
no es en la excepción, sino en la regla. Jesús desea hacernos entender que el matrimonio está destinado
a ser permanente. El plan básico de Dios para el matrimonio es un hombre, una mujer, para toda la vida.
Las palabras de Jesús en Mateo 5.31, 32 no son demasiado difíciles de entender, no obstante,
despiertan polémica. Después de escucharlas, las personas inmediatamente se preguntan: «Pero ¿qué con
esta situación o la otra?». En esta presentación, no voy a tratar de responder todas las preguntas que se
podrían hacer. He escrito sobre Mateo 19.3–9 y hemos analizado algunos de los escenarios que preocupan
a las personas. Sin embargo, hace mucho aprendí que no hay manera de que pueda desenredar cada una
de las complejas situaciones maritales. Me he encontrado con multitud de espinosos problemas
matrimoniales, de divorcio y de nuevas nupcias a lo largo de los años. Si incluso tuviera la sabiduría de
Salomón, no podría arreglarlos todos. Una de las razones es que no soy omnisciente. No puedo saber con
precisión qué sucedió y no hay manera de que pueda leer las mentes y los corazones.
¿Quiere decir entonces lo anterior que no deba hacer nada? No, como maestro y predicador de la
Palabra, estoy obligado a predicar toda la Palabra de Dios —y eso incluye Mateo 5.31, 32; 19.3–9. Si no
tenemos cuidado, podemos quedar atrapados en un círculo vicioso. Fracasamos al enseñar sobre el tema
como deberíamos hacerlo y, como resultado, algunos de nuestros estudiantes se divorcian y se vuelven
a casar. Entonces, nos volvemos temerosos de herir los sentimientos de aquellos que están divorciados,
así que enseñamos sobre el tema aún menos. Como consecuencia, más son aún los que se divorcian de
una manera no bíblica. El ciclo se repite interminablemente en una espiral descendente. Uno de los
resultados trágicos de este escenario es que nuestros jóvenes crecen sin saber que la intención de Dios
para el matrimonio era que fuera de por vida. Permítame instarles a todos los líderes de la iglesia lo
siguiente: Insístanles a sus predicadores y maestros que presenten el plan básico de Dios para el
matrimonio tal como se indica en Mateo 5.31, 32; 19.3–9.
Además de enseñar sobre la permanencia del matrimonio, necesitamos dar instrucciones sobre cómo
tener un hogar cristiano piadoso y lleno de amor. También tenemos que trabajar con parejas que tengan
problemas en el matrimonio. Además, debemos confortar a las personas cuyas vidas han sido devastadas
por el divorcio. Pablo escribió: «Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de
Cristo» (Gálatas 6.2). Una vez más, dijo: «alentéis a los de poco ánimo» (1 Tesalonicenses 5.14).
En ocasiones, los líderes de las iglesias tienen que hacer frente a situaciones matrimoniales en las que
es evidente que el modelo de Dios para el matrimonio ha sido ignorado. En la iglesia de Corinto, un
hombre tenía a la mujer de su padre (1 Corintios 5.1). En ese caso, Pablo animó a la congregación a
quitarlo de en medio de ellos (vs. 3–5, 7, 11). Sin embargo, la acción adecuada en muchas situaciones no
es tan obvia. En tales casos, los líderes deben orar pidiendo sabiduría (Santiago 1.5) y hacer lo mejor que
pueden. La responsabilidad final recae en la persona. Podemos enseñar, predicar, aconsejar, asesorar y
estimular, sin embargo, cada quien es responsable de aplicar la Palabra de Dios a su propia vida. Romanos
14.12 dice: «De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí».
Jesús enseñó enérgicamente sobre la permanencia del matrimonio y el hecho de que el divorcio no
bíblico da como resultado el adulterio. Sin embargo, no hizo ningún intento por legislar sobre todas las
situaciones que puedan surgir. Dio los principios básicos y luego nos dejó el aplicar esos principios a
nuestra vida y a las diversas situaciones matrimoniales en las que nos encontremos. ¡Qué responsabilidad
más aterradora! ¡Que Dios nos dé a cada uno entendimiento, comprensión y ánimo para conocer y hacer
Su voluntad!
No quiero terminar el análisis de Mateo 5.31, 32 con una nota negativa. Se ha dicho que si dejamos
este pasaje con nada más que preguntas sin contestar sobre el divorcio y las nuevas nupcias, no habremos
comprendido su verdadero significado e importancia. El propósito de Jesús era desalentar el divorcio y
proteger el matrimonio. El plan de Dios para el matrimonio es entre un hombre y una mujer de por vida.
Deseara poder conocer alguna manera de enfatizarlo como se merece. Imagíneme de pie sobre una silla
y gritando: «¡Un hombre, una mujer, para toda la vida —este es el plan de Dios para el matrimonio!».
Cuanto más nos adhiramos a este plan, más será honrado Dios y más bendecidas serán nuestras vidas.
CONCLUSIÓN
Nuestra lección se ha centrado en un tema desagradable: adulterio, el pecado sexual. En cuanto a este
pecado, la mejor manera de manejarlo es evitarlo. El texto que nos ocupa sugiere dos maneras para
evitarlo. En primer lugar, proteja su corazón purgándolo de pensamientos lujuriosos. En segundo lugar,
proteja su matrimonio siéndole fiel a su cónyuge y comprometiéndose a su permanencia.
Jesús enseñó que debemos preocuparnos no solamente del adulterio físico, sino también del adulterio
mental y del adulterio legalizado. A los del mundo no les preocupa el adulterio en ninguna de sus formas,
sin embargo, a los hijos de Dios sí les preocupa. Según Pablo, el pecado sexual es particularmente atroz
a los ojos de Dios (vea 1 Corintios 6.18). Sin embargo, entienda que —a pesar de lo malo que es el
pecado de adulterio— como cualquier otro pecado, puede ser perdonado si uno se arrepiente. En 1
Corintios 6, Pablo se refirió a los «fornicarios» y los «adúlteros» (v. 9) y luego dijo: «Y esto erais algunos;
mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del
Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios» (v. 11; énfasis nuestro). Si usted está luchando con el
pecado de adulterio en cualquiera de sus formas, o con cualquier otro pecado, si podemos ayudar,
háganoslo saber.
EL SERMÓN DEL MONTE
¡Piense antes de abrir!
Mateo 5:33-37

La Biblia está llena de amonestaciones para que vigilemos nuestra lengua, para que tengamos cuidado
con lo que decimos. En el libro de Proverbios, Salomón dijo: «El que guarda su boca guarda su alma;
mas el que mucho abre sus labios tendrá calamidad» (13.3); «¿Has visto hombre ligero en sus palabras?
Más esperanza hay del necio que de él» (29.20). Santiago escribió la siguiente descripción gráfica acerca
del poder destructivo potencial de la lengua:

He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego! Y la lengua es un fuego, un


mundo de maldad. La lengua […] inflama la rueda de la creación, y ella misma es
inflamada por el infierno (Santiago 3.5b, 6).

En una lección anterior, aprendimos que «cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable
de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le
diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego» (Mateo 5.22; énfasis nuestro). El texto de la presente
lección se centra exclusivamente en las palabras que salen de nuestras bocas.
Puede que algunos se pregunten por qué la Biblia pone tanto énfasis en nuestro hablar. Puedo
imaginarme a alguien diciendo: «Tantos problemas apremiantes en el mundo necesitan ser resueltos.
¿Por qué perder el tiempo hablando de algo tan pequeño como las palabras?». La mayoría de nuestros
lectores comprenden que, por regla general, los principales problemas no pueden resolverse sin un uso
racional de palabras. Para un cristiano, sin embargo, el análisis sobre la forma de hablar es doblemente
importante, porque nunca podrá ser «la sal de la tierra» y «la luz del mundo» (Mateo 5.13, 14), si su
hablar no refleja su compromiso con el Señor. He titulado esta lección: «¡Piense antes de abrir!». Es
decir, piense antes de abrir la boca.

EL TEXTO
Lo que habían oído
Comencemos nuestro estudio repasando el texto, Mateo 5.33–37. Los versículos contrastan lo que los
judíos habían oído con lo que Jesús enseñaba. El pasaje comienza así: «Además habéis oído que fue
dicho a los antiguos: No perjurarás…» (v. 33a). La palabra «perjurarás» se refiere a cometer perjurio.
Jesús continuó con lo que habían oído ellos, diciendo: «… sino cumplirás al Señor tus juramentos» (v.
33b).
La enseñanza a la que se refería Jesús no era una cita literal del Antiguo Testamento, sino una síntesis
de varios pasajes antiguotestamentarios. Las siguientes son algunas muy comunes:

«Cuando alguno hiciere voto a Jehová, o hiciere juramento ligando su alma con
obligación, no quebrantará su palabra; hará conforme a todo lo que salió de su boca»
(Números 30.2).

«Cuando haces voto a Jehová tu Dios, no tardes en pagarlo; porque ciertamente lo


demandará Jehová tu Dios de ti, y sería pecado en ti» (Deuteronomio 23.21; vea vs. 22,
23).

Las instrucciones en cuanto a cumplir un voto estaban estrechamente relacionados con el tercero de
los Diez Mandamientos: «No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano» (Éxodo 20.7a). En el libro
de Levítico, Dios declaró: «Y no juraréis falsamente por mi nombre, profanando así el nombre de tu
Dios. Yo Jehová» (19.12). También pueden ser un reflejo de las palabras del noveno mandamiento: «No
hablarás contra tu prójimo falso testimonio» (Éxodo 20.16).
Observe que Números 30.2 menciona tanto «voto» como «juramento». Por lo general, pensamos en
el voto como «una promesa ferviente que nos ata a un acto determinado», mientras que un juramento
invoca a Dios como «testigo» de que lo que decimos es verdad. Sin embargo, «la distinción entre
juramentos y votos no era por lo general claro». En la NASB, la palabra «votos» se usa en Mateo 5.33,
mientras que «jurar» se usa en los versículos 34 a 36. En esta lección, usaremos los términos
indistintamente. «La ley mosaica prohibía juramentos irreverentes, el uso ligero del nombre del Señor,
[y] los votos que se quebrantaban».

Lo que dijo Jesús


Después de resumir la enseñanza del Antiguo Testamento en cuanto hacer votos, Jesús dijo:

Pero yo os digo: No juréis en ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios;
ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del
gran Rey. Ni por tu cabeza jurarás, porque no puedes hacer blanco o negro un solo
cabello (Mateo 5.34–36).

Para entender las palabras de Jesús, necesitamos tomar en cuenta la práctica judía del siglo primero.
Los maestros judíos habían desarrollado un complejo sistema con respecto a qué votos eran vinculantes
y cuáles no. Jesús se refirió a esta forma de razonamiento en Su reproche mordaz de los escribas y fariseos
en Mateo 23, diciendo:

¡Ay de vosotros, guías ciegos! que decís: Si alguno jura por el templo, no es nada; pero
si alguno jura por el oro del templo, es deudor. ¡Insensatos y ciegos! porque ¿cuál es
mayor, el oro, o el templo que santifica al oro? También decís: Si alguno jura por el altar,
no es nada; pero si alguno jura por la ofrenda que está sobre él, es deudor. ¡Necios y
ciegos! porque ¿cuál es mayor, la ofrenda, o el altar que santifica la ofrenda? Pues el que
jura por el altar, jura por él, y por todo lo que está sobre él; y el que jura por el templo,
jura por él, y por el que lo habita; y el que jura por el cielo, jura por el trono de Dios, y
por aquel que está sentado en él (vs. 16–22).

Una diferencia clave con respecto a los votos era si se invocaba el nombre de Dios o no. Los rabinos
judíos enseñaban que si se usaba el nombre de Dios, el voto era obligatorio, sin embargo, si no se usaba
Su nombre, el voto no era obligatorio. Como resultado de ello, no dudaban en jurar por el cielo, por la
tierra, por la ciudad de Jerusalén ni incluso por sus cabezas (es decir, por sus vidas). Dijeron que nadie
estaba obligado a cumplir esa clase de votos. Recuerdo algo de mi infancia. En mi mente, puedo escuchar
el siguiente diálogo entre dos niños:

«¡Dijiste que lo harías!».


«Pero yo tenía los dedos cruzados».
«Yo no vi ningún dedo cruzado».
«Bueno, los tenía escondidos atrás».

Era una creencia común entre los niños que si cruzaban el dedo índice con el del medio, podían decir
lo que quisieran y no ser responsables por lo que decían. La idea suena tonta, sin embargo, no es más
tonta que cuando los judíos decían que un voto sin el nombre de Dios no era vinculante.
Algunos podrían estar moviendo la cabeza, pensando: «¿Cómo pueden las personas ser tan tontas? Ya
no hacemos esa clase de distinciones ridículas». ¿Está seguro que ya no las hacemos? En cuanto a decir
la verdad, muchos creen que hay diferentes reglas para diferentes esferas de la vida. Dicen que creen en
ser veraces, sin embargo, creen que hay situaciones en las que está bien decir mentiras —en los negocios,
en la política o en el trato con otras naciones.
En cuanto a las distinciones que los judíos hacían en los tiempos de Jesús, Este dijo que nada por lo
que juraban podía estar separado de Dios. El cielo es Su trono y la tierra el estrado de Sus pies (vea Isaías
66.1). En tiempos de Jesús, Jerusalén era Su ciudad especial, el lugar donde se encontraba Su templo.
Incluso, la cabeza fue creada por Dios, y «cada uno de los cabellos en ella lleva el sello de su obra».
Puede que algunos se pregunten qué quieren decir las palabras «no puedes hacer blanco o negro un
solo cabello», ya que algunos blanquean su cabello (para aclararlo) o lo tiñen (para oscurecerlo). De
acuerdo con un programa de radio británico, teñirse el cabello ha sido una práctica común «por más de
cuatro mil años». Jesús estaba hablando del color natural del cabello. Al volverme más viejo, el cabello
de mi cabeza se ha mantenido oscuro; sin embargo, el cabello de mi cuñada se tornó gris mientras todavía
era una mujer joven. Ninguno de nosotros tenía ningún control sobre tal fenómeno. El punto de Jesús es
que nada en la vida —incluyendo el más pequeño de los cabellos de la cabeza— puede estar aparte del
Creador de todas las cosas. Es absurdo, por lo tanto, pensar que un juramento que invocaba el nombre de
Dios sea vinculante, mientras que un juramento que invocaba parte de la creación de Dios no lo sea.
En lugar de tratar de determinar cuáles juramentos eran vinculantes y cuáles no lo eran, Jesús dijo:
«No juréis en ninguna manera». «Pero», dijo, «sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no» (Mateo 5.37a). La
repetición de «sí» o «no» podría significar que cuando usted dice «sí» o «no», es permitido resaltar las
palabras repitiéndolas. Probablemente, el significado es que cuando usted dice «sí», debe querer decir
«sí», y cuando usted dice «no», debe querer decir «no». No debería ser necesario reforzar sus palabras
con un juramento. Santiago hizo una declaración similar en su epístola, diciendo: «Pero sobre todo,
hermanos míos, no juréis, ni por el cielo, ni por la tierra, ni por ningún otro juramento; sino que vuestro
sí sea sí, y vuestro no sea no, para que no caigáis en condenación» (Santiago 5.12).
«… porque lo que es más de esto», dijo Jesús, «de mal procede» (Mateo 5.37 b). La palabra traducida
como «mal» (poneros) podría querer decir «el maligno» (es decir, el diablo) o «lo malo» (tal como un
corazón malo). Encontraremos la misma vaguedad dos veces más en el Sermón del Monte (5.39; 6.13),
sin embargo, no hay mucha diferencia en cuál significado le asignemos en el presente texto. En cualquiera
de los casos, el origen de los juramentos que se hacen a la ligera es malo. Además, puede que haya una
implicación en cuanto a que la única razón para que los juramentos y votos sean necesarios es que
vivimos en un mundo corrupto, donde abunda la mentira.

LA ENSEÑANZA
Lo que Jesús no estaba enseñando
Ahora que hemos examinado el texto, la siguiente pregunta que se hace es «¿Qué quiso decir Jesús
con lo que dijo?». Primero hablaremos de lo que Jesús no estaba enseñando.
Algunos han interpretado las palabras de Jesús en el sentido de que un cristiano nunca, bajo ninguna
circunstancia, debe hacer un voto ni decir algo bajo juramento. Este es un artículo de fe en algunas sectas
y es un asunto de conciencia personal para algunos cristianos. Un área de especial preocupación es hacer
un juramento en un tribunal. Si Mateo 5.33–37 es considerado por sí solo, ciertamente parece enseñar
que el hijo de Dios no debe hacer juramentos en un tribunal. Si usted está convencido de que esto es lo
que Jesús estaba enseñando, entonces, deje que sus acciones sean coherentes con sus convicciones; no
quebrante su conciencia. No sé acerca de otros países, sin embargo, los tribunales de los Estados Unidos
proveen para aquellos que no pueden en conciencia tomar el juramento habitual antes de testificar. Se les
permite hacer una declaración «afirmando bajo pena de perjurio» que dirán la verdad.
Sugiero, sin embargo, que no fue lo que Jesús tenía en mente. J. W. McGarvey escribió que tenemos
que llegar a esta conclusión «al interpretar la prohibición a la luz de ejemplos con autoridad». ¿Cuáles
«ejemplos con autoridad»? Comencemos con el ejemplo de Dios mismo. El autor de Hebreos habló dos
veces de cuando Dios juró con un juramento:
Porque cuando Dios hizo la promesa a Abraham, no pudiendo jurar por otro mayor, juró
por sí mismo, diciendo: De cierto te bendeciré con abundancia y te multiplicaré
grandemente (Hebreos 6.13, 14).

… porque los otros ciertamente sin juramento fueron hechos sacerdotes; pero éste, con
el juramento del que le dijo: Juró el Señor, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para
siempre, según el orden de Melquisedec (Hebreos 7.21).

Luego, está el ejemplo de Jesús. Cuando fue a juicio ante el concilio, el sumo sacerdote le dijo: «Te
conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios» (Mateo 26.63). La palabra
que se traduce como «conjuro» (exorkizo) quiere decir «apelar con un juramento». La NIV consigna: «te
pongo bajo juramento». Observe la solemnidad del juramento: Era «por el Dios viviente». Si Jesús no
creía en estar bajo juramento, habría permanecido en silencio, sin embargo, no lo hizo. Él respondió: «Tú
lo has dicho» (v. 64), lo cual es una manera de responder afirmativamente. La NIV consigna: «Sí, es
como tú lo dices».
También tenemos el ejemplo de Pablo, que a menudo convocó a Dios como testigo de la veracidad de
lo que decía. Por ejemplo, en Filipenses 1.8 dijo: «Porque Dios me es testigo de cómo os amo a todos
vosotros con el entrañable amor de Jesucristo» (vea también Romanos 1.9; Gálatas 1.20; 2 Corintios
1.23). A partir de estos ejemplos, se concluye que hay ocasiones solemnes en los que es apropiado hacer
un voto o un juramento.

Lo que estaba enseñando Jesús


Si el propósito del texto que nos ocupa no era prohibir totalmente los votos ni los juramentos, ¿cuál
fue el objetivo? ¿Qué deseaba Jesús que aprendiéramos de Sus palabras? Se pueden deducir varios
principios de Mateo 5.33–37. Veamos tres.
1) No haga juramentos frívolos. El presente texto nos enseña que debemos evitar juramentos frívolos
—frases informales que utilizan el nombre de Dios y cosas estrechamente relacionadas con Dios, como
los siguientes ejemplos:

• «Por Dios…».

• «Por los cielos…».

• «Por todo lo santo…».

Los juramentos frívolos no solamente son malos, también son inútiles. Si no puede creerle a una
persona sin usarlos, no podrá creerle cuando los usa. Alguien dijo: «A un hombre honesto se le cree sin
juramento, sin embargo, a un hombre deshonesto no se le cree aunque use mil de ellos».
Estrechamente relacionado con los juramentos frívolos tenemos el uso blasfemo del nombre de Dios
y de otras cosas que son sagradas. En la parte del mundo donde vivo, expresiones como las siguientes
son comunes:

• Alguien se emociona y dice: «¡Oh, Dios mío!».

• Alguien se molesta con otro y dice: «Por Dios, ¿qué estás haciendo?».

• Alguien se preocupa y dice: «Sólo Dios sabe [o “sólo el cielo sabe”] cómo voy a salir de esto».
Podríamos considerar otros ejemplos, como usar el nombre de Jesús como una exclamación. Albert
Barnes escribió que no hay ofensa más terrible que la que comete el que jura profanamente. Luego dijo:

… no hay en el universo mayor causa de asombro de su paciencia, que el hecho de que


Dios no se levante en venganza y de un golpe envíe de una vez al infierno al que jura
profanamente. Ciertamente, en un mundo como en el que vivimos, donde su nombre es
profanado todos los días, a toda hora y a cada momento por miles, Dios muestra que él
es lento para la ira, ¡y que su misericordia no tiene límites!

2) Sea una persona veraz. Hace poco indiqué que una persona sincera no tiene necesidad de
juramentos. Una segunda lección del presente texto es que cada uno de nosotros debe ser sincero, ser la
clase de persona que no necesita usar un juramento para que se le crea.
Un joven le explicaba a su hermano menor cómo interpretar las respuestas de sus padres. Dijo: «Si
dicen “Sí”, quieren decir “Tal vez”. Si dicen “voy a pensarlo”, quieren decir “No”. Si dicen “No”, quieren
decir que tendrás que molestar el doble de tiempo para conseguir lo que quieres». Espero que la
evaluación del niño esté equivocada. Si decía la verdad, sus padres no habrían aprendido una lección
clave del presente texto, a saber: «Diga lo que quiere decir y cumpla lo que dice».
Ni usted ni yo hemos de ser como los padres del pequeño. Cuando decimos «Sí», tenemos que querer
decir «Sí». Cuando decimos «No», tenemos que querer decir «No». Hemos de ser personas veraces. «…
desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo» (Efesios 4.25).
Cuando era niño, teníamos expresiones como «Él es un hombre de palabra» y «Podemos fiarnos de
su palabra», las cuales quieren decir que una persona dice la verdad. La mayoría de los tratos se sellaban
con un apretón de manos. Vivimos en un mundo diferente, un mundo ahogado en acuerdos legales y
contratos llenos de un lenguaje que solamente entienden los abogados. A medida que las personas se
vuelven más deshonestas y cínicas, la situación empeora. Hace años, cuando compré mi primera casa, la
documentación legal consistía de unas pocas páginas. Hace cuatro años, cuando compré mi vivienda
actual, la pila de documentos era de casi una pulgada de espesor.
Usted y yo debemos obedecer las leyes de la tierra (Romanos 13.1), por lo que no podemos escapar
de los requisitos legales para nuestras transacciones. Sin embargo, a un nivel personal, cada uno de
nosotros debe esforzarse por ser sincero y cultivar una reputación por decir la verdad.
3) Cumpla siempre con su palabra. En estrecha relación con la lección anterior está la siguiente:
Cumpla siempre con su palabra. Tal vez sea solamente mi imaginación, sin embargo, me parece que cada
vez más personas no están cumpliendo con lo que dicen que van a hacer. Al parecer, un número cada vez
mayor de personas ha decidido que la manera más rápida de deshacerse de alguien que desea algo es
prometer hacerlo. Dicen: «Claro, voy a encargarme de eso» —y suele ser lo último que se supo de ellos.
No les importa hacer promesas que no tienen intención de cumplir.
Llegado este momento, tengo que decir algo sobre las promesas hechas durante una boda. Se ha
sugerido que «existe un vínculo natural» entre el pasaje anterior sobre el matrimonio (Mateo 5.31, 32) y
el pasaje del «sí» y del «no» que estamos considerando. Los votos solemnes hechos durante una boda
varían, sin embargo, a menudo incluyen palabras como «en la enfermedad y en salud», «renunciando a
todos los demás» y «hasta que la muerte nos separe». ¿Entienden lo que dicen los que hacen tales votos?
¿Tienen la intención de cumplir lo que dicen? Cuando dicen, «Lo prometo», ¿querrán decir «Lo prometo,
siempre y cuando él [o ella] me haga feliz»? ¿El «Sí» que dan quiere decir «Sí» o quiere decir «Tal vez»?
Hace años, me desanimé por el número de parejas jóvenes que se divorciaron —parejas para quienes
realicé la boda. Elaboré un programa detallado con el que esperaba reducir ese número. Requería que
recibieran mucha orientación y evaluación antes de la ceremonia. Uno de los requisitos especiales era
que cada uno de ellos tenía que firmar un acuerdo diciendo que, si tenían problemas, se pondrían en
contacto conmigo antes de contactar a un abogado. Para mi consternación, las medidas que tomé parecían
ser en vano. Muchos de los que aconsejé siempre se divorciaron. No podía entenderlo. Le decía a mi
esposa: «¡Pero prometieron que se pondrían en contacto conmigo antes de contactar a un abogado! ¡Y
no lo hicieron!». Con el tiempo, se me ocurrió que si no les molestaba romper sus votos solemnes a Dios,
no dudarían en romper su promesa conmigo.
Déjeme que le inste con todas mis fuerzas: Sea una persona de palabra. Cuando usted dice que hará
algo, asegúrese de hacerlo. Podría preguntarse: «¿Y si se hace difícil mantener la promesa? ¿Y si cuesta
algo para mantenerla?». Cuando usted dice que va a hacer algo, hágalo entonces —aunque cueste hacerlo.
Hace mucho me encontré con un buen texto para usarlo en el funeral de un cristiano piadoso: Salmos
15. Al describir David a una persona piadosa, incluyó esta característica en el versículo 4: «El que aun
jurando en daño suyo, no por eso cambia». Quiere decir que cuando un hombre temeroso de Dios promete
hacer algo, lo hace; aunque le haga daño hacerlo. La NIV consigna: «… mantiene su juramento, incluso
cuando le duele». Una paráfrasis amonesta de esta manera: «Mantenga su palabra, aun cuando le cueste».
Larry Calvin dio una ilustración de tan importante principio, diciendo:

Cuando tenía unos siete años, mi abuelo tenía un automóvil Modelo T a la venta. Una
mañana, un hombre entró y le dijo a mi abuelo que le daría $1,000 por el viejo coche.
Mi abuelo le dio la mano como señal del trato. El hombre no podía llevárselo en ese
momento; por lo que dijo: «Vuelvo hoy un poco más tarde para llevármelo, si está bien».
Mi abuelo dijo: «Claro, está bien».
Por la tarde, otro hombre le ofreció a mi abuelo $2,500 por el coche. Jamás olvidaré a
mi abuelo soltando una carcajada y diciéndole al hombre: «Me habría encantado que
hubiera llegado esta mañana. No me vendrían mal esos 2,500 dólares. Pero le di la mano
como señal de trato a un hombre esta mañana. Vendí esa cosa por $1,000».

Sí, sé que surgirán ocasiones cuando no es posible mantener una promesa. He prometido cumplir con
una charla para luego enfermarme y no poder cumplir con la cita. Como padre, he hecho unas cuantas
promesas sin pensarlas bien y no he podido hacer lo que dije que haría. (Todavía me duele recordar esos
instantes). Sin embargo, incidentes como estos deben ser las excepciones y no la regla. Serán pocos y
raros si tenemos en cuenta el costo antes de decir que haremos esto o aquello. Una vez más, lo exhorto:
Haga pocas promesas y mantenga las que hace.

CONCLUSIÓN
Se ha dicho que «tenemos una crisis de integridad en nuestra cultura». Los hijos de Dios deben ser,
tienen que ser, líderes en la reversión de esa tendencia. Si vamos a ser la sal de la tierra y la luz del
mundo, tenemos que ser personas de integridad. Si vamos a ayudar a hombres y mujeres a venir al Señor,
tenemos que ser personas de integridad. Si los demás no pueden creer lo que decimos cuando hablamos
de las cosas de todos los días, ¿por qué deberían creernos cuando hablamos de las cosas eternas?
Una vez más, es hora de que nos examinemos a nosotros mismos. Tal vez, algunos han tenido que
declararse «culpables» con respecto a todos los temas tratados, a saber: hacer juramentos frívolos,
profanar el nombre de Dios, no decir la verdad y no mantener la palabra. Tales personas necesitan una
nueva orientación en sus vidas. Con la ayuda de Dios, necesitan un cambio total de actitud y de actuar.
Sin embargo, todos somos sin duda culpables en alguna medida. Arrepintámonos todos de nuestros
defectos, pidamos perdón a Dios y luego pidámosle a Dios que nos ayude a hacerlo mejor en el futuro.
Que Dios nos ayude a todos a «pensar antes de abrir» la boca.
EL SERMÓN DEL MONTE
Cuando se nos trata mal
Mateo 5:38-42

Mateo 5.38–42, el próximo segmento que estudiaremos del Sermón del Monte, contiene el penúltimo
contraste entre lo que los oyentes de Jesús habían oído y lo que Él enseñó. Este contraste y el último
están estrechamente relacionados, ambos tienen que ver con la forma como debemos responder al mal
trato. El texto de esta lección ha causado tanta polémica como cualquiera otro en el Sermón del Monte.

Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al
que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la
otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a
cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos. Al que te pida, dale;
y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses (Mateo 5.38–42).

D. Martyn Lloyd–Jones escribió: «Posiblemente, ningún otro pasaje en la Escritura ha producido tanta
exaltación y debate como esta enseñanza que nos pide no resistir al mal, ser amorosos y ser personas que
perdonan». El pasaje es utilizado por los enemigos del cristianismo para decir que las enseñanzas de
Jesús son ridículas o imposible. Es también una sección que deja perplejos a quienes desean seguir a
Jesús. ¿Cómo deberíamos aplicarlo exactamente a nuestras vidas? Muchos aspirantes a ser cristianos
ignoran las instrucciones del pasaje o terminan explicándolo a su manera. Mi reto es hacer que la
enseñanza sea práctica sin tener que descartarla.
Le estoy llamando a la lección «Cuando se nos trata mal». ¿Cómo debe un hijo de Dios reaccionar
cuando los demás lo tratan mal? En la presente lección, veremos principalmente la respuesta negativa de
Jesús a la pregunta (qué no hacer). En la próxima lección, estudiaremos Su respuesta positiva (qué hacer).

LO QUÉ LES HABÍAN ENSEÑADO (5.38)


Jesús primero se refirió a lo que le habían enseñado a Su audiencia, diciendo: «Oísteis que fue dicho:
Ojo por ojo, y diente por diente» (v. 38). Esta enseñanza antiguotestamentaria es con la que la mayoría
de las personas están familiarizados, incluso aquellos que no saben nada más sobre la Biblia. Las palabras
se encuentran tres veces en el Antiguo Testamento: Éxodo 21.22–25; Levítico 24.19, 20 y Deuteronomio
19.21. Deuteronomio 19.21 lo dice de la siguiente manera: «Y no le compadecerás; vida por vida, ojo
por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie».

La razón por la que se dio el mandamiento


Estas palabras se han usado para excusar cualquier cosa desde la venganza personal, las disputas
familiares y la desobediencia civil. ¿Fue esta la razón por la que Dios dio este mandamiento?
Absolutamente no. En cuanto a esta instrucción, se deben entender varios hechos. Lo primero es que fue
dado no para fomentar las represalias, sino (escuche con atención) para limitar el castigo. Anterior a este
decreto, si alguien perdía un ojo, a menudo trataría de sacarle los dos ojos al ofensor y quizás incluso
quitarle la vida. La venganza personal a menudo se incrementaba para incluir a familias, ciudades o
naciones enteras. Cuando usted piensa en el mandamiento del ojo por ojo, piense de la siguiente manera:
«Solamente un ojo por ojo, y solamente un diente por diente —y nada más».
Lo segundo que hay que entender es que estas palabras no iban dirigidas al israelita promedio, sino
que tenían como objeto ser una guía para los jueces debidamente autorizados. Hace un momento, leímos
en Deuteronomio 19.21. Retroceda varios versículos para ver el contexto. El versículo 17 menciona a
dos hombres que tenían un conflicto. Se les dice que «los dos litigantes se presentarán delante de Jehová,
y delante de los sacerdotes y de los jueces que hubiere en aquellos días». El versículo 18 dice que «los
jueces inquirirán bien». Los versículos siguientes dan instrucciones sobre cómo habían de imponer
justicia. La directriz en cuanto a «ojo por ojo y diente por diente» es parte de las instrucciones. El
principio constituye un axioma judicial fundamental que dice: Que el castigo sea proporcional al crimen.
No estamos seguros si el mandamiento del ojo por ojo y diente por diente se haya llevado a cabo de
manera literal. En la época de Jesús, se le ponía un valor monetario a la lesión (fuera un ojo, un diente,
varios dientes o algo más). Esta cantidad tenía que ser pagada por el culpable (como ocurre en la mayoría
de los tribunales hoy en día).

La forma como se le ha dado un uso incorrecto al mandamiento


La ley del ojo por ojo era por lo tanto «restrictivo y no permisivo». La ley de Moisés desalentaba la
venganza personal. La mayoría estamos familiarizados con las palabras de Levítico 19.18 que dicen:
«Amarás a tu prójimo como a ti mismo», sin embargo, observe la primera parte del versículo: «No te
vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo». Sin embargo, los judíos usaban el pasaje del ojo
por ojo y del diente por diente para decir que Dios aprobaba las represalias personales.
Al pasaje se le sigue dando un mal uso hoy en día. Fanáticos con ojos exaltados y empeñados en hacer
daño a otros vociferan: «¡Después de todo, la Biblia dice: “Ojo por ojo y diente por diente!”».

LO QUE ENSEÑÓ JESÚS (5.39–42)


Una regla (v. 39a)
Jesús respondió a la utilización indebida de la enseñanza del Antiguo Testamento de la siguiente
manera: «Pero yo os digo: No resistáis al que es malo» (v. 39a). Desde el comienzo somos empujados a
la controversia: «¿No resistir al que es malo? ¿Permitirles a las personas malas que hagan lo que quieran?
¿Dejar que vayan desenfrenadamente por el mundo? ¡Eso no suena bien!». Inmediatamente, nos
enfrentamos a la difícil tarea de definir las palabras de Jesús, sin debilitarlas.
Tal vez lo primero que necesito decir es que Jesús se estaba dirigiendo a discípulos de manera
individual y no a la sociedad en general.

 No estaba hablándoles a los padres acerca de sus hijos. El mal en un niño debe ser resistido
seriamente. (Por necesidad de la disciplina, vea Hebreos 12.8, 11).

 No tenía en mente a gobiernos civiles. Dios les ha dado a funcionarios de los gobiernos la
autoridad para castigar «al que hace lo malo» (Romanos 13.4).

 Ni siquiera estaba dándoles instrucciones a congregaciones. Los falsos maestros no deben ser
tolerados (vea Mateo 7.15). Cualquier persona que aliente a un falso maestro «participa en sus
malas obras» (2 Juan 11). Además, los miembros que persistan en el pecado deben ser
disciplinados por la iglesia (vea Mateo 18.15–18).

Si Jesús no estaba dándoles una directriz a padres, autoridades civiles ni a líderes de la iglesia, ¿a
quién les estaba hablando? Nos hablaba a nosotros como a discípulos de manera individual. Jesús estaba
preocupado por cómo respondemos cuando se nos trata mal de manera individual.
Subraye la palabra «individualmente» en su mente. Jesús no estaba sugiriendo que no debemos resistir
al que es malo si está infringiendo la ley, o si se está haciendo daño a sí mismo o a otros. Por ejemplo, si
alguien estuviera a punto de hacerle daño a su hijo, Jesús no le está pidiendo que se siente sin hacer nada.
Hemos de resistir el mal con respecto a los derechos de los demás y asuntos relativos a principios
fundamentales.
Jesús mismo resistió el mal y a las personas malas. En dos ocasiones, echó del templo a los que habían
estado profanándolo (vea Juan 2.13–17; Mateo 21.12, 13). Condenó la hipocresía de hombres malos
(Mateo 23). El apóstol Pablo también resistió al mal y a hombres malos. En cierta ocasión, cuando Pedro
erró, Pablo dijo: «le resistí cara a cara» (Gálatas 2.11). La palabra «resistí» proviene de la misma palabra
griega que se tradujo como «resistáis» en el presente texto. Nótese, sin embargo, que se resistieron a
personas malas y al mal como un asunto de principios, y no porque Jesús y Pablo estaban molestos por
el hecho de que se les había tratado mal de manera personal.
Tal vez, la mejor explicación sobre lo que Jesús tenía en mente se encuentra en los ejemplos que Él
mismo dio: volver la otra mejilla, renunciar a una capa e ir una segunda milla. Ninguno de estos ejemplos
pone en peligro la vida, sin embargo, todos son muy personales y todos atentan contra lo que
consideramos nuestros «derechos».

Cuatro ejemplos (vs. 39b–42)


A medida que consideramos los ejemplos, estaremos buscando el principio detrás de ellos. Algunos
interpretan las instrucciones de Jesús simplemente como elementos de una lista de cómo debe actuar el
cristiano. Sin embargo, durante seis décadas de vivir como cristiano, nunca me han dado una bofetada
en la mejilla derecha, nadie me ha demandado y tomado mi túnica, y nadie me ha obligado a ir una milla.
Si no hubiera un principio general detrás de estos mandamientos, habría poca aplicación a la vida
cotidiana. B. W. Johnson sugirió que los ejemplos que dio Jesús no son leyes «para ser cumplidas
servilmente», sino que encarnan un principio que «tiene que ser siempre preservado». ¿Cuál es el
principio?
1) «Vuelva la otra mejilla». El primer ejemplo se encuentra en la última parte del versículo 39, y dice:
«… antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra». Una bofetada en la
mejilla siempre ha sido considerado un insulto. La bofetada mencionada en el presente texto era
doblemente insultante, ya que fue una bofetada con el dorso de la mano. (Si un hombre diestro se coloca
de frente a un hombre y le abofetea, si le da una bofetada con la palma de su mano, le dará una bofetada
en la mejilla izquierda. Para golpear la mejilla derecha con la mano derecha, por lo general requiere de
golpearlo con la parte posterior de la mano). Entienda que estamos hablando de una bofetada en la cara.
Un golpe duro puede ser doloroso, sin embargo, en la mayoría de los casos no atenta contra la vida.
¿Qué debemos hacer cuando alguien nos da una bofetada? Jesús dijo: «… vuélvele también la otra
[mejilla]». Llegados a este punto, los detractores comienzan a criticar acerca de cómo el cristianismo no
tiene ningún concepto de «el mundo real». «Obedecer tal edicto», dicen, «únicamente dará como
resultado tontos débiles que alientan a otros a abusar de ellos». Tenemos que admitir que la enseñanza
de Jesús va en contra de la filosofía del mundo. Un axioma muy conocido afirma que «un caballero debe
proteger su honor a toda costa». En el pasado, una bofetada en la cara a menudo era una invitación a
batirse en un duelo a muerte.
También tenemos que admitir que los cristianos tienen dificultades con las palabras de Jesús. ¿Estaba
enseñando que deberíamos dejar que las personas saquen ventaja indebidamente de nosotros? Los padres
se preguntan qué deben enseñarles a sus hijos acerca de defenderse a sí mismos. Algunos cristianos le
dan un enfoque literal y limitado a la enseñanza de Jesús. Un hombre dijo: «Está bien, voy a dejar que
me golpeen en las dos mejillas. Sin embargo, después de eso, ¡presenciarán la pelea más grande que este
país haya visto!». Este hombre no entendió lo que Jesús estaba enseñando.
Permítame decirle cuál es en mi parecer el principio detrás de este ejemplo y de todos los demás.
Como ya se señaló, una bofetada en la cara es un insulto. Un insulto es una afrenta personal. La lesión
que se da como resultado no es una lesión en el cuerpo, sino una lesión en la autoestima propia. ¿Qué
sucede cuando usted cree que ha sido insultado? Sé lo que a mí me ocurre. La adrenalina corre por mis
venas. Mi cara se sulfura. Siento la necesidad de arremeter contra el responsable. A lo largo de los años,
he dicho y hecho cosas que sería vergonzoso recordar. ¿Por qué he reaccionado así? Porque un insulto
es una afrenta personal. Me molesto porque alguien ha herido mis sentimientos.
¿Notó el uso de la primera persona y de la palabra «mis» en la descripción de mi respuesta a un insulto,
y el énfasis en la palabra «personal»? He aquí el principio que creo se encuentra incrustado en los
ejemplos de Jesús: No se preocupe tanto por usted; no se preocupe tanto por los así llamados «mis
derechos». Jesús estaba enseñando el mismo principio que enseñó cuando dijo: «Si alguno quiere venir
en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame» (Mateo 16.24; énfasis nuestro).
En los juicios anteriores a Su muerte, Jesús demostró la clase de espíritu que tenía en mente. Además
de otros abusos, recibió bofetadas en la cara (vea Marcos 14.65). En un momento dado, Cristo protestó
por la injusticia de tal acto (vea Juan 18.19–23), sin embargo, no tomó represalias a pesar de que pudo
haberlo hecho (vea Mateo 26.53). Pedro escribió:

Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no
hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con
maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga
justamente (1 Pedro 2.21–23).

Oigo a alguien reclamar: «Pero si pongo la otra mejilla, las personas pensarán que soy débil». Puede
ser, sin embargo, su acto podría también tocar los corazones de los que le insultan. Hace años, oí una
historia sobre el gran predicador Marshall Keeble. Después de uno de sus conmovedores sermones, y a
la vez sencillos, el hermano Keeble estaba de pie frente a la concurrencia saludando a los que
respondieron a la invitación. Un hombre llegó corriendo por el pasillo. El hermano Keeble se adelantó
con una sonrisa, con la mano extendida, para saludar al hombre. El hombre le propinó al hermano Keeble
un fuerte golpe que lo derribó sobre la mesa de la comunión. Luego el hombre le escupió en la cara.
Mirando hacia el hombre, el hermano Keeble dijo: «Me gustaría limpiar el enojo en tu corazón y el
pecado de tu alma tan fácil como puedo limpiar la saliva de mi cara». Según el relato, el hombre rompió
en lágrimas. Su corazón fue abierto al evangelio. Por supuesto, no siempre sucederá así cuando volvemos
la otra mejilla. Sin embargo, algo es cierto: Sea que nuestro actuar afecte o no al que nos trata mal, nos
afectará a nosotros. Nos hará mejores personas.
2) «Entregue también su capa». El segundo ejemplo es una ilustración de un tribunal: «… y al que
quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa» (v. 40). La NASB utiliza los términos
«camisa» y «abrigo» para ayudarles a las personas del siglo XXI entender lo que Jesús decía, sin
embargo, no son los términos exactos utilizados por Jesús. La palabra «túnica» se traduce de (chiton),
que se refiere a la ropa interior. Era una prenda ceñida que se llevaba sobre la piel, cubriendo el cuerpo
desde el cuello hasta las rodillas. A veces se llama una «túnica». La palabra «capa» (himation) se refiere
a la prenda exterior. Esta prenda exterior, a menudo llamada «capa», era usada por los pobres como una
manta durante la noche. Cuando la capa era usada como un compromiso, no podía dejársela durante la
noche, debido a que ello le impondría una dificultad al pobre (vea Éxodo 22.26, 27).
Por un momento, imagine que usted es un judío siendo demandado por su ropa interior. Para su
consternación, su adversario gana la demanda, por lo que tiene que entregarle la prenda a él. Jesús
entonces, en efecto, le dice: «No se queje por eso, más bien déle su prenda exterior también». ¿Se imagina
cuán desesperante sería? Sin embargo, centrarnos en los detalles de la ilustración es no entender el
concepto. Jesús no estaba pensando en una situación literal. La mayoría de los judíos llevaban tres o
cuatro prendas. Algunos llevaban calzoncillos de lino o algo similar (vea Éxodo 28.42), sin embargo,
muchos no lo hacían. Los hombres solían llevar una túnica y sobre ella la capa. El conjunto se completaba
con un cinturón («cinto») alrededor de la cintura. Si interpretamos las instrucciones de Jesús literalmente,
tendríamos a un hombre entregando su ropa interior y exterior al que lo demandó, y luego saliendo del
tribunal, llevando puesto solamente un cinto alrededor de la cintura y tal vez unos calzoncillos de lino.
No era lo que Jesús estaba proponiendo.
¿Qué es lo que estaba proponiendo? El principio subyacente es el mismo al del ejemplo anterior. No
insista en sus derechos personales. En este caso, el ejercitar los derechos legales constituye el punto. La
situación es diferente; sin embargo, Pablo hizo una observación similar al disuadir los pleitos entre
hermanos, diciendo: «Así que, por cierto es ya una falta en vosotros que tengáis pleitos entre vosotros
mismos. ¿Por qué no sufrís más bien el agravio? ¿Por qué no sufrís más bien el ser defraudados?» (1
Corintios 6.7). En la parte del mundo donde vivo, los tribunales se desbordan con demandas nada
razonables presentadas por personas que piden cantidades escandalosas de dinero por casi cualquier
pretexto. Cuando vivimos en Searcy, Arkansas, con frecuencia se me pedía formar parte del jurado en
demandas civiles. Todas las veces, tan pronto como el abogado del demandante descubría lo que yo
pensaba de las demandas frívolas, me destituían.
No estoy diciendo que no hay ocasiones en las que debamos insistir en nuestros derechos legales.
Pablo usó a veces sus derechos legales como ciudadano romano (vea Hechos 16.35–39; 22.24–29). Para
evitar ser enviado a Jerusalén, donde le esperaba una muerte segura, apeló al César (Hechos 25.9–12).
Este era su derecho como ciudadano romano. Situaciones que involucran el bienestar de la causa de
Cristo o de nuestras familias podrían surgir, en cuyo caso, puede ser conveniente insistir en nuestros
derechos legales. Asegurémonos, sin embargo, de no estar motivados por el egoísmo o la avaricia. Es
mejor sufrir el mal en los tribunales que hacer algo que pueda repercutir de manera negativa en el Cristo
que amamos.
3) «Vaya la segunda milla». El tercer ejemplo de Jesús, dice así: «… cualquiera que te obligue a llevar
carga por una milla, ve con él dos» (v. 41). Los dos primeros ejemplos tienen sus contrapartes modernas,
sin embargo, este ejemplo requiere que se nos explique a muchos de nosotros. La palabra que se traduce
como «obligue» (angareuo) quiere decir «ser ordenado a dar un servicio». Los persas habían introducido
la práctica de exigirles a los ciudadanos a ayudar a sus mensajeros reales. Los romanos adoptaron la
práctica y la ampliaron. En Palestina, los soldados romanos podían legalmente obligar a los ciudadanos
judíos a ayudarles. La misma palabra se encuentra más adelante en Mateo, donde dice: «Cuando salían,
hallaron a un hombre de Cirene que se llamaba Simón; a éste obligaron a que llevase la cruz» (27.32;
énfasis nuestro). En cuanto al texto que nos ocupa, un soldado romano podía obligar a un judío llevar su
equipo por «una milla». Esta era la milla romana, la cual era de mil pasos, o alrededor de mil yardas. (En
los Estados Unidos, una milla es de 1,760 yardas, un poco más de 1,600 metros).
Imagínese usted como un granjero judío. Es un día caluroso y soleado, sin embargo, las nubes están
comenzando a acumularse en el oeste. Está trabajando fuerte para conseguir su cosecha antes de que
cambie el clima. Hace una pausa para secarse la frente y ve a un soldado romano que viene por el camino.
Duele mirarlo, ese incrédulo que está ocupando la tierra de Dios y pisoteando el suelo sagrado. Al
acercarse el soldado, deja caer varios paquetes en el suelo y vocifera: «¡Levántalos!». Pone abajo sus
herramientas y camina hacia donde él y recoge sus bultos. Camina con dificultad detrás del soldado,
sudando bajo la pesada carga. ¿Cómo se siente? ¿Enojado? ¿Resentido? Por fin, llega al final de la
distancia requerida y descarga el equipaje. Al caminar de regreso a sus tierras, murmura solo por todo el
camino. Ha tenido que hacer algo que odia; es probable que no consiga recoger su cosecha antes de que
llegue la tormenta. Por encima de todo, ¡ahora se ha contaminado ceremonialmente por haber tenido
contacto cercano con un gentil y sus pertrechos!
El anterior es el escenario y entonces Jesús dice: ¡«… ve con él dos»! De hecho, algunos manuscritos
indican que Él dijo: «[ve con él] dos más». ¿Estaba Jesús probando a Sus discípulos dándoles tareas
difíciles a realizar? ¿Era la segunda milla (o la segunda y tercera millas) solamente para ser padecida?
¿Debían haberse caminado con un resentimiento cada vez mayor en el corazón? No, Jesús estaba tratando
de crear cierta clase de actitud en Sus seguidores, a saber: la actitud que está dispuesta a hacer más de lo
que se nos pide. Además, creo que lo que se da a entender es que la segunda milla debe caminarse no
solamente gustosamente, sino también con alegría. Hoy en día, hablamos de alguien que «camina la
segunda milla». Queremos decir que hizo más, mucho más, de lo que se esperaba. También queremos
decir que lo hizo con una actitud positiva a fin de que solamente diera como resultado el bien.
Muchas aplicaciones vienen a la mente. Debemos «caminar la segunda milla» en nuestros
matrimonios y en nuestros hogares. ¿Qué pensaría usted de padres que solamente proveyeran lo esencial
para sus hijos —alimentos, vestido y un lugar para dormir— cuando pueden hacer más? No sé ustedes,
pero yo tuve padres que caminaron la segunda milla, la tercera, la cuarta y la quinta y más allá. Del
mismo modo, tenemos que «caminar la segunda milla» en la iglesia. Algunos cristianos quieren saber
qué es lo mínimo que tienen que hacer para llegar al cielo. Luego, están los otros (gracias a Dios por
ellos) que le sirven «dos millas» al Señor. Podríamos ampliar la aplicación a la escuela y al lugar de
trabajo. Hay estudiantes y empleados que solamente hacen lo que se les pide hacer y nada más. Luego,
están los que van más allá de lo que se les requiere (vea Colosenses 3.23). El mismo principio se aplica
al comportamiento ciudadano y a otras esferas del quehacer.
Una vez más, el principio subyacente es que no solamente debemos pensar en nosotros mismos y en
nuestros propios derechos. Tenemos que poner a otros antes de nosotros mismos. Si así hacemos, puede
que tengamos una influencia positiva en ellos. Volviendo al ejemplo que usé del agricultor judío,
imagínese una segunda parte del relato. Al final, el soldado le dice: «Has cargado mi equipo lo
suficientemente lejos. Puedes irte a casa ahora». Entonces, en lugar de tirar el equipaje al suelo y partir,
sonríe y dice: «Pierda cuidado. Me complacería llevárselo hasta las puertas de la ciudad». Por lo menos,
un acto así dejaría al soldado desconcertado. ¿Lo haría hacer preguntas sobre su religión, sobre el Dios
al que adora? Tal vez sí, tal vez no. Sin embargo, hará de usted una mejor persona.
4) «Sea generoso en ayudar a otros». A primera vista, la cuarta ilustración de Jesús no parece encajar
con las demás. Los tres primeros ejemplos se centran en el tema de la no represalia: No tomar represalias
cuando recibamos una bofetada en la cara, cuando seamos demandados o cuando se nos obligue ir una
milla. A continuación, sin embargo, Jesús dio instrucciones acerca de dar a los demás, diciendo: «Al que
te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses»24 (v. 42).
Una vez más, tenemos un mandamiento que se usa para ridiculizar el cristianismo y que es confuso
para algunos cristianos. Si lo vemos sin examinarlo, significaría que, sin importar quién lo pide ni lo que
pide, usted tiene que cumplir con sus deseos.

 Su hijo le pide algo especial —y usted tiene que dárselo.

 Un hombre pasa por su casa y le encanta su apariencia. Él le pide su casa —y usted tiene que
dársela.

 A un hombre le atrae su esposa y se la pide —y tiene que dársela.

Los ejemplos anteriores ponen de manifiesto los extremos ridículos a los que podría ser llevado este
mandamiento. Obviamente, las palabras de Jesús deben ser precisadas mediante algunas salvedades.
Si se necesita prueba de que las palabras de Jesús podrían ser precisadas sin dejar de hacerles justicia,
considere lo siguiente. Un poco más adelante en el Sermón del Monte, Jesús dijo lo siguiente sobre la
oración: «Pedid, y se os dará; […] Porque todo aquel que pide, recibe» (Mateo 7.7a, 8). En otra ocasión,
dijo: «Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré» (Juan 14.14). ¿Quieren decir estas promesas que Dios
concederá cada petición, independientemente de quién esté orando o qué esté pidiendo? Pablo le pidió
tres veces al Señor que quitara su aguijón en la carne, sin embargo, el Señor no accedió a su petición (2
Corintios 12.7–9). Santiago le dijo a algunos: «Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en
vuestros deleites» (Santiago 4.3a). Si la promesa del Señor en cuanto a darnos lo que pidamos puede ser
precisada, entonces Sus instrucciones en cuanto a darles a otros lo que pidan puede ser precisada.
Podemos precisarlas de diversas maneras. Podríamos hacer notar que Jesús no dijo que diéramos todo
lo que alguien nos solicite. Darle a alguien todo lo que pide puede ser dañino para él. Tampoco dijo Jesús
que hay que darles a otros exactamente lo que quieran. Un hombre podría pedir dinero cuando lo que
realmente necesita es comida o un trabajo.
Me gusta la forma como D. A. Carson resumió la manera de precisar el mandamiento. Dijo que «el
único límite a la respuesta del creyente […] es lo que el amor y las Escrituras impongan». ¿Qué límites
podría imponer el amor a nuestra forma de dar? El amor dice que jamás le daré a alguien algo que pueda
hacerle daño. (Esto cubre el darles golosinas a nuestros hijos cuando sea que las pidan).
¿Qué límites imponen otras Escrituras? Tenga en cuenta un principio básico sobre la interpretación
bíblica: «No interprete un pasaje oscuro de tal manera que contradiga un pasaje claro en otra parte». Hay
pasajes claros en otras partes que dan algunas limitaciones a nuestro dar a los demás. Por ejemplo,
debemos tener cuidado de que nuestro dar a otros no fomente la pereza de su parte. «Si alguno no quiere
trabajar, tampoco coma» (2 Tesalonicenses 3.10). Una vez más, el principio de cuidar de los nuestros
descartaría que demos lo que nuestra familia necesita. «… si alguno no provee para los suyos, y
mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo» (1 Timoteo 5.8).
Lo anterior es suficiente para referirnos a lo que el versículo 42 no quiere decir. ¿Cómo encaja este
ejemplo con los anteriores? Una vez más, el principio es que no nos centremos en nosotros mismos. No
debemos apegarnos tanto a nuestras posesiones como para no poder deshacernos de ellas. Tenemos que
estar dispuestos a dar a los necesitados.
En este contexto, Jesús se estaba refiriendo a cómo debemos tratar a los que nos tratan mal. ¿Cómo
hemos de tratarlos? Debemos proveerles de lo que necesitan. Este ejemplo va de lo negativo a lo positivo.
No debemos solamente tolerar los malos tratos sin tomar represalias; tenemos que encontrar una manera
de ayudarles a nuestros opresores (vea Romanos 12.19–21). Nuestro tratamiento positivo para con los
que abusan de nosotros será analizado con más detalle en la siguiente lección.
Sin embargo, es necesario que no limitemos la aplicación de Mateo 5.42 a nuestros enemigos. Un
principio general es que, en lugar de preocuparme por lo que es mío, tengo que estar dispuesto a compartir
con los demás. En lugar de ser mezquino y avaro, necesito tener un corazón abierto y generoso. Juan
dijo: «Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su
corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?» (1 Juan 3.17). Pablo escribió: «Así que, según tengamos
oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe» (Gálatas 6.10). Tenemos
un «sumo sacerdote» que se compadece de nosotros (Hebreos 4.15), compadezcámonos también de los
demás.

CONCLUSIÓN
¿Qué debemos hacer cuando se nos trata mal? Tenemos por lo menos tres posibles respuestas:

 Una represalia ilimitada. Esta es la ley de la selva, la manera del mundo.

 Una represalia limitada. Esta es la ley de la justicia, lo que proponía la ley de Moisés.

 Una buena voluntad ilimitada. Esta es la ley del amor, la manera de Cristo.

A la tercera respuesta se le dio una introducción en la presente lección y será analizada en detalle en
el siguiente estudio.
En esta presentación, hemos tenido dificultades para comprender exactamente lo que Jesús enseñó en
Mateo 5.38–42, sin embargo, es diez veces más fácil entender los versículos que obedecerlos. Tal vez
usted se sienta como yo. Entre más me introduzco en Mateo 5, más difícil se vuelven los requisitos de
Cristo y más siento necesidad de la ayuda de Dios. Si usted cree en Jesús, pero no ha sido bautizado
escrituralmente, necesita hacerlo ya mismo y así tener el Espíritu de Dios para que lo fortalezca (Hechos
2.38; vea Romanos 8.13, 26). Si ya es cristiano, aprenda a confiar en Él, que nunca lo dejará ni lo
abandonará (Hebreos 13.5b, 6).
EL SERMÓN DEL MONTE
¿“Sed […] perfectos”?, ¿Quién, yo?
Mateo 5:43-48

En Mateo 5.17–20, Jesús dijo que vino a cumplir la ley. Entre otras cosas, quiso decir que vino a
cumplir con el propósito de la Ley, mostrar la clase de personas que Dios deseaba que Sus hijos fueran.
Luego, Jesús dio varias ilustraciones de lo que tenía en mente. El estándar establecido por Jesús en los
ejemplos queda en claro contraste con el estándar del mundo. Estaba aún muy por encima del estándar
defendido por los escribas y los fariseos (v. 20). Antes de estudiar el último ejemplo de Jesús, sería bueno
revisar los anteriores. Mi hermano Coy los resumió de la siguiente manera:

1. El mundo dice: «Mata si las circunstancias lo ameritan y puedas quedar impune». Los fariseos
decían: «No matarás». Jesús dijo: «Ni siquiera te enojes».

2. El mundo dice: «Está bien si cometes adulterio». Los fariseos decían: «No cometerás adulterio».
Jesús dijo: «No mires a una mujer para codiciarla».

3. El mundo dice: «Está bien divorciarse por cualquier motivo». Los fariseos decían: «Cuando te
divorcies de tu esposa, dale carta de divorcio». Jesús dijo: «No te divorcies de tu esposa, excepto
por causa de fornicación».

4. El mundo dice: «Está bien si mientes». Los fariseos decían: «Tienes que decir la verdad cuando
haces juramento». Jesús dijo: «Diga la verdad siempre».

5. El mundo dice: «Golpea de primero, o hiera a otros más de lo que te hieran». Los fariseos decían:
«Puedes desquitarte, pero solamente en la medida en que hayas sido herido». Jesús dijo: «No te
vengues; no debes tomar represalias personales».

Esto nos lleva a los versículos 43 al 48. La siguiente es la manera como Coy resumió el pasaje:

6. El mundo dice: «No tienes necesidad de amor. El amor es para los débiles». Los fariseos decían:
«Ama a tu prójimo y aborrece a tus enemigos». Jesús dijo: «Ama a tus enemigos».

Los versículos 43 al 48 están estrechamente relacionados con el ejemplo anterior. Ambos tienen que
ver con la manera como respondemos a los malos tratos. Los versículos 38 al 42, básicamente, destacan
lo que no debemos hacer: No debemos tomar represalias. Sin embargo, no nos atrevemos a detenernos
con lo expresado en negativo. Los versículos 43 al 48 nos dicen lo que debemos hacer: Debemos amar a
los que nos tratan mal y buscar la manera de ayudarlos. Agustín escribió: «Porque muchos han aprendido
a poner la otra mejilla, sin embargo, no saben amar al que los ha golpeado a ellos».
Al final del presente texto tenemos este sorprendente desafío: «Sed, pues, vosotros perfectos, como
vuestro Padre que está en los cielos es perfecto» (v. 48). ¿Oigo un coro de desconcierto? «¿Ser perfecto?
¿Quién, yo?». ¿Cómo podemos ser perfectos como Dios es perfecto? Esperamos encontrar una respuesta
a la pregunta antes de que termine esta lección.

EL REQUISITO (5.43, 44)


Lo que habían oído (v. 43)
El presente texto comienza con estas palabras de Jesús: «Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo,
y aborrecerás a tu enemigo» (v. 43). Puede que reconozca el mandamiento: «Amarás a tu prójimo». Es
una cita de Levítico 19.18. Jesús llamó a estas palabras el segundo gran mandamiento (Mateo 22.39; vea
vs. 35–40).
En Levítico, el contexto inmediato del mandamiento es la instrucción a amar a otros judíos. El
versículo anterior dice: «No aborrecerás a tu hermano» (19.17a), y la primera parte del versículo 18 dice:
«No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo». Los judíos interpretaron el mandamiento
en el sentido de que solamente estaban obligados a amar a otros israelitas. (En contraste con ello, Jesús
más adelante dejó en claro que el término «prójimo» incluye a cualquiera en necesidad y que podríamos
ayudar [Lucas 10.29–37]).
La segunda parte de Mateo 5.43, que dice: «… y aborrecerás a tu enemigo», no se encuentra en el
Antiguo Testamento. Puede que los judíos hayan justificado esta forma de pensar basados en los salmos
que instaban a Dios hacer cosas terribles a los enemigos de Israel4 (por ejemplo, vea Salmos 69.22–28).
También pudieron haber señalado los pasajes que instruían a los israelitas a aislarse de las naciones a su
alrededor (vea Isaías 52.10, 11). Por supuesto, otros pasajes les pedían ayudar a sus enemigos (por
ejemplo, Proverbios 25.21, 22 [vea Romanos 12.20]). Sin embargo, los judíos llegaron a la conclusión
de que era su derecho, e incluso su responsabilidad, odiar a sus enemigos. El Manual de Disciplina del
Qumrán daba este consejo: «… amar a todos los que Dios ha elegido y aborrecer a todos los que él ha
rechazado […] aborrecer a todos los hijos de las tinieblas».

Lo que dijo Jesús (v. 44)


Jesús continuó diciendo: «Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos» (v. 44). Nos es difícil saber
cuán sorprendentes, incluso ofensivas, habrían sido estas palabras para muchos de entre la audiencia de
Jesús. Cuando escuchamos la palabra «enemigo», podríamos pensar en los que no nos agradan y tal vez
han llegado a decir cosas poco halagüeñas sobre nosotros. Cuando un judío oía la palabra «enemigo», se
acordaba de los que habían oprimido a su pueblo, incluyendo a los que habían asesinado a judíos porque
se negaron a renunciar a ritos sagrados como la circuncisión. Entre los que estaban escuchando a Jesús,
había, sin duda, personas que vivían esperando el día en el que pudieran derramar sangre romana y
expulsar de Palestina las odiadas fuerzas de ocupación. ¡Qué «palabra tan dura» tuvo que haber sido para
ellos el mandamiento de Jesús! El edicto de Jesús sigue siendo una «palabra dura» para muchos hoy en
día. No es difícil amar a los que nos aman, sin embargo, el desafío a amar a nuestros enemigos comprueba
la profundidad de nuestra espiritualidad. Alguien lo ha llamado «la prueba de fuego del amor».
Tal vez, debería dejar claro que Jesús no pretendía que este mandamiento fuera una manera astuta de
vengarnos de nuestros enemigos. Oscar Wilde dijo: «Ame a sus enemigos. Estos se volverán locos
tratando de averiguar cuáles son sus intenciones». Jesús no pretendía que hiciéramos que nuestros
enemigos «se volvieran locos». Su intención era que los acercáramos —más a nosotros y más al Señor.
Alfred Plummer escribió: «Devolver mal por bien es diabólico, devolver bien por bien es humano,
devolver bien por mal es divino».
Lo anterior nos lleva a preguntar: ¿Qué quiso decir Jesús cuando dijo: «Amad a vuestros enemigos»?
Hay varias palabras griegas para «amor». Una es (phileo), que se refiere al amor cálido y cariñoso; el
tipo de amor que tenemos por los amigos cercanos. No es la palabra que se usa en el presente texto.
Alguien ha dicho: «No se nos manda a que nos caigan bien nuestros enemigos, sino a que los amemos».
La palabra para «amor» en Mateo 5.44 es (agapao). El amor agapao incluye la voluntad. No carece de
emoción, sin embargo, tampoco depende de la emoción. John R. W. Stott sugirió que «el verdadero amor
no es tanto un sentimiento como sí un servicio». A la palabra agapao se le ha definido como «buscar lo
mejor para aquel al que se ama».
En Romanos 12, Pablo dio ejemplos de lo que implica «buscar lo mejor» para un enemigo: «Así que,
si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber» (v. 20a [vea Proverbios
25.21]). El amor dice que tenemos que tratar de determinar las necesidades de nuestros enemigos y luego
proveer esas necesidades. En el Sermón del Llano, Jesús amplió lo que quiso decir cuando dijo: «Amad
a vuestros enemigos».
Pero a vosotros los que oís, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os
aborrecen; bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian. […] Amad,
pues, a vuestros enemigos, y haced bien (Lucas 6.27, 28, 35a).

¿Qué pasa si nuestros enemigos rechazan nuestra ayuda? Algo que podemos hacer por ellos, y que no
pueden rechazar, es orar por ellos. Después de decir: «Amad a vuestros enemigos», Jesús dijo: «orad por
los que os ultrajan y os persiguen» (Mateo 5.44b). En la cruz, Jesús oró por Sus perseguidores (Lucas
23.34). Esteban, el primer mártir cristiano, oró por sus perseguidores, diciendo: «Señor, no les tomes en
cuenta este pecado» (Hechos 7.60). El amor y la oración van de la mano. Si usted ama a alguien, orará
por él. Entonces, si ora por él, su amor por él crecerá. La oración ferviente por un enemigo expulsará el
odio de su corazón.

LAS RAZONES (5.45–47)


Para ser como Dios (v. 45)
Jesús dio dos razones por las que debemos amar a nuestros enemigos. La primera es ser como Dios.
«… para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos» (v. 45a). La frase «hijos de vuestro
Padre» quiere decir «participar de la naturaleza de vuestro Padre». Incluso, cuando éramos enemigos de
Dios, Este nos amó y envió a Su Hijo a morir por nosotros (Romanos 5.8, 10). Ahora, nuestro reto es ser
como Dios y amar a nuestros enemigos. Las personas a veces miran a un niño y dicen: «Se parece a su
padre». Cuando las personas nos miran, ¿verán un parecido familiar con nuestro Padre celestial?
Jesús dio dos ejemplos del amor de Dios para con todos los hombres, incluyendo a Sus enemigos,
diciendo: «… que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos»
(Mateo 5.45b). El sol y la lluvia son cosas simples, cosas cotidianas que son esenciales para la vida. Dale
Hartman las llamó «las ayudas visuales de Dios». Dijo: «Por la mañana, cuando salga el sol, diga: “¡Mi
padre lo hizo!”. La próxima vez que llueva, diga: “¡Mi padre lo hizo!”».
Lo que Jesús quería dar a entender es que Dios no concede estos dones solamente al bueno y al justo.
También se los concede a los malos y a los injustos, en otras palabras, a Sus enemigos. Les da a las
personas lo que necesitan, no lo que se merecen. Hartman señaló: «El sol salió hoy —no por nuestra
bondad, sino por la bondad de Dios».

Para ser diferentes a los impíos (vs. 46, 47)


La primera razón por la que debemos amar a nuestros enemigos es ser como Dios. La segunda es ser
diferentes a los impíos. Jesús preguntó: «Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis?
¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis
de más? ¿No hacen también así los gentiles?» (vs. 46, 47).
Jesús se refirió a dos grupos, ambos despreciados por los judíos, a saber: los gentiles (no-judíos) y los
recaudadores de impuestos. Los recaudadores de impuestos eran judíos que recaudaban las rentas
públicas para el gobierno romano. Sus conciudadanos judíos los consideraban traidores. Por regla
general, solamente las personas más infames estaban dispuestas a hacer ese trabajo. La falta de honradez
era común en su profesión (vea Lucas 3.12, 13; 19.2). En la mente de las personas, los recaudadores de
impuestos eran los peores de los hombres —al nivel de las prostitutas y los paganos (vea Mateo 9.11;
18.17; 21.31).
Debo señalar que la mención que hace Jesús de los recaudadores de impuestos y de los gentiles no
corresponde a Su valoración personal de ellos. Jesús amaba a todas las personas, vino a buscar y a salvar
a los perdidos (Lucas 19.10). Fue conocido como amigo de los recaudadores de impuestos (Mateo 11.19).
(El que registró el Sermón del Monte era un antiguo recaudador de impuestos [vea Mateo 9.9–13]). El
amor de Jesús incluyó aun a gentiles (vea Mateo 8.5–11; 28.18–20; Lucas 2.25, 32). ¿Por qué, entonces,
usó a publicanos y a gentiles en Su ilustración? Porque, de acuerdo a lo que pensaban Sus oyentes, eran
las formas más bajas de la humanidad. En Mateo 5.20, Jesús les dijo a Sus discípulos que la justicia de
ellos debía ser mayor que la justicia de aquellos a los que consideraban que estaban en el nivel superior
de la sociedad, a saber: los escribas y los fariseos. Ahora, lo que en efecto les preguntó fue «¿Es la justicia
de ustedes mayor que la de aquellos que consideran están en el nivel más bajo: los recaudadores de
impuestos y los gentiles?».
Jesús señaló que incluso los recaudadores de impuestos amaban a los que los amaban a ellos.
Seguramente, amaban a sus madres y, como grupo marginado que eran, sintieron afinidad para con sus
conciudadanos los recaudadores de impuestos (vea Mateo 9.10; Marcos 2.15). Además, incluso los
gentiles saludaban a aquellos con los que tenían una estrecha relación. Los saludos varían de un lugar a
otro. Puede ser un «Hola» o un «¿Cómo estás?». Puede ser un apretón de manos o un abrazo. Puede ser
un saludo respetuoso o un beso afable en la mejilla. Todo escenario tiene sus costumbres, sus saludos
únicos. ¿Les mostramos estas expresiones de buena voluntad a todo el mundo o solamente a nuestros
«hermanos», los que están en nuestro círculo de amigos?
Los versículos 47 y 48 me ponen nervioso. Tengo que admitir que la mayoría de mis relaciones son
recíprocas por naturaleza. Le caigo bien a alguien, entonces, me cae bien esta persona. Alguien me dice
«Hola», yo digo «Hola». Alguien me invita a su casa, yo lo invito a mi casa. Alguien me da un regalo,
yo le doy un regalo a cambio. Escucho las palabras inquietantes de Jesús que dicen: «¿No hacen también
así los [impíos]?».
El desafío que me presenta Jesús —y a usted también— es hacer «… de más». Este «de más» nos
distingue de los no cristianos. Lo que nos diferencia no es que amemos a los que nos aman, sino que
también amemos a los que no nos aman. Al hacer así, nos volvemos menos como los irreligiosos y más
como nuestro Padre celestial.

EL RESULTADO (5.48)
Lo anterior nos lleva a las sorprendentes palabras del versículo 48. Muchos autores consideran este
versículo como el pasaje clave en este gran sermón: «Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre
que está en los cielos es perfecto». Cuando lo leemos por primera vez, el desafío de Jesús parece
imposible. ¿Cómo podemos ser perfectos como Dios es perfecto? ¿Qué quieren decir estas palabras?

Lo que no quiere decir


¿Sugiere la declaración de Jesús que es posible llegar a un estado perfecto sin pecado en esta vida?
Algunos lo creen así. Una vez conocí a un hombre que reiteraba que no había pecado en años. Tal punto
de vista en cuanto a Mateo 5.48 contradice enseñanzas claras de la Biblia en otros pasajes. El apóstol
escribió en 1 Juan: «Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad
no está en nosotros» (1.8). «Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él [Dios] mentiroso, y su
palabra no está en nosotros» (1.10). Si usted cree que ha llegado a este estado de perfección sin pecado,
ello es prueba segura de que no es así. El que alegue no pecar se ve obligado a redefinir el pecado, a
volver a clasificar «el pecado como algo menos grave de lo que es».

Lo que sí quiere decir


Si el versículo 48 no quiere decir que sea posible alcanzar un estado de perfección sin pecado, ¿qué
quiere decir entonces? Una clave para entender este versículo es el significado de la palabra que se
traduce como «perfecto» (teleios). La palabra quiere decir «la consecución de un fin o propósito […]
perfecto, completo».25 En el contexto, el amor de Dios es «perfecto» o «completo», porque incluye a
todo el mundo: «malos y buenos», «justos e injustos». A usted y a mí también se nos reta a ser «perfectos»
en el sentido de que nuestro amor abarca a todos. Debemos «[hacer] bien a todos» (Gálatas 6.10), sea
amigo o enemigo.
Lo anterior constituye la idea principal de Mateo 5.48, sin embargo, el reto del versículo no puede
limitarse a ello. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento instan al pueblo de Dios a ser como su
Padre.
«Porque yo soy Jehová vuestro Dios; vosotros por tanto os santificaréis, y seréis santos,
porque yo soy santo; […] Porque yo soy Jehová, que os hago subir de la tierra de Egipto
para ser vuestro Dios: seréis, pues, santos, porque yo soy santo» (Levítico 11.44, 45).

«Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados» (Efesios 5.1).

Nuestro reto como hijos de Dios es llegar a ser como nuestro Padre. Mire atrás a la primera parte de
la definición de la palabra que se traduce como «perfecto», a saber: «la consecución de un fin o
propósito». ¿Cuál es nuestro propósito en la vida? Glorificar a nuestro Padre (vea Mateo 5.16). Lo
hacemos volviéndonos más semejantes a Él. William Barclay sugiere un destornillador a manera de
ilustración. Imagine que se ha aflojado un tornillo en un mueble. Va a su caja de herramientas y encuentra
el destornillador que necesita. La herramienta podría no ser nueva; podría incluso tener algún rayón o
dos. Sin embargo, el mango se adapta a la mano y la punta entra en la ranura de la cabeza del tornillo.
Gira el destornillador y el tornillo flojo es presionado. En un sentido bíblico, incluso con sus defectos, el
destornillador es «perfecto» porque cumple con su propósito. De manera similar, con todos nuestros
defectos, usted y yo estamos cumpliendo nuestro propósito a medida que nos esforzamos por ser cada
vez más como Dios.
En esta vida, nunca se puede alcanzar el noble objetivo de llegar a ser perfectos como Dios, sin
embargo, tenemos que intentarlo. J. W. McGarvey escribió:

Es […] imposible para los hombres alcanzar tal perfección; sin embargo, algo menos
que eso, es menos de lo que deberíamos ser. Si bien el hombre no puede llegar a alcanzar
tanto, Dios no puede exigir menos, pues requerir menos implicaría estar satisfecho con
lo que es imperfecto, y esto sería incompatible con el carácter de Dios. Requerirlo es
estarle recordando siempre al hombre de su inferioridad y, al mismo tiempo, mantenerlo
siempre luchando por acercarse más a su modelo.

A las palabras «estarle recordando siempre al hombre de su inferioridad», yo añadiría, «y


constantemente recordándole que necesita de la gracia y misericordia de Dios».

CONCLUSIÓN
La Biblia compara la Palabra con un espejo en el que nos vemos como somos (Santiago 1.23). A mí
no me agradan los espejos. Entre más viejo me vuelvo, menos me gusta lo que veo en el espejo. Si mirar
en el espejo de mi baño me hace sentir incómodo, ¡cuánto más mirar en el espejo de la Palabra hará
darme cuenta de que no soy lo que quiero ser!

«Amad a vuestros enemigos […] y orad por los que os ultrajan y os persiguen» (Mateo 5.44).

«Porque si [solamente] amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis?» (v. 46).

«Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto» (vs. 48).

«Dios, ayúdanos a amar a todas las personas, incluso a las que nos tratan mal. ¡Dios, ayúdanos a ser
más como tú!».
EL SERMÓN DEL MONTE
Cuando buscamos el aplauso de la multitud
Mateo 6:1-4

En Mateo 5, Jesús dio y luego ilustró los principios básicos para guiar a Sus discípulos. En los
capítulos 6 y 7, el énfasis está puesto en asuntos relativos al vivir cristiano de todos los días. D. Martyn
Lloyd-Jones escribió que estos capítulos presentan «una imagen de los hijos en relación con su Padre, a
medida que se abren camino en esta peregrinación llamada vida». La presente lección introducirá este
nuevo énfasis en cómo vivir como discípulo de Jesús.
En la presente lección y las dos que siguen, estudiaremos los primeros dieciocho versículos del
capítulo 6. Estos versículos son una nueva división del Sermón del Monte, sin embargo, no pueden ser
separados de lo que Jesús había dicho. En la sección anterior, había enfatizado que pensar mal es tan
malo como el actuar mal (5.22a, 28). En estos versículos, lo llevó más allá y señaló que pensar mal puede
incluso hacer mala una acción buena. También podemos encontrar en este pasaje una conexión con el
final de la división anterior, la cual presentó el siguiente reto: «Sed, pues, vosotros perfectos, como
vuestro Padre que está en los cielos es perfecto» (5.48). Tal vez, Jesús estaba queriendo decir: «En la
medida en que alcancen esa perfección, no desfilen delante de los hombres para que ellos los vean y
aplaudan».
Sobre todo, vemos una relación entre 5.20 y esta nueva sección. En 5.20, Jesús dijo: «Porque os digo
que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los
cielos». En gran parte del capítulo 5, el desafío era superar la justicia de los escribas y fariseos al
guardarse de los malos pensamientos como también de las malas acciones. En Mateo 6.1–18, Su reto es
que Sus seguidores superen la justicia de los escribas y fariseos en lo que respecta tener los motivos
correctos para las acciones correctas.
La presente lección estará dedicada principalmente a los primeros cuatro versículos de Mateo 6, sin
embargo, también servirá como una introducción a toda la sección (vs. 1–18). A la presente lección le
estoy llamando «Cuando buscamos el aplauso de la multitud». La razón del título se pondrá de manifiesto
a medida que continúe la lección.

UNA ADVERTENCIA (6.1)


Una razón indigna
El texto de nuestro estudio comienza con una advertencia general: «Guardaos de hacer vuestra justicia
delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre
que está en los cielos» (v. 1). La palabra «justicia» (dikaiosune) se utiliza en este pasaje, como en 5.20,
para referirse a hacer lo correcto. Se dan tres ejemplos en cuanto a «hacer bien», a saber: dar a los pobres
(6.2), orar (v. 5) y ayunar (v. 16).
Jesús advirtió contra el hacer buenas obras «delante de los hombres, para ser vistos de ellos». Algunos
ven en estas palabras una contradicción con Sus instrucciones de 5.16, que dicen: «Así alumbre vuestra
luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está
en los cielos». Sin embargo, hay una diferencia entre hacer algo que es visto por los demás y hacer algo
para ser vistos por los demás. La diferencia básica entre 5.16 y 6.1 es un asunto de motivación: En 5.16,
el objetivo es glorificar a Dios, en 6.1, el objetivo es glorificarse a uno mismo.

Una religión inaceptable


En los tres ejemplos que siguen a 6.1, Jesús usó la palabra «hipócritas» para clasificar a los que
practican su justicia para ser vistos de los hombres (vs. 2, 5, 16). La palabra que se traduce como
«hipócrita» (hupokrites) se usaba en el primer siglo para referirse a un actor en un escenario que sostenía
una máscara delante de su cara. Jesús usó el término para referirse a alguien que usa una máscara de
espiritualidad para ocultar su verdadera naturaleza.
Estos actores de teatro espirituales parecían realizar buenas obras, cuando en realidad estaban dando
un espectáculo. Tenían un don para el drama. Después de que el estruendo de las trompetas reunía una
multitud, les daban a los pobres (v. 2). Cuando oraban, permanecían dramáticamente en lugares públicos,
con las manos y el rostro levantados, orando por mucho tiempo y en voz alta (vs. 5, 7). Cuando ayunaban,
se ponían el traje y el maquillaje de una persona profundamente afligida, para que todos se impresionaran
de cuán profundamente devotos eran.
La palabra griega que se traduce como «ser vistos» en el versículo 1 es (theaomai), que se relaciona
con la palabra (theatron) y de la cual obtenemos «teatro». El escenario de los hipócritas era el mundo y
su público era la multitud. Su objetivo era el mismo que busca todo artista, a saber: el caluroso aplauso
de su público. Al parecer, lo recibieron, sin embargo, era todo lo que recibirían. Cerca del final de cada
ejemplo, Jesús dijo: «… ya tienen su recompensa» (vs. 2, 5, 16). Las palabras «ya tienen» se traducen de
(apecho), un término comercial que quería decir «recibir una suma en su totalidad y dar un recibo por
ello». Cuando terminara la actuación de ellos y el aplauso terrenal había disminuido, Dios escribiría
«Pagado en su totalidad» en el registro de sus vidas. Sería todo lo que obtendrían. Jesús dijo: «… de otra
manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos». ¡Qué palabras más tristes! Las
recompensas eternas fueron canjeadas por la aclamación terrenal.
Tenemos la audiencia visible de la humanidad y la audiencia invisible de nuestro «Padre que ve en lo
secreto» (vs. 6, 18). Al final, la audiencia que realmente importa es Dios. La NEB consigna el versículo
1 de la siguiente manera: «Tenga cuidado de no hacer una demostración de su religión delante de los
hombres; si así hace, no le espera ninguna recompensa en la casa de su Padre en los cielos».

UN EJEMPLO (6.2–4)
Después de emitir la advertencia general, Jesús dio tres ejemplos: «los tres actos principales de la
piedad judía». Se ha sugerido que los tres se refieren a las formas básicas en las que es expresada nuestra
religión, a saber: para con los demás (la ayuda benévola), para con Dios (la oración) y para con uno
mismo (la auto-negación). Cada ejemplo sigue el mismo patrón: qué no hacer y luego qué hacer. En cada
caso, Jesús hizo notar las recompensas que serán recibidas por las acciones descritas.
Veamos ahora al primero de los ejemplos. Los otros dos serán cubiertos en la próxima lección.

La forma en la que no se debe ayudar a los pobres (v. 2)


El primer ejemplo es el dar a los pobres. «Para el judío, dar limosna era el más sagrado de todos los
deberes religiosos». Jesús dijo: «Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como
hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres» (v. 2a). La frase
«dar limosna» del versículo 2 proviene de la palabra griega (eleemosune) y quiere decir «mostrar
misericordia». Se usó de una manera general para referirse a las obras de benevolencia y especialmente
a ayudar a los pobres. La ayuda podría consistir en dinero u otra forma; la palabra abarcaba lo que fuera
necesario.
El Antiguo Testamento puso mucho énfasis en ayudar a los pobres. Por medio de Moisés, Dios dijo:
«Porque no faltarán menesterosos en medio de la tierra; por eso yo te mando, diciendo: Abrirás tu mano
a tu hermano, al pobre y al menesteroso en tu tierra» (Deuteronomio 15.11). En el libro de Salmos, al
hombre que teme al Señor se le describe de la siguiente manera: «Reparte, da a los pobres; Su justicia
permanece para siempre» (Salmos 112.9).
El mismo énfasis se encuentra en el Nuevo Testamento. Jesús le dijo al joven rico: «… anda, vende
lo que tienes, y dalo a los pobres» (Mateo 19.21). Después de que Zaqueo tuvo a Jesús en su casa, dijo:
«He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres» (Lucas 19.8). Los apóstoles les pidieron a
Pablo y a Bernabé que se «[acordaran] de los pobres», a lo que Pablo dijo que estaba dispuesto «… con
diligencia hacer» (Gálatas 2.10). Los cristianos de Macedonia y Acaya «tuvieron a bien hacer una ofrenda
para los pobres que hay entre los santos que están en Jerusalén» (Romanos 15.26). La benevolencia es
una responsabilidad que Dios le ha dado a la iglesia (vea Gálatas 6.10; Santiago 1.27).
En cada uno de los ejemplos de Mateo 6.1–18, Jesús anticipó la continuación de la práctica bajo
consideración. En cuanto a ayudar a los pobres, no dijo, «Si usted da a los pobres», sino «cuando des a
los pobres». Sin embargo, vemos una manera correcta y una manera equivocada en cuanto a dar a los
pobres o ayudar a otros. La manera equivocada es hacer un espectáculo de ello —en sentido figurado,
hacer sonar una trompeta.
No podemos estar seguros en cuanto a si la referencia a una trompeta era literal o una exageración
semi-humorística. Si bien no hay referencias históricas relacionadas con sonar una trompeta antes de dar
limosnas, sí contamos con narraciones de situaciones similares de cuando los ricos compraban pieles con
agua para los pobres. El vendedor de agua gritaría a gran voz para que los pobres vinieran a beber. El
que pagaba por el agua se pondría de pie a un lado para recibir el agradecimiento de los pobres.
Cuando usted lee acerca de personas que suenan una trompeta cuando ayudan a los pobres, ¿en quiénes
piensa? Me temo que pienso en los ricos que contratan publicistas para asegurarse de que todo acto de
caridad reciba la máxima publicidad. Sus fotos las publican en periódicos y son alabados como grandes
humanitarios. Pienso en la cantidad de dinero que tienen y en el hecho de que pueden pedir que sus
grandes donaciones sean reembolsadas como deducciones fiscales. Luego, bajo mi cabeza porque Jesús
no dio este ejemplo para que yo juzgara a los demás, sino para que examinara mi propio corazón. Cuando
ayudo a otros, ¿busco gratitud de parte de ellos? Si no recibo su agradecimiento, ¿me decepciono? ¿Estoy
buscando el aplauso terrenal?
Pablo habló de dar a los pobres por las razones equivocadas en 1 Corintios 13, diciendo: «Y si
repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, […] y no tengo amor, de nada me sirve» (v.
3). En cuanto a los que ayudan a otros por la razón equivocada, Jesús dijo: «… de cierto os digo que ya
tienen su recompensa» (Mateo 6.2b). Lo que hacen beneficia al que recibe la ayuda, pero no beneficia al
que da la ayuda. La traducción de Phillips consigna el final del versículo 2 de la siguiente manera:
«¡Créanme, ya han obtenido toda la recompensa que obtendrán!».

Cómo ayudar a los pobres (vs. 3, 4)


¿Entonces, cómo debemos ayudar a los pobres? Jesús dijo: «Mas cuando tú des limosna, no sepa tu
izquierda lo que hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto» (vs. 3, 4a).
Algunos han interpretado lo anterior en el sentido de que todas las donaciones deben ser secretas, que
nadie más puede saber de ellas. En el pasado, era común que las congregaciones utilizaran bolsas
recolectoras. Cuando se pasaban las bolsas, los miembros metían sus puños cerrados en la bolsa. De esta
forma nadie podía saber lo que se daba, ni siquiera se sabía si se daba algo. Otros han llegado a la
conclusión de que el pasaje enseña que todos sus actos de benevolencia deben hacerse de forma anónima.
No hay nada de malo en ello siempre y cuando se le dé el crédito a Dios.
Sin embargo, el dar en los tiempos del Nuevo Testamento no siempre era en secreto. Jesús habló a
Sus discípulos sobre la ofrenda de la viuda pobre (Marcos 12.41–44). Otros se daban cuenta de la
generosidad de Bernabé (Hechos 4.34–37). Pablo usó la generosidad de los macedonios para inspirar a
los corintios (2 Corintios 8.1–5; 9.1–5). Lo que preocupa no es el dejar que los demás sepan de la dádiva,
sino en dar con el deseo de recibir elogios. La diferencia está entre el dar de Bernabé para ayudar a los
necesitados y el «dar» de Ananías y Safira a fin de recibir el mismo reconocimiento que había recibido
Bernabé (vea Hechos 4.36—5.8).
¿Entonces, qué quiere decir que su mano izquierda no sepa lo que su mano derecha está haciendo?
Puede que haya un toque de humor en este pasaje. Puedo imaginarme una caricatura. En el primer cuadro,
la mano derecha le está dando una moneda a un pobre, y la mano dice: «Espero que esto le ayude». En
el siguiente cuadro, la mano izquierda dice: «Oye, mano derecha, ¿qué estás haciendo?». Hablando en
serio ahora, considere lo siguiente: ¿De qué manera sabe la mano izquierda lo que la mano derecha está
haciendo? Toda esta información proviene del cerebro. Jesús estaba usando una exageración para decir:
«Cuando usted dé, no dé vuelta en su mente al bien que ha hecho. Sáquelo de sus pensamientos
rápidamente para no estarse felicitando a sí mismo por ser generoso o hacer buenas obras».
Tenemos en este pasaje una ampliación del tema principal de Mateo 6.1–18. A estas alturas,
deberíamos tener grabada en nosotros la idea de que no hemos de hacer nuestras obras de justicia para
ser vistos por los demás. Sin embargo, es posible hacer tales obras donde nadie más se dé cuenta y aún
estarle dando vueltas en nuestra propia mente, felicitándonos a nosotros mismos por ser personas tan
buenas. Una rima que se canta en guarderías de niños habla de un niño que sacó una ciruela de un pastel
y dijo: «¡Qué buen muchacho soy!». No debemos decir en nuestras mentes: «¡Qué buenos niños y niñas
somos!». El dar cristiano se caracteriza no solamente por la abnegación, también se caracteriza por el
olvido del ego.
Cuando usted da como debe, «… tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público» (Mateo
6.4b). Dios «ve en lo secreto», pues «todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien
tenemos que dar cuenta» (Hebreos 4.13). Se ha dicho que «la parte más importante de la vida del cristiano
es la parte que solamente ve Dios». Dios sabe lo que usted hace y por qué lo hace. Si usted hace las cosas
correctas por las razones correctas, Jesús dijo que Dios «te recompensará».
Las palabras «te recompensará» causan cierta preocupación. Algunos critican lo que llaman «una
motivación por recompensa». Jamás debemos pensar que cierto número de buenas obras o cierta cantidad
de dádivas caritativas nos ganarán un hogar en el cielo, debido a que somos salvos por gracia (Romanos
6.23; Efesios 2.8). Sin embargo, la Biblia tiene mucho que decir sobre el hecho de que los que obedecen
a Dios serán recompensados, mientras que los que desobedecen a Dios serán castigados (por ejemplo,
vea Mateo 5.12; 10.42; 25.14–46).
Los comentaristas no se ponen de acuerdo respecto a qué es la «recompensa» de Mateo 6.4 y cuándo
será dada. Considere la posibilidad de que la recompensa tiene un aspecto inmediato, un aspecto continuo
y un aspecto final. En cuanto al aspecto inmediato, en el presente texto, la recompensa contrasta con la
aprobación de los hombres y por lo tanto será aprobada por Dios. (Para volver a la analogía del teatro,
pensemos en ello como el aplauso de Dios). El aspecto continuo de la recompensa es que nos acercamos
más y más a Dios y nos volvemos más como Él (5.48). A medida que recurrimos a Su fortaleza, nos
hacemos más conscientes de Su amor. El aspecto final de la recompensa lo constituye la vida eterna,
vivir con nuestro Padre por los siglos de los siglos. En la escena del juicio de Mateo 25, leemos lo
siguiente (tenga en cuenta el énfasis en ayudar a los necesitados y el resultado):

«Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino
preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis
de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo,
y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí» (vs. 34–36).

CONCLUSIÓN
Eugene Peterson parafraseó la primera parte de Mateo 6 de la siguiente manera:

«Tengan especial cuidado cuando estén tratando de ser buenos con el fin de hacer un
espectáculo de ello. Puede que sea buen teatro, sin embargo, el Dios que los hizo no
aplaudirá».

«Cuando hacen algo por alguien más, no llamen la atención. Ustedes los han visto actuar,
estoy seguro —yo los llamo “actores de escenario”—que convierten las reuniones de
oración, al igual que las esquinas de las calles, en un escenario, actuando como si
tuvieran compasión, siempre y cuando alguien los esté mirando, actuando para un
público. Les aplauden, es cierto, sin embargo, es todo lo que obtendrán. Cuando ustedes
ayuden a alguien, no piensen en cómo se ve. Solo háganlo —en silencio y
discretamente…» (MSG).
Cuando Pablo escribió a los Gálatas, dijo: «Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios?
¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo»
(Gálatas 1.10). Para adaptar las palabras de Pablo, cada uno de nosotros debe preguntarse: «¿Estoy
buscando el aplauso de la multitud o el aplauso de Dios?». Cierto escritor dijo que…

… el mayor peligro para la religión es que el viejo hombre, o la antigua vida, después
de haber sido eliminado mediante el arrepentimiento y la renuncia, regrese y asuma las
nuevas formas en el servicio del viejo hombre. Es el viejo hombre, la única diferencia
es que ahora es religioso.

Si usted es como yo, lucha con «el viejo hombre» que todavía añora el aplauso de los demás. Que
Dios nos ayude a centrar nuestros pensamientos en Él y a preocuparnos solamente por Su aprobación.
EL SERMÓN DEL MONTE
Cuando hacemos lo correcto por las razones incorrectas
Mateo 6:5-18

El poeta y dramaturgo T. S. Eliot escribió: «La última tentación es la mayor traición, esto es, hacer lo
bueno por la razón equivocada». No es difícil encontrar personas en la Biblia que hicieron «lo correcto
por la razón más bien incorrecta». Herodes les dijo a los magos dónde buscar a Jesús, algo digno de
elogio, sin embargo, se los dijo porque deseaba encontrar al bebé y darle muerte (Mateo 2.7, 8, 16). Judas
saludó a Jesús con un beso, un signo de afecto, sin embargo, lo hizo para indicarle a la turba quién era
Jesús (Mateo 26.48, 49). Ananías y Safira trajeron el dinero para colocarlo a los pies de los apóstoles y
así ayudar a los hermanos y hermanas menos afortunados que ellos (Hechos 5.1–11). Lo triste es que lo
hicieron por la razón equivocada, a saber: buscar la admiración de los demás cristianos.
Mateo 6 comienza con la siguiente advertencia: «Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los
hombres, para ser vistos de ellos» (v. 1a). «… hacer […] justicia» es lo correcto. Hacerlo «delante de los
hombres, para ser vistos de ellos» es una «razón muy incorrecta». En Mateo 6.2–18, Jesús dio tres
ejemplos en cuanto a hacer lo correcto por las razones incorrectas. En la lección anterior, analizamos el
primero de estos ejemplos, buscar el aplauso de la multitud. En la presente lección, consideraremos los
dos últimos.

LA ORACIÓN (6.5–15)
Cómo no se debe orar (v. 5)
El segundo ejemplo de Jesús en cuanto a hacer lo correcto por la razón equivocada lo constituía la
oración. En primer lugar, indicó que, en lo que respecta a nuestra vida de oración, no debemos ser como
los fariseos, pues dijo: «Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en
las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres» (v. 5).
Los judíos oraban en momentos determinados. La oración era su primera actividad en la mañana y la
última en la noche. Durante el día, tenían tres horas fijas para orar (vea Daniel 6.10). La hora tercera
(alrededor de las 9.00 a.m.), la hora sexta (hacia el mediodía) y la hora novena (alrededor de las 3.00
p.m.). Si podían, los judíos devotos iban al templo a orar a esas horas (vea Hechos 3.1). A los que no
podían ir al templo se les animaba a dejar lo que estaban haciendo en las horas establecidas, estuvieran
donde estuvieran, para que oraran. Al parecer, algunos judíos organizaban sus itinerarios para que,
cuando llegara el momento para orar, estuvieran en algún lugar visible, a saber: una plaza pública o en
una esquina de una calle concurrida. Luego, hacían un espectáculo de sus oraciones con el fin de «ser
vistos de los hombres».
Jesús dijo: «… de cierto os digo que ya tienen su recompensa» (6.5b). Se ganaban la admiración de
otros hombres, sin embargo, eso era todo. Como se indicó en la lección anterior, no recibirían ninguna
recompensa de parte de Dios. Este ha marcado sus vidas con un «Pagado en su totalidad». ¡Qué insensata
es la persona que deja ir recompensas eternas a fin de apoderarse del reconocimiento temporal!

Cómo orar (v. 6)


«Mas tú», Jesús dijo, «cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está
en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público» (v. 6). La KJV consigna «cuando
ores, entra en tu clóset». Cuando yo era niño, la palabra «clóset» me confundía. Los clósets de nuestra
casa estaban llenos de ropa, zapatos y artículos sin uso, y olían a naftalina. Cuando oraba, ¿se supone
que tenía que escurrirme dentro de un clóset maloliente, desordenado y cerrar la puerta? La palabra griega
que se traduce como «aposento» y «clóset» (tameion) a menudo se refería a un cuarto de almacenamiento,
que en muchas casas era la única habitación con una puerta y quizás la única habitación que podía cerrarse
con llave. El término también podía usarse generalmente para referirse a «cualquier habitación privada»
dentro de la casa.
Las instrucciones de Jesús en cuanto a entrar en un lugar privado para orar «en secreto» plantea varias
preguntas. ¿Era el propósito de Jesús eliminar las oraciones públicas? ¿Tenía la intención de disuadir a
un cristiano de orar con otro cristiano? La respuesta a ambas preguntas es «No». En la presente sección,
Jesús enseñó a Sus discípulos a orar «Padre nuestro que estás en los cielos» —no «Padre mío», sino
«Padre nuestro», sugiriendo una oración colectiva. En Mateo 18.19, 20, Jesús habló acerca de dos a tres
personas que hacían una petición a Dios. El libro de Hechos está lleno de ejemplos de seguidores de
Cristo que oraban juntos (1.24; 4.24; 12.12).
Algunos sugieren que está bien orar en voz alta cuando la iglesia se reúne para el culto, pero que el
presente texto prohíbe orar en voz alta en público —por ejemplo, antes de una comida en un restaurante
público. Sobre este punto en particular, que cada quien esté «convencido en su propia mente» (Romanos
14.5). Lo que yo acostumbro es orar antes de las comidas con familiares y amigos, independientemente
de donde estoy, sin embargo, de la manera más silenciosa y discretamente posible.
¿Qué lecciones podemos aprender todos nosotros de las palabras de Jesús? Una podría ser que es
bueno tener un lugar tranquilo y privado donde podamos estar a solas con Dios. Aun Jesús sintió la
necesidad de ir «a un lugar desierto» a orar (Marcos 1.35). Además de esa aplicación, hay principios
generales en la enseñanza de Jesús que se aplican a cuándo y a dónde oramos:

 No debemos orar de tal manera que llame la atención sobre nosotros en lugar de Dios.

 Tenemos que esforzarnos por preocuparnos menos por el parecer de las personas y más por el
parecer de Dios.

 Es necesario que tratemos de dejar fuera, de nuestras mentes, a las personas para hacer entrar a
Dios.

Tendremos menos distracciones si logramos ir a un lugar tranquilo para orar, sin embargo, no siempre
es posible, ¿verdad? Donde sea que estemos y sea lo que estemos haciendo, podemos entrar al «aposento»
de nuestro corazón y hablar con Dios. Podemos hacerlo mientras conducimos el automóvil, barremos el
suelo o hacemos fila para comprar las provisiones.
La necesidad de desconectarse de las personas supone un reto especial para los hombres que dirigen
oraciones públicas. Su objetivo es guiar la mente de los presentes, para que estos estén conscientes de
los demás y sus necesidades. Al mismo tiempo, los que dirigen oraciones tienen que cuidar que su
objetivo no sea el impresionar a los demás adoradores. D. Martyn Lloyd-Jones escribió que «el peligro
real de un hombre que dirige una congregación en un acto público de oración es que esté dirigiéndose a
la congregación en lugar de Dios». Harold Fowler dijo que «los que oran en público tienen que aprender
a dejar fuera de su mente toda percepción de oyentes humanos, al menos en la medida que no teman ser
censurados por ellos ni busquen su alabanza».

Cómo no se debe orar (vs. 7, 8)


En los versículos 7 y 8, Jesús dio instrucciones adicionales sobre cómo no se debe orar. Previamente,
había usado a judíos hipócritas como ejemplo de una oración indebida (v. 5). Ahora, usó a no-judíos
incrédulos como un mal ejemplo, diciendo: «Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles,
que piensan que por su palabrería serán oídos» (v. 7).
Jesús no estaba diciendo que las oraciones no podían ser largas. Él oró toda la noche antes de
seleccionar a los doce apóstoles (Lucas 6.12–16). Alentó a Sus seguidores a ser persistentes en la oración
(vea Lucas 18.1–7). Tampoco estaba Jesús denunciando toda repetición en la oración. Repitió la misma
oración tres veces en el Huerto de Getsemaní (vea Mateo 26.44). Pablo le pidió tres veces a Dios que
quitara el «aguijón en [su] carne» (2 Corintios 12.7, 8). La mayoría de nosotros podemos recordar
ocasiones en que fuimos vencidos por la aflicción, el dolor o la preocupación; y repetimos una y otra vez
la misma oración pidiendo ayuda y fortaleza a Dios. La enfermedad grave de un ser querido es una de
esas ocasiones. El Señor no desalienta ese tipo de repetición sincera.
Lo que Jesús estaba denunciando eran «vanas repeticiones», a saber: orar mecánicamente como
salmodiando un conjuro. La palabra griega que se traduce como «vanas repeticiones» (battalogeo) es
única. No se ha encontrado ningún otro uso de esta palabra, salvo en citas de este versículo. La palabra
se define generalmente como «hablar sin pensar» o algo similar. La NEB consigna «no parloteen como
los paganos». La RSV consigna «no acumulen frases vacías».
Los paganos no tenían concepto de un Dios personal que los amara y se preocupara por lo que les
pasaba. Sus supuestos dioses eran considerados como muy lejanos, centrados en sí mismos y a menudo
sin corazón. Los paganos habían ideado una variedad de técnicas para inducir a sus dioses a escuchar y
responder. Tenían encantamientos mágicos en los que era más importante decir las palabras correctas
que tener la motivación correcta. Habían «desarrollado largas listas de nombres divinos, con la esperanza
de que por repetirlos interminablemente, de alguna manera invocarían el nombre del dios verdadero y
recibir lo que deseaban». Creían que entre más decían, más era probable que fueran escuchados. Cuando
los profetas de Baal fueron confrontados por Elías, «invocaron el nombre de Baal desde la mañana hasta
el mediodía, diciendo: ¡Baal, respóndenos! Pero no había voz, ni quien respondiese» (1 Reyes 18.26).
Jesús dijo, en efecto: «No dejen que su oración se rebaje al nivel de la superstición pagana».
¿Qué aplicación podemos hacer hoy con respecto a «vanas repeticiones» en la oración? Nos sentimos
tentados a centrarnos en las prácticas de otros grupos religiosos. Tal vez, pensamos en la costumbre de
repetir una oración establecida una y otra vez, llevando el conteo de las veces con cuentas. Tal vez, nos
acordamos de las formas litúrgicas de adoración en las que se repiten las mismas oraciones con las
mismas palabras en casi todos los servicios. Sin embargo, si somos sinceros con nosotros mismos,
tenemos que admitir que también podemos ser culpables. Podemos desarrollar una determinada forma
de dar las gracias a la mesa o de orar antes de acostarnos. Cuando dirigimos la oración en un servicio de
adoración, es fácil usar frases favoritas, caer en la jerga religiosa. Incluso, es posible ser culpables por
pensar que «por [nuestra] palabrería [seremos] oídos».
Tengamos cuidado y no digamos: «¡Sí, conozco a alguien que eso hace!». La siguiente lección tendrá
un pasaje poderoso sobre el pecado de juzgar a los demás (Mateo 7.1–5). Es necesario que cada uno de
nosotros se examine a sí mismo, preguntando: «¿Qué de mi corazón? ¿He sido yo culpable de usar vanas
repeticiones? ¿Alguna vez oro sin pensar?».
Jesús dijo: «No os hagáis, pues, semejantes a ellos» (6.8a), es decir, no ser como los paganos «que
piensan que por su palabrería serán oídos» (v. 7b). «… porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis
necesidad, antes que vosotros le pidáis» (v. 8). Si el espacio lo permitiera, podríamos pensar con
detenimiento en las maravillosas palabras que dicen: «vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad,
antes que vosotros le pidáis». ¡Dios es nuestro Padre! ¡Nos conoce! ¡Conoce nuestras necesidades! Sin
embargo, debemos centrarnos en lo que Jesús estaba dando a entender. Cuando oremos, no es necesario
que reiteremos las cosas. Dios es un Padre amoroso y sabe lo que necesitamos.
Algunos han preguntado: «Si Dios sabe lo que necesitamos, ¿por qué orar?». Hay muchas respuestas
a esa pregunta. Permítame mencionar dos. En primer lugar, el pedirle a Dios para que supla nuestras
necesidades no es la única razón para orar. A pesar de que conoce nuestras necesidades, todavía debemos
ir a Él en oración para alabarle y darle gracias por Sus bendiciones. En segundo lugar, a pesar de que Él
conoce nuestras necesidades, nos ha pedido que oremos por ellas. Dios quiere que seamos conscientes
de cuál es la fuente de nuestras bendiciones y que jamás las demos por sentado. Puede que un padre se
dé cuenta de las necesidades de sus hijos, sin embargo, sigue queriendo que vengan a hablar con él.
Cómo orar (vs. 9–15)
Si no hemos de orar «como los gentiles», ¿cómo debemos orar? Jesús respondió a esa pregunta dando
lo que se ha llamado «La oración del Señor». Sería mejor llamarle «La oración de los discípulos» o «La
Oración Modelo». Las palabras son conocidas por la mayoría de las personas:

«Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu
nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.
El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también
nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del
mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén.
Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro
Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre
os perdonará vuestras ofensas» (vs. 9–15).

Estudiaremos los versículos 9 al 15 en la siguiente lección. Por el momento, sencillamente observe


que —a diferencia de las oraciones largas y mecánicas de los gentiles— esta oración es breve y
profundamente personal.

El AYUNO (6.16–18)
Cómo no se debe ayunar (v. 16)
Esto nos lleva al tercer ejemplo de Jesús en cuanto a hacer buenas obras para ser vistos por los
hombres: el ayuno. Él dijo: «Cuando ayunéis, no seáis austeros, como los hipócritas; porque ellos
demudan sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan» (v. 16a). La palabra que se traduce como
«ayuno» (nesteuo) se refiere a no comer. La palabra se usa en el relato de la alimentación de los cuatro
mil para referirse a las personas que tenían hambre después de escuchar a Jesús todo el día (vea Mateo
15.32; compare con la KJV y la NASB). En algunas partes del mundo, la primera comida del día es
llamado «desayuno» (del latín «dis-iunare»; dejar el ayuno), porque no se ha ingerido alimentos durante
la noche.
El ayuno era considerado un ejercicio espiritual importante por los judíos. «La Ley de Moisés nunca
prescribió el ayuno de manera directa», sin embargo, en el Día de la Expiación, a los judíos se les instruía
afligir sus almas (Levítico 16.29–34; observe v. 31). El afligir sus almas era interpretado como que
incluía el ayuno. En Salmos 35.13, David escribió: «Afligí con ayuno mi alma». Con el tiempo, los judíos
agregaron otros días de ayuno nacional, como el comienzo del año nuevo y aniversarios de calamidades
significativas de la historia judía. En circunstancias especiales, se invocaba a un día nacional de ayuno
(vea 1 Samuel 7.5, 6). Además, hubieron personas que ayunaban de manera personal (por ejemplo, vea
2 Samuel 1.12; 12.16; Nehemías 1.4). En el Antiguo Testamento, el ayuno consistía generalmente de una
expresión de humildad, penitencia o aflicción.
En la época de Jesús, los fariseos habían añadido dos días de ayuno a cada semana (vea Lucas 18.12).
Estos ayunos duraban desde el amanecer hasta la puesta del sol. Las fuentes históricas nos dicen que los
dos días fueron los que llamamos martes y jueves. Eran días de mercado para los judíos, los días en que
muchas personas llegaban a la ciudad. Esto proporcionaba una mayor audiencia para el ayuno «actuado»
de los fariseos.
Jesús dijo que cuando estos hipócritas ayunaban, «[demudaban] sus rostros» y descuidaban su
apariencia. La frase «demudan sus rostros» proviene de una palabra (aphanizo) que quiere decir
«volverse […] irreconocibles». No se lavaban la cara ni se peinaban el cabello. Vestían ropas sucias y
arrugadas y emitían expresiones de dolor. Tal vez, colocaban cenizas sobre sus cabezas y llevaban cilicio
para poder ser vistos. Todo era con el fin de llamar la atención a lo profundo de su espiritualidad.
Una vez más, Jesús dijo: «… de cierto os digo que ya tienen su recompensa» (Mateo 6.16b). «Porque
amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios» (Juan 12.43), y la aprobación de los hombres
era todo lo que habrían de recibir.

Cómo ayunar (vs. 17, 18)


Jesús dijo que tal exhibición de hipocresía no debía caracterizar a Sus seguidores:

Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, para no mostrar a los hombres
que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te
recompensará en público (vs. 17, 18).

Ungir la cabeza con aceite y lavarse la cara eran prácticas habituales de preparación de los judíos.
Jesús estaba diciendo: «Compórtense de manera normal cuando ayunen. No hagan nada que llame la
atención sobre el hecho de que están ayunando». En la actualidad, Jesús diría: «Hagan todo como
normalmente lo harían en la mañana. Lávense la cara, cepíllense los dientes, péinense el cabello».
Habiendo dicho lo anterior, todavía nos queda la pregunta sobre el ayuno y de qué manera afectan
nuestras vidas, como cristianos que somos, las instrucciones de Jesús. Tenga en cuenta que Jesús no dijo:
«Si ayunan», sino «cuando ayunen». Se asumía que Sus seguidores ayunaban. Algunos creen que el
ayuno es una práctica cristiana ya perdida. Hacen referencia a personas piadosas de siglos anteriores que
pasaban mucho tiempo en ayuno y sugieren que necesitamos hacer lo mismo hoy.
¿Qué dice el Nuevo Testamento sobre el ayuno? No mucho. La referencia más extensa es Marcos
2.18–20 (vea Mateo 9.14, 15; Lucas 5.33–35) que dice:

Y los discípulos de Juan y los de los fariseos ayunaban; y vinieron, y le dijeron: ¿Por
qué los discípulos de Juan y los de los fariseos ayunan, y tus discípulos no ayunan? Jesús
les dijo: ¿Acaso pueden los que están de bodas ayunar mientras está con ellos el esposo?
Entre tanto que tienen consigo al esposo, no pueden ayunar. Pero vendrán días cuando
el esposo les será quitado, y entonces en aquellos días ayunarán.

De lo anterior aprendemos que los discípulos de Juan ayunaban, pero que los discípulos de Jesús no
lo hacían. Una vez más, tenemos la hipótesis de parte de Jesús en cuanto a que Sus seguidores ayunarían
después de Su partida. «La declaración [de Jesús] ha sido interpretada en el sentido de que hace del ayuno
un acto legítimo, aunque no obligatorio, en la vida del cristiano».
¿Ayunaron los discípulos de Jesús después de que Él regresó al cielo? Si hay algún registro en el
Nuevo Testamento de que los cristianos ayunaran de manera individual, no me doy cuenta de ello.
Tenemos dos ejemplos de ayunos congregacionales. Antes de que la iglesia en Antioquía enviara a
Bernabé y a Saulo como misioneros, ellos «ayunaron y orado» (Hechos 13.3; vea vs. 1–3). Cuando los
ancianos eran nombrados en las congregaciones, «[oraron] con ayunos» (Hechos 14.23). Sin embargo,
no tenemos ninguna información relativa a estos ayunos congregacionales. No sabemos cuánto tiempo
pasaban sin comer. No sabemos si se convocaba a un momento especial de ayuno y oración o si el ayuno
se llevaba a cabo, de manera natural, durante una reunión de oración congregacional.
La falta de información es un problema que enfrentamos en nuestra lucha por comprender el tema del
ayuno. En lo que respecta a ayudar a los pobres, tenemos mandamientos como instrucciones (vea 2
Corintios 8; 9). En cuanto a la oración, tenemos bastantes mandamientos y muchas instrucciones (por
ejemplo, vea Mateo 7.7–11; 1 Tesalonicenses 5.17; Efesios 6.18). Sin embargo, sobre el tema del ayuno,
no tenemos mandamientos, solamente la instrucción del presente texto a no llamar la atención sobre
nosotros mismos.
Aquellos que practican el ayuno le atribuyen una variedad de beneficios físicos y espirituales, que van
desde una mayor claridad de mente a una espiritualidad más profunda. Sin embargo, puesto que las
personas varían en metabolismo y personalidad, no todos los que prueban ayunar como ejercicio
espiritual experimentan resultados positivos. Además, grupos no cristianos afirman tener resultados
similares mediante la práctica del ayuno, de modo que no hay nada distintivamente cristiano en los
resultados reportados. Si hay beneficios espirituales intrínsicos y automáticos que se derivan del ayuno,
es difícil entender por qué Jesús no insistió en que Sus discípulos ayunaran mientras estaba con ellos.
A menudo se dice que el ayuno es una forma de autodisciplina. Ciertamente, algunos de nosotros
necesitamos más autodisciplina en lo que respecta la alimentación. Sin embargo, la autodisciplina es un
requisito permanente y de todos los días, mientras que la poca información que tenemos sobre el ayuno
en el Nuevo Testamento sugiere que era para eventos fuera de lo común. John R. W. Stott sugirió:

[El ayuno] no es tanto una práctica regular, […] como [sí] un acuerdo ocasional y
especial, de modo que cuando tenemos que buscar de Dios para alguna guía o bendición
en particular, les damos la espalda a los alimentos y otras distracciones con el fin de
lograrlo.

En la iglesia neotestamentaria, el ayuno era un asunto de abnegación y no de autodisciplina. Era un


asunto de prioridades, una demostración práctica del mandamiento que aparece al final del capítulo:
«Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia» (Mateo 6.33). En ciertas ocasiones, los
cristianos se negaban el alimento y otros placeres legítimos, porque lo que estaban haciendo para el Señor
era más importante.
Vienen a la mente varias ilustraciones modernas. Pienso en aquellos que no les preocupa la hora de
comer cuando tienen la oportunidad de enseñarles a otros acerca del evangelio de Cristo. Hay quienes,
cuando ministran a los necesitados, no están pensando en la comida, ni en el tiempo empleado, ni en el
costo. Otros, me duele decirlo, aparentemente no tienen las mismas prioridades. En cuanto a congregarse
con los santos (Hebreos 10.25), están más preocupados en dormir o comer o recrearse, que en adorar y
glorificar a Dios.
Aparte de ocuparnos en nuestras prioridades, ¿de qué manera deben influir en nuestras vidas las
instrucciones de Jesús sobre el ayuno? No puedo responder esa pregunta por usted. Es posible que desee
comprobar qué efectos positivos tiene en usted. Si una congregación está pasando una crisis, sería bueno
que los líderes convoquen un tiempo de ayuno y oración. Sin embargo, no olvide lo que dijo Jesús.
Cuando ayunen, no hagan espectáculo ni llamen la atención. Entonces, su ayuno será «para […] mostrar»
«a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público».

CONCLUSIÓN
Espero no habernos distraído tanto en tratar de entender los ejemplos de Jesús, que hayamos perdido
el hilo de este mensaje básico: Tenemos que tener cuidado de no hacer lo correcto por las razones
incorrectas. El mensaje va dirigido a mí. Después de enseñar o predicar, me gusta que los oyentes me
den las gracias por la lección. En cuanto a mi labor como escritor, disfruto oír a las personas decir que
les ayuda. Si nadie elogia mis esfuerzos, a veces me desanimo. Por lo tanto, tengo que preguntarme,
«¿Por qué hago lo que hago por el Señor? ¿Son mis motivos puros?». Son interrogantes con las que
constantemente lucho.
Jesús llamó «hipócritas» a los que condenó (vs. 2, 5, 16). Por lo general, pensamos en los hipócritas
como aquellos que deliberadamente pretenden ser lo que no son. Sin embargo, aquellos a quienes se
refirió Jesús, probablemente creían que estaban sinceramente haciendo la voluntad de Dios (vea Lucas
18.11, 12). Eran la clase más trágica de hipócritas, a saber: hipócritas que se engañan a sí mismos. Que
Dios nos ayude a no ser hipócritas que se engañan a sí mismos. Que nos ayude a no solamente hacer lo
correcto, sino también hacerlo por la razón correcta.
EL SERMÓN DEL MONTE
“…Oraréis así”
Mateo 6:9-15; Lucas 11:1-4

En Mateo 6, Jesús advirtió en contra de hacer obras de justicia «para ser vistos de ellos» (v. 1) y dio
tres ejemplos: dar a los pobres (vs. 2–4), la oración (vs. 5–15) y el ayuno (vs. 16–18). En el segmento
sobre la oración, tenemos la así llamada «Oración del Señor» (vs. 9–15). Hay tanto que aprender de este
pasaje que estamos dedicando toda una lección al mismo. Las palabras son conocidas por muchos de
nosotros, dicen:

«Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu
nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.
El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también
nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del
mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén» (vs. 5–
13).

En una ocasión posterior, «estaba Jesús orando en un lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos
le dijo: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos» (Lucas 11.1). Jesús
respondió con una versión más corta de la oración:

«Cuando oréis, decid: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.
Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan
nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestros pecados, porque también
nosotros perdonamos a todos los que nos deben. Y no nos metas en tentación, mas
líbranos del mal» (Lucas 11.2–4).

El estudio que realizaremos se centrará en la forma de la oración que figura en Mateo 6, sin embargo,
me referiré ocasionalmente a Lucas 11. Antes de examinar la oración, permítame abordar un par de
asuntos. En primer lugar, la oración de Mateo 6 no tenía la intención de ser una oración ritualista. En los
versículos inmediatamente anteriores a Mateo 6.9–15, Jesús advirtió contra las «vanas repeticiones» (v.
7). Además, el Señor dijo: «Vosotros, pues, oraréis así» (v. 9) o «de esta manera» (KJV), no dijo: «usen
estas palabras exactas». La paráfrasis de la versión LB consigna: «Orad de una manera similar a esta».
Cuando Jesús repitió la oración más adelante (Lucas 11), Él mismo no usó las mismas palabras. Usó
setenta y un palabras en Mateo 63 y solamente cincuenta y ocho palabras en Lucas 11.
En segundo lugar, permítame sugerir que el conocido título «Oración del Señor» no es la mejor
designación. Le fue dado este nombre por algún estudioso desconocido de la Edad Media, y el término
se mantuvo. Sin embargo, si el mismo Jesús usó alguna vez esta oración, no hay registro de ello. Una
mejor expresión sería «La oración de los discípulos». Mi designación favorita es «La oración modelo».
La oración es un modelo en muchos aspectos. Es un modelo en dimensión. Contiene un
reconocimiento de la grandeza de Dios. Expresa preocupación por el reino y preocupación por todos los
que están en el mundo. Toca incluso las necesidades personales. Además, la oración es un modelo en
brevedad y simplicidad. Abarca cinco versículos en Mateo y tres versículos en Lucas. Solamente se tarda
unos veinte segundos para leer la versión más extensa en voz alta. Es también un modelo en otras
maneras.

UN MODELO EN SU DIRECCIÓN (6.9)


Por ejemplo, la oración es un modelo en su dirección. En primer lugar, se dirige a Dios: «Padre
nuestro que estás en los cielos» (v. 9b; énfasis nuestro). Debemos orar a Dios, no a María ni a ningún
santo, sino a Dios. Pablo dijo que siempre hemos de dar «siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el
nombre de nuestro Señor Jesucristo» (Efesios 5.20; énfasis nuestro). Una vez más, debemos orar a Dios,
nuestro Padre. No es un Dios impersonal, sino un Padre que cuida y provee. Además, debemos orar a
Dios, que es nuestro Padre. No es la oración de un ermitaño, ni la oración de un hijo único. La frase
«Padre nuestro» reconoce nuestra fraternidad común. Cuando oramos a «nuestro Padre», estamos
indicando que nos hemos reunido para conversar sobre asuntos familiares.
La oración es también un modelo en su dirección, ya que va dirigida al cielo, pues dice: «Padre nuestro
que estás en los cielos». Este mundo es creación y posesión de Dios, sin embargo, no es Su hogar. Nuestra
religión es una religión centrada en el cielo. Jesús vino del cielo y regresó al cielo. Ahora está a la diestra
de Dios en el cielo, intercediendo por nosotros. Algún día, vendrá desde el cielo para recoger a los suyos.
Luego, estos pasarán la eternidad en el cielo con Él. Pablo escribió que «nuestra ciudadanía está en los
cielos» (Filipenses 3.20). Jesús les dijo a Sus discípulos que se «[regocijaran] de que vuestros nombres
están escritos en los cielos» (Lucas 10.20) y los desafió a «[hacer] tesoros en el cielo» (Mateo 6.20).

UN MODELO EN SU REVERENCIA (6.9)


La oración es también un modelo en su reverencia. Dios no es un amigo ocasional; Él es nuestro Padre
—y Su nombre es santo. La oración continúa diciendo: «… santificado sea tu nombre» (v. 9c; vea Lucas
11.2b). La palabra que se traduce como «santificado» (hagiazo) viene de la palabra griega para «santo»
(hagios) y quiere decir «considerar o reverenciar como santo». En el Antiguo Testamento, el salmista
escribió: «Santo y temible es su nombre» (Salmos 111.9). De un modo similar, Moisés mandó: «No
tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano» (Éxodo 20.7a).
El nombre de Dios representa todo lo que Él es. D. Martyn Lloyd-Jones escribió: «Hay un sentido en
el que debemos quitar el calzado de nuestros pies cada vez que usamos el nombre [de Dios]». La oración
modelo deja claro que, bajo el nuevo pacto, todavía hemos de presentarnos ante el Señor con un profundo
sentido de temor reverencial.

UN MODELO EN SU ÉNFASIS (6.10)


La reverencia que acabamos de mencionar establece el tono a medida que llegamos a las peticiones
de la oración. La preocupación inicial expresada no es por uno mismo, sino por los planes y propósitos
de Dios, pues dice: «Venga tu reino» (v. 10a; vea Lucas 11.2c). La palabra que se traduce como «reino»
(basileia) denota «soberanía, poder real, dominio». Como figura retórica, se refiere al «territorio o pueblo
sobre el cual gobierna un rey». El reino de Dios se refiere al reinado de Dios. Las palabras «Venga tu
reino» pueden significar «Que más y más personas coronen a Dios como rey de sus corazones y sus
vidas». En este sentido, quiere decir lo mismo que la siguiente petición de la oración, que dice: «Hágase
tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra» (v. 10b).
No olvide, sin embargo, el contexto del Sermón del Monte. Inmediatamente antes de que Jesús
predicara el sermón, había estado viajando por Galilea predicando: «Arrepentíos, porque el reino de los
cielos se ha acercado» (4.17). «El reino» era el reino mesiánico que los judíos habían estado esperando.
Ese reino sería establecido en el primer Pentecostés judío después de la muerte, sepultura y resurrección
de Cristo. Las epístolas normalmente lo llaman «la iglesia». Tenga en consideración algunos pasajes
claves acerca del reino mesiánico:

 Daniel prometió que el reino mesiánico vendría en los días del imperio romano (vea Daniel 2.44).

 Mientras los romanos dominaban el mundo, Juan el Bautista y luego Jesús vinieron predicando
que «el reino de los cielos se ha acercado» (Mateo 3.2; 4.17).

 En Cesarea de Filipo, Jesús habló de establecer Su reino, y se refirió al mismo como a Su iglesia
(Mateo 16.18, 19).
 Cristo les dijo a Sus discípulos que el reino vendría antes de que murieran y que vendría «con
poder» (Marcos 9.1). Más adelante dijo que el poder vendría cuando viniera el Espíritu Santo
(Hechos 1.6–8).

 El Espíritu Santo descendió sobre el primer Pentecostés después de la muerte, sepultura y


resurrección de Jesús (Hechos 2.1–4). El poder vino, y el reino/iglesia fue establecido.

Desde el día de Pentecostés, se hablaba de que el reino/iglesia estaba en existencia. Cuando las
personas eran salvas, Dios las añadía a Su iglesia (vea Hechos 2.47), rescatándolas de «la potestad de las
tinieblas» y trasladándolas «al reino de su amado Hijo» (Colosenses 1.13). Los cristianos están en un
reino inconmovible (Hebreos 12.28), ¡la iglesia que las puertas del Hades no pueden destruir (Mateo
16.18)!
Cuando Jesús les pidió a los discípulos que oraran diciendo: «Venga tu reino», estaba pidiéndoles a
Sus discípulos a ser participantes en el gran designio eterno de Dios, el cual incluía la iglesia (vea Efesios
3.10, 11).
¿Debemos orar esta parte de la oración hoy? J. W. McGarvey escribió: «Tenemos que omitir la
petición que dice “venga tu reino”, porque en el sentido de la petición, el reino ya ha llegado, y es
inapropiado mantener las palabras y atribuirles incluso un sentido diferente de aquel con el que Jesús las
empleó».10 Sin embargo, es posible darles a las palabras un matiz diferente. Podríamos decir, «Venga
tu reino en todo el mundo», o «Venga tu reino en los corazones de todos los hombres». Podríamos hacer
de la petición una oración personal y decir: «Que tu reino se establezca más profundamente en mi
corazón». Considere este asunto con cuidado, porque si usamos las palabras sin ningún tipo de matiz,
podríamos estar dando crédito a los premilenialistas que creen que el reino de Cristo aún no ha sido
establecido.
Sobre todo, la oración modelo de Jesús enseña que usted y yo deberíamos preocuparnos por el
reino/iglesia; y que deberíamos incluir su bienestar en nuestras oraciones. Debemos orar por la iglesia en
nuestra comunidad y en todo el mundo. De esta manera, podemos seguir siendo partícipes del gran plan
de Dios para dar a conocer Su sabiduría «por medio de la iglesia», de acuerdo a Su «propósito eterno que
hizo en Cristo Jesús nuestro Señor» (Efesios 3.10, 11).

UN MODELO EN SU PREOCUPACIÓN (6.10)


La siguiente petición continúa el énfasis en lo espiritual: «Hágase tu voluntad, como en el cielo, así
también en la tierra» (v. 10b). El deseo expresado es para que todos en la tierra obedezcan la voluntad de
Dios. Tan solo contemplar esa posibilidad nos deja desconcertados. Piense acerca de cómo se hace la
voluntad de Dios en el cielo. Imagínese a los ángeles y arcángeles de pie delante del trono de Dios.
Véalos ansiosos por escuchar Sus mandamientos y dispuestos a obedecerlos. ¿No sería maravilloso si la
voluntad de Dios fuera obedecida de esta manera en toda la tierra? La voluntad de Dios está básicamente
revelada en Su Palabra; por lo tanto, para que esta parte de la oración sea contestada, tenemos que llevar
la Palabra a toda la tierra (Mateo 28.18–20; Marcos 16.15, 16). Luego, tenemos que animar a las personas
en todas partes a obedecer los mandamientos del Señor.
Sin embargo, el valor principal de esta parte de la oración es forzarnos a examinar nuestras actitudes
para con la voluntad de Dios. Algunos no están contentos con la voluntad de Dios para sus vidas. Se ha
dicho que, en relación con el gran drama de la vida, «a los hombres no les agrada las porciones dadas a
ellos por el Rey de los cielos». Algunos, en efecto, oran diciendo: «Mi voluntad sea hecha en la tierra».
William Barclay escribió: «La oración nunca debe ser un intento por doblegar la voluntad de Dios de
acuerdo a nuestros deseos; la oración es siempre un intento por someter nuestra voluntad a la voluntad
de Dios».
UN MODELO EN SU RESTRICCIÓN (6.11)
Estamos a mitad de la oración y no se ha hecho una petición personal; lo cual debería decirnos cuál
deber ser el énfasis en nuestras oraciones. Sin embargo, nuestros corazones ya deberían estar preparados
para hacer peticiones personales. A continuación leemos: «El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy» (v.
11). Lucas 11.3 dice exactamente lo mismo. Observe la restricción en la oración. No es una solicitud
pidiendo pastel o algún otro postre apetitoso, sino pan. No es una solicitud pidiendo un suministro de un
mes de pan, sino lo suficiente para ese día. «La oración es por nuestras necesidades, no nuestras
codicias».
Una de las lecciones en esta parte de la oración es que debemos estar contentos con las necesidades
de la vida. El alimento es una de las pocas cosas que es imprescindible tener. No está mal pedir otras
cosas, sin embargo, nuestra felicidad no debe depender de la acumulación de cosas. Pablo escribió: «Así
que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto» (1 Timoteo 6.8).
Encontramos otras lecciones en esta sección de la oración. Por ejemplo, se nos recuerda que Dios es
la fuente de nuestras bendiciones: Hemos de orar a Dios pidiéndole algo tan sencillo y básico como
nuestro pan de cada día. No debemos decir: «Miren lo que hice», sino «Miren lo que Dios ha hecho por
mí». Todo lo que tenemos es algo que recogimos a lo largo del camino, sin embargo, el que lo puso ahí
para ser recogido es Dios. Hemos de trabajar por nuestro pan de cada día (vea 2 Tesalonicenses 3.11),
sin embargo, aún tenemos que darle el reconocimiento a la fuente última de esa bendición:

Detrás de la barra de pan está la blanca harina.


Y detrás de la harina el molino;
Y de atrás del molino está el trigo y la lluvia
Y el sol y la voluntad del Padre.

El versículo 11 supone adicionalmente la necesidad de no ser egoístas. No debemos orar pidiendo «mi
pan de cada día», sino «el pan nuestro de cada día». A lo largo de la oración, hay un énfasis puesto en la
comunidad de los cristianos. Lea la oración otra vez. El pronombre personal «yo» no aparece. La oración
está saturada con preocupación por los demás.

UN MODELO EN SU HUMILDAD (6.12)


A continuación aparece otra petición personal en la oración: «Y perdónanos nuestras deudas» (v. 12a).
La palabra griega que se traduce como «deudas» (opheilema) se refiere a lo que se debe; sin embargo, la
referencia no es a una deuda financiera; sino a una deuda espiritual —una deuda que nunca podremos
pagar. En el Nuevo Testamento, la palabra griega en singular se usa para referirse a un «ofensa, culpa,
pecado». El relato de Lucas dice «Y perdónanos nuestros pecados» (Lucas 11.4a). De pie ante un Dios
santo, admitimos que somos pecadores y le pedimos a Dios que nos perdone. Esto golpea el corazón de
nuestro orgullo.
La segunda parte de esta solicitud ataca nuestro orgullo aún más contundentemente, diciendo: «…
como también nosotros perdonamos a nuestros deudores» (v. 12b). ¡Perdonar puede ser muy difícil! C.
S. Lewis dijo: «Todos dicen que el perdón es una idea maravillosa hasta que tienen algo que perdonar».19
Cuanto mayor es la transgresión, más difícil es el perdonar. Cuando alguien nos lastima, nuestro ego y
orgullo son heridos. Podríamos estar inclinados a pensar, «jamás podría perdonarlo a él [o a ella]». ¡Qué
difícil es decir, en efecto: «No es lo más importante. Tengo que olvidarlo!».
A veces me preguntan: «¿Puedo perdonar a alguien si no se arrepiente ni pide perdón?». Algunos
hacen mención de Lucas 17.3 y del hecho de que Dios no nos perdonará si no nos arrepentimos. Sin
embargo, no estoy hablando tanto de la restauración de la comunión como sí de la actitud en nuestros
corazones. Incluso mientras estuvo en la cruz, Jesús oró, diciendo: «Padre, perdónalos, porque no saben
lo que hacen» (Lucas 23.34). Aunque ofreció esta oración, la culpa de los pecados de ellos se mantuvo
en sus almas hasta que se arrepintieron (vea Hechos 2.36–38). El punto es que Jesús no guardaba ningún
rencor en Su corazón. Si alguien me hace daño, lo probable es que mi relación con tal persona siga siendo
tensa hasta que admita que hizo mal, sin embargo, mi mayor preocupación debe ser asegurarme de que
no hay mala voluntad en mi corazón. Tengo que cuidarme de no hacer surgir «alguna raíz de amargura»
(Hebreos 12.15), llenando mi corazón y asfixiando el amor que debo tener para con los demás. El relato
de Lucas de esta parte de la oración tiene el mismo tono positivo, pues dice: «… porque también nosotros
perdonamos a todos los que nos deben» (Lucas 11.4b).
¿Qué pasa si no estamos dispuestos a perdonar? En primer lugar, ello podría destruir nuestra felicidad
presente. El consejero Larry Calvin escribió: «La amargura erosiona nuestro espíritu, socava nuestra
fuerza, estropea nuestro apetito, nos perturba el sueño y deteriora nuestra salud. Guardar rencores arruga
nuestro rostro, declina nuestros hombros, quema úlceras en el estómago y deja marcas en nuestros
labios».
En segundo lugar —y más importante— está el hecho de que la falta de voluntad de perdonar puede
hacer peligrar nuestra felicidad eterna. Preste atención a las palabras de Jesús, las cuales invitan a pensar
y vienen inmediatamente después de la oración modelo: «Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas,
os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas,
tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas» (Mateo 6.14, 15). Se ha dicho que el hombre que
no está dispuesto a perdonar destruye el puente por el cual él mismo tiene que pasar.

UN MODELO EN SU VISIÓN (6.13a)


La oración continúa diciendo: «Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal» (v. 13; vea Lucas
11.4c). La palabra griega que se traduce como «tentación» (peirasmos) puede tener varios significados,
sin embargo, en este versículo, se usa indistintamente con la palabra «mal». En el contexto, se refiere a
«la tentación de hacer mal». La oración que usó Jesús para enseñarles a Sus discípulos es un modelo en
su visión, pues se preocupa no solamente por el perdón de los pecados, sino también por mantenerse
alejado de las cosas que producen el pecado.
El texto griego tiene un artículo definido antes de la palabra «mal», literalmente dice «el mal». El
significado podría ser «[lo] malo» (cualquier cosa mala) o «el maligno» (el diablo). Puesto que el diablo
es responsable de todo lo que es malo (es decir, todo lo que es pecado), cualquiera de los dos significados
transmite la misma idea básica.
Esta oración nos enseña a pedirle ayuda a Dios para mantenernos alejados de la tentación, ayuda para
enfrentar las tentaciones que se crucen en nuestro camino y ayuda para derrotar a Satanás. También nos
responsabiliza a actuar. Muy frecuentemente, deseamos que Dios nos saque de problemas después de
haber entrado con los ojos bien abiertos en una situación llena de tentaciones. No podemos orar diciendo:
«No nos metas en tentación» y luego deliberadamente ir a donde sabemos que caeremos en tentación.

UN MODELO EN SU ALABANZA (6.13b)


Las últimas palabras de la oración modelo están entre paréntesis en la NASB: «[porque tuyo es el
reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén]» (v. 13b). Este final no se encuentra en los
manuscritos más antiguos. Hay evidencia, sin embargo, de que estas palabras se usaron en los primeros
siglos de la iglesia y se encuentran en algún lugar en la mayoría de las traducciones —por lo menos en
las notas al pie o al margen. Son una forma apropiada para concluir la oración. Regresa a la fuente de
todo lo que es bueno, Dios mismo:

 Suyo es «el reino». El reino le pertenece. Él está sobre todo, y tenemos que reconocerlo.

 Suyo es «el poder». Cualquier poder que los hombres posean es insignificante en comparación
con el poder de Dios, y tenemos que reconocerlo.
 Suya es «la gloria», y debemos proclamarla.

 Todo esto será así «por todos los siglos». «Amén».

CONCLUSIÓN
Esta es la oración modelo. ¿Enseña todo lo que necesitamos saber acerca de la oración? No. Por
ejemplo, no es en el nombre de Jesús. El modelo de oración fue expresado mientras la ley de Moisés
estaba todavía en vigor, y hoy podría ser expresada por cualquier judío consciente. Pablo enseñó que,
bajo el nuevo pacto, hemos de dar «gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor
Jesucristo» (Efesios 5.20 [énfasis nuestro]; vea también Juan 16.24 y Colosenses 3.17). Además, las
peticiones en la oración modelo son de carácter general. Hay un tiempo y lugar para las oraciones
generales, sin embargo, por lo general, nuestras oraciones deben ser específicas. Es necesario dar gracias
por las bendiciones específicas. Es necesario confesar pecados específicos. Tenemos que orar por
personas específicas. (Vea Colosenses 1.3; 1 Tesalonicenses 1.2, 3; 2 Tesalonicenses 2.13; Santiago
5.16.) Sin embargo, hay mucho que podemos aprender de la oración modelo. Como se ha señalado, es
un modelo en su dirección, reverencia, énfasis, preocupación, restricción, humildad, visión y alabanza.
Para ir concluyendo, le recuerdo que la oración comienza así: «Padre nuestro que estás en los cielos»
(v. 9; énfasis nuestro). Legítimamente, no puede hacer esta oración a menos que Dios sea su Padre. ¿Es
Él su Padre? ¿Es usted Su hijo? ¿Ha nacido en la familia de Dios por la fe y la obediencia? Pablo escribió:
«… pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los que habéis sido bautizados
en Cristo, de Cristo estáis revestidos» (Gálatas 3.26, 27; énfasis nuestro). Si usted ha sido bautizado
como un creyente arrepentido, ¿se ha comportado como hijo de Dios, o ha traído reproche a Su familia,
la iglesia (1 Timoteo 3.15)? Si necesita ser bautizado o necesita ser restaurado (vea Gálatas 6.1; Hechos
8.22; Santiago 5.16), oro para que lo haga hoy mismo.
EL SERMÓN DEL MONTE
¡Es hora de tomar una decisión!
Mateo 6:19-24

Hay una vieja historia sobre un hombre al que le fue dada la tarea de pelar un gran montículo de papas.
El que lo contrató le dijo: «Después de pelarlas, ordénelas en tres grupos de acuerdo al tamaño: pequeñas,
medianas y grandes». Después de aproximadamente una hora, el empleador llegó a supervisar al hombre
y lo encontró agotado. «No sabía que pelar papas fuera tan difícil», dijo el empleador. El hombre
respondió: «Pelar papas no es difícil. ¡Lo que me agota es tomar todas esas decisiones!».
Puede que sea una vieja historia, sin embargo, muchos de nosotros nos identificamos con el
clasificador de papas, no nos gusta tomar decisiones. Sin embargo, tenemos que tomar decisiones todos
los días. Algunas son relativamente de poca importancia, como qué hacer para el desayuno o qué ponerse
ese día. Otras son mucho más importantes, como decidir qué profesión escoger o con quién casarse. Estas
decisiones tienen un impacto en nuestras vidas. Sin embargo, no hay decisión más importante que decidir
servir al Señor. Esta decisión no solamente nos afecta ahora; también afectará nuestra eternidad.
El texto de la presente lección es acerca de las decisiones, esto es, decisiones que cambian la vida y
cambian la eternidad. En el pasaje nos encontramos con tres decisiones que cada uno de nosotros tiene
que tomar.

¿LA TIERRA O EL CIELO? (6.19–21)


No en la tierra
La primera opción se encuentra en los versículos 19 al 21: Tenemos que elegir entre la tierra y el cielo.
El pasaje comienza con estas palabras: «No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín
corrompen, y donde ladrones minan y hurtan» (v. 19).
Las palabras anteriores no fueron concebidas como una prohibición contra todas las posesiones. Pablo
escribió que «Dios […] nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos» (1ª Timoteo 6.17;
vea también 4.4). Tampoco fue dado el pasaje para prohibirnos proveer para el futuro. Salomón alabó a
la hormiga que guarda alimento para el invierno (Proverbios 6.6–8). ¿Qué le preocupaba entonces a
Jesús? La respuesta a esa pregunta se encuentra en la palabra «os»: «No os hagáis tesoros en la tierra».
John R. W. Stott dio el siguiente resumen de lo que Jesús estaba denunciando:

Lo que Jesús prohíbe a sus seguidores es la acumulación egoísta de bienes […]; una vida
extravagante y lujosa; la dureza de corazón que no siente la necesidad colosal de las
personas desfavorecidas del mundo, la fantasía insensata de que la vida de una persona
consiste de la abundancia de sus bienes [Lucas 12.15] y el materialismo que ata el
corazón a la tierra.

¿Está alguien pensando: «¡Predica hermano! ¡Los ricos en todo el mundo, con todos sus tesoros,
necesitan oír ese mensaje! Pero el pasaje sin duda no aplica a mí. No tengo tesoros. Apenas tengo para
el gasto del día»? Es cierto que el énfasis del presente texto está puesto en los tesoros físicos, sin embargo,
la aplicación puede hacerse a todo el mundo. Todos nosotros tenemos algo que «atesoramos», algo que
es importante para nosotros. Puede que sean miembros de la familia, un hogar, un trabajo, una habilidad,
la fuerza física, una buena reputación o casi cualquier cosa. Clovis G. Chappell escribió: «Nuestro tesoro
es lo que más queremos. Es lo que más anhelamos poseer si no lo poseemos. Es lo que más tememos
perder si ya lo poseemos». No hay nada de malo en valorar y disfrutar el tipo de cosas que acabamos de
mencionar, sin embargo, algo anda muy mal si tales cosas constituyen lo más importante para nosotros,
esto es, si nuestro afecto está enfocado en esta tierra.
En el presente texto, Jesús dio varias razones por las que no debemos hacernos tesoros en la tierra. Su
primer llamado lo dirigió a la mente, al sentido común, diciendo: «No os hagáis tesoros en la tierra, donde
la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan» (v. 19).
En la parte del mundo donde vivo, los tesoros terrenales a menudo consisten de cuentas bancarias, sin
embargo, no es el caso en otras partes del mundo. Ciertamente no era el caso en el mundo antiguo.
Cuando los magos abrieron «sus tesoros» delante del niño Jesús, no le dieron a Jesús ni a Su familia un
cheque ni dinero en efectivo. Sus tesoros consistían de oro, incienso y mirra (Mateo 2.11).
(Probablemente se eligieron tales artículos porque, a pesar de que eran valiosos, eran pequeños, fáciles
de transportar y fácil de ocultar en su largo viaje al occidente).
En tiempos de Jesús, la riqueza de un hombre podía invertirse en una variedad de cosas, las cuales
incluían prendas de vestir, granos, metales preciosos y joyas. Todo ello podría (y puede) ser destruido o
robado. El primer destructor que mencionó Jesús fue la polilla. Las polillas podían destruir la vestimenta
ostentosa y tan apreciada en el primer siglo. Las polillas ponen huevos en la ropa almacenada, y de los
huevos brotan las larvas que se alimentan de tejido. Usted sabe a lo que me refiero si ya se ha llevado la
sorpresa de ver pequeños agujeros en una prenda de vestir favorita que ha estado guardada por algún
tiempo.
Al segundo destructor se le llama «orín» en la Reina Valera y muchas otras traducciones. La palabra
que se traduce como «orín» (brosis) quiere decir «una comida». Puede pensarse como «el que come».
La palabra puede referirse al óxido que corroe cualquier cosa que tenga hierro o a la corrosión que reduce
el valor de los metales preciosos. El término también puede incluir a ratones y otras plagas que echan a
perder el grano almacenado. Puede incluso ser aplicado a los gusanos que destruyen los cultivos.
El tercer destructor mencionado por Jesús eran los ladrones que «minan y hurtan». La mayoría de
las casas en Palestina eran construidas de ladrillos secos cocidos al sol. Aun si las puertas estaban cerradas
o bloqueadas, un ladrón que se lo proponía podía cavar a través de las paredes y robar objetos de valor
que estuvieran almacenados en la vivienda. Nada estaba seguro en el mundo antiguo.
«Estoy agradecido de que ya eso no sucede», podría responder alguien. «Yo fumigo las polillas, pongo
trampas para insectos y tengo el sistema de seguridad más reciente para impedir que entren los ladrones».
Sin embargo, después de tomar todas las precauciones posibles, sigue siendo cierto que, como dijo
Salomón, las cosas que poseemos pueden hacerse alas y volar lejos (vea Proverbios 23.5). La lista de
potenciales destructores de la riqueza es casi interminable:

Enfermedades graves
Negocios que fracasan
La pérdida de un trabajo
El colapso de la economía
Mal manejo de fondos
Desastres naturales
Guerras

Incluso si usted logra conservar sus posesiones toda su vida, algún día va a morir (Hebreos 9.27) y
tendrá que dejarlas atrás. Cierto hombre, al acercarse la muerte, convirtió toda su riqueza en diamantes
y monedas de oro. Se tragó los diamantes y mandó a cocer las monedas al forro de su traje de entierro.
Su riqueza fue con él a la tumba, pero no al mundo venidero. Las palabras de Job parecen apropiadas en
este momento: «Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá» (Job 1.21).
Juan escribió: «el mundo pasa» (1 Juan 2.17a). Cualquiera puede mirar alrededor y ver que es así, no
solamente en cuanto a los bienes físicos, sino casi todo lo que las personas atesoran en la tierra. La salud
se va. La belleza se desvanece. La fuerza nos falla. Las habilidades disminuyen. Además, lo que no
perdemos a menudo pierde su atractivo o deja de satisfacernos. Jesús, por lo tanto, mandó: «No os hagáis
tesoros en la tierra», porque tales tesoros desaparecerán.
Si no «en el cielo»
Jesús continuó: «… sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde
ladrones no minan ni hurtan» (v. 20). En el cielo «no hay ni polillas, ni ratones, ni merodeadores». Todos
los «depósitos» en «el banco del cielo» son seguros. Pedro escribió acerca de «una herencia incorruptible,
incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros» (1 Pedro 1.4).
¿Cómo es que «[hacemos]. . . tesoros en el cielo»? El énfasis en el texto está en usar nuestras
bendiciones físicas para llevar a cabo los propósitos de Dios. Jesús le dijo al joven rico: «… vende lo que
tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo» (Mateo 19.21; énfasis nuestro). Pablo le dijo a
Timoteo:

A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las
riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en
abundancia para que las disfrutemos. Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras,
dadivosos, generosos; atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen
mano de la vida eterna (1 Timoteo 6.17–19; énfasis nuestro).

Se ha dicho que «no podemos llevárnoslo con nosotros, sin embargo, lo podemos enviar adelante».
Una verdad similar se ha expresado de la siguiente manera: «Lo que conservamos, perdemos; pero lo
que damos, poseemos».
Sin embargo, el principio de almacenar tesoros en el cielo no se limita a la utilización adecuada de las
bendiciones materiales. Al poner a Dios primero en todo lo que hacemos (Mateo 6.33), estamos haciendo
tesoros en el cielo. Cuando vivimos conforme al estilo de vida descrito en el Sermón del Monte,
estaremos haciendo tesoros en el cielo.
¿Por qué es importante hacer tesoros en el cielo? Como hemos señalado, el primer llamado que hizo
Jesús iba dirigido a la mente: Los tesoros en la tierra son de carácter temporal. Su segundo llamado iba
dirigido al corazón, a las emociones. En el versículo 21, dijo: «Porque donde esté vuestro tesoro, allí
estará también vuestro corazón».
Jesús pudo haber dicho: «Porque donde esté vuestro corazón, allí estará también vuestro tesoro».
Invertimos tiempo, dinero y energía en lo que atesoramos. Sin embargo, Jesús estaba dando a entender
algo un poco diferente —relacionado, pero diferente. Estaba diciendo que si lo que más atesoramos está
en la tierra, ahí es donde estarán nuestros corazones. Si lo que más atesoramos está en el cielo, entonces
nuestro corazón estará ahí. «El corazón sigue al tesoro, así como […] el girasol [sigue] al sol».
No hace mucho, asistí a una clase impartida por Mel Stinnett. Habló sobre David Livingstone, quien
fue misionero en África durante más de treinta años (de 1840 a 1873). Cuando el Dr. Livingstone murió,
su cuerpo fue llevado de vuelta a Inglaterra, sin embargo, su corazón fue enterrado en África al pie del
árbol donde murió. El hermano Stinnett nos preguntó a los que estábamos en la clase: «Si personas de
otro país lo han seguido todo un año, ¿dónde sepultarían su corazón? ¿En su banco, en su casa, en su
lugar de trabajo, o dónde?».
¿Dónde están nuestros corazones? ¿Qué es más importante para nosotros? Pablo escribió: «Si, pues,
habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios.
Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra» (Colosenses 3.1, 2).

¿OSCURIDAD O LUZ? (6.22, 23)


La segunda escogencia en el presente texto es entre la oscuridad y la luz. Al hablar de esta escogencia,
Jesús usó una analogía que probablemente era común en Sus días, por lo que Sus oyentes la entendieron.
Sin embargo, no es una de uso común hoy en día y nos pone a pensar. Esto es lo que Jesús dijo:
La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno
de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que
en ti hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas? (vs. 22, 23).

La metáfora
Jesús estaba usando una metáfora ampliada. Para entender una metáfora, debemos primero entender
el concepto en el que se basa la metáfora. En este caso, es la relación que tiene el ojo con el cuerpo.
«La lámpara del cuerpo es el ojo»: es decir, el ojo suministra luz y visión al cuerpo. Las imágenes
entran en el ojo y son transmitidas por el nervio óptico al cerebro. El cerebro entonces utiliza esa
información a medida que controla el cuerpo. Si el ojo es bueno («claro»), suministrará información
precisa al cerebro. Sin embargo, si el ojo es «maligno», esto es, si padece de cataratas, glaucoma o alguna
otra discapacidad visual, la información que envía al cerebro se distorsiona. Si el ojo ha sido cegado, no
se enviará ninguna información al cerebro. El ojo es el único órgano diseñado para llevar luz al cuerpo,
por lo tanto, si se oscurece, «¿cuántas no serán las mismas tinieblas?».

¿Cuál es el mensaje?
La relación del ojo para con el cuerpo no es difícil de entender, sin embargo, ¿qué verdad deseaba
Cristo transmitir al referirse a tal relación? La clave para entender el mensaje de Jesús es tener en cuenta
el contexto. Los versículos anteriores (vs. 19–21) advierten contra el acumular bienes materiales en la
tierra. El versículo que sigue (v. 24) es acerca del escoger a Dios por encima de las posesiones materiales.
Es razonable, por lo tanto, concluir en que los versículos 22 y 23 se refieren básicamente a la manera en
que vemos las posesiones materiales.
Puede que nos ayude a comprender si consideramos el contraste entre las palabras que se traducen
como «bueno» y «maligno» al describir el ojo. La palabra «bueno» se traduce de (haplous). Cuando se
aplica al ojo físico, haplous quiere decir «claro, saludable, sano». Sin embargo, el significado básico de
la palabra es «uno solo». Haplous se utiliza en este sentido en Efesios 6.5 y Colosenses 3.22 y se traduce
como «sencillez» y «sinceridad», respectivamente. Cuando aplican el presente texto, maestros y
predicadores hablan de la necesidad de ser de «un solo ánimo» (en lugar de ser de «doble ánimo» [vea
Santiago 1.8]). Esta definición hace que la analogía se relacione con el pensamiento del versículo 24:
Nadie puede servir a dos señores (como busca hacer la persona de doble ánimo). Haplous puede también
tener la connotación de «generoso». Una forma de la palabra se traduce como «liberalidad» en Romanos
12.8 y como «generosidad» en 2 Corintios 8.2.
La palabra «maligno» se traduce de (poneros), la palabra para «el mal». Cuando se aplica al ojo, quiere
decir «en mala condición, enfermo». Pertinente a nuestro estudio está el hecho de que en la traducción
griega del Antiguo Testamento (la Septuaginta o LXX), la frase «ojo maligno» se utiliza a veces para
describir la avaricia. Por ejemplo, observe Deuteronomio 15.9, que utiliza esta redacción: «… y mires
con malos ojos a tu hermano menesteroso para no darle». Si usamos este significado en el presente texto,
el contraste es entre tener un «ojo generoso» y tener «un ojo mezquino».
No es necesario elegir entre los posibles significados de las palabras que se traducen como «bueno»
y «maligno». Dios quiere que tengamos una actitud sana para con las posesiones, no una actitud
enfermiza. Debemos ser de un solo ánimo con respecto a las cosas de Dios, siempre poniendo Su reino
de primero (v. 33). Cuando ese sea el caso, no seremos mezquinos en ayudar a los demás, sino que nos
caracterizaremos por la generosidad.
Hoy en día, todavía tenemos palabras y frases que utilizan terminología del «ojo». Decimos: «Ya veo»
y queremos decir «lo entiendo». Hablamos sobre la importancia del «punto de vista» y de lo vital que es
contar con «la perspectiva correcta» en la vida. Nos referimos a la necesidad de «ver» esto o lo otro «en
la luz correcta». Cuando aplicamos los versículos 22 y 23, podríamos pensar en el «ojo» del pasaje como
la manera de ver la vida, y el «cuerpo» como lo que somos, todo lo que abarcan nuestras vidas.
Nuestra visión de la vida afecta todo nuestro ser. Si tenemos un punto de vista saludable, esto es, si
tenemos una inquebrantable devoción a Dios que nos hace generosos para con los demás, entonces todo
nuestro ser estará, por así decirlo, lleno de luz. Por otro lado, si tenemos un punto de vista enfermizo,
esto es, si tenemos motivos encontrados y una disposición que nos hace avaros y mezquinos, entonces
será como si todo nuestro ser estuviera lleno de tinieblas. Si lo que nos debiera llenar de luz (un punto de
vista correcto) ha sido oscurecido, ¡cuán grande será la oscuridad en nuestras almas!
Los escribas y los fariseos estaban entre los que Jesús tenía en mente. Ellos pensaban que estaban en
la luz. Sin embargo, Jesús dijo que estaban en tinieblas. Hoy en día, muchos se refieren a sí mismos como
«iluminados». No se dan cuenta que viven «en tinieblas […] por cuanto fueron rebeldes a las palabras
de Jehová, y aborrecieron el consejo del Altísimo» (Salmos 107.10, 11). «Las tinieblas son aún más
terribles cuando no las reconocemos por lo que realmente son».

¿LA RIQUEZA O DIOS? (6.24)


La elección final del presente texto es entre la riqueza y Dios. En realidad, de ello tratan todas las
escogencias. ¿Está usted más interesado en hacer tesoros en la tierra? Entonces, está escogiendo la
riqueza. ¿Está usted más interesado en hacer tesoros en el cielo? Entonces, está escogiendo a Dios. ¿Está
su entendimiento de lo que es verdaderamente importante oscurecido? Es una indicación de que usted ha
escogido la riqueza. ¿Están sus prioridades puestas en lo que es duradero? Eso demuestra que está
escogiendo a Dios y que está lleno de luz.

La necesidad de escoger
Jesús primero recalcó por qué es necesario escoger entre Dios y la riqueza. Sus primeras palabras en
el versículo 24 han sido llamadas «una de las declaraciones más memorables de Jesús»: «Ninguno puede
servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al
otro» (v. 24a, b).
Algunos se opondrán, diciendo: «Pero un hombre puede tener dos puestos de trabajo y trabajar para
dos jefes». Jesús no se refería a empleados, sino a esclavos. La palabra que se traduce como «servir»
(douleuo) quiere decir «servir como un doulos [“esclavo”]». A. H. McNeile señaló: «Los hombres
pueden trabajar para dos empleadores, pero ningún esclavo puede ser propiedad de dos dueños». R. V.
G. Tasker observó que «la propiedad única y el servicio total son la esencia de la esclavitud».
Algunos han tratado de servir a dos señores. El Antiguo Testamento dice que «Así temieron a Jehová
aquellas gentes», sin embargo, «al mismo tiempo sirvieron a sus ídolos» (2 Reyes 17.41; vea vs. 24–41).
Hoy en día, algunos tratan de servir al Señor los domingos, mientras que se dedican por completo al
mundo el resto de la semana. Sin embargo, Jesús habló claramente sobre el asunto, diciendo: «Nadie
puede servir a dos señores».

Las dos opciones


¿Qué dos señores tenía Jesús en mente? Como ya se ha dicho, estaba pensando en la escogencia entre
Dios y la riqueza. En la última parte del versículo 24, Jesús dijo: «No podéis servir a Dios y a las
riquezas».
La palabra que se traduce como «riqueza» (mamonas) se traduce como «mamón» en la KJV. La
palabra «mamón» es «una transliteración griega de una palabra aramea para referirse a la riqueza». En
este pasaje, mamón/riqueza está personificado como un propietario de esclavos. Jack P. Lewis señaló:
«Muchos hombres son propiedad de lo que creen poseer». Se ha dicho que el dinero es un buen siervo,
pero un amo duro. Tal vez, usted se recuerde de alguien cuyas acciones parecen ser controladas por el
dinero y lo que éste compra por ellos. Sin embargo, apliquémoslo a nosotros mismos. La mayoría de
nosotros hemos sido culpables, hasta cierto punto, de permitir que el dinero controle nuestras vidas; tal
vez, sin siquiera darnos cuenta.
Observe que Jesús no dijo que no debemos servir a Dios y a las riquezas, sino que no podemos servir
a Dios y a las riquezas. Se trata de una situación de «uno o lo otro»: «… porque o aborrecerá al uno y
amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro» (v. 24b; énfasis nuestro). Tome en cuenta el
conflicto que conlleva tratar de servir a estos dos señores:

Sus órdenes son diametralmente opuestas. Uno nos manda a caminar por fe, el otro a
caminar por vista; uno a ser humildes, el otro a ser orgullosos; uno nos pide a poner
nuestro afecto en las cosas de arriba, el otro a ponerlo en las cosas que están en el tierra;
uno a mirar las cosas invisibles y eternas, el otro a ver las cosas que se ven y son
temporales; uno a tener nuestra [ciudadanía] en el cielo, el otro a asirnos al polvo; uno a
no preocuparnos por nada, el otro a estar totalmente ansiosos; uno a contentarnos con lo
que tenemos, el otro a aumentar los deseos hasta quemarnos; uno a estar dispuestos a
[dar], el otro a retener; uno a mirar por lo de los demás, el otro a mirar solamente por lo
de uno; uno a buscar la felicidad en el Creador, el otro a buscar la felicidad en la criatura.
¿No está claro acaso [que] no se puede servir a ambos señores?

El diablo usa la riqueza como una herramienta para sus malvados propósitos, y no le importa un
corazón dividido. Esto se debe a que quien trata de servir a Dios y a las riquezas, en realidad, ha rechazado
a Dios. Dios no tolerará un corazón dividido. Él ha dicho: «Yo Jehová; este es mi nombre; y a otro no
daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas» (Isaías 42.8a).
E. Stanley Jones señaló: «Poder vivir una vida espiritual en medio de un entorno material ha sido y es
el eterno problema de la religión». Uno de los desafíos como cristianos que somos es poder vencer al
mundo (1 Juan 5.4), mientras vivimos en él. Algunos han tratado de resolver el problema, distanciándose
del mundo, viviendo en aislamiento. Esta no es la solución que quiere Dios. Este desea que estemos «en
el mundo», pero que «no [seamos] del mundo» (Juan 17.11, 16), esto es, escoger a Dios en lugar de las
cosas del mundo. Entonces, y sólo entonces, podremos ser «la sal de la tierra» y «la luz del mundo»
(Mateo 5.13, 14).

CONCLUSIÓN
Decisiones, decisiones, decisiones —cada uno de nosotros tiene que tomar decisiones todo el día,
todos los días. Algunas son relativamente de poca importancia, mientras que otras son de gran
importancia. Algunas se toman sin pensar, sin embargo, otras requieren todos los recursos mentales que
poseemos. De todas las decisiones que debemos tomar, ninguna es más importante que las siguientes:

 Hacer tesoros en el cielo o hacer tesoros en la tierra.

 Tener una visión de la vida que esté llena de luz o tener una visión de la vida que esté llena de
tinieblas.

 Escoger servir a Dios o escoger servir a las riquezas.

Si hemos captado el mensaje de Mateo 6.19–24, las anteriores decisiones no deben ser difíciles de
tomar. ¿Quién no rechazaría lo que no tiene valor con el fin de recibir lo inconmensurablemente valioso?
¿Quién no desea evitar la oscuridad para poder vivir en la luz? ¿Quién no elegiría postrarse ante un
amoroso Padre eterno en lugar de servir a lo decadente de este mundo moribundo?
A la luz del presente texto, las decisiones no parecen difíciles. Sin embargo, en todo el mundo, las
personas están todos los días tomando decisiones equivocadas con respecto a esta vida y a la vida futura.
¿Y usted? ¿Qué va a decidir? ¡Es hora de tomar una decisión!
EL SERMÓN DEL MONTE
Tres razones por las cuales no afanarnos
Mateo 6:25-34

Si alguna parte del Sermón del Monte fue escrito para el mundo actual, sin duda es Mateo 6.19–34.
En la lección anterior, estudiamos la primera parte del pasaje. Hemos aprendido que no debemos ser
egoístas ni acumular tesoros en la tierra, que necesitamos tener un punto de vista correcto de lo que es
verdaderamente importante. Después de estudiar los versículos 19 al 24, tal vez usted ha resuelto servir
a Dios en lugar de las cosas de este mundo. Si es así, es digno de elogio. Entienda, sin embargo, que ello
no garantiza que el materialismo ha sido desterrado de su corazón. Puede que no se haga de tesoros en la
tierra, sin embargo, ¿se afana usted por las cosas terrenales? Si es así, su mente todavía está centrada en
esta vida y no en Dios. D. Martyn Lloyd-Jones escribió lo siguiente:

Algunas personas son tentadas a ser gobernadas por las posesiones terrenales en el
sentido de que quieren acapararlas y acumularlas. Otros se afanan por ellas en el sentido
de que se preocupan por ellas […]. Sin embargo y esencialmente, de acuerdo a nuestro
Señor, son exactamente el mismo problema, el problema de cómo nos relacionamos con
las cosas de este mundo y de esta vida.

En la última parte del capítulo 6 (vs. 25–34), Jesús se refirió al problema del afán. Al estudiar el texto,
quiero extraer de él «Siete razones para no afanarnos». Analizaremos tres de ellas en esta lección y cuatro
más en la lección que sigue. Estas siete razones se superpondrán. Algunas serán en esencia una
reafirmación de la razón anterior, sin embargo, vale la pena mencionar cada una de ellas por separado.

¡EL AFÁN NO ES APROPIADO! (6.25, 31, 34)


La prohibición
La primera razón de la lista podría ser que el afán es inexcusable para un seguidor de Jesús, porque
Él nos dijo que no nos afanáramos: «Por tanto os digo: No os afanéis...» (v. 25a); «No os afanéis, pues…»
(v. 31a); «Así que, no os afanéis…» (v. 34a). No es solamente un buen consejo que podemos tomar o
dejar. No es una sugerencia, sino un mandamiento. Al final del sermón, Jesús dijo: «Pero cualquiera que
me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la
arena» (7.26). El hecho de que Jesús nos dijera que no nos afanáramos, debería ser motivo suficiente
para que cualquier persona desee ser Su discípulo. Una vez más, digo que el afán es inexcusable para el
que se comprometió seguir a Jesús.
Sin embargo, el primer motivo que deseo destacar es que el afán no es apropiado para un hijo de Dios.
El presente texto comienza así: «Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida». ¿Por qué motivo?
Por lo que Jesús acababa de decir en los versículos 19 al 24. Cuando uno ha tomado la decisión de no
hacer tesoros en la tierra ni servir a la riqueza, entonces es totalmente inapropiado afanarse por las cosas
de esta vida.

Aclaración
Tal vez, debería aclarar lo que el Señor quiso decir cuando mandó que no nos afanáramos. Algunos
insisten en que el Señor estaba enseñando que está mal que un cristiano piense del todo en el futuro.
Dicen: «Prever para el futuro revela que no estamos viviendo por fe, que no estamos dispuestos a dejar
las cosas en manos de Dios».
La prohibición de Jesús contra el afán no excluye que nos preocupemos y hagamos previsiones
responsablemente para las necesidades legítimas, propias y de los demás. La Biblia enseña que hemos
de trabajar (2 Tesalonicenses 3.10) y proveer para aquellos bajo nuestra responsabilidad (1 Timoteo 5.8).
En el Antiguo Testamento, Salomón alabó a la hormiga por prever para el futuro (Proverbios 6.6–8). En
el Nuevo Testamento, en la ilustración del constructor imprudente, Jesús señaló la insensatez de no
planificar el futuro (Lucas 14.28–30).
Si Jesús no estaba denunciando el preocuparnos y el planear con anticipación, ¿qué estaba
denunciando? Estaba «prohibiendo un temor lleno de agobio y de afán, el cual nos arrebata la alegría de
vivir». En Mateo 6.25, la versión AB consigna: «dejen de estar perpetuamente inquietos (ansiosos y
afanosos)».
La palabra griega que se traduce como «afanéis» (merimnao) proviene de una palabra (merizo) que
quiere decir «atraer en diferentes direcciones». El afán tira de la mente para acá y para allá. Jesús usó
esta palabra cuando le dijo a Su anfitriona: «Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas»
(Lucas 10.41; énfasis nuestro). Al estar preparando una comida para Jesús y los demás, la mente de Marta
evidentemente volaba en diferentes direcciones. Puedo imaginármela pensando: «Me encantaría
escuchar a Jesús, … pero alguien tiene que preparar la comida… Me pregunto qué estará diciendo Jesús
ahora... ¿Por qué María no viene y me ayuda?... ¡Oh, no, el fuego está por apagarse!». Hay una diferencia
entre el estar afanados y el preocuparnos. Si somos sinceros con nosotros mismos, sabemos que es así.
También sabemos que, como Marta, nos «[afanamos] […] con muchas cosas».
Como hijos de Dios que somos, tenemos que evitar los extremos. Por un lado, hemos de evitar la
despreocupación, por otro lado, no hay que preocuparse demasiado. Es algo extremadamente difícil de
hacer, sin embargo, nos ayudaría si comprendemos que el afán no es apropiado para alguien que dice
tener a Dios como su Padre.

¡EL AFÁN ES INCONSECUENTE! (6.25, 26, 28–30)


Muy relacionado con lo anterior está la segunda razón por la que no debemos afanarnos: porque el
afán es inconsecuente, es decir, inconsecuente con el hecho de que somos hijos de Dios. Adelantémonos
un poco en el texto de nuestro estudio. Después de que Jesús nos dijo que no nos afanáramos, precisó
varios aspectos que no debemos permitir que nos afanen. Dijo: «No os afanéis por vuestra vida, qué
habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más
que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?» (v. 25a).
En el presente pasaje, la palabra que se traduce como «vida» (psuche) se refiere a la vida corporal y
física. Esta vida es sustentada con lo que comemos y bebemos. De modo similar, el cuerpo es protegido
y conservado cálido con nuestra vestimenta. Comida, bebida y vestido: necesidades básicas en todo el
mundo. Aun donde los mismos se encuentren en abundancia, a menudo se les da una atención
desmesurada. En algunas partes del mundo, se dedican publicaciones enteras a temas de comida, bebida
y vestido.
¿Por qué no debemos afanarnos por nuestras vidas y nuestros cuerpos? Jesús respondió a esa pregunta
con otra pregunta. (Échele una ojeada al texto y verá que está lleno de preguntas. Jesús deseaba que Sus
oyentes usaran sus mentes). Jesús preguntó: «¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el
vestido?» (v. 25b). Para apreciar el argumento implícito en la pregunta, necesitamos «leer entre líneas»
un poco. ¿Quién hizo al hombre y es responsable de que usted tenga un cuerpo? Dios. ¿Quién le dio a su
cuerpo vida? Dios. El argumento implícito es el siguiente: Si Dios le proveyó un cuerpo y vida, ¿no le
suministrará también lo que se necesita para sustentarlos? (En la lógica, esto se llama un razonamiento
de lo mayor a lo menor).

¿Por qué afanarnos por el alimento?


Después de hacer la pregunta, Jesús amplió Sus reflexiones sobre el alimento y el vestido, abordando
primeramente el tema del alimento: «Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en
graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta» (v. 26a). Puesto que el Sermón del Monte fue predicado
al aire libre, puedo imaginar a Jesús señalando a las aves volando alrededor, mientras decía: «Mirad las
aves del cielo». La palabra que se traduce como «mirad» (emblepo) quiere decir «mirar con seriedad».
Jesús deseaba que Sus discípulos «miraran con seriedad» las aves y así aprender de ellas.
¿Qué debemos aprender de las aves? Jesús dijo: «… no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros;
y [nuestro] Padre celestial las alimenta» (v. 26). ¿Estaba Jesús enseñando que no debíamos sembrar, ni
cosechar, ni recoger en graneros la cosecha? ¿Pretendía que llegáramos a la conclusión de que no
necesitamos trabajar para ganarnos la vida? Rotundamente no. Las aves trabajan mucho. Las aves no se
posan en una rama, con sus picos abiertos, esperando que Dios les deje caer gusanos, insectos o semillas.
Por el contrario, hacen lo que Dios las ha diseñado a hacer. Se mantienen ocupadas buscando alimento.
Algunas especies de aves tienen que consumir el equivalente de su peso en insectos todos los días para
mantenerse con vida. ¿En qué sentido, entonces, alimenta Dios a las aves? Ha provisto en la naturaleza
lo que necesitan para vivir.
Las aves se mantienen ocupadas, sin embargo, (y he aquí lo que quería decir Jesús) no se afanan. Jesús
no estaba desalentando el trabajo; estaba denunciando el afán. Traté de imaginarme a un ave posada en
un poste de la cerca afanándose: «¡Ay!, me pregunto dónde conseguiré mi siguiente comida… Si no
encuentro suficiente comida, voy a empezar a mudar mis plumas, y luego me congelaré este invierno;
eso si no me muero de hambre antes… Aunque encuentre algo de comer, puede que no sea lo que me
guste y me dé entonces un dolor de estómago… ¡Tal vez me muera de un dolor de estómago antes de
morirme de hambre!... ¡Ay, pobre de mí!». Rápido dejé de tratar de imaginármelo. Es imposible imaginar
a un ave pensando así. Sin embargo, no es difícil imaginar a personas con pensamientos como estos,
¿verdad? Burton Coffman señaló que «de todas las criaturas de Dios, desde los insectos hasta los grandes
animales del bosque, el hombre es el único constantemente afanado por su supervivencia en el planeta».
Las aves son importantes para Dios. En otra parte, Jesús dijo que ninguna de ellas cae al suelo sin
conocimiento de Dios (vea Mateo 10.29). Entendiendo lo anterior, considere la conclusión de Jesús:
«¿No valéis vosotros mucho más que ellas?» (6.26b). El argumento de Jesús va ahora desde lo menor a
lo mayor: Si Dios cuida de lo menor (las aves), ¿no cuidará también de lo mayor (usted)? Tal vez, haya
oído hablar de este pequeño poema:

Dijo el petirrojo al gorrión:


«Realmente me gustaría saber
Por qué estos ansiosos seres humanos
corren para acá y para allá todos afanados».

Dijo el gorrión al petirrojo:


«Amigo, creo que tiene que ser que
No tienen un Padre celestial,
Como el que cuida de ti y de mí».

La teología del poema no es cien por ciento exacta. El presente texto no dice «su [de las aves] Padre
celestial», sino, «vuestro Padre celestial». Las aves son criaturas de Dios, mientras que usted es hijo de
Dios. Sin embargo, el mensaje del poema es válido. Si Dios cuida de Su creación física, ¡qué insensato
es que Sus hijos «corran para acá y para allá todos afanados»!

¿Por qué afanarnos por el vestido?


En los versículos 28 y 29, Jesús volvió al tema del vestido. Hizo una pregunta seguida de una
observación: «Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no
trabajan ni hilan» (v. 28). Una vez más, no es difícil imaginarnos a Jesús señalando con Su mano las
tierras alrededor del monte, áreas resplandecientes con flores silvestres. La palabra que se traduce como
«considerad» (katamanthano) quiere decir «observar con precisión, considerar bien».
Cuando oigo la palabra «lirios», pienso en el lirio que se cultiva de flores grandes, blancas y en forma
de trompeta. Sin embargo, Jesús no estaba hablando de lirios de invernadero, sino de «los lirios del
campo». En el versículo 30, a estas flores se les asocia con «la hierba del campo». Jesús probablemente
tenía en mente flores silvestres comunes. Si estaba hablando de un tipo específico de flor, no podemos
estar seguros de cuál era. Algunos han sugerido la anémona púrpura que les recordaría a Sus oyentes de
la túnica real de Salomón. El tipo exacto de flor no es importante. Probablemente usted ha visto campos
cubiertos de flores silvestres.
Jesús dijo que observáramos detenidamente tales flores y aprendiéramos de ellas: «Considerad los
lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan». Una vez más, enfatizamos que Jesús no tenía la
intención de desalentar el trabajo. Los lirios del campo hacen lo que Dios las capacitó a hacer. Extraen
los nutrientes y la humedad del suelo y los distribuyen a las hojas y flores. No se sientan en la ladera,
preguntándose afanados si los nutrientes y la humedad serán suficientes, o si podrían ser arrancados y
usados para encender el fuego.
«… pero os digo», continuó Jesús diciendo, «que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como
uno de ellos» (v. 29). Para un judío, ninguna gloria terrenal era mayor que la gloria de Salomón. No
obstante, Jesús dijo que «ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como una de [las flores del
campo]». Al leer la declaración, vienen a la mente muchas escenas de flores silvestres, entre ellas el
«altramuz», junto a las carreteras de Texas y los campos llenos de «pinceles indios» en Oklahoma. Si
usted se ha fijado en un paisaje cubierto con hermosas flores silvestres, entenderá lo que Jesús estaba
hablando.
Jesús estaba listo para dejar claro Su planteamiento: «Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana
se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros…?» (v. 30a). «Los campos
alrededor de Jerusalén hacía tiempo que habían sido despojados de su madera», razón por la cual las
personas tenían que utilizar pasto seco y otros arbustos como combustible.
Cuando era niño, no entendía por qué echaban combustible «en el horno». Al crecer, estuve en varias
casas con estufas que utilizaban madera para encenderlas, sin embargo, nunca vi a nadie echar
combustible en el horno. Cuando hube crecido, visité un poblado nativo cerca de Tahlequah, Oklahoma,
un poblado reconstruido que representa la forma como una vez vivieron los indios Cherokee, en la parte
oriental de los Estados Unidos. Nos mostraron unos grandes hornos de arcilla al aire libre. Nos explicaron
que el material combustible era arrojado en el horno y luego era encendido. Después de que el material
había ardido, las cenizas eran rastrilladas rápidamente y el alimento a cocinar era colocado en el horno.
La comida se cocía con el calor del suelo y de las paredes del horno. Desde entonces, aprendí que en
Palestina eran comunes los hornos similares a estos.
Una vez más, el argumento de Jesús iba de lo menor a lo mayor: Si Dios viste la hierba del campo que
se echa en el horno [lo menor], ¿no hará mucho más por usted [lo mayor]? El Señor estaba resaltando la
verdad en cuanto a que el afán es incompatible con ser hijo de Dios.

¡EL AFÁN ES INEFICAZ! (6.27)


Es improductivo
Regresemos ahora al versículo 27 para ver la tercera razón por la que no debemos afanarnos: porque
el afán es ineficaz. El versículo 27 es otra pregunta hecha por Jesús: «¿Y quién de vosotros podrá, por
mucho que se afane, añadir a su estatura un codo?». La NASB consigna «¿Y quién de vosotros podrá,
por mucho que se afane, añadir a su vida una hora?». La Reina Valera es una traducción más o menos
literal del texto griego, sin embargo, las palabras del versículo pueden ser usadas en un sentido figurado.
Por lo tanto, una autoridad en la materia sugiere que el versículo 27 «tiene que referirse a la duración de
la vida […] y no al tamaño corporal». En cuanto a lo que Jesús deseaba dar a entender, no hay mucha
diferencia si pensamos en la estatura del cuerpo o en la duración de la vida. De cualquier modo, el afán
no nos ayudará. No nos hará más altos ni nos hará vivir más tiempo.
Algunos podrían alegar, diciendo: «Pero si alguien se preocupa por su salud, comenzará a ingerir
alimentos sanos y a ejercitarse y a descansar lo recomendado. Todas estas medidas nos ayudarán sin duda
a vivir más tiempo». Un estilo de vida más saludable podría prolongar la vida, sin embargo, (considere
esto, ahora) el afán no hará que una persona viva más tiempo. El afán es ineficaz.
Es contraproducente
Permítame llevar lo anterior un paso más allá. El afán no es solamente improductivo, también es
contraproducente. No solamente es ineficaz, también es perjudicial. El Dr. Charles Mayo, famoso por
Mayo Clinic, dijo: «El afán afecta la circulación de la sangre, el corazón, las glándulas, el sistema
nervioso y afecta profundamente la salud. Jamás he sabido de un hombre que haya muerto por exceso de
trabajo, sin embargo, sí de muchos que han muerto por la incertidumbre». A un anciano le preguntaron
cuál era su secreto para una larga vida. Dijo: «Cuando trabajo, trabajo fuerte. Cuando me siento, me
siento con calma. Cuando me afano, me voy a dormir». Puede que irse a dormir le ayude a vivir más
tiempo, pero definitivamente no el afanarse.

CONCLUSIÓN
Terminaremos nuestro estudio de Mateo 6.25–34 en la siguiente lección. Tengo algunas dudas sobre
terminar la lección sobre el afán en este momento. Algunos de nosotros (me incluyo yo) podríamos
considerarnos como acusados por el texto y sentirnos mal por afanarnos demasiado. En nuestra siguiente
lección, tendremos más que decir acerca de cómo podemos conquistar el afán. Por el momento,
permítame decir que la manera de vencer el afán no es diciéndose: «¡No te afanes! ¡No te afanes!». Hace
años, cuando el libro de Dale Carnegie sobre el afán figuró en la lista de los libros más vendidos, la
siguiente porción de estrofa fue ampliamente circulada:

Me uní al nuevo Club de los «no te afanes»;


Y ahora contengo la respiración,
Me atemoriza tanto el miedo a afanarme,
Que muero de tanto afán.

Como veremos en la siguiente lección, podemos derrotar el afán aumentando nuestra fe. En Mateo
6.25–34, Jesús no estaba proponiendo un programa enfocado en la autoayuda, diciendo: «Tan solo piense
positivamente y jamás tendrá que afanarse de nuevo». Más bien, estaba proponiendo un programa
enfocado en la «ayuda de Dios». Deseaba que aprendiéramos a confiar en Dios para nuestra ayuda y
nuestra esperanza. Si usted no puede decir con certeza que Dios es su Padre celestial que le ama y le
fortalece, lo animo a venir a Él hoy mismo (vea Mateo 11.28–30; Hebreos 10.19, 20; 11.6; Marcos 16.16).
EL SERMÓN DEL MONTE
Cuatro razones más por las cuales no afanarnos
Mateo 6:30-34

El afán es una aflicción universal. Si les pidiera a nuestros lectores que levanten la mano si alguna vez
se afanan, por todo el mundo veríamos levantarse las manos. Harold Hazelip dio la siguiente ilustración:

… una joven encantadora llamada Gertrude […] era ciega de nacimiento […]. Cuando
una operación le permitió ver, dos cosas inmediatamente la dejaron impresionada: la
naturaleza era más hermosa y colorida de lo que había imaginado y los rostros de las
personas más tristes de lo que había esperado.

Todos hemos sido culpables de afanarnos, sin embargo, ¿qué podemos hacer al respecto? En la
introducción de la lección anterior, sugerí que Mateo 6.25–34 da por lo menos siete razones por las cuales
no debemos afanarnos. Hemos visto tres de ellas. No debemos afanarnos porque…

El afán no es apropiado para los seguidores de Cristo.

El afán es inconsecuente con ser hijos de Dios.

El afán es ineficaz. No solamente es incapaz de hacer bien, puede incluso ser


perjudicial para nuestra salud: física, mental y espiritualmente.

Iniciemos el presente estudio donde lo dejamos la última vez, haciendo notar cuatro razones más por
las cuales no debemos afanarnos.

¡EL AFÁN ES INSULTANTE! (6.31, 32)


¿No hay un Padre celestial?
La lección anterior nos llevó a través de la primera parte del versículo 30. Por el momento, dejaremos
el final de ese versículo y pasaremos a los siguientes versículos, mientras hacemos la observación en
cuanto a que el afán es insultante, es decir, insulta a Dios. El afán supone que no tenemos un Padre
celestial. En los versículos 31 y 32, Jesús dijo:

No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?


Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis
necesidad de todas estas cosas.

Cuando lee «gentiles», trate de pensar como si usted fuera un judío que estuvo presente cuando Jesús
predicó el sermón. El término «gentiles», más que una distinción racial, constituía una distinción
religiosa. La mayoría de los gentiles no creían en el Dios verdadero. Estos no-judíos, al no tener
conocimiento de un amoroso Padre celestial, ni ninguna relación con Él, invertían su tiempo y energía
buscando qué comer, qué beber y qué vestir. Se afanaban e inquietaban y perdían el sueño por tales
asuntos; llegaban hasta el agotamiento en su búsqueda de las cosas terrenales.

¡Un Padre amoroso en el cielo!


Jesús dijo que ni usted ni yo deberíamos ser así. Después de todo, dijo: «vuestro Padre celestial sabe
que tenéis necesidad de todas estas cosas» (compare con vs. 7, 8). En el pasado, algunos edificios de
iglesias tenían un gran ojo pintado en una pared para representar el ojo de Dios que todo lo ve (vea Job
34.21). He oído a hombres adultos decir cómo ese gigante ojo pintado los asustaba cuando eran niños.
Sin embargo, para el que ama al Señor y se está esforzando por hacer Su voluntad, el concepto de Dios
como el que todo lo ve y todo lo sabe, no es algo aterrador, sino reconfortante. Tenemos un Padre
amoroso que ve por nuestras necesidades y que saciará esas necesidades. Pedro escribió: «Humillaos,
pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo; echando toda vuestra
ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros» (1 Pedro 5.6, 7; énfasis nuestro).

¡EL AFÁN NO ES APROPIADO! (6.33)


El mandamiento
Otra razón por la que no debemos afanarnos es por el hecho de que el afán es incorrecto. Indica que
tenemos un énfasis equivocado en nuestras vidas. Jesús había dicho lo que no debemos hacer. No
debemos buscar desesperadamente el alimento ni el vestido. En el versículo 33, procedió a decirnos lo
que debemos buscar: «Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia».
Las palabras «reino» y «justicia» han sido usadas varias veces en el sermón anteriormente. En cuanto
al término «reino», es probable que los oyentes judíos de Jesús hayan pensado en el reino mesiánico
prometido en el Antiguo Testamento, el reino anhelado por ellos durante siglos, el reino que dijo Jesús
finalmente «se ha acercado» (4.17). Este reino fue establecido en el primer Pentecostés después de la
muerte, sepultura y resurrección de Cristo. A partir de ese momento, generalmente se le designó con el
término «iglesia». Por muchos años, los predicadores han usado Mateo 6.33 correctamente para animar
a los cristianos a poner de primero la iglesia del Señor en su manera de pensar y hacer planes.
No olvide, sin embargo, el significado básico de la palabra «reino»: el gobierno de Dios en los
corazones de los hombres. En el texto que nos ocupa, se le vincula con la palabra «justicia». En el Sermón
del Monte, la «justicia» se refiere a vivir correctamente, es decir, vivir como Dios desea que vivamos. Si
unimos los dos términos, tenemos un doble énfasis en cuanto a permitir que Dios haga Su voluntad en
los corazones y vidas de los hombres. Podemos expresar el mensaje del versículo 6.33 de la siguiente
manera: «Todo lo que se refiere al Señor merece el primer lugar en nuestros pensamientos y afectos».
Cuando prediqué para la iglesia de Cristo de West Side en Muskogee, Oklahoma, Floyd Schubert era
uno de los ancianos de la congregación. El hermano Schubert tenía un negocio de suministros escolares
muy exitoso, sin embargo, no dejó que ocupara el primer lugar en su mente. Tenía una inscripción en su
escritorio que decía «Dios está de primero; los lápices, de segundo».
No hemos de buscar «prendas de vestir ni alimentos», sino de Dios y de lo que es bueno. En el texto
griego, el mandamiento a «buscar» (zeteo) está en el tiempo presente, lo cual indica una acción continua.
Nuestra incesante búsqueda tiene que ser del reino de Dios y Su justicia.

La promesa
Si ponemos a Dios y las cosas de Dios de primero en nuestras vidas, tendremos una maravillosa
promesa. Jesús dijo que «todas estas cosas os serán añadidas» (v. 33b). En este contexto, «todas estas
cosas» se refieren al alimento, al agua y al vestido —las necesidades de la vida. Recuerde que nuestro
«Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas» (v. 32). Como Dios omnisciente que es,
conoce todas las cosas, incluyendo nuestras necesidades. Como nuestro Padre amoroso que es, se
compadece de nosotros. Como Padre que cuida de nosotros, provee nuestras necesidades. Pablo les dijo
a los cristianos de Filipos: «Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria
en Cristo Jesús» (Filipenses 4.19). Al igual que David en el pasado, podemos decir: «Jehová es mi pastor;
nada me faltará» (Salmos 23.1).

¡EL AFÁN NO ES PRÁCTICO! (6.34)


No se afane por el mañana
El versículo 33 parece ser una nota positiva con la cual finalizar el tema del afán, sin embargo, Jesús
tenía algo más que decir sobre el tema: «Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de
mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal» (v. 34). Jesús había dado razones de sobra por las
que no debemos afanarnos, sin embargo, conocía a las personas. Sabía que alguien diría: «Muy bien, no
me afanaré por hoy, pero, ¿y mañana? ¿Quién sabe qué cosas terribles pasarán mañana?». A. T.
Robertson dijo que mañana constituye «el último recurso del alma ansiosa cuando todos los demás
temores han sido superados».
Mientras estuve trabajando con la congregación de West Side en Muskogee, Oklahoma, Joe Malone
predicó una serie de mensajes acerca del evangelio. El hermano Malone, que había sido un dibujante
profesional antes de su conversión, ilustró cada sermón con dibujos en tiza mientras hablaba. Durante un
servicio entre semana, anunció que iba a predicar esa mañana sobre «Crucificado entre dos ladrones».
Mientras hablaba acerca de Jesús siendo crucificado entre dos ladrones, esbozó una escena en la que se
representaban las tres cruces del Calvario. Luego dijo: «Así como Cristo fue crucificado entre dos
ladrones, también nosotros lo estamos». A la cruz de un lado la designó con la palabra «Ayer» y a la del
otro lado con la palabra «Mañana». «Para muchos», dijo, «Ayer y Mañana son ladrones del tiempo, del
pensamiento y de fuerza».
Mucho por lo que nos afanamos se centra en actos insensatos que cometimos en el pasado, o en
problemas graves que anticipamos en el futuro. Pablo proveyó un ejemplo positivo con respecto al
afanarnos por el pasado, diciendo: «… olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo
que está delante» (Filipenses 3.13, 14). En Mateo 6.34, Jesús desalentó el afanarse por el futuro.
Una vez más, permítame subrayar que las palabras de Jesús no se oponen a que hagamos planes para
el futuro, a saber: asuntos como el prever para la vejez o ver cómo será atendida su familia si le sucediera
algo a usted. Sin embargo, cuando haya hecho todo lo posible para prepararse para el futuro, aprenda a
dejarlo en manos de Dios y no se afane por ello.
Hace años, oí una historia que no he olvidado. Un anciano se encontró con un joven que parecía muy
preocupado. «¿Qué sucede?», el hombre mayor le preguntó, y el más joven le contó su problema. El
anciano le preguntó: «¿Has hecho lo que puedes con respecto al asunto?». «Sí», dijo el más joven, y
mencionó todo lo que había hecho. «¿Estás seguro que has hecho todo lo posible?», Preguntó el de más
edad. «Sí», dijo el más joven, «estoy seguro». «Entonces», dijo el anciano, «no puedes hacer nada más.
Ahora tienes que dejar el asunto en manos de Dios». A veces, cuando veo que me estoy afanando por
esta situación o la otra, me detengo y pregunto: «¿He hecho todo lo posible para remediar el problema?».
Hago una lista de verificación en mi mente. Después de que me convenzo de que he hecho todo lo que
puedo, me digo: «Ahora tengo que dejarlo en manos de Dios».
La sexta razón por la que no debemos afanarnos es que el afán no es práctico. No es práctico porque
lo que nos afana podría no sucedernos. Como alguien que siempre se ha afanado, puedo dar fe de que así
es. Los judíos tenían un dicho: «No se afane por los males del mañana, porque no sabe lo que hoy traerá.
Tal vez mañana no esté vivo, y se habrá afanado por un mundo que no va a ser suyo». Si incluso lo que
teme se hace realidad, afanarse no le ayudará a resolver el problema. Ian Maclaren escribió que la
ansiedad «no vacía el mañana de la tristeza, sin embargo, vacía el hoy de su fuerza. No le ayuda a escapar
del mal —le incapacita para hacerle frente cuando llega».

Ocúpese de hoy
Si no hemos de afanarnos por el mañana, ¿qué debemos hacer? Hemos de ocuparnos de hoy con la
ayuda de Dios. Escuche una vez más las palabras de Jesús: «Así que, no os afanéis por el día de mañana,
porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal». Doyle Masters predicó un
sermón sobre el texto que nos ocupa, titulado «Un día a la vez». Su sermón consistía de tres puntos:

1. Hoy es todo lo que tienes.

2. Hoy es todo lo que necesitas.

3. Hoy es todo lo que puedes manejar.


En Mateo 6.34, Jesús estaba en efecto diciendo: «Ocúpese de los retos de hoy y así estará listo para
ocuparse de los retos del mañana, no importa lo que sean. Viva un día a la vez». En su libro How to Stop
Worrying and Start Living (Como suprimir la preocupación y disfrutar la vida), Dale Carnegie describió
submarinos con compartimentos herméticos. Un compartimiento puede llenarse con agua sin hundir toda
la nave. Luego, hizo esta aplicación: Tenemos que vivir en «compartimentos herméticos de un día».
Vivir la vida un día a la vez es un buen consejo, independientemente de cuál sea la situación. Un
principio básico de los Alcohólicos Anónimos es tomar la vida un día a la vez. A los alcohólicos en
recuperación se les dice: «No piensen: “tengo que mantenerme sobrio el resto de mi vida, los próximos
veinte, treinta o más años”». Más bien, se les anima a pensar: «Tengo que permanecer sobrio hoy, durante
veinticuatro horas». Había un paciente con cáncer que sabía que tenía una enfermedad terminal, sin
embargo, a los visitantes preocupados por él les decía: «tengo un día para vivir —al igual que ustedes».
Abraham Lincoln dijo: «Lo mejor del futuro es que llega un día a la vez».
El afán es poco práctico. No nos prepara para el futuro ni nos ayuda a afrontar los retos de hoy. Con
la ayuda del Señor, hemos de vivir un día a la vez. El autor de Hebreos dijo: «Jesucristo es el mismo
ayer, y hoy, y por los siglos» (Hebreos 13.8). Jesús nos ayudó ayer, nos está ayudando hoy, y podemos
estar seguros de que nos ayudará mañana. ¿Por qué, entonces, hemos de afanarnos?

¡EL AFÁN ES INFIDELIDAD! (6.30)


Anteriormente, nos saltamos el final del versículo 30, el cual es el centro del análisis de Jesús en
cuanto al afán. Quiero usarlo para terminar el presente estudio. La séptima razón por la que no debemos
afanarnos es que el afán es infidelidad. Howard Fowler escribió que «el afán es una expresión práctica
de la infidelidad» porque indica que el que se afana no confía en Dios. Robert H. Mounce dijo: «El afán
constituye un ateísmo práctico y una afrenta a Dios». El afán es una «infidelidad práctica» y un «ateísmo
práctico» porque, cuando nos afanamos, estamos viviendo como si Dios no existiera.

Una carencia de fe
¿Cómo llamó Jesús a los que se afanan por la comida, el vestido y todas las cosas ordinarias que
ocupan nuestras vidas? «Hombres de poca fe» (v. 30b). Estas palabras constituyen el reproche más
común y mordaz dado por Jesús a Sus discípulos (Mateo 14.31; vea 8.26; 16.8; 17.20). En ocasiones
posteriores, algunos discípulos fueron reprendidos por su falta de confianza en el poder de Jesús. En este
contexto, a los que se afanan se les reprendió por la falta de confianza en el cuidado y provisión de Dios.
Jesús no dijo que Sus oyentes no tuvieran fe, sino que tenían poca fe. Los que se afanan tienen poca
fe en Dios, quien ha dicho: «No te desampararé, ni te dejaré» (Hebreos 13.5b). Tienen poca fe en Jesús
que prometió diciendo: «… yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mateo 28.20b).
Tienen poca fe en el Espíritu Santo, que «nos ayuda en nuestra debilidad» (Romanos 8.26). Tienen poca
fe en las «preciosas y grandísimas promesas» (2 Pedro 1.4) de la Palabra de Dios, promesas como las
siguientes:

… pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las
águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán (Isaías 40.31).

Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi
yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis
descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga (Mateo 11.28–
30).

Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no
tendrá sed jamás (Juan 6.35; compare con Juan 4.14).
Una de las grandes promesas de Dios se encuentra en el texto que nos ocupa:

Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas [las
necesidades de la vida] os serán añadidas (v. 33).

Podemos llamarle al afán «preocupación que se siente muy profundamente». Podemos adornarlo y
hacerlo lo más atractivo posible. Sin embargo, el afán sigue siendo afán, y nos afanamos porque nos falta
fe. La fe y el afán no pueden existir en el mismo corazón. George Müller dijo: «El inicio de la ansiedad
es el fin de la fe. El comienzo de la verdadera fe constituye el fin de la ansiedad».

Cómo cultivar la fe
Podemos aumentar nuestra fe de dos maneras básicas. En primer lugar, tenemos que saturar nuestra
mente y corazón con la Palabra de Dios. En Romanos 10.17, Pablo dijo: «Así que la fe es por el oír, y
el oír, por la palabra de Dios». En segundo lugar, tenemos que abrir nuestros ojos y corazón al cuidado
providencial de Dios en el mundo. «Mirad las aves del cielo», dijo Jesús. «Considerad los lirios del
campo, cómo crecen» (Mateo 6.26, 28). Mire cómo cuida Dios de toda la tierra (Mateo 5.45). Ahora,
mire cómo Dios ha cuidado de usted (vea Romanos 8.28).
Alguien ha señalado que es triste cuando las personas tienen suficiente fe para convertirse en
cristianos, sin embargo, no la suficiente como para dejar de afanarse. ¡Que Dios nos ayude a todos!

CONCLUSIÓN
¿Por qué no debemos afanarnos? En esta lección y la anterior, extrajimos del presente texto las
siguientes razones. No debemos afanarnos porque el afán es…

inapropiado e inexcusable,
inconsecuente,
ineficaz y perjudicial,
insultante,
inadecuado,
no práctico,
infidelidad.

Una vez más, la obra maestra homilética de Jesús ha expuesto mis debilidades. Siempre me he afanado
por todo. Me gusta planear mi día, mi semana, mi año, mi vida. No hay nada de malo en ello; sin embargo,
después de haber planeado todo, comienzo a afanarme por todo, diciendo: «¿Sucederá esto o lo otro?
¿Qué pasa si las cosas no salen como lo planeé?». Me cuesta dejar las cosas en manos de Dios. Al igual
que el desconsolado padre de hace mucho tiempo, clamo diciendo: «Creo; ayuda mi incredulidad»
(Marcos 9.24). Ore por mí y yo oraré por usted.
EL SERMÓN DEL MONTE
“No juzguéis”
Mateo 7:1,2

En el estudio del Sermón del Monte, hemos llegado a Mateo 7. Este capítulo hace referencia a varios
temas. Por tal razón, algunos piensan que el capítulo es una colección de enseñanzas separadas. Sin
embargo, si lo examinamos más de cerca, veremos que la mayoría de los segmentos están en consonancia
con dos temas principales. El primero de ellos es cómo relacionarnos con los demás mientras estamos en
el mundo y el segundo es la importancia de obedecer al Señor.
Un desafío que todos enfrentamos en la vida cristiana es el relacionarnos con otras personas. Ya hemos
tenido varias advertencias en el Sermón del Monte respecto a este tema: Ser misericordiosos con los
demás (5.7), ser un pacificador (5.9), ser una buena influencia (5.13–16) y reconciliarnos con un hermano
en lugar de guardar rencor contra él (5.21–24). Cristo incluso enseñó cómo relacionarnos con aquellos
que tratan de hacernos daño (es decir, nuestros enemigos) (5.38–48). Ahora, en 7.1–12, tenemos toda
una sección dedicada a tan importante tema.
Se pueden extraer seis principios de estos versículos —seis elementos esenciales para llevarnos bien
con los demás. Nos limitaremos a cubrir el primero de ellos en solamente dos versículos en esta lección.
En vista de que los dos primeros versículos son acerca del juzgar, a esta presentación le estoy llamando
«No juzguéis». Haremos un estudio de los otros cinco puntos en una lección titulada «Cómo llevarnos
bien con los demás», el cual aparecerá en la siguiente edición.

LO QUE JESÚS MANDÓ (7.1a)


Si lo que deseamos es llevarnos bien con los demás, Jesús dijo que primero tenemos que dejar de tener
un espíritu de juicio. El pasaje comienza diciendo: «No juzguéis, para que no seáis juzgados». En el texto
original, la forma usada indica que Sus oyentes necesitaban dejar de tener un espíritu de juicio. La
traducción de Williams consigna «dejen de criticar a los demás».

Llenar una necesidad universal


La anterior parece ser una manera negativa de comenzar el pasaje sobre las relaciones, pasaje que
culmina con la muy positiva Regla de Oro. Puede que Jesús haya comenzado de esta manera por varias
razones. Puede que haya comenzado con una amonestación sobre el juzgar porque Sus oyentes
necesitaban la amonestación. Necesitamos que se nos amoneste de la misma manera hoy en día. Es
probable que no transcurra un período de veinticuatro horas sin que alguno de nosotros quebrante el
mandamiento de Jesús en Mateo 7.1. Nada destruye una relación interpersonal más rápidamente que el
no obedecer ese mandamiento.

Contrarrestar una mala influencia


Una vez más, Jesús pudo haber comenzado con el tema sobre el juzgar porque no había dejado de
pensar en los escribas y fariseos. Según Lucas, estos ya estaban siguiendo a Jesús a todo lugar que iba,
tratando de encontrar algún error por el cual acusarle (vea Lucas 6.1–7). Según Juan, Sus enemigos
(incluidos los fariseos) ya estaban haciendo planes para matarle (Juan 5.18).
Los escribas y los fariseos eran culpables de hacer el tipo de juicio que Jesús estaba denunciando.
Censuraban a grandes segmentos de la sociedad: a los recaudadores de impuestos (Lucas 18.9–14), a los
samaritanos y a los gentiles. Además, se consideraban superiores a todos los demás. Despreciaban a otros
y tenían poca compasión por ellos. Si deseamos llevarnos bien con los demás, nuestra justicia tiene que
ser «mayor que la de los escribas y fariseos» (Mateo 5.20).
Eliminar un aspecto negativo
Puede que Jesús haya comenzado de esta forma porque deseaba eliminar el aspecto negativo de las
relaciones, antes de entrar en lo positivo. Antes de plantar flores, a veces tenemos que arrancar malezas.
Por la razón que fuera, la siguiente es la forma como Cristo comenzó el tema sobre el llevarnos bien con
los demás: «No juzguéis, para que no seáis juzgados».

LO QUE NO QUISO DECIR JESÚS (7.1a)


La persona de pensamientos mundanos y que es analfabeto bíblico, conoce un puñado de pasajes de
Escritura, y este es uno de ellos. Las personas no religiosas conocen de manera particular: «No juzguéis,
para que no seáis juzgados».
Las palabras anteriores las he escuchado más a menudo de labios de los culpables, o de los que se
compadecen de ellos. Estas personas interpretan las palabras «No juzguéis» en el sentido de que nunca
debemos decirle a nadie que está mal. No creen que los cristianos deban advertirle a una persona de las
nefastas consecuencias que aguardan a los pecadores que no se arrepienten ni cambian su conducta. ¿Es
lo que Jesús pretendía enseñar? Antes de señalar lo que en efecto quiere decir la palabra «juzguéis» en
Mateo 7.1, permítame primeramente subrayar lo que no quiere decir.

No está hablando en contra de los juicios civiles


En vista de que la Biblia no se contradice, las palabras de Jesús no quieren decir que deberíamos
desechar los juicios civiles (es decir, juicios hechos por tribunales de la tierra). Dios les dio a los
gobiernos civiles el derecho de juzgar (vea 1 Pedro 2.13, 14; Tito 3.1; Romanos 13.1).

No está hablando contra la disciplina de la iglesia


Preveo a alguien responder: «Por supuesto, el pasaje no se ocupa de juicios civiles. A quienes censura
es a las congregaciones o los ancianos de estas, por juzgar a alguno de sus miembros, por decir que están
mal y deben ser disciplinados». No solamente los inconversos opinan de esta forma, sino que también
hay miembros de la iglesia que piensan igual. Un anciano de cierta congregación me dijo: «Donde sirvo
como anciano, jamás excomulgamos a nadie. Después de todo, Jesús dijo: “No juzguéis, para que no
seáis juzgados”».
Repito, la Biblia no se contradice a sí misma. Por lo tanto, Mateo 7.1 no enseña que no debamos
ejercer disciplina en la iglesia. Jesús, que dijo «No juzguéis», también nos enseñó a ejercer disciplina en
la iglesia (Mateo 18.15–17). Cuando envió al Espíritu Santo para guiar a los apóstoles a toda la verdad
(Juan 16.13), Él inspiró a Pablo y a otros a escribir pasajes poderosos sobre la necesidad de que exista
disciplina en la iglesia (1 Corintios 5.5, 9; 2 Tesalonicenses 3.6, 14, 15; Tito 3.9–11).

No está censurando los juicios personales


Preveo a alguien más respondiendo: «Puede que el pasaje no esté hablando de la disciplina en la
iglesia, pero por lo menos enseña que, como cristianos en particular, no tenemos derecho de decirle a
nadie que tiene problemas morales o doctrinales». Una vez más, debo recalcar que la Biblia no se
contradice a sí misma. Siendo esto así, Mateo 7.1 no enseña que jamás debamos hacer juicios acerca de
otras personas. En la lección que sigue, estudiaremos el versículo 6, que dice: «No deis lo santo a los
perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos…». No podemos obedecer este mandamiento sin
hacer juicios acerca de quiénes son los «perros» y quiénes son los «cerdos». En una lección posterior,
estudiaremos Mateo 7.15–20, que advierte contra los falsos profetas y dice que podemos conocer los
falsos profetas por el «fruto» de sus obras: «Por sus frutos los conoceréis» (v. 16a). (En el pasado, los
predicadores solían decir: «No somos jueces, somos inspectores de frutos»). Muchos otros pasajes
indican que a menudo se nos requiere que hagamos juicios acerca de otros (Romanos 16.17; Gálatas 1.8,
9; Filipenses 3.2; 1 Juan 4.1).
LO QUE QUISO DECIR JESÚS (7.1a)
Todavía es necesario que respondamos a la pregunta: «¿Qué quiere decir la palabra “juzguéis” en el
texto que nos ocupa?». La palabra griega que se traduce como «juzguéis» es (krino), de la cual obtenemos
la palabra «criticar». Por lo general, consideramos que la palabra «criticar» es negativa, que señala los
defectos de otro, sin embargo, la palabra «criticar» originalmente quería decir «evaluar». Esta evaluación
puede ser negativa o positiva; puede ser mala o buena; puede ser destructiva o constructiva. A un grupo
de oyentes, Jesús mismo les dijo: «juzgad con justo juicio» (Juan 7.24b).
Mateo 7.1 no es un mandamiento general en contra de hacer juicios acerca de los demás. Dios nos dio
la capacidad de sopesar las pruebas, de evaluar y hacer juicios. Aún así, las palabras de Jesús enseñan
que hay cierta clase de juicio que tenemos que evitar. Permítame sugerir algunos aspectos de la clase de
juicio que Jesús condena.

Un juicio parcializado
Un defecto común es permitir que nuestros antecedentes, prejuicios y preferencias influyan en nuestro
juicio. Es difícil evitarlo. He leído que los antiguos griegos a veces llevaban a cabo los juicios importantes
en la oscuridad, con el fin de dejarse llevar únicamente por los hechos. Los sociólogos dicen que una de
las razones por la que muchos tienen un espíritu de crítica, se debe a que sufren de baja autoestima.
Cuando alguien tiene una opinión pobre de sí mismo, tiene dos opciones: o hace el esfuerzo por
levantarse, o derriba a los demás. A muchos les resulta más fácil derribar a los demás.

Un juicio infundado
A menudo juzgamos a la ligera, sin conocer toda la verdad ni la totalidad de la situación. Algunos
podemos tomar media docena de ladrillos de situación y construir un muro alto de acusación. A menudo,
no sabemos lo que realmente sucedió. No conocemos los antecedentes ni los motivos del acusado. No
conocemos todos los hechos para saber si era la costumbre o una excepción en la vida del acusado. Jesús
le dijo a la multitud: «juzgad con justo juicio», sin embargo, primero dijo: «No juzguéis según las
apariencias» (Juan 7.24).

Un juicio imposible
A menudo, cuando juzgamos a otros, lo que estamos haciendo es juzgando sus motivos. Puesto que
no somos Jesús, que «sabía lo que había en el hombre» (Juan 2.25), no hay manera de estar seguros en
cuanto a los motivos de otra persona. Podemos decir: «Hizo esto o aquello», pero no podemos decir con
certeza: «Hizo esto o aquello porque…». Pablo preguntó: «Porque, ¿qué persona percibe [sabe y
entiende] lo que pasa por los pensamientos del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él?» (1
Corintios 2.11a; AB). Sin embargo, oímos palabras como las que siguen: «¡Fulana se cree muy lista!»;
«¡Fulano realmente se cree alguien!». ¡Cuán a menudo hacemos juicios acerca de los motivos de los
demás!

Un juicio poco comprensivo


Jesús también censuró la costumbre de interpretar de la peor manera posible lo que las personas hacen.
En lugar de ello, debemos hacer un esfuerzo por interpretarlos de la mejor manera posible. La traducción
que hace James Moffatt de 1 de Corintios 13.7 consigna que el amor está «siempre deseoso por creer lo
mejor». Es cierto que podemos conocer bastante a una persona por lo que hace, sin embargo, a menudo
sus acciones están sujetas a por lo menos dos interpretaciones diferentes: una buena y otra mala. Cuando
este sea el caso, ¿qué interpretación es la que generalmente le damos a lo que ha hecho esa persona?

Un juicio severo
Como resultado de las maneras negativas de juzgar que se acaban de mencionar, a veces somos
severos, implacables y exageradamente críticos en nuestros juicios, cuando lo deberíamos hacer es
atenuar nuestros juicios con misericordia y amor. Pedro dijo: «Y ante todo, tened entre vosotros ferviente
amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados» (1 Pedro 4.8). Llevarse bien con los demás es en gran
parte un asunto de espíritu: Por un lado, hay un espíritu amoroso y comprensivo, que piensa lo mejor y
trata de alentar y ayudar. Por otro lado, hay un espíritu de crítica severo y nada comprensivo, que se
alegra cuando ve que alguien «recibe su merecido».

LO QUE JESÚS PROMETIÓ (7.1b, 2)


La necesidad de misericordia
Después de que Jesús dijo: «No juzguéis» (v. 1a), añadió: «… para que no seáis juzgados» (v. 1b).
Luego, amplió la idea en el versículo 2, diciendo: «Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados,
y con la medida con que medís, os será medido». Hasta cierto punto, el principio se cumple incluso en la
tierra. La vida es como un espejo. A menudo somos tratados como tratemos a los demás. Puede que este
sea el énfasis de esta parte del sermón, en el relato de Lucas:

No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y


seréis perdonados. Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando
darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a
medir (Lucas 6.37, 38).

En Lucas 6.37b, la paráfrasis LB consigna: «No seas severo con los demás; para que no sean severos
contigo».
En el contexto, sin embargo, Jesús se refería sobre todo al juicio de Dios. Un principio que se entreteje
en la estructura del universo es que, tarde o temprano, segamos lo que sembramos (Gálatas 6.7). Amán
fue colgado en la horca que él mismo había preparado para Mardoqueo (Ester 7.10). Eclesiastés 10.8
asevera que «El que hiciere hoyo caerá en él». Mateo 7.1, 2 se aplica especialmente al juicio eterno de
Dios (vea 7.21–27). Algún día, cada uno de nosotros compadecerá delante del Señor y «dará a Dios
cuenta de sí» (Romanos 14.12). Al final, este es el Juicio que importa.
Imagínese a usted mismo delante del gran trono blanco (Apocalipsis 20.11), siendo juzgado del mismo
modo que juzgó a los demás, siendo medido con la misma norma con la que midió a los demás. Si usted
fuera juzgado de este modo, ¿iría a la derecha o a la izquierda (Mateo 25.31–33)? Considere las
escalofriantes palabras del libro de Santiago que dicen: «Porque juicio sin misericordia se hará con aquel
que no hiciere misericordia» (Santiago 2.13a).

La necesidad de sentido común


Tal vez debería hacer una pausa para decir que, en cuanto a las amonestaciones que se encuentran en
Mateo 7.1–12, se debe usar algo de sentido común. Jesús no estaba diciendo en los versículos 1 y 2 que
el único elemento de juicio divino será si hemos tenido un espíritu de crítica o no. No estaba enseñando
que si pensamos que todo el mundo está bien, independientemente de cómo vivan, Dios también dirá que
estamos espiritualmente bien. Aun si únicamente tuviéramos el resto del Sermón del Monte,
reconoceríamos que tal interpretación de 7.1, 2 no sería verdadera. Al final del sermón, Jesús dijo que el
que oye Sus palabras y las hace es semejante al hombre prudente que edificó su casa sobre la roca (7.24,
25).

La necesidad de humildad
¿Qué estaba Jesús recalcando? Entre otros principios importantes, está este: Si bien tenemos que
tomar decisiones constantemente, no somos Dios. Pablo recalcó esta misma verdad:

¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está en pie, o cae…
(Romanos 14.4).
Yo en muy poco tengo el ser juzgado por vosotros, […] y ni aun yo me juzgo a mí
mismo. […] pero el que me juzga es el Señor. Así que, no juzguéis nada antes de tiempo,
hasta que venga el Señor, el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas, y manifestará
las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios (1
Corintios 4.3–5).

John R. W. Stott lo expresó así: «Jesús no nos pide que dejemos de ser hombres (suspendiendo nuestra
capacidad para criticar, la cual ayuda a distinguirnos de los animales), sino que renunciemos a la
ambición presuntuosa de ser Dios (erigiéndonos a nosotros mismo como jueces)». Dado a que no somos
Dios, todos nuestros juicios serán lógicamente defectuosos. En nuestras relaciones con los demás,
tenemos que recordar que en última instancia, tanto ellos como nosotros compadeceremos delante de
Dios, y es Dios quien hará el juicio final. Por lo tanto, tengamos misericordia, amabilidad y paciencia en
nuestro trato con los demás.

CONCLUSIÓN
En Mateo 7.1–12, lo primero que Jesús desea enseñarnos es que, si queremos llevarnos bien con las
personas, tenemos que dejar de tener un espíritu de juicio. En la próxima lección, extraeremos del texto
cinco sugerencias adicionales. Si deseamos llevarnos bien con los demás…

 debemos primero hacer cambios necesarios en nuestra propia vida (vs. 3–5).

 nuestros esfuerzos por ayudar a los demás tienen que caracterizarse por la humildad y la
sensibilidad (v. 5).

 tenemos que aprender que todos somos diferentes, y debemos tratar de aprender a lidiar con los
que son difíciles (v. 6).

 Tenemos que depender de Dios (vs. 7–11).

 Tenemos que vivir de conformidad con la Regla de Oro (v. 12).

Hemos hablado de nuestra relación con los demás. Permítame concluir con unas palabras sobre nuestra
relación con Dios. Jesús dijo que las personas que serán salvas son aquellas que han creído en Él y han
sido bautizadas (Marcos 16.16), que los que recibirán la corona de la vida son aquellos que sean fieles
hasta la muerte (Apocalipsis 2.10). Por medio de Su apóstol inspirado, dijo que los cristianos que pecan
tienen que arrepentirse y orar para ser perdonados (Hechos 8.22). Estos no son mis juicios, son la clara
enseñanza de la Palabra de Dios. Su aceptación, o rechazo, de estas enseñanzas determinará dónde pasará
la eternidad (Mateo 7.21–23, 24–27). Si necesita hacerse cristiano o necesita ser restaurado, por favor,
hágalo de una vez.
EL SERMÓN DEL MONTE
Cómo llevarnos bien con los demás
Mateo 7:3-12

Con la lección titulada «No juzguéis», dimos comienzo a un estudio de Mateo 7.1–12, un pasaje que
nos enseña (entre otros principios) a llevarnos bien con los demás. Prometí extraer del texto seis
sugerencias acerca de las relaciones interpersonales. La primera sugerencia fue la siguiente: Tenemos
que dejar de tener un espíritu de juicio. En relación a este principio, propuse que Jesús estaba
desalentando por lo menos cinco prácticas comunes, a saber:

 Dejar que nuestros antecedentes, prejuicios y preferencias influyan en nuestros juicios.

 Hacer juicios apresurados, sin tratar de contar con todos los hechos ni conocer todas las
circunstancias.

 Hacer juicios sobre los motivos de los demás.

 Interpretar de la peor manera posible lo que hacen las personas, en lugar de interpretarlo de la
mejor manera.

 Ser severos, implacables y extremadamente críticos en los juicios que hacemos, en lugar de
atemperarlos con misericordia y amor.

Los anteriores son defectos universales. Es probable que usted conozca a alguien que sea culpable de
todos ellos, ¿verdad que sí?
Después de haber hecho la pregunta anterior, permítame disculparme. Fue una pregunta tramposa. Si
pensó en alguien, puede que usted haya juzgado a esa persona. Probablemente, como mínimo, le hice
culpable de aplicar 7.1, 2 a alguien más y no a sí mismo. Lo hice deliberadamente para introducir el
segundo principio en cuanto a llevarnos bien con los demás.

HAGA LOS CAMBIOS NECESARIOS (7.3–5)


Si lo que deseamos es llevarnos bien con los demás, nuestro principal interés tiene que ser el hacer los
cambios necesarios en nuestras propias vidas. Cuando se trata de la necesidad de cambiar, por lo general,
preferimos poner la mirada en los demás, en lugar de ponerla en nosotros mismos. Jesús lo entendía, pues
dijo:

¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga3 que
está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he
aquí la viga en el ojo tuyo? ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces
verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano (vs. 3–5).

Este pasaje tiene un toque humorístico. Trate de imaginar a un hombre de cuyo ojo sale un enorme
tronco, mientras forcejea para posicionarse y poder ver una paja en el ojo de otro hombre. (¿Logra ver
usted el enorme tronco oscilando de un lado a otro, mientras las personas a su alrededor tienen que
agacharse para evitar ser golpeados en la cabeza?) Jesús deseaba que viéramos lo ridículo que es que
actuemos como jueces cuando nosotros podríamos estar en peores condiciones que aquellos a quienes
estamos juzgando.
Puede que Cristo haya estado pensando en la hipocresía de los escribas y los fariseos, sin embargo,
las verdades del pasaje nos condenan a todos. ¡Qué fácil es ver las faltas de los demás, mientras pasamos
por alto las nuestras! Piense en la historia del rey David en 2 Samuel. David cometió adulterio con
Betsabé y luego hizo que mataran al esposo de esta (11.1–17). Cuando Natán fue a David y le contó el
relato del hombre rico que mató la oveja del hombre pobre, David quería «ahorcar» al ofensor (12.1–6).
Sin embargo, cuando Natán dijo: «Tú eres aquel hombre» (12.7a), en lugar de un ahorcamiento, David
estaba preparado para tener un culto de oración (12.13; Salmos 51; 32). En lo que respecta a llevarse bien
con los demás, Jesús quiere que primero nos examinemos a nosotros mismos para ver qué cambios
necesitamos hacer nosotros.
Por cierto, la primera parte de Mateo 7.3 puede agregar otro punto a la lista de las prácticas
relacionadas con el espíritu de juicio que eran censuradas por Cristo. La palabra griega que se traduce
como «mirar» (blepo) tiene una «mayor vivacidad» que la palabra usual para «ver», y expresa «una
contemplación más absorta y seria». Significa escudriñar, examinar con detenimiento. Una paja no es
fácil de ver. Cuando alguien le dice: «Tengo una paja en el ojo», es probable que no pueda verla a menos
que haya suficiente luz y mire muy de cerca. Por lo tanto, podríamos añadir la siguiente característica,
demasiado frecuente, a la lista de los malos hábitos en cuanto a hacer juicios: Buscar lo peor de las
personas en lugar de lo mejor, esmerarse en examinar cada palabra y acción, en un intento por
encontrar alguna falta para criticar. Así fue como los escribas y los fariseos estaban tratando a Jesús.
Muchos comentaristas y algunos traductores creen que Cristo usó las figuras de la «paja» y la «viga»
porque estos elementos tienen la misma composición. Una es muy pequeña y la otra es muy grande, sin
embargo, ambas podrían haber estado compuestas de madera. La NIV consigna «una viruta de aserrín»
y «una tabla».
La posibilidad de que la paja y el tronco se compongan del mismo material hace pensar en algunas
ideas interesantes. Es un hecho de la naturaleza humana que a menudo somos muy susceptibles a las
faltas de los demás, que también tenemos en nuestra propia vida. Los sicólogos le llaman a esto
«proyección», a saber: proyectar en la vida de los demás lo que vemos en la nuestra. Asumimos que todo
el mundo es como nosotros, que otros piensan y sienten igual que nosotros. También es un hecho que
nuestros propios pecados, por lo general, no nos parecen tan malos como los mismos pecados en la vida
de otros. En sus muy famosas «conjugaciones emotivas», Bertrand Russell ilustró la manera como vemos
las situaciones: «Yo soy firme; tú eres obstinado; él es un tonto cabeza dura. Yo lo he reconsiderado; tú
has cambiado de opinión; él ha retirado su palabra». Si desea un ejemplo bíblico de esto, lea la historia
de Judá y su nuera Tamar (Génesis 38). Cuando a Judá se le dijo que Tamar «[había] fornicado» y que
«[estaba] encinta», él estuvo dispuesto a hacer que la mataran (v. 24); sin embargo, cuando Tamar probó
que Judá era el padre de la criatura (v. 25), no se volvió a tocar el tema de la pena capital (v. 26).
Si Cristo deliberadamente ilustró lo que deseaba transmitir con dos artículos hechos de madera,
tenemos entonces la absurda situación de un hombre con un pecado del tamaño de un tronco, actuando
como si fuera superior al hombre que tiene el mismo pecado, pero del tamaño de una paja. Pablo escribió
sobre esta clase de inconsecuencia en Romanos 2.1–3, diciendo:

Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo
que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo. Mas
sabemos que el juicio de Dios contra los que practican tales cosas es según verdad. ¿Y
piensas esto, oh hombre, tú que juzgas a los que tal hacen, y haces lo mismo, que tú
escaparás del juicio de Dios?

¿Cómo caracterizó Jesús a los que actuaban de esta manera? Jesús no se anduvo con rodeos; en la
primera parte de Mateo 7.5, dijo: «¡Hipócrita!». Ser hipercríticos nos vuelve hipócritas. Si
continuamente estamos criticando a los demás, estamos dando a entender que nuestro expediente está
limpio, que nuestra vida es recta; de otro modo, no estaríamos en condiciones de juzgar. Al mismo
tiempo, tenemos estos postes telefónicos saliendo de las cuencas de nuestros ojos.
Como ya lo dije y lo repito, cuando de juzgar se trata, tenemos que comenzar con nosotros mismos.
Jesús dijo: «saca primero la viga de tu propio ojo». Es fácil confesar los pecados de otros; es difícil
confesar nuestros propios pecados. Pablo alentó el que nos examináramos a nosotros mismos, en
diferentes contextos: «Examinaos a vosotros mismos […] probaos a vosotros mismos» (2 Corintios
13.5); «… pruébese cada uno a sí mismo»; «Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos
juzgados» (1 Corintios 11.28, 31). Es posible aplicar de manera especial Romanos 14.13. La traducción
de Phillips consigna este versículo de la siguiente manera: «Por lo tanto, dejemos de estar lanzándonos
miradas críticas unos a otros. Si hemos de ser críticos, seamos críticos de nuestra propia conducta, y
cerciorémonos de no estar haciendo nada que haga tropezar o caer al hermano» (énfasis nuestro).
Aun cuando se trata de examinarnos a nosotros mismos, no está de más usar un poco de sentido
común. No estamos hablando de una malsana obsesión con fracasos y debilidades personales, lo que
Warren W. Wiersbe ha llamado «una perpetua autopsia». Sin embargo, si deseamos llevarnos bien con
los demás, nuestro primer interés tiene que ser en hacer cambios necesarios en nuestra propia vida. Si
comenzamos con nosotros mismos, estaremos menos predispuestos a tener un espíritu de juicio. Tenemos
que esforzarnos por quitar todos los pecados tamaño viga de nuestras vidas, sin embargo, el contexto
indica que es el pecado tamaño viga por tener un espíritu de juicio el que necesita ser quitado.
Ahora podríamos dejar los versículos 3 al 5, pues ya hemos abarcado el énfasis primordial de los
mismos; sin embargo, hay una verdad al final de la sección que no quiero dejar pasar.

AYUDE A LOS DEMÁS CON HUMILDAD Y SENSIBILIDAD (7.5b)


Si verdaderamente amamos a alguien y vemos pecado en su vida, trataremos de ayudarle a eliminar
ese pecado. Esto es lo que se encuentra implícito en la última parte del versículo 5: Después de que Jesús
mandó a cada uno sacar primero la viga de su propio ojo, dijo: «entonces verás bien para sacar la paja
del ojo de tu hermano» (énfasis nuestro). Jesús dijo que nuestra más alta prioridad es ocuparnos de
nuestros propios pecados, sin embargo, no prohibió que le ayudáramos a un hermano con sus pecados,
una vez que nuestras vidas lleven un buen rumbo. Hay muchos pasajes que enseñan sobre la necesidad
de ayudar a otro a eliminar el pecado de su corazón y de su vida:

Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales,
restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú
también seas tentado. Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley
de Cristo (Gálatas 6.1, 2).

Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace


volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte
un alma, y cubrirá multitud de pecados (Santiago 5.19, 20).

La ilustración de Jesús de la paja en el ojo, que se recoge en Mateo 7.3–5, destaca la necesidad de
ayudar. El globo ocular y los párpados son extremadamente sensibles. Aun la más diminuta paja en el
ojo es algo serio. Si usted tiene hijos, es probable que haya percibido la angustia en la voz cuando uno
de ellos clama, diciendo: «¡Tengo algo en el ojo!».
La ilustración también indica la actitud que debe adoptar el que da la ayuda. Si yo tengo algo en el
ojo y usted se ofrece ayudarme a sacarlo, desearé que sea cuidadoso y comprensivo como nunca. Así de
sensibles debemos ser al tratar a los demás. Pablo dijo que a tal persona se le ha de restaurar «con espíritu
de mansedumbre» (Gálatas 6.1; énfasis nuestro).
Todos somos pecadores ante la presencia de un Dios santo, ante el cual compareceremos un día para
ser juzgados. Todos necesitamos de ayuda espiritual, por lo tanto, estemos dispuestos a ayudarnos unos
a otros; sin embargo, al hacerlo, brindemos la ayuda con cuidado y compasión.
RECONOZCA QUE CADA QUIEN ES DIFERENTE, Y APRENDA A TRATAR CON LOS QUE
SON DIFÍCILES (7.6)
Hemos llegado al versículo sobre los «perros» y los «cerdos» (v. 6). He aquí un enigma: Este versículo
parece contrario al espíritu de lo que Jesús había estado diciendo. ¿Deberíamos andar llamándoles a los
demás «perros» y «cerdos»? Creo que Cristo añade esta declaración para equilibrar lo que acababa de
decir. No hemos de ser hipócritas, criticones, que se erigen a sí mismos como inspectores de defectos;
sin embargo, tampoco hemos de ser ingenuos. Dios nos dio un sentido común y espera que lo usemos al
tratar con las personas. No hemos de ser insensibles ni hipercríticos, pero tampoco hemos de ser
descuidados ni ingenuos.
Si Jesús nos hubiera dado solamente los versículos 1 al 5, podría habernos dejado vulnerables, con
temor de hacer algún juicio, pues podríamos equivocarnos, y no quisiéramos que tal juicio nos atormente.
En el versículo 6, no obstante, infirió que tenemos que hacer ciertos juicios acerca de los demás, e ilustró
esta verdad haciendo referencia a los perros y a los cerdos, diciendo: «No deis lo santo a los perros, ni
echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen».
Antes de analizar el significado de las palabras de Cristo, necesitamos entender la naturaleza de los
perros y de los cerdos, especialmente en aquellos tiempos. Ambos eran considerados animales inmundos
según la ley de Moisés. Al leer «perros», no crea usted que se trataban de mascotas consentidas como las
que algunos tienen, sino de carroñeros agresivos, salvajes y sucios que andaban en manadas. El término
«perros» se usa a veces en la Biblia como metáfora de los pecadores (Mateo 15.26; Filipenses 3.2;
Apocalipsis 22.15). En la mentalidad judía, el cerdo era la representación misma de la inmundicia. En
vista de esto, es probable que la mayoría de los cerdos, o tal vez, todos, eran los que andaban a sus anchas
por Palestina.
Esto último es lo que muchos comentaristas no toman en cuenta. En su esfuerzo por explicar el
versículo 6, dicen que la expresión «se vuelvan y os despedacen» tiene que ser una referencia a los perros,
no a los cerdos. Puede que tal sea el caso, pero insistir en cuanto a que los cerdos no pueden
despedazarnos, revela cuánto ignoran sobre los cerdos. No han estado cerca de una puerca que tratará de
arrancarle la pierna a quien sea, si cree que se ha acercado mucho a sus cerditos recién nacidos. No
conocen la agresividad de los cerdos salvajes que, comparativamente, se cuentan entre las más peligrosas
criaturas.
Teniendo presente la actitud de los perros y de los cerdos, mire nuevamente el versículo 6. Jesús
presentó una vez más escenas de lo ridículo. Habló primero de dar «lo santo a los perros». No hay manera
de que un perro cruzado aprecie lo santo o lo sagrado. Hay quienes creen que el pasaje se refiere a la
impensable situación en la que un sacerdote tomara carne del altar de los sacrificios y la arrojara a una
manada de perros. Es algo que jamás se haría.
Luego, Jesús hizo referencia a «[echar] perlas delante de los cerdos». Del mismo modo que los perros
no pueden apreciar lo santo, tampoco los cerdos apreciarían jamás las perlas. Tan pronto descubrían que
las perlas no eran alimento (y tal vez habiéndose quebrado un diente tratando de comerse las gemas),
estarían en efecto dispuestos a volverse y despedazar a quien se las dio. Recuerdo hace mucho tiempo
cuando me levantaba antes del amanecer para alimentar a los cerdos. En el momento que los cerdos me
oían mezclándoles su alimento en un viejo cubo de metal, se desquiciaban. Al acercarme a su corral
pegaban chillidos y todos se encaramaban unos sobre otros. Me costaba vaciarles el alimento en su
comedero, dentro del cual invariablemente había por lo menos tres o cuatro cerdos hambrientos. Puedo
asegurarle que si en aquel comedero yo hubiera vaciado perlas, en lugar de una mezcla de granos molidos
con leche, apenas los cerdos lo notaran, ¡habría orado para que la cerca pudiera contenerlos!
Ahora tenemos que preguntar: «¿Quiénes son los “perros” y los “cerdos” a quienes Jesús se refirió?».
Es una pregunta que se responde mejor al preguntar primero: «¿Qué es “lo santo” y qué son “las
perlas”?». Jesús se refirió al reino (la iglesia) como la «perla preciosa» (Mateo 13.45–46; énfasis
nuestro). Al mensaje acerca del reino (la iglesia) se le llama las buenas nuevas —el evangelio— (vea
Mateo 4.23; 9.35; 24.14). La Palabra de Dios es santa (Romanos 1.2; 2 Pedro 2.21), y a ese mensaje
santo se le refiere como a un «tesoro» (2 Corintios 4.7).
Siendo así todo lo anterior, la mayoría de los comentaristas creen que Cristo estaba advirtiendo acerca
de dar la Palabra a individuos que no tienen aprecio de lo espiritual, a saber:

 los que continuamente desechan la verdad,

 aquellos para los que el evangelio es «locura» (1 Corintios 1.18, 23; 2.14),

 la clase de personas de las cuales se habla en Tito 1.15, «los corrompidos e incrédulos», cuya
mente y conciencia «están corrompidas».

Puede que Jesús haya tenido presente a los escribas y los fariseos que rehusaban aceptar Sus palabras.
A algunos comentaristas les ofende esta interpretación del versículo 6, sin embargo, yo creo que es la
explicación más sencilla del pasaje, y que es congruente con otros pasajes de la Escritura. Cuando Jesús
dio «la comisión limitada», les dijo a Sus discípulos que cuando fueran rechazados, habían de sacudir el
polvo de su calzado y seguir adelante (Mateo 10.13–14). Cada vez que los judíos rechazaban el mensaje
de Pablo, este se volvía a los gentiles (Hechos 13.44–51; 18.5, 6; 19.9; 28.17–28).
Es un juicio difícil de hacer. No tenemos el derecho de decidir de antemano que alguien es un «perro»
o un «cerdo». El amor siempre cree lo mejor, y deberíamos darle a todo el mundo la oportunidad de oír
el evangelio (Mateo 28.18–20; Marcos 16.15–16). Por otro lado, si continuamente tratamos de enseñar a
alguien y somos rechazados continuamente, en algún momento, el sentido común y el principio de ser
buenos administradores de nuestro tiempo dirán: «Deja de echar tus perlas delante de los cerdos y busca
a otro a quien enseñar».
Sin embargo, el punto principal que deseo resaltar en este momento, es que, en las ilustraciones que
usa Jesús en 7.1–12, Este aclaró que tenemos que relacionarnos con muchas clases diferentes de personas,
y que tenemos que aprender a tratarlas según corresponda. Nos encontraremos con personas sufriendo
con pajas en sus ojos, individuos que merecen nuestro amor y atención. También nos encontraremos con
cerdos y perros a quienes jamás podremos ayudar. Resistirán todos los esfuerzos que hagamos por
acercarnos a ellos. Lo único que les interesará de nosotros será determinar cómo despedazarnos. Lo mejor
que podemos hacer con estas personas es dejarlas solas.
Considere la ternura que tuvo Jesús para con la mujer que le lavó los pies con sus lágrimas (Lucas
7.36–50) y para con la mujer sorprendida en adulterio (Juan 8.2–11). Haga un contraste entre esto y las
duras denuncias que hace de los obstinados escribas y fariseos en Mateo 23. Una y otra vez, dijo: «¡ay
de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!» (vs. 13, 14, 15, 23, 25, 27, 29; énfasis nuestro).
Cristo no dijo que les disparáramos a los perros ni a los cerdos. Solo dijo que los dejáramos solos. El
consejo de Pablo es apropiado aquí: «Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con
todos los hombres» (Romanos 12.18; énfasis nuestro).

TOME LA DECISIÓN DE CONFIAR EN DIOS (7.7–11)


Esto nos lleva al gran pasaje sobre el poder de la oración: versículos 7 al 11. La primera vez que
leímos estos versículos, podríamos pensar que Jesús había terminado el tema de las relaciones
interpersonales. Sin embargo, el versículo después de este pasaje (v. 12), hace una transición con las
palabras «Así que» y luego da la instrucción final sobre cómo llevarse bien con los demás, a saber: la
Regla de Oro. Las palabras «Así que» indican que Jesús estaba terminando Su tema —resumiéndolo,
llevándolo a su fin. Entonces, de alguna manera, los versículos 7 al 11 se refieren al tema general en
cuanto a llevarse bien con los demás. Abordaré detenidamente estos versículos en la siguiente lección,
«Usted puede confiar en Dios». Por el momento, mi propósito es mostrar cómo encaja este pasaje en el
contexto del tema que nos ocupa.
Por un lado, no hemos de tener espíritu de juicio, debemos ser misericordiosos y amables. Por otro
lado, no hemos de ser ingenuos; necesitamos saber cuándo sacudir el polvo de nuestros pies. Estos juicios
son difíciles de hacer. ¿Cómo evitar ser firmes cuando debemos ser tiernos, o evitar ser tiernos cuando
debemos ser firmes? Los versículos 7 al 11 nos dan la respuesta: Debemos confiar en Dios:

«Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que
pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué hombre hay de
vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará
una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos,
¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?».

¡Qué declaraciones más grandes! ¡Dios responde la oración! Del mismo modo que un padre amoroso
responde a las necesidades de sus hijos, así también Dios nos responde a nosotros.
Este pasaje se relaciona con el presente tema de varias maneras. Por ejemplo, Dios tiene misericordia
de nosotros, y esto lleva implícito que debemos tener misericordia de los demás. Recalca especialmente
que podemos acercarnos a Dios con nuestras necesidades, en este caso, la necesidad de saber cómo tratar
a los demás. En relación con esto, el mensaje es parecido al de Santiago 1.5a: «Y si alguno de vosotros
tiene falta de sabiduría, pídala a Dios».
El versículo 11 dice que Dios «dará buenas cosas a los que le pidan». Puedo escuchar a alguien decir:
«Una casa más grande sería bueno… o más ropa… o un trabajo mejor remunerado», pero ¿qué son
realmente las «buenas cosas»? ¿No son los dones espirituales las mejores cosas? Entre ellas está el
espíritu de discernimiento: la capacidad de saber cómo tratar con toda clase de personas. Si usted
realmente desea llevarse bien con las personas, si las relaciones son importantes para usted, entonces
pasará mucho tiempo orando.

VIVA DE CONFORMIDAD CON LA REGLA DE ORO (7.12)


Llegamos por fin al versículo 12. Este versículo ha sido llamado el punto culminante del Sermón del
Monte. Ciertamente, sirve de culminación para el análisis sobre cómo llevarnos bien con los demás. El
pasaje comienza diciendo: «Así que,…». En un sentido, resume todo lo que se ha dicho sobre las
relaciones humanas en el sermón, sean relaciones con hermanos o con enemigos, con amigos o con
adversarios. Concretamente, resume todo lo que hemos aprendido en 7.1–11 acerca de cómo llevarnos
bien con los demás, diciendo: «Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros,
así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas». Por lo general, lo expresamos
así: «Haz con los demás como quieres que los demás hagan contigo». Es probable que esta sea la
aseveración más universalmente conocida de Jesús. Casi todo el mundo admira estas palabras; incluso
los que no viven de conformidad con el precepto, admiran el principio.
Antes de Jesús, muchos habían expresado el principio del versículo 12 en negativo: «No hagas con
los demás, lo que no quieres que los demás hagan contigo». Entre los que así lo expresaron se encuentran:
Sócrates, Aristóteles, Hillel (el conocido maestro judío), Confucio y Buda. No obstante, Jesús fue el
primero en expresarlo positivamente: «Haz con los demás…». Todo cambia cuando se pasa del enfoque
negativo al positivo. La aseveración negativa era más que todo una cuestión de protección de uno mismo,
mientras que la positiva es una cuestión de olvido de uno mismo. Es posible cumplir con la negativa no
haciendo nada, mientras que solo se puede cumplir con la positiva, haciendo el bien. Ni siquiera se tiene
que ser religioso para cumplir con la filosofía negativa, pues es una forma naturalista de ver la vida. Sin
embargo, la segunda constituye la base de la religión pura. Jesús dijo: «… esto es la ley y los profetas»
(v. 12b). La NIV consigna: «… esto resume la ley y los profetas». En otras palabras, la Regla de Oro
resume las enseñanzas antiguotestamentarias acerca de las relaciones humanas.
Este pasaje se ubica al final del análisis para resumir lo que vino anteriormente, sin embargo, también
se encuentra aquí porque enuncia un principio que tiene que ver con numerosas otras situaciones que
pueden surgir en las relaciones humanas. Imagínese que usted tuviera un libro que tratara sobre todos los
posibles problemas de las relaciones interpersonales. Trate de visualizar cuán grande sería el volumen.
Luego, imagine que usted está interactuando con alguien y surge una crisis. Entonces, se entrega usted a
la frenética tarea de pasar las páginas del libro para encontrar cómo manejarla. Después de una hora o
algo así, encuentra la respuesta que necesita y alza sus ojos; la otra persona ya no está. En lugar de darle
a usted tal volumen, esto fue lo que en efecto dijo Jesús: «He aquí cómo manejar esa o cualquier crisis:
Pregúntese, “¿Y qué tal si la situación fuera al revés? ¿Cómo querría que me trataran?”. Entonces, trate
de esa forma a la otra persona».
¡Qué sencillo es y, sin embargo, qué profundo! ¿Puede usted imaginarse cómo serían las cosas si todo
en la vida se condujera sobre este fundamento? ¿Qué tal si todos los negocios se llevaran de esta forma?
¿Qué tal si todos los hogares, todas las escuelas, todas las naciones, todas las congregaciones, honraran
este principio?
Permítame hacer una pausa una vez más para decir que el Señor espera que hagamos uso del sentido
común. Mateo 7.12 da por sentado que, cuando nos ponemos en el lugar de la otra persona, seremos lo
suficientemente buenos como para no desear nada malo, y que seremos suficientemente sabios como para
no desear nada insensato. De otro modo, el ebrio podría razonar, diciendo: «Lo que yo deseo que la gente
me dé es alcohol, así que haré con ellos lo que quisiera que hicieran conmigo: le daré a todo el mundo
bebidas alcohólicas». Para usar una ilustración personal, yo podría razonar, diciendo: «Me gusta comer
hígado con cebolla, así que la próxima vez que tenga que preparar una comida, cocinaré hígado con
cebolla para mi esposa» —a pesar del hecho de que ella aborrece tal comida.
Sin embargo, creo que la mayoría de nosotros entiende de qué trata la Regla de Oro. El pasaje hace
referencia a verdades generales que aplican a todas las personas. Todos deseamos ser tratados con ternura
y compasión, así que debemos tratar a los demás de este modo. Nos gusta que se nos aprecie, así que
debemos expresar aprecio por los demás. Queremos que los demás piensen lo mejor de nosotros, esto es,
que interpreten de la mejor manera posible lo que hacemos, así que debemos hacer lo mismo por ellos.
La lista puede ampliarse. Queremos que los demás traten de entendernos, que cubran nuestros errores
con el manto de la bondad, que nos perdonen, por lo tanto, tratemos a las personas de la misma manera
como nos gustaría que nos traten a nosotros.
¿No sería maravilloso si viviéramos en un mundo en el que todos trataran a los demás así? ¿No sería
maravilloso si nosotros tratáramos a todo el mundo así?

CONCLUSIÓN
He oído que a Gandhi le impresionó inicialmente el cristianismo, especialmente las grandes
enseñanzas que se encuentran en el Sermón del Monte, incluida la Regla de Oro. Cuando se le preguntó
por qué no era cristiano, respondió con tristeza que no había visto a un solo cristiano que viviera de
acuerdo con esos principios. ¿Vivo yo de acuerdo a los principios que hemos estudiado? ¿Y usted?
Mateo 7.1–12 es seguido por estas conocidas palabras:

Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva
a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y
angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan (vs. 13, 14).

¿Será justo sugerir que la puerta es tan estrecha que solamente dejará entrar a…

 los que no tienen espíritu de crítica?

 los que primero se preocupan por hacer cambios en su propia vida?


 los que cuyo esfuerzo por ayudar a otros se caracteriza por la humildad y sensibilidad?

 los que reconocen que todos somos diferentes y que han aprendido a lidiar con quienes son
difíciles?

 los que han tomado la decisión de confiar en Dios?

 los que viven de conformidad a la Regla de Oro?

Sí, yo sé que Mateo 7.13, 14 tiene que ser aplicado a más que las relaciones humanas, sin embargo,
no hay duda de que incluye lo presente. ¡Qué importante es aprender a llevarnos bien con los demás!
¿No ha tratado a los demás como debió haberlo hecho? Tampoco yo. ¿No es maravilloso saber que
Dios, por Su gracia, nos perdonará tales defectos si nos arrepentimos y tomamos la determinación de
mejorar en el futuro? La presente lección dio inicio con la idea de que primero tenemos que hacer cambios
en nuestra propia vida. Es hora de examinarnos a nosotros mismos. Si su vida está clamando por grandes
cambios, y le podemos ayudar, por favor háganoslo saber.
EL SERMÓN DEL MONTE
Usted puede confiar en Dios
Mateo 7:7-11

La oración: no hay tema más valioso ni tan necesario. John Wallace (1802–1870), un clérigo escocés,
escribió: «[La oración] mueve la Mano que mueve el mundo». El poeta inglés Alfred Tennyson (1809–
1892) dijo: «Por medio de la oración se obtienen más cosas que lo que sueña este mundo». Abraham
Lincoln (1809–1865), quien fue presidente de los Estados Unidos, en referencia a los días oscuros de la
Guerra Civil de los Estados Unidos, dijo: «Muchas veces me he visto obligado a caer de rodillas debido
a la abrumadora convicción de que no tenía adónde más ir».
En las lecciones anteriores sobre el Sermón del Monte, hemos recibido instrucción y aliento con
respecto a la oración. En Mateo 6.5–8, aprendimos cómo no se debe orar: No hemos de orar «para ser
vistos de los hombres». En 6.9–15, al estudiar «La Oración Modelo», aprendimos cómo orar. Ahora, en
7.7–11, se nos dirá qué esperar cuando oramos.
En la lección anterior a esta, miramos brevemente en Mateo 7.7–11 el tema de «cómo llevarnos bien
con los demás». En la presente lección, queremos examinar este poderoso pasaje más de cerca. Es mi
pasaje favorito en cuanto al poder de la oración. E. Stanley Jones lo llamó «el ofrecimiento [ayuda divina]
más íntimo, más gentil y más adecuado que haya llegado a oídos humanos». He titulado esta lección
«Usted puede confiar en Dios».

CONTESTARÁ SUS ORACIONES (7.7, 8)


En primer lugar, el pasaje enseña que usted puede confiar en que Dios contestará sus oraciones. Jesús
dijo: «Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe;
y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá» (vs. 7, 8).

Peticiones persistentes
Las palabras claves en los versículos 7 y 8 son «pedid», «buscad» y «llamad». La palabra «pedid»,
expresa deseo. Phillip Brooks define la oración como «un deseo colocado en dirección a Dios». La
palabra «pedid» también indica una dependencia en Dios. La palabra «buscad» transmite un sentido de
urgencia. En Jeremías 29.13, el Señor dijo: «… me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de
todo vuestro corazón». El término «llamad» sugiere perseverancia. El pasaje paralelo de Lucas (11.9–
13) sigue a la parábola de Jesús sobre el hombre que no aceptaba un «no» por respuesta cuando estaba
tratando de conseguir comida para un invitado inesperado (vs. 5–8).
La mayoría coincide en que, en la progresión que va del «pedir» al «buscar» y al «llamar», hay un
aumento en la intensidad. Un escritor ilustró esta progresión con el relato de un niño que se ha golpeado
la rodilla y quiere a su madre. La llama en voz alta, pidiéndole que venga. Si no hay respuesta, va en
busca de ella. Si descubre que ella está en su habitación con la puerta cerrada, llama a la puerta hasta que
ella responda. Otro escritor usó la ilustración de un hombre que está tratando de localizar a un viejo
amigo. Pide información sobre el paradero de su amigo. Busca el lugar donde vive. Luego, va y llama a
la puerta.
Jesús desea que pidamos. Santiago escribió: «no tenéis lo que deseáis, porque no pedís» (4.2). Sin
embargo, Jesús no quiere que le pidamos una vez y dejemos de hacerlo. Él quiere que nos mantengamos
pidiendo y que no dejemos de pedir. Las palabras «pedid», «buscad» y «llamad» están todas en tiempo
presente en el griego, indicando con ello una acción continua. La AB consigna «sigan pidiendo», «sigan
buscando» y «sigan llamando». Jesús les enseñó a Sus discípulos «sobre la necesidad de orar siempre, y
no desmayar» (Lucas 18.1).
Una promesa poderosa
Si persistimos en la oración, tendremos esta maravillosa promesa: «Pedid, y se os dará; buscad, y
hallaréis; llamad, y se os abrirá» (v. 7). Para asegurarse de que captáramos el mensaje, el Señor repitió
la promesa, y de ser posible, la reforzó aún más, diciendo: «Porque todo aquel que pide, recibe; y el que
busca, halla; y al que llama, se le abrirá» (v. 8).
Hasta cierto punto, las palabras de Jesús son ciertas en todos los ámbitos de la vida, sea que estemos
hablando de aprender una habilidad, ganar dinero, mejorar nuestra salud o de alcanzar algún otro objetivo
deseado. Si deseamos algo, por lo general hay que buscar con perseverancia para obtenerlo. Algunas
metas se alcanzan sin buscar concienzudamente. Lo que en general es cierto en el mundo secular, es aún
más cierto en el reino espiritual. Si deseamos ser bendecidos por el Señor, tenemos que pedir, tenemos
que buscar fervientemente y tenemos que seguir llamando a la puerta. Si hacemos estas cosas, Jesús
prometió que recibiremos, que encontraremos y que la puerta de las bendiciones se abrirá de golpe.
Si hay algo que la Biblia enseña claramente es que Dios responde la oración. «… de 667 oraciones
por cosas específicas en la Biblia, hay 454 respuestas documentadas». Le pedí a mi clase de Biblia que
me dijeran algunos de sus pasajes favoritos en los que se habla de Dios respondiendo a la oración, y he
aquí algunos de los textos que compartieron:

Busqué a Jehová, y él me oyó, y me libró de todos mis temores (Salmos 34.4).

«Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá»
(Marcos 11.24).

La oración eficaz del justo puede mucho (Santiago 5.16).

… y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él (1 Juan 3.22a).

Podrían mencionarse muchos otros pasajes para mostrar que Dios responde la oración, sin embargo,
ningún otro pasaje nos enseña esta verdad con mayor claridad ni con mayor fuerza que el texto que nos
ocupa y dice: «Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá». D. Martyn Lloyd-Jones
escribió: «No puedo imaginarme una declaración mejor, más alentadora ni más reconfortante con la cual
hacer frente a todas las incertidumbres y peligros en nuestras [vidas]… Es una de esas grandes promesas
llenas de gracia y completas que se encuentran solamente en la Biblia».
Algunas personas se quejarán diciendo: «¡Un momento! ¡Dios no ha contestado mi oración! Estoy
ronco de pedir, estoy cansado de buscar y mis nudillos están magullados de tanto llamar a la puerta. ¡Sin
embargo, no he recibido ni encontrado nada, y la puerta sigue completamente cerrada!». Pasajes como
Mateo 7.7–11 enseñan que Dios responde la oración, sin embargo, no enseñan que la oración sea una
especie de conjuro mágico que obliga a Dios decir «sí» a todos nuestros deseos. Otros pasajes enseñan
que hay condiciones para la oración oportuna.
Tenemos que pedir de acuerdo a la voluntad de Dios. «Y esta es la confianza que tenemos en él, que
si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye» (1 Juan 5.14).
Tenemos que pedir con fe. «Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la
onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga,
que recibirá cosa alguna del Señor» (Santiago 1.6, 7).
Tenemos que orar desinteresadamente. «Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros
deleites» (Santiago 4.3).
Los que protestan hablan de nuevo, diciendo: «¿Condiciones para la oración? Así que Dios solamente
responde las oraciones si cumplen todas las condiciones. ¡Sabía que había gato encerrado!». Piense en
ello detenidamente, y creo que se alegrará de que haya condiciones. La idea de que Dios concede de
inmediato todas las solicitudes podría sonar como un sueño hecho realidad, sin embargo, tal convenio
pronto se convertiría en una pesadilla. Con frecuencia, pedimos piedras y serpientes cuando pensamos
que estamos pidiendo pan y pescado. Alec Motyer escribió:

Si se diera el caso de que Dios se comprometiera a dar cualquier cosa que pidamos,
entonces, soy uno que no volvería a orar, porque no tendría la suficiente confianza en mi
propia sabiduría para pedirle a Dios cualquier cosa; y creo que si lo analiza, usted
también estará de acuerdo. Ello impondría una carga intolerable sobre la frágil sabiduría
humana si, mediante Sus promesas en cuanto a la oración, Dios se comprometiera a dar
todo lo que pidamos, cuando lo pidamos y exactamente en los términos que lo pedimos.
¿Cómo podríamos cargar con tal peso de responsabilidad?

Sin embargo, no le restemos mérito a la maravillosa promesa del texto que nos ocupa: Dios responde
las oraciones de Sus hijos. Puede que no responda siempre con un «sí», pero siempre responde. Un
predicador usó un esquema sencillo para ilustrar las posibles respuestas divinas:

 Si la solicitud es la equivocada, Dios dice: «No».

 Si el tiempo no es el indicado, Dios dice: «Despacio».

 Si usted anda incorrectamente, Dios dice: «Crezca».

 Sin embargo, si la solicitud es la correcta, es el momento indicado y usted anda correctamente,


Dios dice: «¡Prosiga!».

La visión bíblica es que la vida es un viaje, un viaje lleno de perplejidades e incertidumbres. Lo que
importa en este mundo no son en sí los problemas que enfrentamos, sino, si estamos preparados para
hacerles frente. Algo que nos ayudará es la certeza de que Dios contesta nuestras oraciones.

LE DARÁ SOLAMENTE COSAS BUENAS (7.9–11)


Usted puede confiar en que Dios contestará sus oraciones. También puede confiar en que Dios le dará
solamente cosas buenas.

Padres terrenales (vs. 9, 10).


En la siguiente sección del presente texto, Jesús habló primeramente de los padres terrenales, diciendo:
«¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado,
le dará una serpiente?» (vs. 9, 10). El Sermón del Monte fue predicado en Galilea. Los alimentos más
comunes alrededor del Mar de Galilea eran pan y peces. (¿Recuerda el almuerzo del muchacho en Juan
6.9?) Además, en el litoral del mar había abundancia de piedras calizas alisadas por el agua y una variedad
de serpientes que se escondían entre las piedras.
La primera ilustración de Jesús fue acerca de un hijo que le pedía pan a su padre. Lo siguiente es lo
que en efecto preguntó Jesús: «¿Respondería un padre amoroso a esa petición jugándole una broma cruel
a su hijo? ¿Pondría en la mano de su hijo una piedra redonda color marrón?». La respuesta implícita es
«¡Por supuesto que no!». En el segundo ejemplo, la broma se vuelve mortal cuando se sustituye un pez
con una serpiente. Dado que, como regla general, las serpientes no se parecen a los peces, algunos autores
han sugerido que la palabra «serpiente» (ophis) podría referirse «a algunos peces parecidos a la anguila,
sin escamas». Los judíos tenían prohibido comer pescado sin escamas (vea Levítico 11.12). Si un padre
le daba un pez sin escamas a su hijo, lo volvería ceremonialmente impuro. Sea que fuera una serpiente o
un pez tipo anguila, sería una broma perjudicial, física o espiritualmente.
Jesús dijo que un padre responsable jamás le haría eso a un hijo. Jesús deseaba que entendiéramos que
nuestro Padre celestial no nos trata así. Los paganos en los días de Jesús creían en dioses que hacían
bromas dolorosas y humillantes. Cierto mito griego hablaba de una diosa que se enamoró de un hombre
mortal. El rey de los dioses le concedió a la diosa cualquier regalo que deseara para su amante. Ella le
pidió que él viviera para siempre, sin embargo, falló al no pedirle que se quedara joven. Envejeció más
y más sin poder morir. El regalo se convirtió en maldición. El Dios verdadero no es así.

El Padre celestial (v. 11)


Jesús estaba listo para dar Su aplicación. Después de haber hablado de cómo los padres humanos
responden a las peticiones de sus hijos, dijo: «Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas
a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?»
(v. 11).
«Cuando se les compara con Dios, todos los hombres, incluso los padres buenos, son malos». Todos
nos quedamos cortos. Cuando mis hijas estaban creciendo, hice todo lo que pude para ser un buen padre.
Hice lo que pensé era mejor para ellas en el momento dado. Ahora, cuando miro atrás, veo muchos
errores que cometí, y estoy seguro de que cometí otros errores de los que aún no me doy cuenta. ¡Cuán
agradecidos debemos estar con el hecho de que nuestro Padre celestial no tiene las limitaciones de los
padres humanos! A diferencia de nosotros…
1) … Dios sabe lo que es mejor para Sus hijos. No siempre fue fácil saber qué era lo mejor para mis
hijas, sin embargo, Dios siempre sabe lo que es mejor. John R. W. Stott escribió: «… si le pedimos [a
Dios] cosas buenas, Él las concede, si pedimos cosas que no son buenas (no buenas en sí mismas, ni
buenas para nosotros ni para otros, directa o indirectamente, inmediatamente o en última instancia) él las
niega». Stott concluyó su pensamiento con estas palabras: «y sólo él conoce la diferencia».
2) … Dios siempre les puede dar cosas buenas a Sus hijos. En cuanto a lo que podía hacer por mis
hijas, estaba limitado por el tiempo, la fuerza y las finanzas. Dios no tiene tales limitaciones. Pablo
escribió: «Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo
siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra» (2 Corintios 9.8).
3) … Dios siempre es bueno con Sus hijos. ¿Alguna vez ha perdido usted la paciencia con sus hijos y
dicho o hecho algo que ahora lamenta haber hecho? No me agrada recordar esos momentos, pero de vez
en cuando fui irascible con mis hijas, especialmente cuando me sentía cansado o frustrado. Dios no tiene
las deficiencias que tienen los padres humanos (vea Isaías 49.15).
4) … Dios siempre está cerca cuando Sus hijos lo necesitan. Ha habido momentos en que una de mis
hijas me necesitaba y yo no pude llegar a ella de inmediato. Sin embargo, Dios siempre está cerca,
siempre está dispuesto a dar «buenas cosas» a Sus hijos. El Señor es un «Dios de cerca […] y no Dios
desde muy lejos» (Jeremías 23.23).
Cuando Jesús dijo que Dios «dará buenas cosas a los que le pidan», ¿a qué cosas buenas se estaba
refiriendo? En el pasaje paralelo de Lucas, en lugar de «buenas cosas», el texto dice «el Espíritu Santo»
(11.13). En Lucas 11, el énfasis del pasaje está en las bendiciones espirituales que Dios da a Sus hijos.
Como se señaló anteriormente, estas son las «buenas cosas» más importantes que nos da. Sin embargo,
en Mateo 7, es casi seguro que lo que se incluye son bendiciones físicas. En el capítulo 6, se hizo la
promesa de que Dios provee para las necesidades físicas de la vida a los que buscan primeramente Su
reino y Su justicia (6.33). En la oración modelo que enseñó, Jesús indicó que debemos orar por las
bendiciones tanto física como espirituales (6.11, 12). La frase «buenas cosas», por lo tanto, seguramente
se refiere a todos los dones que recibimos de nuestro Padre celestial. Según escribió Santiago: «Toda
buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces…» (Santiago 1.17).
A veces, los cristianos objetan, diciendo: «¡Pero soy un hijo de Dios, y Él no me ha dado cosas buenas!
De hecho, últimamente me han sucedido algunas cosas realmente malas». Me gustaría tener la capacidad
y el conocimiento para explicar satisfactoriamente por qué pasan «cosas malas», sin embargo, carezco
de ellos. Lo que sí puedo hacer es sugerir varias verdades para tener en cuenta.
En primer lugar, no siempre sabemos lo que es mejor para nosotros. Puede que creamos que lo
sabemos. Podemos estar seguros con cada fibra de nuestro ser que lo sabemos, pero no es así. Mi nieto
de cuatro años de edad cree que comer galletas solamente sería bueno, sin embargo, está equivocado.
Como seres humanos, sabemos tan poco acerca de lo que es realmente «bueno» para nosotros, así como
mi nieto sabe acerca de nutrición.
En segundo lugar, lo que nos parece malo puede llegar a ser una bendición. El salmista escribió:
«Bueno me es haber sido humillado, para que aprenda tus estatutos» (Salmos 119.71). Quizás usted ha
oído las palabras atribuidas a un soldado confederado desconocido de la Guerra Civil de los Estados
Unidos, que dicen:

Pidió fortaleza para poder alcanzar el éxito,


pero fue hecho débil para que obedeciera.
Pidió salud para poder hacer cosas grandes,
pero se le dio enfermedad para que hiciera cosas mejores.
Pidió riquezas para poder ser feliz,
pero se le dio pobreza para que fuera sabio.
Pidió poder para ser alabado por los hombres,
pero se le dio debilidad para que sintiera necesidad de Dios.
Pidió todas las cosas para poder disfrutar de la vida,
pero se le dio la vida para que pudiera disfrutar de todas las cosas.
No tenía nada de lo que pidió,
pero tenía todo lo que esperaba tener.
Su oración es contestada.
Ha sido bendecido en gran manera.

En tercer lugar, solamente Dios sabe lo que es realmente mejor para nosotros. Por lo tanto, tenemos
que dejar todo en Sus manos. Tenemos que orar, como lo hizo Jesús, diciendo: «… no se haga mi
voluntad, sino la tuya» (Lucas 22.42b).

CONCLUSIÓN
Debemos pedir y mantenernos pidiendo. Debemos buscar y mantenernos buscando. Debemos llamar
y mantenernos llamando. ¿Necesitamos hacerlo porque Dios es como un tacaño miserable, a quien
debemos persuadir para que nos dé cosas buenas? No, cuando nos fijamos en el texto en su totalidad,
vemos que Jesús estaba enseñando que debemos persistir en la oración porque tenemos confianza en que
Dios es generoso y de buen corazón. Si seguimos pidiendo, buscando y llamando; recibiremos,
encontraremos y la puerta se nos abrirá.
¿Quiere decir lo anterior que Dios nos dará todo y cualquier cosa pidamos, tal y como lo pidamos y
precisamente en el momento que lo pidamos? No, Dios no es un abuelo indulgente que satisface todos
nuestros caprichos. Él nos da solamente lo que es bueno que tengamos. Tampoco es un Dios mezquino
y bromista que engaña o tienta a Sus hijos. Usted puede confiar en Dios. Usted puede confiar en que Él
le contesta sus oraciones. Puede confiar en que le dará solamente cosas buenas.
Entienda, sin embargo, que las promesas de Mateo 7.7–11 se basan en una relación padre/hijo. Para
hacerlas suyas, usted tiene que ser un hijo de Dios. ¿Es usted Su hijo? ¿Ha venido a Él con fe y
obediencia? Pablo escribió: «… pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los
que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos» (Gálatas 3.26, 27). Si usted es un hijo,
¿es usted un hijo fiel? Mucho tiempo atrás, Dios les dijo a Sus hijos infieles: «Convertíos, hijos rebeldes,
y sanaré vuestras rebeliones» (Jeremías 3.22a). Si usted necesita hacerse hijo de Dios, o si es un hijo
infiel que tiene que volver a Dios, ahora es el momento (2 Corintios 6.2).
EL SERMÓN DEL MONTE
¿Por cuál camino viaja?
Mateo 7:13-20

De acuerdo con la enseñanza de la Biblia, vamos por la vida como viajeros y no como moradores. La
pregunta es, «¿Por cuál camino estamos viajando?». La primera preocupación de un viajero no es su
velocidad, sino su destino. «El progreso rápido es lo peor que hay, a menos que sea en la dirección
correcta». Me he extraviado en muchas partes del mundo. He estado viajando por una carretera a la
velocidad máxima permitida por ley, avanzando rápidamente, solo para descubrir que estaba en la ruta
equivocada. Al acercarnos al final del Sermón del Monte, nos encontramos con el reto que Jesús nos
hace a preguntarnos por cuál camino estamos viajando espiritualmente. La pregunta puede responderse
contestando otras dos preguntas.

¿POR CUÁL SENDERO VA? (7.13, 14)


Lo primero que hay que considerar es por cuál sendero está usted caminando. En Mateo 7.13, 14,
Jesús habló de dos senderos, de dos caminos, dijo:

Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva
a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y
angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.

En estos versículos, encontramos cuatro contrastes.

Dos caminos
El viajero tiene dos caminos a su disposición. Uno de ellos es el camino espacioso. La palabra que se
traduce como «espacioso» (euruchoros) quiere decir «amplio y ancho». En este camino hay espacio para
una amplia divergencia de opiniones. Tiene muchos carriles:

 Hay un carril para personas que trabajan duro y los afana el éxito, y un carril para el indolente
obsesionado con el placer.

 Hay un carril para personas moralmente buenas, que dependen de su propia bondad para la
salvación, y un carril para los que viven una vida inmoral e impía.

 Hay un carril para las personas de conciencia religiosa, que creen que serán salvas por sus rituales
humanos, y un carril para los incrédulos, escépticos, agnósticos y ateos.

Es un camino sin frenos, no tiene límites. Usted puede ser lo que desee ser y hacer lo que desee hacer.
La RSV consigna: «… y fácil el camino que lleva a la perdición».
Luego, está el camino angosto. La palabra que se traduce como «angosto» (una forma de thlibo) quiere
decir «presionar»: juntar a presión, estar «comprimido». A diferencia del camino anterior, no es amplio
ni espacioso. La RSV consigna: «… y difícil el camino que lleva a la vida». Jesús nunca describió el
camino a la vida haciéndolo parecer un sendero fácil.
El camino a la vida es angosto, sin embargo, no simplemente porque Jesús lo dijo. Es angosto porque
tal es la naturaleza de la verdad. La verdad es siempre estrecha. Dos y dos siempre son cuatro. No son
cinco ni siete, sino que son siempre cuatro. Así de estrecha es la verdad. El sol siempre sale por el este.
No sale por el oeste, ni por el norte, ni por el sur. Siempre sale por el este. Así de estrecha es la verdad.
Por lo general, no nos gusta la palabra «estrecha», pues nos insulta que nos cataloguen de mentalidad
estrecha, o cerrada. Cierto año, durante una conferencia en una universidad cristiana, un expositor
entregó libretas de quince centímetros de largo, pero de solamente dos centímetros y medio de ancho. En
la parte superior decía: «Libreta para personas de mentalidad estrecha». Muchos de los que estábamos
en la conferencia pensamos que era divertido, pues sabíamos lo que era ser catalogados como de
«mentalidad estrecha».
El lema de hoy en día es la tolerancia. Hay un momento para ser tolerantes, sin embargo, también hay
un momento para ser intolerantes. George W. Bailey escribió:

Necesitamos ser más tolerantes unos con otros. Necesitamos ser más tolerantes con las
opiniones. Sin embargo, hay un sentido en el que la intolerancia es certera y noble.
Cuando Dios es blasfemado, tenemos que ser intolerantes. Cuando la palabra de Dios es
puesta en duda, tenemos que ser intolerantes. Cuando la fe es atacada, cuando la opinión
sustituye la verdad, cuando las verdades divinas son objeto de burla, es imprescindible
que seamos intolerantes.

Puede que el camino a la vida sea angosto, sin embargo, es bastante espacioso. Es bastante espacioso
como para incluir a «personas de todas las generaciones y edades, lenguas y dialectos, razas y
nacionalidades», esto es, a todos los que estén dispuestos a seguir a Jesús (ver 1 Juan 1.7). Es bastante
espacioso como para andar de la mano con el Señor (vea Colosenses 2.6). Después de todo, es Su camino
(vea Juan 14.6).
Un camino espacioso y un camino angosto: nuestras únicas opciones. Al mundo no le agradan estas
opciones. Algunos hablan de «muchos caminos que conducen a la vida». Otros agrupan a toda la
humanidad y dicen que en realidad es solamente un camino, esto es, que todos están en el camino a la
salvación eterna. Jesús, sin embargo, no ofreció las opciones que tanto gustan a los hombres. Dijo que
hay dos caminos, uno es espacioso y el otro angosto, y toda persona está en uno o el otro.

Dos puertas
A continuación, Jesús dijo que hay dos puertas. Está la puerta ancha. De acuerdo al texto que nos
ocupa, hay que entrar por ambas puertas, sin embargo, ésta es tan ancha que la mayoría no se da cuenta
de cuando entran por ella. Si pudiéramos situarnos en esta entrada, podríamos mirar lejos a la izquierda
y a la derecha y no ver los postes.
No es difícil entrar por esta puerta, y no hay límite a la cantidad de «equipaje» que puede llevar con
usted cuando entra por ella. No tiene que dejar nada atrás. Puede venir con su pecado y egoísmo, con su
justicia propia, su orgullo y prejuicios.
Luego, está la puerta estrecha. Un uso común de la palabra «estrecha» hoy en día es en referencia a
un cuerpo estrecho de agua que conecta dos grandes cuerpos de agua, como el estrecho de Gibraltar,
donde el Mediterráneo se une con el Océano Atlántico.
La palabra griega stenos del versículo 13 quiere decir «estrecho». Puesto que esta puerta es estrecha,
no se puede deambular por ella por accidente. Es fácil pasarla de vista, hay que buscarla. Se entra por
ella por elección, no al azar. En vista de que esta puerta es estrecha, solamente puede entrar una persona
a la vez. Por la puerta ancha puede entrarse como parte de una multitud, pero por la puerta estrecha, se
entra de uno en uno. Además, puesto que es estrecha, tenemos que deshacernos de una gran cantidad de
«equipaje» personal para poder entrar. Jesús les dijo a Sus discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de
mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame» (Mateo 16.24; énfasis añadido).
En otra parte, Jesús reveló cómo entrar por la puerta a la vida, cómo hacernos cristianos. Cada una de
las condiciones de la salvación requiere que nos deshagamos de algo del pasado:
Tenemos que creer en Jesús (Juan 8.24). La puerta es demasiado estrecha para los que quieren creer
en otro Salvador.
Tenemos que arrepentirnos de nuestros pecados (Lucas 13.3). La puerta es demasiado estrecha para
aquellos decididos a mantener su viejo estilo de vida.
Hemos de confesar Su nombre delante de los hombres (Mateo 10.32). La puerta es demasiado estrecha
para los reacios a adoptar una posición pública para con Jesús.
Tenemos que ser bautizados (sumergidos en agua) para poder ser salvos (Marcos 16.16). La puerta es
demasiado estrecha para los que no están dispuestos a obedecerle. Jesús dijo: «Si me amáis, guardad mis
mandamientos» (Juan 14.15).
Una vez más, hago hincapié en que este es el camino de Cristo, quien dijo: «Yo soy la puerta; el que
por mí entrare, será salvo» (Juan 10.9a). A todos los que no han entrado, dice: «Venid a mí todos los que
estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar» (Mateo 11.28; énfasis añadido). La puerta es
pequeña y estrecha, sin embargo, es bastante grande y bastante ancha para cualquiera que esté dispuesto
a venir al Señor.

Dos Multitudes
El presente texto también habla de dos multitudes, de dos grupos de personas. Uno es el grupo llamado
los «muchos»: «… muchos son los que entran por» la puerta ancha, «muchos» están en el camino
espacioso. El camino espacioso es el camino de la multitud, el camino de las masas. El lema de este
camino es «Todo el mundo lo hace». Cuando Moisés estaba instruyendo a Israel, dijo: «No seguirás a
los muchos para hacer mal» (Éxodo 23.2a). ¿Por qué necesitó dar tal orden? Porque el seguir las masas
es algo «natural».
En contraste con el grupo llamado «los muchos», está el grupo llamado «los pocos». Jesús dijo: «…
porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan». Se
ha sugerido que «probablemente esta sea la enseñanza [de Jesús] que la mayoría ignora».
El término «pocos» es un término comparativo. Hace mucho tiempo escuché un poema sobre un
hombre que estuvo limitando la cantidad de los que serían salvos. Los últimos renglones decían algo así
como: «Eso nos deja a ti y a mí. Y a veces no estoy seguro de ti». No debemos pensar que «pocos» quiere
decir «casi nadie». En el libro de Apocalipsis, a los salvos se les presenta como «una gran multitud, la
cual nadie podía contar» (7.9). No obstante, este grupo especial sigue siendo relativamente pequeño en
comparación con los muchos en el camino espacioso.
Los fieles siempre han sido una minoría. En los días de Noé, «pocas personas, es decir, ocho, fueron
salvadas» (1 Pedro 3.20). Seiscientos mil hombres en edad de combatir salieron de la tierra de Egipto
(vea Éxodo 12.37); de este número, sólo dos entraron a la tierra prometida: Josué y Caleb. Tanto en el
Antiguo como en el Nuevo Testamento, se predice que solamente un «remanente» será salvo (Isaías
10.21, 22; Romanos 11.5). Jesús concluyó una parábola con estas palabras: «Porque muchos son
llamados, y pocos escogidos» (Mateo 22.14). Hoy en día, el pueblo de Dios sigue siendo una minoría.
Mi hermano Coy dijo que el mensaje de Mateo 7 es que «no todos agradarán a Dios». El mundo no
lo quiere creer. Una creencia popular hoy en día, en esta parte del mundo, es que cuando alguien muere
—sea quien sea, bueno o malo— «va a la luz», donde personas amorosas le esperan para darle la
bienvenida. Jesús dijo que no es así. Según Él, más son los que se dirigen al reino de «las tinieblas de
afuera» (Mateo 8.12; 22.13; 25.30) que los que se dirigen al reino de la luz (Apocalipsis 22.5).
Ser uno de los «pocos» puede ser desalentador. He escuchado a miembros de la iglesia decir: «Pero
la Biblia es muy clara en este punto. ¿Por qué no lo pueden ver todos?». No puedo responder a esa
pregunta, sin embargo, el Señor dijo que sería así —que no todos veremos, ni entenderemos, ni
obedeceremos a la verdad. Así son las cosas. El camino angosto es un camino restringido y a menudo es
un camino difícil. Puede que incluso sea un camino solitario. «¡Espere un minuto», alguien podría decir,
«no estoy seguro de querer ser uno de los pocos en ese camino!». Antes de tomar esa decisión, tenga en
cuenta el cuarto contraste.

Dos destinos
El camino espacioso «lleva a la perdición». La palabra que se traduce como «perdición» (de apollumi)
quiere decir «destruir por completo»; sin embargo, «. . . la idea no es extinción, sino ruina, es pérdida,
no del ser, sino del bienestar». En esta vida, puede que experimentemos la pérdida del carácter. Después
de esta vida, es la pérdida del alma. Salomón escribió: «Hay camino que al hombre le parece derecho;
pero su fin es camino de muerte» (Proverbios 14.12; vea 16.25). La palabra «muerte» indica
«separación». La muerte espiritual es separación de Dios (vea Isaías 59.2). «La muerte segunda»
(Apocalipsis 20.14; 21.8) es la separación eterna de la presencia de Dios (2 Tesalonicenses 1.8, 9).
Muchos piensan que el camino angosto es difícil debido al precio que se tuvo que pagar al principio, sin
embargo, no es nada en comparación con el precio que pagarán al final los que están en el camino
espacioso.
El camino espacioso lleva a la perdición, pero el camino angosto «lleva a la vida». Jesús dijo: «yo he
venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia» (Juan 10.10b). Si la muerte espiritual
es separación de Dios, la vida espiritual es unión con Dios, comunión con Él. En la gran oración que
Jesús elevó en Juan 17, dijo: «Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a
Jesucristo, a quien has enviado» (v. 3). En el camino angosto se inicia la comunión con Dios y Cristo; en
el cielo, es perfeccionada.
A veces escuchamos debates sobre si debemos utilizar motivación negativa o positiva para mover a
las personas a obedecer al Señor. Jesús usó ambas. Señaló el camino que conduce a la perdición y dijo,
en efecto: «No querrán estar en ese camino». Luego, señaló el camino que conduce a la vida, indicando:
«Ustedes querrán estar en ese camino».
Tenemos cuatro contrastes, sin embargo, solamente dos opciones. O estamos en el camino angosto
que conduce a la vida o en el camino espacioso que lleva a la perdición. John R. W. Stott escribió:

… de acuerdo con Jesús, hay solamente dos caminos, el difícil y el fácil (no hay un
camino medio), a los que se entra por dos puertas, una ancha y otra estrecha (no hay otra
puerta), recorridos por dos multitudes, una grande y otra pequeña (no hay un grupo
neutral), que termina en dos destinos, la perdición y la vida (no hay una tercera
alternativa).

¿DE QUIÉN SON LAS DIRECCIONES QUE USTED ESTÁ SIGUIENDO? (7.15–20)
Para responder a la pregunta «¿Por cuál camino está viajando?», primero es necesario saber por cuál
sendero viajará. Sin embargo, hay una segunda consideración: ¿De quién son las direcciones que está
siguiendo? Jesús no es el único dando direcciones. Son muchas las voces que claman: «Ven aquí y ve
allá. Haz esto o haz lo otro». Después de Su enseñanza sobre los dos caminos, Jesús continuó con una
advertencia sobre los que pueden conducir a otros por mal camino.

Dos clases de dadores de direcciones


Así como hay dos caminos, hay dos clases de dadores de direcciones. El pasaje únicamente se refiere
a dadores de direcciones malos, sin embargo, supone que también hay dadores de direcciones buenos.
Los dadores de direcciones son llamados «profetas». El término «profeta» es una palabra griega
transliterada (prophetes) que quiere decir «el que habla abiertamente». Por lo general, se refiere a aquel
que «habla» por Dios, el portavoz de Dios. En el siglo primero, eran los portavoces que recibían sus
mensajes directamente de Dios, pero que fueron reemplazados por los maestros que recibían sus mensajes
de la Palabra escrita de Dios. Gracias a Dios por los maestros y predicadores que siguen el consejo de
Pablo a Timoteo que dice: «… que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye,
reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina» (2 Timoteo 4.2).
Lamentablemente, también hay malos dadores de direcciones, a los que Jesús llamó «falsos profetas».
Estos afirmaban hablar en nombre de Dios, tal vez incluso alegaban ser inspirados por Dios. En cuanto
a estos, Jesús dijo:
Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por
dentro son lobos rapaces (Mateo 7.15).

La palabra «falsos» proviene de la palabra griega para «mentir» (pseudes). Jesús dijo que tenemos
que cuidarnos de los maestros mentirosos que nos engañarán.
No tiene sentido con que pongamos un letrero que diga «¡CUIDADO CON EL PERRO!», si todo lo
que tenemos en la puerta es un gato amigable. El hecho de que Jesús dijera que nos guardáramos de los
falsos profetas indica que existieron en Sus días, y supone que siempre los habrá. Cuando Jesús predicó
el Sermón del Monte, puede que haya pensado en los escribas y fariseos; sin embargo, los falsos maestros
no comenzaron ni terminaron con esos grupos. Cuando Jesús habló más adelante de lo que sucedería
antes de la destrucción de Jerusalén, dijo: «… muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a
muchos» (Mateo 24.11; vea vs. 5, 24). Pablo escribió acerca de los falsos maestros que predicaban «un
evangelio diferente» (Gálatas 1.6–9). Mencionó a dos de los falsos maestros en 2 Timoteo y dijo que
ellos «se desviaron de la verdad», trastornando la fe de algunos (2.17, 18). Pedro les dijo a los cristianos
que «hubo también falsos profetas entre el pueblo [judío], como habrá entre vosotros falsos maestros,
que introducirán encubiertamente herejías destructoras» (2 Pedro 2.1a).
Muchos falsos maestros se engañan a sí mismos (vea 7.21–23), pero algunos no. ¿Por qué alguien
querría deliberadamente ser un falso maestro? No puedo leer la mente ni deducir los motivos, sin
embargo, puedo pensar en varias posibilidades.
Un salario. Algunos maestros y predicadores son sencillamente, usando un término de la Reina
Valera, «asalariados» (Juan 10.12, 13): personas que hacen un trabajo por un salario. Otra descripción
desfavorable usada por la Reina Valera viene a la mente, dice: «cuyo dios es el vientre» (Filipenses 3.19).
Prestigio. En la iglesia primitiva, al parecer, algunos deseaban ser conocidos como maestros por el
honor y el prestigio que pensaban que ello les traería. Santiago advirtió, diciendo: «Hermanos míos, no
os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación» (Santiago 3.1).
Poder. A algunos, como Diótrefes, «le gusta tener el primer lugar entre ellos» (3 Juan 9). Buscan
imponer su voluntad sobre los demás.
Sea que se engañen a sí mismos o lo hagan deliberadamente, sea cual sea la motivación, el presente
texto nos dice dos cosas acerca de los falsos profetas. En primer lugar, son peligrosos. Jesús los llamó
«lobos». La iglesia es el rebaño de Dios (Hechos 20.28) y los lobos son los enemigos naturales de las
ovejas (Juan 10.12, 13). Las ovejas son impotentes frente a estos depredadores sedientos de sangre. Pablo
advirtió a los ancianos de Efeso: «… después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces,
que no perdonarán al rebaño» (Hechos 20.29). Jesús los llamó «lobos rapaces [harpax]»: lobos
hambrientos hasta el punto de la locura. ¿Se los imagina en su mente? ¿una manada de lobos gruñendo,
con los ojos fruncidos, mostrando los dientes y saliva saliendo de la boca, listos para atacar?
Los falsos maestros no solamente son peligrosos, sino también engañosos. A menudo vienen «vestidos
de ovejas». Algunos han especulado que la piel de oveja era una referencia al manto de un profeta (1
Reyes 19.19). Sin embargo, lo probable es que Jesús sencillamente estaba usando una expresión
proverbial en el sentido de que los lobos rapaces no siempre parecen lobos rapaces. A menudo lucen
como ovejas: inofensivos y no amenazantes. Pablo dijo que los falsos maestros son capaces de disfrazarse
«como apóstoles de Cristo» y «ministros de justicia» (2 Corintios 11.13, 15).
Los falsos maestros no anuncian su llegada diciendo: «¡Aquí viene un falso maestro!». No usan
señales en el cuello ni insignias en el pecho que proclamen: «falso maestro». Por lo general, llevan la
ropa adecuada. Tienen un vocabulario religioso. Pueden citar las Escrituras. Pueden parecer que dicen
las palabras correctas. Todo esto los hace aún más peligrosos. A los cristianos se les enseña a creer lo
mejor de las personas, y esto puede hacerlos vulnerables ante los falsos maestros. Cuando Judas escribió
de ciertos falsos maestros, dijo que ellos «han entrado encubiertamente» (Judas 4). La frase «entrado
encubiertamente» se traduce de (pareisduno), que quiere decir «entrar por un lado». Alguien dijo que se
introducen a escondidas «por la puerta lateral».
Cómo identificar a los falsos maestros
Si los falsos maestros son tan engañosos, ¿cómo podemos identificarlos? Jesús nos dijo cómo hacerlo
en el siguiente segmento. Pasando de la analogía de los pastizales a la de un huerto, dijo: «Por sus frutos
los conoceréis» (v. 16; vea v. 20). La palabra que se traduce como «conoceréis», (epiginosko), es la
palabra para «conocer», (ginosko), intensificada con la preposición (epi). Quiere decir «conocer
completamente». En otras palabras, la manera en la que realmente podemos identificar a los falsos
maestros es viendo sus frutos.
Jesús se refirió a la manera en que las personas usan la prueba del fruto en la naturaleza, diciendo:
«¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos?» (v. 16b). ¿Puede usted «imaginar a
personas yendo a un zarzal a recoger uvas, o llevando sus canastos a un racimo de abrojos esperando
encontrar higos»?
Y continuó diciendo:

Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el
buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos (vs. 17, 18).

El «buen árbol» es aquel que hace lo que un árbol frutal se supone debe hacer, a saber: producir frutos
comestibles. El «árbol malo» no produce frutos comestibles. Esto no quiere decir que un buen árbol
nunca produce frutos no comestibles. Un buen árbol de manzana puede tener algunas manzanas con
gusanos. Del mismo modo, un árbol malo de vez en cuando puede tener una fruta buena que cuelga de
sus ramas. Jesús tenía en mente la calidad general del fruto producido por cada árbol.
¿Cómo aplicamos la prueba del fruto a quienes nos enseñan? Para ello, necesitamos entender que hay
varios tipos de «frutos» y que es necesario aplicar una serie de «pruebas del fruto». Por ejemplo, está la
prueba de la doctrina: lo que alguien enseña. Haciendo uso de una frase de Hebreos, es necesario
comprobar el fruto de sus labios (vea Hebreos 13.15). Juan escribió acerca de algunos que estaban
tratando de engañar a sus lectores (vea 1 Juan 2.26) y luego dijo: «Amados, no creáis a todo espíritu, sino
probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo» (1 Juan 4.1).
Hoy el mundo está inundado de doctrinas falsas. A veces parece que cada día aparece una nueva.
Ocasionalmente, me preguntan: «¿Cómo podemos realmente hacer frente a tanta falsedad?». Respondo
diciendo: leyendo, estudiando y reflexionando constantemente en la Palabra de Dios. Si la verdad de la
Palabra de Dios está arraigada en su mismo ser, usted podrá identificar el error cuando lo oye. No hay
prueba más importante que la prueba de la doctrina. Si alguien no está enseñando la Palabra, el tal es un
falso maestro.
No podemos, sin embargo, identificar siempre a un falso maestro por su enseñanza. El diablo puede
citar las Escrituras (Mateo 4.6). A veces, el problema no es tanto lo que enseñe un falso maestro como sí
lo que no está enseñando. Por tanto, necesitamos probar frutos adicionales.
Menciono a continuación la prueba de la conducta. Necesitamos examinar el fruto de la vida del que
enseña. Debemos preguntarnos si «el fruto del Espíritu» (Gálatas 5.22, 23) es evidente o no en lo que
hace. Según documentos históricos, los falsos profetas o maestros eran un problema importante en los
primeros siglos de la iglesia. Un escrito no inspirado llamado la Didaché, que data del siglo segundo o
tercero, contiene una sección sobre el cómo identificar a los falsos maestros. Era de esperarse que los
cristianos proveyeran de morada a los predicadores viajeros, sin embargo, el documento añadía:
«Permanecerá un día y, si es necesario, otro día también; pero si se queda tres días, es un falso profeta».
Los predicadores viajeros podían pedir alimentos, pero la Didaché advertía: «Si pide dinero, es un falso
profeta». En la actualidad, todavía es necesario que examinemos cuidadosamente cómo vive un maestro
y lo que hace.
Sin embargo, un falso maestro no siempre puede ser reconocido por cómo vive. Algunos falsos
maestros llevan vidas buenas y morales. ¿Cómo podemos entonces identificar a estos? La última prueba
es la prueba de los resultados. ¿Qué clase de frutos produce su enseñanza? Lo que Dios desea es el «fruto
apacible de justicia» (Hebreos 12.11). Santiago escribió que «… la semilla cuyo fruto es la justicia se
siembra en paz por aquellos que hacen la paz» (3.18; Biblia de las Américas). Lamentablemente, no toda
semilla (la enseñanza) produce justicia, ni se siembra en paz. En 2 Timoteo 2 hay varios resultados
negativos como producto de la clase incorrecta de enseñanza, a saber:
Se alienta la impiedad: Las palabrerías profanas pueden «[conducir] más y más a la impiedad» (v.
16).
Se trastorna la fe: La doctrina falsa puede «[carcomer] como gangrena» y «[trastornar] la fe de
algunos» (vs. 17, 18).
Se alientan las contiendas: «… las cuestiones necias e insensatas […] engendran contiendas» (v. 23).
Necesitamos hacer preguntas como las siguientes: Como resultado de la enseñanza de este individuo,
¿están las personas más cerca del Señor? ¿Están llevando vidas más piadosas? ¿Son más fieles a la
Palabra de Dios? ¿Muestran más amor unos por otros?
La tercera prueba requiere de tiempo, porque el fruto crece poco a poco. Debido a ello, no podemos
apresurarnos a etiquetar a alguien de falso maestro. J. W. McGarvey escribió que «no debemos juzgar
apresuradamente, ni por actos pequeños y triviales, porque algunas clases de frutos malos [crecen] en
árboles buenos». Como se señaló anteriormente, incluso un buen árbol de manzana puede tener una
manzana llena de gusanos. Por lo tanto, necesitamos tener paciencia para aplicar esta prueba, sin
embargo, no podemos descuidar la prueba de la conducta. Es muy importante.

¿Qué diferencia hay?


¿Qué diferencia hay si nuestros guías religiosos son verdaderos o falsos? Los falsos maestros están en
el camino espacioso que lleva a la perdición (v. 13). Jesús dijo:

Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego (v. 19; compare con
3.10).

Yo vivo en un encantador barrio viejo con calles arboladas. Estos árboles son principalmente
decorativos. En Palestina, sin embargo, los árboles por lo general no eran cultivados para usarse como
decoración. Puede que hayan sido cultivados para combustible o para proporcionar madera para la
construcción, sin embargo, se cultivaban sobre todo por sus frutos. Si un árbol frutal no producía frutos
comestibles, estaba agotando el suelo de nutrientes que necesitaban los buenos árboles. El árbol
improductivo era por lo tanto cortado y usado como combustible. Por supuesto, los «árboles malos»
representaban a los falsos profetas. Jesús dejó en claro que los falsos maestros serán castigados en el
fuego del infierno. Cuando Pedro escribió acerca de la venida de los «falsos maestros», dijo que estos
traerán «sobre sí mismos destrucción repentina» (2 Pedro 2.1).
¿Qué pasa con aquellos que siguen a los falsos maestros? Están en el mismo camino, van hacia el
mismo destino. Jesús dijo que «si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo» (Mateo 15.14).
Podríamos adaptar Sus palabras de esta manera: Si un falso profeta guía al ingenuo, ambos van rumbo a
la destrucción eterna. Es por eso que hay una diferencia —una diferencia eterna— en que escuchemos a
los guías espirituales correctos.
Cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de poner a prueba a todos y a cada uno de los maestros
y sus enseñanzas. No hemos de ser como pajaritos que abren sus picos, dispuestos a aceptar cualquier
cosa que el pájaro madre deja caer en ellos. Lucas elogió a los de Berea porque «recibieron la palabra
con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así» (Hechos 17.11).
«Estas cosas», eran las enseñanzas de Pablo. ¡Escudriñaron las Escrituras para ver si lo que Pablo
enseñaba era bíblico! Así es como usted y yo deberíamos actuar en relación con quienes nos enseñan.
Recuerde que Juan dijo: «probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido
por el mundo» (1 Juan 4.1, énfasis añadido).
CONCLUSIÓN
Al ir concluyendo, permítame preguntar de nuevo: «¿Por cuál camino está viajando?». Hay dos
caminos: un camino espacioso que lleva a la perdición y un camino angosto que lleva a la vida. ¿Qué
sendero está tomando? Hay dos tipos de guías: uno falso y el otro verdadero. ¿Qué clase de guía está
siguiendo? No hay duda en cuanto a cuál es el camino que Jesús desea que tomemos, ni qué tipo de guía
espiritual desea Él que escuchemos y sigamos.
Se ha observado que las palabras «entrad por» de Mateo 7.13 no son solamente una exhortación;
también son una invitación. En el presente texto, 8 Jesús no solamente nos advierte; también nos da la
bienvenida. Nos sigue instando a todos los que le escuchemos decir: «Entrad por la puerta estrecha».
EL SERMÓN DEL MONTE
No hay sustituto para la obediencia
Mateo 7:21—8:1

La Biblia enseña que somos salvos por gracia, que no podemos ganar nuestra salvación (Efesios 2.8,
9). Al mismo tiempo, enseña que la gracia de Dios llega solamente a los que le obedecen. El autor de
Hebreos escribió que Jesús es «autor de eterna salvación para todos los que le obedecen» (Hebreos 5.9).
Jesús dijo que «el que rehúsa creer1 en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él» (Juan
3.36b). Expresamos nuestra fe mediante la obediencia (vea Santiago 2.14–26) y expresamos nuestro
amor mediante la obediencia (vea Juan 14.15). El presente texto declara que también expresamos
verdadera sabiduría mediante la obediencia. La persona sabia es la que oye y hace lo que dice Jesús
(Mateo 7.24). No hay sustituto para la obediencia.

LAS PALABRAS NO SON SUSTITUTO (7.21–23)


El principio (v. 21)
En los versículos 21 al 23, nos enteramos de que las palabras no pueden sustituir la obediencia. El
texto que nos ocupa comienza con la declaración de Jesús, que dice: «No todo el que me dice: Señor,
Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos»
(v. 21). Unos pocos versículos antes, Jesús habló de entrar por la puerta estrecha. Aquí, habló de entrar
en el reino. Entramos en el reino por la puerta estrecha. ¿Cómo pasamos por esa puerta y entramos al
reino? Entramos al reino de los cielos haciendo la voluntad del Dios que está en los cielos. Hasta este
punto en el sermón de Jesús, el término «reino» se ha referido principalmente al reino mesiánico, el que
los judíos habían estado anticipando. La promesa de este reino se cumplió con el establecimiento de la
iglesia. Un punto válido que se puede recoger del presente texto es que nadie se hace miembro de la
iglesia sin hacer la voluntad del Padre. Sin embargo, a medida que el sermón llegaba a su fin, Jesús centró
Su atención en el Día del Juicio (vs. 22, 23). Por lo tanto, en el versículo 21, lo probable es que Jesús
estaba pensando en el reino celestial. Nadie puede entrar al cielo sin hacer la voluntad de Dios.
Volvamos a la idea que Jesús estaba presentando: Las palabras no pueden sustituir la obediencia.
Algunos le llamaban «Señor». La palabra que se traduce como «Señor» (kurios) se utiliza aquí como una
designación divina. Una confesión temprana de fe decía «Jesús es Señor» (vea 1 Corintios 12.3). Las
palabras a las que se refiere Jesús en el presente texto no se limitaban a llamarlo «Señor», sino que
repetían la designación, esto es, «Señor, Señor», indicando con ello celo y entusiasmo. Todo ello es
encomiable, sin embargo, el llamar a Jesús «Señor» jamás puede ocupar el lugar de una entrega sincera
a Jesús como Señor. Los demonios reconocían a Jesús como «el Santo de Dios» (Marcos 1.24; vea
Santiago 2.19), sin embargo, después de haber hecho tal confesión, seguían siendo demonios.
Los que confiesan a Jesús como Señor tienen que comprometerse a guardar todos los mandamientos
de Dios. En el siguiente segmento (vs. 24–27), a la voluntad de Dios se le identifica con las palabras
pronunciadas por Jesús (vea Juan 8.28; 12.49, 50). Tenemos que dedicar nuestras vidas a hacer lo que
Dios y Jesús nos piden hacer. En el pasaje paralelo de Lucas, Jesús preguntó: «¿Por qué me llamáis,
Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?» (Lucas 6.46).
Cuando hablamos de hacer la voluntad de Dios, no estamos hablando de una obediencia perfecta.
Nadie lo puede lograr (vea 1 Juan 1.8). A lo largo de estos estudios, he confesado mis propias limitaciones
con respecto a los ideales del Sermón del Monte. ¿En qué estamos pensando entonces cuando hablamos
de hacer la voluntad de Dios? La obediencia es tanto un asunto de actitud como es un asunto de actuar.
Necesitamos una actitud que diga: «¡Si Dios dice que se haga, eso lo que quiero hacer!». Es necesario
que nos comprometamos a hacer la voluntad de Dios en la medida de nuestras posibilidades. J. W.
McGarvey escribió que «la obediencia, en la medida de nuestras posibilidades, en medio de la debilidad
de la carne y acompañada por el cumplimiento diario de las condiciones del perdón de nuestros pecados
diarios [vea Mateo 6.12; Hechos 8.22; 1 Juan 1.9], siempre ha encontrado favor con Dios».
Una escena del juicio (vs. 22, 23)
¿Qué de los que no tienen este tipo de compromiso? Llegamos a lo que D. Martyn Lloyd–Jones llamó
«las palabras más solemnes […] que se han pronunciado en este mundo», a saber: las palabras de los
versículos 22 y 23. Para mí son las palabras más tristes que se hayan dicho.
La sección comienza diciendo: «Muchos me dirán en aquel día…» (v. 22a). La frase «aquel día» se
refiere al día en el que Cristo regresa y todos somos juzgados (vea 2 Tesalonicenses 1.7–10; 2 Timoteo
1.12; 4.8). Observe que Jesús dijo: «Muchos me dirán en aquel día» (énfasis añadido). «Muchos» están
en el camino espacioso a la perdición (Mateo 7.13); trágicamente, la mayoría no se da cuenta de que así
es. Como resultado, en el Día del Juicio, «muchos» insistirán en que el Señor los acepte.
Observe de nuevo las palabras de Jesús: «Muchos me dirán en aquel día» (énfasis añadido). Cuando
estemos ante el trono del juicio, será Jesús quien esté sentado allí, y será Jesús quien decida nuestro
destino. Él dijo más adelante:

Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él,
entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las
naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos.
Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda (Mateo 25.31–33).

Jesús estaba, al momento de hablar, sentado en la ladera del monte, sin embargo, algún día se sentará
en Su trono. En el presente texto, Sus oyentes estaban decidiendo si lo aceptaban a Él y a Su enseñanza,
sin embargo, en «aquel día», Él decidirá si los acepta a ellos.
Jesús continuó diciendo: «Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu
nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?» (v. 22).
Esto fue dicho durante la época de los milagros, que comenzó con el ministerio de Jesús y se extendió a
lo largo de la vida de los apóstoles y aquellos a quienes les impusieron sus manos. Durante ese período
de tiempo, las personas profetizaban (hablar por Dios), expulsaban demonios de las personas y
demostraban otros dones milagrosos (vea Marcos 16.17, 18; Hechos 2.43, 13.1).
¿Realmente hicieron tales hazañas las personas descritas por Jesús? Si vivieron en la época de Jesús
y los apóstoles, es posible que las hicieran. Por ejemplo, uno de los que escuchaban a Jesús en la ladera
del monte era Judas. Judas recibió el poder de hacer milagros al igual que los otros apóstoles lo recibieron
(vea Mateo 10.1–4). Además, puedo imaginarme a un apóstol colocando las manos sobre alguien para
darle habilidades milagrosas (vea Hechos 8.18) y después a esa persona volviéndose infiel al Señor. En
1 Corintios 13, Pablo indicó que era posible tener el don de profecía y aún así carecer de amor (v. 2).
En sí mismo, el poder de hacer milagros nunca ha sido una prueba indiscutible de que se esté
agradando a Dios. En el Antiguo Testamento, Dios habló a Balaam y puso palabras en su boca (vea
Números 22.9, 35, 38), sin embargo, Balaam fue condenado como uno que «amó el premio de la maldad»
(2 Pedro 2.15). En el Nuevo Testamento, Pablo dijo que a los cristianos de Corinto no les faltaba ningún
don milagroso (vea 1 Corintios 1.7; 12.1, 4–11), sin embargo, la congregación en esa ciudad estaba
plagada de varios problemas espirituales.
También es posible que las personas de Mateo 7.22 habían sido engañadas por Satanás a pensar que
habían realizado milagros. Como hemos señalado anteriormente, Jesús dijo que «muchos falsos profetas
se levantarán» (Mateo 24.11). Cuando Pablo habló sobre el «inicuo», dijo que su venida será «por obra
de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos» (2 Tesalonicenses 2.9). En cuanto a la
posibilidad de que algunos puedan ser engañados de tener poderes milagrosos, H. Leo Boles escribió que
«las personas pueden vivir engañadas, morir engañadas y venir engañadas delante de Dios en el juicio».
Puede que las personas del presente texto hicieran lo que alegaban haber hecho, o tal vez no lo
hicieron. En todo caso, es evidente que pensaban que habían hecho muchas maravillas en el nombre de
Jesús y que ello les daba derecho a un trato especial. Hay una arrogancia en sus palabras que nos recuerda
del fariseo que le dijo a Dios lo grande que era él: «Dios, te doy gracias porque no soy como los otros
hombres, ladrones, injustos, adúlteros, […] ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que
gano» (Lucas 18.11, 12).
Para aplicar las palabras, podemos imaginarnos a alguien diciéndole al Señor en el Día del Juicio:
«Señor, ¿acaso no asistí a todos los servicios de la iglesia, tuve una vida moral buena y en tu nombre
ayudé a muchas personas?». Me pone nervioso pensar en ello, pero puedo imaginarme a un evangelista
diciendo: «Señor, ¿no prediqué fielmente por ti todos estos años, enseñé numerosas clases de la Biblia,
escribí artículos religiosos y en tu nombre aconsejé a muchas almas atribuladas?». Todos estos actos son
encomiables, sin embargo, ninguno puede sustituir el tener una relación correcta con el Señor.
La escena ha sido establecida para el tremendamente triste versículo que dice: «Y entonces les
declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad» (v. 23). La palabra griega que se
traduce como «declararé» (homologeo) es la palabra que a menudo se traduce como «confesar» (como
en Mateo 10.32). «En este contexto, quiere decir hacer un pronunciamiento legal». Es el veredicto
solemne de la Persona que está sentada en el trono del juicio.
¿Cuál fue el veredicto? En primer lugar, «Nunca os conocí». No quiere decir que el Señor no estuvo
al tanto de su existencia ni que no sabía lo que habían hecho. En la Biblia, a menudo se usa la palabra
«conocer» para expresar una relación. En el Antiguo Testamento, Dios le dijo a la nación de Israel, «A
vosotros solamente he conocido de todas las familias de la tierra» (Amos 3.2a). En el Nuevo Testamento,
Pablo dijo: «Pero si alguno ama a Dios, es conocido por él» (1 Corintios 8.3), «Conoce el Señor a los
que son suyos» (2 Timoteo 2.19). Jesús estaba diciendo que los que están siendo juzgados no son de Él,
que no tenían una relación salvadora con Él. Su declaración: «Nunca os conocí», podría indicar que ellos
nunca se habían hecho cristianos en el sentido bíblico de la palabra, aunque seguramente pensaban que
eran hijos de Dios.
Jesús luego dijo estas desgarradoras palabras: «apartaos de mí, hacedores de maldad». En el Día del
Juicio, Jesús dirá a los de Su izquierda: «Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el
diablo y sus ángeles» (Mateo 25.41). Luego, «… irán éstos al castigo eterno», «excluidos de la presencia
del Señor y de la gloria de su poder» (Mateo 25.46a; 2 Tesalonicenses 1.9).
Jesús se refirió a estas personas como a «hacedores de maldad». La traducción de Phillips consigna:
«¡han trabajado al lado del mal!». No eran individuos que podríamos llamar «malos». Eran religiosos.
Al parecer, eran sinceros y concienzudos en su actuar religioso. Pensaban que estaban sirviendo a Dios.
¿Por qué, entonces, se les refiere como a «hacedores de maldad»? Tal vez, porque pensaban que hacer
algunas buenas obras era todo lo que Dios requería. Tal vez, porque pensaban que hacer las cosas «en el
nombre del Señor», los calificaba para ser conocidos como hijos de Dios. Tal vez, porque pensaban que
haciendo buenas obras, de alguna manera se ganarían un lugar en el cielo. Jesús dejó en claro, sin
embargo, que no habían hecho la voluntad de Dios que está en los cielos. De alguna manera, habían
seguido los dictados de su corazón en lugar de las leyes de Dios. Por lo tanto, a los ojos de Dios, eran
personas «sin ley», esto es, personas que se oponen a Su ley. Una vez más, declaro que las palabras no
sustituyen la obediencia.
No me malinterprete. Confesar a Jesús como Señor es importante, incluso esencial. Pablo escribió:
«… si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los
muertos, serás salvo» (Romanos 10.9). Jesús dijo: «A cualquiera, pues, que me confiese delante de los
hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos» (Mateo 10.32). Sin
embargo, llamarle «Señor» a Jesús es inútil cuando la confesión no es respaldada con un compromiso a
hacer Su voluntad. Tanto los labios como la vida tienen que estar dedicados a Él.

EL OÍR NO ES UN SUSTITUTO (7.24–27)


El principio
Jesús declaró luego que el oír por sí solo no es un sustituto para la obediencia. En el segmento final
del Sermón del Monte, Jesús se refirió a los que obedecen Sus palabras y a los que no las obedecen. Dijo
que los primeros permanecerán de pie cuando las tormentas del tiempo y la eternidad golpeen, mientras
que los otros serán destruidos.
Oír la Palabra de Dios es importante. En el Antiguo Testamento, Moisés exhortó al pueblo, diciendo:
«Oye, Israel» (Deuteronomio 6.4). En el Nuevo Testamento, a menudo se encuentra esta advertencia:
«El que tiene oídos para oír, oiga» (Mateo 11.15; vea 13.9, 43; Marcos 4.9, 43; 7.16; Lucas 8.8; 14.35).
Pablo dijo: «Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios» (Romanos 10.17). Sin embargo,
no basta con oír la Palabra de Dios, ni siquiera con entenderla. En «La parábola del sembrador» (Lucas
8.4–15), todas las cuatro categorías de personas escucharon la Palabra (vs. 12–15), sin embargo,
solamente uno de los cuatro dio fruto a Dios (vs. 8, 15).
El oír sin poner en práctica lo que oímos es improductivo: No logra nada. Peor aún, en lo espiritual,
es contraproducente: Puede condenar el alma. John R. W. Stott escribió que «la Biblia es un libro
peligroso de leer» y A. T. Robertson dijo: «Escuchar sermones es algo peligroso» —peligroso, es decir,
cuando no hacemos nada acerca de lo que leemos y escuchamos. Tenemos que aprender y hacer.

El constructor prudente (vs. 24, 25)


Jesús enfatizó Su enseñanza con la conocida parábola de los dos constructores. En todo el mundo, los
niños cantan: «El hombre prudente construyó su casa sobre la roca…». Jesús habló primero sobre el
constructor prudente: «Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre
prudente, que edificó su casa sobre la roca» (Mateo 7.24). La palabra que se traduce como «prudente»
(phronimos) significa «sabio y razonable».
La frase «estas palabras» se refiere específicamente a las palabras de Jesús en el Sermón del Monte,
sin embargo, puede hacerse la aplicación a todas las palabras que pronunció. A los dirigentes judíos les
dijo: «El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella
le juzgará en el día postrero» (Juan 12.48). También puede hacerse aplicación a las palabras que tiempo
después hablaron Sus apóstoles inspirados. Antes de morir, Jesús les dijo a Sus apóstoles que enviaría el
Espíritu Santo (Juan 14.16, 17), que les recordaría todo lo que Él les había enseñado (v. 26).
A todo el Nuevo Testamento se le conoce como «el Nuevo Testamento de Jesucristo». Actuar en base
a las palabras de Cristo es actuar en base a lo que se enseña en el Nuevo Testamento. A los que así hacen
se les puede comparar con un hombre prudente que edificó su casa sobre una roca. Ninguna estructura
es más fuerte que su mismo fundamento. El accidentado terreno de Palestina tiene muchas formaciones
rocosas masivas, por lo que no habría sido difícil encontrar una roca sobre la cual construir. Si no había
una base rocosa adecuada en la superficie, podía encontrarse una si se excavaba. En el Sermón del Llano,
Jesús dijo que quien actúa en base a Sus palabras «semejante es al hombre que al edificar una casa, cavó
y ahondó y puso el fundamento sobre la roca» (Lucas 6.48a).
Jesús continuó diciendo: «Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra
aquella casa» (Mateo 7.25a). La casa fue golpeada desde arriba por la lluvia, por debajo por los ríos y
por vientos por el costado. Para entender la imagen, puede que ayude saber algo sobre el terreno de
Palestina. La tierra estaba seca la mayor parte del año y había muchos barrancos secos, algunos de los
cuales tenían fondos arenosos. Durante la temporada de lluvias, las quebradas crecían con torrentes de
agua que barrían con todo a su paso. Para apreciar el mensaje de Jesús, trate de imaginar la turbulencia
de la escena: ¡la lluvia cayendo, el viento soplando fuerte y las olas golpeando contra la casa!
«¡Espere un minuto!», alguien podría reclamar. «Este es el constructor prudente. Es el que oye y
obedece. ¡Ciertamente, los prudentes y obedientes no sufren las tormentas como sí les sucede a los
insensatos y desobedientes!». Sí, los que siguen a Jesús sufren malos tiempos al igual que aquellos que
se niegan a seguirlo.
Están las tormentas de este mundo. Nuestras vidas pueden ser golpeadas por la enfermedad, las
decepciones, el dolor, la traición y la persecución. Los desafíos de la vejez y la proximidad de la muerte
pueden amenazar con abrumarnos. De mayores consecuencias es el tiempo de prueba más allá de este
mundo, en el Día del Juicio. A la luz de los versículos que inmediatamente preceden (vs. 22, 23),
probablemente es lo más importante en la mente de Jesús. La Biblia enseña…

De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí (Romanos 14.12).

Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo (2


Corintios 5.10).

Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después
de esto el juicio (Hebreos 9.27).

¿Qué pasó con la casa del prudente cuando fue golpeada por la lluvia, los ríos y el viento? «… no
cayó, porque estaba fundada sobre la roca» (Mateo 7.25b). Permaneció en pie porque había sido
construida sobre una base sólida. Nuestra vida tiene que ser construida sobre la roca sólida (vea 1 Juan
2.17).
Se ha señalado que Jesús no dijo que el hombre prudente construyó sobre «una roca», sino sobre «la
roca» (énfasis añadido). Tal vez, estaba refiriéndose veladamente a sí mismo como «la roca» (vea 1
Corintios 3.11). Incluso si ese es el caso, Su énfasis no estaba en la roca, sino sobre cómo construimos
sobre la roca, esto es, escuchándole y luego haciendo lo que Él dice. No es suficiente con saber lo que
Jesús dice en Su Palabra; tenemos que hacer lo que Él dice. No es suficiente con admirar Su enseñanza,
hay que actuar consecuentemente. Ni siquiera es suficiente con enseñar y predicar lo que dijo Jesús. Si
bien la predicación es importante, no puede ocupar el lugar de la práctica. Tenemos que obedecer a Jesús.
Así es como obtenemos un mejor entendimiento y apreciación de Sus palabras, y así es como le
complacemos.
En el canto de los niños sobre los dos constructores, el último verso dice así:

Entonces, construya tu casa sobre el Señor Jesucristo … y descenderán bendiciones. Las


bendiciones descienden conforme suban las oraciones.

Cuando canto con niños, les explico lo que Jesús dijo acerca de los dos constructores, y entonces
sugiero palabras nuevas para que los niños canten:

Entonces construya tu vida sobre la Palabra del Señor… y descenderán bendiciones. Las
bendiciones descenderán si hacemos Su voluntad.

El constructor insensato (vs. 26, 27)


En el versículo 26, Jesús volvió Su atención al constructor insensato, diciendo: «Pero cualquiera que
me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la
arena» (v. 26). La palabra que se traduce como «insensato» (moros) quiere decir «obtuso, lento, aburrido
[…] estúpido, insensato».
Cuando contemplamos la analogía de la construcción de una casa, podríamos sentirnos tentados a
hablar sobre la forma de construir o sobre los materiales de la edificación (vea 1 Corintios 3.12, 13). Sin
embargo, en la ilustración de Jesús, la única diferencia entre las dos casas es el fundamento. Las dos
casas podrían haber tenido el mismo plano. Puede que se hayan usado los mismos materiales en su
construcción. Puede que hayan tenido exactamente la misma apariencia para los transeúntes.
Evidentemente, estaban en el mismo lugar, en vista de que la tormenta que azotó, al parecer, también
golpeó la otra. La única diferencia la constituía el fundamento. El hombre prudente construyó sobre la
roca, mientras que el hombre insensato construyó sobre la arena.
Los escépticos podrían insistir, diciendo: «Pero nadie es tan insensato como para construir una casa
sobre la arena». En realidad, muchas estructuras físicas han sido construidas sobre cimientos inestables.
Un ejemplo notable es la torre de Pisa, que fue construida sobre un terreno lleno de escombros. No pasó
mucho tiempo antes de que la torre comenzara a inclinarse. Hoy en día, se están gastando grandes sumas
de dinero para impedir que la torre se derrumbe. Por supuesto, Jesús no estaba pensando en constructores
reales de casas. Su interés no era la construcción de viviendas, sino la construcción de vidas. La triste
realidad es que cada día multitudes emulan al constructor insensato en su actitud y actuar. Las personas
se apresuran a contraer matrimonio sin la preparación adecuada. Las personas se apresuran a hacer
acuerdos financieros sin investigar cuidadosamente. Por desgracia, es incluso cierto con respecto a la
religión. Muchos desean una gratificación espiritual instantánea sin tomar el tiempo y hacer el esfuerzo
para plantar su vida firmemente sobre la Roca Eterna.
En vista de que al hombre insensato no le importó contar con un fundamento firme, su casa fue
probablemente construida con mayor rapidez que la del hombre prudente. Me lo imagino satisfecho de
sí mismo al mudarse con su familia a su nueva casa. «Ja, ja», le dice al otro constructor, «¡Construí mi
casa en la mitad de tiempo!». Sin embargo, luego «descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos,
y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina» (Mateo 7.27). Espiritualmente
hablando, este desmoronamiento comienza a menudo cuando golpean las tormentas de la vida; sin
embargo, el colapso total será evidente en el Día del Juicio. Algunos han levantado intrincados refugios
para protegerse de las tormentas de esta vida física, pero en el último día, toda protección de manufactura
humana será quitada de en medio. Todo quedará indefenso ante el trono poderoso de Dios. Entonces, los
que no estén preparados caerán y su caída será grande. Jesús terminó Su magistral sermón en este punto,
no con una declaración trivial tranquilizadora, ¡sino con un rotundo estruendo!
No hay manera de malinterpretar el mensaje de Jesús. No es suficiente con solamente escuchar y
conocer Su voluntad, tenemos que hacer lo que Él nos ha dicho que hagamos. Boles escribió: «No hay
nada peor que oír y no hacer; el oír solamente agrava la culpa; entre más sepa el oyente de su deber, más
culpable es si no obedece» (vea Santiago 4.17). Una vez más, digo que ello no quiere decir que somos
capaces de una obediencia perfecta, sino que debe ser el objetivo e intención de nuestro corazón hacer la
voluntad de Dios en la medida de nuestras posibilidades. El oír no es sustituto para la obediencia.

CONCLUSIÓN
Hemos llegado al final de nuestro estudio sobre el Sermón del Monte. En relación con este sermón,
Albert Barnes escribió: «En ninguna de las lenguas existe un discurso que se pueda comparar con este
sermón en pureza, verdad, belleza y dignidad». Espero que el tiempo que hemos pasado juntos lo lleve
aún más a estar de acuerdo con esta evaluación.
¿Qué efecto tuvo el sermón en los que lo escucharon por primera vez? Mateo escribió: «Y cuando
terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina» (Mateo 7.28). Jesús había dirigido Sus
palabras específicamente a Sus discípulos (vea 5.1, 2), los que ya estaban comprometidos a seguirlo, sin
embargo, es evidente que «la gente», que se reunió alrededor de Él (vea 4.25; 5.1; 7.28) también oyó Sus
palabras. Estos se «admiraban» de Su doctrina. La palabra griega que se traduce como «admiraba»
(ekplesso) es una palabra enérgica. Quiere decir «dejar sin sentidos», quedar «sin habla», quedar
«sorprendido» (KJV).
¿Por qué estaban las multitudes tan asombradas con la enseñanza de Jesús? «… porque les enseñaba
como quien tiene autoridad, y no como los escribas» (7.29). «Los escribas eran hombres cultos que
preservaban, copiaban y exponían la ley y la tradición». En sus enseñanzas, citaban innumerables
autoridades, diciendo: «Rabino A dice con la autoridad de Rabino B y Rabino B dice con la autoridad de
Rabino C y Rabino C dice con la autoridad de Rabino D», y así sucesivamente. En el Talmud judío se
han preservado muestras de tales discursos. Robertson los llamó «la más seca, más aburrida y desunida
colección de comentarios acerca de todo problema concebible en la historia de la humanidad».
En contraste con los escribas, Jesús habló «como quien tiene autoridad» (vea Mateo 28.18). Los
escribas hablaron «con la autoridad de», mientras que Jesús habló «con autoridad». Los escribas decían:
«Rabí Fulano de Tal dijo», mientras que Jesús decía: «Yo os digo» (Mateo 5.18, 20). «Jesús tenía un
tono como sello de auto-autenticación para darles autoridad a sus palabras».
Algunos reconocen la grandeza del Sermón del Monte, pero no reconocen la grandeza del Orador del
Monte. La grandeza del sermón descansa en la grandeza del Orador. Repito, algunos admiran los altos
estándares del Sermón del Monte, sin tomar en cuenta que «… el Sermón del Monte no puede ser vivido
sin el Salvador del Monte». Por medio de Jesús, tenemos fortaleza interior (Juan 16.33; 1 Juan 5.4). Por
medio de Jesús, somos perdonados cuando fallamos (vea Efesios 1.7).
Por lo tanto, a medida que finalizamos el presente estudio, quiero volver su atención a Aquel que
predicó el Sermón del Monte. La gente estaba admirada y asombrada de Su doctrina. ¿Se ha sorprendido
y asombrado usted? Cuando le oyeron enseñar, las multitudes lo seguían. ¿Y usted? Después de haber
estudiado Su gran sermón, ¿está usted dispuesto a seguirle? ¿Está listo para comprometerse a hacer Su
voluntad? Solamente los que le obedecen serán bendecidos. Solamente los que escuchan Sus palabras y
las hacen podrán soportar las tormentas de esta vida y la siguiente.

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