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En las primeras décadas del siglo XX se dan dos hechos importantes en el ámbito teatral: el estreno de una
gran cantidad de obras y la coexistencia de varias generaciones de dramaturgos (realistas, noventayochistas y
de la Generación del 27). Además, el teatro de la época se organiza en dos vertientes: el teatro comercial y
el teatro renovador o anticomercial.
Por un lado, el teatro comercial se caracteriza por crear obras convencionales de visión folclórica o acrítica y
que responden a los gustos del público, de los empresarios y de los actores en torno a los que se organizaban
grandes compañías como la de María Guerrero. En él, encontramos tendencias y autores: las comedias y
melodramas rurales de Jacinto Benavente; el teatro poético (dramas históricos en verso) de Marquina y
Villaespesa; y el teatro cómico, como la tragicomedia de Arniches, el astracán de Pedro Muñoz Seca, las
comedias de los hermanos Álvarez Quintero y los sainetes de Arniches y los Quintero. Destacan las obras de
los autores más representativos: La señorita de Trevélez, de Carlos Arniches, o Los intereses creados, de
Jacinto Benavente. Benavente (1866-1954), quien recibió el Premio Nobel de Literatura en 1922, cultivó un
teatro acorde con los gustos públicos de la época y definió el teatro como un instrumento de evasión y de
ilusión. Su obra más destacable es la farsa Los intereses creados (1907), en la que el autor recrea los
personajes de la commedia dell’arte italiana y que trata de dos pícaros, Leandro y Crispín que logran hacer
creer que el primero es un hombre adinerado para enamorar a la hija del rico Polichinela y así conseguir
riquezas. La obra critica la hipocresía de la sociedad burguesa, regida por la conveniencia y el dinero.
Por otro, el teatro anticomercial se caracteriza por el abandono del realismo, ya que este es la forma preferida
por la burguesía y en este momento predomina un sentimiento antiburgués, además de que resultaba
insuficiente para mostrar sus inquietudes ideológicas o existenciales; por el uso del teatro como cauce de
reflexión filosófica, ya que su acción, caracteres o escenografía son muy esquemáticos y cargados de valor
simbólico; y, por último, por la recuperación de formas primitivas de la teatralidad, debido a que hay un retorno
a subgéneros arcaicos donde cultivan la tragedia (Bodas de sangre, de Lorca), el auto sacramental (Angelita,
de Azorín) y la farsa (Valle-Inclán y Lorca). En esta época destacan tres obras principales: El señor de
Pigmalión, de Jacinto Grau; Angelita, de Azorín; y La venda, de Unamuno.
Dos de los autores más importantes de la literatura española, en concreto, del teatro experimental, son
Valle-Inclán y Lorca. El primero, Ramón María del Valle-Inclán, fue un dramaturgo, poeta y novelista que
escribió Luces de bohemia (1920 y 1924), obra que se caracteriza por la recreación del esperpento, un
subgénero literario creado por él que deforma y distorsiona la realidad para presentarnos la imagen real que se
oculta tras ella, poniendo de relieve lo absurdo y miserable de la existencia. Esta trata de la última noche de
Max Estrella, un poeta ciego y fracasado de la bohemia madrileña, mediante el que hace una crítica feroz de la
realidad política y social de España. En segundo lugar, es indispensable mencionar a Federico García Lorca
(el poeta de mayor popularidad de la literatura española del siglo XX y uno de los mejores dramaturgos de la
época) cuya obra Bodas de Sangre es una tragedia escrita en prosa y verso que fue publicada en el 1933 y
que relata la historia de una novia que huye con su antiguo novio el día de su boda, tratando así temas como el
amor, la violencia, la muerte y las normas sociales que reprimen los instintos. En la obra se utilizan numerosos
símbolos como el caballo (masculinidad), la luna (muerte o erotismo), el cuchillo (la muerte y lo inevitable), la
mendiga (la muerte) o el azahar (la pureza).