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PARTE

II

LECTURAS DE
REFLEXIÓN

- Espiritualidad Franciscana
- La Vida Fraterna en Comunidad
- Camino Sinodal en la Vida Consagrada FIC
CONTENIDO

PARTE II

Tomás de Celano: VIDA PRIMERA DE SAN FRANCISCO 03


PREGUNTAS DE REFLEXIÓN 13

LA VIDA FRATERNA EN COMUNIDAD 14


CAPÍTULO I 16
El don de la comunión y de la comunidad
PREGUNTAS DE REFLEXIÓN 16

CAPÍTULO II 17
La comunidad religiosa, lugar donde se llega a ser hermanos PREGUNTAS DE
REFLEXIÓN 24

CAPÍTULO III 25
La comunidad religiosa, lugar y sujeto de la misión
PREGUNTAS DE REFLEXIÓN 26

CAMINO SINODAL EN LA VIDA CONSAGRADA 27


a) La Vida Consagrada convocada a la unidad desde la Sinodalidad 29
b) Vivir en santidad 29
c) Las tres P de la Sinodalidad en la Vida Consagrada 30
PREGUNTAS DE REFLEXIÓN 31

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Tomás de Celano:
VIDA PRIMERA DE SAN FRANCISCO
San Francisco de Asís.
Escritos. Biografías. Documentos de la época.
Edición preparada por José Antonio Guerra, o.f.m.

Biblioteca de Autores Cristianos (BAC 399) Madrid,


1998, 7ª edición (reimpresión), págs. 135-228.

En el nombre del Señor. Amén.

1. Deseando narrar con piadosa devoción ordenadamente, guiado y amaestrado siempre


por la verdad, los hechos y la vida de nuestro bienaventurado padre Francisco, y no
habiendo nadie que guarde memoria de todo lo que él hizo y enseñó, yo, por mandato
del señor y glorioso papa Gregorio, he tratado de relatar, como mejor he podido, aunque
sea con palabras desmañadas, siquiera lo que oí de su propia boca o lo que he llegado a
conocer por testigos fieles y acreditados. ¡Ojalá merezca ser discípulo de quien siempre
evitó expresiones enigmáticas y no supo de artificios literarios!

Su género de vida mientras vivió en el siglo

Hubo en la ciudad de Asís, situada en la región del valle de Espoleto, un hombre llamado
Francisco; desde su más tierna infancia fue educado licenciosamente por sus padres, a tono con
la vanidad del siglo; e, imitando largo tiempo su lamentable vida y costumbres, llegó a
superarlos con creces en vanidad y frivolidad.

Cautivaba la admiración de todos y se esforzaba en ser el primero en pompas de vanagloria, en


los juegos, en los caprichos, en palabras jocosas y vanas, en las canciones y en los vestidos
suaves y cómodos; y aunque era muy rico, no estaba tocado de avaricia, sino que era pródigo;
no era ávido de acumular dinero, sino manirroto; negociante cauto, pero muy fácil dilapidador.
Era, con todo, de trato muy humano, hábil y en extremo afable, bien que para desgracia suya.
Porque eran muchos los que, sobre todo por esto, iban en pos de él obrando el mal e incitando a
la corrupción; marchaba así, altivo y magnánimo en medio de esta cuadrilla de malvados, por
las plazas de Babilonia, hasta que, fijando el Señor su mirada en él, alejó su cólera por el honor
de su nombre y reprimió la boca de Francisco, depositando en ella su alabanza a fin de evitar su
total perdición. Fue, pues, la mano del Señor la que se posó sobre él y la diestra del Altísimo la
que lo transformó, para que, por su medio, los pecadores pudieran tener la confianza de
rehacerse en gracia y sirviese para todos de ejemplo de conversión a Dios.

Cómo Dios visitó su corazón por una enfermedad y por un sueño

En efecto, cuando por su fogosa juventud hervía aún en pecados y la lúbrica edad lo arrastraba
desvergonzadamente a satisfacer deseos juveniles e, incapaz de contenerse, era incitado con el
veneno de la antigua serpiente, viene sobre él repentinamente la venganza; mejor, la unción
divina, que intenta encaminar aquellos sentimientos extraviados, inyectando angustia en su alma
y malestar en su cuerpo, según el dicho profético: He aquí que yo cercaré tus caminos de
zarzas y alzaré un muro (Os 2,6). Y así, quebrantado por larga enfermedad, como ha
menester la humana obstinación, que

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difícilmente se corrige si no es por el castigo, comenzó a pensar dentro de sí cosas distintas de
las que acostumbraba.

Y cuando, ya repuesto un tanto y apoyado en un bastón, comenzaba a caminar de acá para allá
dentro de casa para recobrar fuerzas, cierto día salió fuera y se puso a contemplar con más
interés la campiña que se extendía a su alrededor. Mas, ni la hermosura de los campos, ni la
frondosidad de los viñedos, ni cuanto de más deleitoso hay a los ojos pudo en modo alguno
deleitarle. Maravillábase de tan repentina mutación y juzgaba muy necios a quienes amaban
tales cosas. A partir de este día, comenzó a tenerse en menos a sí mismo y a mirar con cierto
desprecio cuanto antes había admirado y amado. Mas no del todo ni de verdad, que todavía no
estaba desligado de las ataduras de la vanidad ni había sacudido de su cerviz el yugo de la
perversa esclavitud. Porque es muy costoso romper con las costumbres y nada fácil arrancar del
alma lo que en ella ha prendido; aunque haya estado el espíritu alejado por mucho tiempo, torna
de nuevo a sus principios, pues con frecuencia el vicio se convierte, por la repetición, en
naturaleza. Intenta todavía Francisco huir de la mano divina, y, olvidado algún tanto de la
paterna corrección ante la prosperidad que le sonríe, se preocupa de las cosas del mundo, y,
desconociendo los designios de Dios, se promete aún llevar a cabo las más grandes empresas
por la gloria vana de este siglo. En efecto, un noble de la ciudad de Asís prepara gran aparato de
armas, ya que, hinchado del viento de la vanidad, se había comprometido a marchar a la Pulla
con el fin de acrecentar riquezas y honores. Sabedor de todo esto Francisco, que era de ánimo
ligero y no poco atrevido, se pone de acuerdo con él para acompañarle; que si inferior en
nobleza de sangre, le superaba en grandeza de alma, y si más corto en riquezas, era más largo en
liberalidades.

Cómo, cambiado en el interior, mas no en el exterior, habla alegóricamente del


hallazgo de un tesoro y de una esposa

Cambiado ya, pero sólo en el interior y no externamente, renuncia a marchar a la Pulla y se


aplica a plegar su voluntad a la divina. Y así, retirándose un poco del barullo del mundo y del
negocio, procura guardar en lo íntimo de su ser a Jesucristo. Cual prudente comerciante, oculta a
los ojos de los ilusos la perla hallada y con toda cautela se esfuerza en adquirirla vendiéndolo
todo. Había cerca de la ciudad una gruta, a la que se llegaban muchas veces, platicando
mutuamente sobre el tesoro. Entraba en ella el varón de Dios, santo ya por su santa resolución,
mientras su compañero le aguardaba fuera. Lleno de un nuevo y singular espíritu, oraba en lo
íntimo a su Padre. Tenía sumo interés en que nadie supiera lo que sucedía dentro y ocultando
sabiamente lo que con ocasión de algo bueno le acaecía de mejor, sólo con su Dios deliberaba
sobre sus santas determinaciones. Con la mayor devoción oraba para que Dios, eterno y
verdadero, le dirigiese en sus pasos y le enseñase a poner en práctica su voluntad. Sostenía en su
alma tremenda lucha, y, mientras no llevaba a la práctica lo que había concebido en su corazón,
no hallaba descanso; uno tras otro se sucedían en su mente los más varios pensamientos, y con
tal insistencia que lo conturbaban duramente. Se abrasaba de fuego divino en su interior y no
podía ocultar al exterior el ardor de su espíritu. Dolíase de haber pecado tan gravemente y de
haber ofendido los ojos de la divina Majestad; no le deleitaban ya los pecados pasados ni los
presentes; mas no había recibido todavía la plena seguridad de verse libre de los futuros. He
aquí por qué cuando salía fuera, donde su compañero, se encontraba tan agotado por el esfuerzo,
que uno era el que entraba y parecía otro el que salía. Cierto día en que había invocado la
misericordia del Señor hasta la hartura, el Señor le mostró cómo había de comportarse. Y tal fue
el gozo que sintió desde este instante, que, no cabiendo dentro de sí de tanta alegría, aun sin
quererlo, tenía que decir algo al oído de los hombres. Mas, si bien, por el ímpetu del amor que le
consumía, no podía callar, con todo, hablaba con mucha cautela y enigmáticamente. Como lo
hacía con su amigo predilecto, según se ha dicho,

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acerca del tesoro escondido, así también trataba de hablar en figuras con los demás; aseguraba
que no quería marchar a la Pulla y prometía llevar a cabo nobles y grandes gestas en su propia
patria. Quienes le oían pensaban que trataba de tomar esposa, y por eso le preguntaban:
«¿Pretendes casarte, Francisco?» A lo que él respondía: «Me desposaré con una mujer la más
noble y bella que jamás hayáis visto, y que superará a todas por su estampa y que entre todas
descollará por su sabiduría». En efecto, la inmaculada esposa de Dios es la verdadera Religión
que abrazó, y el tesoro escondido es el reino de los cielos, que tan esforzadamente él buscó;
porque era preciso que la vocación evangélica se cumpliese plenamente en quien iba a ser
ministro del Evangelio en la fe y en la verdad.

Cómo, cambiado el vestido, repara la iglesia de Santa María de la Porciúncula, y,


oído el evangelio, deja todas las cosas y se confecciona el hábito para sí y sus
hermanos

Entre tanto, el santo de Dios, cambiado su vestido exterior y restaurada la iglesia ya


mencionada, marchó a otro lugar próximo a la ciudad de Asís; allí puso mano a la reedificación
de otra iglesia muy deteriorada y semiderruida; de esta forma continuó en el empeño de sus
principios hasta que dio cima a todo.

De allí pasó a otro lugar llamado Porciúncula, donde existía una iglesia dedicada a la
bienaventurada Virgen Madre de Dios, construida en tiempos lejanos y ahora abandonada, sin
que nadie se cuidara de ella. Al contemplarla el varón de Dios en tal estado, movido a
compasión, porque le hervía el corazón en devoción hacia la madre de toda bondad, decidió
quedarse allí mismo. Cuando acabó de reparar dicha iglesia, se encontraba ya en el tercer año de
su conversión. En este período de su vida vestía un hábito como de ermitaño, sujeto con una
correa; llevaba un bastón en la mano, y los pies calzados.

Pero cierto día se leía en esta iglesia el evangelio que narra cómo el Señor había enviado a sus
discípulos a predicar; presente allí el santo de Dios, no comprendió perfectamente las palabras
evangélicas; terminada la misa, pidió humildemente al sacerdote que le explicase el evangelio.
Como el sacerdote le fuese explicando todo ordenadamente, al oír Francisco que los discípulos
de Cristo no debían poseer ni oro, ni plata, ni dinero; ni llevar para el camino alforja, ni bolsa, ni
pan, ni bastón; ni tener calzado, ni dos túnicas, sino predicar el reino de Dios y la penitencia, al
instante, saltando de gozo, lleno del Espíritu del Señor, exclamó: «Esto es lo que yo quiero, esto
es lo que yo busco, esto es lo que en lo más íntimo del corazón anhelo poner en práctica».

Rebosando de alegría, se apresura inmediatamente el santo Padre a cumplir la doctrina saludable


que acaba de escuchar; no admite dilación alguna en comenzar a cumplir con devoción lo que
ha oído. Al punto desata el calzado de sus pies, echa por tierra el bastón y, gozoso con una
túnica, se pone una cuerda en lugar de la correa. Desde este momento se prepara una túnica en
forma de cruz para expulsar todas las ilusiones diabólicas; se la prepara muy áspera, para
crucificar la carne con sus vicios y pecados; se la prepara, en fin, pobrísima y burda, tal que el
mundo nunca pueda ambicionarla. Todo lo demás que había escuchado se esfuerza en realizarlo
con la mayor diligencia y con suma reverencia. Pues nunca fue oyente sordo del Evangelio, sino
que, confiando a su feliz memoria cuanto oía, procuraba cumplirlo a la letra sin tardanza.

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Predicación del Evangelio y anuncio de la paz y la conversión de los seis
primeros hermanos

Desde entonces comenzó a predicar a todos la penitencia con gran fervor de espíritu y gozo de
su alma, edificando a los oyentes con palabra sencilla y corazón generoso. Su palabra era como
fuego devorador, penetrante hasta lo más hondo del alma, y suscitaba la admiración en todos.
Parecía totalmente otro de lo que había sido, y, contemplando el cielo, no se dignaba mirar a la
tierra. Y cosa admirable en verdad: comenzó a predicar allí donde, siendo niño, aprendió a leer
y donde primeramente fue enterrado con todo honor. De este modo, los venturosos comienzos
quedaron avalados por un final, sin comparación, más venturoso. Donde aprendió, allí enseñó, y
donde comenzó, allí felizmente terminó. En toda predicación que hacía, antes de proponer la
palabra de Dios a los presentes, les deseaba la paz, diciéndoles: «El Señor os dé la paz».
Anunciaba devotísimamente y siempre esta paz a hombres y mujeres, a los que encontraba y a
quienes le buscaban. Debido a ello, muchos que rechazaban la paz y la salvación, con la ayuda
de Dios abrazaron la paz de todo corazón y se convirtieron en hijos de la paz y en émulos de la
salvación eterna. Entre éstos, uno de Asís, de espíritu piadoso y humilde, fue quien primero
siguió devotamente al varón de Dios. A continuación, abrazó esta misión de paz y corrió
gozosamente en pos del Santo, para ganarse el reino de los cielos, el hermano Bernardo. Este
había hospedado con frecuencia al bienaventurado Padre; habiendo observado y comprobado su
vida y costumbres, reconfortado con el aroma de su santidad, concibió el temor de Dios y
alumbró el espíritu de salvación. Lo había visto que, sin apenas dormir, estaba en oración
durante toda la noche, alabando al Señor y a la gloriosísima Virgen, su madre; y se admiraba y
se decía: «En verdad, este hombre es de Dios».

Diose prisa, por esto, en vender todos sus bienes, y distribuyó a manos llenas su precio entre los
pobres, no entre sus parientes; y, abrazando la norma del camino más perfecto, puso en práctica
el consejo del santo Evangelio: Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a
los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos, y ven y sígueme (Mt 19,21). Llevado a feliz
término todo esto, se unió a San Francisco en su hábito y tenor de vida, y permaneció con él
continuamente, hasta que, habiéndose multiplicado los hermanos, pasó con la obediencia del
piadoso Padre a otras regiones.

Su conversión a Dios sirvió de modelo, para quienes habían de convertirse en el futuro, en


cuanto a la venta de los bienes y su distribución entre los pobres. San Francisco se gozó
sobremanera con la llegada y conversión de hombre tan calificado, ya que esto le demostraba
que el Señor tenía cuidado de él, pues le daba un compañero necesario y un amigo fiel.

Inmediatamente le siguió otro ciudadano de Asís, digno de toda loa por su vida; comenzó
santamente y en breve tiempo terminó más santamente. No mucho después siguió a éste el
hermano Gil, varón sencillo y recto y temeroso de Dios, que, a través de su larga vida, santa,
justa y piadosamente vivida, nos dejó ejemplos de perfecta obediencia, de trabajo manual, de
vida solitaria y de santa contemplación. A éstos se une otro. Viene luego el hermano Felipe, con
el que suman ya siete; a éste el Señor tocó los labios con la piedra de la purificación para que
dijese de Él cosas dulces y melifluas; comprendía y comentaba las Sagradas Escrituras, sin que
hubiera hecho estudios, como aquellos a quienes los príncipes de los judíos reprochaban de
idiotas y sin letras.

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Cómo envió a sus hermanos de dos en dos y cómo poco tiempo después se
reunieron nuevamente

Por este mismo tiempo ingresó en la Religión otro hombre de bien, llegando con él a ser ocho en
número. Entonces, el bienaventurado Francisco los llamó a todos a su presencia y platicó sobre
muchas cosas: del reino de Dios, del desprecio del mundo, de la negación de la propia voluntad
y del dominio de la propia carne; los dividió en cuatro grupos de a dos y les dijo: «Marchad,
carísimos, de dos en dos por las diversas partes de la tierra, anunciando a los hombres la paz y la
penitencia para remisión de los pecados. Y permaneced pacientes en la tribulación, seguros,
porque el Señor cumplirá su designio y su promesa. A los que os pregunten, responded con
humildad; bendecid a los que os persigan; dad gracias a los que os injurien y calumnien (cf. 2 R
10,10-12), pues por esto se nos prepara un reino eterno».

Y ellos, inundados de gozo y alegría, se postraban en tierra ante Francisco en actitud de súplica,
mientras recibían el mandato de la santa obediencia. Y Francisco los abrazaba, y con dulzura y
devoción decía a cada uno: «Pon tu confianza en el Señor, que Él te sostendrá». Estas palabras
las repetía siempre que mandaba a algún hermano a cumplir una obediencia. Por este tiempo,
los hermanos Bernardo y Gil emprendieron el camino de Santiago; San Francisco, a su vez, con
otro compañero, escogió otra parte del mundo; los otros cuatro, de dos en dos, se dirigieron
hacia las dos restantes. Mas poco tiempo después, deseando San Francisco ver de nuevo a todos,
rogaba al Señor, que reúna a los dispersos de Israel, que se dignara, en su misericordia, reunirlos
prontamente. Así sucedió al poco, conforme a sus deseos: sin que nadie los llamara, se juntaron
al mismo tiempo, dando gracias a Dios. Una vez congregados, celebran, repletos de gozo, ver al
piadoso pastor y se maravillan de haber tenido todos el mismo deseo. Cuentan luego las
bondades que el Señor misericordioso ha obrado en ellos, y, por si han sido negligentes e
ingratos en alguna medida, humildemente piden corrección y penitencia a su santo Padre y la
aceptan con amor.

Cómo escribió por vez primera la Regla cuando tenía once hermanos y cómo se
la aprobó el señor papa Inocencio y la visión del árbol

Viendo el bienaventurado Francisco que el Señor Dios le aumentaba de día a día el número de
seguidores, escribió para sí y sus hermanos presentes y futuros, con sencillez y en pocas
palabras, una forma de vida y regla, sirviéndose, sobre todo, de textos del santo Evangelio, cuya
perfección solamente deseaba. Añadió, con todo, algunas pocas cosas más, absolutamente
necesarias para poder vivir santamente. Entonces se trasladó a Roma con todos los hermanos
mencionados queriendo vivamente que el señor papa Inocencio III le confirmase lo que había
escrito.

Fama del bienaventurado Francisco y conversión de muchos a Dios. Cómo la


Orden se llamó de los Hermanos Menores y cómo educaba a los que ingresaban
en la Religión

El muy valeroso caballero de Cristo Francisco recorría ciudades y castillos anunciando el reino
de Dios, predicando la paz y enseñando la salvación y la penitencia para la remisión de los
pecados; no con persuasivos discursos de humana sabiduría, sino con la doctrina y poder del
espíritu. En todo actuaba con gran seguridad por la autoridad apostólica que había recibido,
evitando adulaciones y vanas lisonjas. No sabía halagar las faltas de algunos y las fustigaba;
lejos de alentar la vida de los que vivían en pecado, la castigaba con ásperas reprensiones, ya
que antes se había convencido a sí mismo viviendo lo que recomendaba con las palabras; no
temiendo que le corrigieran, proclamaba la verdad con tal aplomo que, hasta hombres
doctísimos, ilustres por su

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fama y dignidad, quedaban admirados de sus sermones, y en su presencia se sentían
sobrecogidos de un saludable temor. Corrían a él hombres y mujeres; los clérigos y los
religiosos acudían presurosos para ver y oír al santo de Dios, que a todos parecía hombre del
otro mundo. Gentes de toda edad y sexo dábanse prisa para contemplar las maravillas que el
Señor renovaba en el mundo por medio de su siervo. Parecía en verdad que, en aquel tiempo,
por la presencia de San Francisco y su fama, había descendido del cielo a la tierra una luz nueva
que disipaba aquella oscuridad tenebrosa que había invadido casi la región entera, de suerte que
apenas había quien supiera hacia dónde tenía que caminar. Tan profundo era el olvido de Dios y
tanto había cundido en casi todos, el abandono indolente de sus mandatos, que era poco menos
que imposible sacudirlos de algún modo de sus viejos e inveterados vicios.

Es particularmente conocido lo que se refiere a la Orden que abrazó y en la que se mantuvo


con amor y por profesión. Fue él efectivamente quien fundó la Orden de los Hermanos
Menores y quien le impuso ese nombre en las circunstancias que a continuación se refieren: se
decía en la Regla: «Y sean menores» (cf. 2 Cel 18.71.148); al escuchar esas palabras, en aquel
preciso momento exclamó: «Quiero que esta fraternidad se llame Orden de Hermanos
Menores». Y, en verdad, menores quienes, sometidos a todos (cf. Test 19), buscaban siempre
el último puesto y trataban de emplearse en oficios que llevaran alguna apariencia de deshonra,
a fin de merecer, fundamentados así en la verdadera humildad, que en ellos se levantara en
orden perfecto el edificio espiritual de todas las virtudes.

De hecho, sobre el fundamento de la constancia se erigió la noble construcción de la caridad,


en que las piedras vivas, reunidas de todas las partes del mundo, formaron el templo del
Espíritu Santo. ¡En qué fuego tan grande ardían los nuevos discípulos de Cristo! ¡Qué inmenso
amor el que ellos tenían al piadoso grupo! Cuando se hallaban juntos en algún lugar o cuando,
como sucede, topaban unos con otros de camino, allí era de ver el amor espiritual que brotaba
entre ellos y cómo difundían un afecto verdadero, superior a todo otro amor. Amor que se
manifestaba en los castos abrazos, en tiernos afectos, en el ósculo santo, en la conversación
agradable, en la risa modesta, en el rostro festivo, en el ojo sencillo, en la actitud humilde, en
la lengua benigna, en la respuesta serena; eran concordes en el ideal, diligentes en el servicio,
infatigables en las obras.

Al despreciar todo lo terreno y al no amarse a sí mismos con amor egoísta, centraban todo el
afecto en la comunidad y se esforzaban en darse a sí mismos para subvenir a las necesidades
de los hermanos. Deseaban reunirse, y reunidos se sentían felices; en cambio, era penosa la
ausencia; la separación, amarga, y dolorosa la partida. Pero nada osaban anteponer a los
preceptos de la santa obediencia aquellos obedientísimos caballeros que, antes de que se
hubiera concluido la palabra de la obediencia, estaban ya prontos para cumplir lo ordenado. No
sabían hacer distintivos en los preceptos; más bien, evitando toda resistencia, se ponían, como
con prisas, a cumplir lo mandado. Eran «seguidores de la altísima pobreza» (cf. 2 R 5,4), pues
nada poseían ni amaban nada; por esta razón, nada temían perder. Estaban contentos con una
túnica sola, remendada a veces por dentro y por fuera; no buscaban en ella elegancia, sino que,
despreciando toda gala, ostentaban vileza, para dar así a entender que estaban completamente
crucificados para el mundo. Ceñidos con una cuerda, llevaban calzones de burdo paño; y
estaban resueltos a continuar en la fidelidad a todo esto y a no tener otra cosa.

En todas partes se sentían seguros, sin temor que los inquietase ni afán que los distrajese;
despreocupados aguardaban al día siguiente; y cuando con ocasión de los viajes, se encontraban
frecuentemente en situaciones incómodas, no se angustiaban

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pensando dónde habían de pasar la noche. Pues cuando, en medio de los fríos más crudos,
carecían muchas veces del necesario albergue, se recogían en un horno o humildemente se
guarecían de noche en grutas o cuevas. Durante el día iban a las casas de los leprosos o a otros
lugares decorosos y quienes sabían hacerlo trabajaban manualmente, sirviendo a todos humilde
y devotamente. Rehusaban cualquier oficio del que pudiera originarse escándalo; más bien,
ocupados siempre en obras santas y justas, honestos y útiles, estimulaban a la paciencia y
humildad a cuantos trataban con ellos.

De tal modo estaban revestidos de la virtud de la paciencia, que más querían morar donde
sufriesen persecución en su carne que allí donde, conocida y alabada su virtud, pudieran ser
aliviados por las atenciones de la gente. Y así, muchas veces padecían afrentas y oprobios,
fueron desnudados, azotados, maniatados y encarcelados, sin que buscasen la protección de
nadie; y tan virilmente lo sobrellevaban, que de su boca no salían sino cánticos de alabanza y
gratitud. Rarísima vez, por no decir nunca, cesaban en las alabanzas a Dios y en la oración. Se
examinaban constantemente, repasando cuanto habían hecho, y daban gracias a Dios por el
bien obrado, y reparaban con gemidos y lágrimas las negligencias y ligerezas. Se creían
abandonados de Dios si no gustaban de continuo la acostumbrada piedad en el espíritu de
devoción. Cuando querían darse a la oración, recurrían a ciertos medios que se habían
ingeniado: unos se apoyaban en cuerdas suspendidas, para que el sueño no turbara la oración;
otros se ceñían con instrumentos de hierro; algunos, en fin, se ponían piezas mortificantes de
madera Si alguna vez, por excederse en el comer o beber, quedaba conturbada, como suele, la
sobriedad, o si, por el cansancio del viaje, se habían sobrepasado, aunque fuera poco, de lo
estrictamente necesario, se castigaban duramente con muchos días de abstinencia. En fin, tal
era el rigor en reprimir los incentivos de la carne, que no temían arrojarse desnudos sobre el
hielo, ni revolcarse sobre zarzas hasta quedar tintos en sangre.

Tan animosamente despreciaban lo terreno, que apenas consentían en aceptar lo necesario para
la vida, y, habituados a negarse toda comodidad, no se asustaban ante las más ásperas
privaciones. En medio de esta vida ejercitaban la paz y la mansedumbre con todos; intachables
y pacíficos en su comportamiento, evitaban con exquisita diligencia todo escándalo. Apenas si
hablaban cuando era necesario, y de su boca nunca salía palabra chocarrera ni ociosa, para que
en su vida y en sus relaciones no pudiera encontrarse nada que fuera indecente o inhonesto.
Eran disciplinados en todo su proceder; su andar era modesto; los sentidos los traían tan
mortificados, que no se permitían ni oír ni ver sino lo que se proponían de intento. Llevaban
sus ojos fijos en la tierra y tenían la mente clavada en el cielo. No cabía en ellos envidia
alguna, ni malicia, ni rencor, ni murmuración, ni sospecha, ni amargura; reinaba una gran
concordia y paz continua; la acción de gracias y cantos de alabanza eran su ocupación. Estas
son las enseñanzas del piadoso Padre, con las que formaba a los nuevos hijos, no tanto de
palabra y con la lengua cuanto de obra y de verdad

Su morada en Rivo Torto y observancia de la pobreza

Recogíase el bienaventurado Francisco con los suyos en un lugar, próximo a la ciudad de Asís,
que se llamaba Rivo Torto. Había allí una choza abandonada; en ella vivían los más valerosos
despreciadores de las grandes y lujosas viviendas y a su resguardo se defendían de los
aguaceros. Pues, como decía el Santo, «más presto se sube al cielo desde una choza que desde
un palacio». Todos los hijos y hermanos vivían en aquel lugar con su Padre, padeciendo
mucho y careciendo de todo; privados muchísimas veces del alivio de un bocado de pan,
contentos con los nabos que mendigaban trabajosamente de una parte a otra por la llanura de
Asís. Aquel lugar era tan exageradamente reducido, que malamente podían sentarse ni
descansar. Con

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todo, no se oía, por este motivo, murmuración o queja alguna; antes bien, con ánimo sereno y
espíritu gozoso, conservaban la paciencia.

Cómo el bienaventurado Francisco enseñó a orar a sus hermanos y la


obediencia y pureza de éstos

Por aquellos días, los hermanos le rogaron que les enseñase a orar, pues, caminando en
simplicidad de espíritu, no conocían todavía el oficio eclesiástico. Él les respondió:
«Cuando oréis, decid: "Padre nuestro" y "Te adoramos, ¡oh Cristo!, en todas tus iglesias que hay
en el mundo entero y te bendecimos, pues por tu santa cruz redimiste al mundo" (Test 5)». Los
hermanos, discípulos de tan piadoso maestro, se cuidaban de observar esto con suma diligencia,
puesto que ponían el máximo empeño en cumplir no sólo aquello que el bienaventurado padre
Francisco les decía aconsejándoles fraternamente o mandándoles paternalmente, sino también -
si de alguna manera podían adivinarlo- lo que pensaba o estaba cavilando. El mismo
bienaventurado Padre solía decirles que es tan verdadera obediencia la que ha sido proferida o
expresada como la que no ha sido más que pensada; igual cuando es mandamiento como cuando
es deseo; es decir: «Un hermano súbdito debe someterse inmediatamente todo él a la obediencia
y hacer lo que por cualquier indicio ha comprendido que quiere el hermano prelado; no
solamente cuando ha escuchado la voz de éste, sino incluso cuando ha conocido su deseo». Y
así, dondequiera que hubiese una iglesia que, aun no cogiéndoles de paso, pudieran siquiera
divisarla de lejos, se volvían hacia ella y, postrados en tierra, decían:
«Adorámoste, Cristo, en todas las iglesias», según les había enseñado el Padre santo. Y lo que
no es menos digno de admirar: hacían esto mismo siempre que veían una cruz o un signo de la
cruz, fuese en la tierra, en una pared, en los árboles o en las cercas de los caminos.

Su predicación en Áscoli y cómo por los objetos que sus manos habían tocado
los enfermos recobraban la salud

La gente le presentaba panes para que se los bendijese, y luego los conservaba por mucho
tiempo, pues comiéndolos se curaban de varias enfermedades. También muchas veces, llevada
de su gran fe, cortaba pedazos a su túnica, dejándole en ocasiones medio desnudo. Y lo que es
más de admirar: si el santo Padre había tocado alguna cosa con las manos, también, por medio
de ella, recibían algunos enfermos la salud.

Gualfreducio, que moraba en Città della Pieve, hombre religioso y temeroso de Dios y que le
daba culto con toda su familia, tenía en su poder una cuerda con la cual el bienaventurado
Francisco se había ceñido alguna vez. Acaeció que en aquella región muchos hombres y mujeres
sufrían de varias enfermedades y fiebres. Este buen hombre pasaba por las casas de los
enfermos, dándoles a beber del agua en la que había metido la cuerda o a la que había echado
algún pelillo de la misma, y todos recobraban la salud en el nombre de Cristo.

Cómo devolvió la vista a una mujer y cómo en Gubbio sanó a una paralítica

A una mujer, también de la misma ciudad, que estaba ciega, hízole el bienaventurado Francisco
la señal de la cruz sobre sus ojos, y al momento recuperó la vista tan deseada. En Gubbio vivía
una mujer que tenía ambas manos entumecidas, sin poder hacer nada con ellas. Apenas supo
que el santo Francisco había entrado en la ciudad, corrió a toda prisa a verlo, y con rostro
lastimoso, llena de aflicción, mostróle las manos contrahechas y le pedía que se las tocara. El
Santo, conmovido de piedad, le tocó las manos y se las sanó. Inmediatamente, la mujer volvió
jubilosa a su casa, hizo con sus propias manos

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un requesón y se lo ofreció al santo varón. Éste tomó cortésmente un pedacito y le mandó que
se comiese lo restante con su familia.

Cómo curó a un hermano de epilepsia o le libró del demonio y cómo en San


Gemini liberó a una endemoniada

Había un hermano que con frecuencia sufría una gravísima enfermedad, horrible a la vista; no sé
qué nombre darle, ya que, en opinión de algunos, era obra del diablo maligno. Muchas veces,
convulso todo él, con una mirada de espanto, se revolcaba, echando espumarajos; sus miembros,
ora se contraían, ora se estiraban; ya se doblaban y torcían, ya se quedaban rígidos y duros.
Otras veces, extendido cuan largo era y rígido, los pies a la altura de la cabeza, se levantaba en
alto lo equivalente a la estatura de un hombre, para luego caer a plomo sobre el suelo.
Compadecido el santo padre Francisco de tan gravísima enfermedad, se llegó a él y, hecha
oración, trazó sobre él la cruz y lo bendigo. Al momento quedó sano, y nunca más volvió a
sufrir molestia por esta enfermedad.

Espíritu de caridad y afecto de compasión para con los pobres y lo que hizo con
una oveja y con unos corderillos

El padre de los pobres, el pobrecillo Francisco, identificado con todos los pobres, no se sentía
tranquilo si veía otro más pobre que él; no era por deseo de vanagloria, sino por afecto de
verdadera compasión. Y si es verdad que estaba contento con una túnica extremadamente
mísera y áspera, con todo, muchas veces deseaba dividirla con otro pobre (cf. 1 Cel 39; 2 Cel
5.90).

Movido de un gran afecto de piedad y queriendo este pobre riquísimo socorrer de alguna manera
a los pobres, en las noches más frías solicitaba de los ricos del mundo que le dieran capas o
pellicos. Como éstos lo hicieran devotamente y más a gusto de lo que él pedía de ellos, el
bienaventurado Padre les decía: «Os lo recibo con esta condición: que no esperéis verlo más en
vuestras manos». Y al primer pobre que encontraba en el camino lo vestía, gozoso y contento,
con lo que había recibido (cf. 2 Cel 86-87).

Amor que tenía a todas las criaturas por el Creador - Su retrato físico y moral

Sería excesivamente prolijo, y hasta imposible, reunir y narrar todo cuanto el glorioso padre
Francisco hizo y enseñó mientras vivió entre nosotros. ¿Quién podrá expresar aquel
extraordinario afecto que le arrastraba en todo lo que es de Dios? ¿Quién será capaz de narrar de
cuánta dulzura gozaba al contemplar en las criaturas la sabiduría del Creador, su poder y su
bondad? En verdad, esta consideración le llenaba muchísimas veces de admirable e inefable
gozo viendo el sol, mirando la luna y contemplando las estrellas y el firmamento. ¡Oh piedad
simple! ¡Oh simplicísima piedad!

También ardía en vehemente amor por los gusanillos, porque había leído que se dijo del
Salvador: Yo soy gusano y no hombre (Sal 21,7). Y por esto los recogía del camino y los
colocaba en lugar seguro para que no los escachasen con sus pies los transeúntes.
¿Y qué decir de las otras criaturas inferiores, cuando hacía que a las abejas les sirvieran miel o
el mejor vino en el invierno para que no perecieran por la inclemencia del frío? Deshacíase en
alabanzas, a gloria del Señor, ponderando su laboriosidad y la excelencia de su ingenio; tanto
que a veces se pasaba todo un día en la alabanza de estas y de las demás criaturas. Como en otro
tiempo los tres jóvenes en la hoguera (Dan 3,17), invitaban a todos los elementos a loar y
glorificar al Creador del universo, así este hombre, lleno del espíritu de Dios, no cesaba de
glorificar, alabar y bendecir en todos los elementos y criaturas al Creador y Gobernador de todas
las cosas.

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¿Quién podrá explicar la alegría que provocaba en su espíritu la belleza de las flores, al
contemplar la galanura de sus formas y al aspirar la fragancia de sus aromas? Al instante dirigía
el ojo de la consideración a la hermosura de aquella flor que, brotando luminosa en la primavera
de la raíz de Jesé, dio vida con su fragancia a millares de muertos. Y, al encontrarse en
presencia de muchas flores, les predicaba, invitándolas a loar al Señor, como si gozaran del don
de la razón. Y lo mismo hacía con las mieses y las viñas, con las piedras y las selvas, y con todo
lo bello de los campos, las aguas de las fuentes, la frondosidad de los huertos, la tierra y el
fuego, el aire y el viento, invitándoles con ingenua pureza al amor divino y a una gustosa
fidelidad. En fin, a todas las criaturas las llamaba hermanas, como quien había llegado a la
gloriosa libertad de los hijos de Dios, y con la agudeza de su corazón penetraba, de modo
eminente y desconocido a los demás, los secretos de las criaturas. Y ahora, ¡oh buen Jesús!, a
una con los ángeles, te proclama admirable quien, viviendo en la tierra, te predicaba amable a
todas las criaturas.

¡Oh cuán encantador, qué espléndido y glorioso se manifestaba en la inocencia de su vida, en la


sencillez de sus palabras, en la pureza del corazón, en el amor de Dios, en la caridad fraterna, en
la ardorosa obediencia, en la condescendencia complaciente, en el semblante angelical! En sus
costumbres, fino; plácido por naturaleza; afable en la conversación; certero en la exhortación;
fidelísimo a su palabra; prudente en el consejo; eficaz en la acción; lleno de gracia en todo.
Sereno de mente, dulce de ánimo, sobrio de espíritu, absorto en la contemplación, constante en
la oración y en todo lleno de fervor. Tenaz en el propósito, firme en la virtud, perseverante en la
gracia, el mismo en todo. Pronto al perdón, tardo a la ira, agudo de ingenio, de memoria fácil,
sutil en el razonamiento, prudente en la elección, sencillo en todo. Riguroso consigo, indulgente
con los otros, discreto con todos. Hombre elocuentísimo, de aspecto jovial y rostro benigno, no
dado a la flojedad e incapaz de la ostentación. De estatura mediana, tirando a pequeño; su
cabeza, de tamaño también mediano y redonda; la cara, un poco alargada y saliente; la frente,
plana y pequeña; sus ojos eran regulares, negros y candorosos; tenía el cabello negro; las cejas,
rectas; la nariz, proporcionada, fina y recta; las orejas, erguidas y pequeñas; las sienes, planas;
su lengua era dulce, ardorosa y aguda; su voz, vehemente, suave, clara y timbrada (25); los
dientes, apretados, regulares y blancos; los labios, pequeños y finos; la barba, negra y rala; el
cuello, delgado; la espalda, recta; los brazos, cortos; las manos, delicadas; los dedos, largos; las
uñas, salientes; las piernas, delgadas; los pies, pequeños; la piel, suave; era enjuto de carnes;
vestía un hábito burdo; dormía muy poco y era sumamente generoso. Y como era humildísimo,
se mostraba manso con todos los hombres, haciéndose con acierto al modo de ser de todos. El
que era el más santo entre los santos, aparecía como uno más entre los pecadores.

El pesebre que preparó el día de Navidad

La suprema aspiración de Francisco, su más vivo deseo y su más elevado propósito, era
observar en todo y siempre el santo Evangelio y seguir la doctrina de nuestro Señor Jesucristo y
sus pasos con suma atención, con todo cuidado, con todo el anhelo de su mente, con todo el
fervor de su corazón. En asidua meditación recordaba sus palabras y con agudísima
consideración repasaba sus obras. Tenía tan presente en su memoria la humildad de la
encarnación y la caridad de la pasión, que difícilmente quería pensar en otra cosa.

Visión de un hombre en figura de serafín crucificado

Durante su permanencia en el eremitorio que, por el lugar en que está, toma el nombre de
Alverna, dos años antes de partir para el cielo tuvo Francisco una visión de Dios: vio

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a un hombre que estaba sobre él; tenía seis alas, las manos extendidas y los pies juntos, y
aparecía clavado en una cruz. Dos alas se alzaban sobre su cabeza, otras dos se desplegaban
para volar, y con las otras dos cubría todo su cuerpo. Ante esta contemplación, el
bienaventurado siervo del Altísimo permanecía absorto en admiración, pero sin llegar a
descifrar el significado de la visión. Se sentía envuelto en la mirada benigna y benévola de aquel
serafín de inestimable belleza; esto le producía un gozo inmenso y una alegría fogosa; pero al
mismo tiempo le aterraba sobremanera el verlo clavado en la cruz y la acerbidad de su pasión.
Se levantó, por así decirlo, triste y alegre a un tiempo, alternándose en él sentimientos de
fruición y pesadumbre. Cavilaba con interés sobre el alcance de la visión, y su espíritu estaba
muy acongojado, queriendo averiguar su sentido. Mas, no sacando nada en claro y cuando su
corazón se sentía más preocupado por la novedad de la visión, comenzaron a aparecer en sus
manos y en sus pies las señales de los clavos, al modo que poco antes los había visto en el
hombre crucificado que estaba sobre sí.

No solía revelar a nadie -si no es a alguno que otro- aquel importante secreto; temía que los
predilectos, a título de particular afecto, como ocurre muy a menudo, lo revelaran, y tuviera él
que padecer algún menoscabo en la gracia que le había sido concedida. Conservaba siempre en
su corazón, y con frecuencia lo tenía en sus labios, el dicho del profeta: He escondido en mi
corazón tus palabras con el fin de no pecar delante de ti (Sal 118,11).

PREGUNTAS DE REFLEXIÓN

1. Señala los aspectos fundamentales de la vocacion de San Francisco de Asís.

2. Describe el aspecto físico y cualidades de San Francisco de Asís

3. ¿Qué virtudes debían cultivar los hermanos que acompañan a San Francisco de Asís?

4. ¿Qué significa la presencia de la Virgen María en la vida de San Francisco de Asís, en


la Orden y en nuestra Congregación?

5. ¿Cuáles son las curaciones y milagros durante la vida de San Francisco?

6. ¿Qué relación tienen los estigmas con la espiritualidad franciscana?

7. De todo este texto leído ¿cuáles consideras son los pilares de la espiritualidad
franciscana, desde nuestra experiencia FIC?

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LA VIDA FRATERNA EN COMUNIDAD
Tomado de “La Vida fraterna en Comunidad” “Congregavit nos in unum Christi Amor”
Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica.

INTRODUCCIÓN
El amor de Cristo ha reunido un gran número de discípulos para llegar a ser una sola cosa,
gracias a Él, el Padre nos invita a amarlo con todo el corazón, con toda el alma, con todas las
fuerzas (Dt. 6,5) y “amando al prójimo como a sí mismos” (Mt. 22,39).
Las comunidades religiosas, mujeres y hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación (Ap. 7,9)
siguen siendo una expresión elocuente del sublime e ilimitado amor de Dios. Comunidades
nacidas, no de la voluntad humana, por simpatías personales, sino de Dios (Jn. 1,13)
La vida fraterna en común, en numerosos países manifiesta muchas transformaciones que
requieren una reflexión a la luz del Concilio Vaticano II. La evolución de la Iglesia ha ejercido
un influjo profundo en las comunidades religiosas, de igual manera el Decreto Perfectae
Caritatis.
La vida religiosa es una parte vital de la Iglesia y vive en el mundo: los valores y contravalores
afectan la vida de todos incluida la Iglesia. En algunos lugares parece que la comunidad
religiosa ha perdido relevancia, y que no es ya un ideal que se deba perseguir. Pero el encuentro
profundo con el Evangelio y con el carisma fundacional ha sido un vigoroso impulso para
adquirir el verdadero espíritu que anima a la fraternidad.

El Desarrollo teológico- Dimensiones


El Concilio Vaticano II ha aportado a la revalorización de la vida fraterna en común y a una
renovada visión de la comunidad religiosa afirmando que pertenece a la vida y santidad de la
Iglesia.
 De la Iglesia- Misterio a la dimensión mistérica de la Comunidad Religiosa.
La comunidad religiosa no es un simple grupo de cristianos que buscan la perfección personal,
lo importantes es la participación y testimonio de la Iglesia en la que es una expresión viva y
realización privilegiada de su peculiar comunión de la gran Koinonía trinitaria: Padre, Hijo y
Espíritu Santo.
 De la Iglesia-Comunión a la dimensión comunitaria fraterna de la comunidad
religiosa.
La comunidad religiosa en un signo visible y perceptible, el don de fraternidad concedido por
Dios a toda la Iglesia
 De la Iglesia animada por los carismas a la dimensión carismática de la comunidad
religiosa:

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La comunidad religiosa es célula de comunión fraterna, llamada a vivir y animada por el
carisma fundacional, enriquecida siempre por el Espíritu con variedad de ministerios y carismas
 De la Iglesia-Sacramento de unidad a la dimensión apostólica de la comunidad
religiosa:
El sentido del apostolado es llevar a los hombres a la unión con Dios y a la unidad entre sí,
mediante la caridad divina. Es decir, la comunión fraterna está, en efecto, en el principio y fin
de apostolado.
Desarrollo canónico
El Derecho Canónico concreta y precisa las disposiciones conciliares relativas a la vida
comunitaria.
Cuando se habla de vida común hay que distinguir dos aspectos: la unión y la unidad entre los
miembros. Uno más espiritual: la fraternidad o comunión fraterna que parte de los corazones
animados por la caridad, la vida de comunidad en la relación interpersonal. El otro más visible:
la vida en común o vida de comunidad, que consiste en habitar en la propia casa religiosa; vivir
una vida en comunión por medio de la fidelidad a las normas; por la participación de los actos
comunes y por la colaboración en los servicios comunitarios.
Incidencia de los cambios sociales
La sociedad evoluciona constantemente y también incide en la vida religiosa. La Iglesia ha
tenido reflexiones sobre los diversos cambios de la sociedad y ello, en las diversas asambleas
del Episcopado como Medellín, Puebla y Santo Domingo que han puesto, en primer lugar, la
opción preferencial por los pobres.
En todas partes se impone el desafío de la inculturación. Las culturas, las tradiciones, la
mentalidad de un país inciden sobre el modo de vivir la vida fraterna en las comunidades
religiosas.
Cambios en la vida religiosa
La escasez de vocaciones que ha conllevado a la disminución de religiosos ha provocado, a su
vez, nuevas configuraciones de las comunidades religiosas y ha obligado a numerosos Institutos
religiosos a replantear la forma de su servicio; algunos han optado por atender diversas
realidades de marginación desde una nueva percepción de la persona.
Otro cambio plantea que las nuevas estructuras de gobierno requieren mayor participación de
los religiosos mediante el diálogo comunitario.

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CAPÍTULO I
El don de la comunión y de la comunidad
La comunidad religiosa es un don del Espíritu, antes de ser una construcción humana. Tiene su
origen en el amor de Dios. El Espíritu, que difunde el amor en el corazón de los hermanos,
construye una verdadera familia unida en el nombre del Señor.

La Iglesia como comunión.


Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza, revelado en un amor trinitario; la vocación
del hombre entra en comunión con Dios y con los otros hombres, sus hermanos. El pecado
rompió está relación. El Padre envió a su Hijo para reconstruir la creación a la unidad perfecta.
La presencia del Espíritu Santo realizó la unidad requerida por Cristo, reunidos en el Cenáculo
con la Virgen María. Él, el Espíritu, unifica a la Iglesia en la comunión, la coordina y la dirige
con diversos dones y carismas y la hermosea con sus frutos. La comunidad religiosa es
expresión de la comunidad eclesial.

PREGUNTAS DE REFLEXIÓN
1. Indique las cuatro dimensiones del desarrollo teológico de la comunidad religiosa.

2. ¿Qué cambios se mencionan sobre la vida religiosa?

3. Explique la distinción entre: Fraternidad o comunión fraterna y la vida en común o vida


de comunidad.

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CAPÍTULO II
La comunidad religiosa, lugar donde se llega a ser hermanos
Del don de la comunión proviene la tarea de la construcción de la fraternidad, es decir, llegar a
ser hermanos y hermanas en una determinada comunidad donde han sido llamados a vivir
juntos.
La construcción de la comunidad religiosa requiere:
1. Espiritualidad y oración común
La oración es la base de la vida comunitaria. La comunidad debe ser vigilante y cuidar la
calidad de vida. Justificar muchas cosas del espíritu por “no tener tiempo” termina cansando
y agotando. Se requiere dar tiempo a Dios para que toda nuestra realidad pueda
pertenecerle.
Redescubrir el valor de la oración litúrgica en comunidad es muy valioso. A partir de ella se
construye comunidad, especialmente con el sacramento de la Eucaristía, la reconciliación.
La Palabra, la Eucaristía, la oración común, la asuidad y la fidelidad a la enseñanza de los
Apóstoles y sus sucesores, generan alegría, gratitud y apoyo en las dificultades de los
hermanos. La comunidad se construye en el oratorio donde está Cristo Eucaristía.
La oración común unida a la oración personal alcanza eficacia. La persona religiosa que
vive en comunidad alimenta su consagración en el coloquio con Dios, con la alabanza y la
intercesión comunitaria. Esta comunicación nutre la fe y la esperanza, así como la estima y
la confianza recíproca, favorece la reconciliación y alimenta la solidaridad fraterna.
La oración común tiene sus propias normas según el Derecho propio. Se debe ser fiel a la
oración común para que, a una sola voz, los hermanos den gloria a Dios.
La Santísima Virgen María es el vínculo de comunión para la comunidad religiosa. Ella
enseña a seguir el modelo de la familia de Nazareth donde se vivió el Evangelio del amor y
la fraternidad.
La oración sostiene y alimenta el apostolado. Las mejores comunidades, las más apostólicas
y más vivas evangélicamente, son las que tienen una rica experiencia de oración. Cuando el
religioso acude a Dios, esa forma de ser, enseña a los demás a encontrarse con Dios.

2. Libertad personal y construcción de la fraternidad


Para vivir como hermanos es necesario un verdadero camino de liberación interior. El amor
de Cristo derramado en nuestros corazones nos impulsa a amar a los hermanos hasta darnos
a nosotros mismos.
Cristo da dos certezas fundamentales: ser amados infinitamente y el de poder amar sin
límites. La cruz de Cristo da esas certezas; es en la cruz donde se aprende a amar como
Cristo ha amado. En virtud de este amor, la comunidad se hace como un conjunto de
personas libres y liberadas por la cruz de Cristo.
El altísimo ideal comunitario implica necesariamente la conversión de toda actitud que
obstaculice la comunión.

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La comunidad sin mística no tiene alma, pero sin ascesis no tiene cuerpo. Se necesita
“sinergia” entre el don de Dios y el compromiso personal para construir una comunión
encarnada, para dar carne y concreción a la gracia y al don de la comunión fraterna.
Una vida común, fraterna y compartida, exige que, desde la formación inicial, se deba hacer
tomar conciencia de los sacrificios que exige vivir en comunidad. Cuando uno se pierde por
los hermanos se encuentra a sí mismo.
Ser religioso pasa necesariamente por vivir en comunidades, la comunidad es escuela de
amor. Las situaciones de imperfección de las comunidades no deben descorazonar.
La alegría en la fraternidad
Una fraternidad sin alegría es una fraternidad que se apaga. El testimonio de alegría suscita
un enorme atractivo hacia la vida religiosa, para nuevas vocaciones, es un apoyo para la
perseverancia. El exceso de trabajo la puede apagar; también el celo por algunas causas la
puede hacer olvidar; el continuo cuestionarse por la identidad y sobre el propio futuro puede
ensombrecer la alegría.
Celebrar fiestas juntos, distensionarse, tomar distancia del propio trabajo, gozar con las
alegrías del hermano, atender las necesidades, entregarse gustosamente al trabajo apostólico
y en todo hallar al Señor, todo eso, alimenta la serenidad, la paz, la alegría y se convierte, a
su vez, en fuerza apostólica; alegres en la esperanza, fuertes en la tribulación, perseverantes
en la oración.

COMUNICAR PARA CRECER JUNTOS


Se debe tener una amplia e intensa comunicación y, para ello, los hermanos deben
conocerse. La comunicación estrecha las relaciones, alimenta el espíritu de familia,
sensibiliza ante los problemas y une más a los hermanos. Escuchar a los otros, compartir
ideas, revisar y evaluar el camino recorrido, pensar y programar juntos, permite el
acercamiento.
La falta y pobreza de la comunicación genera habitualmente un debilitamiento de la
fraternidad a causa del desconocimiento de la vida del otro, que convierte en extraño al
hermano y en anónima la relación, además de crear verdaderas y propias situaciones de
aislamiento y de soledad.
Se requiere compartir lo que es vital y central en la vida consagrada: comunicar los bienes
espirituales los que raramente se comparten. Sin comunicación, se entra en el riesgo de que
los hermanos vayan buscando relaciones significativas fuera de la comunidad. Se deben
comunicar los bienes del Espíritu y hacer vida lo que dice el apóstol Pablo:
Llénenme de alegría teniendo un mismo parecer, un mismo amor, unidos en alma
y pensamiento. No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad
consideren a los demás como superiores a ustedes mismos. Cada uno debe velar
no solo por sus propios intereses, sino también por los intereses de los demás. La
actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús. (Fil. 2,2-5)

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La comunión nace precisamente de la comunicación de los bienes del Espíritu, una
comunicación de la fe y en la fe donde el vínculo de la fraternidad se hace más fuerte y más
central.
Las formas de comunicar los dones espirituales pueden ser muy diversas: compartir la
Palabra y la experiencia de Dios, discernimiento y proyecto comunitario, la corrección
fraterna, la revisión de vida, entre otros. Todos ellos son formas de poner los done al
servicio de los demás y hacer que se reviertan a la comunidad esos dones del Espíritu, dones
otorgados para la edificación de la comunidad y de su misión en el mundo.
La comunicación, adquiere mayor importancia en estos tiempos en que pueden convivir en
una misma comunidad religiosos no solo de diversas edades, sino de razas diversas, de
distinta formación cultural y teológica, religiosos que han tenido muy diversas experiencias
de vida.
Sin diálogo y sin escucha se corre el riesgo de crear existencias paralelas o yuxtapuestas lo
que está muy lejos del ideal de la fraternidad. Ante las dificultades psicológicas puede
recurrirse a la ayuda de las ciencias humanas las que deben ser valoradas prudentemente.
Respecto a los medios de comunicación, la comunidad religiosa, consciente de su influjo, se
educa para utilizarlos en atención al crecimiento personal y comunitario con la claridad
evangélica y de la libertad interior de quien ha aprendido a conocer a Cristo (Gál 4,17-23).
Estos medios proponen y con frecuencia imponen, una mentalidad y un modelo de vida que
debe ser confrontado continuamente con el Evangelio. Se requiere una profunda formación
para el uso crítico y fecundo de dichos medios.
Todo ello ayuda a que la comunidad religiosa se convierte en un lugar de crecimiento
humano y espiritual.

COMUNIDAD RELIGIOSA Y MADUREZ DE LA PERSONA


La comunidad religiosa por ser “una escuela de amor” que ayuda a crecer en el amor a Dios
y a los hermanos, se convierte también en lugar de crecimiento humano. Son innumerables
los ejemplos de santos y santas que han demostrado que la consagración a Cristo no impide
el verdadero progreso de la persona humana, sino que lo promueve en gran medida.
El camino hacia la madurez humana, premisa necesaria para una vida de irradiación
evangélica, es un proceso que no conoce límites porque implica un continuo
enriquecimiento no solo en los valores espirituales, sino también en los de orden
psicológico, cultural y social.
Identidad y afectividad
La identidad de la persona consagrada depende de la madurez espiritual: es obra del
Espíritu. Es bueno el acompañamiento espiritual. Es importante también aquí resaltar la
madurez cultural que ayuda afrontar los retos de la misión.
La vida religiosa requiere buen equilibrio psicológico para la madurez de la vida afectiva o
la libertad de la vida afectiva. Se debe formar bien la vida afectiva.

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Es necesario amar la propia vocación, sentir la llamada como una razón válida para vivir y
acoger la consagración como una realidad bella. Ello contribuye a que el religioso sea una
persona fuerte y autónoma, segura de la propia identidad.
Amar la vocación es amar a la Iglesia. Es importante el discernimiento sobre el equilibrio de
la afectividad, particularmente del equilibrio sexual y sobre la capacidad de vivir en
comunidad. Se requiere buena vida fraterna para la madurez del religioso.
Las dificultades en este campo, son con frecuencia, la caja de resonancia de problemas que
proceden de otra parte; por ejemplo, runa afectividad – sexualidad vivida en actitud
nacisístico-adolescente, o rígidamente reprimida, puede ser consecuencia de experiencias
negativas anteriores al ingreso en la comunidad, o también consecuencias de malestares
comunitarios o apostólicos. Por eso es importante que exista una rica y cálida vida fraterna,
que “lleva la carga” del hermano herido y necesitado de ayuda.
Se necesita una cierta madurez para vivir en comunidad y se necesita una cordial vida
fraterna para la madurez del religioso.
Los desadaptados
Una ocasión particular para el crecimiento humano y la madurez cristiana es la convivencia
con personas que sufren, que no se encuentran a gusto en la comunidad, que, por lo mismo,
son motivo de sufrimiento para los hermanos y que perturban la vida comunitaria. Hay que
preguntarse de dónde procede ese sufrimiento: de deficiencia de carácter, de trabajos que le
resultan demasiado pesados, de graves lagunas en la formación, de los cambios demasiados
rápidos, de formas de gobierno excesivamente autoritarias, de dificultades espirituales.
Pueden darse también situaciones diversas, en las que la autoridad ha de recordar que la
vida en común requiere, a veces, sacrificio y puede convertirse en una forma de máxima
penitencia.
Existen, por otra parte, situaciones y casos en los que es necesario recurrir a las ciencias
humanas, sobre todo cuando hay personas claramente incapaces de vivir la vida comunitaria
por problemas de madurez humana y de fragilidad psicológica o por factores
prevalentemente patológicos. Estas ayudas deben ser consideradas con prudencia en
situaciones como las descritas y también para ayudar a una adecuada selección de
candidatos.
Del yo a nosotros
La comunidad religiosa es el lugar donde se verifica el cotidiano y paciente paso del “yo” al
“nosotros” del compromiso personal al compromiso confiado a la comunidad. Para ello es
bueno y necesario:

 Celebrar y agradecer juntos el don común de la vocación y misión.


 Alabar a Dios por los hermanos.
 Cultivar el respeto mutuo.
 Orientar hacia la misión.
 Recordar que la misión está confiada a la comunidad.
 Las obediencias personales deben ser consideradas envíos de la comunidad.

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Pregunta clave en la formación: ¿Los dones que Dios le ha concedido a determinada
persona que aspira a ser religiosa, son causa de unidad y hacen más profunda la comunión?
Si la respuesta es sí, entonces es apta; si la respuesta es no, no es apta para la vida religiosa.
Ser una comunidad en continua formación
La renovación comunitaria ha conseguido notables ventajas de la formación permanente.
Reconocida y delineada en sus líneas fundamentales por el documento Postissimum
Institutionis, es considerada de vital importancia para el futuro por todos los responsables
de institutos religiosos.
Dos aspectos se destacan en particular: la dimensión comunitaria de los consejos
evangélicos y el carisma.
La dimensión comunitaria de los consejos evangélicos
El religioso no es solo un “llamado” con una vocación individual, sino que es un
“convocado”, un llamado junto con otros, con los cuales se comparte la existencia cotidiana.
Se da una convergencia del “sí” a Dios que une a los distintos consagrados en una misma
comunidad de vida. Los religiosos, consagrados, juntos unidos en el mismo “sí”, unidos en
el mismo Espíritu Santo descubren, cada día, que su seguimiento de Cristo, obediente, pobre
y casto, se vive en la fraternidad como los discípulos que seguían a Jesús en su ministerio:
unidos a Cristo y por ello llamados a estar unidos entre sí; unidos en la misión de oponerse
proféticamente a la idolatría del poder, del tener y del placer.
La obediencia es un sí al plan de Dios, que ha confiado una peculiar tarea a un grupo de
personas. Implica un vínculo con la misión, pero también con la comunidad que debe
realizar su servicio; exige además mirar, lúcidamente con fe, tanto a los superiores que
deben tutelar la conformidad del trabajo apostólico con la misión. Y, así, en comunión con
ellos, se debe cumplir la voluntad de Dios, que es la única que puede salvar.
La pobreza, o sea, la comunicación de bienes – incluso espirituales-, ha sido desde el
comienzo la base misma de la comunión fraterna. La pobreza incluye la dimensión
económica. Poder disponer del dinero como si fuese propio, sea para sí mismo, sea para los
propios familiares, llevar un estilo de vida muy diverso del resto de los hermanos y de la
sociedad pobre en la que con frecuencia se vive, son cosas que lesionan y debilitan la vida
fraterna.
Una comunidad de pobres es capaz de ser solidaria con los pobres y de manifestar cuál es el
corazón de la evangelización, porque presenta, en concreto, la fuerza transformadora de las
bienaventuranzas.
En la dimensión comunitaria, la castidad consagrada, que implica también una gran pureza
de mente, de corazón y de cuerpo, expresa una gran libertad para amar a Dios y a todo lo
que es suyo con amor indiviso, y por lo mismo, una total disponibilidad de amar y servir a
todos los hombres haciendo presente el amor de Cristo. Este amor no egoísta ni exclusivo,
no posesivo ni esclavo de la pasión, sino universal y desinteresado, libre y liberador, tan
necesario para la misión, se cultiva y crece en la vida fraterna.
Esta dimensión comunitaria de los votos necesita un continuo cuidado y una continua
profundización en la formación permanente.

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El carisma
El carisma debe ser privilegiado en la formación permanente. El fundador y el carisma
recibido por él son fundamentales para la unidad de la comunidad.
Vivir en comunidad es, en realidad, vivir todos juntos la voluntad de Dios según la
orientación del don carismático que el fundador ha recibido de Dios y ha transmitido a sus
discípulos y continuadores.
La profunda comprensión del carisma lleva a una clara visión de la propia identidad en
torno a la cual es más fácil crear unidad y comunión.
Los peligros de la actualidad para la identidad religiosa
 La modalidad indiferenciada: experimentar diversas opciones de apostolado o
formas de vida comunitaria que impiden tener o mantener la propia identidad del
carisma congregacional.
 Un modo de pertenencia a algunos movimientos eclesiales que pueden conducir a la
doble identidad.
 Acomodarse a la índole propia de los seglares.
 Una excesiva condescendencia respecto a las exigencias de la familia, a los ideales
de la nación, de la raza, del grupo social que ponen en peligro de orientar al carisma
a principios o intereses partidistas.
La autoridad al servicio de la Fraternidad
Hay conciencia de la evolución de los últimos años que ha contribuido a hacer madurar la
vida fraterna en las comunidades. Sin embargo, este desarrollo positivo ha ido acompañado,
en algunos lugares, de un cierto sentido de desconfianza con respecto a la autoridad. El
deseo de una comunión más profunda entre los miembros y la reacción comprensible hacia
estructuras consideradas demasiado autoritarias y rígidas, ha llevado a no comprender, en
todo su alcance, la misión de la autoridad, hasta el punto de ser considerada por algunos,
incluso, como no necesaria para la vida de la comunidad y por otros, reducida al simple
papel de coordinar las iniciativas de los miembros.
La renovación llevada a cabo durante estos años ha contribuido a delinear una nueva
imagen de la autoridad, en referencia más estrecha a sus raíces evangélicas, y, por lo
mismo, al servicio del progreso espiritual de cada uno y de la edificación de la vida fraterna
en la comunidad. La autoridad es siempre evangélicamente un servicio.
Los aspectos que se privilegian de la autoridad son los siguientes:
a) Una autoridad espiritual
Si las personas consagradas se han dedicado al servicio total de Dios, la autoridad
favorece y sostiene esta consagración. La autoridad tiene la misión primordial de
construir, junto con sus hermanos y hermanas, “comunidades fraternas en las que se
busque a Dios y se le ame sobre todas las cosas”. Por ello la autoridad debe ser ante
todo una persona espiritual. Su misión prioritaria es la animación espiritual, comunitaria
y apostólica de su comunidad.

b) Una autoridad creadora de unidad


Una autoridad que se preocupa de crear un clima favorable para la comunicación y la
corresponsabilidad, suscita la aportación de todos a las cosas de todos,

22
anima a los hermanos a asumir las responsabilidades y las sabe respetar, suscita la
obediencia de los religiosos, con reverencia a la persona humana, los escucha de buen
agrado y promueve su colaboración concorde para el bien del Instituto y de la Iglesia;
practica el diálogo y ofrece momentos oportunos de encuentro, sabe infundir aliento,
esperanza en los momentos difíciles y, sabe también mirar hacia adelante para abrir
nuevos horizontes a la misión. Trata de mantener el equilibrio entre las diversas
dimensiones de la vida comunitaria: equilibrio entre oración y trabajo, apostolado y
formación, compromisos apostólicos y descanso. Procura que la casa religiosa no sea
simplemente un lugar de residencia donde cada individuo vive su propia vida, sino que
sea “una comunidad fraterna en Cristo”.

c) Una autoridad que sabe tomar la decisión final y garantiza su ejecución.


Una vez tomada una decisión, en conformidad con las normas del derecho propio,
se requiere constancia y fortaleza por parte del superior para que lo decidido no
quede en letra muerta. El derecho propio debe ser lo más exacto posible al establecer
las respectivas competencias de la comunidad, de los responsables de cada aspecto
y las del superior y así, evitar confusión y problemas.

Una comunidad fraterna y unida está llamada a ser cada vez más un elemento
importante y elocuente de la contracultura del Evangelio, ser sal y luz del mundo. La
comunidad religiosa, al mismo tiempo que debe asumir la cultura del lugar, está
llamada también a purificarla y a elevarla por medio del Evangelio.

La Fraternidad como signo


La comunión fraterna es ya un apostolado y contribuye directamente a la
evangelización. Hace creíble el evangelio.
La comunidad religiosa, si cultiva en sí misma la vida fraterna, y en la medida en que la
cultiva tiene presente, de forma continua y visible, este signo, que la Iglesia necesita
sobre todo en la tarea de la nueva evangelización.
La Iglesia valora tanto la vida fraterna de las comunidades religiosas. Cuanto más
intenso es el amor fraterno, mayor es la credibilidad del mensaje anunciado y mejor se
percibe el corazón del misterio de la Iglesia como sacramento de la unión de los
hombres con Dios y de los hombres entre sí.
No es lícito invocar las necesidades del servicio apostólico para admitir o justificar
comunidades mediocres.
La calidad de la vida fraterna también incide poderosamente en la perseverancia de cada
religioso.
La comunidad religiosa que alienta la perseverancia de los hermanos adquiere también
la fuerza de signo de la perenne fidelidad de Dios.

23
PREGUNTAS DE REFLEXIÓN
4. ¿Qué requiere la construcción de la comunidad religiosa?

5. ¿Cuál es la importancia de la oración en la construcción de la comunidad


religiosa?

6. ¿Cuáles son los beneficios de una comunidad religiosa alegre?

7. ¿Qué prácticas deben darse en las comunidades religiosas para mejorar la


comunicación?

8. ¿Cuáles son los efectos de una mala comunicación entre los miembros de la
comunidad religiosa?

9. ¿Por qué la comunidad religiosa es también un lugar de crecimiento humano?

10. ¿Cuáles suelen ser las dificultades de la falta de identidad e inmadurez afectiva en los
miembros de una comunidad religiosa?

11. ¿En qué situaciones es necesario recurrir a las ciencias humanas para ayudar a los
miembros de la comunidad religiosa?

12. ¿Cómo se puede pasar del “yo” al “nosotros” en la vida comunitaria?

13. ¿Cómo debe vivirse la dimensión comunitaria de los Votos religiosos?


Ejemplificar

14. ¿Cuál es la importancia del carisma de los fundadores para la unidad de la


comunidad religiosa?

15. Liste las características de la autoridad religiosa al servicio de la fraternidad.

16. ¿qué significa la fraternidad como signo?

24
CAPÍTULO III
La comunidad religiosa, lugar y sujeto de la misión
El Espíritu Santo ungió a la Iglesia para enviarla a evangelizar el mundo. Así la comunidad
religiosa, como auténtica comunidad del Resucitado es, por su misma naturaleza, apostólica.
La comunión y la misión están profundamente unidas, se complementan y se implican
naturalmente, hasta el punto de que la comunión representa la fuente y al mismo tiempo el fruto
de la misión.
COMUNIDAD RELIGIOSA Y MISIÓN
El Concilio Vaticano II, pone mayor cuidado de que por medio de las comunidades religiosas,
se haga visible a Cristo, ante fieles e infieles.
El Espíritu suscita diversas familias religiosas, caracterizadas por distintas misiones.
Hay diversos tipos de comunidades religiosas, que han existido a través de los siglos; como la
monástica, la conventual y la comunidad religiosa activa o “Diaconal”.
Equilibrio entre comunidad y tarea apostólica
La convicción general para las comunidades religiosas, dedicadas a las obras apostólicas, es que
resulta difícil encontrar en la práctica cotidiana, el justo equilibrio entre comunidad y tarea
apostólica. Es peligroso contraponer las dos dimensiones, no es fácil armonizarlas.
La diversidad de las exigencias apostólicas, en estos últimos años, ha hecho coexistir
comunidades notablemente diferenciadas: comunidades bastante estructuradas y otras pequeñas,
comunidades más flexibles, sin perder su auténtica fisonomía comunitaria de la vida religiosa.
En algunos Institutos la tendencia es a prestar mayor atención a la misión, que a la comunidad;
así como la de favorecer más la diversidad que la unidad y, ello, ha influido profundamente en
la vida fraterna y común hasta el punto de convertirla a veces, casi en algo opcional, más bien
que en algo integrante a la vida religiosa. Las consecuencias no han sido positivas, y por eso se
plantean interrogantes sobre la oportunidad de constituirnos en este camino, la relación entre
comunidad y misión.
Tomado de “La Vida fraterna en Comunidad” “Congregavit nos in unum Christi Amor”
Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica.

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LOS RELIGIOSOS ANCIANOS
(Tomado de Longevidad y tiempo extra. José Cristo Rey García Paredes.
Vida Consagrada)

La presencia de personas ancianas en las comunidades puede ser muy positivo. Un religioso
anciano no se deja vencer por los achaques y por los límites de la edad, sino que mantiene viva
la alegría, el amor y la esperanza, es un apoyo incalculable para los jóvenes. Su testimonio,
sabiduría y oración constituyen un estímulo permanente en su camino espiritual y apostólico.
Empatía entre las generaciones
La separación por edades limita la capacidad de beneficiarnos los unos de los otros. Cuando las
personas de diferentes edades se relacionan, logran una sensación de conexión e individualidad,
están unidas por un propósito común
.
Los dos grupos de personas más solitarias son los jóvenes y los ancianos. Es importante, en la
vida consagrada, centrarse en crear vínculos entre ellos. Hay que inventar formas de
comunicación mutua.
En la vida consagrada tenemos la suerte de no tener que vivir en soledad, sino en comunidades
y relaciones comunitarias. Tenemos también hoy, más que ayer, la posibilidad de mantener y
continuar amistades estrechas. O también de relacionarnos con el vecindario dentro de un
contexto popular o ciudadano.
En el contexto de la longevidad, los líderes comunitarios deben procurar, ante todo, la inclusión
para una fecunda intergeneracionalidad misionera y comunitaria. Nadie- en la comunidad y en
la misión – es superior a los demás, sino todos son considerados miembros imprescindibles.
Todos son por igual interpretes en la orquesta desde la diversidad y complementariedad de sus
instrumentos. Los directores de comunidad garantizan el ritmo, el “un solo corazón y una sola
alma” de la interpretación comunitaria y misionera: la conexión de unos con otros y la
aportación única de cada miembro de la comunidad.

PREGUNTAS DE REFLEXIÓN

17. ¿A qué tipo de vida religiosa pertenece nuestra Congregación FIC y por qué?

18. ¿Cuál es la mayor dificultad entre la vida fraterna y el apostolado?

19. ¿Cómo se puede valorar la presencia de las hermanas mayores de la


Congregación?

20. ¿Cómo se podrían estrechar los lazos fraternos entre las hermanas jóvenes y las
hermanas mayores?

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CAMINO SINODAL EN LA VIDA CONSAGRADA FIC
La Vida Consagrada es verdaderamente fuente de vida para toda la Iglesia. Su presencia
encarnada en las condiciones más difíciles, dando testimonio de anuncio y muchas veces de
denuncia, expresa una de las fuerzas sinodales más importantes para el camino eclesial, desde la
vida misma y en la praxis encarnada. La diversidad de sus carismas, la capacidad de
articulación, la expresión de ministerios amplios, complejos y de la mayor diversidad, también
rinden cuenta de ese rostro multidiverso de Dios y de la unidad en la diversidad como rostro
para la Iglesia.
La Iglesia católica celebra la consagración de Jesús a Dios-Padre en el templo de Jerusalén de
manos de María y de José. Recordando este acontecimiento celebramos también la Jornada
mundial de la vida consagrada. Es un día para dar gracias a Dios y orar por todas las personas
consagradas: monjas y monjes de vida contemplativa, religiosos y religiosas de vida activa,
vírgenes y personas consagradas que viven en el mundo. Todos ellos se han consagrado a Dios
para seguir las huellas de Cristo obediente, pobre y casto, en el carisma propio de su orden o
instituto, y entregar su vida a Dios al servicio de la vida y misión de la Iglesia para el bien de la
humanidad.
El papa Francisco llama e invita a toda la Iglesia a caminar juntos; y, en la jornada que tuvo
como lema La vida consagrada, caminando juntos fue una invitación a todos los consagrados a
caminar juntos con el resto del Pueblo de Dios en la consagración, la escucha, la comunión y la
misión. Recordando que todos los consagrados han de vivir, su día a día, conscientes de que su
consagración es un don de Dios, que comparten con otros hermanos. Esto pide poner a Dios en
el centro de su vida, a quien se encuentran buscando su rostro, día a día, en la oración y en los
hermanos. El actual proceso sinodal es un tiempo de gracia para fortalecer nuestra consagración
y el encuentro con Dios y los hermanos. A Dios se le encuentra en la escucha orante de su
Palabra y escuchando con humildad y misericordia a nuestros hermanos de comunidad, y a los
hombres y mujeres de hoy en sus anhelos, gozos y tristezas. Así seremos testimonio interpelante
para los bautizados y la sociedad, que a veces cierran sus oídos a la voz de Dios y al grito de los
más débiles.
Los consagrados estamos llamados a ser en la Iglesia y en el mundo testigos y artífices del
proyecto de comunión que Dios tiene para toda la humanidad. Esta comunión es unión con
Dios, al que han de amar sobre todas las cosas; y, con los hermanos de comunidad, siendo
signos de fraternidad, con el resto de consagrados, con la Iglesia diocesana y con toda la
humanidad, tan necesitada de superar odios y confrontaciones, y de curar heridas. Y caminar
juntos en la misión de la Iglesia, reforzando su corresponsabilidad y compromiso en la Iglesia,
allá donde se encuentren: en el monasterio, en las parroquias, en los hospitales, en los colegios,
en las casas de atención a ancianos y necesitados o de la calle. Los consagrados siguen siendo
necesarios para la santidad, la vida y la misión de nuestra Iglesia.
La Vida consagrada, llamada a caminar en sinodalidad, celebra y agradece el don de la llamada,
renovando los propósitos y los sentimientos que inspiraron su entrega al Señor, y valorizar el
testimonio de los que han escogido seguir a Cristo más de cerca, mediante la práctica de los
consejos evangélicos.
El Papa Francisco y los obispos, continuamente, exhortan a todos los consagrados a participar
activamente en el camino eclesial Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y
misión. Entrando en el dinamismo de escucha recíproca, conducido a todos los niveles de la
Iglesia, implicando a todo el pueblo de Dios. Se trata ante todo

27
de un camino que interpela a cada comunidad vocacional en su ser, expresión visible de una
comunión de amor, reflejo de una relación trinitaria, capaz de suscitar nuevas energías para
confrontarnos con el momento actual.
La vida consagrada desde el espíritu sinodal es una exigencia a volver a la propia llamada
vocacional, a reencontrar la alegría de sentirse y ser parte de un proyecto de amor y redescubrir
con estupor que el Señor llama a cada uno a realizar el sueño de hacer el bien a la humanidad, a
reavivar y a reforzar la propia pertenencia, que es la primera declinación de la participación: no
puedo participar si me siento como el todo y no me reconozco como parte de un proyecto
compartido. Pide la participación de todos, ninguno se excluya o se sienta excluido de este
camino; ninguno piense “no me preocupa” – que recuerde la unidad de los miembros con el
cuerpo y la comunión de todas las riquezas de los carismas.
“La vida consagrada nace en la Iglesia, crece y puede dar frutos evangélicos en
la Iglesia, en la comunión viviente del Pueblo fiel de Dios” (Papa Francisco, 11
diciembre 2021).
“La participación de la vida consagrada se convierte; a la vez, en
responsabilidad: la llamada a ser Iglesia sinodal no puede ser desatendida, no
se puede faltar o trabajar con autonomía. La sinodalidad comienza dentro de
nosotros: con un cambio de mentalidad, con una conversión personal, en la
comunidad o fraternidad, dentro de casa, en el trabajo, en nuestras estructuras,
para expandirse en la misión.
En consecuencia, el estilo de participación se convierte en el de la
corresponsabilidad, propio de la naturaleza de la Iglesia, la comunión, y su
sentido último: el sueño misionero de llegar a todos, de cuidar de todos, de
sentirse todos hermanos, juntos en la vida y en la historia, que es la historia de
la salvación”.
El estilo sinodal de la vida consagrada puede ayudar a renovar estructuras obsoletas de la
Iglesia. Necesitaremos disponernos a discernir aquello que el Espíritu va iluminando y
depositando en nuestros corazones, como oportunidad para ahondar en la misma sinodalidad,
mirando siempre al horizonte de la misión, que es la que nos convoca y necesita ser renovada,
entre todos.
Es necesario el arraigo en el Espíritu porque el Espíritu Santo es el alma de la Iglesia y de la
Vida Consagrada, el Espíritu nos muestra a Jesús resucitado como el Camino y nos impulsa a
seguirlo. La sinodalidad requiere un cambio de corazón, que solo será posible bajo la guía y la
presencia del Espíritu. La sinodalidad se convierte así en nuestro camino de formación y
espiritualidad.
Necesitamos urgentemente la apertura a la colaboración de la vida consagrada-en todos los
continentes-expresa el deseo de una mayor colaboración y asociación con todos los laicos, para
incluirlos en más funciones dentro de sus Institutos y familias carismáticas. El objetivo es un
mayor aprecio mutuo y la posibilidad de enriquecerse y aprender unos de otros. Hay formas más
profundas y plenas de colaborar que aún no hemos imaginado y debemos trabajar juntos para
conseguirlo. Ante el deseo de colaborar en los proyectos del Reino de Dios, la sinodalidad
enseña que no es necesario duplicarlos, sino encontrar formas de convergencia
intercongregacional. Al mismo tiempo, también son necesarias las formas de convergencia
eclesial, con el clero diocesano y los obispos. El grito de los religiosos, injustamente tratados,
discriminados e incluso maltratados en las diócesis de algunos países, clama por ser escuchado
y atendido.

28
La sinodalidad configura la formación inicial y permanente en la Vida Consagrada. Y para
educar en la sinodalidad se requiere sabiduría, apertura y aprendizaje; son necesarias virtudes
como la generosidad, la apertura a los demás, la participación, la colaboración, la humildad y la
renuncia a la autorreferencia. La sinodalidad debe integrarse en la formación de los seminarios y
centros de formación de religiosos para evitar la difusión del patriarcado y del clericalismo. La
sinodalidad abre nuevos horizontes en la forma de entender y plasmar hoy los consejos
evangélicos de obediencia, celibato y pobreza, la configuración de nuestra vida comunitaria y
espiritualidad, y el modo de integrar nuestra misión -según el carisma- dentro de la única misión
de la Iglesia.
Vivamos este tiempo de preparación capitular y después la celebración del mismo, con espíritu
sinodal. Sea para toda una experiencia de sinodalidad, en la que caminemos juntos,
participemos, nos escuchemos unos a otros y todos escuchemos al Espíritu del Señor, para que
nos ayude a discernir los caminos evangélicos, según la espiritualidad franciscana, que estamos
llamados a recorrer en los próximos años, al servicio de los hermanos más necesitados.
a) La Vida Consagrada convocada a la unidad desde la Sinodalidad
El camino de la unidad exige tener un horizonte vital común y un marco teórico que asegure la
comunión en la vida y misión. Para la Vida Consagrada ese marco existe dado por una serie de
documentos que en la andadura eclesial van señalando la identidad, el horizonte y la
corresponsabilidad.
También la Vida Consagrada deber recorrer un itinerario de conversión, salir de sí, para
disponerse al encuentro. Hacer la andadura que conduce a la unidad en la diversidad.
La dinámica del encuentro y la relación exige ser consciente del propio don, pero supone
abandonar la tentación de sentirse superiores a los demás. Por eso en su mensaje de despedida,
Jesús, ofrece un legado que evidencia lo que añora: “Que todos sean uno: como tú, Padre, estás
en mí, y yo en ti"1.
En ocasiones el camino de la unidad supone abrazar el conflicto, asumir la confrontación y no
pocas veces, en tensión dinámica que esto supone, las relaciones se quiebran. Será necesario
reconocer que inherente a la identidad de la Vida Consagrada está el profetismo de lo
comunitario, el empeño indeclinable por construir puentes y generar alternativas de encuentro y
diálogo que favorezcan la unidad y posibiliten vivir el milagro de la comunión, la utopía de la
fraternidad.
b) Vivir en santidad
Conscientes de la actual coyuntura eclesial, el Papa Francisco, ha señalado que: “la santidad es
el camino de la verdadera reforma de la iglesia” 2. La vida de los santos, de los Fundadores, de
aquellos a los que la Iglesia entroniza en los altares y de los otros, algunos de ellos más
cercanos, más próximos, con quienes se comparte la vida y trasiega en seguimiento de Jesús, se
constituye en inspiración y aliento en la andadura sinodal. La santidad, se aproxima cuando se
acogen las más profundas heridas y con sinceridad se reconoce que la perfección es sólo un
anhelo del corazón. A todo proyecto de santidad, le hace bien aferrarse a convicciones
profundas, tener mirada atenta y
1
Juan, 17,21
2
Papa Francisco, audiencia a los participantes en el Capítulo General del instituto de la Caridad, sobre el
tema “Sed perfectos, sed misericordiosos”.

29
compasiva frente a la realidad. La capacidad de desacomodarse, cambiar el rumbo, reaprender y
entrar en estado permanente de conversión, será la condición necesaria para vivir en la verdad,
desde la cual se palpa el barro y Dios irrumpe para colmar de belleza y sentido.
La santidad es una opción constante por la esperanza, la justicia, la solidaridad y un volcarse sin
medida, hasta la geografía de los más pobres, los pequeños, los excluidos. Exige dosis inmensas
de paciencia y humildad, capacidad de perdonar y búsqueda sincera y constante del querer de
Dios, pero es, sobre todo, mirada fija en Jesús, oído en el que resuena la Palabra, plegaria
confiada, silencio prolongado e intimidad a prueba de consumo y superficialidad. La santidad no
se conquista, se recibe por gracia, en el camino, cuando se elogia lo humano y se desentraña sin
temores ni prejuicios, el potencial de lo comunitario.
Despertar y caminar dos verbos que conjugados y asumidos repoblarán a la Vida Consagrada de
nuevo entusiasmo y de auténtico espíritu misionero.
c) Las tres P de la Sinodalidad en la Vida Consagrada:
pertenencia, participación, paciencia
La sinfonía sinodal a la que hoy está convocada la Iglesia, exige encuentro recíproco y fraterno
entre las diversas vocaciones. Sínodo es un vocablo compuesto por la preposición syn, con
hodós, vía, camino. Caminar con otros, supone disponerse desde actitudes vitales a lo
insospechado del Reino, creer que es posible asumir desde la riqueza de la complementariedad
y la comunión, los desafíos de la misión y responder como cuerpo eclesial a lo que la sociedad
espera en un cambio de época.
 Pertenencia
La experiencia de pertenecer confiere identidad, es cuestión de amor, de un vínculo en
torno al cual se construye el proyecto de vida.
“La Sinodalidad es un modo de ser Iglesia, en la vivencia de la unidad como
solidaridad, no unilateral, sino bilateral, constituida en el dar y recibir de todos, en
relación a todos. Unidad solidaria”3. En el fondo de lo se trata es de eso que San Pablo
recuerda “que ninguno busque su propio interés, sino de los demás”4. Es cuestión de
raíces en la certeza de que es, adheridos a la persona de Jesús y vinculados a un pueblo.

 Participación
Es la dinámica en la que la voz de todos resuena distinta y por eso complementaria.
Participar es darse, es saberse artífice y constructor, es disponerse para los procesos que
requieren de entrega y constancia, para lo gratuito y desinteresado del Reino.
La participación requiere de comunicación, se trata de “una dinámica relacional
particular: significa entrar en un espacio relacional generado por el encuentro y diálogo.
La comunicación sinodal supone valorar tanto la posibilidad de hablar, como de
escuchar, de esto se trata, de construir juntos, de tejer con otros, en atención a la voz del
Espíritu y a la realidad.

3
Pedro Carlos Cipollini. Sinodalidade Tarefa de Todos, 43.
4
1 Corintios 10,24

30
 Paciencia
Sin este don es imposible nada que perdure. Todo lo realmente importante requiere
paciencia. Hacer que acontezca lo común, supone creer en el valor de los procesos y
estos implican tiempo y acompañamiento.
El conflicto es innegable en todo proceso humano; pero la unidad debe prevalecer sobre
el conflicto y en ese sentido hace bien recordar que la “Sinodalidad no es democracia en
la Iglesia: es koinonia. Esta palabra griega significa lo que hay en común (com-munis)
compartir tareas, obligaciones, la carga a llevar, indica compañerismo, participación,
solidaridad y sobre todo comunicación íntima e interconectada. Esta palabra tiene un
rico significado trinitario y ecológico.”5
PREGUNTAS DE REFLEXIÓN

1. ¿Qué significa Sinodalidad hoy para nuestra Vida Consagrada FIC?

2. ¿De qué manera la Vida Consagrada FIC camina en Sinodalidad?

3. En el proceso Sinodal ¿De qué manera fortalecemos nuestra Vida Consagrada FIC?

4. Comunión, participación y misión ¿Qué valor tiene en nuestra Vida Consagrada FIC?

5. ¿Qué relación se da entre la Sinodalidad y la llamada vocacional?

6. ¿Qué renovaciones se deben dar desde nuestra Vida Consagrada FIC, para dar una
respuesta eclesial?

7. Como FIC ¿Qué actitudes debemos tener en nuestra vida cotidiana para contribuir en la
unidad de la fraternidad?

8. ¿Qué es para ti, como religiosa Franciscana de la Inmaculada Concepción hacer un


camino de santidad?

9. En este cambio de época que nos toca vivir frente a la Sinodalidad ¿Cómo vivir la
pertenencia, la participación, y la paciencia como FIC?

5
Pedro Carlos Cipollini. Sinodalidade Tarefa de Todos, 65.

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