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“FRANCISCO DE ASÍS”

RETIRO

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Retiro: Francisco de Asís, Talleres de Oración y Vida

CUARTO DÍA
4.1
Hermanos y hermanas, sean todos bienvenidos al cuarto día del Retiro
Francisco de Asís.

Antes de iniciar la Charla, vamos a rezar la oración ¿Dónde estás? Con


mucha devoción: Iniciamos…

Te suplico, Señor,
que pueda yo despertar un día
y oír el canto de los hombres
que descubrieron el amor.
El día en que ya olvidaron el odio,
las guerras, las razas, el color.

Espero ver algún día el nuevo mundo


que vuelve a encontrar su fe en Ti.
Porque el vacío que el mundo siente
solo Tú puedes llenarlo.

También yo te busco
¿Dónde estás?
¿Dónde, dónde estás?
Cuando la noche baja al mundo,
yo me dirijo a Ti.
Pero las estrellas no responden
a mis porqués.

Yo sé que Tú estás en mi hermano.


Sé que es tuya la voz de mis hermanos.
Sé que Tú tienes todos los colores de piel.
Sé que hablas todos los idiomas del mundo.
Sé que estás en todas las naciones.

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Sé que tu nombre no tiene límites


en el tiempo y espacio.

Te busqué y ahora sé dónde,


dónde estás. Amén.

4.2

Ahora, demos inicio a la Charla de este día, que lleva por título:

La gran desolación
(1° Parte)

Existe una zona oscura en la vida de Francisco, oscura por falta de noticias
y por la cronología incierta. Esta zona se extiende más o menos, desde 1211
a 1218.

Fue la época de sus viajes apostólicos. Anduvo por occidente y por oriente,
llegó hasta Santiago de Compostela. Fue a la Toscana y allí consiguió un
buen número de discípulos, entre ellos al beato Guido y Fray Elías. El
Hermano quedó prendado de la cortesía de Guido comentando a su
compañero: “Hermano mío, la cortesía es uno de los más hermosos
atributos de Dios. Es hermana de la caridad, apaga el odio y enciende el
amor fraterno”.

La Fraternidad se extendía velozmente por la geografía de la cristiandad.


Antes de 1216 se había extendido por el centro y norte de Italia, por Francia
y España.

Dirigiéndose a la Romaña, se detuvo en la fortaleza de Montefeltro, donde


el conde Orlando fue tocado por sus palabras. Quiso obsequiarle una
montaña solitaria del Casentino. Francisco aceptó el obsequio con la
intención de instalar allí un eremitorio. Era el Monte Alvernia.

Por esos años fueron fundándose diversos eremitorios, como nidos de

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espíritus, en lo alto de las montañas, entre ellos Montecasale, Greccio,


Fonte Colombo, Poggio Bustone…

En noviembre de 1215 asistió, según la opinión más probable, al IV Concilio


de Letrán. Allí escuchó que solo se salvarían los señalados con el signo Tau,
según la versión del profeta Ezequiel. Desde entonces este signo habría de
ser su contraseña.

Antes de completar los diez primeros años de existencia, la Fraternidad ya


contaba con varios millares de hermanos.

***

La Fraternidad tuvo un crecimiento explosivo. Los acontecimientos se


superpusieron en una marcha acelerada y precipitada.

Al principio eran pocos y heroicos. Casi todos eran procedentes de la ciudad


de Asís o, al menos, de la comarca de Umbría. Eran amigos o por lo menos
conocidos. Los unificaba el idioma, la misma idiosincrasia, y sobre todo el
mismo troquel donde eran acuñados: el alma de Francisco de Asís.

Tenían solo y todo el Evangelio como legislación para sus vidas. Francisco
era no solamente el padre y modelo para todos los hermanos, sino que era
también su propia ley; veían el mundo y la vida por los ojos de Francisco en
lo referente a prioridades, objetivos de vida, criterios orientadores y
mentalidad general; era el libro de vida para ellos. Todos respiraban el
perfume de la Porciúncula.

Muy pocos años después había alemanes, húngaros, ingleses, españoles…


burgueses ricos junto a humildes artesanos, doctores formados en
universidades junto a campesinos ignorantes, sin haber una escuela de
formación que unificara, al menos en algún grado, esta terrible
heterogeneidad.

Las normas de la vida primitiva no servían para solucionar esta complejidad.

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¿Qué hacer?

¿Cómo impedir que fuera traicionado o debilitado el ideal primitivo y, al


mismo tiempo, poner un cierto orden en esta masa de hermanos a la
deriva?

Aquellos primeros hermanos, forjados por Francisco, se hallaban disueltos


en el gran pueblo de hermanos y no ejercían influencia especial en la
opinión pública.

De los miles de hermanos actuales, la mayoría no había recibido la


formación directa de Francisco. Muchos ni lo conocían de vista.

Los rectores de la Fraternidad procedían en su mayoría del clero distinguido


e influyente. Estos fueron los que se trabaron en batalla con el Hermano de
Asís. En general, ellos tenían excelente voluntad, recta intención y vocación
verdadera. Todos amaban y admiraban a su Fundador.

Decían que Francisco no tenía dotes de organizador. Y, peor, era de esa


clase de carismáticos que no daban importancia o no ven la necesidad de
organización.

En suma, a estas alturas, ellos veían a Francisco como un peligro para el


franciscanismo.

Como hemos visto, el Hermano de Asís respetaba los dones e inclinaciones


de cada cual, y los hermanos disponían de una increíble libertad, viviendo
unos como ermitaños, otros como jornaleros, enfermeros o predicadores
ambulantes. Al principio todos obedecían a Francisco: era el nexo natural
de unión.

Era la forma ideal de gobierno para un grupo de penitentes. Bajo la acción


de la gracia y la libertad de espíritu, estos penitentes escalaron las más altas
cumbres de la madurez espiritual.

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Pero otra cosa era una orden con miles de hermanos, no todos con
verdadera vocación, sin una sólida iniciación…

En suma, la Fraternidad no estaba preparada para enfrentar este aluvión de


hermanos. Le faltaban planes de formación, estructuras de gobierno… y
solo disponía de una personalidad carismática con gran poder de atracción.

La necesidad de un reordenamiento estaba a la vista y nadie lo discutía.


Pero al reordenar las estructuras, había el peligro de herir las raíces, de
lastimar el ideal. Y este fue el doloroso campo de combate entre los
intelectuales de la Orden y el Hermano de Asís.

Los intelectuales enfocaban su lucha desde el punto de vista de la


reorganización, pero para Francisco, en cambio, se trataba de una apuesta.

El Hermano había apostado su vida por el Evangelio. Eran dos puntos de


vista opuestos. En el fondo de esta agonía a la que vamos a asistir, lo que
estaba cuestionado era el Evangelio mismo. Esta era la óptica de Francisco.

Usando la terminología de San Juan de la Cruz, pensamos que el Señor


sometió a Francisco a esa terrible prueba purificadora que se llama la noche
oscura del espíritu. Fue mucho más que un conflicto de organización.

Fue una agonía. El Hermano atravesó una noche sin estrellas. Durante unos
cuatro años, o algo más, Francisco, de ser aquel Hermano de Asís que
conocemos, sucumbió a la peor de las tentaciones: la tristeza. Permitió
crecer en su huerto la hierba más peligrosa: la violencia.

Hubo un problema de fondo: ¿Dónde está la voluntad de Dios?

Hubo un fondo más hondo: ¿Dónde está Dios?

Hubo un fondo final: ¿Dios es o no es?

Toda crisis es siempre una contradicción. Colocan al elegido en un cruce:

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una fuerza quiere arrastrarlo por un lado y otra por el otro. ¿Resultado?
Una desintegración.

El Señor le había revelado expresamente que debía vivir el Evangelio en


pobreza y humildad. En cambio ahora, el lugarteniente del Papa y los sabios
opinan que debemos organizarnos bajo el signo del orden, la disciplina y la
eficacia. ¿A quién obedecer?

Para Francisco no había satisfacción mayor que hacer la voluntad de Dios.


Pero, ¿dónde estaba verdaderamente esa voluntad?

Necesitaba oír la voz de Dios y Dios callaba.

Fue una agonía. Francisco no era organizador, ni dialéctico, ni luchador. ¡Era


tan feliz con su Dios y sus leprosos!

Después el Señor lo metió en medio de un pueblo innumerable de


hermanos. Ahora su vida era un remolino en cuyo epicentro braceaba como
un pobre naufrago. Golpeaba al cielo y el cielo no respondía. Perdió la
calma. Se puso malhumorado, amenazante, tenso, sombrío. No era el
Hermano de Asís. Era otra personalidad transitoria.

Todo el afán del Señor Eterno es liberar al hombre y divinizarlo. Y para ello
hunde al elegido más allá de las fronteras psicológicas.

Y justamente aquí comienza la noche oscura del espíritu.

Francisco sufría y pensaba: El Señor me reveló que debía vivir según la


forma del Santo Evangelio. ¿Y si no fue el Señor? ¿Y si fue mi propia voz?

¿Será que por ser yo un fracasado en los campos de batalla y en la sociedad,


no me habré agarrado a una quimera para proyectarme a mí mismo de
acuerdo con la ley de las compensaciones?

Verse adorado por las multitudes y contemplarse como una máscara vacía…

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La noche oscura del espíritu es un turbión que agarra y arrastra todo hasta
el abismo final.

Para colmo de males, debajo de tanto absurdo y oscuridad —parece un


sarcasmo— se mantiene la certeza de la fe en un trágico desdoblamiento
de la personalidad entre el saber y el sentir de la fe. El sentir dice: Todo es
mentira. El saber dice: Todo es verdad.

Sin embargo, las almas que son sometidas a esta terrible prueba nunca
sucumben. No conozco a nadie, nunca supe de ninguno que, colocado en
ese fuego, haya sido quemado.

Es una prueba extremadamente purificadora, y Dios, nuestro Padre,


solamente somete a ellas, a almas que sabe no serán quebradas bajo el
peso de su mano.

Al contrario. Salen de la noche transformados en astros incandescentes.


Totalmente desnudos y libres.

4.3
Oración:
Ofrecimiento de sí mismo

Recibe, Señor, mi libertad entera.


Recibe mi memoria, mi inteligencia
y toda mi voluntad.
Todo lo que tengo y poseo, de ti me viene;
todo te lo devuelvo y te lo entrego sin reserva
para que tu voluntad en todo gobierne.
Dame solamente, tu amor y tu gracia.
Nada más te pido,
pues ya seré bastante rico.

Oración atribuida a Santo Tomás de Aquino

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4.4
Continuamos con la Charla: La gran desolación (1ª parte)…

Francisco en uno de sus viajes apostólicos llegó a Florencia y allí se encontró


con el Cardenal Hugolino, un hombre de Dios. La amistad de él con
Francisco tenía varias motivaciones. A él le encantaba la personalidad del
Hermano de Asís, lo veía como un hombre providencial para la animación
de la Iglesia y admiraba su poder carismático, sin dejar de tener fuertes
reservas sobre algunos aspectos de su ideal.

De parte de Francisco para con Hugolino había, en primer lugar, aquellas


armónicas espirituales que los emparentaban connaturalmente. En
segundo lugar, lo miraba con “reverencia y veneración” por su actitud
general frente a toda autoridad eclesiástica. Sin embargo, Francisco
también tenía divergencias profundas con el Cardenal en cuanto a la
interpretación del ideal evangélico.

Un día Hugolino convocó a Francisco para un intercambio de ideas. Después


de algunas frases formales el Cardenal se fue derecho al asunto:

“Francisco, hijo mío, hay en la Curia Romana un grupo de Cardenales que


no miran con buenos ojos ni a ti, ni a tu Fraternidad. Te llaman soñador.
Pero hay algo peor: ahora te llaman peligroso soñador”.

El Hermano bajó los ojos. Sintió el golpe.

Hugolino continuó:

“El mejor regalo entre amigos, es la franqueza, hijo mío”.

“Siento tener que decirte estas cosas que llegan a la Curia Romana, sobre
tus hermanos, y no todas son buenas. Todos buscamos los intereses
superiores. Ya sabes lo que pasa: recibimos treinta noticias positivas y tres
negativas, y, no sé por qué misterio, para alguien negativo toda la realidad
se resume en esas tres noticias desfavorables”.

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“Yo, y algunos pocos Cardenales más, te defendemos como mejor


podemos. Pero ayúdanos a defenderte”.

“Permíteme que te diga: has sido muy temerario en enviar a los hermanos
indefensos a regiones remotas, expuestos a toda clase de contradicciones.
Hijo mío, ¡Ponderación! ¡Sabiduría!, que quiere decir, medir las fuerzas y
conocer las estructuras de personalidad y mirar a tu alrededor”.

La conversación entre los dos se desarrolló en un clima de apertura y


sinceridad; sin embargo, Francisco al final de la conversación, por primera
vez, comenzó a perder la seguridad. Peor, comenzó a perder terreno en la
alegría de vivir.

Hugolino percibió que la tristeza se había adueñado por completo del alma
de Francisco. Eso le causó honda pena. Pero era la única manera —le
parecía— de derribar aquella santa terquedad.

Y le dijo al Hermano: “La Iglesia es maestra de vida porque tiene muchos


años de existencia. En nuestros archivos de Roma hay constancia de
numerosos movimientos de reforma que acabaron en cenizas. Temo que
algo de eso suceda a tu Fraternidad”.

Hubo un largo silencio. Francisco había perdido la voluntad de luchar. La


vida, por instinto, se defiende. Cuando no se defiende, es señal de que
comienza a dejar de ser vida.

En vista de que el Hermano no decía nada, el Cardenal continuó:

“¿Entiendes lo que quiero decir, Francisco? Tres mil hombres vagando por
el mundo, sin casa, sin convento… ¡no puede ser! ¿Por qué no crear unas
pequeñas estructuras? ¿Unos conventos sólidos pero humildes? ¿Una
cierta estabilidad monacal…?

Viendo que el Hermano seguía en silencio, el Cardenal le dijo:

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“Dime alguna cosa, querido Francisco”.

El Hermano comenzó a hablar con desgana, aparentemente sin convicción.


Pero pronto entro en calor y subió la inspiración, diciendo:

“Dicen que la vida tiene un ritmo, y se llama evolución; el programa de


Rivotorto no sirve para la presente realidad; hablan de organización
poderosa, disciplina férrea…”

Y bajando la voz, continuó:

“Señor Cardenal, es el lenguaje de los cuarteles: ¡Poder! ¡Conquista! Yo


tengo otras palabras: ¡Cuna! ¡Pesebre! ¡Calvario!

Francisco calló, pero como el Cardenal quedó mudo, sin saber qué decir, él
continuó:

“Los ministros tienen una fraseología cautivadora. Es la piel, Señor


Cardenal; si me permite decir, la careta”.

“La realidad es otra: nadie quiere ser pequeñito; nadie quiere aparecer
como débil, ni en los tronos ni en la Iglesia. Todos somos enemigos
instintivos de la Cruz y del Pesebre, comenzando por los hombres de
Iglesia”.

“Podemos derramar lágrimas ante el Pesebre y sentirnos orgullosos


levantando la cruz hasta en los campos de batalla como lo hacen los
cruzados, pero nos avergonzamos de la Cruz. A nadie llamaré farsante en
este mundo, pero eso es una farsa, casi una blasfemia. ¡Perdóname, Dios
mío!”

Asustado, el Cardenal replicó:

—¡Te fuiste demasiado lejos, hijo mío!

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—Discúlpeme —respondió rápidamente Francisco— en la redondez de la


tierra no hay pecador como yo; no estoy juzgando a nadie sino analizando
los hechos.

El equívoco opera por debajo de la conciencia, continuó Francisco. Nadie es


malo, pero nos engañamos. Las cosas feas necesitan apariencias bonitas. El
hombre viejo, el soldado que vive dentro de nosotros quiere dominar,
emerger, enseñorearse… En el fondo, es el instinto salvaje de dominar y
prevalecer.

Decimos que Dios tiene que estar encima, predominar. Pero somos
nosotros los que queremos estar encima y predominar, y para eso nos
erguimos sobre el trampolín del nombre de Dios. E identificamos nuestro
nombre con el nombre de la Orden, nuestros intereses con los intereses de
la Iglesia. Identificamos nuestro nombre con su Nombre, nuestros intereses
con Sus intereses, nuestra gloria con Su gloria. Dios nunca está encima.
Siempre está a los pies de sus hijos para lavarles los pies y servirlos, o está
clavado en la cruz, mudo e impotente.

La verdad de fondo es ésta: nadie quiere aparecer pequeñito y débil. A


pesar de las frases retumbantes, nos avergonzamos de la Cuna, del Pesebre
y de la Cruz del Calvario.

En la Iglesia hay demasiados predicadores que hablan de la teología de la


Cruz, pero el Señor no nos llamó para predicar brillantemente el misterio
de la cruz, sino para vivirlo humildemente.

Hugolino callaba. Estaba vencido, pero no convencido. Le parecía que todo


era verdad. Pero si se comenzaba por aceptarlo todo indiscriminadamente,
muchas cosas tendrían que cambiar en la Iglesia desde las raíces. Era
demasiado. Le parecía magnífico que en la Iglesia hubiera estos carismas,
pero tenía que haber de todo.

***

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Ahora nos prepararemos para vivir un Tiempo Fuerte de oración:

4.5
Tiempo Fuerte

“Sé sincero (a) en tu oración, no hables al Señor solo con palabras bonitas
como si todo en tu vida fuese una maravilla. Lleva ante Dios todas esas
montañas de sufrimiento, de rencor, de orgullo e imperfecciones. Si rezas
con fe y de verdad, Dios arrojará todas esas montañas al mar. Ora el tiempo
suficiente y suficientemente fuerte para que Él transforme tu amargura en
dulzura”.

1. Hacer un “Silenciamiento corporal”: Busca un lugar para que puedas


silenciarte sentado cómodamente:

“Tranquilo, concentrado, suelta uno por uno los brazos y las piernas
(como estirando, apretando y soltando los músculos) sintiendo cómo se
liberan las energías. Suelta los hombros de la misma manera. Suelta los
músculos faciales y los de la frente. Afloja los ojos (cerrados). Suelta los
músculos —nervios del cuello y de la nuca balanceando la cabeza hacia
adelante y hacia atrás, y girándola en todas direcciones, con tranquilidad
y concentración, sintiendo cómo se relajan los músculos— nervios. Unos
diez minutos.

4.6

2. Rezar con unción y devoción la oración Condúceme:

Guíame, clara luz,


a través de las tinieblas que me rodean,
llévame cada vez más adelante.
La noche está oscura
y estoy lejos de casa,
condúceme Tú cada vez más adelante.

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Guía mis pasos: no te pido


que me hagas ver desde ahora
lo que me reservas para más adelante.
Un solo paso es bastante para mí,
por el momento.
No siempre he sido así;
ni tampoco he rezado siempre
para que Tú me condujeras.
Me gustaba elegir mi propio camino;
pero ahora te pido que me guíes Tú
siempre más adelante.
Ansiaba los días de gloria
y el orgullo dirigía mis pasos;
¡oh! No te acuerdes de esos años ya pasados.

Tu poder me ha bendecido largamente,


y sin duda ahora también
sabrá conducirme por la estepa y los pantanos,
por el pedregal y los abruptos torrentes
hasta que la noche haya pasado
y sonría el amanecer.

Por la mañana, aquellos rostros de ángeles


que había amado por largo tiempo
y que durante una época perdí de vista,
volverán a sonreír.

Guíame, clara luz,


llévame cada vez más adelante. Amén.

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4.7

3. Leer el texto bíblico Isaías 43, 1-5. En este texto el Señor te habla
directamente a ti. Respóndele con sinceridad y dile todo lo que tu
corazón le quiera pedir, hablando o escribiendo en tu cuaderno
espiritual.

Isaías 43, 1-5


1. "Y ahora, así te habla Yavé, que te ha creado, Jacob, o que te ha
formado, Israel. No temas, porque yo te he rescatado; te he llamado por
tu nombre, tú eres mío.
2. Si atraviesas el río, yo estaré contigo y no te arrastrará la corriente. Si
pasas por medio de las llamas, no te quemarás, ni siquiera te
chamuscarás.
3. Pues yo soy Yavé, tu Dios, el Santo de Israel, tu Salvador. Para
rescatarte, entregaría a Egipto, Etiopía y Saba, en lugar tuyo.
4. Porque tú vales mucho a mis ojos, yo doy a cambio tuyo vidas
humanas; por ti entregaría pueblos, porque te amo y eres importante
para mí.
5. No temas, pues, ya que yo estoy contigo. Del Este haré venir a tu
descendencia y del Oeste te reuniré.

Despídete con una oración breve, agradeciendo la presencia del Señor en


este momento de silencio y soledad, y promete regresar mañana.

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