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El Dipló: Taiwán, monumento a la

realpolitikLa compleja identidad


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Edición Nro 152 - Febrero de 2012

Cierre de campaña de Ma Ying-jeou, candidato del Kuomintang (KMT), Taipei, Taiwán, 13-1-12 (Toshifumi Kitamura/AFP/Dachary)

UN PODER CONSERVADOR Y PRAGMáTICO

Taiwán, monumento a la realpolitik

Edición Nro 152 - Febrero de 2012Edición


Por Martine Bulard*Por Martine Bulard -1- Nro 152 - Enero de 2012
El Dipló: Taiwán, monumento a la
realpolitikLa compleja identidad
nacional 2/8 3-02-2012 18:18:07

Por Martine Bulard*

Las elecciones celebradas en Taiwán el pasado 14 de enero produjeron idéntico alivio en


Taipei, Beijing y Washington. El presidente saliente, Ma Ying-jeou, ferviente partidario del
acercamiento a China continental, fue reelecto por cómoda mayoría, lo que garantiza la
estabilidad regional. Ni los empresarios ni la clase media desean aventuras.
siao Hsin-Huang Michael es un hombre apurado. Aunque cercano al Partido Demócrata Progresista
(PDP, independentista), a este investigador, especialista en clases sociales, no lo absorbe la campaña
electoral que, en noviembre de 2011, provoca efervescencia. Lo que trata de hacer Hsiao es sentar a
Taiwán en los círculos científicos internacionales, si no diplomáticos. Nos recibe a la hora del
almuerzo, entre dos coloquios, en un restaurante bastante chic del campus de la Academia Sínica. Este
centro académico, equivalente al Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS) francés, es de una tranquilidad
maravillosa, lejos de los autos y de la multitud de vehículos de dos ruedas que invaden las calles de la ciudad. Hay
buenas condiciones de trabajo, sobre todo porque “somos independientes de los poderes político y económico”,
asegura este sociólogo famoso por sus estudios comparativos de las clases medias en Asia (1).

En Taiwán, pequeña isla de 36.000 kilómetros cuadrados, la middle class se desarrolló como en todas partes. Sin
embargo, explica Hsiao, “todavía hoy se distinguen dos generaciones”. La “vieja” clase media, compuesta por
pequeños empresarios y obreros calificados, se desarrolló en los años 1970 y 1980; fue la que levantó la isla al rango
de “tigre asiático”, según la expresión consagrada (2). La clase nueva, formada en los años noventa y constituida por
ejecutivos, ingenieros, gerentes tanto del sector público como del privado y profesionales liberales resultó tres veces
más importante que la primera. Pero, “contrariamente a lo que se podría creer, la recién llegada no desalojó a la más
antigua, de la que proviene en parte”. Los hijos y las hijas de los dueños de pequeñas y medianas empresas (pymes) y
obreros acomodados, que a veces estudiaron en Estados Unidos o en Europa, tomaron el rumbo liberal. Algunos, yendo
a invertir del otro lado del estrecho, el rumbo chino.

En general, en el mundo desarrollado, “la middle class se ubica en el centro del tablero político. Aquí, para formar su
opinión entrecruza dos datos: las cuestiones mundiales y las cuestiones locales, pues la familia sigue siendo un
elemento determinante. Esta clase media antes votaba por el PDP, pues tenía necesidad de reformas. Pero con la crisis,
prefiere proteger sus intereses; es mucho más conservadora”. Este diagnóstico sociológico, planteado dos meses antes
de las elecciones presidenciales y legislativas, se confirmó en las urnas.

El 14 de enero último, al votar por el presidente Ma Ying-jeou, presentado por el Guomindang (o Kuomintang, KMT),
la clase media apostó por la continuidad. Todos los especuladores existentes en Taiwán votaron de la misma manera.
Muchos directamente llamaron a votar por Ma, como Douglas Hsu, el responsable del poderoso grupo Far Eastern, o
Terry Gou, el fundador de Foxconn, proveedor de Apple, establecido en China. Algunos incluso llegaron a comprar
páginas enteras en los diarios para proclamar todo lo bueno que pensaban del presidente. En cambio, Tsai Ing-wen, la
adversaria de Ma y candidata del Partido Demócrata Progresista, no contó con un apoyo como ése. Sería exagerado
hablar de un tratamiento igualitario de los candidatos en los medios, mayoritariamente en manos de grandes grupos
industriales y financieros, o del propio poder.

Ma obtuvo el 51,6% de los votos y más de la mitad de las bancas en el Parlamento. Aunque perdió cerca de seis puntos
en relación con la elección de 2008, su ventaja sigue siendo sensible. Parte de los empleados que se ubican en el nivel
más bajo dentro de la escala y algunos agricultores votaron también por él. En efecto, las cuestiones mundiales (las
relaciones con China continental y con el resto del planeta) y las cuestiones locales (salario, empleos y condiciones de
trabajo) se unieron, para gran beneficio del presidente saliente. El argumento del PDP según el cual Ma “vendió
Taiwán a China” no funcionó. Como tampoco el miedo de ser devorado por el continente. Sin embargo, Beijing fue
corazón de la campaña.

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Por Martine Bulard*Por Martine Bulard -2- Nro 152 - Enero de 2012
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Las claves de la historia

Para comprender las relaciones entre las dos orillas del estrecho de Formosa, hay que hundirse en la historia, cuyas
vueltas están presentes en la memoria colectiva. “Mi abuelo tiene un nombre japonés; yo, un nombre chino”, afirma
Wu Oimao, un funcionario de Kaohsiung, la segunda ciudad más grande de Taiwán, cuyo urbanismo lleva las huellas
de la ocupación nipona. Ni el abuelo ni el nieto eligieron. Muchas familias taiwanesas sufren esta rareza identitaria.

En 1895, al término de un enfrentamiento con China, Japón se impuso y realmente modernizó la isla, abandonada
entonces por el continente, pero también hizo reinar un orden de hierro. Los formoseños, como se llamaban entonces
sus habitantes, “eran tratados por la administración colonial como ciudadanos de segunda”, nos informa Peng
Ming-min (3) gran intelectual taiwanés y militante a favor de la democracia. Así, en 1945, a la llegada de los chinos,
“transportados en aviones y barcos estadounidenses para tomar posesión de la isla” en lugar de los japoneses que
habían perdido la guerra, “los formoseños los recibieron con entusiasmo, pensando que empezaba una época nueva y
maravillosa”.

Muy pronto se desengañaron. El 28 de febrero de 1947, el “terror blanco” se abatió sobre Kaohsiung, Taipei y el país
entero: las tropas del KMT, el partido nacionalista por entonces en el poder en China, masacraron a miles de personas.
“Mi padre llegó a proclamar que se avergonzaba de su sangre china”, escribe Peng, “y que deseaba que sus hijos se
casaran con extranjeras hasta que sus descendientes no pudieran ya sentirse chinos”. El líder nacionalista Chiang
Kai-shek –refugiado en Taiwán en 1949 después de haber sido vencido por los comunistas y Mao Tse Tung en
Beijing– y sus sucesores imponen la ley marcial hasta 1986. Los opositores son encarcelados u obligados al exilio. A la
japonización militarista sucede la sinologización totalitaria: las raíces culturales de la isla son ignoradas, la lengua local,
aplastada; se impone el mandarín (clásico) y la historia es revisitada. Se comprende que todavía hoy a las poblaciones
instaladas desde hace tiempo les produzca algún resentimiento. Sobre todo porque la lucha por la democratización se
confundió siempre con la dirigida contra los nacionalistas chinos del KMT.

Desde su instalación, estos últimos viven con la esperanza de emprender la reconquista del continente. Son sostenidos
por los estadounidenses que, en 1950, ubican su Séptima Flota en el estrecho y algunas bases militares sobre tierra
firme, a la par que financian con generosidad a este poder dictatorial. El KMT se creerá todavía más en su derecho
dado que, durante veinticuatro años, Taiwán representará a la “verdadera China” a los ojos de la Organización de
Naciones Unidas (ONU), y por lo tanto del mundo.

Cuando Beijing se instala en el Consejo de Seguridad de la ONU, en octubre de 1971, la suerte de la isla queda en
suspenso. La mayoría de los países del mundo termina por reconocer que “sólo hay una China” (4). Taiwán desaparece
del radar internacional, salvo cuando agita la bandera roja de la independencia. El tigre chino muestra entonces sus
garras: en 1996, en vísperas de la primera elección de un presidente taiwanés por sufragio universal, Beijing efectúa un
tiro de misil balístico (de cabeza inerte); entre 2000 y 2008, cuando la isla es gobernada por el independentista Chen
Shui-bian (5), se refuerzan las baterías de misiles apuntadas hacia las costas taiwanesas.

Estos tiempos parecen superados. En ambas costas del estrecho surgió una nueva generación de dirigentes. Los
comunistas que soñaban con apoderarse por la fuerza de este peñón recalcitrante, como los nacionalistas, que se veían a
sí mismos aniquilando a los usurpadores de Beijing, saben que su proyecto nunca se dará. Más aun, los nacionalistas
anticomunistas de ayer se volvieron los mejores aliados del Partido Comunista Chino, que no para de ayudarlos.
Singular vuelta de la historia.

Los tres “no”

En realidad, Beijing no transige sobre los principios de la unidad y la integridad territorial de la República Popular
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China. Ni el Ejército ni la población lo admitirían, por otra parte. “No buscamos una reunificación inmediata”, confía
un conocido diplomático en la capital china, “pero no podemos aceptar una independencia inmediata” (6). Desde
Taipei, los dirigentes en el poder recuerdan el objetivo fundamental: “negociar un acuerdo de paz” (¿entre Estados?).
Por el momento, el statu quo conviene a todo el mundo. Beijing habla como siempre “de una China, dos sistemas”, y
Taipei, “de una China, diferentes interpretaciones” (según uno se sitúe de un lado u otro de la costa). Todos cuidan las
apariencias y se abrazan.

Hay que contar también con el tercero en discordia de este gran juego estratégico: Estados Unidos, que pretende no
ceder un ápice ante China. Durante la campaña electoral, los analistas pasaron buena parte del tiempo escrutando la
eventual presión china. En vano. Por el contrario, señalaron muy poco el marcado apoyo de Washington al presidente:
en septiembre de 2011, la administración Obama anunciaba la modernización de los aviones caza F16 (de fabricación
estadounidense) reclamada desde hace años; en diciembre, la supresión de las visas para entrar en territorio
estadounidense. Esto para calmar a los caciques del KMT y recordar a todos que Estados Unidos sigue siendo el aliado
número uno. Y, de hecho, es muy probable que Ma juegue a dos puntas, Estados Unidos y China.

Con Beijing, en 2010, firmó un acuerdo en el marco de cooperación económica (Economic Cooperation Framework
Agreement, ECFA), una especie de tratado de libre comercio que prevé supresiones de derechos de aduana de ambos
lados. En efecto, Taiwán no tiene el estatus de país a los ojos de Beijing, pero percibe derechos de aduana como
cualquier nación. No está reconocido en la ONU pero tiene asiento en el seno de la Organización Mundial del
Comercio (OMC) como “territorio aduanero separado de Taiwán, Penghu, Kimmen y Matsu”. Política, no, comercio,
sí.

Chang Kao, viceministro del Consejo de Asuntos Continentales (Mainland Affairs Council, MAC), organismo
encargado de las relaciones con Beijing, teoriza el principio. Este hombre, muy respetuoso de los ritos (fotos e
intercambio de regalos), que nos recibe en uno de los salones del MAC, representa a la nueva generación. Tiene
estudios en Estados Unidos, perfecto inglés, lenguaje directo: “¿Nuestro método? Dejar de lado la política y centrarse
en la economía. Nuestro principio es conocido: es el de los tres ‘no’ –no a la unificación (bu tong), no a la
independencia (bu du), no al recurso de la fuerza (bu wu)–. Las cuestiones políticas son las más difíciles de resolver;
no se puede abrir el diálogo con eso. Hemos decidido, por lo tanto, una tregua diplomática”.

Además, los responsables económicos taiwaneses no esperaron la luz verde del poder para precipitarse sobre el
continente desde el principio de las reformas de los años ochenta. Sus inversiones directas en China se estiman en
100.000 millones de dólares estadounidenses, e incluso en 200.000 millones si se cuentan los que pasaron por Hong
Kong. Las deslocalizaciones se multiplicaron y, actualmente, más de dos millones de taiwaneses (sobre una población
activa de once millones) trabajan en el continente.

En las empresas de electrónica o de servicios a otras compañías (contabilidad, programas informáticos…), no existe ni
un ejecutivo, o casi, que no pase un tiempo más o menos largo –desde algunos días hasta varios años– en territorio
chino. “No tenemos opción”, confía bajo la protección del anonimato uno de ellos, que trabaja en una empresa de
electrónica conocida. “Hay que partir y dejar mujer e hijos, incluso durante varios meses.” No es sólo esto lo que odia,
sino también las relaciones con sus homólogos del continente: “Partimos con consignas: no confiar en los ingenieros ni
en los ejecutivos chinos. Los tratamos con desprecio, pero muchos de ellos son competentes. A menudo viven en
condiciones difíciles. Los obreros y las obreras están amontonados en dormitorios. Deberíamos tener vergüenza de
tratarlos así”.

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Atracción por la orilla china

El ejemplo más conocido es el de Foxconn, establecido en Shenzhen. Sus métodos son tan duros que los suicidios se
multiplicaron allí, hasta el punto de desencadenar huelgas (7). Aunque este caso, que dio vuelta al mundo, indigna a los
taiwaneses, en general ven a los continentales con la condescendencia de los ricos respecto de los pobres: en efecto, el
producto interno bruto por habitante es, en Taiwán, dos veces y media más elevado (19.500 dólares contra 7.680).

Dura o no, la integración económica está en marcha. ¿Se puede hablar de “Chaiwan”, según la expresión inventada por
la prensa surcoreana, y poco apreciada por los taiwaneses de todas las tendencias? Sería exagerado, pero China ya
absorbe el 40% de las exportaciones taiwanesas; “siete de las quince primeras empresas exportadoras ‘chinas’ son
filiales de empresas taiwanesas”, precisan los economistas Stéphane Cieniewski y Pierre Moussy (8). En la isla, la
atracción por la otra orilla del estrecho se traduce por una desindustrialización masiva, especialmente en el sur.

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Kaohsiung es el reflejo. Aquí, se siguen viendo baldíos a pesar de la fiebre constructora que se apoderó de esta ciudad
portuaria, y a pesar del esfuerzo de voluntad de Chen Chu, la militante del PDP que fue prisionera del KMT y que
gobierna Kaohsiung desde 1996. Explica el proceso emprendido varios años atrás: “Teníamos industrias pesadas
(química, siderurgia…) y de transformación (mecánica, textil, juguetes…) cuya rentabilidad estaba basada en los bajos
salarios. Cuando los trabajadores reclamaron aumentos, mejores condiciones de trabajo, el pago de sus horas extra, en
suma, cuando reclamaron más justicia social, las empresas comenzaron a deslocalizar hacia China continental, pero
también hacia el sudeste asiático, en particular Vietnam”. No acusa tanto a Beijing como a “los financistas que
prefirieron deslocalizar. Pero no vale la pena lamentarse. De cualquier manera, ya no queremos este tipo de empresas
extremadamente contaminantes”. La ciudad intenta diversificar sus actividades. Pero a pesar de su modernización,
Kaohsiung, que fue el primer puerto del mundo para contenedores hasta principios de los años 2000, pasó al noveno
lugar.

En Taipei, Chang no niega esta realidad. Para él, sin embargo, el juego es de suma cero, y las relaciones económicas se
equilibran. Por eso, asegura tomando como ejemplo la electrónica, “nuestra producción se duplicó, pues fabricamos
elementos clave que a continuación son armados del otro lado del estrecho”. Multiplica los ejemplos de éxito, según él,
en la agricultura, en los productos de mar o en el turismo. Sus cifras son verosímiles y los huelguistas, cada vez más
numerosos.

La principal consecuencia de esta huida hacia China es sobre todo el afianzamiento del modelo económico fundado
sobre los salarios bajos, subraya la oposición. Un sistema completamente volcado hacia la exportación –en particular la
informática–, apoyado en la ayuda fiscal para tratar de atraer capitales (el impuesto sobre las empresas cayó a un 17%
en 2010), y muy dependiente de ordenantes extranjeros (estadounidenses, japoneses).

Los jóvenes profesionales –entre quienes Tanguy Le Pesant, investigador francés en funciones en Taiwán, realizó una
vasta encuesta–, son las primeras víctimas. Al salir de la universidad, cuatro años después del bachillerato, encuentran
trabajo con facilidad, después de una semana o un mes. Pero cobran, en promedio, entre 22.000 y 25.000 dólares
nuevos taiwaneses (NDT), o sea, entre 576 y 624 euros por mes. En cuanto al salario mínimo oficial, es de 455 euros.
¿La perspectiva? Ir a trabajar del otro lado del estrecho como ejecutivos y ganar (un poco) más. Lo que da otra visión
de China (véase recuadro).

En la minúscula banca de la Confederación Taiwanesa de Sindicatos, en la calle Roosevelt, Shih Chao-Hsien y Hsieh
Tsuan Chih, presidente y secretario general respectivamente, confirman la magnitud del fenómeno de los bajos salarios,
en particular para los jóvenes profesionales: “Estamos cien años atrasados”. Sin corbata ni traje y sin grandes frases,
los dos hombres describen las dificultades encontradas, en un país donde la libertad sindical acaba de ser reconocida y
donde el 78% de los empleados trabaja en una pyme. “Por ley, la duración del trabajo es de cuarenta horas; en la
realidad, es entre cuarenta y cinco y cuarenta y ocho horas. Como en China continental. Las horas extras no se pagan.”
¿Las vacaciones? Siete días el primer año, diez después de tres años, catorce al cabo de cinco años. Pero esto tampoco
es verificable.

Algunos días más tarde, sin embargo, tendremos la confirmación al conocer, en casa de amigos, a Ping-fan, una joven
diseñadora industrial, treintañera, empleada en una microempresa con otras dos personas. Cuando se le pregunta sobre
su tiempo de trabajo, al principio responde “ocho horas”. Quizás porque se le paga efectivamente por ocho horas.
Después de describir sus actividades cotidianas, rectifica: trabaja “al menos diez u once horas por día, dado que la regla
es que ‘la tarea confiada debe ser terminada’”. Su jefe puede llamarla para trabajar el sábado, el domingo o pedirle que
se quede después de hora, a la tarde. Tiene que respetar el ritual de la empresa, someterse a la jerarquía, no hacerse
notar. Una organización piramidal a la japonesa que se encuentra también en las grandes empresas de punta, si creemos
en el testimonio del cuadro citado más arriba. Para los informáticos, la opresión viene de parte de los colegas más que
del jefe mismo. Y uno no puede decir que esto favorece el espíritu de iniciativa.

Aunque la Confederación Sindical muestra fotos de manifestaciones por aumentos de salario o contra supresiones de
empleos, su accionar sigue siendo marginal. Hubo, durante algunos días, “indignados” ante Taipei 101, la segunda
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torre más alta del mundo, en la city, pero sin grandes consecuencias. Según Le Pesant, que conoce muy bien la
situación de los jóvenes, “el peso de la dictadura se hace sentir todavía en la sociedad civil, donde la crítica de
izquierda –antes severamente reprimida en nombre de la lucha contra el comunismo– permanece esencialmente
confinada a los círculos académicos y a un pequeño grupo de militantes. El sistema educativo y los valores confucianos
que sigue trasmitiendo ya no alientan el cuestionamiento del orden establecido”.

El gobierno cuenta con este conformismo. A no ser que la agitación social que sacude actualmente a China termine por
ganar la isla. Sería un nuevo cambio en las relaciones de estos dos hermanos enemigos. Entretenido, esta vez.

Cifras

El nombre oficial de Taiwán es “República de China”; su capital es Taipei.

Superficie : 36.000 kilómetros cuadrados.

Población : 23,04 millones de habitantes.

Moneda : Nuevo dólar de Taiwán (NDT), no convertible.

Producto Interno Bruto (PIB) : 430.000 millones de dólares americanos.

PIB por habitante : 19.155 dólares americanos (7.628 dólares en China continental).

Crecimiento : 10, 9 % en 2010 ; - 1,9 % en 2009.

Tasa de desempleo oficial : 5,4 %.

Fuente: Taiwan Statistical Data Book, 2011.

Cronología

1557. Los portugueses llaman Formosa a la isla.

1624-1681. Holanda coloniza la isla y llegan los inmigrantes económicos chinos.

1661-1895. Los chinos expulsan a los holandeses; Taiwán se convierte en una provincia del imperio.

1895-1945. Japón ocupa la isla.

1945. Taiwán vuelve a la República de China.

1949. Después de su derrota frente a los comunistas de Mao Tsé Tung, el dirigente nacionalista del Kuomintang Chang
Kai-shek huye a Taiwán. 1,5 millones de “continentales” se instalan allí entre 1949 y 1950.

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1971. La República Popular de China (Beijing) es el miembro de la Organización de Naciones Unidas (ONU) en lugar
de la República de China (Taiwán).

1987. Levantamiento de la ley marcial en Taiwán.

1996. El presidente de la República es elegido por sufragio universal.

2000-2008. Chen Shui-bian, del Partido Demócrata Progresista (PDP, independentista) es elegido presidente.

2008. Ma Ying-jeou (GMD) toma su lugar.

1. Véase Hsiao Hsin-Huang Michael, “East Asian middle class in comparative perspective”, Institute of Ethnology,
Academia Sinica, Taipei, República de China.

2. Corea del Sur, Hong Kong, Singapur y Taiwán fueron bautizados los “cuatro tigres” en razón de su fuerte
crecimiento económico en esa época.

3. Peng Ming-min, Le Goût de la liberté, Editions René Viénet Belaye, 2011. Esta cita y las dos siguientes están
extraídas de ese diario de viaje.

4. La independencia de Taiwán (República de China) sólo es reconocida por veintitrés países.

5. François Godement, “Desafío taiwanés para Pekín”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, abril de 2000.

6. Véase Martine Bulard y Jack Sion, Chine-Inde. La course du dragon et de l’éléphant, Fayard, París, 2010.

7. Véase Isabelle Thireau, “Los trabajadores chinos despiertan”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur,
septiembre de 2010.

8. Boletín económico China del servicio económico de la embajada de Francia en Beijing.

* Jefa de Redacción adjunta de Le Monde diplomatique, París.

Traducción: Florencia Giménez Zapiola

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