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19/9/23, 20:38 Los condenados del crecimiento - El Dipló

EDICIÓN 291 - SEPTIEMBRE 2023


DETRÁS DEL MODELO DE SINGAPUR

Los condenados del crecimiento


Por Martine Bulard*

Históricamente, Singapur ha sido un modelo de prosperidad y


estabilidad, que inspiró a China. Pero la ciudad-Estado tiene su
contracara: costo de vida en alza, trabajadores migrantes
maltratados... Una preocupación para el primer ministro, Lee
Hsien Loong, que desde hace veinte años maneja los hilos del
país.

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Cécile Marin

NTUC –las letras rojas en lo alto de la torre de vidrio y acero, más bien banal en el universo
creativo de los rascacielos de Singapur–, indican a quién pertenece: al único sindicato del
país, el National Trades Union Congress. “El edificio nos fue donado por Lee Kuan Yew [el
padre de la independencia] –explica orgullosamente su secretario general Patrick Tay–.
Quería que los trabajadores tuvieran un verdadero lugar. En aquel momento, no había
prácticamente nada alrededor.” Un regalo del gobierno que había planificado, sobre la
marcha, la creación alrededor del edificio, de un centro financiero y turístico, ultraexclusivo,
Marina Bay, combinando alegremente los sectores público y privado con el fin de recibir a
multinacionales y hoteles de lujo, tal como el celebérrimo “Marina Bay Sands”, construido en
2010: tres palacios de cincuenta y cinco pisos coronados por una pileta que los une a 200
metros de altura, un centro comercial de lujo en la planta baja y un inmenso casino para que
los empleados descarguen presión y para los chinos del continente hartos de Macao.

“El edificio NTUC”, como se lo llama aquí, se destaca con buena compañía y aloja tanto las
oficinas de empresas como Samsung como agencias gubernamentales. Tay, un cincuentón
dinámico, nos recibe en el noveno piso, jadeante al llegar de la Asamblea Nacional. Porque el
secretario general del sindicato también es diputado del todopoderoso Partido de Acción
Popular (PAP). No ve en ello ninguna contraindicación, ni siquiera una contradicción.
“Permite llevar la palabra de los trabajadores al Parlamento. Y estoy contento en tanto
legislador de elaborar cambios a su favor.” Por el contrario, la idea misma de un sindicato

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opositor lo estremece. “Nuestra misión es evitar la escalada y para ello hay un proceso de
consulta. Es lo que aporta la estabilidad a la cual aspira la población.” Empresarios, jefes
sindicales, políticos, altos funcionarios e incluso ministros conviven y a veces incluso pasan
de una función a otra en una alegre mezcolanza.

Así son las relaciones sociales y políticas en Singapur. Es un matrimonio de a tres –Estado,
empleadores y (representantes de los) trabajadores– que funciona desde la independencia en
1965, con mucho más éxito aun porque todos los obstáculos fueron eliminados y los vínculos
del trío son estrechos, por no decir incestuosos. Forman “una elite que se apropió” del poder,
como señala el gran conocedor de la ciudad-Estado, Michael D. Barr (1), citando un discurso
de Lee Kuan Yew (2) de 1966: “La supervivencia de Singapur depende de 150 personas”. No
hicimos el recuento de las familias que controlan la isla. Lo que es seguro es que, desde 1963,
Lee eliminó la rama progresista del PAP y a sus simpatizantes (120 arrestos). Nombre en clave
de la operación: “Coldstore”. Un cuarto de siglo más tarde, en 1988, lo volvió a hacer. La
“operación Spectrum” apuntaría a unas veinte personalidades (militantes políticos,
sindicalistas, abogados, estudiantes, intelectuales…) acusadas de “conspiración marxista”.
Aún hoy, sigue siendo casi imposible mencionar esos períodos. La proyección en los cines de
To Singapore, with love (2013), de la directora Tan Pin Pin, muy reconocida y aclamada por
sus pares, que entrevista a exiliados políticos (de todas las épocas), fue prohibida para
prevenir una “vulneración de la seguridad nacional”. En 2015, el dibujante y escritor Sonny
Liew, quien, en una magnífica obra, El arte de Charlie Chan Hock Chye (3), contó el destino
del personaje, como una manera de revisar la historia oficial, no recibió la misma censura.
Pero su editor tuvo que devolver el tradicional adelanto del Centro Nacional de las Artes –lo
que podría haberlo puesto en aprietos (véase el sitio Internet)–.

Visión de futuro

En más de sesenta años, Singapur sólo tuvo tres primeros ministros, entre ellos a Lee Kuan
Yew y a su hijo Lee Hsien Loong, en el cargo desde 2004 y que promete retirarse pronto, por
fin pasando la página de la dinastía. Pero su partida se hace esperar (ver recuadro). Mucho
antes de que la expresión –y la realidad– se banalice en otras partes del mundo, Singapur
establecía así una “democracia iliberal”, que perdura: el derecho al voto existe, pero los
partidos de oposición están encorsetados; el derecho a la huelga está incluido en la
Constitución, pero es imposible ejercerlo –la de los choferes de ómnibus, en 2012, la última a
la fecha, fue declarada ilegal y conllevó el arresto de sus líderes–.

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No obstante, el sistema casi no es cuestionado por la población. Por una parte, “todavía
vivimos con la sensación de que debemos luchar por la supervivencia”, asegura Wei Chen
Tan, ex alto funcionario de origen chino que insiste en precisar que su familia llegó a
comienzos del siglo pasado y “no se parece a los chinos del continente”. El temor al
inmigrante, incluso a las grandes fortunas provenientes de Pekín, de Shanghai o de Hong
Kong, impregna ampliamente a las clases acomodadas.

Por otra parte, el poder no es solamente represivo, subraya Stéphane Le Queux, profesor de
Relaciones Profesionales en la James Cook University: “Aporta el bienestar. El Estado, el
sindicato y el empresariado coinciden en un objetivo en común: garantizar la paz social y el
crecimiento económico”. De hecho, este “pequeño punto rojo en el mapa del mundo”, según
la expresión despectiva de un ex presidente indonesio (Bacharuddin Jusuf Habibie), se
convirtió en los años 1970-1980 en uno de los cuatro “dragones” asiáticos –junto con Corea
del Sur, Hong Kong, entonces bajo el control británico, y Taiwán–, que no se destacaban por
el respeto de los derechos humanos pero hacían felices a las multinacionales que inundaban
el planeta con sus productos de baja gama.

Modelo para Pekín, en la década siguiente, Singapur construyó una economía volcada hacia
la exportación utilizando una mano de obra formada y dócil cuyo nivel de vida treparía, y que
más tarde reemplazará por inmigrantes.

“Cuando China se abrió, Lee Kuan Yew entendió enseguida que tenía que orientar el
crecimiento hacia producciones de más alta tecnología y utilizar la ubicación geográfica de
Singapur para convertirse en un centro ineludible”, explica Wei Chen Tan, quien no esconde
su admiración por el “padre de la nación”, debido a su visión de futuro y a su decisión de
apostar a la educación. Se olvida de aclarar que Singapur adquirió muy pronto visos de
paraíso fiscal para atraer las inversiones extranjeras (cerca de 200 mil millones de dólares
estadounidenses en 2022) y convertirse en la primera plaza financiera del planeta desde el año
pasado. Incluso se la califica como la “pequeña Suiza”, e inspira a Dubai. Actualmente, cerca
de la mitad de los grandes grupos asiáticos tiene sus oficinas allí. El rumor general –que
ningún oficial quiso confirmar– sostiene que muchas de las sociedades extranjeras instaladas
en Hong Kong habrían transferido allí sus activos. En todo caso, los gestores de fortunas
(chinas o hong-konesas), las family offices, nunca fueron tan numerosos, setecientos en 2021,
según la Autoridad Monetaria de Singapur. Tres años antes eran un puñado.

No obstante, la ciudad-Estado no puede resumirse en las finanzas, la banca y los seguros. En


la punta del Estrecho de Malaca y en el corazón del efervescente Sudeste Asiático, se
transformó en un “hub” o plataforma comercial e industrial, en particular gracias al segundo

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puerto de contenedores más grande del mundo (detrás de Shanghai) (4). La construcción de
otro puerto –gigantesco, completamente automatizado, que agrupará las actividades
portuarias actuales y las ampliará, ganando terreno sobre el mar en Tuas, en el oeste de la isla,
con arena comprada a los países vecinos– le permitirá a Singapur mantenerse en carrera. La
actividad industrial (refinerías, química, electrónica…) también debería mudarse, dado que las
nuevas tecnologías están instaladas principalmente en el Sur y en el Este. Los dos sectores
representan actualmente cerca de un cuarto del Producto Interno Bruto (17% para Francia,
por ejemplo), según el Banco Mundial. No es anecdótico.

Ejército de no calificados

El Estado autoritario –que planifica y financia el desarrollo–, las multinacionales –que


encuentran allí sus beneficios– y los sindicatos –que buscan el consenso– llevaron el país a la
cima. Los ingresos por habitante figuran entre los más altos del mundo: 77.000 dólares (justo
detrás de otro paraíso fiscal, Luxemburgo). Por lo que todo parece ir de maravillas en esta isla
de cerca de 5,5 millones de habitantes, del tamaño de París y su primer cordón (729 kilómetros
cuadrados). En fin… para aquellos que tienen la nacionalidad singapurense y para los
residentes permanentes, es decir, los dos tercios de la población, los únicos en ser tomados en
cuenta en las estadísticas (y en la mayor parte de los programas sociales). Los otros, los
inmigrantes, no existen. Y, sin embargo, ¡hacen funcionar al país, representando el 40% de la
población activa!

Las empresas, las universidades, los laboratorios, la administración los eligen merced a sus
necesidades, y los felices elegidos reciben un papel, indispensable para quedarse de dos a
cinco años, e incluso más, según una jerarquía muy rígida. Arriba de todo, los extranjeros
súper calificados que disponen de un “Employment pass” (E.pass en la vida cotidiana); justo
por debajo, los que tienen un título técnico, los S.pass (Salary pass). Tanto unos como otros
solo pueden ser contratados con un salario al menos igual al tercio más elevado de su rama,
“para evitar el dumping social”, precisa el Ministerio de Mano de Obra. Pueden instalarse con
su familia, si tienen los medios para hacerlo, porque los alquileres son caros: un joven
investigador australiano nos revela que paga cerca de 10.000 dólares singapurenses (6.700
euros) por mes por un cinco ambientes ubicado en la periferia. En conjunto, esos inmigrantes
más bien consentidos conforman aproximadamente el 10% de la población activa.

El 30% restante está constituido por el ejército de los no calificados, los “Work Permit
Holders” (WPH), como se los llama, que viven en condiciones miserables. Esto es lo que
denuncian algunos abogados, militantes de derechos humanos y asociaciones como TWC2
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–“Transient Workers Count Too” (“los trabajadores de paso también cuentan”)—, codirigida
por Alex Au, un ejecutivo jubilado católico, que nos recibe en sus modestos locales en los
confines del barrio indio. Describe el infierno vivido por esos trabajadores, sin salario
mínimo, principio que no existe en la ciudad-Estado, sin posibilidad de traer a su familia, ni
siquiera casarse con un singapurense –está estrictamente prohibido (5)–. La gran mayoría
trabaja en la construcción, los astilleros navales, la industria química y petrolífera, la
limpieza, así como en los empleos de menor categoría de las cafeterías, los restaurantes y los
hoteles. Provenientes de Birmania, China, Malasia, Filipinas o Bangladesh, hacen muchas
horas extra, la mayor parte de las veces gratuitamente, trabajan los siete días de la semana, a
pesar de que es obligatoria una jornada de descanso. Pero la ley, ingeniosa, permite al
empleador, “si el empleado lo pide o si dio su consentimiento, hacerlo trabajar tanto como
quiera –precisa Au–. Como si ambos estuvieran en pie de igualdad”.

Esos trabajadores no solamente tienen empleos arduos, mal pagados, sino que también están
hacinados en barracas-dormitorio, a veces alineados en cientos de metros y cercados por
alambres de púas, como una parte del centro de Tuas, a una buena media hora de ómnibus y
de caminata después de la terminal de la línea de metro. El alojamiento (si se lo puede llamar
así) es provisto por el empleador. Si el empleado deja su empleo y queda en la calle, es por
tanto expulsable de Singapur. La mayoría de las veces, camionetas de trabajo, expuestas tanto
a la lluvia como al sol abrasador, los transportan hasta el trabajo, donde se activan en las
obras, al borde de las rutas o en las explanadas de los edificios, donde ninguna maleza debe
sobresalir. “El ser humano cuesta menos que un herbicida”, resume Stéphane Le Queux. En
efecto, los vemos durmiendo incluso bajo el sol, o a la sombra si pueden hacerlo, durante la
pausa para almorzar, o sentados sobre sus talones, esperando tarde por la noche que el chofer
los venga a “recolectar”. Para la gran mayoría de los singapurenses, no es nada anormal. Por
cierto, toda familia que se respete emplea al menos una “helper”, una doméstica: jóvenes
filipinas, birmanas, malayas o chinas que trabajan cama adentro, sin horarios fijos,
explotadas y a veces literalmente maltratadas. “Tras años de lucha –cuenta Au–, hemos
obtenido que esas ‘sirvientas’ tengan un día libre una vez por mes, no negociable”. ¡Un día
por mes!

De hecho, “nuestro modelo se resume fácilmente –asegura–. Somos ricos, no porque


tengamos una alta productividad, sino porque tenemos una mano de obra extranjera que
sufre y que está mal paga”. Y explica: “Cuando Singapur quiso subir el nivel de su producción
para hacer frente a la competencia china, se topó con la de Japón. Para llegar a un costo
salarial bajo invirtiendo al mismo tiempo en las altas tecnologías, eligió recurrir a la
inmigración, de manera de que los singapurenses, tanto hombres como mujeres, pudieran
trabajar y vivir bien, siendo liberados de las tareas domésticas”. Aparte de algunos militantes
y organizaciones no gubernamentales (ONG), este sistema dual es aceptado por todo el
mundo. NTUC asegura que se preocupa al respecto, y su balance anual con prefacio del
Primer Ministro en persona señala el caso de un empleado que obtuvo el pago de horas extra y
de otro que logró calificarse. Eso es todo, o casi. Los dos partidos políticos de la oposición no
hacen de ello su caballito de batalla… El Partido Progresista de Singapur (PSP), que sólo tiene
dos diputados sin derecho al voto (6), considera simplemente que “deberíamos recibir
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correctamente a los que hacemos venir”, según las palabras de su fundador, el doctor Tan
Cheng Bock. El Partido de los Trabajadores (WP) tiene diez diputados –algo nunca visto
desde 1965–, pero defiende más bien a los jóvenes singapurenses inquietos porque los
extranjeros medianamente o muy calificados no acaparen los buenos empleos. Tal como esta
joven empleada de banco, descontenta por su lugar en la empresa, que siente que “esos
inmigrantes nos sacan nuestro trabajo”.

“La afluencia de extranjeros debe crear ventajas tangibles para los singapurenses”, declaró el
líder del WP en la Asamblea Nacional, Pritam Singh, el 21 de abril de 2022. Algunos días
antes, había reclamado que “solamente los extranjeros que hayan aprobado una prueba de
inglés” puedan obtener el estatus de “residente permanente” o la naturalización. A pesar de
todo, la reivindicación generó polémica, en este país que tiene cuatro lenguas oficiales –el
inglés, el mandarín, el malayo y el tamil– y que se aferra a la estabilidad del porcentaje de
cada etnia (“raza”, como se dice acá), es decir, el 74,3% de los singapurenses de origen chino,
el 13,6% de origen malayo, el 8,9 indio y el 3,2% de “otros”, entre ellos los mestizos.

Competencia local

“¿Un mal dominio del inglés nos hace menos singapurenses?”, se preguntaron en una
columna de opinión dos investigadores, Mathiew Mathiews y Malvin Tay (7). Si bien las
clases acomodadas y educadas hablan un inglés perfecto, el común de los habitantes habla
“singlish”. Durante mucho tiempo prohibido en los diarios, las publicidades y la televisión
(donde cada comunidad tiene su canal), este dialecto histórico, más cantarín, que mezcla las
cuatro lenguas, volvió al espacio público. Pero el debate lanzado por Singh tuvo aun más eco
porque el inglés tiende a convertirse en un medio de selección, mientras la competencia entre
los singapurenses se torna cada vez más intensa.

Comienza desde la escuela, con el famoso “modelo singapurense”, tan elogiado en Occidente
por sus capacidades inclusivas, porque dedica los dos primeros años de primaria al
aprendizaje del inglés (lectura y escritura), las matemáticas y una lengua materna (a
elección), e introduce las ciencias y las actividades extraescolares durante los dos siguientes.
No obstante, un examen ultraselectivo, el PSLE (“Primary School Leaving Examination”),
ratifica el conjunto. A los doce años, los niños deben obtener un buen resultado en ese “test”
con el fin de ir a buenas secundarias, para acceder a buenas universidades y más tarde
acaparar los mejores empleos. Los que obtienen un resultado medio se conformarán con
escuelas politécnicas. En cuanto a los otros…

No hace falta señalar que la presión sobre los alumnos es fuerte, incluso “excesiva”, según un
padre. Algunos temen que su hijo termine por suicidarse –no sin razón–. En 2022, 125 jóvenes
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(de 10 a 29 años) pusieron fin a sus vidas, el más alto nivel jamás alcanzado (8). Sea como sea,
“la escuela es un infierno para los niños que corren el riesgo de no tener buenos resultados en
el PSLE –manifiesta una joven maestra filmada por la directora Yong Shu Ling (9)–. No puedo
cambiar el modo de cálculo, pero puedo devolverles las ganas de aprender”. Precisamente,
esas formas de enseñanza hiperselectivas matan cualquier sed de descubrimiento y la
creatividad que necesitan las nuevas tecnologías, así como la cultura (10).

Además, reproducen las desigualdades “de clase y de raza”, según esta sorprendente
expresión en boca de una dirigente malaya de start-up, treintañera con onda, que lleva un
pañuelo en la cabeza y se siente a gusto para conversar pero que sin embargo reclama
anonimato. En efecto, explica ella, para obtener buenos resultados, hay que hablar un inglés
perfecto en casa y sobre todo tomar clases particulares en escuelas privadas cuyas tarifas
trepan en función de su tasa de éxito en el PSLE. Sus padres, pequeños comerciantes, “ni
ricos ni pobres”, se desvivieron para que ella tuviera éxito. El famoso historiador Thum Ping
Tjin, llamado PJ Thum, militante en contra de las injusticias, subraya que el 20% de las
familias más ricas destinan cerca de cuatro veces más dinero a la educación de sus hijos que
los hogares de la parte baja de la escala social (11). Además, el 59,2% de los singapurenses de
origen chino entre 20 y 39 años tiene un título universitario, contra solamente el 16,5% de los
malayos (12).

Oficialmente, no hay ninguna discriminación, cada uno es tratado en igualdad. Hay por
supuesto barrios identitarios –Little India, China Town, Kampung Glam (barrio musulmán)–,
pero sirven más para reunirse y hacer las compras que para vivir entre ellos. Aquí, cuatro de
cada cinco habitantes poseen un departamento, o más exactamente un derecho de uso de 99
años, la mayor parte de las veces en grandes conjuntos de viviendas públicas, que
obligatoriamente deben recibir a cada comunidad en proporción a su peso en el país: 74,3% de
chinos, 13,6% de malayos, etc. Por tanto, no existen guetos en la isla. Ello no impide que
algunos sean más iguales que otros…

Observando la inquietud que trepa desde las clases medias, hasta entonces relativamente
protegidas, y consciente de que el autoritarismo no tiene necesariamente un gran futuro, el
viceprimer ministro y futuro primer ministro designado, Lawrence Wong, lanzó una
plataforma de concertación, “Forward Singapore”, en junio de 2022, por un año. Va de frente:
“Los estudiantes –declara– se sienten encerrados en un sistema en el que los desafíos son
altos desde la más temprana edad, mientras que los profesionales y los trabajadores están
preocupados por su carrera y excluidos del mercado inmobiliario” (13). En efecto, para los
jóvenes, comprar su vivienda como lo hicieron sus padres se torna una misión imposible y es
frecuente que se queden en su casa, incluso una vez casados. Mientras la riqueza se extiende –
la mitad de los residentes singapurenses pertenece al 10% de los más ricos del planeta (14)–, el
viceprimer ministro formula el deseo de que “el éxito esté menos vinculado con el caldero de
oro acumulado al final del camino, y más con nuestro sentido de deber y de propia realización
a lo largo de todo el trayecto”. Y advierte: “Si nuestro pacto social fracasa, una gran parte de
los singapurenses terminarán sintiéndose alejados del resto de la sociedad, pensando que el
sistema no está de su lado”.

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“Somos ricos porque tenemos una


mano de obra extranjera que sufre y
que está mal paga.”

En efecto, ese “pacto”, mezcla de valores confucianos más o menos instrumentalizados


(respeto de la jerarquía, obediencia, justicia…) y de valores occidentales más o menos
adaptados, es objeto de cuestionamientos. Prueba de ello son las elecciones legislativas de
2020: a pesar de una división de las circunscripciones a medida, un acceso a los medios de
comunicación muy reducido para la oposición y una campaña ultracorta de nueve días, el
partido en el poder tuvo uno de los peores resultados de su historia, aun cuando conservó una
amplia mayoría que haría soñar a cualquier Presidente occidental (ochenta y tres diputados
contra diez de la oposición).

¿El futuro primer ministro extraerá realmente las lecciones de semejante resultado? Nada es
menos seguro (15). El debate público, considerado como una amenaza potencial contra la
estabilidad, sigue encorsetado, incluso sobre las cuestiones ambientales. El trazado de la
octava línea de metro, la Cross Island, que debe ser excavada bajo la mayor reserva natural de
la isla y requiere desmalezar tres hectáreas de terreno, fue fuertemente cuestionado. El
Ministerio de Transporte destacó la reducción del tiempo de trayecto en cerca de seis minutos
y prometió una reducción del precio del trayecto del 15%. La línea está en construcción. La del
casino de Marina Bay había sigo igual de debatida, con el mismo éxito, recuerda Caroline
Wong, vicedecana de Enseñanza de la James Cook University, que puede contarnos sobre
Singapur hasta en sus mínimos recovecos: “En nombre del bien común, asimilado a
justificaciones económicas (atraer turistas, crear empleos, ofrecer más entretenimientos…), las
voces contestatarias y las opiniones divergentes son ignoradas. La calidad de vida de las
personas no puede ser asimilada solamente al crecimiento”. Y se interroga sobre el “carácter
sostenible” de esa vía.

Por el momento, el gobierno acalla las controversias. Dispone de un arsenal que le permite
nombrar directamente a los miembros de los consejos de administración y a los jefes de
redacción de los grandes medios de comunicación. Singapur ocupa el 129º puesto sobre 180
en la clasificación de Reporteros sin Fronteras sobre la libertad de prensa. El año pasado, por
ejemplo, Terry Xu y Daniel de Costa —director de publicación y redactor del sitio web de
información The Online Citizen, respectivamente, cerrado unos meses antes— fueron
condenados a tres semanas de encarcelamiento.

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La Ley de Protección contra las Mentiras y la Manipulación de 2019 es el broche de este


dispositivo. Actualmente, cualquier interpretación de un hecho desagradable para el poder
puede ser considerada como una “mentira”. Las sanciones llegan. Especialmente para los
militantes contra la pena de muerte. El 26 de abril pasado, un singapurense acusado de haber
participado en la importación de un kilogramo de cannabis (que nadie jamás encontró) fue
ahorcado; otro, tres semanas más tarde, por tráfico de 1,5 kilos de droga, y otros dos en julio,
de los cuales una mujer por 30 gramos de heroína. Desde marzo de 2022, quince personas
fueron ejecutadas, al final de procesos casi nunca equitativos. Los defensores de los derechos
humanos que se movilizan con valentía son objeto de diversos hostigamientos: vigilancia,
citación a la policía, sitio web censurado. Por supuesto, Singapur no es Pekín. Pero un
intelectual como PJ Thum, a pesar de ser conocido y apreciado, nos aclaró que finalmente se
había exiliado, mientras sigue participando en el sitio combativo New Naratif: “Se tornó muy
difícil”.

1. Michael D. Barr, The Ruling Elite of Singapore: Networks of Power and Influence, I. B.
Tauris, Londres, 2014.

2. Tras haberse unido a la Confederación de Malasia en 1963, poco después de haber obtenido
la autonomía de parte del Reino Unido, Singapur, entonces dirigida por Lee Kuan Yew, se
retiró de la misma y declaró su independencia.

3. Sonny Liew, Charlie Chan Hock Chye, une vie dessinée, Urban Comics, París, 2017.

4. Véase Philippe Revelli, “El triángulo de la desigualdad”, Le Monde diplomatique, edición


Cono Sur, Buenos Aires, julio de 2016.

5. Véanse los testimonios en el sitio web de TWC2, https://twc2.org.sg

6. Los diputados son elegidos según un sistema que combina el escrutinio nominal y de lista.
Se atribuyen escaños a los “mejores perdedores”; esos diputados fuera de la circunscripción
pueden intervenir en los debates, pero no tienen derecho al voto.

7. Mathiew Mathiews y Malvin Tay, “Must you speak English to qualify as Singapore PR or
new citizen?”, The Straits Times, Singapur, 4-3-23.

8. Gabrielle Chan, “476 suicides reported in Singapore in 2022, 98 more than in 2021”, The
Straits Times, 6-7-23.

9. Yong Shu Ling, Unteachable, Singapur, 2019.

10. Caroline Wong, Singaporean Film Industry in Transition: Looking for a Creative Edge.
The Nature and Role of Intangible Resources that Shape an Uncertain and Changing
Environment such as the Film Industry, Lambert Academic Publishing, 2010.

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11. Thum Ping Tjin, “Explainer: Inequality in Singapore”, New Naratif, 28-4-23,
https://newnaratif.com

12. Departamento de Estadísticas de Singapur, 2023, www.singstat.gov.sg

13. “Lawrence Wong launches ‘Forward S’pore’ to set out road map for a society that ‘benefits
many, not a few’”, The Straits Times, 28-6-22.

14. “2019 Global Wealth Report”, Credit Suisse, 2020, www.credit-suisse.com

15. Éric Frécon, “Singapour. Des politiques et des efforts de transition, d’ajustements… ou de
façade ?” en Gabriel Facal y Jérôme Samuel (dir.), L’Asie du Sud-Est 2023. Bilan, enjeux et
perspectives, Irasec, Bangkok, 2023.

Una transición agitada


Cuando el Primer Ministro, en el cargo desde hace dieciocho años, Lee Hsien Loong, hijo del
fundador del Estado, anunció su intención de retirarse, las maniobras se multiplicaron. El
final de los Lee y la transferencia del poder hacia la nueva generación, la cuarta desde la
independencia, llamada la “4G”, sufren muchas turbulencias. En julio pasado, el Primer
Ministro exigió la renuncia del ministro de Transporte, Subramaniam Iswaran, que era objeto
de investigaciones por parte de la Oficina de Investigaciones sobre las Prácticas de
Corrupción, al igual que el multimillonario Ong Ben Seng. Es la primera vez en treinta y siete
años que un ministro es imputado (1). Algunas semanas antes, el ministro de Relaciones
Exteriores y el del Interior y de Justicia estaban bajo sospecha a causa de las costosas
renovaciones de sus casas. Fueron declarados inocentes, pero las imágenes de sus lujosas
viviendas cuando las desigualdades nunca fueron más fuertes generaron indignación. Para
sumar a los escándalos que sacuden al Partido de Acción Popular (PAP), el presidente de la
Asamblea Nacional tuvo que dimitir tras haber tratado a un diputado de la oposición que
reclamaba la creación de un salario mínimo de “puto populista” –murmuraba, pero todo el
mundo lo escuchó–.
Además, para poder presentarse en la elección presidencial de septiembre de 2023, Tharman
Shanmugaratnam, uno de los pesos pesados del PAP y del gobierno, renunció a sus funciones.
El Presidente de la República no tiene más que un rol honorífico –salvo por el nombramiento
de puestos clave en la Administración Pública–. Eso le da los medios para influir en el que
presiente sucesor del Primer Ministro, Lawrence Wong, cuya ardua designación proviene de
una elección por descarte. Si bien Tharman parece seguro de ganar un escrutinio muy bien
tramado, las elecciones legislativas que deben llevarse a cabo a más tardar el 23 de noviembre
de 2025 y que determinarán el futuro líder de Singapur corren el riesgo de ser un poco más
agitadas. g

1. Arnaud Leveau, “Singapour, une transition pas si tranquille”, Lettre confidentielle Asie21-
Futuribles, N°174, París, julio-agosto de 2023.
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M.B.

* Jefa de Redacción Adjunta de Le Monde diplomatique, París.

Traducción: Micaela Houston

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur.


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