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Geopolítica Asia-Pacífico

La rivalidad entre China y Taiwán


3 octubre, 2019
por Andrea G. Rodríguez
En 2019 existen dos Chinas: una República de China y una República
Popular China. Los países comúnmente conocidos como Taiwán y China
llevan enfrentados desde 1949, poco después de que China dejara de
tener emperador, y ambos mantienen formalmente el nombre de
“China” por discrepancias sobre cuál es la verdadera heredera de la
civilización milenaria.
Fuente: Garoth Ursuul

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amenaza que supone China»
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A día de hoy podría decirse que China tiene dos capitales, Pekín y
Taipéi, sin que esta afirmación sea del todo falsa. Desde 1949, año
generalmente admitido como el fin de la guerra civil china, conviven
una República Popular y una República a secas. Ese mismo año en el
que el líder del bando comunista Mao Zedong exclamaba que “el
pueblo chino se ha puesto en pie”, las tropas republicanas se
refugiaban en Taiwán esperando al momento propicio para
reconquistar la China continental que habían perdido en la guerra.

Ese momento nunca llegó, y durante los últimos setenta años ambos
sistemas políticos —herederos, según su narrativa, de la historia,
cultura y civilización chinas— han sobrevivido distantes el uno del otro.
Mientras la China continental crecía hasta convertirse en una de las
mayores potencias globales, Taiwán —un archipiélago compuesto por
la isla de Formosa, el archipiélago de Pescadores y las islas Matsu y
Kinmen— ha evolucionado de manera diferente.

Debido a su condición anticomunista en un principio y democrática


después, la supervivencia de Taiwán ha dependido siempre de apoyos
exteriores, pero el creciente poder de Pekín los ha ido menguando a lo
largo del tiempo. Ahora, la crisis de identidad que surge al comprobar
que la disputa está perdida y la amenaza constante de su poderoso
vecino en el continente hacen que a Taiwán solo le queden sólo tres
opciones: defender el mantenimiento del statu quo, luchar por la
independencia de iure o resignarse a ser anexionada a China.

Para ampliar: «¿Por qué Taiwán participa en los Juegos Olímpicos


como China Taipéi?», El Orden Mundial, 2017

La lucha por los restos de la China imperial


La pérdida de poder de la China imperial a manos de las potencias
extranjeras y la derrota frente a los japoneses en 1895 sembraron las
raíces de la revolución de 1912 que se llevaría por delante al último
emperador. Las guerras del Opio obligaron a China a abrir sus puertos
al exterior y ceder a Gran Bretaña el enclave estratégico de Hong Kong
por 99 años. La derrota ante los japoneses —además de resultar una
humillación ante un rival más pequeño al que creían inferior— conllevó
una cesión de territorios a Tokio, entre ellos la isla de Formosa y el
resto de islas que forman Taiwán.

Todo esto se da en el siglo XIX, el siglo del nacimiento de los


nacionalismos en Europa, movimientos románticos que generan la
división de los pueblos mediante mitos y componentes culturales
comunes como la lengua, productores de un sentimiento de comunidad
exclusivo. Muchos intelectuales chinos se habían educado en Occidente
y entraron en contacto con estas nuevas ideas. Uno de ellos sería la
figura clave de Sun Yat-sen que, nacido en Cantón, estudió medicina
moderna en el Hong Kong británico después de vivir varios años en
Hawái.

Para ampliar: “El archipiélago solitario: la restauración Meiji y la


creación del Japón moderno”, Sandra Ramos en El Orden Mundial,
2017
Sun
Yat-sen fue el principal líder e ideólogo del nacionalismo chino que
derrocó al emperador e instauró la República en 1912.
La figura de Sun fue ganando popularidad y, tras el rechazo del
emperador a sus propuestas para mejorar el país un año antes de la
derrota ante los japoneses, fundó la Sociedad para Revivir China —
germen del partido nacionalista, o Kuomintang, que Sun fundaría más
tarde—, que ayudó a la propagación de las ideas revolucionarias. De
esta manera, tras la decisión del emperador de nacionalizar las líneas
de ferrocarril en 1911 comenzó en Sichuan la revolución de Xinhai, un
movimiento que terminó con la abdicación del emperador y la
inauguración de la República de China en 1912. La república se fundó
bajo los “tres principios del pueblo”: nacionalismo, democracia y
bienestar social, sacados del ideario de Sun Yat-sen. Además, el Estado
debía ser el principal benefactor de la prosperidad de la nueva China, lo
que le ayudaría a acercar posturas con el neonato Partido Comunista
en los años venideros.

A pesar de la caída de la Corona, las nuevas ideas comunistas y la


variedad de etnias y culturas hacían de China un país nada
cohesionado que no respondía a la concepción que tenían los
nacionalistas de lo que debía ser China geográficamente. Por si fuera
poco, Taiwán y Manchuria pertenecían a Japón, Hong Kong era
británico, Macao portugués y, en el este de China, la provincia de
Shandong —entre Pekín y Shanghái— había acabado en manos
alemanas tras un altercado con los bóxers. La Primera Guerra Mundial
era la excusa perfecta para tratar de recuperar esos territorios y
satisfacer las necesidades de seguridad de China. Para ello, el
Kuomintang y el Partido Comunista debían colaborar.

En la Gran Guerra China se declaró neutral, aunque ayudó a los


Aliados enviando voluntarios al frente. Japón, también en el bando de
los Aliados durante la Primera Guerra Mundial, expulsó a los alemanes
de Shandong y obligó a China a firmar las Veintiuna Demandas,
humillantes para el Gobierno chino. Cuando terminó la guerra, Japón
tuvo mayor representación en las conversaciones de paz y obtuvo más
concesiones que China, y conservó el territorio de Taiwán.

La muerte de Sun Yat-sen en 1925 y la subida al poder de su sucesor


Chiang Kai-shek rompieron el clima de tolerancia mutua con el Partido
Comunista. Chiang estudió en Japón, lo cual contribuyó a que tuviera
una opinión más amable de este país, considerado un enemigo
existencial de China. En cambio, Chiang le tenía aversión a todo lo que
sonara a comunismo, por lo que la tensión entre el nuevo líder del
Kuomintang y el Partido Comunista no hacía más que crecer. El 12 de
abril de 1927 miles de filocomunistas eran asesinados en Shanghái por
mando de Chiang, provocando pocos meses más tarde la llamada a las
armas liderada por Mao Zedong en lo que se llamó el alzamiento de la
Cosecha de Otoño. Así comenzaba la primera guerra civil china.

Tras una década de conflicto civil se produjo una pausa: había


comenzado la Segunda Guerra Mundial y Japón acechaba por el este.
Aunque la temporal tregua y la unión estratégica entre comunistas y
nacionalistas resultara en la derrota de Japón y la devolución de sus
posesiones a China —incluyendo Taiwán—, para cuando terminó la
guerra el norte de China estaba controlado por los comunistas y el sur
por los nacionalistas. Ninguno de los dos bandos iba a retroceder. Así,
inevitablemente las hostilidades continuaron en una segunda guerra
civil hasta 1949, cuando el ejército nacionalista, tras haber perdido
batallas clave, se refugió en Taiwán jurando volver al continente y
reconquistar China.

Para ampliar: “Así funciona el Partido Comunista Chino”, Alberto


Ballesteros en El Orden Mundial, 2019

Una república y una república popular


Las fuerzas nacionalistas nunca fueron capaces de salir de la isla de
Formosa, pero el Ejército Rojo de Mao Zedong tampoco fue capaz de
conquistarla. De esta manera, el Gobierno de la República de China
que surgió tras la caída del emperador en 1912 se refugiaba en Taipéi
mientras que, en el continente, se fundaba la República Popular China
en 1949.

El momento de la fundación de las dos Chinas y su supervivencia —


cada una considerándose a sí misma la legítima heredera del poder
soberano mandarín— tiene mucho que ver con el contexto histórico. En
1945 acababa la Segunda Guerra Mundial, que fue devastadora en el
Lejano Oriente. Asimismo, en 1947 comenzaba la primera fase de una
Guerra Fría entre un Estados Unidos capitalista y una Unión Soviética
comunista. Esa división bipolar del mundo continuaría hasta 1991.

Gracias a esto, Taiwán sobrevivió siendo legitimada y reconocida


internacionalmente en las instituciones intergubernamentales.
Entonces era un representante enviado desde Taipéi y no desde Pekín
el que se sentaba en el asiento permanente del Consejo de Seguridad de
Naciones Unidas. Además, en estos años Taiwán era apoyada
masivamente por Estados Unidos por su posición estratégica clave para
contener a la China continental, así como por su oposición al
comunismo. La revista estadounidense LIFE incluso le dedicó un
número a la “China libre” en 1953.
Teorías geopolíticas como la de Mackinder han ayudado a visualizar la
importancia estratégica del territorio. Formosa se encuentra en el
creciente exterior del gran continente euroasiático, por lo que su
control es necesario para comprimir lo que queda dentro.
La ambición nacionalista de reconquistar el continente desde Formosa
se fue debilitando a lo largo de los años, mientras la China continental
se iba haciendo progresivamente más fuerte. El 25 de octubre de 1971
la Asamblea General de la ONU aprobaba la Resolución 2758 por la
cual Pekín pasaba a ser el legítimo representante del pueblo chino,
obligando a salir a Taiwán de las instituciones. Ocho años más tarde,
Estados Unidos y China establecerían relaciones diplomáticas, y Deng
Xiaoping comenzaría su programa de apertura económica para la
República Popular de China. Para Taiwán terminaba así el sueño
romántico de reunificar el territorio en una Gran China con las
fronteras de 1945.

Para ampliar: “China: crónica de las revoluciones”, Meng Jin Chen


en El Orden Mundial, 2018

La historia no olvida
Desde 1949, Taiwán ha tenido tres opciones, cada una con importantes
consecuencias. En primer lugar, podía embarcarse en la reconquista de
China, una opción que fue perdiendo fuerza a medida que pasaban los
años y la China popular se hacía con más apoyo exterior y aumentaba
su poderío económico y militar. En segundo lugar, podría optar por la
independencia de iure de China y la refundación de Taiwán tras
renunciar a ser la legítima China. Por último, existe la posibilidad de la
incorporación del territorio a la China popular, ya sea por anexión o
por una fórmula pactada como la de “un país, dos sistemas” practicada
en Hong Kong y Macao.
Gran parte de la riqueza china se encuentra en sus costas, donde están
localizados casi la mitad de los veinte puertos más importantes del
mundo. Controlar Taiwán es fundamental en la estrategia china de
salida al mar.
Entre 1945 y 1996, la isla quedó bajo el mando autoritario de Chiang
Kai-shek —hasta 1975— y después el de su hijo, Chiang Ching-kuo.
Durante esos años, la minoría nacida en el continente gobernaba sobre
los nativos taiwaneses a través del Kuomintang, el partido único. Las
libertades de prensa, reunión y asociación estaban restringidas, y la
censura imperaba en las publicaciones. La represión del Gobierno en
incidentes como el del 28 de febrero de 1947 (conocido como “228”) le
granjeó a este periodo el sobrenombre de Terror Blanco.

En 1996 se celebraron elecciones democráticas en Taiwán y, aunque


ganó el Kuomintang, su candidato fue también el primero nacido en las
islas. Además de haber nacido allí, Lee Teng-hui había luchado en las
filas del ejército imperial japonés durante la Segunda Guerra Mundial,
periodo en el cual Taiwán pertenecía a Japón. Lee también abogaba
por la reunificación nacional, pero pedía la democratización de China y
apuntaba que, dadas las diferencias entre Taiwán y el continente, el
Estado resultante no debería ser controlado ni desde Taipéi ni desde
Pekín para que un lado no absorbiese al otro, de la manera en que
Alemania occidental absorbió a Alemania del este.

La diplomacia elástica de Lee abandonó formalmente la idea de la


reconquista del continente y sentó las bases de la doctrina de la política
interior taiwanesa: el mantenimiento del statu quo, la búsqueda o el
mantenimiento de aliados exteriores de la República de China como
sinónimo de supervivencia y el principio de “una sola China”.

Para ampliar: “La diplomacia de la solidaridad de Taiwán”, Alfonso


Pisabarro en El Orden Mundial, 2018

El principio de “una sola China” —también llamado Consenso del 92—


estipula que existe una sola nación china aunque no especifica cuál de
las dos —Taipéi o Pekín— es la correcta. Este principio se basa en un
pacto verbal clave entre ambas Chinas que serviría como fundamento
de las relaciones entre ambos Estados desde entonces. El Consenso del
92 supone, por una parte, que todos aquellos países que reconozcan a
Pekín como el Gobierno de China no puedan hacerlo con Taipéi y, por
otra, que mientras Taiwán siga adhiriéndose al principio, la
independencia real y la creación de la República de Taiwán no tendrá
lugar.

El monopolio del poder del Kuomintang solo se ha roto dos veces en el


Taiwán democrático. Ocurrió por primera vez en el año 2000 con Chen
Shui-bian y en 2016 con Tsai Ing-wen, ambos del Partido Progresista
Democrático (PPD). El año anterior a la subida al poder de Chen, el
PPD firmaba una declaración en la que aseguraba que Taiwán es “un
país independiente y soberano” y criticaba la defensa del principio de
una sola China. Aún así, con Chen los aliados exteriores de Taiwán
fueron desapareciendo. Al final de su mandato, sólo 23 países
reconocían a Taiwán como la única China, número que ha ido
mermando desde entonces por los esfuerzos de Pekín de aislar
internacionalmente a la isla y los intentos del PPD de diferenciar a
Taiwán de China, trabajando por su independencia, aunque se quede
en mera retórica y en rupturas de tradiciones como el Consenso del 92.
En el momento de publicar este artículo, los países que reconocen a la
República de China y no a la República Popular son solo 15, dos de
ellos perdidos en el último mes.

Para ampliar: “Cuando Taiwán se quede sin aliados”, Andrea G.


Rodríguez en El Orden Mundial, 2018

Una China en el siglo XXI


El 1 de octubre de 2019, la República Popular China soplará setenta
velas. Con ello, marca un momento clave para el comunismo a nivel
mundial al haber superado en longevidad a la gigantesca Unión
Soviética. Aparte de ello, es difícil augurarle un final próximo a la
República Popular. Sus esfuerzos por proyectar su poder a escala
global, sus grandes planes comerciales y sus enfrentamientos con otros
Estados revalidan a Pekín como un jugador esencial en el tablero
internacional. Taiwán, mientras tanto, sigue existiendo como la
República de China que no fue. Lleva tras sus espaldas el legado de una
guerra civil inconclusa dado que Pekín sigue viendo a Taipéi como suya
y viceversa.

No obstante, setenta años ofrecen una perspectiva muy generosa para


apreciar los cambios en el comportamiento de los taiwaneses. A pesar
de compartir muchos elementos culturales, la democracia y el tiempo
han fraguado una fractura en la identidad de la población que cada vez
se siente más exclusivamente taiwanesa que china, con todo lo que ello
conlleva. Los pasos hacia la independencia también son los minutos
que quedan para la desaparición de ese territorio autogobernado.

Al otro lado del estrecho, China no puede sentirse segura sin someter a
Taiwán bajo su control, puesto que lo ha dibujado siempre como una
parte tan suya como lo es el mismo Pekín. Para China, la reunificación
no solo culminaría la victoria de la guerra civil, sino que eliminaría a un
enemigo molesto asentado tan cerca de sus fronteras. Además, no
controlar Taiwán le supone un obstáculo a nivel comercial, puesto que
el archipiélago se encuentra entre Shanghái y Hong Kong, los puertos
más importantes de China y dos de los más importantes del globo.

El mar de la China Meridional es un lugar disputado entre los países que son bañados por él. El
argumento de China es que le pertenece “históricamente”, y las fronteras que reclaman se basan
en la Línea de nueve puntos: una silueta con forma de lengua que también incluye a Taiwán.
Dejar marchar a Taiwán también permitiría una mayor presencia de
Estados Unidos en la región. Si China no puede dejar a Taiwán seguir
campando a sus anchas, Estados Unidos tampoco puede permitirse
abandonar a este aliado. Ya desde los años 50 y salvo puntuales
momentos de acercamiento, la tensión militar en el estrecho de Taiwán
ha sido constante, provocando importantes crisis en 1954, 1955 y 1958.
La última de estas crisis, en 1996, casi lleva a Estados Unidos a la
guerra con China. Ahora, a raíz del despegar económico de China,
Taiwán ha retornado a la lista de prioridades estratégicas de
Washington. La alianza con Taiwán cobra aún más relevancia teniendo
en cuenta los reclamos de Pekín en el mar de la China Meridional y las
ventajas que tendría el control de esta zona en términos de acceso a
reservas de hidrocarburos y a las líneas de comercio.

El uso de la fuerza para tomar Taiwán le supondría a China una


reprimenda internacional y traicionaría la visión de ascenso pacífico
que tanto han defendido los gobernantes chinos. La medida más
efectiva de momento es ahogar a Taiwán, dejarlo sin aliados y que la
reunificación quede como un asunto interno al que sólo la China
Popular tiene la legitimidad de responder. Gobierne el Kuomintang o el
PPD en Taiwán, las reivindicaciones del siglo XXI ya no son las mismas
que las de los años 50. Mientras tanto, en el mundo seguirán quedando
dos Chinas.

Para ampliar: “Taiwán, el polvorín de China y Estados Unidos”,


Diego Mourelle en El Orden Mundial, 2017

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