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Filosofía del Lenguaje I – Grado en Filosofía UNED

TEMA 2. Primera filosofía analítica del lenguaje. Frege

Búsqueda de un lenguaje lógico perfecto. Sentido y referencia; oraciones de


actitud proposicional; proposiciones y juicios.

2.1. Primera filosofía analítica del lenguaje

La denominación de filosofía analítica surge para designar el tipo de método filosófico que se
desarrolló en la primera mitad del siglo XX, inicialmente en países de habla alemana y el Reino
Unido y, a partir de la segunda guerra mundial, también en Norteamérica, el resto de Europa
y en otros muchos países. El primer método de la filosofía analítica consistió en utilizar la
lógica simbólica y los métodos lógico-formales para el análisis de los conceptos, problemas y
argumentos filosóficos. Por análisis se entendió la identificación de otros conceptos más
simples o básicos a partir de los cuales los conceptos compuestos o complejos se habían
construido, hasta llegar a un último nivel no ulteriormente analizable que pudiera verse como
el nivel básico o fundamental. Este primer momento está unido a los nombres de G. Frege, B.
Russell, y L. Wittgenstein; y es preciso también mencionar a G. E. Moore, por su importante
influencia posterior.

Pronto también adquirió impulso el positivismo lógico del Círculo de Viena y su proyecto de
vincular el significado de contenido empírico con el lenguaje descriptivo de la ciencia. A los
problemas y críticas que se formularon internamente, tal y como se pone de manifiesto en el
trabajo de C. G. Hempel, W. V. Quine y otros, pronto se unió un desacuerdo filosófico de
fondo respecto a cuál era el método y cuál podía ser la contribución de la filosofía al
conocimiento, muy en particular en relación con el lenguaje. Esta insatisfacción está
históricamente unida al segundo periodo de Wittgenstein en Cambridge, y a su visión de que
preguntar por el significado es preguntar por el uso que se hace de las palabras, y no por una
relación abstracta entre el lenguaje y la realidad.

Sin embargo, el impulso inicial de la primera filosofía analítica del lenguaje no puede
considerarse una etapa superada. Antes bien, las propuestas teóricas de esta primera filosofía
analítica del lenguaje introdujeron conceptos y formas de análisis que siguen siendo

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fundamentales hoy en día para estudiar el significado en su dimensión semántica. Es


importante no olvidar que la visión de esta filosofía estaba muy alejada de lo que podríamos
llamar la intuición de Locke, y tampoco coincidía completamente con la de Aristóteles. Para
la primera filosofía analítica del lenguaje, el significado debía explicarse a partir de las
relaciones del lenguaje con la realidad, primariamente y en el punto de partida en términos
de las relaciones de las oraciones enunciativas con los hechos. Hacía falta explicar, además,
cómo un enunciado podía presentar un estado de cosas posible, incluso antes de que se
conozca si ese hecho se da en el mundo. Esta visión era anti-psicologista: no consideraba que
los significados fueran contenidos mentales, ni que los significados lingüísticos estuviera
constituido por las relaciones de las expresiones lingüísticas con las ideas en la mente. La
preocupación filosófica que motiva las primeras teorías semánticas del significado, tal y como
se encuentran en los escritos de Frege, Russell y el primer Wittgenstein, es la de cómo explicar
la función representacional del lenguaje, su capacidad para representar los hechos del mundo
o los estados de cosas posibles y referir a las entidades y relaciones que los componen.

Se ha podido hablar de la ‘abstracción semantista’, en referencia al modo en que la primera


filosofía analítica del lenguaje propuso explicar el significado, en su dimensión semántica,
haciendo abstracción de la mente y del uso del lenguaje. Si se prescinde del posible valor
descalificatorio que en algunas ocasiones aparece unido a este modo de expresión, cabe
considerar que describe correctamente el enfoque común a las teorías semánticas de la
primera filosofía analítica. Esta idea es importante para entender correctamente sus
propuestas.

2.2. Frege. Búsqueda de un lenguaje lógico perfecto. Sentido y referencia; oraciones de


actitud proposicional; proposiciones y juicios

En su obra Conceptografía (Begriffsschrift, 1889), Frege declara su pretensión de hallar las


“leyes del pensamiento puro”, y afirma:

Si es una tarea de la filosofía romper el dominio de la palabra sobre la mente humana


al descubrir los engaños que sobre las relaciones de los conceptos surgen casi
inevitablemente en el uso del lenguaje, al liberar al pensamiento de aquellos con que

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lo plaga la naturaleza de los medios lingüísticos de expresión, entonces mi


conceptografía, más desarrollada para estos propósitos, podrá ser un instrumento útil
a los filósofos. (Ibid.)

Frente al psicologismo de algunos de sus contemporáneos, Frege creyó que era posible
estudiar el razonamiento correcto y la validez de las inferencias (en los que se basaban los
procedimientos de demostración y de prueba de las teorías deductivas) atendiendo
únicamente a reglas y procedimientos lógicos, capaces de garantizar una única exigencia
esencial para la validez de la inferencia o el razonamiento: la de que, si se partía de premisas
verdaderas, la conclusión alcanzada no pudiera ser falsa. Este estudio era esencial para su
proyecto logicista, por el que Frege pretendía poder expresar las teorías matemáticas a partir,
y sólo, de nociones y procedimientos lógicos. (Frege sinceramente creyó que su proyecto
había fracasado cuando Russell le hizo llegar su famosa paradoja, y rechazó tomar en
consideración la solución que aquél le ofrecía, un lenguaje de tipos, porque tal construcción
artificial no podría reflejar la estructura del “pensamiento puro”).

Cuando los mismos procedimientos y las mismas reglas se utilizan en el lenguaje natural, sin
embargo, Frege observó dificultades adicionales para garantizar la corrección de los
razonamientos. Estas dificultades no atañían meramente a las reglas formales de deducción,
es decir, de transformación de unos enunciados (oraciones declarativas) en otros, sino que
tenían que ver con el contenido de significado de las expresiones que aparecían en ellos, o
con tipos especiales de enunciados (como los enunciados que atribuyen creencias).

Estas dificultades motivaron la reflexión que se encuentra en el ensayo de Frege titulado


Sobre sentido y referencia (y en otros relacionados con él) y que da inicio, en el paso al s. XX,
a la filosofía del lenguaje contemporánea. (Aunque ésta no deja de ser una apreciación un
tanto idealizadora y ‘épica’, especialmente teniendo en cuenta la ampliación histórica que
hemos visto, es un lugar común de la mayoría de las introducciones a la filosofía analítica del
lenguaje, y lo reproducimos por razones de contextualización, para dar pistas sobre cómo
ubicarse). El ensayo Sobre sentido y referencia se inicia con la paradoja de la identidad. Los
enunciados “a=a” y “a=b” parecen ser trivialmente verdadero y trivialmente falso,
respectivamente, cuando la igualdad se considera establecida entre los signos, pero ambos

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parecen hacer la misma afirmación (y tener por tanto el mismo valor de verdad) si la igualdad
se establece, como es correcto considerar, entre los objetos designados por esos signos.
Ahora bien, en este último caso, el segundo enunciado tiene un valor cognitivo añadido que
no tiene el primero (pues afirma que el objeto nombrado mediante el signo ‘a’ es el mismo
objeto nombrado mediante el signo ‘b’). Esta diferencia en el valor cognitivo de los
enunciados se hace aún más visible si tomamos un ejemplo similar del lenguaje natural: “El
lucero de la mañana es el lucero de la mañana” y “El lucero de la mañana es el lucero de la
tarde”.

El estudio de esta paradoja permite a Frege establecer un primer resultado, que pasa a formar
parte de su teoría semántica: al estudiar el significado de un nombre es preciso diferenciar su
referente, es decir, la entidad u objeto nombrado (designado, denotado, referido, aquél por
el que el nombre está), y el modo de darse ese referente mediante el nombre, su modo de
presentación. A este modo de presentación Frege lo llama el sentido del nombre, y es este
aspecto del significado el que aporta la diferencia en contenido o valor cognitivo añadido por
ese nombre. (Es importante prestar atención al uso a veces ambiguo que se hace del término
“referencia”; se designa con él tanto a la relación semántica de un nombre con su referente
como a este referente, que ha de verse como una entidad extralingüística. Aquí procuraremos
evitar esta ambigüedad).

Puede considerarse que a esta tesis de Frege le subyace una intuición fundamental: la de que
es lo que sabemos de una entidad, nuestro conocimiento de ella, lo que nos permite
identificarla y nombrarla para hablar de ella. Por este motivo, los seguidores de Frege han
considerado apropiado asociar el sentido de un nombre con un conjunto de descripciones
verdaderas de una entidad, y tales que permiten identificarla. Más precisamente, el sentido
de un nombre podría identificarse con un contenido descriptivo asociado con ese nombre, el
contenido constituido por el conjunto de predicaciones que dan condiciones necesarias, y
conjuntamente suficientes, para la identificación del referente de ese nombre. Esta
asociación tiene la ventaja de evitar el problema que Frege ya veía en el caso de los nombres
propios gramaticales del lenguaje natural: en ellos se dan “oscilaciones del sentido”, de forma
que distintos hablantes pueden asociar distintos contenidos o valores cognitivos con un
mismo nombre. (Por ejemplo, ‘Aristóteles’ estaría asociado con las muy distintas

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descripciones que distintos/as hablantes darían o los muy diversos grados de conocimiento
que podrían tener sobre el gran filósofo clásico, y esto último es también otra descripción).

A esta dificultad se añade una segunda, casi más importante: es posible que un nombre
carezca de referencia, o posea referencia múltiple (en ambos casos se habla entonces de
referencia impropia), sin que la comunidad de hablantes llegue a darse cuenta de ello. Frege
muestra una cierta condescendencia ante el primer problema (la oscilación del sentido), pues
acepta que esto pueda ocurrir en el lenguaje natural mientras no impida que éste sirva para
su fin fundamental, el de la comunicación entre los hablantes. Pero, afirma, ninguno de los
dos problemas debería darse en un lenguaje lógicamente perfecto. En este lenguaje lógico
ideal, todas las expresiones que funcionen como nombres deberían ser nombres propios en
sentido lógico: es decir, nombrar uno y sólo un referente. Además, debería cumplirse una
condición adicional: conocido un referente, y dado un sentido, deberíamos poder decir si ese
sentido le corresponde o no, si es o no verdadero del referente.

(Como comentario provisionalmente marginal, pueden observarse ya algunos problemas que


se presentan en la teoría de Frege y que serán motivo de crítica posterior. Un mismo hablante
podría, por ignorancia o error, creer que las descripciones: ‘el día 1 de octubre de 2013’, y ‘el
primer martes de octubre de 2013’ refieren a dos días distintos, y no al mismo. Análogamente,
si intentamos determinar el sentido de ‘Aristóteles”, de forma inequívoca y precisa, mediante
una descripción como ‘el hijo del médico griego que vivió en Estagira entre los años X e Y a.C.’,
algo que en cualquier caso no parece coincidir con su sentido en el lenguaje natural, el
referente de esta nueva descripción podría a su vez necesitar ser identificado mediante otro
referente introducido por otra descripción, esta vez relativa al médico estagirita que fue el
padre de Aristóteles, y así sucesivamente).

Por este motivo, seguramente, Frege estipula que el sentido de un nombre ha de


diferenciarse de la representación subjetiva que cada hablante puede tener de su referente.
Haciendo uso de una famosa comparación un poco engañosa, compara a la luna con el
referente de un nombre; la imagen de la luna reflejada en las lentes de un telescopio serían
el sentido, es decir, el mismo para todas las personas que observen a su través; finalmente,
la imagen que se refleja en la retina de cada observador/a sería la representación subjetiva,

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posiblemente distinta para cada persona. Y afirma, además, que el sentido es algo objetivo,
algo “susceptible de ser propiedad común de muchos” y que conoce el conjunto de los/las
hablantes competentes de una misma lengua. (Que el sentido sea algo intersubjetivo y común
sería entonces una condición necesaria, derivada de su carácter objetivo).

La noción de nombre propio en sentido lógico permite a Frege avanzar en un análisis


semántico de las estructuras lingüísticas que se independiza del análisis de la gramática
tradicional. Pues, desde un punto de vista semántico, pueden ser nombres propios tres tipos
de expresiones: los nombres propios gramaticales, las descripciones definidas (como ‘el
descubridor de las órbitas planetarias elípticas’), y las oraciones subordinadas nominales
(como “El que descubrió las órbitas planetarias elípticas...”). Esta misma independencia del
análisis semántico con respecto a la gramática tradicional permite a Frege, como veamos a
ver inmediatamente a continuación, distinguir otros dos tipos básicos de expresiones (los
enunciados completos, que junto con los nombres son expresiones saturadas, y las
expresiones funcionales o no saturadas) que conjuntamente proporcionan una tipología
completa, para finalmente extender su teoría al establecer cuáles son los sentidos y las
referencias en estos otros casos.

Pero, para llevar a cabo esta extensión de la teoría, Frege se apoya en un presupuesto que él
no llega a justificar, y que ni siquiera es completamente explícito: se trata del principio de
composicionalidad, que afirma que el significado de un enunciado (de una oración
declarativa) es función de, o está determinado por, los significados de las expresiones
componentes más su modo de composición sintáctico. Este principio de composicionalidad
encuentra aplicación tanto en el nivel del sentido como en el de la referencia. En este último
caso, en el nivel semántico puede enunciarse diciendo que el valor de verdad del enunciado
es función de las referencias de las expresiones que componen el enunciado y de su modo de
composición. Frege apela a este principio, en la forma de un corolario suyo, cuando aplica
tácitamente el principio de sustitución uniforme para estudiar el sentido y la referencia de un
enunciado completo. El principio de sustitución uniforme (o sustitución salva veritate)
establece que es posible sustituir, dentro de un enunciado, dos expresiones co-referenciales
sin que el valor de verdad del enunciado se vea afectado. Al constatar que la sustitución de
nombres de distinto sentido pero co-referenciales en un enunciado sí afecta al pensamiento

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expresado por el enunciado, pero no al valor de verdad final, concluye que el pensamiento
expresado por un enunciado (la proposición expresada) es el sentido del enunciado, y decide
estipular que el valor de verdad del enunciado (“el hecho de que sea verdadero o falso”) se
tome como su referente. De este modo, los dos valores de verdad, lo verdadero y lo falso, son
considerados objetos y pasan a formar parte del plano ontológico donde se sitúan los
referentes de las expresiones lingüísticas. (Nota: Frege advierte de que no deberían extraerse
“consecuencias fundamentales” de esta estipulación, lo que invita a verla como un recurso
técnico que permite completar su teoría semántica y no como una fundamentación
ontológica de ésta. Sin embargo, la postulación años más tarde, en el ensayo sobre El
Pensamiento (1918), de un “domino de lo objetivo no real” en el que se integrarían estos
objetos hará que se le impute una forma de idealismo muy problemática y difícil de asumir.
Esto ocurre especialmente por el motivo siguiente:)

Para completar su teoría, extendiendo la distinción sentido/referencia al conjunto de las


expresiones lingüísticas, Frege se fija (lo hace en un ensayo inmediatamente posterior al de
1892, titulado Consideraciones sobre sentido y referencia) en lo que va a llamar expresiones
funcionales o no saturadas, y que contrapone a los dos tipos de expresiones estudiadas hasta
ahora: los nombres propios en sentido lógico y los enunciados, ambos tipos caracterizados
por ser expresiones saturadas: pues en estos dos casos la expresión no necesita completarse
con otras expresiones para poder referir a un objeto. El otro tipo de expresiones van a ser las
expresiones funcionales o expresiones de función, y que son no saturadas: son aquéllas que
poseen espacios vacíos de manera que, al completar estos espacios vacíos con nombres,
arrojan como resultado un enunciado completo. Lingüísticamente estas expresiones
funcionales van a venir representadas, típicamente, por expresiones predicativas o
incompletas. Así,

1. “El hijo de Yocasta mató a [...]”

es una expresión no-saturada, expresa una función; si completamos el espacio vacío con un
nombre, por ejemplo “el padre de Edipo”, obtenemos un enunciado completo: “El hijo de
Yocasta mató al padre de Edipo”, acerca del cual podremos preguntarnos si es verdadero o
falso. Así mismo,

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2. “[...] mató al padre de Edipo”

es una expresión no saturada, que puede completarse con el nombre “Edipo”, por ejemplo,
para arrojar como resultado un enunciado completo (“Edipo mató al padre de Edipo”)
susceptible de recibir un valor de verdad.

A la distinción entre expresiones saturadas (nombres y enunciados) y expresiones no


saturadas (expresiones funcionales) le corresponde, en el plano ontológico, la distinción entre
objetos (referentes de expresiones saturadas) y funciones, que pasan a ser los referentes de
las expresiones funcionales. Esta estipulación no debería verse como algo por completo
extraño si se tiene en cuenta que una función es un tipo especial de relación (es una relación
que cumple una condición adicional de unidad en el resultado arrojado para un mismo
argumento). Pero Frege se fijó además en un subconjunto del conjunto de las funciones: el
de las funciones unarias, a las que dio el nombre de conceptos. Un concepto, por tanto, es
una función unaria; y constituye por tanto el referente de la correspondiente expresión
funcional unaria, o expresión conceptual.

Por consiguiente, y en correspondencia con el análisis semántico que ha propuesto, en el


plano ontológico Frege ha de admitir, junto a los objetos (entidades físicas individuales,
valores de verdad, clases y otras entidades matemáticas), las funciones (que pueden verse
como relaciones que cumplen una condición de unicidad) y, entre ellas y como un
subconjunto especial, los conceptos, que son los referentes de las expresiones conceptuales.

Tanto el principio de composicionalidad como su corolario, el principio de sustitución


uniforme, presuponen que el lenguaje es extensional (es decir, que podemos sustituir
términos co-referenciales sin alterar el valor de verdad del enunciado en el que se integran).
Pero el lenguaje natural no lo es: en los llamados contextos intensionales, la sustitución de
expresiones co-referenciales entre sí altera el valor de verdad del enunciado. Esto se
manifiesta, de una manera típica, en el caso de las oraciones de actitud proposicional
(aquéllas que atribuyen un estado psicológico con un determinado contenido a alguien). Se
plantea entonces el problema de cómo extender la teoría a estos contextos intensionales.

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Oraciones subordinadas en contextos intensionales

Podemos analizar los siguientes ejemplos como un caso en que se compone el significado de
la oración enunciativa subordinada con el de otras expresiones para obtener el significado
total del enunciado compuesto que las integra. El análisis se mantiene, inicialmente, en el
nivel semántico de la referencia de los dos enunciados, es decir, lo que toma en consideración
son sus valores de verdad. Lo que el principio de composicionalidad exige es que el valor de
verdad final del enunciado compuesto sea función del valor de verdad de la oración
subordinada. Veamos tres ejemplos y su correspondiente análisis semántico. (Convención
notacional: E representa el enunciado principal, y entre paréntesis se indica el valor de verdad
de la oración enunciativa subordinada; tras el signo de igualdad se indica el valor de verdad
que resulta para el enunciado completo)

1. Copérnico creía que [las órbitas de los planetas son circulares].


E ([Falso]) = [Verdadero]
2. Copérnico creía que [el sol ocupa el centro del universo].
E ([Verdadero]) = [Verdadero]
3. Copérnico creía que [las órbitas de los planetas son elípticas].
E ([Verdadero]) = [Falso]

Los casos 1 y 2 ponen de manifiesto que un cambio de valor de verdad en la oración


subordinada no impide que el valor de verdad final del enunciado compuesto se mantenga
constante, en contra de lo que intuitivamente podríamos esperar del principio de sustitución.
Pero aquí, en realidad, aún no podríamos decir que el principio no se cumple. Donde la
dificultad se hace “letal” es en los casos 2 y 3, pues aquí el valor de verdad final del enunciado
compuesto ha dejado de ser función del valor de verdad de la oración subordinada
componente: la función de significado que define el valor de verdad ha dejado de cumplir la
exigencia de unicidad que define a una función, pues al tomar idéntico argumento,
[Verdadero], arroja dos resultados distintos, [Verdadero] en el caso 2 y [Falso] en el caso 3.
Esto es lo que no debería ocurrir, de cumplirse el principio de composicionalidad y el principio
de sustitución uniforme en los contextos subordinados.

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Frege postula entonces que, en estos contextos intensionales, las oraciones subordinadas no
tienen como referencia un valor de verdad, sino su referencia indirecta, que consiste en lo
que sería el sentido habitual de la oración si apareciese como enunciado independiente. La
referencia indirecta de una oración enunciativa en un contexto intensional es el sentido de
esa misma oración en un contexto extensional directo.

Términos co-referenciales en contextos intensionales

Un problema similar se presenta en los contextos intensionales que involucran nombres co-
referenciales de distinto sentido, como en el ejemplo siguiente. Imaginemos a un joven
estudiante que desconoce que Pablo Neruda era el pseudónimo literario del poeta y
diplomático chileno Neftalí Reyes. En ese caso, afirmará que el enunciado 4 es verdadero,
pero que 5 es falso:

4. Pablo Neruda escribió Los versos del capitán.


5. Neftalí Reyes escribió Los versos del capitán.

Y, por consiguiente,

6. El joven estudiante cree que [Pablo Neruda escribió Los versos del capitán].
E(p)= [Verdadero]
7. El joven estudiante cree que [Neftalí Reyes escribió Los versos del capitán].
E(n)= [Falso]

(Aquí, junto a las convenciones notacionales anteriores hemos adoptado la de abreviar


mediante n el nombre propio Neftalí Reyes, y mediante p el nombre propio Pablo Neruda).
Sin embargo, si el valor de verdad del enunciado compuesto sólo fuese función de las
referencias de las expresiones componentes, ese valor de verdad final no debería verse
afectado por la sustitución de nombres co-referenciales (cuando sustituimos p por n).

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De nuevo aquí, la solución de Frege consiste en postular una referencia indirecta para
nombres co-referenciales que se intersustituyen en contextos intensionales como los de las
oraciones de creencia. Esta referencia indirecta de los nombres consiste en su sentido
habitual. El problema queda así salvado para estos casos, y pendiente de extensión a otros
posibles similares. (En Sobre sentido y referencia Frege estudia todavía algunos casos
similares, como los de las oraciones subordinadas nominales, adjetivas y adverbiales).

Proposiciones y juicios
En la distinción entre sentido y referencia ha quedado ya establecido que el sentido de una
expresión es el modo de darse su referencia, y que este ‘modo de darse’ tiene por tanto valor
para el conocimiento de esa referencia. Frege también afirma que los sentidos son objetivos,
como algo distinto de las representaciones subjetivas de la mente individual. Esta afirmación,
que puede considerarse difícil de aprehender, está vinculada históricamente con la posición
que hoy se conoce como proposicionalismo. De acuerdo con ella, las proposiciones, lo que
Frege llama pensamientos, son entidades abstractas con realidad ontológica propia,
independiente tanto de los fenómenos mentales como de las expresiones lingüísticas. Las
proposiciones, o pensamientos en la terminología de Frege, son entidades complejas,
compuestas por constituyentes independientes de la mente (los sentidos en la terminología
de Frege). Contemporáneamente se habla de proposiciones fregeanas para hacer referencia
a estas entidades abstractas, constituidas por sentidos estructurados, que presentan dos
rasgos fundamentales: en primer lugar, son representaciones, cumplen una función
representacional; y, en segundo lugar y por consiguiente, son susceptibles de ser verdaderas
o falsas. En el debate contemporáneo, a veces se expresa esto último diciendo que las
proposiciones son portadores de verdad. Y se acepta que las proposiciones, en tanto que
objetos teóricos, cumplen tres funciones fundamentales y difícilmente prescindibles para una
teoría semántica satisfactoria: (i) son los significados (o contenido semántico) de las oraciones
declarativas o enunciados; (ii) son unidades de representación capaces de ser declaradas
verdaderas o falsas; y (iii) constituyen el objeto o contenido de las oraciones de actitud
proposicional (tanto en el lenguaje como en el pensamiento). (Sobre esta noción, puede verse
la entrada “Propositions” de la Stanford Encyclopedia of Philosophy)

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Unos años después de haber publicado Sobre sentido y referencia, en otro ensayo titulado El
pensamiento (1922), Frege hacía explícito en qué consisten los pensamientos (las
proposiciones fregeanas en el debate contemporáneo). Declara que, aunque permanezcan
inactivos sin la actividad de alguien que los piense, los pensamientos como tales no son
creados por la mente individual de quien los piensa; y, tomados en sí mismos, pueden ser
verdaderos o falsos con independencia de que se lleguen a realizar en alguna mente
individual. Esta concepción se ha considerado, no sin razón, una forma de platonismo en la
comprensión actual de esta posición (de nuevo, véase “Propositions”, Stanford Encyclopedia
of Philosophy). Cabe cuestionar, sin embargo, que esta visión fuera la que estaba desde el
inicio en la teoría de Frege y en su concepción del significado. En Sobre sentido y referencia,
al introducir la tesis de que la referencia de un enunciado es su valor de verdad, advierte de
que esta idea puede parecer extraña, y observa que no deberían sacarse consecuencias
fundamentales de ella. Con esto, parece querer tomar distancia respecto al tipo de
compromiso metafísico que después se le ha podido atribuir, cuando se habla de platonismo.
Esta observación de Frege permite una interpretación que descargue a su teoría de ese fuerte
compromiso filosófico y la aproxime a un recurso técnico, cuya finalidad es permitir un análisis
sistemático de las relaciones de significado entre enunciados y sus expresiones componentes.
Este recurso técnico permitiría preservar el principio de composicionalidad, algo que sin duda
está implícito en su discusión y su tratamiento teórico.

Una contribución adicional de la teoría de Frege es la clara distinción que establece entre los
pensamientos (proposiciones) y los juicios. Al discutir el problema de cuál es la referencia de
un enunciado u oración declarativa, observa que el enunciado expresa un pensamiento; y, al
declarar a ese pensamiento verdadero o falso, se ha dado el paso de los pensamientos a los
juicios. Un pensamiento o proposición es una representación de un hecho; como tal, es
susceptible de verdad o falsedad, pero aún no se ha afirmado nada sobre este valor de verdad.
En el juicio, se hace una atribución de verdad o falsedad a una proposición o pensamiento.
Proposiciones (pensamientos) y juicios no son, por tanto, entidades del mismo tipo. Un juicio
es un pensamiento afirmado (o negado) y, en cuanto tal, está constituido por un tipo de
acción: precisamente, la acción de asignar a ese pensamiento un valor de verdad. Ya en
Conceptografía, Frege utiliza un operador lógico para indicar cuándo una proposición se

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presenta con la fuerza de una afirmación. Esta idea se ha considerado precursora de


desarrollos teóricos que solo tendrán lugar después, a través de la teoría de actos de habla.

Un aspecto adicional que tiene interés mencionar es el problema de cómo se identifican o


individualizan las proposiciones, a las que Frege llama también contenidos enjuiciables (o
judicables). En la Conceptografía escribe:

En mi modo de representar un juicio, no tiene lugar una distinción entre sujeto y


predicado. Para justificar esto, advierto que los contenidos de dos juicios pueden ser
distintos de doble manera: primero, que las consecuencias que se pueden derivar de
uno, en combinación con otros juicios determinados, se sigan también del otro, en
combinación con los mismos otros juicios; en segundo lugar, que no sea este el caso.
Las dos proposiciones: “En Platea derrotaron los griegos a los persas” y “En Platea
fueron derrotados los persas por los griegos” se distinguen de la primera manera. Aun
cuando se puede reconocer una pequeña diferencia en el sentido, la concordancia, no
obstante, prevalece. Así, a aquella parte del contenido que es la misma en ambas, la
llamo el contenido judicable. Puesto que solo este tiene significado para la
conceptografía, no necesito hacer distinción alguna entre proposiciones que tienen el
mismo contenido judicable. (Frege 1889, § 3; traducción de H. Padilla; México: UNAM,
1972)

Esta declaración se ha podido interpretar del siguiente modo: en la concepción de Frege, lo


que permite identificar a una proposición no es su relación representacional con un hecho o
un estado de cosas posible, sino las relaciones inferenciales que esa proposición establece
con otras proposiciones. Esta es la interpretación inferencialista que ha propuesto el filósofo
Robert Brandom (Making it explicit, Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1994), y que
ha defendido también la profesora María José Frápolli (“Reivindicando el proyecto de Frege”,
Disputatio 6(7): 1-42, 2017). Se trata de una interpretación original y bien argumentada
aunque debatible, pues no está claro que resulte completamente consistente con el conjunto
del trabajo de Frege y, en especial, con su preocupación por lo que consideraba
imperfecciones del lenguaje natural: la referencia vacía, y las oscilaciones del sentido. Estos

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dos problemas afectan, directamente, a la función representacional de los enunciados, pues


impiden o dificultan la determinación de su valor de verdad.

La alternativa teórica a esta propuesta estaría alineada con la noción de proposición que se
ha presentado más arriba, y que atribuye a las proposiciones el carácter de objeto teórico con
las tres funciones fundamentales enunciadas (i-iii). De acuerdo con esta interpretación, lo que
permite identificar o individualizar a las proposiciones es su valor cognitivo. Puede
determinarse que dos enunciados diferentes significan o expresan la misma proposición (por
ejemplo: “Arquímedes murió violentamente durante el asedio a Siracusa”, y “La violenta
muerte de Arquímedes durante el asedio a Siracusa es un hecho”) porque quien entienda
competentemente el lenguaje, y considere a la primera verdadera, no puede considerar a la
segunda falsa, y viceversa. Cabe considerar, sin embargo, que este criterio también está
disponible para la interpretación inferencialista, por lo que el debate quedaría abierto.

2.3. Algunos problemas para la teoría

- Problemas para la teoría descriptiva de la referencia. Se han señalado varios: el


problema de la ignorancia y el error, que da lugar a las oscilaciones del sentido y al problema
visto en los enunciados de identidad; el problema de la analiticidad de estos enunciados de
identidad, que va unido a un problema de necesidad no deseada en el caso de los nombres
propios; y el problema de la recursión al infinito. (En relación con estos problemas, en el tema
posterior sobre teorías de la referencia se volverán a discutir las principales críticas a la teoría
descriptiva, y veremos las alternativas teóricas que se han defendido junto con el debate
suscitado.)

- El problema de la objetividad del sentido, así como el de la objetividad del plano


ontológico de lo “objetivo no real”. Aunque es importante distinguir los dos ámbitos, los
sentidos también pertenecen para Frege a ese plano ontológico que postula, para a
continuación situar en él los referentes de las expresiones, incluidos objetos tales como los
valores de verdad, los conceptos, o las clases matemáticas. Esta manera de proceder le ha

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sido reprochada por algunos autores (C. Thiel, por ejemplo, en un estudio ya clásico sobre
Frege habló de ‘contaminación’ entre ontología y semántica).

En realidad, este problema se había planteado ya antes de que Frege escribiera su ensayo
Sobre sentido y referencia (1892). En sus trabajos sobre fundamentación de las matemáticas
(en particular en Los fundamentos de la aritmética, 1884) concluye que la objetividad y la
aprioricidad de las verdades matemáticas entrañan que los números no puedan considerarse
ni entidades físicas ni ideas en la mente o entidades mentales, pues las leyes de la aritmética
no son ni generalizaciones empíricas, ni leyes psicológicas. Más tarde, en su ensayo El
pensamiento (1918), asigna el mismo estatuto de objetividad a lo que él llama pensamientos,
es decir, los sentidos de las oraciones enunciativas, y consiguientemente también a los
sentidos de las expresiones suboracionales. Afirma entonces que estos sentidos pertenecen
a un tercer ámbito, el de lo objetivo no real, que es diferente tanto del mundo externo
sensible como del mundo interno de la mente consciente.

La pregunta acerca de en qué consiste la objetividad del sentido puede recibir distintas
respuestas filosóficas. El anti-psicologismo de Frege no permite considerar a los sentidos
como meras representaciones subjetivas individuales, y su propia respuesta parece haber
sido la de postular un tipo de idealismo (a veces también llamado realismo platónico) difícil
de defender. Para algunos filósofos, sin embargo, los sentidos son contenidos intencionales
de la mente, representaciones mentales que cabe identificar con los significados del lenguaje
del pensamiento (antes hemos mencionado esta hipótesis). Para otros, son contenidos que
se obtienen por abstracción a partir de los usos de las expresiones lingüísticas en contextos
particulares, pero de tal forma que cumplen, entre otras exigencias, una de
intersustituibilidad, que no permite verlos como meras generalizaciones empíricas. Bajo
cualquiera de estas concepciones filosóficas u otras posibles, puede considerarse que los
sentidos son entidades abstractas, representaciones completas (con condiciones de verdad
completas en el caso de los pensamientos o proposiciones) y no subjetivas, susceptibles de
ser comunicadas a través de distintos soportes (por ejemplo, el mismo pensamiento puede
ser expresado por una oración en voz activa y su correspondiente pasiva) y por parte de
distintos hablantes.

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Filosofía del Lenguaje I – Grado en Filosofía UNED

- El principio del contexto, que Frege nunca llegó a enunciar como tal principio pero sí
como una declaración relativa a enunciados sobre números, y el problema de cómo se articula
con el principio de composicionalidad, un principio tampoco enunciado explícitamente por
Frege pero sí tácitamente presupuesto por él. En Los fundamentos de la aritmética (1884) se
puede leer: “nach der Bedeutung der Wörter muss im Satzzusammenhange, nicht in ihrer
Vereinzelung gefragt werden” (= “se debe preguntar por el significado de las palabras en el
contexto de un enunciado, no aisladamente”). En la misma obra hay otras formulaciones
semejantes. Esta afirmación es lo que se conoce como el principio del contexto.

La crítica especializada ha puesto de manifiesto que el principio de composicionalidad


permite comenzar con el significado de las palabras o expresiones individuales para construir
a partir de ese significado la interpretación de los enunciados (este enfoque se conoce como
atomista), mientras que otros han resaltado que el principio del contexto permite considerar
al enunciado o a la proposición como unidad básica de significado (enfoque holista). De ello
parece seguirse una tensión, respecto a la prioridad relativa de uno respecto al otro, o
respecto a cómo conciliarlos entre sí. (Entre los y las especialistas parece haber más
controversia respecto a que Frege asumiera este principio del contexto que el de
composicionalidad, y parece haber evidencia textual que sugiere que, en todo caso, tendió a
abandonarlo; en el caso del principio de composicionalidad sí podría encontrarse reflejado,
en alguna versión del mismo, en sus declaraciones o formulaciones teóricas).

Cristina Corredor
UNED

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