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La denominación de filosofía analítica surge para designar el tipo de método filosófico que se
desarrolló en la primera mitad del siglo XX, inicialmente en países de habla alemana y el Reino
Unido y, a partir de la segunda guerra mundial, también en Norteamérica, el resto de Europa
y en otros muchos países. El primer método de la filosofía analítica consistió en utilizar la
lógica simbólica y los métodos lógico-formales para el análisis de los conceptos, problemas y
argumentos filosóficos. Por análisis se entendió la identificación de otros conceptos más
simples o básicos a partir de los cuales los conceptos compuestos o complejos se habían
construido, hasta llegar a un último nivel no ulteriormente analizable que pudiera verse como
el nivel básico o fundamental. Este primer momento está unido a los nombres de G. Frege, B.
Russell, y L. Wittgenstein; y es preciso también mencionar a G. E. Moore, por su importante
influencia posterior.
Pronto también adquirió impulso el positivismo lógico del Círculo de Viena y su proyecto de
vincular el significado de contenido empírico con el lenguaje descriptivo de la ciencia. A los
problemas y críticas que se formularon internamente, tal y como se pone de manifiesto en el
trabajo de C. G. Hempel, W. V. Quine y otros, pronto se unió un desacuerdo filosófico de
fondo respecto a cuál era el método y cuál podía ser la contribución de la filosofía al
conocimiento, muy en particular en relación con el lenguaje. Esta insatisfacción está
históricamente unida al segundo periodo de Wittgenstein en Cambridge, y a su visión de que
preguntar por el significado es preguntar por el uso que se hace de las palabras, y no por una
relación abstracta entre el lenguaje y la realidad.
Sin embargo, el impulso inicial de la primera filosofía analítica del lenguaje no puede
considerarse una etapa superada. Antes bien, las propuestas teóricas de esta primera filosofía
analítica del lenguaje introdujeron conceptos y formas de análisis que siguen siendo
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Filosofía del Lenguaje I – Grado en Filosofía UNED
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Frente al psicologismo de algunos de sus contemporáneos, Frege creyó que era posible
estudiar el razonamiento correcto y la validez de las inferencias (en los que se basaban los
procedimientos de demostración y de prueba de las teorías deductivas) atendiendo
únicamente a reglas y procedimientos lógicos, capaces de garantizar una única exigencia
esencial para la validez de la inferencia o el razonamiento: la de que, si se partía de premisas
verdaderas, la conclusión alcanzada no pudiera ser falsa. Este estudio era esencial para su
proyecto logicista, por el que Frege pretendía poder expresar las teorías matemáticas a partir,
y sólo, de nociones y procedimientos lógicos. (Frege sinceramente creyó que su proyecto
había fracasado cuando Russell le hizo llegar su famosa paradoja, y rechazó tomar en
consideración la solución que aquél le ofrecía, un lenguaje de tipos, porque tal construcción
artificial no podría reflejar la estructura del “pensamiento puro”).
Cuando los mismos procedimientos y las mismas reglas se utilizan en el lenguaje natural, sin
embargo, Frege observó dificultades adicionales para garantizar la corrección de los
razonamientos. Estas dificultades no atañían meramente a las reglas formales de deducción,
es decir, de transformación de unos enunciados (oraciones declarativas) en otros, sino que
tenían que ver con el contenido de significado de las expresiones que aparecían en ellos, o
con tipos especiales de enunciados (como los enunciados que atribuyen creencias).
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parecen hacer la misma afirmación (y tener por tanto el mismo valor de verdad) si la igualdad
se establece, como es correcto considerar, entre los objetos designados por esos signos.
Ahora bien, en este último caso, el segundo enunciado tiene un valor cognitivo añadido que
no tiene el primero (pues afirma que el objeto nombrado mediante el signo ‘a’ es el mismo
objeto nombrado mediante el signo ‘b’). Esta diferencia en el valor cognitivo de los
enunciados se hace aún más visible si tomamos un ejemplo similar del lenguaje natural: “El
lucero de la mañana es el lucero de la mañana” y “El lucero de la mañana es el lucero de la
tarde”.
El estudio de esta paradoja permite a Frege establecer un primer resultado, que pasa a formar
parte de su teoría semántica: al estudiar el significado de un nombre es preciso diferenciar su
referente, es decir, la entidad u objeto nombrado (designado, denotado, referido, aquél por
el que el nombre está), y el modo de darse ese referente mediante el nombre, su modo de
presentación. A este modo de presentación Frege lo llama el sentido del nombre, y es este
aspecto del significado el que aporta la diferencia en contenido o valor cognitivo añadido por
ese nombre. (Es importante prestar atención al uso a veces ambiguo que se hace del término
“referencia”; se designa con él tanto a la relación semántica de un nombre con su referente
como a este referente, que ha de verse como una entidad extralingüística. Aquí procuraremos
evitar esta ambigüedad).
Puede considerarse que a esta tesis de Frege le subyace una intuición fundamental: la de que
es lo que sabemos de una entidad, nuestro conocimiento de ella, lo que nos permite
identificarla y nombrarla para hablar de ella. Por este motivo, los seguidores de Frege han
considerado apropiado asociar el sentido de un nombre con un conjunto de descripciones
verdaderas de una entidad, y tales que permiten identificarla. Más precisamente, el sentido
de un nombre podría identificarse con un contenido descriptivo asociado con ese nombre, el
contenido constituido por el conjunto de predicaciones que dan condiciones necesarias, y
conjuntamente suficientes, para la identificación del referente de ese nombre. Esta
asociación tiene la ventaja de evitar el problema que Frege ya veía en el caso de los nombres
propios gramaticales del lenguaje natural: en ellos se dan “oscilaciones del sentido”, de forma
que distintos hablantes pueden asociar distintos contenidos o valores cognitivos con un
mismo nombre. (Por ejemplo, ‘Aristóteles’ estaría asociado con las muy distintas
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descripciones que distintos/as hablantes darían o los muy diversos grados de conocimiento
que podrían tener sobre el gran filósofo clásico, y esto último es también otra descripción).
A esta dificultad se añade una segunda, casi más importante: es posible que un nombre
carezca de referencia, o posea referencia múltiple (en ambos casos se habla entonces de
referencia impropia), sin que la comunidad de hablantes llegue a darse cuenta de ello. Frege
muestra una cierta condescendencia ante el primer problema (la oscilación del sentido), pues
acepta que esto pueda ocurrir en el lenguaje natural mientras no impida que éste sirva para
su fin fundamental, el de la comunicación entre los hablantes. Pero, afirma, ninguno de los
dos problemas debería darse en un lenguaje lógicamente perfecto. En este lenguaje lógico
ideal, todas las expresiones que funcionen como nombres deberían ser nombres propios en
sentido lógico: es decir, nombrar uno y sólo un referente. Además, debería cumplirse una
condición adicional: conocido un referente, y dado un sentido, deberíamos poder decir si ese
sentido le corresponde o no, si es o no verdadero del referente.
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posiblemente distinta para cada persona. Y afirma, además, que el sentido es algo objetivo,
algo “susceptible de ser propiedad común de muchos” y que conoce el conjunto de los/las
hablantes competentes de una misma lengua. (Que el sentido sea algo intersubjetivo y común
sería entonces una condición necesaria, derivada de su carácter objetivo).
Pero, para llevar a cabo esta extensión de la teoría, Frege se apoya en un presupuesto que él
no llega a justificar, y que ni siquiera es completamente explícito: se trata del principio de
composicionalidad, que afirma que el significado de un enunciado (de una oración
declarativa) es función de, o está determinado por, los significados de las expresiones
componentes más su modo de composición sintáctico. Este principio de composicionalidad
encuentra aplicación tanto en el nivel del sentido como en el de la referencia. En este último
caso, en el nivel semántico puede enunciarse diciendo que el valor de verdad del enunciado
es función de las referencias de las expresiones que componen el enunciado y de su modo de
composición. Frege apela a este principio, en la forma de un corolario suyo, cuando aplica
tácitamente el principio de sustitución uniforme para estudiar el sentido y la referencia de un
enunciado completo. El principio de sustitución uniforme (o sustitución salva veritate)
establece que es posible sustituir, dentro de un enunciado, dos expresiones co-referenciales
sin que el valor de verdad del enunciado se vea afectado. Al constatar que la sustitución de
nombres de distinto sentido pero co-referenciales en un enunciado sí afecta al pensamiento
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expresado por el enunciado, pero no al valor de verdad final, concluye que el pensamiento
expresado por un enunciado (la proposición expresada) es el sentido del enunciado, y decide
estipular que el valor de verdad del enunciado (“el hecho de que sea verdadero o falso”) se
tome como su referente. De este modo, los dos valores de verdad, lo verdadero y lo falso, son
considerados objetos y pasan a formar parte del plano ontológico donde se sitúan los
referentes de las expresiones lingüísticas. (Nota: Frege advierte de que no deberían extraerse
“consecuencias fundamentales” de esta estipulación, lo que invita a verla como un recurso
técnico que permite completar su teoría semántica y no como una fundamentación
ontológica de ésta. Sin embargo, la postulación años más tarde, en el ensayo sobre El
Pensamiento (1918), de un “domino de lo objetivo no real” en el que se integrarían estos
objetos hará que se le impute una forma de idealismo muy problemática y difícil de asumir.
Esto ocurre especialmente por el motivo siguiente:)
es una expresión no-saturada, expresa una función; si completamos el espacio vacío con un
nombre, por ejemplo “el padre de Edipo”, obtenemos un enunciado completo: “El hijo de
Yocasta mató al padre de Edipo”, acerca del cual podremos preguntarnos si es verdadero o
falso. Así mismo,
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es una expresión no saturada, que puede completarse con el nombre “Edipo”, por ejemplo,
para arrojar como resultado un enunciado completo (“Edipo mató al padre de Edipo”)
susceptible de recibir un valor de verdad.
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Podemos analizar los siguientes ejemplos como un caso en que se compone el significado de
la oración enunciativa subordinada con el de otras expresiones para obtener el significado
total del enunciado compuesto que las integra. El análisis se mantiene, inicialmente, en el
nivel semántico de la referencia de los dos enunciados, es decir, lo que toma en consideración
son sus valores de verdad. Lo que el principio de composicionalidad exige es que el valor de
verdad final del enunciado compuesto sea función del valor de verdad de la oración
subordinada. Veamos tres ejemplos y su correspondiente análisis semántico. (Convención
notacional: E representa el enunciado principal, y entre paréntesis se indica el valor de verdad
de la oración enunciativa subordinada; tras el signo de igualdad se indica el valor de verdad
que resulta para el enunciado completo)
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Frege postula entonces que, en estos contextos intensionales, las oraciones subordinadas no
tienen como referencia un valor de verdad, sino su referencia indirecta, que consiste en lo
que sería el sentido habitual de la oración si apareciese como enunciado independiente. La
referencia indirecta de una oración enunciativa en un contexto intensional es el sentido de
esa misma oración en un contexto extensional directo.
Un problema similar se presenta en los contextos intensionales que involucran nombres co-
referenciales de distinto sentido, como en el ejemplo siguiente. Imaginemos a un joven
estudiante que desconoce que Pablo Neruda era el pseudónimo literario del poeta y
diplomático chileno Neftalí Reyes. En ese caso, afirmará que el enunciado 4 es verdadero,
pero que 5 es falso:
Y, por consiguiente,
6. El joven estudiante cree que [Pablo Neruda escribió Los versos del capitán].
E(p)= [Verdadero]
7. El joven estudiante cree que [Neftalí Reyes escribió Los versos del capitán].
E(n)= [Falso]
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De nuevo aquí, la solución de Frege consiste en postular una referencia indirecta para
nombres co-referenciales que se intersustituyen en contextos intensionales como los de las
oraciones de creencia. Esta referencia indirecta de los nombres consiste en su sentido
habitual. El problema queda así salvado para estos casos, y pendiente de extensión a otros
posibles similares. (En Sobre sentido y referencia Frege estudia todavía algunos casos
similares, como los de las oraciones subordinadas nominales, adjetivas y adverbiales).
Proposiciones y juicios
En la distinción entre sentido y referencia ha quedado ya establecido que el sentido de una
expresión es el modo de darse su referencia, y que este ‘modo de darse’ tiene por tanto valor
para el conocimiento de esa referencia. Frege también afirma que los sentidos son objetivos,
como algo distinto de las representaciones subjetivas de la mente individual. Esta afirmación,
que puede considerarse difícil de aprehender, está vinculada históricamente con la posición
que hoy se conoce como proposicionalismo. De acuerdo con ella, las proposiciones, lo que
Frege llama pensamientos, son entidades abstractas con realidad ontológica propia,
independiente tanto de los fenómenos mentales como de las expresiones lingüísticas. Las
proposiciones, o pensamientos en la terminología de Frege, son entidades complejas,
compuestas por constituyentes independientes de la mente (los sentidos en la terminología
de Frege). Contemporáneamente se habla de proposiciones fregeanas para hacer referencia
a estas entidades abstractas, constituidas por sentidos estructurados, que presentan dos
rasgos fundamentales: en primer lugar, son representaciones, cumplen una función
representacional; y, en segundo lugar y por consiguiente, son susceptibles de ser verdaderas
o falsas. En el debate contemporáneo, a veces se expresa esto último diciendo que las
proposiciones son portadores de verdad. Y se acepta que las proposiciones, en tanto que
objetos teóricos, cumplen tres funciones fundamentales y difícilmente prescindibles para una
teoría semántica satisfactoria: (i) son los significados (o contenido semántico) de las oraciones
declarativas o enunciados; (ii) son unidades de representación capaces de ser declaradas
verdaderas o falsas; y (iii) constituyen el objeto o contenido de las oraciones de actitud
proposicional (tanto en el lenguaje como en el pensamiento). (Sobre esta noción, puede verse
la entrada “Propositions” de la Stanford Encyclopedia of Philosophy)
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Unos años después de haber publicado Sobre sentido y referencia, en otro ensayo titulado El
pensamiento (1922), Frege hacía explícito en qué consisten los pensamientos (las
proposiciones fregeanas en el debate contemporáneo). Declara que, aunque permanezcan
inactivos sin la actividad de alguien que los piense, los pensamientos como tales no son
creados por la mente individual de quien los piensa; y, tomados en sí mismos, pueden ser
verdaderos o falsos con independencia de que se lleguen a realizar en alguna mente
individual. Esta concepción se ha considerado, no sin razón, una forma de platonismo en la
comprensión actual de esta posición (de nuevo, véase “Propositions”, Stanford Encyclopedia
of Philosophy). Cabe cuestionar, sin embargo, que esta visión fuera la que estaba desde el
inicio en la teoría de Frege y en su concepción del significado. En Sobre sentido y referencia,
al introducir la tesis de que la referencia de un enunciado es su valor de verdad, advierte de
que esta idea puede parecer extraña, y observa que no deberían sacarse consecuencias
fundamentales de ella. Con esto, parece querer tomar distancia respecto al tipo de
compromiso metafísico que después se le ha podido atribuir, cuando se habla de platonismo.
Esta observación de Frege permite una interpretación que descargue a su teoría de ese fuerte
compromiso filosófico y la aproxime a un recurso técnico, cuya finalidad es permitir un análisis
sistemático de las relaciones de significado entre enunciados y sus expresiones componentes.
Este recurso técnico permitiría preservar el principio de composicionalidad, algo que sin duda
está implícito en su discusión y su tratamiento teórico.
Una contribución adicional de la teoría de Frege es la clara distinción que establece entre los
pensamientos (proposiciones) y los juicios. Al discutir el problema de cuál es la referencia de
un enunciado u oración declarativa, observa que el enunciado expresa un pensamiento; y, al
declarar a ese pensamiento verdadero o falso, se ha dado el paso de los pensamientos a los
juicios. Un pensamiento o proposición es una representación de un hecho; como tal, es
susceptible de verdad o falsedad, pero aún no se ha afirmado nada sobre este valor de verdad.
En el juicio, se hace una atribución de verdad o falsedad a una proposición o pensamiento.
Proposiciones (pensamientos) y juicios no son, por tanto, entidades del mismo tipo. Un juicio
es un pensamiento afirmado (o negado) y, en cuanto tal, está constituido por un tipo de
acción: precisamente, la acción de asignar a ese pensamiento un valor de verdad. Ya en
Conceptografía, Frege utiliza un operador lógico para indicar cuándo una proposición se
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La alternativa teórica a esta propuesta estaría alineada con la noción de proposición que se
ha presentado más arriba, y que atribuye a las proposiciones el carácter de objeto teórico con
las tres funciones fundamentales enunciadas (i-iii). De acuerdo con esta interpretación, lo que
permite identificar o individualizar a las proposiciones es su valor cognitivo. Puede
determinarse que dos enunciados diferentes significan o expresan la misma proposición (por
ejemplo: “Arquímedes murió violentamente durante el asedio a Siracusa”, y “La violenta
muerte de Arquímedes durante el asedio a Siracusa es un hecho”) porque quien entienda
competentemente el lenguaje, y considere a la primera verdadera, no puede considerar a la
segunda falsa, y viceversa. Cabe considerar, sin embargo, que este criterio también está
disponible para la interpretación inferencialista, por lo que el debate quedaría abierto.
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sido reprochada por algunos autores (C. Thiel, por ejemplo, en un estudio ya clásico sobre
Frege habló de ‘contaminación’ entre ontología y semántica).
En realidad, este problema se había planteado ya antes de que Frege escribiera su ensayo
Sobre sentido y referencia (1892). En sus trabajos sobre fundamentación de las matemáticas
(en particular en Los fundamentos de la aritmética, 1884) concluye que la objetividad y la
aprioricidad de las verdades matemáticas entrañan que los números no puedan considerarse
ni entidades físicas ni ideas en la mente o entidades mentales, pues las leyes de la aritmética
no son ni generalizaciones empíricas, ni leyes psicológicas. Más tarde, en su ensayo El
pensamiento (1918), asigna el mismo estatuto de objetividad a lo que él llama pensamientos,
es decir, los sentidos de las oraciones enunciativas, y consiguientemente también a los
sentidos de las expresiones suboracionales. Afirma entonces que estos sentidos pertenecen
a un tercer ámbito, el de lo objetivo no real, que es diferente tanto del mundo externo
sensible como del mundo interno de la mente consciente.
La pregunta acerca de en qué consiste la objetividad del sentido puede recibir distintas
respuestas filosóficas. El anti-psicologismo de Frege no permite considerar a los sentidos
como meras representaciones subjetivas individuales, y su propia respuesta parece haber
sido la de postular un tipo de idealismo (a veces también llamado realismo platónico) difícil
de defender. Para algunos filósofos, sin embargo, los sentidos son contenidos intencionales
de la mente, representaciones mentales que cabe identificar con los significados del lenguaje
del pensamiento (antes hemos mencionado esta hipótesis). Para otros, son contenidos que
se obtienen por abstracción a partir de los usos de las expresiones lingüísticas en contextos
particulares, pero de tal forma que cumplen, entre otras exigencias, una de
intersustituibilidad, que no permite verlos como meras generalizaciones empíricas. Bajo
cualquiera de estas concepciones filosóficas u otras posibles, puede considerarse que los
sentidos son entidades abstractas, representaciones completas (con condiciones de verdad
completas en el caso de los pensamientos o proposiciones) y no subjetivas, susceptibles de
ser comunicadas a través de distintos soportes (por ejemplo, el mismo pensamiento puede
ser expresado por una oración en voz activa y su correspondiente pasiva) y por parte de
distintos hablantes.
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- El principio del contexto, que Frege nunca llegó a enunciar como tal principio pero sí
como una declaración relativa a enunciados sobre números, y el problema de cómo se articula
con el principio de composicionalidad, un principio tampoco enunciado explícitamente por
Frege pero sí tácitamente presupuesto por él. En Los fundamentos de la aritmética (1884) se
puede leer: “nach der Bedeutung der Wörter muss im Satzzusammenhange, nicht in ihrer
Vereinzelung gefragt werden” (= “se debe preguntar por el significado de las palabras en el
contexto de un enunciado, no aisladamente”). En la misma obra hay otras formulaciones
semejantes. Esta afirmación es lo que se conoce como el principio del contexto.
Cristina Corredor
UNED
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