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0.

Introducción

Decir que la preocupación humana sobre el lenguaje es tan antigua como el


lenguaje mismo es una trivialidad, pues es connatural a la razón el ocuparse de sí
misma. Del lenguaje se ha ocupado, y sigue haciéndolo, la humanidad desde
muchos puntos de vista (antropología, neurociencia, política...) y en su triple
dimensión sintáctica-semántica-pragmática. En nuestra exposición actual nos
centraremos en analizar uno de los problemas sobre el lenguaje que preocupan
principalmente en la historia del pensamiento filosófico occidental: la cuestión del
significado.

Para ello atenderemos a las principales teorías sobre el sentido y la referencia


desarrolladas en el siglo XX en el seno de la filosofía del lenguaje, teorías que
parten necesariamente del trabajo de Frege. Pasemos, pues, a analizar la teoría
fregeana que, como mencionamos, sentará las bases de esta línea de reflexión que
se extiende a nuestros días.

1. Frege

Gottlob Frege (Los fundamentos de la Aritmética (1884), Conceptografía, 1911?) es una de


las figuras más relevantes en el surgimiento de la “filosofía analítica”, corriente
que se caracterizó por tratar de disolver las problemáticas filosóficas a partir del
análisis de la estructura lógica subyacente al lenguaje ordinario en que estas se
formulan. Aunque en nuestra exposición nos centraremos en analizar sus
contribuciones en la filosofía del lenguaje, éstas cobran sentido sobre el trasfondo
de su programa logicista, –fundamentar las verdades matemáticas en base a los
axiomas de la lógica–. En él se propuso diseñar un lenguaje artificial formal con
una sintaxis y semántica precisas, ya que la ambigüedad e imprecisión del
lenguaje natural hacían que éste, a su juicio, no resultara apto para la expresión
del pensamiento científico.

En 1892, Gottlob Frege publicó el que se considerar el artículo fundacional de la


filosofía del lenguaje contemporánea: “Über Sinn und Bedeutung”, “Sobre sentido y
referencia”. La principal aportación de Fregeaquí es su famosa y discutida
distinción entre el sentido (Sinn) y la referencia (Bedeutung) de las expresiones
lingüísticas. Esta distinción es introducida respecto de las expresiones denotativas
al hilo del análisis de los enunciados de identidad. Así, si bien Frege analiza el
significado de otras categorías de expresiones, está generalmente admitido que el
análisis de los nombres propios tiene una función paradigmática.

1.2 Sentido y referencia a. Términos singulares

El análisis fregeano parte de la comparación de pares de enunciados como:

• (1)  El lucero de la tarde es el lucero de la tarde

• (2)  El lucero de la mañana es el lucero de la tarde

Para un hablante competente en castellano, reconocer la verdad de (1) no precisa


de ningún conocimiento sobre el mundo, es válido a priori –o, en terminología
kantiana, es analítico–. Sin embargo, en (2) no ocurre lo mismo –es sintético–,
pues requiere saber algo más, de modo que si los términos singulares “el lucero de
la mañana” y “el de la tarde” tuvieran como única función “estar por” el planeta
Venus, ambos serían equivalentes y no podríamos explicar la diferencia entre 1 y
2. La propuesta de Frege da cuenta de esta diferencia al señalar dos dimensiones
en el significado de un término singular, es decir, de aquellas partículas
del lenguaje que tienen como función designar un individuo u objeto
de la realidad extralingüística; categoría en la que se incluyen los
nombres propios (“Ludwig Wittgenstein”), descripciones definidas –descripciones
de un particular que permiten identificarlo de manera unívoca en la realidad
extralingüística (“El autor del Tractatus”),– y algunos indéxicos (“yo”, “aquí”,
“este árbol”...).

Frege reconoce, decíamos, la referencia, que correspondería a la dimensión


semántica mediante la cual un signo designa un objeto extralingüístico y que sería
aquello común a, por ejemplo, ’Venus’ y ‘El lucero de la mañana’; o, dicho de
otro modo, si t es un término singular, su referencia es aquello que t denota, es
decir, la referencia de “Ludwig Wittgenstein” es la persona portadora de este
nombre, a saber, el filósofo austríaco autor del Tractatus. Nótese que existen dos
formas en que podemos utilizar esta noción: (1) como sinónimo de referente,
refiriéndonos al objeto concreto nombrado (2) como término relacional entre el
nombre y el objeto denotado, aquella dimensión del significado que estudiaremos
a continuación (intentaremos emplear exclusivamente el término “referencia”
para este modo).

De otro lado, Frege establece el sentido, que correspondería al modo particular


como cada signo muestra o ilumina parcialmente su referencia, al contenido
informativo que un hablante competente asocia con el nombre y le permite
identificar a un objeto como su portador. Así pues, diríamos que el sentido
determina la referencia. Asimismo, Frege precisa la relación entre sentido y
referencia estableciendo que, (1) a un objeto/individuo le pueden corresponder
varios signos, es decir, algo puede tener más de un nombre; (2) a un signo siempre
le corresponderá al menos un sentido, pues la relación del signo con el referente
nunca es directa y (3) sin embargo a todo signo con sentido no siempre le
corresponde una referencia.
b. Enunciados

Si bien el análisis de los nombres propios tiene en Frege un valor paradigmático,


la distinción sentido/ referencia se extiende a oraciones y predicados. Respecto a
los “enunciados asertivos completos” –segmentos lingüísticos susceptibles de V o
F–, Frege afirma que expresan o contienen pensamientos (Gedanke). Pese a lo
que pueda parecer, no se refiere con ello a un contenido de naturaleza
psicológica, sino a lo que entendemos por proposición: aquella situación que un
enunciado nos describe, su valor cognoscitivo, el contenido informativo que
transmite. ¿Corresponde el pensamiento al sentido o a la referencia del
enunciado?

La argumentación fregeana parte del supuesto de que el enunciado tiene una


referencia. Dado el Principio de Composicionalidad del Lenguaje que Frege
asume, la referencia de un enunciado viene dado en función de la referencia de
sus partes, de modo que si sustituimos alguna de sus partes por otras
correferenciales, la referencia del enunciado se habrá de mantener. Así, para
identificar la referencia del siguiente ejemplo, habremos de preguntarnos qué es
lo que se mantiene:

• 1)  El filósofo de Estagira es el autor de Metafísica.

• 2)  El maestro de A. Magno es el autor de Metafísica.

La respuesta que se impone, al menos desde Leibniz, es su valor de verdad, de modo


que en la teoría fregeana la referencia de un enunciado es su valor veritativo.

Por su parte, el sentido del enunciado, considerándolo de nuevo bajo el principio


de Composicionalidad, vendrá determinado por el sentido de sus partes, de modo
que si 1 y 2 incluyen expresiones con distintos sentidos aunque idéntica referencia
(“el filósofo de Estagira”, “el maestro de A. Magno”), cada una emitirá una
información distinta, un pensamiento distinto: el sentido de un enunciado es el
pensamiento que éste encierra.

c. Términos singulares sin referente

Es de sobra conocido que algunos enunciados perfectamente inteligibles


contienen términos singulares sin referente extralingüístico (“Ulises fue dejado en
Ítaca”). Aunque Frege reconoce que éstos enunciados tienen significado porque
mantienen el sentido de sus términos, no pueden considerarse verdaderos ni falsos
por carecer de referencia, pace al carácter composicional del lenguaje. Ello nos
lleva a señalar la relevancia que la referencia de los enunciados, su V o F, ostenta
especialmente en aquellos contextos en los que está en juego la validez del
conocimiento representado en enunciados o teorías. En cambio, este rasgo tendrá
menor importancia en aquellos otros ámbitos en los que no se pretenda tal validez
(en la poesía, en la literatura...),

en los que será el sentido el componente que juegue un papel prioritario.


Ahondaremos en esta cuestión al hilo del análisis que realice Russell sobre las
descripciones definidas.

e. Composicionalidad y contexto

El Principio del Contexto es, posiblemente, una de las contribuciones filosóficas


de mayor alcance de Frege. Éste establece que las unidades léxicas y la forma
lógica sólo tienen significado en el contexto de la oración, de manera que
determinar qué significado tenga una unidad léxica depende de cómo contribuya
semánticamente, junto con otras unidades, a los significados de las oraciones en
que se usa. Esta misma idea la compartirá Wittgenstein en su Tractatus al
expresar “sólo la proposición tiene sentido; sólo en la trama de la proposición
tiene un nombre significado”.

De entrada esta constatación puede parecer contraintuitiva, pues parece que


conocemos el sentido de una frase porque conocemos el sentido de sus partes
integradoras, pace el Principio de Composicionalidad y el carácter productivo del
lenguaje que éste permite. Esta apelación al carácter productivo se refiere a la
capacidad que un hablante tiene para emitir y comprender un número
potencialmente infinito de oraciones a partir de su exposición a unos medios
finitos, exposición mediante la cual adquirimos el conocimiento de la
contribución semántica particular de cada unidad léxica y los principios
sintácticos según los cuales construimos expresiones complejas.

En esta línea, el Principio de Composicionalidad permite al hablante competente


que, si éste conoce la categoría de expresiones, el funcionamiento y reglas de
aplicación de la misma a la que la palabra corresponde, todo ello le baste para
comprender su significado. Sin embargo aquí partimos de un conocimiento
previo que se sustenta sobre el Principio del Contexto. Veamos un ejemplo:

(i) “El Micalet está siendo restaurado”.

Si un hablante competente nos preguntara qué es “El Micalet”, bastaría con


explicarle que es el nombre concreto de un objeto determinado, a saber, la torre de la
Catedral de Valencia, sin necesidad de especificar que los nombres sirven para
determinar la referencia y el valor de verdad de las oraciones en las que se
integran (llamemos a esta explicación N2). En este caso es cierto que el Principio
de Composicionalidad del sentido tiene prioridad en la explicación del significado
de (i). Sin embargo, si viniera un marciano y nos preguntara lo mismo, antes de
proceder con N2, deberíamos explicar cómo funciona la categoría “nombre
propio” y qué función cumple en las oraciones en que pudiera aparecer:
deberíamos ofrecerle una explicación general de la significación (N1). Será en estos casos
en los que no podemos captar el significado de una palabra sin saber cómo
contribuye o condiciona al significado de las oraciones en las que puede aparecer,
y es en estos casos generales en los que el Principio del Contexto es determinante.

2. Bertrand Russell y las descripciones definidas

Pasaremos ahora a analizar un tipo particular de término singular: las descripciones


definidas. Para ello nos apoyaremos en el trabajo del filósofo británico Bertrand
Russell, quien elaborara su postura para hacer frente a algunos de los puntos
débiles que presenta la argumentación fregeana. La principal diferencia que
Russell introduce es la asimilación entre nombres propios y descripciones
definidas, es decir, mientras que en Frege la significatividad de los nombres
propios dependía de su asociación con, al menos, una descripción definida que
constituía su sentido, para Russell los nombres propios son abreviaturas de
descripciones definidas y han de analizarse como éstas.

Consideremos estos ejemplos:

• (3)  Freud nació en Viena

• (4)  El primer atleta que llegó a la meta celebró la victoria

Es evidente que para comprender la información concreta en (3) es necesario


conocer el referente de los términos singulares que intervienen, pues, ¿es Freud un
nombre de persona, un proyecto científico, un negocio, mi mascota? ¿Y Viena?
Hasta aquí parece evidente que sólo podemos entender una oración con términos
singulares si conocemos algo acerca del referente de los mismos. Sin embargo, hay
un tipo de expresiones que versan sobre un particular de modo que podemos
entender sin saber de qué individuo concreto se trata, es decir, nos basta con
dominar el lenguaje para comprender su contenido. Se trata de las descripciones
definidas (4).

A juicio de Russell, estas descripciones no funcionan como términos referenciales


cuya misión sea incorporar al contenido de la oración un objeto concreto, como
planteara Frege, sino que su análisis revelará su naturaleza más compleja.

a. On denoting

La teoría de las descripciones definidas que el filósofo británico Bertrand Russell


presentó en su artículo “On denoting” (1905) nos revela cómo el análisis lógico
del lenguaje natural puede clarificar ciertos problemas derivados de su
imprecisión, suscribiendo el rechazo a la coincidencia entre las estructuras
gramatical y lógica de una oración.

Consideremos la oración: (f) El rey de Francia es calvo

La representación simbólica básica de esta oración sería ‘a es R’, siendo a el


sujeto gramatical y semántico (“El rey de Francia”) y R, el predicado que se le
atribuye (“ser calvo”).

A juicio de Russell este análisis sería confuso desde un punto de vista lógico, pues
podemos entender (f) aún sin saber qué objeto denota su descripción definida. El
análisis correcto de f equivaldría, según Russell, a la conjunción de:

f1) Existe alguien que es rey de Francia f2) Sólo una persona es rey de Francia f3)
Esa persona es calva
El análisis russelliano viene motivado por su insatisfacción ante la solución de
Frege respecto de los enunciados cuyos sujetos son ocupados por nombres
vacuos, a los que el último negaba valor de verdad a pesar de ser significativos y
cuyo referente asignado era la ‘clase vacía’. Para Russell, en cambio, la
descripción definida incorpora la conjunción de las tres condiciones de manera
que, de ser una de ellas falsa (como f1), la conjunción total también lo será. Esta
propuesta permite salvaguardar el principio del tercio excluso según el cual un
enunciado o bien es verdadero o falso y elimina la condición fregeana según la
cual la referencia determina el valor de verdad del enunciado. De otro lado, la
afirmación de la existencia del individuo denotado en f1 se distancia del
planteamiento fregeano, para quien la existencia del individuo al que se refiere un
término singular es algo que se supone al usar el término. Nótese que para Russell
un nombre propio funciona como abreviatura de las descripciones definidas sobre
su referente, de modo que se analizará del mismo modo (“Kepler es rico”=“Existe
un único individuo llamado Kepler tal que es rico”).

b. Nombres lógicamente propios

Aunque las descripciones definidas quedaran fuera de la categoría de las


expresiones referenciales, Russell todavía defiende la viabilidad de un nombrar
genuino: los nombres lógicamente propios.

Con “nombres lógicamente propios” Russell remite al pronombre demostrativo


neutro –“esto”– usado por un hablante para referirse a un dato sensorial en
presencia de aquello que lo provoca. Para comprender en profundidad esta
consideración debemos atender asimismo a sus tesis epistemológicas y metafísicas.

Russell describe los particulares como “términos de relaciones de los hechos


atómicos”. Consideraremos a continuación el caso más simple: la posesión de una
cualidad por parte de una cosa. Al decir, por ejemplo, “esto es blanco”, “esto”
tiene como referente el dato sensorial (sense data) percibido por el hablante,
siendo ese dato sensorial un particular; los particulares son, por tanto,
evanescentes, privados y autosubsistentes, pues duran y dependen de la
experiencia del sujeto que los observa y su concepción no depende de la
existencia de ningún otro particular.

De otro lado, Russell funda su epistemología sobre la distinción entre el


conocimiento directo –aquel que obtenemos sin intermediar ningún tipo de
inferencia u otro conocimiento de verdades– y el conocimiento por
referencia o descripción –obtenido mediante datos sensibles u otras
verdades–. Así, sólo podemos nombrar aquello que conocemos de forma directa,
acción que consistirá en señalar algo mediante un signo lingüístico siendo la
relación nombre-portador también directa. Esta asociación inmediata entre
lenguaje y entidad extralingüística sólo es posible cuando el nombre designa el
dato sensible que el hablante está experimentando, es decir, una entidad
particular percibida inmediatamente. A una entidad compleja “construida” a
partir de particulares (datos sensoriales) resulta imposible nombrarla puesto que
sólo somos capaces de identificarla mediante descripciones, pues, recordemos,
aunque utilicemos un nombre para referirnos a un objeto esto sólo es un
mecanismo por el cual abreviamos al menos una descripción definida.

La concepción de Russell de los nombres propios es referencialista en el sentido


más puro: en sus planteamientos es inconcebible un nombre propio sin referente
de modo que sólo aquellos signos que tengan “garantizada” la existencia del
particular por el que están pueden ser considerados como nombres propios
genuinos. De esto se extrae que los particulares elegidos por Russell sean aquellos
datos sensoriales presentes al sujeto que nombra, que son inmunes a la duda sobre
su existencia y conocidos directamente.
3. Referencia y uso

a. Crítica de Strawson a la teoría russelliana

Strawson formula una crítica a la teoría de las descripciones definidas de Russell


que supone un retorno al planteamiento fregeano pues, al igual que éste, defiende
que la existencia del referente de una descripción definida no es algo que se
afirma sino que se presupone, y, en consecuencia, no es posible asignar un valor
de verdad a las oraciones que Russell analiza. Su crítica reside en la diferencia
que introduce el uso de una oración a la hora de su análisis, y considera
distorsionados los análisis de las oraciones que las consideran abstractamente.

Consideremos el siguiente ejemplo:

(i) El presidente del gobierno es bilingüe

Es sencillo ver cómo, dependiendo de en qué fecha (o país) se emita esta oración,
ésta puede referir a una u otra persona: si se emite en 1992, a Felipe González, si
en 2019, a Pedro Sánchez. Es decir, es posible efectuar diversas emisiones con
diversos usos.

El principal error de Russell, a juicio de Strawson, radica en atribuir a las


oraciones y descripciones definidas características que pertenecen al uso de las
mismas, así (i), considerada en abstracto, no es verdadera ni falsa y tampoco
puede decirse que sea acerca de alguien. Tan sólo caben usos de una oración o
descripción definida para hablar verdadera o falsamente de un individuo u objeto
concreto. Así pues, fiel al enfoque del segundo Wittgenstein, Strawson sostiene
que dar el significado de una expresión es dar las directrices generales para su uso
conforme a las convenciones y hábitos lingüísticos pertinentes.
Analizando el ejemplo russelliano bajo esta nueva perspectiva, cuando
proferimos:

(f) El rey de Francia es calvo

La respuesta del oyente no sería “Eso no es verdad”, sino “¡Pero si no hay rey de
Francia!, anunciando quee no se cumple el supuesto o requisito necesario –la
existencia del rey de Francia– para que la cuestión de su verdad o falsedad se
plantee siquiera.

Algo similar ocurre con los nombres lógicamente propios. Imaginemos a un


hablante que pone sus manos en forma de copa y dice:

(g) “esto es un rojo hermoso”

Al observar sus manos vacías, decimos “¡No hay nada en tus manos!”. De nuevo
la cuestión de la verdad o falsedad del enunciado (g) se anula, pues nuestra
reacción no equivale a negar (g).

Un tercer argumento en contra de la posibilidad de los nombres lógicamente


propios se fundamenta en la tesis según la cual su significado es el referente. En la
situación descrita, “esto” carece de referente, y, según la postura russelliana,
carecería también de significado en un modo similar a cuando proferimos un
conjunto de sílabas manifiestamente absurdo del tipo “ab sur ah”.

Donnellan (uso referencial y atributivo), Kripke (referente semántico,


referente del hablante).

Lo que Strawson pone de manifiesto en este caso no es la mera constatación del


error russelliano, sino la necesidad de complementar nuestro estudio semántico
del lenguaje con su dimensión pragmática, atendiendo a los usos concretos de una
oración, lo que abrirá nuevas perspectivas de análisis de la cuestión lingüística.
4. Conclusión: evaluación de las teorías descriptivas

Frente a las teorías que defienden que los nombres sólo tienen referencia
(asumidas, entre otros, por el Wittgenstein del Tractatus), las Teorías
Descriptivas de la Referencia, vistas hasta aquí, permiten responder
satisfactoriamente a algunos de los rompecabezas que se le plantearan (nombres
propios vacuos, opacidad referencial y la concurrencia de nombres propios en
enunciados existenciales y de identidad). Sin embargo, presentan otra serie de
problemas que han de enfrentar, especialmente respecto a la determinación del
referente y la viabilidad de la comunicación, pues ¿cuántas y cuáles son las
descripciones definidas necesarias y/o suficientes para determinar el referente?
¿Coinciden todos los hablantes en asociar las mismas descripciones definidas a
una expresión dada..?

El punto clave radica en la revisión de la relación de sinonimia que


presuntamente se establece en el nombre y las descripciones del referente que
constituyen su sentido. Aunque sólo podemos dejarlo aquí apuntado, los
partidarios de la Teoría de la Referencia Directa defienden la posibilidad de
concebir la referencia como una relación entre el signo-objeto no mediada por
contenidos descriptivos. Es el caso, por ejemplo, del uso de los nombres como
designadores rígidos –aquellos que en todo mundo posible designan al mismo objeto,
fijados a partir de un bautismo inicial y transmitidos y asentados por una cadena
causal de comunicación–, y de los términos de género natural (TGN), analizados
por Kripke y, especialmente, por Putnam en su célebre argumento de las Tierras
Gemelas.

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