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ESQUIZOFRENIA: Es un trastorno caracterizado por la presencia de síntomas positivos (delirios y alucinaciones), negativos o

de déficit, cognitivos y afectivos. Su curso suele ser crónico y variable, causando una gran pérdida de calidad de vida del enfermo
y sus familiares, siendo una de las diez primeras causas de discapacidad por enfermedad según la OMS.Se trata de una
enfermedad compleja, que afecta no sólo al pensamiento, la percepción, las emociones y la conducta, sino a la capacidad para
proyectar el futuro o relacionarse con otras personas. Así mismo, afecta a sujetos jóvenes en los años de máxima potencialidad
académica o laboral. Además de los propios pacientes, incide también en sus familias, relaciones personales y, por extensión, en
toda la sociedad.

EPIDEMIOLOGÍA: La incidencia anual media de la esquizofrenia, similar en todo el mundo, se estima en un 20-
40/100.000/año, alrededor del 0,7% de la población general, siendo algo mayor en varones. Se asocia una mayor incidencia en
zonas urbanas, bajo nivel socioeconómico e inmigración. El inicio del trastorno suele situarse entre los 15 y los 30 años de edad,
observándose también mayor precocidad en la aparición en hombres que en mujeres. El inicio precoz se asocia a una mayor carga
genética, peor evolución y mayor deterioro. Además, hay un peor pronóstico en el género masculino, incluyendo peor respuesta
al tratamiento farmacológico, lo que explicaría el mayor número de ingresos hospitalarios entre los varones.

ETIOPATOGENIA: No existe un factor etiológico único en la esquizofrenia. Se la considera una enfermedad genética
compleja, cuyo desarrollo es mayor si están afectados otros miembros de la familia. Además, existe una hipótesis neuroquímica
de un desequilibrio de la función dopaminérgica, siendo el resultado de un exceso de actividad dopaminérgica en la zona
subcortical (receptores D2), que sería responsable de los estados psicóticos, y una hipofunción en la corteza prefrontal (receptores
D1), que contribuye a los síntomas negativos y cognitivos de la enfermedad. Otros neurotransmisores implicados son la
serotonina, que ha recibido gran atención a partir de la observación de que los antipsicóticos de nueva generación son
antagonistas dopamina-serotonina (clozapina, olanzapina, quetiapina, risperidona, ziprasidona), y el glutamato, con posible
implicación mediante la reducción en la transmisión glutamatérgica, vía receptores NMDA (los antagonistas del receptor NMDA,
por ejemplo fenciclidina [PCP, polvo de ángel], inducen síntomas psicóticos parecidos a la esquizofrenia). También se han
replicado anomalías en la neurotransmisión central del GABA y colinérgicas, entre otros. También, otros han propuesto que es
producida por factores externos, como complicaciones durante el parto, lesiones en la cabeza, reacción a ciertos virus o a venenos
ambientales que llegan al cerebro y le causan daño. Igualmente, existe una teoría de que las causas de la esquizofrenia se centra
en factores nutricionales, debido a indicaciones que la relacionan con altos niveles de cobre en los tejidos del organismo,
deficiencia de cinc y de magnesio.

TRASTORNOS NEUROPSICOLÓGICOS: Los trastornos neuropsicológicos de la esquizofrenia incluyen: alteraciones en la


atención, en la memoria de trabajo, en las funciones ejecutivas (capacidad de planificación, abstracción, anticipación y resolución
de problemas), en la flexibilidad de pensamiento y en la cognición social (capacidad de entender e interactuar con el mundo que
nos rodea). Estos déficits cognitivos están presentes antes del inicio de la psicosis, persisten durante su curso (frecuentemente de
manera independiente al curso del resto de síntomas) y se encuentran en menor grado en familiares no afectados.

CUADRO CLÍNICO: En la historia premórbida típica, aunque no siempre presente, los pacientes han tenido una personalidad
previa esquizoide (reservada, pasiva e introvertida) o esquizotípica (aspecto extravagante, cogniciones distorsionadas,
pensamiento mágico). El primer episodio de esquizofrenia a menudo viene precedido durante meses, e incluso años, por signos y
síntomas prodrómicos, que suelen diagnosticarse de forma retrospectiva.

La identificación de un caso comienza normalmente con la observación de síntomas psicóticos (alucinaciones, ideas delirantes o
desorganización del proceso del pensamiento que conllevan una pérdida de contacto con la realidad en una persona con un nivel
de conciencia normal) y conducta extravagante, pero muchos pacientes tienen también síntomas negativos (de déficit),
incluyendo bajos niveles de activación emocional, de actividad mental y de motivación social. Estos últimos síntomas son a
menudo los aspectos más debilitantes del deterioro a largo plazo.
CLASIFICACIÓN: La Clasificación Internacional de Enfermedades 10 (CIE-10) clasifica la esquizofrenia en 7 subtipos:
1. Paranoide: predominan los sentimientos de persecución, delirio de grandeza.2. Desorganizada o hebefrénica: predomina el
discurso y comportamiento desorganizados sin ningún objetivo visible, así como una afectividad inadecuada o plana.
3. Catatónica: con importantes alteraciones psicomotoras tales como la flexibilidad/rigidez cérea (como muñeco de cera); puede
llegar hasta el estupor catatónico, lo que produce una incapacidad para cuidar de sus necesidades personales.
4. Indiferenciada: hay síntomas psicóticos, pero no cumplen criterios para los tipos paranoide, desorganizado o catatónico.
5. Residual: donde los síntomas positivos están presentes tan solo a baja intensidad.
6. Depresión post-esquizofrénica: trastorno de tipo depresivo, a veces prolongado, que surge después de un trastorno
esquizofrénico. Durante él pueden persistir algunos síntomas esquizofrénicos, pero no predominan en el cuadro clínico.
(Requiere un mínimo de dos semanas de afectación funcional y anímica notorias).
7. Esquizofrenia simple: su desarrollo es insidioso, no manifiesta alucinaciones ni delirios, es menos psicótica y muestra
fundamentalmente síntomas negativos.

DIAGNÓSTICO: El diagnóstico de la esquizofrenia está basado en la observación y evaluación del paciente. Aunque existen
distintos criterios clínicos los más extendidos son el CIE-10 de la OMS y el DSM-5, basando el diagnóstico en la aparición de
dos o más de los siguientes síntomas: alucinaciones, comportamiento desorganizado, delirios, pensamiento desorganizado y
síntomas negativos. Estos síntomas deben estar presentes durante la mayor parte del tiempo durante 1 mes o más, y deben
presentarse de forma continuada alteraciones ligadas a la esquizofrenia durante un mínimo de seis meses.

TRATAMIENTO: El tratamiento de la esquizofrenia es farmacológico en las fases agudas y durante el mantenimiento de la


enfermedad, complementándose con intervenciones psicosociales en etapas posteriores (psicoterapia individual, rehabilitación
cognitiva, habilidades sociales, etc.). La intervención precoz en individuos de alto riesgo con tratamiento farmacológico y
psicosocial puede prevenir el desarrollo de esquizofrenia, y la intervención rápida en caso de un primer episodio mejora los
resultados finales.

Tratamiento antipsicótico. Los antipsicóticos son los principales fármacos utilizados en el tratamiento de la esquizofrenia. El
tratamiento conlleva una clara mejoría de su sintomatología en el 60% de pacientes, mientras que el 30% mejora poco, y un 10 %
no responde. Todos los antipsicóticos disponibles han demostrado una eficacia similar para tratar los síntomas positivos, teniendo
una eficacia limitada o nula para los síntomas negativos y cognitivos, a excepción de los leves efectos reportados por el
amisulpride y la clozapina. Difirieren entre sí en el perfil de efectos secundarios. Tan sólo la clozapina se ha demostrado más
efectiva en síntomas positivos resistentes a otros antipsicóticos y disminuyendo la tasa de suicidio.
Todos los antipsicóticos actúan bloqueando el receptor D2 de la dopamina, con diferentes grados de afinidad. El bloqueo de
receptores D2 mesolímbico disminuye la activación de las neuronas dopaminérgicas, reduciendo los síntomas positivos de la
enfermedad. El bloqueo dopaminérgico a otros niveles produce efectos secundarios: a nivel nigroestriado, efectos
extrapiramidales, y a nivel tuberoinfundibular, aumento de la secreción de prolactina.

DIAGNÓSTICO DIFERENCIAL. El primer paso en el diagnóstico diferencial consiste en excluir de los trastornos psicóticos
secundarios las psicosis de causa orgánica conocida, como el consumo de sustancias tóxicas o de drogas psicoactivas, las
alteraciones metabólicas, la epilepsia del lóbulo temporal y tumores e infecciones del SNC, entre otras. El segundo paso es
diferenciar la esquizofrenia de los trastornos del estado de ánimo (psicosis afectivas). En éstos, se halla típicamente un patrón
recurrente de episodios depresivos o maníacos. En caso de que aparezcan síntomas psicóticos, coinciden en el tiempo con la
alteración del estado de ánimo.
Los síntomas psicóticos que se observan en la esquizofrenia pueden ser idénticos a los que aparecen en otros trastornos
psicóticos. El trastorno esquizofreniforme se diferencia de la esquizofrenia en que los síntomas tienen una duración de al menos
1 mes, pero menos de 6 meses. El trastorno psicótico breve es el diagnóstico más adecuado si los síntomas han durado al menos
1 día, pero menos de 1 mes, y cuando el paciente ha vuelto a su nivel de funcionamiento premórbido después de ese período. En
el trastorno esquizoafectivo aparecen cuadros afectivos de forma preponderante e independientemente a los principales síntomas
de esquizofrenia. En el trastorno por ideas delirantes persistentes (clásicamente denominado paranoia) se presentan ideas
delirantes no extrañas al menos durante 1 mes, en ausencia de los otros síntomas de esquizofrenia. En los trastornos de la
personalidad esquizotípica, esquizoide, paranoide y límite pueden aparecer algunas características de la esquizofrenia. En ellos
los síntomas son leves, han estado presentes durante gran parte de la vida del paciente y no existe una fecha de inicio
identificable.

TRASTORNO PSICOSOMÁTICO. El término psicosomático hace referencia a cualquier síntoma físico que no pueda
atribuirse a ninguna enfermedad y cuya causa más probable sea psicológica.

Los trastornos psicosomáticos o somatoformes son un grupo de trastornos en los cuales una persona sufre síntomas físicos
significativos (dolor, inflamación, nauseas, vértigo, debilidad o lesiones) que le provocan una angustia y una incapacidad reales
y que no se corresponden con los resultados de las exploraciones físicas o las pruebas médicas que se le realizan. En este sentido,
son trastornos médicos únicos, que no obedecen patrones y pueden afectar cualquier parte del cuerpo. En algunas personas
pueden provocar dolor, como ocurre en niños que experimentan dolor abdominal cuando los acosan en la escuela. En otras,
puede afectar el corazón, también pueden manifestarse de modos más extremos, como parálisis, convulsiones e incluso algún tipo
de incapacidad. Por lo tanto, son trastornos de la imaginación a los cuales sólo ésta pone límites.
Los trastornos somatoformes se diferencian del resto de los trastornos psiquiátricos fundamentalmente por dos aspectos:
-El paciente sufre síntomas físicos en lugar de síntomas psicológicos o psiquiátricos
-El paciente y sus familiares suelen atribuir los síntomas a una enfermedad médica, a pesar de que las exploraciones físicas y las
pruebas complementarias realizadas demuestren lo contrario

EPIDEMIOLGÍA: Suele ser crónico y fluctuante, pudiéndose iniciar a cualquier edad, pero lo más frecuente es que debute al
inicio de la edad adulta. En el 80% de los casos pueden padecer otros trastornos de ansiedad o depresivos.

ETIOLOGÍA: Su origen es debido a altos grados de ansiedad, que pueden ser ocasionados por un alto nivel de estrés o por
problemas emocionales más o menos importantes (por ejemplo, la muerte de un familiar, un embarazo, un divorcio, un despido
en el trabajo, haber sufrido abusos sexuales, preocupación constante y obsesiva por la salud, etc.). Estos padecimientos además
causan angustia e incapacitan a la persona para funcionar normalmente. Aunque este trastorno está relacionado principalmente
con la regulación emocional, los síntomas son absolutamente reales y la persona no tiene control consciente sobre ellos.
CLASIFICACIÓN: En los trastornos somatoformes de incluyen: Trastorno de somatización o por síntomas somáticos;
Trastorno por dolor; Trastorno conversivo/disociativo; Trastorno somatomorfo no especificado; y el Trastorno de ansiedad por la
enfermedad (antigua hipocondría) Los trastornos más comunes en niños y adolescentes son: Trastorno por dolor; Trastorno
conversivo y el Trastorno disociativo.
De forma paralela, y como los síntomas somáticos médicamente inexplicados se relacionan con todos los aparatos y sistemas
corporales, la mayoría de especialidades médicas han definido sus propios síndromes de síntomas inexplicados, o síndromes
somáticos funcionales (p. ej., síndrome del intestino irritable, fibromialgia, síndrome de fatiga crónica, dolor torácico atípico,
globus faríngeo, sensibilidad química múltiple, síndrome de hiperventilación, dolor pélvico crónico, disfunción de la articulación
temporomandibular, síndrome de la guerra del Golfo, etc.).

Trastorno de somatización: Se caracteriza por la presencia, a lo largo de la vida, de múltiples síntomas somáticos clínicamente
relevantes, que afectan a diferentes aparatos y sistemas (en general, una combinación de síntomas gastrointestinales, sexuales,
neurológicos y de dolor), sin evidencia de causa orgánica que los justifique y sin que tampoco sean simulados ni provocados de
forma intencionada, ni formen parte exclusiva de otros trastornos psiquiátricos (p. ej., ansiosos o depresivos). El trastorno se
inicia antes de los 30 años, principalmente durante la adolescencia, es de evolución crónica y condiciona un importante deterioro
del funcionamiento. Además, es más frecuente en mujeres, con una proporción de 5-20:1 y en clases sociales y niveles
educativos bajos. Se distingue de la hipocondría en que ésta se centra más en los aspectos cognitivos que en los somáticos, no
preocupan tanto los síntomas como la supuesta enfermedad subyacente, los síntomas somáticos suelen ser únicos y no múltiples y
los pacientes suelen buscar confirmaciones etiológicas más que tratamientos sintomáticos.

Etiología: se han considerado dentro de los factores predisponentes, aspectos socioculturales de aprendizaje, abuso de cualquier
tipo y factores biológicos. Alteraciones en las relaciones familiares e interpersonales se asocian a desordenes de somatización y
personalidad antisocial. Debe descartarse historia de abuso sexual. Los hijos de mujeres con trastornos de somatización tienen
mayor riesgo de una personalidad antisocial, así como de abuso de sustancias.

Trastorno por dolor: Se caracteriza por la presencia de dolor como foco predominante de atención clínica, para el que se juzga
que hay factores psicológicos que desempeñan un papel importante en su inicio, gravedad, exacerbación y/o mantenimiento,
junto con la ausencia de entidades médicas o mecanismos patogénicos conocidos (como en el caso de las cefaleas tensionales)
que justifiquen plenamente la presencia del síntoma. Se trata probablemente de un grupo heterogéneo de pacientes, aunque en
general presentan historias clínicas largas y complicadas, un deterioro considerable en el funcionamiento en diferentes áreas, y la
mayoría de las veces están sometidos a politerapias farmacológicas con intencionalidad analgésica y/o ansiolítica. El dolor físico
es para estos pacientes el centro de toda su existencia y la fuente de todo su malestar, negando otros motivos de disforia o
malestar emocional. Se le asocia con trastornos depresivos mayores en el 25-50% de los casos, y con distimias y otros trastornos
depresivos menores en el 60-100%, sobre todo en las formas crónicas. Suelen considerarse factores de mal pronóstico la
presencia de problemas caracterológicos previos, sobre todo rasgos de pasividad importante, la existencia de compensaciones
económicas o su posibilidad en el futuro, el uso de sustancias psicoactivas o la propia cronicidad de su evolución.

El plan terapéutico deberá incluir diferentes combinaciones de estrategias cognitivo-conductuales, medicación y terapia física. El
tratamiento debe iniciarse con una correcta información al paciente y la familia sobre la importancia de los factores psicológicos
en la génesis y mantenimiento del dolor, tanto si existe como si no una base orgánica evidente. Esto facilitará establecer una
adecuada alianza terapéutica, que permita asegurar la colaboración y el cumplimiento por parte del paciente.
Se ha demostrado la utilidad de los antidepresivos (amitriptilina, imipramina, ISRS), aunque no queda claro si por su efecto
antidepresivo o por un efecto analgésico directo (posiblemente estimulando vías eferentes inhibitorias del dolor). En todos los
casos parece que las dosis útiles son más bajas que las utilizadas como antidepresivas. También se han utilizado técnicas de
biofeedback, sobre todo con dolores migrañosos, miofasciales y estados de tensión muscular, y entrenamientos en relajación.

Hipocondría: Este trastorno se define por el miedo a tener, o la creencia de que se tiene, una enfermedad física grave basándose
en la interpretación errónea de síntomas corporales. Los síntomas físicos implicados pueden ser sensaciones corporales normales,
percepciones aumentadas del funcionamiento fisiológico, o bien concomitantes somáticos de las emociones. Los exámenes
físicos y la las diferentes pruebas diagnósticas son negativas, a pesar de lo cual el paciente persiste en su convencimiento de que
está enfermo y reacciona con alarma ante cualquier signo indicativo de enfermedad, observando constantemente el
funcionamiento de su cuerpo. A pesar de ello, las ideas del paciente no tienen características delirantes. Para que la hipocondría
pueda ser considerada como tal, el trastorno debe ser lo suficientemente intenso como para provocar malestar o deterioro del
funcionamiento, y haber durado por lo menos 6 meses consecutivos. Suele iniciarse entre los 20 y los 30 años, y su evolución
suele ser crónica, aunque pueden existir formas transitorias relacionadas con períodos de estrés, por lo común la muerte o
enfermedad grave de alguien importante para el paciente, o una enfermedad grave, pero ya resuelta, del propio individuo.

La hipocondría implica una sintomatología polimorfa, que puede agruparse en tres grandes factores: la preocupación o miedo por
la enfermedad (nosofobia), la convicción de enfermedad y los síntomas somáticos. No queda claro si estos tres componentes son
necesarios para el diagnóstico, si alguno de ellos es una simple característica asociada, o si definen categorías nosológicas
independientes, ya que existen algunas evidencias de respuesta diferenciada al tratamiento. Además, se asocian conductas de
seguridad, que incluyen la búsqueda de confirmaciones sobre su salud por parte de médicos, amigos y familiares,
comprobaciones repetidas de referencias médicas (libros, internet) buscando información sobre la enfermedad temida,
comprobaciones frecuentes sobre el funcionamiento corporal (p. ej., monitorizando frecuencia cardíaca o tensión arterial) y
evitaciones fóbicas de desencadenantes ambientales.
La hipocondría puede diferenciarse con la esquizofrenia, en que esta última además de que existen otros síntomas psicóticos, los
delirios sobre enfermedades suelen ser más bizarros que en la hipocondría. Los pacientes hipocondríacos suelen ser enfermos que
aceptan mal un abordaje psiquiátrico, centrados como están en preocupaciones por enfermedades médicas. Por ello, un primer
aspecto del tratamiento es conseguir una buena alianza terapéutica. Una vez conseguida, el sujeto puede ser abordado con
técnicas cognitivo-conductuales. En términos conductuales, las conductas de seguridad previenen la extinción natural de la
ansiedad patológica por la salud. Por tanto, las técnicas de exposición con prevención de respuesta son útiles, especialmente para
el componente nosofóbico del trastorno.También se han utilizado tratamientos psicofarmacológicos, en especial inhibidores
selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS), siempre a dosis altas similares a las utilizadas en el tratamiento del trastorno
obsesivo. Los resultados fueron positivos en diversos estudios abiertos, pero también en estudios randomizados controlados con
placebo utilizando paroxetina.

Trastorno de conversión: Su diagnóstico requiere una pérdida o alteración en el funcionamiento físico que sugiera un trastorno
físico. El dolor, aturdimiento y la debilidad son la tríada de conversión en la clínica del dolor. Se estima que los factores
psicológicos son etiológicos en el mismo, debido a una relación temporal entre los síntomas y un estresor psicosocial. La persona
no debe ser consciente de que produce el síntoma intencionalmente. Si el dolor es el único síntoma no explicado, no se puede
diagnosticar este trastorno, al menos debe estar presente otro no explicado como parestesia, aturdimiento, convulsiones, globo
histérico, debilidad de las piernas o disfunción sexual.

TRASTORNO DE LA PERSONALIDAD: Los trastornos de personalidad vienen definidos por un patrón persistente de
experiencia interna y de comportamiento que se aparta notablemente de las expectativas de la cultura del sujeto; se trata de un
patrón inflexible, que tiene su inicio en la adolescencia o en la edad adulta temprana, que es estable en el tiempo y que produce
malestar o deterioro en el funcionamiento del individuo.

ETIOLOGÍA: La personalidad es la combinación de pensamientos, emociones y conductas que nos hacen únicos. Es el modo en
el que ves, comprendes y te relacionas con el mundo exterior, así como el modo en el que te ves a ti mismo. La personalidad se
forma durante la infancia y en ella incide la interacción de lo siguiente:
•Los genes. Es posible que determinados rasgos de la personalidad se transmitan de padres a hijos mediante los genes heredados.
A veces, estos rasgos se llaman tu temperamento.
•El entorno. Esto incluye los alrededores en los que creces, los eventos que tuvieron lugar y las relaciones con familiares y otras
personas.

FACTORES DE RIESGO: Si bien no se conoce la causa precisa de los trastornos de la personalidad, ciertos factores parecen
aumentar el riesgo de desarrollar o desencadenar estos trastornos, entre ellos, los siguientes:
•Antecedentes familiares de trastornos de personalidad u otras enfermedades mentales
•Vida familiar abusiva, inestable o caótica durante la niñez
•Diagnóstico de trastorno de la conducta en la niñez
•Variaciones en la química y en la estructura del cerebro

CLASIFICACIÓN: El DSM-5 agrupa los trastornos de la personalidad en tres grupos (o clusters) a los que denomina A, B y C,
respectivamente.

Trastornos de la personalidad del grupo A: Se caracterizan por pensamientos o comportamientos excéntricos o extraños. En
este grupo se incluye: el trastorno paranoide, el trastorno esquizoide y el trastorno esquizotípico de la personalidad.

•Trastorno paranoide: el paciente paranoide se caracteriza por su tendencia a desconfiar de los demás, por su dificultad para
olvidar y perdonar los agravios de los otros y por estar permanentemente interpretando como malévolos los comportamientos
ajenos.
•Trastorno esquizoide: El paciente esquizoide, por su parte, se caracteriza por su patrón de aislamiento en las relaciones sociales
y su tendencia a la soledad, así como por la restricción de su expresividad emocional, apareciendo ante los demás como frío,
distante y autosuficiente.
•Trastorno esquizotípico: El paciente esquizotípico, tiende a presentar un patrón de malestar agudo en las relaciones cercanas,
así como intensas distorsiones cognoscitivas o perceptivas y un comportamiento excéntrico. Algunos clínicos consideran que el
trastorno esquizotípico no es un trastorno de la personalidad, sino una forma incompleta de esquizofrenia.
Trastornos de la personalidad del grupo B: Se caracterizan por pensamientos o comportamientos dramáticos, emocionales o
erráticos. En este grupo se incluye: el trastorno de personalidad antisocial, trastorno límite de la personalidad, el trastorno
histriónico y trastorno narcisista de la personalidad.

•Trastorno de personalidad antisocial: el paciente antisocial se caracteriza por su desprecio persistente y su tendencia a violar
sistemáticamente los derechos de los demás, a menudo con comportamientos abiertamente inmorales y/o delictivos.
•Trastorno límite de la personalidad: El paciente límite o borderline se caracteriza por la inestabilidad de sus relaciones
interpersonales, de su autoimagen y de sus afectos (a menudo descritos como una «montaña rusa»), lo que, junto a una marcada
impulsividad, convierte a estos pacientes en inestables, imprevisibles, volubles y a menudo agresivos consigo mismos o con los
demás.
•Trastorno histriónico de la personalidad: El paciente histriónico, por su parte, presenta una emotividad excesiva y una fuerte
tendencia a buscar la atención y el afecto de los demás, desplegando con frecuencia comportamientos llamativos y una actitud
seductora y demandante en relación con los otros.
•Trastorno narcisista de la personalidad: El paciente narcisista se caracteriza por su patrón de grandiosidad, por su necesidad
de admiración y su falta de empatia, presentando una actitud de desprecio y explotación en relación con las personas que le
rodean.

Trastornos de la personalidad del grupo C: Se caracterizan por pensamientos o comportamientos de ansiedad o temor. En
este grupo se incluye: el trastorno de la personalidad por evitación, el trastorno de la personalidad dependiente y el trastorno de la
personalidad obsesivo-compulsiva.

•Trastorno de la personalidad por evitación: El paciente evasivo o evitativo presenta un patrón de retracción social que está
condicionado por la inseguridad en sí mismo, por sus sentimientos de incapacidad y por su hipersensibilidad ante la posibilidad
de ser criticado o valorado de forma negativa.
•Trastorno de la personalidad dependiente: En el paciente dependiente encontramos un patrón de comportamiento
caracterizado por la sumisión, el miedo al abandono y la necesidad excesiva de ser atendido, aconsejado y supervisado.
•Trastorno de la personalidad obsesivo-compulsiva: el paciente con personalidad obsesivo-compulsiva (que no debe ser
confundido con el paciente que padece un trastorno obsesivo-compulsivo, ya que ambas patologías pueden aparecer juntas o por
separado) se caracteriza por su preocupación excesiva por el orden, el perfeccionismo, la planificación y el control, lo que
interfiere de forma significativa en sus relaciones con las personas de su entorno.

DIAGNÓSTICO: Criterios clínicos (DSM-5): Cuando los médicos sospechan un trastorno de la personalidad, evalúan las
tendencias cognitivas, afectivas, interpersonales y conductuales utilizando criterios diagnósticos específicos. Se dispone de
herramientas de diagnóstico más sofisticadas y empíricamente rigurosas para los médicos más especializados y académicos. El
diagnóstico de un trastorno de personalidad requiere lo siguiente:
-Patrón de rasgos de mala aadaptación inflexibles, persistentes y generalizados, que abarcan ≥ 2 de los siguientes: cognición
(formas de percibirse e interpretarse a uno mismo, a los demás y los eventos), afectividad, funcionamiento interpersonal y control
de los impulsos
-Malestar significativo o deterioro del funcionamiento generado por el patrón maladaptativo
-Estabilidad relativa y patrón de comienzo temprano (se rastrea al menos hasta la adolescencia o la adultez temprana)
Además, deben excluirse otras posibles causas de los síntomas (p. ej., otros trastornos de salud mental, por consumo de
sustancias, traumatismo encefálico).

Para un trastorno de la personalidad que se diagnostica en pacientes <18 años, el patrón debe haber estado presente durante ≥ 1
año, a excepción de los trastornos de personalidad antisocial, que no pueden ser diagnosticadas en pacientes <18 años. Debido a
que muchos pacientes con un trastorno de personalidad desconocen su enfermedad, los médicos pueden tener que obtener la
anamnesis de los médicos que han tratado a estos pacientes previamente, otros profesionales, miembros de la familia, amigos u
otras personas que tienen contacto con ellos.

TRATAMIENTO: Los trastornos de la personalidad implican importantes alteraciones emocionales y la ausencia de habilidades
específicas y de aprendizajes sociales. Por lo tanto, su tratamiento es difícil porque la colaboración del individuo y del medio será
muy escasa y, además, no siempre hay una conciencia permanente de anomalía caracterial. Los psicofármacos son un recurso
para normalizar la psicopatología del sujeto y potenciar su estabilidad emocional, haciéndolo así más capaz de cumplir con los
compromisos contraídos con facultativos y familiares, pero es imprescindible la participación activa de las personas del entorno
que, por lo general, no podrán cumplir las instrucciones, se mostrarán escépticos o carecerán de fuerzas para intentar una nueva
aventura terapéutica.

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