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LA NORMALIZACION DE LA ENSEÑANZA

DEL QUECHUA*

Gerald Taylor
CNRS, París

La normalización del quechua con fines pedagógicos, es decir,


el establecimiento de un quechua estándar, implica una serie de fac­
tores. Primero, que exista en los tres países andinos donde los que-
chuahablantes constituyen una minoría importante, una voluntad
oficial de aplicar proyectos educativos propuestos varias veces en el
pasado y generalmente abandonados en seguida; que se hayan reali­
zado investigaciones previas sobre la situación lingüística real de las
áreas definidas como quechuahablantes y que se haya descubierto una
situación diferente de la que predomina en otras comunidades donde

* Este trabajo fue presentado al taller sobre Norm alización del lenguaje
pedagógico p ara la lenguas andinas, realizado en Santa Cruz de la Sierra,
Bolivia del 23 al 27 de octubre de 1989 [Nota del editor].

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T aylo r

el modelo de alfabetización escogido se limita al habla de un grupo


determinado. Implica en fin que el conjunto quechua no esté consti­
tuido sólo de grupos aislados que hablan dialectos afines pero que
carecen de vínculos de solidaridad cultural fuertemente establecidos.
Implica además que haya una voluntad por parte de los quechuaha-
blantes de aceptar el principio de un sistema de alfabetización que
corresponde a un idioma “normalizado” que, en muchos aspectos, les
parecerá “ajeno” aunque no sea el de las clases política y económica­
mente dominantes.

En lo tocante a los quechuahablantes del sur andino, tal vez sea


posible adquirir una cohesión popular para tal normalización ya que
existe cierta homogeneidad en su léxico y su morfología de base,
aunque menos quizá en la fonética. Además, las tradiciones históricas
locales mantienen vivos el prestigio del idioma nativo y el mito de su
origen cuzqueño y de su unidad fundamental. Si las comunidades del
sur perciben la utilidad de la codificación de los aspectos comunes de
su cultura ya no interpretada como un conjunto de variantes que ca­
racterizan la identidad local sino como un factor de identidad andina,
entonces este hecho podría constituir un aporte cultural importante
para todos. Las culturas andinas tendrían finalmente la posibilidad
de expresarse y hacerse conocer no sólo por la voz de intelectuales
hispanohablantes o parcialmente quechuahablantes de la escuela
“indigenista”, sino podrían comunicar lo “diverso” y lo “profundo” de su
propio mundo para una comunidad nacional o supranacional que se
enriquecería en el proceso. Pero no me parece que la normalización
concebida como la imposición de una norma culta fabricada en labora­
torios intelectuales esencialmente citadinos constituya una medida
que favorezca el desarrollo y la expansión de una cultura que podría
llamarse “andina”. En otras ocasiones se ha planteado conceptos como
la necesidad de “intelectualizar el idioma” que me parecen ideológica­
mente peligrosos y recuerdan el discurso misionero de los siglos XVI
y XVII. ¿Acaso las lenguas andinas no tendrían su propio carácter in­
telectual? Yo pienso que es necesario abordar la situación de las
lenguas andinas en su realidad específica. Hasta en el sur, los que­
chuahablantes siguen siendo quechuahablantes porque pertenecen a
las clases discriminadas. Dar a estas clases la posibilidad de expresar
su realidad por lo escrito me parece admirable. Lo esencial es que los
que se encargan de coordinar esta tarea se identifiquen con las clases
oprimidas que hablan dichos idiomas y que sean capaces de orientar­
las en su deseo de expresarse.
Así el primer paso no es tanto la búsqueda de equivalentes para
expresar en el idioma “normalizado” conceptos gramaticales que, tal

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La n orm alización de la en s e ñ a n za del quechua

vez, no se apliquen a las lenguas andinas ni inventar neologismos para


designar tecnologías modernas que afectan poco las comunidades
andinas y para las cuales la mayoría de las lenguas europeas
-inclusive el castellano- no han sido capaces de inventar términos
propios. Lo más importante es -me parece- realizar investigaciones
sobre la cultura andina y el léxico específico que le corresponde y ver
hasta qué punto es posible codificar este léxico para que sea incorpo­
rado en un cursus escolar. Tales investigaciones no han sido realiza­
das -o, al menos, no han sido publicadas- y parecen interesar muy poco
a los alfabetizadores de los cuales muchos parecen considerar que la
finalidad pedagógica de la normalización lingüística es la reproduc­
ción en un lenguaje nativo de los códigos de la sociedad nacional
dominante.
Desde un punto de vista práctico, limitándonos al campo del
quechua sur-andino, es posible establecer normas lingüísticas para el
léxico y la grafía -reflejo de la fonología- si excluimos la región
ayacuchana. Al mismo tiempo, la incorporación del dialecto ayacucha­
no permitiría resolver problemas que afectan la normalización en la
zona más homogénea cuzqueña, puneña y boliviana. He podido obser­
var las vacilaciones en la transcripción de las variantes fricativas de
las oclusivas en fin de la sílaba por parte de los alumnos sureños en el
curso de postgrado de Puno. Bajo la influencia del ayacuchano,
criterios etimológicos -la restitución de */p/, por ejemplo, en formas
como */upyaptin/ - podrían solucionar al menos parcialmente este
problema. Sin embargo, la normalización del quechua sur andino -si
incluyera el ayacuchano- normalmente no podría imponer la trans­
cripción de las oclusivas glotalizadas y aspiradas ya que muchos
desconfían hasta del origen quechua de este fenómeno. Pero un
criterio etimológico afecta también la transcripción del ayacuchano: la
distinción gráfica de */q/ y de */h/ ambas pronunciadas como fricativa
velar en el conjunto dialectal. Entonces, tal vez, la representación
puramente gráfica de las glotalizadas y las aspiradas pueda ser útil
para distinguir homófonos como pacha (<pacha>) “tiempo, espacio” de
pacha (<p’acha>) “ropa” y, por cierto, no sería más insólita que la dis­
tinción entre <s> y <z> en el castellano americano.

La aplicación de este proceso de normalización ala zona andina


al norte del Mantaro, donde predominan dialectos del tipo Quechua I
muy fragmentados y con limitadas posibilidades de intercomprensión,
es más problemática. Los criterios etimológicos ayudan poco ya que
las investigaciones de tales dialectos son escasas y poco profundas.
Además, lo poco que se ha publicado revela divergencias irreductibles
puesto que reconstrucciones que eliminan todo lo identificable con

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T aylo r

formas reales de estas hablas podrían difícilmente transformarse en


normas aplicables a la pedagogía: no serían reconocibles para los
hablantes locales y su capacidad de expresar la realidad cultural sería
sumamente limitada. Es necesario tomar en consideración que, hasta
ahora, no se ha realizado la creación de una lengua nacional -de
comunicación cultural y económica o vínculo de cohesión política- a
partir de la eliminación de diferencias dialectales: En Indonesia se
escogió el malayo, lingua franca de comercio y de contacto interétnico,
como lengua nacional. Posteriormente fue transformado por el aporte
de las grandes lenguas literarias -el javanés y el sundanés- y por las
hablas locales; las palabras cultas ya existentes en el lenguaje litera­
rio, religioso o administrativo colonial han sido incorporadas a partir
del sánscrito, del árabe o del holandés y, últimamente, del inglés. El
hebreo, lengua de prestigio como símbolo de la identidad religiosa de
los judíos, dejó de ser lengua viva durante unos 1700 años. En el siglo
XIX, los corrientes nacionalistas impulsaron su resurgimiento como
lengua hablada, pero fue sobre todo la necesidad de comunicarse entre
inmigrantes de diferentes orígenes que lo transformó en lengua
auténticamente “viva” -es decir, instrumento capaz de expresar todos
los matices de la cultura popular01. El irlandés, no obstante todo el
elevado espíritu nacionalista que lo vinculó con la independencia de
Irlanda, nunca llegó a ser una lengua nacional efectiva, tal vez porque
el anglo-irlandés ya desempeñaba ese papel y el irlandés hablado ex­
clusivamente por las clases más desfavorecidas no consiguió recupe- ^
rar su identificación anterior con la nación y su cultura; ningún
estándar se estableció y una grafía conservadora -no obstante tímidas
reformas- dificulta su aprendizaje hasta por lingüistas profesiona­
les®.
Aparte de las experiencias didácticas asociadas con formas
locales del quechua y la necesaria promoción de las culturas oprimidas
identificadas con el habla local -tarea fundamental me parece-, consi­
dero que la enseñanza obligatoria de una forma unificada del quechua
es deseable no sólo para los quechuahablantes sino también para los
hispanohablantes andinos. Para realizar ese objetivo, ¿no sería tal vez
conveniente resucitar la “lengua general” que, aparentemente, fue
utilizada con más o menos éxito durante los primeros siglos de la época
colonial?<3} Tiene la ventaja de ser una forma del quechua que, aunque
haya sido desarrollada sobre la base de un modelo dialectal preciso,
hoy día no se identifica específicamente con una variante regional
particular. Su léxico es abundante y automáticamente “quechua”, su
sintaxis elegante y compleja, ampliamente descrita en las Artes de los
primeros gramáticos coloniales y está atestiguada por una literatura
abundante. Además, aunque no se identifica con ningún dialecto

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La n o rm a liza ció n de la en s e ñ a n za del quechua

preciso contemporáneo, por el papel que desempeñó en la evangeliza­


ción y la expansión colonial, ha influido sobre todos desde el Ecuador
hasta Santiago del Estero en Argentina. Es posible que el dialecto
moderno probablemente el más accesible a los no quechuahablantes,
el ayacuchano, sea un descendiente directo de la “lengua general”. Me
parece que la reintroducción de la “lengua general” es la única manera
práctica de establecer un modelo unificado para la enseñanza del
quechua en las escuelas de las tres repúblicas.

Este deseo de ver una forma específica del quechua promovida


como lengua de gran difusión no excluye otra obligación fundamental:
la de permitir a los quechuahablantes de las diferentes regiones alfa­
betizarse -al menos en los primeros años de sus estudios- según
normas lingüísticas que corresponden realmente con las hablas de las
diversas comunidades. Para realizar eso, es necesario fomentar inves­
tigaciones e implementar la formación de maestros que, al adquirir
una técnica lingüística y pedagógica de nivel adecuado, sean capaces
de adaptarlas a la realidad cultural de las comunidades que alfabeti­
zan.

N otas

(1) Prof. Jaime RABIN: Breve historia de la lengua hebrea, Jerusa-


lén (s.f.)

(2) Micheál ó SIADHAIL: Learning Irish, New Haven y Londres


1988

(3) Me refiero a la variante codificada por el Tercer Concilio de Lima.


No sería difícil aplicar las reglas gráficas establecidas para el al­
fabeto quechua unificado en vez de conservar la grafía de la época.
Eso permitiría distinguir entre */s/ y */sh/ y, tal vez, no sería
demasiado establecer una distinción entre */ch/y */cJ aunque no
se manifiesta en los textos escritos en “lengua general”. Y, en fin,
hasta la indicación de glotalizadas y de aspiradas si hay suficien­
te coherencia en los diversos dialectos que manejan esta distin­
ción. Para la mayoría, constituirían sólo normas gráficas y no
crearían más confusión que la grafía etimológica del castellano y
mucho menos que la del inglés o del francés. Sólo deseo sugerir
que, en el caso de */& se abandone la grafía desafortunada de <tr>
que, aunque goza del favor de algunos lingüistas, inspira poco
entusiasmo en las comunidades nativas.

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T r a d ic io n e s d e H u a r o c h ir i *

Runa yndio ñispaq machunkuna ñawpa pacha qillqakta yacanman kar-


qan, chayqa hinantin kawsasqankunapas manam kanankamapas chinkaykuq
hinachu kanman.
Imanam viracochappas sinchi kasqanpas kanankama rikurin, hinataq-
mi kanman.
Chayhinakaptinpas kanankama mana qillqasqakaptinpas kaypim cura-
ni kay huk yayayuq guaroch eri ñispaq machunkunap kawsasqanta, ima ffee-
niyuqSá karqan, imahinaf kanankamapas kawsan, chay chaykunakta.

Si en los tiempos antiguos, los antepasados de los hombres llamados


indios hubieran conocido la escritura, entonces todas sus tradiciones no se
habrían ido perdiendo, como ha ocurrido hasta ahora.
Más bien se habrían conservado como se conservan las tradiciones y ([el
recuerdo de]) la valentía
antigua de los
huiracochas que aun hoy son visibles.:
Pero como es así, y hasta ahora no se las ha puesto por escrito, voy a relatar
aquilas tradiciones de los antiguos hombres de Huarochiri, todos protegidos por
el mismo padre, la fe que observan y las costumbres que siguen hasta nuestros
días.

* Tornado do GeraldTaylor. Ritos y tradiciones, de Iíu jirocK irí,M an u scrito quííchua


de com ienzos del siglo X V II, Instituto de Estudios Peruanos / Instituto Francés de
Estudios Andinos, Lima, 1987, pp. 40-41. El texto escrito en quechua es la interpreta­
ción fonológica de Gerald Taylor.

V y
' : : ~ — .. .. " . ■■
Yayayku / P a d r e N u e s tro *

Versión o rig in a l (1584):

Yayayku, hanacpachacunapicac Sutijquimuchascachun Capac caynijqui


ñocaycuman hamuchun. Munaynijqui, rurasca cachun: ymanan hanacpachapi
hinataccay, pachapipas. Punchaunincuna tantaycucta, cuna coaycu. Huchay-
cuctari pampachapuaycu.ymanam ñocaycupas, ñocaycuman huchallicuccunac-
ta, pampachaycu hina. Amatac cacharihuaycuchu huatecayman urmancaycu-
pac. Yallinrac, mana allimanta quispichihuaycu. Amen Iesus.

Versión norm alizada (1992):

Yayayku, hanaq pachakunapi kaq, sutiyki much’asqa kachun, qhapaq


kayniyki ñuqaykuman hamuchun, munayniyki rurasqa kachun, imanam hanaq
pachapi hinataq kay pachapipas. Punchawninkuna t’antaykutakunan quway-
ku, huchaykutari pampachapuwayku, imanam ñuqaykupas ñuqaykuman hu-
challikuqkunata pampachayku hina. Amataq kachariwaykuchu wat’iqayman
urmanaykupaq. Yallinraq mana allimanta qispichiwayku. Amen, Hisus.

* Tomado de la D o ctrin a C h ristia n a y catecism o p a ra in stru cción de los indios


[...] con u n co n fessio n ario [1584] 1985, Tercer Concilio Limense, ed. facsimilar,
Madrid: CSIC. Primero aparece la versión original; a continuación, la versión norma­
lizada, hecha por César Itier.

V __________________ _______________________________________ ■ ■ •" J

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JUAN CARLOS GODENZZI (Editor) 1992. EL QUECHUA EN DEBATE
Ideología, normalización y enseñanza. Cuzco: CBC

Segunda P arte

Problem as
de la Norm alización
“CUZQUEÑISTAS” Y “FORÁNEOS”:
LAS RESISTENCIAS A LA NORMALIZACIÓN
DE LA ESCRITURA DEL QUECHUA

César Itier
IFEA, Lima

El debate acerca de la normalización del quechua se remonta


en el Perú a la época de Velasco y a los problemas concretos surgidos
a raíz de la oficialización de esta lengua. ¿Qué variedad oficializar? En
la época se propuso establecer seis normas regionales, que correspon­
derían a seis áreas dialectales que parecían irreductibles. Desde en­
tonces la reflexión y la experiencia se han enriquecido notablemente,
lográndose incluso un consenso a nivel nacional y, con el caso reciente
de Bolivia, internacional: es posible lograr un mismo estándar escrito
para todas las hablas quechuas, por lo menos dentro del grupo
mayoritario de dialectos del tipo 1. Sin embargo, en el Cuzco, donde
existe una antigua tradición de cultivo del quechua, los planteamien­

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I t ie r

tos de lingüistas y educadores han chocado contra la resistencia de


muchos quechuistas tradicionales. Nos ha tocado ser testigos, a lo
largo de todo el año 1991 transcurrido en esa ciudad, de una difícil
polémica sobre este tema, desencadenada a raíz de un artículo de Juan
Carlos Godenzzi en el semanario regional Sur, que se atrevía a discutir
algunos puntos de la reciente ley de oficialización del quechua en la
Región Inka [sic], A pesar de la falta de seriedad de los argumentos
esgrimidos por los académicos de la lengua quechua que respaldaron
esa ley, intentaremos dar cuenta del desenvolvimiento de ese debate
y de ubicar los argumentos de los sectores tradicionales en un contexto
ideológico y social mayor que ayude a entender esta resistencia. Es
evidente que muchos factores, en particular de orden político, contri­
buyeron a malograr una discusión que prometía ser fecunda. No nos
adentraremos en ellos. Pero es necesario recordar y entender episo­
dios de la polémica: nos hacen ver claramente que a través de ella se
oponen dos tipos de proyectos para la sociedad regional. Y éstos son
realmente los que deberían ser objetos de una discusión.

1. E l d esen v o lv im ien to d e la p o lé m ic a

La polémica que se desencadenó en 1991 no es nueva. Uno de


sus antecedentes fue el seminario-taller sobre “programas curricula-
res para educación bilingüe” que se realizó en el Cuzco en noviembre
de 1986. Una sesión se dedicó al uso de las tres vocales y en ella
participaron los lingüistas Rodolfo Cerrón-Palomino y Norma Mene-
ses Tutaya y los académicos de la lengua quechua René Farfán Barrios
y Segundo Villasante Ortiz. El diálogo en el fondo tropezó contra dos
obstáculos: por una parte los académicos de la lengua quechua no
entendían lo que es un fonema, y por lo tanto no podían darse cuenta
de que en quechua existen tres fonemas vocálicos, y por otra sus
objetivos al proponer normas escriturarias se revelaron en esencia
distintos de los de los lingüistas y educadores. Aunque dependientes
el uno del otro, el primero es de orden más intelectual y el otro más
ideológico. Estas dos vertientes fundamentales de la resistencia que
los quechuistas tradicionales del Cuzco ofrecen a las propuestas de
normalización de la escritura y a la aprobación de un alfabeto trivocá-
lico, son las que se vuelven a encontrar en toda la polémica de 1991.
Como lo veremos, lo más probable es que lo ideológico sea en gran parte
lo que obtaculiza la comprensión intelectual.

N o volveremos sobre los detalles de la (s) propuesta (s) de nor­


malización escrituraria del quechua. Recordaremos solamente que se
elaboraron de acuerdo a dos principios y propósitos fundamentales y

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“ CUZQUEÑISTAS” Y “FORÁNEOS”

estrechamente vinculados uno al otro:


- Criterios etimológicos y pandialectales que permitan una comuni­
cación por escrito entre el mayor número posible de quechua-ha­
blantes (es decir de hablantes del mayor número posible de varieda­
des).
- Lealtad a las estructuras fonológicas propias de la lengua.
El debate de 1991 se inició cuando, en un artículo publicado el
22 de febrero en el semanario regional Sur, el lingüista Juan Carlos
Godenzzi, al mismo tiempo que celebraba la iniciativa que consistía en
oficializar el quechua en la Región Inka [sic], criticaba algunos
aspectos de la ley propuesta por la municipalidad del Cuzco y que
aprobaría la Asamblea Regional:
- oficialización del sociolecto de algunos “mistis” urbanos pomposa­
mente llamado “Quechua Imperial del Cusco [sic]”.
- oficialización de un alfabeto con cinco vocales.
- sustitución, en los documentos del Gobierno Regional y de todas las
demás instituciones públicas y privadas de la región (redactados en
castellano), de los vocablos españoles inca y Cusco por Inka y Qosqo.

Esta discusión fue desarrollada en sucesivos artículos por el


mismo autor, lo que dio lugar a que se iniciara, en las páginas mismas
de Sur, una interesante polémica en la que participaron defensores de
ambas posiciones procedentes de distintos horizontes. Despertó un
interés inesperado en la población cuzqueña, mucho más allá de los
círculos directamente implicados. Muchas personas, de todas las
clases sociales, opinaron en favor de una u otra parte, hasta que,
después de tres meses, se tuvo que cerrar el debate debido a presiones
sobre las que volveremos. Las discusiones se centraron en dos puntos:
el problema del cambio de nombre de la ciudad, que no comentaremos
aquí, y el del número de vocales que debería tener la escritura del
quechua. Desgraciadamente muy poco se han tocado en este debate
otros aspectos de la normalización, como la restitución en la escritura
de formas etimológicas conservadas en la mayoría de las hablas
quechuas pero de las cuales en una época reciente, el siglo X VIII, se
apartó el dialecto cuzqueño que, contrariamente a lo que se cree, es
particularmente innovador: debilitamiento de las consonantes sílabo-
finales (por ejemplo ch, p, t) etc.. Es cierto que estas evoluciones
recientes del cuzqueño escapan a los “académicos” que no lo son de la
lengua quechua sino de la única variedad que manejan y les interesa,
el dialecto cuzqueño, desconociendo además los textos antiguos.

A fines del mes de abril, el Centro de Investigaciones en Lin­


güística y Literatura Andina (ILLA , UNSAAC) y el Centro de Estudios

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r( "

I t ie r

Regionales Andinos “Bartolomé de Las Casas” organiza un debate pú­


blico sobre la ley de oficialización del quechua en la región, al que
i fueron invitados a participar todos los que desde sus tareas particula-
i res -maestros, profesionales del Ministerio de Educación, docentes de
' la Universidad, académicos de la lengua quechua, representantes
campesinos etc.- tenían algo que decir sobre dicha ley. Se dedicó una
sesión a la normalización, desgraciadamente sin lograr acercamiento
de las partes. Al contrario, el hecho de que un público numeroso
acudiera a presenciarla incitó a los miembros de la Academia Mayor
de la Lengua Quechua a que aprovecharan la oportunidad para tratar
de manipular al auditorio. Así, por ejemplo, se vio subir a la escena a
un representante de la Federación Campesina que no regateó sus
insultos a algunos de los participantes. Este no entendía en efecto por
qué extraños motivos (alguien llegó a hablar de “oscuros designios”)
habían surgido “foráneos” que pretendían que los campesinos dejaran
de decir q’opa por “basura” y dijeran k’upa que significa “crespo”...

Volviendo a asuntos más “serios”, los argumentos de los “pen-


tavocalistas” fueron explicados en varias oportunidades por el padre
Juan Antonio Manya y el señor David Samanez, ambos miembros de
la Academia Mayor de la Lengua Quechua.

Resumiremos estos argumentos tales como se presentan en


diversas publicaciones (1):
1- Los cronistas y autores coloniales de material catequístico usaron
siempre cinco vocales.
2-Varios congresos indigenistas y resoluciones ministeriales han
aprobado alfabetos pentavocalistas.
3- Existiría una “imperiosa ley de la costumbre” para escribir a s í(2).
4- “La escritura debe ser la representación más exacta de los sonidos
de la palabra hablada, a fin de no desfigurarla”®.
5- Como pruebas lingüísticas, se nos presenta con la más absoluta
falta de honestidad intelectual pares mínimos del tipo de q’upa /
k’upa y tiqti / tikti.

Como se ve, de cinco argumentos fundamentales, tres son de


autoridad (la costumbre, las resoluciones ministeriales, los congresos,
sin contar los conceptos oscuros, rimbombantes y no asimilados y las
referencias a decenas de lingüistas que no vienen al caso y con cuyos
nombres se busca impresionar). Los dos últimos pretenden ser de
“razón”. No nos toca argumentar contra un axioma absurdo y pares
mínimos que obviamente no lo son. Estos “argumentos” reflejan en
realidad un mismo hecho: dichas personas no han desarrollado una

88
“ CUZQUEÑISTAS” Y “FORÁNEOS”

conciencia metalingüística suficiente como para darse cuenta de que


las supuestas cinco vocales del quechua no son sino un espejismo de
castellano hablantes.
Creemos que el núcleo del problema -aparte de resistencias
ideológicas, como lo veremos- está en la dificultad que experimentan
los bilingües urbanos para escapar de la referencia a la lengua
dominante en el momento de reflexionar sobre las estructuras propias
de la lengua dominada. Insistiremos sobre este punto con un ejemplo
que ilustra el punto de vista -colonial en su esencia- de muchas de las
personas que, sin pertenecer a la Academia ni ser cultores del que­
chua, se expresaron sin embargo a favor de una escritura con cinco
vocales. En un artículo aparecido en la Revista Municipal (“runa simiq
qelqaynin”, 1991, 3, p. 82), el ingeniero Oscar Blanco fundamenta su
posición de manera sencilla: “es innegable que, por lo menos en esta
región, fonéticamente se usa cinco vocales en el runa simi. Veamos los
ejemplos: la a en qhata (ladera), la e en weqe (lágrima) la i en piki
(pulga); la o en osqollo (gato silvestre); y la u en ukuku (oso)”. Parece
llano y rotundo. Pero nada más falso. Quien escribe estas líneas es
francés y tiene 14 vocales en la variedad que maneja. Si el señor
Blanco fuera francófono en vez de hispanohablante, es decir si mis
antepasados en vez de los suyos hubieran conquistado el Perú, hubiera
escrito sin ninguna duda algo como: “es innegable que, por lo menos en
esta región, fonéticamente se usa ocho vocales en el runa simi. Veamos
los ejemplos: la á y la a en qháta, la é y la é en wéqé, la i en piki, la ó
y la o en osqollo-, y la ou en oukoukou” (la traducción del francés al
castellano es nuestra).
Los argumentos esgrimidos por los académicos fueron rebati­
dos reiteradamente y punto por punto, en varios artículos e interven­
ciones públicas, por Jaime Pantigozo, Juan Carlos Godenzzi, Julio
Galdo, Washington Latorre, Elvio Miranda y muchos otros.
Y a sin argumentos el padre Manya contestaba solamente, en
el mismo semanario, el 22 de marzo, que “es de extrañar que personas
ajenas y foráneas a nuestra tierra propicien un enfrentamiento cultu­
ral entre instituciones y personas, atentando contra nuestra cultura
propia y aborigen” . Se llegó a oponer un “pentavocalismo tradicional”
a un “trivocalismo foráneo” y “también “esnobista [sic] i [sic] re­
ciente”00. Era una manera de ahogar un debate que había despertado
el interés de la población en general. Se rechazaba el intercambio de
argumentos y se trataba de descalificar al adversario echándole en
cara que no había nacido en el Cuzco. Nada más falso: la mayoría de
quienes tomaron parte en el debate a favor de las tres vocales eran
cuzqueños.

89
I t ie r

2. Medios distintos para objetivos distintos


Como se sabe, una campaña ideológica llevada a cabo por los in­
telectuales hegemónicos de los sectores dominantes de algunas pro­
vincias del Perú de principios del siglo logró imponer a nivel regional
y difundir a nivel nacional el mito de que la “esencia de la nacionali­
dad” peruana estaba en la sierra, en entidades que según las épocas
recibieron los distintos nombres de “lo incaico”, “lo indio” y “lo andino”.
Todas estas nociones remitían, y remiten, a una concepción spenceria-
na de las culturas como “organismos” que conservarían su integridad
fuera de la historia y de la sociedad. El Cuzco, por motivos que no nos
toca abordar aquí pero que tienen que ver sin duda con la búsqueda de
algún tipo de legitimidad de parte de provincianos instruidos pero
dotados de escasas perspectivas de promoción y de un gran complejo
de inferioridad frente a “los limeños”, fue sin duda el foco más activo
de difusión de estas ideas. Por lo tanto no es de sorprender que en una
ciudad tan poco próspera se siga sintiendo el peso de tan importante
tradición ideológica. De la época “gloriosa” de este indigenismo se
mantienen casi intactas todas la concepciones en tomo a la lengua y
a la cultura, algunas heredadas de la época colonial y todas profunda­
mente marcadas por el positivismo en auge a principios del siglo.
Constituyen interesantes divagaciones cuyos principios podemos re­
sumir así:
1- La nacionalidad peruana tiene sus raíces en la sierra (“Lim a no es
el Perú, es “extranjerizante”, se habla del “Perú profundo” o del
“verdadero Perú”).
2- Existen todavía la cultura andina, aunque disminuida, y los “indí­
genas” (“Kachkaniraqmi”...).
3- De la misma manera como hay “gente culta” (y por ende “cholos”)
existen grandes civilizaciones y “lenguas más evolucionadas” (con­
siderandos de la Resolución n° 01-90-p-AMIQ para la oficialización
del quechua en la Región Inka [sic].} La cultura incaica representa
la culminación de un proceso prehispánico de progreso hacia la ci­
vilización, seguido desde la Conquista por una larga decadencia.
Los incas representarían lo más valioso de esa “cultura andina”.
4- Hablar la lengua de los incas y vivir en el lugar mismo donde éstos
tuvieron su capital justifican que uno se sienta particularmente
“identificado” con “lo andino”.

La conclusión (por supuesto nunca explícita pero siempre evi­


dente) es que el Cuzco, su clase media y sus intelectuales están
legítimamente llamados a representar la supuesta cultura andina y,
por ende, la nación. Como se ve, el tema idiomático es una de las vigas

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“ CUZQUEÑISTAS” Y “ FORÁNEOS”

maestras de un edificio ideológico que tiene por objetivo encumbrar


simbólicamente a una ciudad.

En este contexto, no sorprenderá la violencia de las reaccio­


nes de un sector de la intelligentsia local a las propuestas supuesta­
mente “foráneas” y “recientes” de los lingüistas y educadores.. Más que
posturas académicas se estaban enfrentando dos proyectos distintos:
para éstos el problema de la normalización debe tratarse en la
perspectiva de una educación bilingüe v del acceso del quechua a los
medios modernos de comunicación. Ambas cosas* seínscnb irían
dentro 3e~~un proceso de~'Hesarrollo no sólo local sino nacional y
pánandino. Estos objetivos, planteados por profesionales tanto cuz­
queños como “foráneos”, no coinciden con los de otros intelectuales
más vinculados con las estructuras locales de poder. Para éstos, los
“cuzqueñistas”, se trata antes que todo de dotarse a ellos mismos y a
su grupo social de normas para la escritura del quechua. Lo expresó
claramente y en un lenguaje no exento de racismo el señor René Farfán
Barrios, miembro de la Academia:
“Cuando se habla del quechua-hablante no hay que
pensar en el indio que está en la puna, o en el indígena,
el nativo, como se quiera llamar. Es el mestizo, a ellos
hay que dirigirnos. Lo que nosotros estamos defendien­
do, tal vez, y reflexionando, es el quechua mestizo, real­
mente cómo queremos nosotros escribir, porque somos
bilingües más o menos coordinados, algunos más bien
subordinados, nosotros los mestizos, que desde la cuna
hablamos el quechua como el castellano, no quisiéramos
que se nos quite la e ni la o, estamos acostumbrados
totalmente a ellas” (5).

En esta perspectiva la reciente preocupación de los “académi­


cos” por una educación bilingüe es circunstancial, superficial y secun­
daria. Su desinterés por los principios y propósitos que dan su sentido
a la idea misma de normalización y que hemos enunciado más arriba
se explica por la diferencia radical que separa su motivación quechuis­
ta de la de los educadores y lingüistas: tratando de dotarse de normas
escriturarias a ellos mismos y a su grupo social de bilingües coordina­
dos, poco les importa la posibilidad de una comunicación escrita en
quechua a lo largo de todos los Andes ni la independización de la
referencia a la fonología del castellano. Escribir el quechua o, más
bien, el “quechua imperial”, es antes que todo reivindicar al Cuzco, se
inscribe dentro de “un proceso de reafirmación cultural, de consolida­
ción nacional regional” í6) y de formación de “un micronacionalismo”.<7)
Se trata de congregar a la ciudadanía, o a un sector de ella, alrededor

91
I t ie r

de (¿nuevos?) símbolos e identidades. En una sociedad como la


cuzqueña, económicamente estancada desde hace tanto tiempo, es sin
duda difícil fabricar y vender otra cosa que “micronacionalismo” y “re­
afirmación cultural”. El ser “cuzqueñista” (o “qosqeñista”) e “indige­
nista” es tal vez para cierto sector social la única esperanza de
promoción local.

No es de sorprender entonces que la polémica en tom o a la nor­


malización de la escritura del quechua y el cambio de nombre de la
ciudad repercutiera en las estructuras de poder de la ciudad y que
éstas tomaran medidas contra la perversa doctrina del trivocalismo
que amenazaba hundir en el caos social a toda la región. E l 22 de mayo
de 1991, la Federación Agraria Revolucionaria Tupac Amaru del
Cusco [sic] exigía, por medio de una carta que se ponga fin al debate
propiciado por Sur. Esta carta pretendía que “la teoría del Trivocalis­
mo” (con mayúscula en el texto) “desorientaba la verdadera i [sic]
cotidiana expresión del Campesinado de la región” y tergiversa el
“propósito reivindicado que anima a nuestras autoridades edilicias
para la restitución del nombre histórico del QOSQO”. Por este motivo,
“la FARTAQ, advierte en los términos más respetuosos pero firmes
que no tolerá el tráfico con nuestros símbolos y el legado histórico de
nuestro glorioso pasado y que en ese sentido, invita al señor Godenzi
[sic] deje de lado sus prácticas de indisposición, porque nuestra central
Campesina no permitirá mayores agravios de parte de quienes, pese
a ser acogidos con calor en nuestra tierra, ejercitan inoportunas
prácticas que buscan generar enfrentamientos entre la comunidad de
nuestra Región en vez de buscar mayor coherencia para rescatar
nuestros legítimos valores históricos” .

Todo esto es sin duda significativo de la desesperación que ex­


perimentan algunos sectores -no sola y directamente los que firman
esta carta- amenazados en su poder por los cambios rápidos que
afectan al Perú. Mientras tanto, en otros países andinos, en otras
regiones del Perú y en el mismo departamento del Cuzco, la idea y la
realidad de la normalización avanza y los proyectos de educación
bilingüe demuestran su eficiencia.

92
“ CUZQUEÑISTAS” Y “FORÁNEOS"

NOTAS

(1) Hemos consultado los siguientes documentos: J.A. Manya, “Pentavocalis-


rno contra trivocalismo”, Revista Municipal del Qosqo, 1991,3, pp. 80-81,
“Visión del quechua”, Sur, 08-03-91, p. 8; D. I. Samanez F., “Defensa
fundamentada del pentavocalismo del quechua cusqueño [sic] frente al
trivocalismo foráneo”, La Fonética i [siclto Fonología aplicadas al estudio
de las vocales, Academia Mayor de la Lengua Quechua, mimeografiado,
Cuzco, 1991, pp.

(2) Samanez, op.cit, p. 13

(3) Ibid.

(4) Samanez, op. cit., p. 11.

(5) Ministerio de Educación-Inide, “Seminario-taller sobre programas curri-


culares para educación bilingüe (Cuzco, 18-21/11/86). Informe final”,
Lima, p.171.

(6) J. Flores Ochoa, “El Topónimo Qosqo: Valor y significado”, Revista Muni­
cipal, 1991, 3, p.12.

(7) J.Tamayo H., “La interpretación del nombre del Qosqo”, Revista Munici­
pal, 1991, 3, p.15.

93
L a e s c r it u r a e s u n a t e c n o l o g ía *

W alter J. Gng

Platón consideraba la escritura como una tecnología externa y ajena, lo


mismo que muchas personas hoy en día piensan de la computadora. Puesto que
en la actualidad ya hemos interiorizado la escritura de manera tan profunda y
hecho de ella una parte tan importante de nosotros mismos, así como la época de
Platón hola había asimilado aún plenamente, nos parece difícil considerarla una
tecnología, como por lo regular lo hacemos con la imprentay la computadora. Sin
embargo, la escritura (y particularmente la escritura alfabética) constituye una
tecnología que necesita herramientas y otros equipos: estilos, pinceles o plumas;
superficies cuidadosamente preparadas, como el papel, pieles de animales,
tablas de mádera; así como tintas o pinturas, y mucho más. Clanchy trata el
asunto detalladamente, dentro del contexto medieval de Occidente, en el capítu­
lo intitulado “La tecnología de la escritura”. En cierto modo, de las tres
tecnologías, la escritura es la más radical. Inició lo que la imprenta y las
computadoras sólo continúan: la reducción del sonido dinámico al espacio inmó­
vil; la separación de la palabra del presente vivo, el único lugar donde pueden
existir las palabras habladas.

Por contraste con el habla natural, oral, la escritura es completamente


artificial. No hay manera de escribir “naturalmente”. El habla oral es del todo
natural para los seres humanos en el sentido de que, en toda cultura; el que no
esté fisiológica o psicológicamente afectado, aprende a hablar. El habla crea la
vida consciente, pero asciende hasta la conciencia desde profundidades incons­
cientes, aunque desde luego con la cooperación voluntaria e involuntaria de la
sociedad. Las reglas gramaticales se hallan en el inconsciente en el sentido de
que es posible saber cómo aplicarlas e incluso cómo establecer otras nuevas
aunque no se puede explicar qué son.

La escritura o grafía difiere como tal del habia en el sentido de que no surge
inevitablemente del inconsciente. El proceso de poner por escrito una lengua
hablada es regido por reglas ideadas conscientemente, definibles: por ejemplo,
cierto pictograma representará una palabra específica dada, oa representará un
b
fonema, otro, y así sucesivamente.

Afirmar que la escritura es artificial no significa condenarla sino elogiarla.


Como otras creaciones artificiales y, en efecto, más que cualquier otra, tiene un
valor inéstiihable y de hecho esencial para la realización de aptitudes humanas
más plenas, interiores. Las tecnologías no son sólo recursos externos, sino
también transformaciones interiores de la conciencia, y mucho más cuando
afectan la pálabra. Tales transformaciones pueden resultar estimulantes. La
escritura da vigor a la conciencia. La alienación de un medio natural puede

* Extracto de Walter J. Ong, Oralidad y Escritura, Fondo de Cultura Económica,


México, 1987, pp.84-87.

94
beneficiarnos y, de hecho, en muchos sentidos resulta esencial para una vida
:humana plena. Para vivir y comprender totalmente, no necesitamos sólo la pro­
ximidad, sino también la distancia. Y esto es lo que la escritura aporta a la
conciencia como nada más puede hacerlo.

Las tecnologías son artificiales, pero,-otra paradoja-loartificial es natural


para los seres humanos. Interiorizada adecuadamente, la tecnología no degrada
la vida humana sino por lo contrario, !a mejora. :
V.__________________________________________________________________________

95
PENTAVOCALISMO VS. TRIVOCALISMO*

David Samanez Flórez


Academia Mayor de la Lengua Quechua
Qosqo

INTRODUCCION
Ante la insistencia contumaz de los trivocalistas que sostienen
que el quechua en general sólo tiene tres vocales (a, i, u) i no existen
las vocales medias e ni o, la ACADEM IA M AYOR DE LA LENGUA
QUECHUA D EL QOSQO sostiene decididamente el pentavocalismo
(a, e, i, o, u) por las razones que a continuación se exponen.

* El presente documento, difundí do ya en versión mimeografiada, ha sido refrendado


por todos los miembros de número de la Academia Mayor de la Lengua Quechua y
por su presidente, el R.P. Juan Antonio Manya; agradecemos a ellos el habernos
permitido su reproducción. A solicitud del autor, se ha conservado la ortografía
original del documento, en el cual muchas y griegas del castellano se convierten en
ilatinas [Nota del editor].

97
S a m a n Ez

No por el hecho de que en el quechua Junín-Huanca o en el


Cajamarca-Cañaris no existan las citadas vocales e, o, hemos de gene­
ralizar el trivocalismo haciéndolo extensivo a las demás variaciones
dialectables, como son: Qosqo-Collao, Ancash-Huaylas i Ayacucho-
Chanca.

Los miembros de la Academia Mayor del Qosqo, como conoce­


dores i poseedores del runasimi, nos ratificamos en nuestra posición
pentavocalista de siempre.

ACLARACIONES CONVENIENTES
Antes de entrar en el problema central, cabe aclarar los
siguientes puntos:

P R IM E R O .- Las vocales en el quechua no se-pronuncian con


la misma nitidez con que son pronunciadas en el castellano. En esta
lengua (el castellano) cada una de las cinco vocales tiene un sonido
“claro i distinto", inconfundible por su timbre peculiar.

En el quechua esta característica de claridad i nitidez no es tan


marcada i unívoca. Las vocales de la serie anterior (i,e ) i las de la serie
posterior (u, o), a veces tienden a vacilar i a confundirse, como en una
especie de relajación. Tal vez este hecho podríamos explicamos con lo
planteado por André Martinet, cuando hace referencia a las vocales
“flojas” opuestas a las “intensas”, en cuya articulación hai cierto
aflojamiento de los órganos articuladores, de tal manera que ello
implica una propensión a confundir entre sí las vocales de la serie
anterior (i, e) i las de la serie posterior (u,o). Aquí nosotros ha­
blaríamos de relajaciones vocálicas (de relajar, que significa ablandar,
aflojar o laxar).

Empero esta falta de nitidez en las vocales quechuas (i-e, u-o),


no constituye ninguna razón suficiente para hacer desaparecer las vo­
cales medias e, o, como pretenden los trivocalistas. Existen vocablos
quechuas en los cuales la pronunciación de dichas vocales o vocoides
-empleando la terminología de Pike- es bastante clara e inconfundible,
como en perqa (pared) frente a piki (pulga), t’oqo (hueco) frente a t’uru
(barro), etc.

S E G U N D O .- Los trivocalistas, en su vano empeño por salir


airosos en sus argumentos, manifiestan que los que sostienen las cinco
vocales, nos dejamos influenciar con el castellano, hasta un extremo
P e n t a v o c a l is m o v s . t r iv o c a l is m o

tal que estamos “alienados” por esta lengua, como temerariamente


sostiene el presidente de la Academia Regional de Ayacucho, en una
carta dirigida a la revista “Caretas” ; esto, sin medir la connotación se­
mántica de la palabra alienar. Esta suposición gratuita resulta com­
pletamente falaz.
Cuando una lengua, como el quechua, la hemos aprendido
durante nuestra infancia, este aprendizaje se realiza como por una
especie de absorción inconsciente. Se diría que el infante es como una
esponja que absorbe la lengua copiándola exactamente de su medio
idiomático, con todas las características fonético-fonológicas de articu­
lación, pronunciación i entonación. De esta manera forma su idiolecto
(hábitos de habla), que perdura durante la vida del individuo. Si el
bilingüe castellano-quechua ha absorbido el quechua durante su
infancia, es mui difícil o imposible que modifique sus hábitos de habla
(idiolecto), como es por ejemplo la glotalización en la palabra k’umu
(agachado) o la aspiración en la voz khunku (borrego). Estas palabras
laringalizadas quedan en su idiolecto, i siempre las pronunciará así,
por más de que durante su vida posterior hable sólo castellano.

De tal manera que los bilingües, al menos los bilingües coordi­


nados, articulan i pronuncian mui bien el quechua. Ellos jamás han
de confundir las vocales vecinas por su punto de articulación (i-e, u-o).

T E R C E R O .- Otra falsa creencia de los trivocalistas es afirmar


que los que defendemos las cinco vocales nos aferramos en sostener
que el quechua tiene cinco vocales, porque pensamos -dicen ellos- que
un idioma es tanto más superior cuantas más vocales tiene. Si fuera
así el begada, citado por Hockett, tiene 15 vocales; entonces diríamos
que esta lengua es superior al castellano, que sólo cuenta con 5; al
italiano, que según Bertil Malmberg, tiene 7; al francés, que según
Daniel Jones, posee 8, etc.

Este es un absurdo imaginado por los trivocalistas, en su vano


empeño por combatir a los pentavocalistas con argumentaciones inve­
rosímiles.

C U A R T O .- Alfredo Torero ha estudiado 37 variaciones dialec­


tales del quechua en el panorama general de esta lengua, denominan­
do Quechua I o “huayhuash” a un extenso grupo, i Quechua I I o
“yúngay” i “Chínchay” a otro. Gary Parker, coincidiendo más o menos
con esta clasificación, los denomina Quechua B i Quechua A, respec­
tivamente, a dichos grupos i manifiesta que existe tal separación entre
ambos que ya parecen distintas lenguas. I sería, pues, un ideal mui

99
Sam anez

deseado que pudieran unificarse dichas variaciones dialectales en su


escritura o en su alfabeto -o “panalfabeto”, como denominan los
trivocalistas-, si esto fuera factible.
Empero vemos que sólo en lo concerniente a las vocoides,
mientras en las gramáticas referenciales de Cusco-Collao, Ancash-
Huaylas i Ayacucho-Chanca, se sostiene que las vocales del quechua
son 5 -i aparecen la e i la o-, en las gramáticas de Junín-Huanca i de
Cajamarca-Cañaris, se sostiene que las vocales son solamente 3
(a,i,u), en consecuencia no existen las vocales medias e, o. Aquí ya
tenemos una discrepancia, entre los grados de abertura de la cavidad
oral.
Nosotros, los miembros de la Academia Mayor de la Lengua
Quechua del Qosqo, aceptamos el trivocalismo de los hablantes del
quechua Junín-Huanca i Cajamarca-Cañaris; pero no podemos acep­
tar que nos impongan a ultranza su trivocalismo, so pretexto de una
visión cientificista generalizada, sobre una realidad “diasistémica”
contundente i categoría que no podemos desconocerla.

El mismo Cerrón-Palomino sostiene que “Una lengua no es,


pues, como se cree, un sistema completamente homogéneo; por el
contrario, es lo que podríamos llamar, empleando la ya clásica termi­
nología de Weinrich, un diasistema, es decir, un sistema de sistemas
(diferenciados)”.

I Martha Hildebrandt añade: “La norma lingüística varía no


sólo de comunidad a comunidad, sino también dentro de cada una de
ellas”.
Q U IN T O .- Las vocales e i o “son parasitarias -dicen los trivo­
calistas- y aparecen sólo en contacto directo con la q y desaparecen en
su ausencia”.
Es cierto que son más frecuentes en combinaciones donde
interviene la q precediendo o siguiendo a dichas vocales. Pero este
hecho no justifica la decisión extremada tomada por los trivocalistas
de hacer desaparecer completamente las vocales e i o reemplazándolas
por la i i la u, de tal manera que QOSQO habría que escribir “QUSQU”,
según ellos; qero (vaso incaico), debería escribirse “qiru ”, como kiru
(diente); etc; lo cual desvirtúa totalmente la verdadera pronunciación
i hasta la semántica, i da lugar a flagrantes errores de dicción.

Por otro lado, ya hemos visto que en ambientes donde no


interviene la q, también se ve la presencia de dichas vocales medias,

100
P e n t a v o c a l is m o VS. t r iv o c a l is m o

como en: lep’ote (relleno de cara), lonla (mujer tonta), t’otora (tallo de
interior vacío), taytalo (padre viejo), etc.

Este solo hecho ya justifica la real existencia de las citadas


vocales con valor de fonemas distintos a sus similares ¿ í k .

CONDICION LEGAL E HISTORICA DE LAS 5 VOCALES


El quechua del Qosqo es uno de los dialectos más ricos i mejor
conservados de toda la comunidad lingüística quechuahablante. En el
Diccionario que la Academia Mayor de la Lengua Quechua viene
editando figuran un poco más de 25,000 vocablos.

Como el quechua es una lengua ágrafa, para la escritura de sus


distintas voces ha tenido que valerse del alfabeto castellano, que
procede del latino, i éste, a su vez, del griego, con las consiguientes
modificaciones i adaptaciones al pasar de una lengua a otra.

Este alfabeto quechua, sancionado en Congresos internaciona­


les i reconocido mediante Resoluciones ministeriales, es el siguiente:

a) 05 vocales (a, e, i, o, u);


b) 02 semivocales (w,y);
c) 24 consonantes, incluyendo las 5 glotalizadas (ch‘, k’,p\q\ t\) i las
5 aspiradas (chh, kh, ph, qh, th).
31 grafías en total.
Del alfabeto castellano han quedado excluidos 10 fonemas conso-
nánticos (b, c, d, f, g j , rr, u, x, z), mas no ninguno de los fonemas
vocálicos.

Este alfabeto íntegro ha sido reconocido por la Lei N ° 25260, del


19 de junio de 1990, que eleva a la categoría de Academia M AYOR a
nuestra entidad idiomática; i, posteriormente, este mismo alfabeto ha
sido oficializado por las autoridades de la actual Región Inka.

De esta manera, la existencia de las vocales medias e, o está de­


bidamente generalizada.

A más de esta situación legal indiscutible (‘l a lei no se discute


sino se acata”), la existencia de dichas vocales e i o, está reconocida i
establecida por una larguísima trayectoria de tradición histórica.
Pues siempre han sido empleadas en publicaciones: de cronistas, de
catequizadores, de autores de gramática, diccionarios, vocabularios;

101
Sam anez

de historiadores, i en publicaciones de todos aquéllos que han escrito


palabras quechuas.

Teniendo en cuenta la “imperiosa ley de la costumbre”, citada


por Julio Casares Sánchez, quien fue Secretario de la Real Academia
Española, es imposible que podamos hacer desaparecer las consabidas
vocales, por más de que los trivocalistas se empeñen desesperadamen­
te en omitirlas.

REALIDAD IDIOMATICA DEL QUECHUA DEL QOSQO


En sondeos debidamente planificados por la Dirección de In­
vestigación de la Academia Mayor de la Lengua Quechua del Qosqo,
i llevados a cabo cuidadosamente por los miembros de la citada Aca­
demia en comunidades campesinas, precisamente con monolingües
quechuas, en Tinta, Huaro, Huaraypata, Pukyura, Chinchero, Qorao
i otros lugares, empleando el método del “contacto”, se ha comprobado
la pronunciación de las vocales e, o, en series adecuadas de palabras
quechuas con e, i con o, a veces en sintagmas breves, con todo lo cual
se ha formado el “corpus lingüístico” o las “subcórporas”, para su
estudio más detenido.

Por otra parte, las veces que campesinos de distintas comuni­


dades indígenas han asistido al Qosqo, en fechas importantes, como la
del Inti Raymi, se ha sondeado también a grupos de campesinos. La
comprobación ha sido la misma, es decir, se ha advertido que los
citados campesinos pronuncian la e i la o con claridad, sin confundirlas
ni con la i ni con la u, en relatos breves espontáneamente expresados.

Ante esta realidad incontrovertible, puesto que la escritura


debe ser la representación más aproximada o exacta de la lengua
hablada u oral, porque como dice John Lyons, “La substancia prim aria
del plano del habla no hay que hacer sino trasladarla a la substancia
secundaria del plano de la escritura”, respetando la “fidelidad lingüís­
tica” o la “similitud fonética”, conforme señalan Hockett i Robins,
nosotros no podemos ni debemos alterar la pronunciación de la e i la
o, convirtiéndolas en i, i u, por el mero hecho de obedecer la norma de
los trivocalistas, quienes sostienen, como ya es sabido, que en el
quechua jamás debemos escribir ni la e ni la o, porque no existen como
grafemas.
Si “cheqniy” (aborrecer), “choqay” (arrojar), “tonqor” (tráquea),
“echara” (cernidor) pronuncian nuestros quechuahablantes monolin­
gües con e i con o, es preciso recurrir a dichas vocales medias para

102
P e n t a v o c a l is m o vs . t r iv o c a l is m o

escribir estas i otras palabras similares sin cambiarlas por i o u, como


quisieran los trivocalistas, desfigurando las citadas voces fonética i fo­
nológicamente, sin razón alguna.

L A LINGÜISTICA, U N A CIENCIA FACTICA, I NO FOR­


M AL
La Lingüística, como ciencia que estudia los hechos o fenóme­
nos del lenguaje, es una ciencia FACTICA, cuyos problemas, como los
que conciernen al estudio de las vocales, no se comprueban por
demostración o por deducción, como ocurre en ¡as ciencias FOR­
M ALES, cuyas conclusiones tienen carácter definitivo.

En las ciencias FACTICAS, como es el caso de la Lingüística i


sus diferentes ramas i contenidos, la comprobación se realiza sola­
mente por contrastación o verificación, de tal manera que sus conclu­
siones no pueden ser definitivas sino APROXIM ATIVAS.

En lo referente a las VOCALES quechuas, los trivocalistas se


jactan de ser científicos i de haber llegado a conclusiones definitivas de
carácter absoluto e inequívoco.
Pero examinando dichas conclusiones, no pasan de ser meras
aproximaciones que aun están un tanto alejadas de la realidad
fonético-fonológica de la verdadera articulación i pronunciación de las
vocales e i o del quechua del Qosqo, que no lo conocen sino mui super­
ficialmente, porque ellos no son quechuahablantes. No dominan este
quechua como lo dominan los académicos de la Academia Mayor, los
cuales pueden improvisar un discurso en quechua tan igual o mejor
que en castellano, porque son bilingües coordinados.

Por esta razón, los pentavocalistas de la citada Academia


Mayor, logramos contrastaciones mucho más aproximadas que los tri­
vocalistas. No hai término de comparación entre ambos antagonistas,
porque nosotros estamos en contacto continuo con los campesinos que
vienen al Qosqo de las más lejanas comunidades, i porque con relativa
frecuencia estamos en esas comunidades.

Además de estas verificaciones o contrastaciones in situ, es


factible aplicar el método “ex post factó", para producir, a través de la
evocación, los vocablos que los hemos escuchado i aprehendido, i los
hemos incluido en nuestro idiolecto, i que en el presente los podemos
reproducir i estudiar, de acuerdo a las hipótesis que nos formulamos,
con todo el repertorio de sus variables.

103
S am anez

Es de advertir que el estudio del sistema vocálico no es fácil i


simple como parece a primera vista, sino, por el contrario, es un
problema complejo i difícil.

Pues hai que tener en cuenta los determinantes fisiológicos


directos, como son: abertura oral con sus gradaciones, posición lingual,
conformación labial. Luego, la acción de los resonadores i filtros, como:
boca, faringe, fosas nasales, i la misma glotis. Asimismo, los forman­
tes, especialmente el F l i F2 que son decisivos, i a veces el F3. De esta
manera hai que establecer los tipos “compacto” o “difuso”, con sus
timbres claro i agudo, oscuro i grave. Hai que contemplar, asimismo,
los planos unidimensional, bidimensional i hasta tridimensional.
Igualmente, apreciar la “escala de acuidad”; i a veces los fenómenos de
“metafonía vocálica”... I así, una serie de hechos que hacen un tanto
complejo y difícil el estudio de las vocales o vocoides de cualquier
lengua.

No sería de extrañar que al quechua del Qosqo le pudiéramos


encontrar aun más vocales de las cinco, aun sin tomar en cuenta la
duración o cantidad en su pronunciación, tan solo por el grado de
abertura oral, por la posición espacial de la lengua i la conformación
de los labios.

Pero los miembros de la Academia Mayor sostenemos las cinco


vocales, i las demás variaciones, las consideramos como alófanos,
término ideado por Benjamín L. W horf o Daniel Jones, para significar
las “variantes combinatorias” de acuerdo al contorno.

C O N C LU S IO N E S

De los puntos expuestos, inferimos las siguientes conclusiones:


la- Las vocales anteriores i-e i las posteriores u-o, en quechua no se
pronuncian con la misma claridad i nitidez con que son pronun­
ciadas en castellano; pues en ciertos contornos fonológicos tien­
den a vacilar, mas no en otros.

2a- El idiolecto quechua de los bilingües castellano-quechua es una


buena base para distinguir la articulación i pronunciación de las
vocales medias e, o frente a sus similares altas i, u.

3a- Es cierto que dichas vocales medias e, o ocurren con más frecuen­
cia cuando les precede o sigue la gutural q; pero también se

104
P e n t a v o c a l is m o v s . t r iv o c a u s m o

presentan en otros ambientes fonológicos donde no existe dicha


gutural.

4a- La realidad idiomática del quechua del Qosqo nos demuestra


irrefutablemente la existencia de los fonemas vocálicos e i o, que
por “fidelidad lingüística” o por “similitud fonética”, tenemos que
representarlos empleando sus correspondientes grafemas e i o.

5a- Por una inveterada tradición histórica, los académicos i los


hombres del Qosqo empleamos la e i la o en la escritura de
vocablos que se pronuncian con estas vocoides.

6a- El uso de las cinco vocales (a, e, i, o, u) está sancionada por


Congresos internacionales i por resoluciones ministeriales.

7a- El pentavocalismo quechua ha sido reconocido por la Ley 25260


del 19 de junio de 1990, que eleva a nuestra entidad idiomática a
la categoría de AC ADEM IA M AYOR DE LA LENG U A QUE­
CHUA; i sabemos que la lei no se discute, sino se acata.

8a- Las Gramáticas referenciales del Cusco-Collao, de Ancash-Huay-


las i de Ayacucho-Chanca, reconocen las cinco vocales (a ,e ,i,o ,u ).

9a- La Lingüística es una ciencia FACTICA, pero no FORMAL, de tal


manera que sus CONCLUSIONES no pueden ser definitivas i ab­
solutas, sino solamente APROXIM ATIVAS a la verdad.

10a- El estudio de las vocales no es sencillo i simple como parece, sino,


por el contrario, difícil i complejo.

OPINION FINAL

Los miembros de la Academia Mayor de la Lengua Quechua, en


este contravertido problema del pentavocalismo vs. trivocalismo,
estamos seguros de que nuestras conclusiones son más APRO XIM A­
TIVAS que las de los trivocalistas; i mucho más tratándose del
quechua del Qosqo, que es mui superficialmente conocido por los
trivocalistas que no lo hablan, i desde fuera quieren imponemos
normas (exonormativismo), cuando éstas deben nacer de nosotros
(endonormativismo), de acuerdo al criterio de la “aceptabilidad so­
cial”.

105
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- -
No M E ARREPIENTO DE ESCRIBIR EN QUECHUA*

José M aría Arguedas

¡ Este haylli-taki está escrito en el quechua actual. Es posible que los


quechuólogos puristas se resientan al encontraren el texto palabras castellanas
con desinencia quechua y algunos términos castellanos escritos tal como lo:
pronuncian los indios y mestizos. El quechua ha incorporado sabiamente
algunos términos españoles. Una sola palabra casi erudita quechua figura en el
texto: sirka
(vena), o sirk’a ,
como se escribiría según la pronunciación cuzqueña;
también es posible que la palabra (regocijo) o qochoy
según la pronuncia-: q’o choy
ción cuzqueña (el padre Lira escribe “kochoy) resulte erudita y aun desconocida
para los hablantes del quechua chinchaysuyu; finalmente, hemos tomado una :
palabra del dialecto huanca-conchucos: pachau>aray¡
amanecer del mundo; pero,
como aparece junto a su correspondiente cuzqueña, escrita con: la fonética
chanka, habrá de ser no sólo bien comprendida, sino que cumple su función de:
reiterar y dar mayor fuerza expresiva al bérrmnaachikyay
(amanecer), ach.ih.yay,
según la pronunciación cuzqueña. Estas son las únicas limitaciones que creo que
tiene el texto de este himno-canción para su entendimiento completo por parte
de los hablantes del quechua del gran área del no dialectal que abarcarunasim i
desde el Departamento de Huancavelica hasta Puno, en el Perú, y toda la zona
quechua de Bolivia. Creo que en el Ecuador podrá ser bastante bien compren­
dido.
Debemos también hacer una aclaración con respecto a la escritura. No
hemos usado las palabras según la estrica pronunciación quechua cuzqueña pero
hemos respetado la forma desinencial cuzqueña, salvo en dos casos. Existe en el
quechua chanka un término sumamente expresivo y muy común: cuando un in­
dividuo quiere expresar que, a pesar de todo aun que existe todavía con todas es,
las posibilidades de su reintegración y crecimiento, dice: ¡Kachkaniraqmi\
Hemos usado esta palabra con su fonética chinchaysuyu. También en el término,
voltear, resolver: tikray,
hemos preferidola pronunciación chanka o chinchaysu­
yu; asimismo, en la palabra a mor,
cuando contiene al mismo tiempo la connota­
ción de piedad, lahemos usado tal como la escriben los cuzqueños: en los khuyay,
casos en que expresa únicamente el amor preferimos la fonética chanka: kayay.
El alfabeto que hemos decidido usar es el aprobado en el Congreso
Indigenista de La Paz. La q
corresponde a la doble c del alfabeto llamado
tradicional (ccahuay:
ver).

Este haylli-taki está escrito, pues, en un quechua que podrá ser íntegra^
mente comprendí do por los hablantes del gran área del runasimi. Repetimos que
no está dirigido a los eruditos; que hemos elegido el quechua cuzqueño pero sin
respetar, en un muy pequeño número de palabras, la pronunciación estrictay su
correspondiente escritura, para no dificultar su comprensión en el área chanka
(Apurímac, Ayacucho, Huancavelica); y creemos que podrá ser bien entendido

* Bajo este título reproducimos la presentación de José María Arguedas a su


poemario Tupac Am aru Kam aq Taytanchisman / A nuestro padre creador
Tupac Amaru, Ediciones Salqantay, Lima, 1962, pp. 7-9

1 06
por los cuzqueños aunque, algunos, seguramente, se resentirán por la forma en
que, como ya dijimos, ciertos términos están escritos. Hemos pretendido abarcar
toda el área del runasimi, de este modo.

Debo advertir que el haylli-taki que me atrevo a publicar, fue escrito


originalmente en el quechua que domino, que es mi idioma materno: el chanka,
y que después lo traduje al castellano. Un impulso ineludible me obligó a
escribirlo. A medida que iba desarrollando el tema, mi convicción de que el
quechua es un idioma más poderoso que el castellano para la expresión de
muchos trances del espíritu y, sobre todo, del ánimo, se fue acrecentando, inspi­
rándome y enardeciéndome. Palabras del quechua contienen con una densidad
y vida incomparables la materia del hombre y de la naturaleza y el vínculo
intenso que por fortuna aún existeentrelounoylootro. El indígena peruano está
abrigado, consolado, iluminado, bendecido por la naturaleza: su odio y su amor,
cuando son desencadenados, se precipitan, por eso, con toda esa materia, y
también su lenguaje.

Sin embargo, aunque quisiera pedir perdón por haberme atrevido: a


escribir en quechua, no sólo no me arrepiento de ello, sino que ruego a quienes
tienen un dominio mayor que e] mío sobre este idioma, escriban. Debemos
acrecentar nuestra literatura quechua, especialmente en el lenguaje que habla
el pueblo; aunque el otro, el señorial y erudito, debiera ser cultivado con la misma
dedicación. ¡Demostremos que el quechua actual es un idioma en el que se puede
escribir tan bella y conmovedoramente como en cualquiera de las otras lenguas
perfeccionadas por siglos de tradición literaria! El quechua es también un
idioma milenario.

V___________________________________________________________________________________ y

107
CRITERIOS FUNDAMENTALES
PARA UN ALFABETO FUNCIONAL
DEL QUECHUA*

Xavier Albó
CIPCA, Bolivia

1. CRITERIOS FUNDAMENTALES
Antes de bajar al análisis de los problemas específicos, será
preciso sentar los criterios para un alfabeto. No se trata simplemen­
te de un alfabeto correcto en abstracto, sino funcional en su utilización
diaria. Por tratarse del quechua, nos referimos específicamente a los

* Agradezco a Xavier Albó el haberme autorizado a reproducir, bajo este título, partes
de su artículo “Problemática lingüística y metalingüística de un alfabeto quechua:
una reciente experiencia boliviana”, aparecido en Allpanchis 29/30,1987, pp.435-
441 [Nota del editor].

109
A lbó

criterios que deben ser contemplados en un idioma, en el que no existe


aún una tradición escrita profundamente uniformada y arraigada, y
en el que su posición socio-lingüística implica fuertes presiones lin­
güísticas y sociales por parte del idioma de los sectores social, política
y económicamente dominantes.

Criterios lingüísticos

En síntesis, un buen alfabeto debe ser lingüísticamente consis­


tente. Pero, ¿qué elementos implica esta consistencia? Cuando los
lingüistas se han enfrentado con la necesidad de reducir a un sistema
escrito algún idioma previamente no codificado, a lo que han dado
mayor importancia ha sido al llamado principio fonémico: Cada^onid^
estructuralmente contrastante y significativo (i.e., fonema) de la
lengua debe estar representado por un signo único: y a cada signo debe
corresponder un solo fonema. Este criterio es tenido en cuenta por
prácticamente todos los lingüistas profesionales en las descripciones
fonológicas de las lenguas que analizan y, por extensión,en los demás
materiales lingüísticos que transcriben o generan. Este ha sido
también el criterio fundamental, casi único, que ha tenido en cuenta
Yapita (1973) en su alfabeto aymara, que con razón ha denominado
“fonémico”.

Pero dicho criterio se cumple también fundamentalmente en el


alfabeto de 1944/1954 y en el del Proyecto Rural I (Ministerio de
Educación y Cultura 1975). Bajo este criterio, en cambio, quedan
descalificados la mayoría de alfabetos utilizados en la época colonial
y pre-lingüística, e incluso el castellanizante de 1968, aunque este
último mantenga cierta coherencia bajo otros criterios.

Sin embargo, debemos añadir que el criterio fonémico no es el


único ni desde el punto de vista lingüístico, ni siquiera en el reducido
ámbito de lo fonólogico. Veamos sus limitaciones.

En el ámbito estrictamente fonológico debemos afrontar, ade­


más, otros tres problemas complementarios: 1) la evolución fonológi­
ca a través del tiempo; 2) la coexistencia de variantes dialectales; y 3)
la posibilidad de que se den dos sistemas fonológicos en conflicto en un
mismo grupo hablante.

1) La evolución fonológica a través del tiempo explica por qué


alfabetos que tal vez fueron funcionales en un tiempo pasado, van re­
sultando más complicados y disfuncionales en el correr de los siglos.
Pocas lenguas con larga tradición escrita se libran de este problema.

110
C r it e r io s f u n d a m e n t a l e s

Los alfabetos ya no resultan entonces fonémicos sino simples museos


filológicos. Pensemos, por ejemplo, en casos como la H (hoy muda) del
castellano, en el contraste hoy desaparecido entre B/V, o incluso en
casos más complejos como el contraste C/QU/K. Ante este hecho, la
fijación de un alfabeto, ¿debe mantener la norma a lo largo del tiempo,
o debe irla cambiando a medida que se modifica la práctica?

2) Las variantes dialectales complican aún más la simplicidad !■>


del principio fonémico?4ncluso idiomas tan normalizados como el cas- /
tellano o el inglés, que cuentan con apoyos como la escritura, las
academias de la lengua, y los medios de comunicación social, siguen
manteniendo importantes variaciones dialectales. Palabras como
calle o nosotros se pronuncian de maneras notablemente distintas en
México, Buenos Aires, La Paz o Santa Cruz. Sin embargo, existe un t
acuerdo práctico de escribirlas de una única manera para facilitar la I
comunicación interdialectal.

3) Las variantes en el tiempo y en el espacio hacen posible que l _


incluso en un mismo individuo (quizás por los dialectos sociales, sitúa- I ( j y
cionales o estilísticos) y mucho más en un mismo grupo coexista más I
de un sistema fonológico. Esta situación será todavía más frecuente {
cuando -como en el caso del quechua- entre de por medio la presión de
la lengua distinta de las clases sociales dominantes, en este caso el
castellano. Entonces, por ejemplo, serán muchas las maneras en que i
un determinado préstamo del castellano podrá ser refonemizado. |
Basta pensar en cualquier nombre propio de origen castellano pero de
uso corriente y casi obligado en quechua. Dentro de ello, puede ser
conveniente llegar a un acuerdo uniformizante, más allá de las
variaciones fonéticas según el hablante o la situación.

Podríamos añadir a lo dicho los criterios morfológicos, grama-


ticales y semánticos, por los que lo que significa lo mismo, o lo que [ £/)
cumple una función gramatical idéntica, tiende a escribirse siempre
igual, a pesar de que en su realización fonológica puede sufrir varian­
tes. Este es el motivo por el que en castellano suelen mantenerse
consonantes redundantes en palabras como “substituto”. Los chinos
llevaron este criterio semántico a un primer plano al adoptar una
escritura no fonológica sino ideográfica. Gracias a ello sus canjis son
comprensibles en medio de importantes variaciones dialectales, e
incluso en idiomas tan distantes como el japonés. Es lo que ocurre
también a un nivel prácticamente mundial al escribir ideográficamen­
te los números. Los signos 1,2, 3, etc. resultan inteligibles tanto en
castellano como en quechua, inglés, o chino. La adopción de unal
fórmula única para escribir una determinada palabra (como la ya|

111
A lb ó

i citada, calle) es en realidad una transacción semántica frente a la


I variación dialectal. Ocurre también el fenómeno contrario: palabras
que se pronuncian igual, se escriben de manera distinta para subrayar
su distinto significado. La secuencia /ay/ puede significar en el actual
castellano un suspiro (“ay”) la existencia de algo (“hay”) y -en el
dialecto boliviano- un lugar (“ahí”)- Al escribirse de maneras distintas,
se facilita la comprensión. En lenguas de larga tradición histórica las
reliquias de antiguos sonidos hoy perdidos ayudan a decidir una
determinada escritura. Otras veces, es sólo el préstamo de otro
idioma. Pero en todos los casos entra el nuevo criterio semántico por
encima de la rigidez del principio fonémico.

Criterios sociales

1/ ;'c; Más allá de lo estrictamente lingüístico, el mejor alfabeto será


aquel que mejor se adapta a las posibilidades, necesidades y expecta­
tivas de comunicación del grupo social que deba usarlo. Todos estos
condicionamientos sociales van más allá de la simple corrección lin­
güística. Aquí entran enjuego las experiencias previas en escribir o
leer en uno u otro alfabeto; las aspiraciones sociales y culturales; la
presencia o ausencia de lealtad étnica (“nacional”, en su sentido más
genuino), etc. Se incluyen también aquí otras consideraciones de tipo
económico v práctico como la viabilidad y rentabilidad económica de
• promocionar un determinado alfabeto en un mercado humano real.
Debido a este último criterio, siempre han sido preferibles aquellos
alfabetos que puedan escribirse en las máauinas_d&-escribir poco
sofisticadas, aunque~como es sabido-los comerciantes saben, a su vez,
que deben también acomodar sus teclados a las variedades lingüísti­
cas de un grupo lingüístico al otro.

Dentro de la realidad andina el aspecto social del que no se


puede prescindir es la existencia dominante -por no decir apabullante
y oprimente- de toda la cultura castellana, expresión a su vez del co­
lonialismo interno y de la dominación y cultura “moderna” u “occiden­
tal”. Ello impone como elemento mínimo de sobrevivencia que, al
diseñar cualquier alfabeto, se tengan en cuenta las soluciones dadas
a sonidos semejantes dentro del alfabeto castellano, y que se adopten
en la medida que no creen mayores problemas (pero no si los proble­
mas creados resultan mayores). La realidad actual es que, como
resultado del carácter etnocéntrico y opresivo del sistema escolar
castellanizante, pero también como consecuencia de la innegable
^necesidad de comunicación intercultural, todos los que en Bolivia
Jsaben leer y escribir, saben hacerlo de hecho en el idioma castellano

112
C r it e r io s f u n d a m e n t a l e s

dominante y, además, saben dicho idioma al menos en forma rudimen- i


taria. En cambio, por mucho que dominen el quechua o el aymara, no |
saben escribir en dichas lenguas. Es también predecible que en un
futuro cercano el conocimiento del castellano y de su escritura estará
muy generalizado, siquiera en estas formas rudimentarias. Lo dicho,
con todo, no quiere decir que en un futuro próximo desaparezcan las
lenguas autóctonas. Las proyecciones existentes muestran más bien
que sus hablantes aumentarán en cifras absolutas, y que su propor­
ción seguirá siendo muy fuerte en los rurales y en los más recientes
migrantes del campo a la ciudad. La tendencia de los años próximos
no es aún hacia el monolingüismo castellano sino más bien hacia un
mayor bilingüismo (Albó 1980).

Como consecuencia coexiste al mismo tiempo una mayor difu­


sión del castellano, de la escritura (de momento en dicha lengua), y la
persistencia de las lenguas andinas. Con ello se irá creando una
necesidad de saber escribir y leer en estas últimas, pero precisamen­
te en quienes además saben hablar, leer y escribir algo en castellano
y desean avanzar lo más posible en esos conocimientos. Al menos en
los sectores urbanos, y en menor grado también en las minas y en
ciertas áreas de colonización, este deseo de mayor conocimiento dell
castellano lleva también, después de una o varias generaciones, a irse I
pasando al castellano con abandono de la antigua lengua maternal
andina. *

Todo lo dicho nos lleva a la conclusión de que para toda esta


gente, mientras no se les demuestre convincentemente lo contrario,
aprender un alfabeto notablemente distinto del castellano no es
ninguna necesidad sentida. Por ese motivo y por falta de otra expe­
riencia alternativa, cuando deben escribir algo en quechua o aymara
(por ejemplo, su apellido, el nombre autóctono de su comunidad, o el
anuncio de una comida típica), se limitarán a adaptar empíricamente
el alfabeto castellano a los sonidos probablemente distintos de su
lengua materna. Esta es la práctica dominante hasta el día de hoy,
incluso en publicaciones oficiales y sofisticadas, por acientífico y
absurdo que nos parezca. Pero es un dato que debemos tener en cuenta i
al buscar un alfabeto que a la vez sea lingüísticamente consistente y
sociológicamente aceptable. |

Dentro de los criterios sociológicos existen otros que podríamos


llamar más estrictamente políticos, porque implican en el fondo una
opción de este tipo. No es novedoso recordar la gran ligazón existente
en muchas regiones del mundo entre política y lengua y, dentro de ella,
incluso con la ortografía adoptada para escribirla. Pensemos en el

113
A lbó

flamenco, o en las implicaciones de escribir Pilipinas (no Philippines


ni Filipinas) o Catalunya (no Cataluña). La lengua y su escritura es
^ íí'- s j
un caso de la multiplicación de símbolos para identificar a un grupo
que desea consolidarse como tal y para diferenciarlo de los demás.

En nuestro caso la adopción de un alfabeto más/menos caste­


llanizante o quechuizante puede incluir un mensaje implícito hacia
una política asimilacionista o, por el contrario, otra más reividica-
dora de la nacionalidad quechua. No será lo mismo un alfabeto
quechua para castellano-hablantes o para quechuas. Esta misma
connotación política, más allá de las consideraciones lingüísticas y
prácticas arriba consideradas, puede darse en la adopción de uno o
muchos alfabetos para diferentes variantes dentro del quechua, o
incluso, en nuestro caso boliviano, para idiomas distintos pero fon­
ológicamente tan cercanos como el quechua y el aymara(1). En un caso
se subraya la gran fragmentación dentro de la población andina; en
cambio, si se hacen esfuerzos para adoptar un alfabeto único, se
enfatiza más bien la unidad pan-andina. Este tema ha sido ya objeto
de largas discusiones en el Perú (2) y en el Ecuador (Yáñez 1980,
Montaluisa 1980), donde las variedades dialectales dentro del quechua
son mayores que en Bolivia. En este último país tal debate se presenta
sobre todo en cuanto a la adopción o no de las mismas soluciones tanto
en quechua como en aymara, en la medida en que sea lingüísticamen­
te viable. Las grandes lenguas internacionales muchas veces tienen
variantes dialectales tan grandes como las existentes dentro del que­
chua. Pensemos, por ejemplo, en el inglés de Londres, Texas, la India
y Oceania; o el alemán, tan distinto en cada uno de los valles suizos.
Pero, entre otras, por consideraciones políticas, se escribe de una
manera uniforme. O, en otros casos, lo que lingüísticamente sólo
serían variantes dialectales, adquieren el status de idiomas distintos
por esas mismas razones. El flamenco y el holandés, por ejemplo, ¿son
mucho más distintos del alemán standard que ciertas variantes suizas
o italianas?

Criterios pedagógicos

Aunque en gran parte reducibles a las anteriores, la adopción


desuno u otro alfabeto tiene también consideraciones de orden pedagó­
gico. Será mejor aquel alfabeto que resulte más fácil y simple. La
simplicidad tendrá que ver mayormente con consideraciones lingüís­
ticas y, específicamente, de lo que podríamos llamar economía lingüís­
tica: si existen dos posibles soluciones fonémicas, será preferible la que
exija menos fonemas y, por tanto, menos letras. La facilidad, además

114
C h it e b io s f u n d a m e n t a l e s

de estas consideraciones derivadas de la estructura interna de la


lengua, deberá tener en cuenta los aspectos sociales y económicos
arriba considerados: los signos del teclado en la máquina de escribir;
lo ya aprendido o por aprender del castellano, etc. Las mismas,
consideraciones pedagógicas recomiendan reducir los signos diacríti­
cos (acentos, tildes, etc.) a sólo lo estrictamente indispensable, por ser
lo que más fácilmente elimina el usuario.

2. ALGUNOS PUNTOS CONTROVERTIDOS


Tres o cinco vocales
a) Formas puristas : i u
b) Formas castellanizantes : i, e u, o
c) Formas eclécticas : i (e) u (o)

Todos los lingüistas están de acuerdo en que tanto el quechua


como el aymara originalmente tienen sólo tres vocales fonémicas: /a,
i, u/. En el caso del ajanara y en algunos dialectos del quechua I, del
Perú Central, existe además el aumento vocálico /á, i, ü/Ni sobre este
punto ni sobre el uso de /a/ existe mayor problema.

Pero resulta casi imposible a los no-lingüistas ya influenciados


por el alfabeto castellano de cinco vocales comprender la no existencia
estructural de las vocales /e, o/ en estos dos idiomas. Incluso un autor
que ha publicado mucho material útil en otros aspectos de la proble­
mática andina, ha lanzado recientemente otra publicación (Aguiló
1985) sobre este tema en el que con aparente sofisticación pero muy
poco conocimiento de los estudios y realidad lingüística llega a postu­
lar que el quechua tal vez sí tuvo tres vocales (el autor vivió en Ecuador
donde no existen los alófonos [e, o]), pero que el aymara tiene defini­
tivamente las cinco vocales del castellano. En base a tales dudosas
conclusiones propone un alfabeto contrapuesto al poco antes oficiali­
zado en B olivia(3).

La raíz de la confusión de los no-lingüistas es doble. Primero,


se da el hecho innegable de que muchos bilingües, sobre todo en los
valles centrales de Cochabamba, ya han adoptado un claro sistema de
cinco vocales, principalmente al incorporar ciertos préstamos castella­
nos en su lenguaje habitual (ej. misa y mesa). Segundo, todos los
dialectos quechuas que tienen la doble serie velar RsJ y postvelar /q/ -
con o sin sus complementos aspirado, glotal o fricativo- presentan el
fenómeno ya citado de la fluctuación vocálica: las vocales /i, u/ se

115
A lbó

acercan mucho más a las formas [e, o] cuando están dentro de algún
otro sonido, sobre todo las continuas /r, 1, n/, e incluso a veces a lo largo
de más de un sílaba, si se repite la misma vocal. En todos estos casos
el oyente o usuario bilingüe que ya ha asimilado el alfabeto y el sistema
fonológico castellano percibe fácilmente /e, o/ en contraste con H, u/.
Finalmente, algunos educadores añaden una tercera razón: supuesto
que existen tales alófonos, es conveniente escribirlos con el alfabeto
castellano /e, o/ para facilitar la necesaria transición del neo-alfabeti­
zado al castellano siquiera como segunda lengua.

De los argumentos aducidos el único que tiene solidez lingüís­


tica es el primero y, entonces, sólo para aquellos hablantes que por in­
fluencia del castellano ya se han pasado al sistema fonológico de cinco
vocales. Pero la mera presencia de alófonos no justifica la adopción de
letras distintas. Llevados por este principio, en quechua y aymara no
llegaríamos a cinco sino a ocho, diez o más vocales! Un hablante de
castellano sólo percibe cinco, pero un inglés detectará fácilmente otras
muchas variantes. También poco vale el argumento pedagógico para
la transición al castellano. El contraste e/i, o/u no se detectará
precisamente en los alófonos sino en los contrastes de sentido, y ello
ocurrirá ante todo en el aprendizaje del castellano como segunda
lengua. E l propio estudio ya citado de Aguiló (1985) muestra hasta la
saciedad que los “errores” ocurren ante todo en el caso de los alófonos.

Más allá de lo lingüístico el debate adquiere fuerza evidente­


mente en el ámbito de lo social e incluso de lo político, debido a la ya
discutida relación del quechua y aymara con el castellano y con todas
las fuerzas sociales que este idioma implica. La solución más purista
favorece la identidad y lealtad étnico/cultural, mientras que la caste-
llanización favorece la transición.

Complementario al tema anterior es la adopción de /y, w/ para


todos los casos de semivocales, incluyendo su postulación intersilábi­
ca en casos como tiyan o suwa. Este asunto no ha suscitado mayores
debates, pese a que existen algunas prácticas más castellanizantes,
como kausay, tian, sua(4).

Los signos ortográficos

En las reuniones unificadoras del alfabeto quechua, a las que


nos hemos referido anteriormente, se aceptó el acento ortográfico sólo
para los muy limitados casos de agudas en el quechua (ej. atatáy ‘ay!’)
y la diéresis xx /"/ para el alargamiento vocálico del aymara. En los

116
C r it e r io s f u n d a m e n t a l e s

demás signos ortográficos se recomendó simplemente “seguir las con­


venciones internacionales”. Quiero llamar, con todo, la atención sobre
tres aspectos propios del quechua, al menos en Bolivia:

a) Los apócopes
Es muy frecuente en el habla quechua boliviano la supresión de
algún sufijo o sílaba, como -pa, -ta o -taq, los cuales quedan presentes
sólo por el mantenimiento del acento original. Así,
en vez de lawata mikhuni ‘he comido sopa’
se dice lawá mikhuni.

Supuesta la extensión del fenómeno y las matizaciones estilís­


ticas que pueden implicar, también en estos casos puede ser a veces
conveniente mantener el apócope y acento, en vez de reconstruir la
fórmula original.

b) E l signo de interrogación
En quechua, a diferencia del castellano, las interrogativas que
exigen una respuesta del tipo sí/no se marcancon el sufijo-chu y ya
no con una elevación del tono en la última sílabade la frase. En la
medida que el signo de interrogación “?” es un indicador semántico/
fonológico de esta situación, en quechua resultaría superfluo. Sin
embargo, lo mismo ocurre en castellano en aquellas otras preguntas
que ya vienen precedidas de una palabra interrogativa “qué, quién,
etc.”, lo cual no impide que también entonces resulte útil la presencia
del interrogante en castellano y en muchísimas lenguas. Por tanto
pienso que es más pedagógico e inteligible la presencia del interrogan­
te, siquiera al final de la oración. El interrogante inicial, exclusivo del
castellano e inexistente en muchos teclados, no responde a las “con­
venciones internacionales”.

c) Las citas literales


En la mayoría de idiomas se exige algún tipo de signo, ordina­
riamente comillas ( ”) o guiones (-), para las citas literales dentro del
texto. Sin embargo en quechua este recurso al habla literal del otro es
un recurso tan regular de la estilística y hasta sintaxis de la lengua,
que la proliferación de comillas y guiones resultaría contraproducen­
te. He aquí tres ejemplos:

hamusaq niwan ‘vendré me ha dicho’ = me ha dicho que vendrá


=
hamús nisharqani hamusaq ‘vendré estaba diciendo
yo’ = pensaba venir
>, J mana munanichu nispa niwaqtin ‘no quiero diciendo al decirme
y hampuni me he venido’ = he venido
porque me dijo que no quería.

117
A lbó

En todos estos casos el uso del verbo niy ‘decir’ suele equivaler
al uso de comillas. A su vez, una buena traducción castellana tendrá
que evitar probablemente la cita literal que es parte de la forma
estilísticamente más correcta en quechua. El uso de comillas entonces
quedaría reducido a casos mucho más puntuales; por ejemplo, la
necesidad de dar énfasis a una determinada palabra o cita.

Conclusión
¿Por qué resulta tan difícil lograr consenso en estos asuntos?
Por una parte, porque rara vez se combinan los diversos criterios
analizados a lo largo del texto. O sólo se piensa en los lingüísticos, o
en los sociales, o en los pedagógicos. ...O más frecuentemente en
ninguno de ellos, sino sólo en la práctica empírica a la que, con o sin
razón, se ha acostumbrado cada autor. Entonces se defiende un
alfabeto fundamentalmente “porque es el mío”, y porque es más
cómodo no cambiar la rutina adquirida.

Más grave aún, el alfabeto se convierte entonces en un casus


belli, lleno de cargas afectivas para cada lado. Unos se aferrarán a un
alfabeto porque lo han inventado ellos o su grupo de referencia; otros
porque ya han leído mucho en él; otros porque existe uno u otro decreto
oficial; unos serán tildados de “imperialistas”, otros de “racistas”, otros
de “q’aras”. Pero pocos se sentarán serenamente, y sin posiciones
previamente tomadas, para ver con todo detalle el peso de cada pro y
cada contra.

Ciertamente seguir produciendo material escrito en cualquier


alfabeto, es mejor que discutir eternamente sobre este tema, tan
propicio a polémicas emotivas, sin producir nada escrito. Pero quizás
ya conocemos bastante para intentar llegar por fin a un acuerdo del
que sólo pueden beneficiarse la valoración de nuestras lenguas y
culturas andinas. A su vez, avanzar en esta lucha reivindicativa
valorativa es importante y urgente; para lograrlo vale la pena dejar de
lado las emociones y los personalismos.

118
C r it e r io s f u n d a m e n t a l e s

NOTAS
(1) Las únicas diferencias estructurales entre el aymara y el quechua bolivi­
ano es que el primero tiene el fonema/x/y el alargamiento vocálico/-/; el
segundo tiene [x], el fonema /sh/, y una mayor permeabilidad a la fonología
del castellano.

(2) Para el Perú ver las numerosas matizaciones dialectales que se incluyen
en la Resolución Ministerial 4023-75-ED del 18-X-1975 en que se estable­
ce un “alfabeto básico general del quechua” (en Boletín Informativo de la
U.N.M. San Marcos, n. 110, 1976, p. 1-24).
Para el Ecuador ver Montaluisa (1980) y el excelente diccionario quichua
inter-dialectal preparado por unas 50 personas del CIEI (1982)

(3) Aguiló (1985) pidió a diversos campesinos quechuas-hablantes que escri­


bieran un texto libre sobre cualquier tema. Se trataba de gente expuesta
exclusivamente a la rudimentaria alfabetización en las escuelas rurales.
El autor después hizo estadísticas relativamente elaboradas de lo que,
según su criterio, eran “aciertos” y “errores” de escritura en quechua. Ob­
viamente sus resultados sólo muestran cuáles son los principales contras­
tes entre el sistema fonológico quechua y castellano, subrayando de paso
lo absurdo que es alfabetizar en castellano a monolingües quechuas. Este
es el mejor aporte del estudio. Pero el método y contenido no permite
llegar más allá de cara a un alfabeto óptimo. El autor plantea otras
hipótesis poco sostenibles como las de que los idiomas de las tierras altas
tienden a tener menos vocales que los de las tierras bajas: ¡El guaraní del
Chaco llega a tener 12 vocales!

(4) El CIEI del Ecuador, bajo la dirección de la lingüista Consuelo Yáñez


(1980) ha propuesto para la ortografía inter-dialectal de las variantes
ecuatorianas la eliminación de w, y como una simplificación padagógica.
Al menos en Bolivia no funcionaría, pues debe distinguirse en casos como
uywa ‘animal doméstico’ y wiwa ‘viva’ (cast.). El alfabeto finalmente
adoptado para los dialectos ecuatorianos aceptóy; pero prefirió hu- en vez
de w, optado por el máximo acercamiento al castellano. En el Ecuador,
donde no existe la serie postvelar, nadie ha planteado la necesidad de
incluirlas vocales e, o (Montaluisa 1980). Por lo mismo allí en castellano
siempre se dice “quichua”, de /kichwa/, y no “quechua*,'de /qhishwa/.

119
A lbó

BIBLIOGRAFIA

AGUILO, Federico
1984 La escritura quechua. Problemática y perspectivas. La
Paz-Cochabamba: Los Amigos del Libro.

ALBO, Xavier
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Católica del Ecuador, ILL-CIET.

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(1975) Proyecto de Educación Rural I. Programas de educa­
ción bilingüe. Cochabamba.

M IN ISTE RIO DE EDUCACION. PERU


1975 “Resolución Ministerial N ro-4023-75-ED”. (publicada
como “Sobre el alfabeto básico general del quechua” en
Boletín Informativo (Univ. Nacional Mayor San Mar­
cos) v.8 n. 110, enero 1976, p. 1-24; y también TUPAC
Y U P A N K I, D. y D.F. SOLA, Hablemos quechua, Lima,
1976).

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1980a “El vocabulario general de la lengua quichua para el
Ecuador”. Revista de la Universidad Católica (Quito)
8.25: 99-115.

1980b “Historia de la escritura del quichua”. Revista de la


Universidad Católica (Quito) 8.28: 121-146.

YA Ñ E Z C., Consuelo
1980 “Sistema ortográfico para alfabetización en la lengua
quichua”. Revista de la Universidad Católica (Quito)
8.25: 17-30.

Y A P IT A M., Juan de Dios


1973 “Alfabeto fonémico del aymara”. Gainsville: Univ. de
Florida, Aymara Project.

120
SOBRE EL USO DEL ALFABETO OFICIAL
QUECHUA-AIMARA*

Rodolfo Cerrón-Palomino
UNMSM, Lima

“Como [el alfabeto quichua-aymará] no es una niña mimada, sino al


contrario una india criada en el infortunio y abrevada de ultrajes, no está
poseída del capricho o de la vanidad de tener m ás lujo que necesidades, esto
es más signos que sonidos, porque aunque infeliz ignorante, sin estudios ni
cultura, ha comprendido muy bien con su lógica natural, que de tenerlos,
su ortografía resultaría em brollada y sobrecargada de reglas y esepciones:
tampoco tendrá menos signos que sonidos, porque tal indigencia la presen­
taría pálida, desaliñada y repugnante, siendo a sí que un día por su
hermosura, su aseo y su lim pieza fue objeto de las caricias y de las
complacencias de sus reyes y sus am autas ”.
BELTRAN, Carlos Felipe 1870: Ortología de los idiom as quichua y
aim ará. Oruro: Imprenta Boliviana, p. 21.
* Agradezco a FOM CIENCIAS y a su director ejecutivo, el Dr. Luis Soberón, por
habernos autorizado a reproducir este artículo aparecido en Madeleine Zúñiga,
Inés Pozzi-Escoty Luis E. López (editores), Educación B ilin gü e Intercultural.
R eflexiones y desafíos. FOMCIENCIAS, Lima, 1991, pp. 79-120. La versión que
ofrecemos ahora ha sido ligeramente corregida y actualizada por el autor [Nota del
editor].

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C e b h ó n - P a lo m ino

ANTECEDENTES

La ruptura de la unidad ortográfica quechua-aimara que había


sido conseguida gracias a los esfuerzos normalizadores del Tercer
Concilio Limense ([1584] 1984), ocurrida a mediados del siglo XVII,
constituyó el inicio de la proliferación de prácticas ortográficas libra­
das a la iniciativa personal de los escribientes. Desde entonces, que­
chuistas y aimaristas elaboraron sus propios alfabetos, al par que los
escribientes aficionados resolvían sus problemas ortográficos de manera
intuitiva, en ambos casos recurriendo a transferencias y acomoda­
mientos predeciblemente asistemáticos del abecedario castellano. En
todo este largo período, que abarca hasta las primeras décadas del
presente siglo, no aparece ninguna entidad privada u oficial, religiosa
o secular, que se preocupe por nivelar el caos ortográfico. La mejor
prueba de semejante desorden nos la proporciona el mismo nombre de
una de las lenguas: según Albó (1974:125), se registran por lo menos
83 maneras diferentes de escribir la palabra quechua.

Los antecedentes más tempranos de la preocupación por en­


cauzar la práctica ortográfica de las lenguas nativas a partir de una
gestión de corte institucional, estatal o no, datan de 1931. En efecto,
en noviembre de dicho año la Dirección de Educación Indígena del
Ministerio de Instrucción nombra una “Comisión encargada de formu­
lar el alfabeto de las lenguas indígenas del Perú”, la misma que es
reconocida por los organismos de gobierno mediante Resolución Su­
prema N 2 1593 del 5 de diciembre del mismo año. Dicha Comisión
estaba integrada por investigadores y profesionales vinculados con el
mundo andino, entre quienes destacaban Julio C. Tello, Luis E.
Valcárcel, Horacio H. Urteaga, Carlos A. Romero, Saturnino Vara
Cadillo, Atilio Sivirichi, Toribio Mejía Xesspe, José Jiménez Borja y
Alejandro Franco Inojosa. Luego de un estudio concienzudo, admira­
ble para la época, la Comisión formuló el alfabeto que se le había
solicitado (cf. M IP 1932). A pesar del título -“Alfabeto de las lenguas
aborígenes”-, dicho sistema ortográfico había sido concebido única­
mente para las lenguas quechua y aimara, representadas por sus
variedades más conocidas. Sin embargo, debe destacarse, en este con­
texto, el afán por incorporar dentro de las preocupaciones ortográficas
la suerte de los dialectos llamados “chinchaisuyo” así como la del
jacaru-cauqui. Hay, además, otra nota de interés: el alfabeto se
reclama “científico”, pues busca basarse en el criterio fonético (“cada
letra debe representar un solo sonido, cada sonido debe estar represen­
tado por una sola letra”), que a su turno se respalda en los conocimien­
tos de la ciencia fonética de entonces. No se hará aquí una evaluación

122
S obre e l u so d e l alfa b e to

del mismo, por obvias razones, y sólo señalaremos que, no obstante su


respaldo oficial, tal parece que dicho alfabeto estuvo condenado al
olvido desde el mismo instante de su promulgación.

Un segundo intento por sistematizar la escritura quechua-


aimara fue la propuesta alcanzada al seno del X X V II Congreso
Internacional de Americanistas, reunido en Lima en setiembre de
1939, la misma que había sido formulada por un equipo de estudiosos
y cultores de las lenguas -algunos de ellos cuestionadores del alfabeto
de 1931-, dirigido por el conocido indigenista cuzqueño José Angel
Escalante e integrado por José María Benigno Farfán, Alejandro
Franco Inojosa, J. Ritche y José Félix Silva. Esta agrupación, que en
procura de un asesoramiento científico recurrió incluso a la Escuela de
Estudios Orientales de Londres, consiguió que el Congreso menciona­
do recomendara a los gobiernos de los países andinos su oficialización,
hecho que en el Perú se efectuó en virtud de la R.M. del 29 de octubre
de 1946, siendo ministro de Educación el Dr. Luis E. Valcárcel (cf.
Rivet y Créqui-Montfort 1951-56, Vol. 4:265; Franco Inojosa 1966). A
diferencia del alfabeto de 1931, aquél sólo buscaba atender a los reque­
rimientos de las variedades más consagradas de las lenguas involu­
cradas: el quechua cuzqueño y el aimara.

Finalmente, en el seno del III Congreso Indigenista Interame-


ricano, realizado en La Paz entre el 12 y el 16 de agosto de 1954, se
aprueba el “Alfabeto Fonético para las lenguas quechua y aymara”,
que, salvo ligerísimas variantes, constituye el mismo recomendado
por el X V II Congreso Internacional antes mencionado. En efecto, la di­
ferencia radica en la representación de la fricativa postvelar, propia
del aimara: la <j’> es reemplazada ahora por <jj> (cf. I L A 1962:42-45).
Quedará consagrado en adelante no sólo el empleo de las grafías <k,w>
sino también el recurso a la <h> y al apostrofe (“virgulilla”) para
representar las oclusivas aspiradas y glotalizadas de ambas lenguas
(en realidad, el segundo recurso ya había sido propuesto igualmente
en 1931). En cuanto a su empleo, que sepamos, tampoco este alfabeto
y el anterior fueron objeto de aplicación, habiendo quedado como una
propuesta puramente académica para sumarse, en calidad de mera
curiosidad, a las variadas prácticas ortográficas existentes a la fecha.

EL ALFABETO DE 1975
Como una de las medidas destinadas a la implementación del
Decreto-Ley N 2 21156, que oficializaba el quechua, el Ministerio de
Educación nombró una Comisión de Alto N ivel con el objeto de que

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C e h r ó n - P a l o m in o

elaborara el alfabeto general respectivo. Dicha Comisión estuvo inte­


grada por especialistas en lingüística quechua (de la Universidad de
San Marcos), científicos sociales, escritores y cultores de la lengua.
Era la primera vez que una comisión semejante incluia en su seno a
quechuistas de formación lingüística. Para entonces, como se sabe, la
quechuística había alcanzado un desarrollo inusitado, particularmen­
te en el campo de la dialectología y de la reconstrucción histórica (cf.
Cerrón-Palomino 1985). Se estaba, pues, teóricamente, en condicio­
nes de formular una propuesta ortográfica racional, sistemática y co­
herente. La experiencia demostraría que esto se iba a lograr sólo
parcialmente.
Luego de muchas sesiones de intenso trabajo por espacio de
algunos meses, en las que inevitablemente se llegaron a tomar posicio­
nes encontradas sobre ciertos aspectos específicos (como el de las
vocales), la Comisión proponía un Alfabeto Básico General del Que­
chua, el mismo que sería oficializado por R.M. N g 4023-75-ED del 16
de octubre de 1975. Dicho alfabeto, que se sustentaba en dos criterios
fundamentales -fonológico y práctico-, había sido concebido a manera
de un inventario de 21 grafías comunes a seis variedades suprar-
regionales (Cuzco-Collao, Ayacucho-Chanca, Junín-Huanca, Ancash-
Huailas, Cajamarca-Cañaris y San Martín), a las que debían añadir­
se otras específicas a los supralectos mencionados. Gracias a la
adición de estas grafías supletorias, según las necesidades particula­
res de cada variedad, podía estarse en condiciones de escribir cual­
quier dialecto quechua, incluyendo la variedad amazónica. De hecho,
aunque la Comisión había sido encargada de preparar un alfabeto
para el quechua (se trataba de implementar la oficialización de esta
lengua), se sugería que el mismo inventario de grafías, específicamen­
te el válido para el supralecto cuzqueño-collavino, podía servir para el
aimara, con la sola adición de una nueva grafía: <j> (cf. COM IM P
1975).
Aun cuando el alfabeto se reclama original, sobre todo por
haber tomado en cuenta la realidad dialectal del quechua, lo cierto es
que aquí tampoco había nada nuevo bajo el sol. En efecto, por un lado,
la sensibilidad por el mosaico dialectal quechua ya había sido demos­
trada, si bien parcialmente dado el estado de los conocimientos, por la
Comisión de 1931; y, por el otro, su inspiración de corte fonológico sólo
venía a recapitular el mismo celo que habían tenido los propugnadores
del alfabeto de 1946, con la ventaja de que éste valía también para el
aimara.

Comparados, pues, los tres alfabetos, son muchas las coinci­


dencias y pocas las diferencias. Una de tales coincidencias es la

124
S o b r e e l u so d e l a l f a b e t o

solución a favor de un sistema de cinco vocales, asunto éste que había


sido aprobado en el seno de la Comisión de 1975 recurriendo a la
votación de sus miembros: dura lección que teníamos que aprender
quienes queríamos hacer prevalecer por todos los medios posibles
criterios estrictamente técnico-científicos como si el problema a resol­
verse tuviera una salida puramente académica.

Con todo, el alfabeto no dejaba de ser descriptivista antes que


prescriptivista, como debiera. El solo hecho de haber sido presentado
en un cuadro fonémico, con las definiciones empleadas en la caracte­
rización de los fonemas, es evidencia de ello. En tal sentido, no se
trataba de un alfabeto o de un abecedario, strictu sensu, sino de una
tabla fonológica. A diferencia del alfabeto aprobado en La Paz, ni
siquiera se proporcionaba la nomenclatura (el deletreo) de las grafías.
Pero al igual que aquél, así como al de 1931, la propuesta no iba más
allá del listado de letras y de su ejemplificación, distando lejos de ser
ejemplos de codificación ortográfica.

En efecto, aparte de las reglas de “adecuación” de las grafías


para los supralectos considerados, el alfabeto de 1975 se esmeraba,
sobre todo, en proporcionar claves para la pronunciación de determi­
nadas letras correspondientes a cada uno de aquéllos y sólo de pasada
incluía también una norma destinada a la escritura de los préstamos
castellanos de reciente incorporación. Con respecto a las “reglas de
pronunciación”, muy parecidas a las formuladas por los proponentes
del alfabeto de 1931, cabe señalar que ellas denuncian de por sí el
carácter del alfabeto propuesto: se trata de un sistema ideado para el
uso de los castellanohablantes o de los bilingües y no de los grupos au­
ténticamente vernáculohablantes. De otro modo no se entiende cómo
se pueden formular “reglas” que guíen la pronunciación de quienes
manejan espontáneamente su propia lengua. Consciente o incons­
cientemente se estaba formulando un alfabeto pensado “desde fuera”
y para “afuera”, respondiendo a una postura típicamente asimilacio-
nista, sin haber comprendido los alcances de una auténtica codifica­
ción, pensada a partir de la lengua misma y “hacia adentro”. En efecto,
tales “reglas” estaban destinadas a la lectura e interpretación de los
caracteres por parte de los desconocedores de la lengua. Y en cuanto
a la escritura de los neologismos de origen castellano, la recomenda­
ción tomada se inscribía asimismo dentro de una orientación de corte
asimilacionista: se pretendía, en un sistema ortográfico destinado al
quechua, respetar las reglas ortográficas de una lengua ajena, violan­
do la autonomía que deben observar, en lo posible, los sistemas
ortográficos respectivos.

125
C e r r ó n - P a l o m in o

aquél se advierte un total desconocimiento del mismo en su aplicación:


son los textos de Avendaño (1988) y Montalvo de Maldonado (1988),
siendo ambos materiales de carácter léxico, cuzqueño el primero y
pandialectal el segundo (Cuzco, Ancash, Huánuco y Huancayo). Sobra
decir que en este caso el corpus ha sido totalmente descartado.
La discusión que sigue ha sido ordenada en función de los
problemas típicos y recurrentes encontrados en el material revisado.
Como se verá, son muy pocos los textos que llegan a superar en su
conjunto a todas las dificultades encontradas.
1.2.1 Variación vocálica. En todos los textos, exceptuando dos
de ellos (uno cuzqueño y otro ayacuchano), hay una gran variación en
el empleo de las vocales <i~e> y <u~o> en contacto directo y/o indirecto
con una consonante postvelar. La vacilación en el uso de las mismas
llega a una completa anarquía cuando una misma forma o palabra se
escribe no sólo de distinta manera a lo largo del texto sino incluso
dentro de una misma línea. La mayor o menor fluctuación, sin
embargo, es sensible tanto a la naturaleza intra o extramorfémica de
las vocales como a la posición que éstas ocupan respecto de la conso­
nante abridora. Así, la vacilación es mayor a nivel extramorfémico que
intramorfémico (por ejemplo <e,o> se dan más frecuentemente cuando
aparecen al interior de morfema que cuando lo hacen transmorfémi-
camente); luego la variación se advierte en mayor grado en los casos
de contacto indirecto antes que en los de vecindad directa; y, finalmen­
te, la fluctuación es mayor cuando la vocal aparece delante de la
postvelar antes que luego de ésta.
Dicho en otros términos, las vocales medias ocurren con más
frecuencia: (1) a nivel intramorfémico, (2) en contacto directo con la
postvelar, y (3), en este último contexto, en posición subsecuente a
aquélla. En las demás situaciones la fluctuación es a favor de las altas
<i,u>. Estas son apenas algunas de las tendencias más acentuadas,
pues, de otro lado, hemos encontrado hasta tres casos que escapan a
dicha propensión: concretamente los de Hurtado de Mendoza
(1977,1980), Gow y Condori (1976) y Lara Irala (1981). En el primero,
<e,o> aparecen, de manera sistemática, sólo al interior de raíz (ni
siquiera a nivel intramorfémico, que pudiera ser el caso del sufijo -yuq,
por ejemplo), y aquí únicamente después de las postvelar. En los dos
restantes las vocales medias no aparecen del todo, o si lo hacen
solamente se dan en los préstamos del castellano o en los quechuismos
incorporados en esta lengua (como en los topónimos, por ejemplo).
Del material examinado se puede inferir que: (1) hay una gran
fluctuación tanto articuladora como perceptual en el timbre de las

128
SOBHE EL USO DEL ALFABETO

vocales <i,u> en contacto mediato o inmediato con una consonante


postvelar; (2) siendo tal la variación, es prácticamente imposible
formular una regla práctica que guíe la escritura de las vocales <i,e>
y <u,o>; y (3) como resultado de ello, es comprensible la anarquía
ortográfica encontrada. Contrastan con esta situación los textos de
Gow y Condori así como los de Lara Irala, y, en menor medida, los de
Hurtado de Mendoza: la ausencia de vacilaciones en la escritura de las
vocales en los dos primeros casos, así como la sistematización en el
empleo de <e,o> en el segundo, se deben, respectivamente, al empleo
único de <i,u> y al contexto restringido en que se dan las vocales
abiertas. Como esto último es, en verdad, un hecho aislado y único, no
pudiéndose a partir de ello extraer una regla general, queda el otro
caso -el de la solución trivocálica- como una alternativa racional y
práctica que permita definitivamente la superación del caps ortográ­
fico estudiado. Este caos, además, se ve agravado por el empleo indis­
criminado de las vocales críticas en posiciones que nada tienen que ver
con su contexto natural: son muchos los que emplean <e,o> también en
final de palabra. Por todo ello asombra constatar que una solución en
los términos señalados haya sido llevada a la práctica, de manera in­
tuitiva (?), por Gow y Condori, adelantándose a la reforma del alfabeto.
Ello es doblemente significativo en la medida en que el texto en
cuestión corresponde al de un dialecto auténticamente cuzqueño, que,
a diferencia de los dialectos huanca y oriental, registra fonéticamente
los alófonos vocálicos [e,o].
1.2.2 Tratamiento de los diptongos. Si por diptongo entende­
mos la pronunciación de dos vocales en una sola sílaba, es evidente que -
el quechua (o el aimara) no registra dicho fenómeno: como se sabe, la /
estructura silábica de la lengua prohibe la coocurrencia de vocales, de
manera que los mal llamados diptongos del quechua no son sino
sílabas cuyo margen está formado por las semiconsonantes <y,w>.
Pues bien, se advierte con mucha frecuencia (cf. Payne 1984, Beyers-
dorff 1986, 1988, Macutela 1986, Alvarez Quispe 1988 y Taipe 1988)
la escritura de las secuencias /aw/, /ay/o /ya/, /yu/, etc. como <au>, <ai>,
<ia> y <iu>, respectivamente: tal los casos, por ejemplo, de <ñaupa>
‘anterior’, <waira> ‘viento’, <upiay> ‘tomar’, <piun> ‘peón, <qea>
‘pus’, etc. (cf. también la tendencia a escribir el durativo -chka como
<-sia>). De hecho la mayor confusión se da en la escritura de /aw/. Es
evidente que dicho fenómeno obedece a una influencia proveniente de
los hábitos escriturarios del castellano. La regla que permitiría evitar
dicho error es como se ve, sencilla: no hay en quechua (ni en aimara)
secuencia de vocales.
1.2.3 Tratamiento de las consonantes en fin al de sílaba. Como i
se sabe, el quechua cuzqueño-puneño se diferencia del resto de lasl

129
C e r r ó n - P a l o m in o

Tales son, a grandes rasgos, las características generales del


alfabeto de 1975. En lo que sigue intentaremos ofrecer una evaluación
de su empleo a través del examen de los materiales que hemos podido
recabar.
1.1 Su empleo. Luego de ser oficializado, el alfabeto tuvo su es­
paldarazo al año siguiente, en que fue empleado sistemáticamente en
las seis gramáticas referenciales y sus respectivos diccionarios de con­
sulta correspondientes a los seis supralectos quechuas considerados
por la comisión de redacción de tales textos. Asimismo, los programas
de educación bilingüe en marcha comenzaron a aplicarlo en sus mate­
riales de enseñanza y en los de reforzamiento y apoyo. Igualmente, el
Instituto Lingüístico de Verano lo empleó en la producción de materia­
les diversos, aunque fundamentalmente de divulgación religiosa. La
Academia Peruana de la Lengua Quechua, por su parte, se mantuvo
en una posición expectaticia, doblegada por la práctica escrituraria
heterogénea de sus miembros, aunque al final pareció inclinarse a
aceptar el nuevo alfabeto, con algunas ligeras modificaciones. Como
se ve, aparte del acatamiento tácito al dispositivo legal por parte de
tales programas e instituciones, a las que podrían agregarse los
departamentos de lingüística o de lengua y literatura de algunas
universidades estatales, podía advertirse también, sobre todo en los
programas de educación bilingüe, una voluntad generalizada por
difundir el empleo del alfabeto en cuestión.

Fuera de tales contextos, la necesidad de emplear el alfabeto


también encontró eco en el seno de algunos institutos y centros de in­
vestigación privados, gracias al interés asumido por parte de sus
propios investigadores, por lo general vinculados a los programas de
educación bilingüe o a los estudiosos de la lengua quechua. Más allá
de tales organismos e instituciones, el manejo del alfabeto sólo com­
prometió a algunas personalidades aisladas, básicamente profesores
de lengua quechua y/o escritores. Por lo demás, persistió, como hasta
ahora, la práctica escrituraria de los quechuistas tradicionales y/o es­
pontáneos, quienes o se aferraban a viejos esquemas ortográficos o
simplemente recurrían a la adecuación desordenada y asistemática
del abecedario castellano, con algunos retoques “modernizantes”
consistentes en la inclusión de algunas grafías de los alfabetos que­
chuas contemporáneos. Para los últimos la promulgación oficial del
alfabeto no pasaba de ser una medida intrascendente, y en el mejor de
los casos se la vinculaba con una gestión directa de la Universidad de
San Marcos, y, dentro de ésta, de sus especialistas en lengua quechua.
Como una justificación de tal actitud se echaba mano del argumento
consabido según el cual no siendo la mayoría de los integrantes de la

126
S obre e l uso d e l a lfa b e to

Comisión quechuahablantes (léase cuzqueños, según el prejuicio


común), mal podían “entrometerse” en asuntos relativos a la lengua.

En lo que sigue ofreceremos una evaluación del empleo del


alfabeto por parte de individuos vinculados a determinados centros de
investigación como por aquellos comprometidos con dicho cometido a
título personal. Los materiales revisados corresponden básicamente
a las variedades sureñas del quechua: la ayacuchana y la cuzqueño-
puneña. El empleo del alfabeto en otras variedades ha sido, que
sepamos, muy esporádico: ello se debe, sin duda alguna, a la ausencia
de tradición en el uso escrito del quechua. Por lo demás, debemos
advertir que la presente evaluación no toma en cuenta el empleo en
cuestión por parte de los programas de educación bilingüe, puesto que,
por ser éstos los verdaderos impulsores de la implementación, no
resulta extraño el celo con el que observaron el cumplimiento de las
nuevas disposiciones. Lo que no quita, sin embargo, que su aplicación
no haya tropezado con una serie de problemas comunes a los afronta­
dos por el resto de los practicantes. En su momento se hará alusión a
ellos.
1.2 Evaluación. El material evaluado está formado por los
textos cuyos autores son Gow y Condori (1976), Valderrama y Escalan­
te (1977), Hurtado de Mendoza (1977, 1980), Payne (1984), Beyers-
dorfF (1984, 1986, 1988), Macutela (1986), y Alvarez Quispe (1988),
para el dialecto cuzqueño. En relación con el ayacuchano se tomaron
en cuenta Lara Irala (1981), Meneses Morales (1986, 1987) y Taipe
(1988). Los materiales corresponden a distintos géneros de discurso:
relatos míticos y costumbristas, autobiografías, narraciones, dramas,
poemarios en verso y prosa, textos y cánticos religiosos y manuales de
enseñanza gramatical. Asimismo, en unos casos se trata de una simple
transcripción del material oral al escrito; en otros estamos frente a
verdaderas creaciones altamente elaboradas; y, finalmente, hay
también textos de carácter filológico en los que el material documental
ha sido “modernizado” siguiendo el sistema del alfabeto oficial. En
todos ellos se pone de manifiesto, a veces explícitamente, el compromi­
so de usar el alfabeto, hecho que es ejecutado, en líneas generales, de
manera coherente. Hay, sin embargo, otros materiales que, debido a
su índole antológica, ofrecen textos ortográficamente heterogéneos:
aquí, al lado del empleo del alfabeto oficial, pululan también otras
prácticas escriturarias. Tal es el caso de Romualdo (1984), Quijada
Jara (1985), Mujica (1987) y Vásquez y Vergara (1988). Obviamente,
la evaluación de éstos se hará sólo en relación con el material escrito
siguiendo los dictados del alfabeto oficial. Finalmente, hay por lo
menos dos casos en los cuales no obstante hacer mención al empleo de

127
C e r r ó n - P a l o m in o

hablas por haber gastado sus consonantes en posición implosiva,


tornándolas fricativas. La consecuencia de dicho cambio es que el
mencionado dialecto no registra, salvo raras excepciones (sobre todo
en algunas zonas periféricas), oclusivas en final de sílaba. Tampoco
admite, en el mencionado contexto, la nasal bilabial, que devino
alveolar (perdiéndose la oposición entre kamcha ‘maíz tostado’ y
kancha ‘cerco’). Ahora bien, es un hecho consumado -al menos para las
pftliscife, como
hablas no periféricas- el que las consonantes /t, c/fueron interpretadas
/s/ y /s/, respectivamente, en dicho contexto (así, por ejemplo,
utqhay ‘rápido’ y uchpa ‘ceniza’ dieron, respectivamente, usqhay y
ushpha ~uspha); no ocurre lo propio sin embargo con las consonantes
/p,k,q/, que aún parecen interpretarse como tales, aunque realizándo­
se por lo general como [0, x> x l» respectivamente (así rapra ‘hoja’,
wakcha ‘pobre’ y waqra ‘cuerno’ se realizan como [racpra], [wa%ca] y
[waxra]). Es en estos casos que ios textos revisados presentan, sin
excepción, grandes vacilaciones, hecho que se advertía ya en el propio
Cusihuamán (1976), a propósito de la /p/final (cf., por ejemplo, la “nor­
malización” de lexemas como hapt’ay ‘puñado’ o hapq’iy ‘desenterrar’
bajo la forma de hawkt’ay y hawqq’ey, respectivamente, con clara
violación de la regla de estructura silábica que prohibe la concurrencia
de tres consonantes en posición intervocálica). A consecuencia de ello
surge la necesidad de recurrir a nuevas grafías, como la <f> para la
/p/ y la <j> indistintamente para la P&I y /q/ (así por ejemplo, <rafra>,
<wajcha>, <wajra>). En el último caso, como se podrá advertir, esta­
mos frente a la neutralización de dos fonemas diferentes: velar y
postvelar, fenómeno que es mucho más frecuente tras la vocal /a/, pues
cuando ocurren después de /i,u/aún cabe la posibilidad de que puedan
distinguirse por su conducta abridora o no (compárense [cexciy]
‘reírse’ versus [cixciy] ‘granizar; es decir chiqchiy y chikchiy, respecti­
vamente). De igual manera, sin embargo, la [a] ante /q/ es más
“profunda” que la [a] ante fkl, pero la percepción de esta diferencia ya
requiere de un mayor entrenamiento.

Frente a dicho problema, sobre todo a la confusión de <k> y <q>


(que muchas veces da lugar, por hipercorrección, a formas aberrantes
del tipo <chaqra> ‘chacra’ o <wiqch’uy> ‘vomitar’, en lugar de chakra
y wikch’uy), surge la necesidad de preguntamos acerca de si habría o
no una regla práctica que permita superarlo. La “prueba vocálica” a
la que se hizo alusión no deja de tener sus propias dificultades: en el
caso de <i,u> no olvidemos que en posición prepostvelar la apertura es
menor, y, en muchos casos, ni se la percibe; y tratándose de <a>, lo
dijimos ya, la distinción entre una realización anterior y otra “más
(profunda” resulta difícil. En vista de tal situación se nos ocurre que
la única manera de controlar efectivamente dichas consonantes sería

130
S obre e l uso d e l a lf a b e t o

mediante su fijación a través de la “memoria visual”, para cuyo efecto


se necesita contar, obviamente, con un diccionario normalizado (por
esta razón un cuzqueño que pronuncia habitualmente [afto] y [a%to]
escribe sin embargo <apto> y <acto>, sin ninguna vacilación). Para
terminar con este punto, resta señalar que lo dicho hasta acá demues­
tra claramente que la sola dotación de un inventario de grafías no
garantiza la recta escritura de las palabras.
1.2.4 Polimorfismo léxico y gramatical. Como resultado del
fenómeno descrito en la sección anterior proliferan en la mayoría de los
textos dobletes lexemáticos del tipo <waqyay ~ wahay>, cupyay ~
uhay>, <t’uqyay ~ t’uhay>, <pukyu ~ pujyu>, etc., hecho que es
frecuente también en Cusihuamán (1976), con la agravante de que
aquí se da como forma “normal” o básica la que muestra el desgaste y
como variante la forma genuina. De otro lado, el polimorfismo afecta
igualmente a ciertos morfemas que muestran variación libre, entre
ellos -rqu ~ -ru, -yku ~ -yu ~ -y, -sya ~ -sha —sa, -rqa ~ -ra, etc. Lo propio
ocurre con la -n ‘tercera persona’, que se escribe <m> delante de <p>.
El polimorfismo mencionado resulta en una situación caótica desde el
momento en que un mismo autor emplea indistintamente una y otra
forma, delatando la ausencia total de una conciencia de norma. Pero
adviértase que aquí ya se está tocando otro punto: el de la codificación
gramatical y léxica. Por consiguiente, como en el caso anterior, en este
aspecto igualmente la única forma de superar el caos es mediante la
normalización de las formas involucradas; para ello pueden tomarse
como “norma” las variantes más conservadas, que, además, garanti­
zan un empleo que va más allá del ámbito dialectal local.

1.2.5 Tratamiento de las palabras compuestas. Otro de los


problemas que recurre en la mayoría de los textos es la escritura de las
palabras compuestas: ellas aparecen, indistintamente, de tres mane­
ras: o separadas, o entreguionadas o, finalmente, fusionadas. N o hay
un tratamiento sistemático de ellas y un mismo autor puede optar por
las tres soluciones para un mismo compuesto a lo largo del texto. La
solución parece estar librada a los caprichos del momento. Ello no
debiera extrañar, pues la Comisión que preparó el alfabeto de 1975 ni
siquiera entrevio semejante problema: de hecho no parece haber
asomado en ella la necesidad de desarrollar escriturariamente la
lengua, y, en cambio, adoptaba así una postura transicionalista (hacia
el castellano).

Al margen del problema de anarquía señalado, vale la pena


preguntarse si se está en condiciones o no de formular una regla
práctica que resuelva, o al menos reduzca, la anarquía imperante. La-

131
C e r r ó n - P a l o m in o

mentablemente, debe señalarse que no existen aún trabajos dedicados


a los procesos de composición en quechua, con ser éste uno de los
recursos socorridos en lalexematización de conceptos nuevos. Ante tal
carencia, creemos que, provisionalmente, podrían sugerirse las mis­
mas reglas invocadas en la escritura de los compuestos castellanos: (a)
emplear juntos los elementos de la palabra compuesta siempre y
cuando, semánticamente, la suma de sus significados se haya fusiona­
do para dar lugar a una nueva idea; y (b) separarlos por medio de un
guión cuando la fusión no sea total. Indicios de tipo morfo-sintáctico
(inserción o no de sufijos independientes) y fonológico (autonomía
acentual o no, o procesos de contracción, a los que es muy propenso el
aimara, por ejemplo) pueden ayudar a zanjar los casos de duda. De
esta manera, por ejemplo, los topónimos deberían escribirse en forma
fusionada, sin entreguionados, y mucho menos separando sus
elementos: Paqaritampu, Muruqucha, Paqayqasa, etc.; en cambio,
otros compuestos como mama-tayta ~ tayta-mama ‘padre y madre’,
qayna-p’unchaw ‘ayer’, para-m it’a ‘época de lluvias’, etc. debieran
escribirse en forma entreguionada.

1.2.6 Tratamiento de los préstamos. La escritura de los térmi­


nos de origen castellano es otro punto en el cual los textos muestran
una gran asistematicidad. Las soluciones empleadas pueden resumir­
se en las siguientes: (a) la escritura a la castellana simple y llanamen­
te; (b) la adaptación fonética parcial de los vocablos, pero respetando
la ortografía de la lengua-fuente; y (c) la adaptación total de los mismos
a la pronunciación y ortografía nativas. Bueno fuera, sin embargo, que
tales opciones se tomaran de manera consistente: el hecho es que, en
un mismo autor, ellas se entrecruzan de manera caprichosa. Ahora
bien, como se dijo, una de las pocas normas que establecía el alfabeto
de 1975 contemplaba precisamente el tratamiento de los préstamos
“no asimilados completamente” : se estipulaba allí que tales neologis­
mos debían escribirse “de la manera usual en español”. De modo que,
por lo menos en relación con la primera alternativa, podía invocarse
la norma. Sin embargo, como se ve, también en la segunda podía
hablarse de un acatamiento tácito a la misma, toda vez que ésta no
decía nada respecto de la adaptación fonética de los préstamos. Frente
a tal vaguedad, lo menos que podía esperarse era la situación caótica
descrita.
El problema planteado, después de todo, no es de fácil solución.
Comenzando por el hecho de que la misma distinción entre préstamos
consolidados y recientes no es nada nítida, descartando por cierto
casos extremos como el de los castellanismos tempranos (tipo waka,
kawallu, alkalti, etc.) o de los incorporados deliberadamente en el afán

132
S ob r e e l u s o d e l a l f a b e t o

por elaborar léxicamente la lengua (como, por ejemplo, el vocabulario "


químico o matemático). A medio camino entre ambos están aquellos
préstamos que no parecen haber logrado aún mimetizarse completa­
mente dentro del corpus léxico nativo, y que, por lo mismo, pueden
muchas veces ser identificados como foráneos por los propios hablan­
tes. ¿Qué hacer en tales condiciones?
A l respecto, hay dos posiciones extremas que pueden permitir
superar el problema mencionado y nos atreveríamos a señalar que
cada una responde, a su tumo, a una postura ideológica precisa. Por
un lado, está la solución a la castellana, y, por el otro, la decisión a la
nativa: la primera se inscribe dentro de una corriente ideológica asi-
milacionista y la segunda responde a una actitud de defensa idiomá­
tica. Esta, más acorde con el anhelo de desarrollar un sistema ortográ­
fico autónomo para las lenguas andinas, si bien podría salvar el
problema desde el punto de vista formal-ortográfico, todavía tendría
que encarar el asunto, igualmente espinoso, de la adaptación fonética.
Lo que nos muestran los textos examinados es precisamente que, en
este aspecto particular, no siempre es fácil ponerse de acuerdo (son
comunes vacilaciones del tipo maystru ~ mayisturu, kunsinsya ~kun-
sinsiya, e incluso en la escritura de los préstamos consolidados del tipo
wayta ~wayita, turyay ~ turiyay, etc.). Aquí también la solución que
podría ofrecer el lingüista no siempre es fácil de ser seguida por el
común de los escribientes. Además, la adecuación en cuestión está
sujeta al grado de dominio que tenga del castellano el escribiente; pero,
de otro lado, depende igualmente del grado de influencia que tenga la
lengua dominante respecto de la dominada (mientras que un présta­
mo como wartiya sería natural en el quechua sureño, chocaría sin
embargo en el central, donde wardiya es la forma común). Pero, en
este último caso, ni siquiera es necesario comparar dos dialectos
geográficamente separados: bastaría con cotejar, por ejemplo, el
quechua de los alrededores del Cuzco con aquel propio del campo. De
manera que la opción (c), mencionada al principio, tampoco es garan­
tía plena de uniformización escrituraria, a falta de una decidida
normalización del tratamiento de los préstamos.

1.2.7 Empleo de los signos de puntuación. Mayormente los


textos acusan un desconocimiento generalizado del manejo de los
signos de puntuación. Lo que se advierte es una transferencia del uso
inseguro de éstos adquirido en castellano y aplicado luego a la lengua
andina. Como la práctica escrita en ésta fue siempre esporádica (des­
contando los monumentos literarios de la colonia, que además se
guiaban por patrones ortográficos diferentes) no debe extrañar que
este aspecto de la ortografía no haya sido ni siquiera entrevisto como

133
C e r r ó n - P a l o m in o

asunto digno de atención, salvo rarísimas excepciones, como la del


gramático boliviano Berríos (1904). Una vez más, la Comisión que
elaboró el alfabeto de 1975 era igualmente ajena a tales preocupacio­
nes, pues implícitamente nada estaba lejos de su cometido que el
pensar en un eventual desarrollo escriturario de la lengua andina. O,
a lo sumo, se pensaba que tales asuntos serían contemplados en una
etapa posterior, a medida que se lograra un verdadero despegue en la
práctica escrita. No deja de haber aquí, sin embargo, un círculo
vicioso: no se dan normas de puntuación por no haber suficientes
muestras de textos; pero, a la vez, no hay suficiente corpus -o el que
existe resulta precario- debido a que no se precisan las reglas que
podrían orientar no sólo en la creatividad variada y rica de textos sino
también en la mejora de la calidad de los mismos. Aquí se está
tratando ciertamente uno de los aspectos centrales de todo desarrollo
escriturario: la elaboración estilística, que a su vez conlleva la intelec-
tualización de la lengua, para cuyo efecto son inevitables, en el nivel
: escrito, los signos de puntuación.

EL ALFABETO OFICIAL DE 1985

Conforme se señaló en la sección 1.1, sólo en los programas de


educación bilingüe se dio lo que podríamos llamar un empleo masivo
y consistente del alfabeto de 1975. Ello ocurrió, en efecto, en los
programas de Ayacucho, primeramente, en el fallido del Cuzco des­
pués, en el del Alto Ñapo luego, y finalmente en el de Puno. Pero ha
sido en la elaboración de materiales, así como en la enseñanza de la
lengua que comenzaron a surgir la mayoría de los problemas descritos
en las secciones precedentes. El más urticante era, sin duda alguna,
el relacionado con la escritura de las vocales: frente a la gran inesta­
bilidad de las mismas resultaba difícil, si no imposible, dar reglas
sencillas y prácticas que indicaran cuándo emplear <e> y <o>. Pero
igualmente se daban las otras vacilaciones, para las cuales hacía falta
Icontar con un conjunto de normas, es decir, urgía la necesidad de
codificar la escritura quechua. Mas no sólo la de ésta, sino también la
del aimara, que juntamente con la quechua pasó a ser vehículo y objeto
de enseñanza en el programa de Puno, “prestándose” para ello el
mismo inventario alfabético que, como se dijo, con la adición de una
sola grafía, se adecuaba perfectamente a la nueva lengua. Así, pues,
la acumulación de tales problemas, surgidos en la instrumentación
efectiva del alfabeto, y no como producto de refinamientos puramen­
te académicos, clamaba por una evaluación, y eventualmente una
reforma.

134
S obre e l uso d e l a lfa b e to

La iniciativa en esa dirección la tomó la Universidad de San


Marcos, a través de su Programa de Educación Bilingüe, en coordina­
ción con el Departamento de Lengua y Literatura de la Universidad de
San Cristóbal de Huamanga. En efecto, en virtud de la gestión de tales
entidades, se convocó en 1983, es decir al cabo de ocho años de práctica
escrituraria, el Primer Taller de Escritura en Quechua y Aimara.
Dicho evento se realizó en el viejo local de San Marcos, entre el 12 y el
15 de octubre de dicho año, y contó con el concurso de un crecido
número de delegaciones de diferentes universidades (Arequipa, Tru­
jillo y Huancayo), programas de educación bilingüe, institutos, centros
de investigación y organizaciones indígenas, además de la participa­
ción de la Academia de la Lengua Quechua y del Instituto Lingüístico
de Verano. Se había puesto especial énfasis en la concurrencia de un
número variado y representativo de quechua-aimarahablantes de
distintas áreas dialectales. Luego de la exposición de temas generales,
se organizaron sesiones de trabajo en torno a cuatro puntos concretos:
(a) la revisión del alfabeto de 1975; (b) las reglas de ortografía; (c) el
tratamiento de los préstamos; y (d) el empleo de los signos de puntua­
ción. Fuera de ellos, se organizó otro grupo especial encargado de
tratar sobre el alfabeto aimara. Tras arduos y prolongados debates
(con el consabido batiburrillo de las vocales), la sesión plenaria acordó
un conjunto de disposiciones, a manera de Conclusiones Generales,
relativas a los temas específicamente mencionados. Finalmente, los
participantes acordaron en forma unánime nombrar una Comisión
Permanente con el encargo específico de gestionar ante las esferas
gubernamentales pertinentes la oficialización de los acuerdos toma­
dos (para un recuento de todo ello, ver Zúñiga 1987). Entre los que
formaban parte de dicha Comisión se encontraba el delegado de la
Academia cuzqueña, que poco después defeccionaría, aduciendo que la
mencionada institución desconocía los acuerdos tomados en el Taller.
Posteriormente, el ILV mostraría igualmente su desacuerdo con los
mismos. No obstante ello, la Comisión siguió en su empeño, y, tras
largas y penosas antesalas, pudo finalmente conseguir, gracias al
apoyo decidido del entonces viceministro de Educación, la oficializa­
ción de las Conclusiones mediante RM N e 1218-85-ED del 18 de
noviembre de 1985, es decir al cabo de dos años de realizado el Taller.
Conviene ahora referirse a los acuerdos tomados en el Taller.
Con respecto al primer tema -el de la revisión del alfabeto-, la decisión
más drástica fue la supresión de las vocales <e,o>, con el objeto de
acabar de una vez por todas con una fuente segura de dudas y
vacilaciones. En adelante el alfabeto, que comenzó a designarse pan-
alfabeto, sería trivocálico. En relación con las reglas de ortografía sólo
se daban tres normas, que tenían que ver con la variación alomórfica,

135
C e r r ó n - P a l o m in o

el uso de la tilde y el empleo de las letras mayúsculas. La primera de


ellas apuntaba hacia una escritura que buscaba la uniformidad de los
distintos alomorfos de un mismo morfema (como el de -yki ~ -ki o el de
-rqa ~ -ra), y si bien no se precisaba cuál de los alomorfos elegir como
morfema básico, se asumía que sería la variante conservadSC Con
respecto a los préstamos -asunto que rebasa, como vimos, el problema
meramente escriturario-, se acordaba su representación a la manera
quechua y a partir de su acomodación fonética en labios de los
monolingües quechua-aimaras. En relación con el cuarto tema, el
referido a la puntuación, simplemente se señalaba que las normas que
debían regirla serían las mismas admitidas “universalmente en las
formas escritas de las lenguas”, con el añadido específico de que los
signos de interrogación y de exclamación fueran empleados a la
manera castellana, es decir, con la apertura de los mismos. Finalmen­
te, con respecto al alfabeto aimara, se lo adecuaba a partir del
panalfabeto, con la inclusión de dos grafías y un diacrítico: <j> y <x>
para los fonemas /%/ y /x/, respectivamente, y el empleo de la diéresis
para marcar el alargamiento vocálico. De esta manera, sin que se
midieran bien las consecuencias, se “apartaban” entre sí los alfabetos
quechua y aimara, pues ahora sumaban a tres las grafías discrepantes
(a diferencia del alfabeto del 1975, que mostraba una sola distinción).
Se había descartado la <h> en lugar de la <j> y para la <j> sugerida
en el alfabeto anterior se echaba mano de la exótica <x> proveniente
del arsenal de los lingüistas. Además, lejos de emplearse, como en los
dialectos centrales del quechua, el doblamiento vocálico para repre­
sentar la cantidad, se optó por la cremilla o diéresis (elemento
recurrente, sin embargo, en los alfabetos mencionados previamente al
de 1975), con ser a todas luces poco práctica. El escaso o nulo
conocimiento del aimara que teníamos por entonces los lingüistas del
Taller determinó que sucumbiéramos ante los argumentos impresio­
nistas de los aimarahablantes, quienes objetaban, entre otras cosas,
el empleo de <jj> o de <vv> aduciendo que, con ellas, sólo se conseguía
agravar el hacinamiento consonántico, de por sí asombroso de la
lengua, y/o el alargamiento innecesario de sus palabras frecuente­
mente “kilométricas”. Tales argumentos son ciertamente débiles y
responden no solamente a consideraciones de orden subjetivo sino
también a una preconcepción escrituraria que se nutre del desconoci­
miento de las reglas fonológico-sintácticas del aimara.
Con los atributos mencionados, el alfabeto de 1985 y su cuerpo
normativo resultaba a todas luces mejor que el anterior. Para comen­
zar, el panalfabeto ya no era presentado a manera de un cuadro
fonológico sino como debía haber sido: un abecedario seguido de su
nomenclatura (=deletreo) respectiva; asimismo, su formulación no

136
S obre e l u s o d e l a l f a b e t o

terminaba en el mero inventario (ni se detenía en la consideración de


reglas hechas más bien para el hispanohablante), sino que contempla­
ba también, aunque sólo parcialmente, las necesarias normas de
ortografía y puntuación. Algunas de éstas sólo eran asumidas como
consabidas, a partir de la experiencia escrituraria de occidente, mas
no lo suficientemente desglosadas y detalladas. De los problemas
recurrentes que pudimos detectar, los relacionados con los diptongos
y las palabras compuestas no fueron contemplados. Como tampoco lo
fueron otros muchos, aunque esta vez de naturaleza más bien local-
dialectal antes que general (por ejemplo, las consonantes finales del
cuzqueño-puneño, o la confusión de <h> y <q> en el ayacuchano). Todo
ello, obviamente, no podía haber sido tratado en un taller de tres días
de duración y con temas que inevitablemente se tornaron obsesivos,
como el de las vocales. De allí que, con las limitaciones del caso, i
podemos señalar que el de 1985 es un paso mucho más decisivo en el
esfuerzo por llegar a una verdadera codificación del quechua y del
aimara. En el lapso de los diez años que van desde la formulación del
alfabeto básico general de 1975 a la del panalfabeto de 1985 los
lingüistas peruanos habíamos comenzado, finalmente, a distinguir
entre transcripción y ortografía y, más importantemente, entre des­
cripción y prescripción (entendida ésta como codificación).

2.1 Su empleo. Uno de los compromisos asumidos solemne­


mente en la clausura del Taller fue que, de allí en adelante, todos los
participantes, a título personal o en representación de sus institucio­
nes, se encargarían de llevar a la práctica los acuerdos tomados. Ello
no revestía mayores problemas para quienes no estaban involucrados
en la producción de materiales en lengua indígena (para algunos, en
el terreno individual, apenas significaba el control pasajero de reajus­
tes mínimos). En cambio, la medida resultaba hasta cierto punto
enojosa -y onerosa también- para los programas de educación bilingüe,
que habían invertido una enorme cantidad de energía y de dinero en
la elaboración de textos y de otros materiales de enseñanza en
aplicación del alfabeto de 1975. En tales condiciones, asumir el
compromiso mencionado significaba rehacer todo ese material, adap­
tándolo formalmente al nuevo alfabeto: tal fue, en efecto, lo que se hizo
en Puno y Ayacucho (la medida no afectaba en absoluto al quechua del
Oriente). Pero no solamente implicaba reajustar textos y materiales
de enseñanza; también involucraba desplegar tiempo y energía en el
reentrenamiento de profesores, así como en la reestructuración de
programas curriculares, todo ello tendiente a evitar los traumas
derivados del paso de un sistema ortográfico a otro. Lo que no fue
obstáculo, sin embargo, para llevar adelante las reformas de 1983.

137
C e r r ó n - P a l o m in o

Así, pues, a partir de entonces comenzó a entrar en vigencia el


panalfabeto. Fuera de los programas de educación bilingüe, sin em­
bargo, su empleo no pareció trascender a otras esferas. Contribuía en
parte á ello, sin duda, el hecho de que el nuevo sistema ortográfico no
tuviera un reconocimiento oficial sino hacia fines de 1985. En vista de
ello, muchos seguían escribiendo de acuerdo con los cánones del
alfabeto anterior (Beyersdorff 1986, 1987; Meneses Morales, 1986,
1987; Macutela 1986; Alvarez Quispe 1988, Taipe 1988), caracteriza­
do fundamentalmente por el empleo de las cinco vocales. Pero, afor­
tunadamente, tampoco faltaron espíritus inquietos que, siguiendo de
cerca el debate ortográfico, optaron por aquello que creían más conve­
niente y desapasionado: los alcances del nuevo alfabeto. Ciertamen­
te, tales individuos estaban igualmente vinculados estrechamente al
trabajo de los programas de educación bilingüe, cuando no seguían de
cerca los trabajos de los quechuistas de formación lingüística. Entre
aquéllos mencionaremos los casos de Montoya et al. (1987), Itier
(1987), Meneses Lazón (1988), Cadillo (1987), Vegas (1989), e incluso
Ayala (1986), para el aimara. Los libros de Montoya y Vegas son de
naturaleza antológica y recogen textos de distintas variedades que­
chuas; el trabajo de Itier es el estudio fonológico de un poema quechua
del s. XVI con una actualización del mismo según el alfabeto vigente
(cf. Beyersdorff, 1986, que estudia el mismo poema y lo actualiza según
el alfabeto anterior); el de Meneses es un poemario escrito en la
variedad ayacuchana y el de Cadillo es una excelente aplicación del
alfabeto al quechua ancashino; finalmente, el de Ayala es un poemario
bilingüe castellano-aimara. Como se ve, a excepción de los tres
últimos, el empleo del nuevo alfabeto no parece trascender aún el nivel
de la práctica académica.
, En cuanto a su evaluación, aun cuando el material examinado
i es corto, éste, unido al producido por los programas de educación
bilingüe, en especial por el de Puno, que cuenta con un corpus
escriturario realmente excelente, variado y en muchos casos inaugu­
ral (cf. Cerrón-Palomino 1988), nos permite señalar que si bien se ha
logrado superar uno de los más grandes escollos: el de la fluctuación
vocálica (y también, aunque esto sobre todo en los materiales didácti­
cos mencionados, la escritura de los diptongos y la de los préstamos),
todavía persisten los demás problemas, a saber: el polimorfismo
gramatical y léxico, la escritura de las palabras compuestas y el
empleo de los signos de puntuación. El control efectivo del primero de
ellos depende ciertamente del dialecto involucrado. Así, el ayacucha-
no tiene una morfofonémica mucho más sencilla que la del cuzqueño-
puneño; por consiguiente es de esperar que en este dialecto haya más
problemas que en la escritura de aquél. Los otros dos escollos, por el

138
S obre e l u so d e l a lf a b e to

contrario, afectan por igual a casi todos los textos examinados. Como
se ve, por un lado, el cuerpo normativo del nuevo sistema ortográfico
no contempla el tratamiento de las formas compuestas y, de otro lado,
en relación con el manejo de los signos de puntuación, se requiere ob­
viamente de la formulación de reglas mucho más explícitas.

2.2 Tendencias disruptivas. La práctica incipiente del sistema


ortográfico de 1985 estaba agravada por el hecho de que, conforme se
adelantó, tanto la Academia como el IL V no sólo desconocieron los
acuerdos del Taller sino que, una vez oficializados, se negaron a
reconocerlos como tales. Es más, las mencionadas instituciones
comenzaron a realizar una labor sistemática de sabotaje, en forma
abierta en el caso de la Academia, y veladamente en el otro. Incluso
se llegó a montar en 1988 un Congreso “internacional” de academias
de quechua (esta vez contando ya con cinco filiales regionales en
distintos lugares del país), donde ante la orfandad de criterios para im­
pugnar el nuevo alfabeto, apenas apoyados en extraña alianza por el
IL V y por las filiales de academias cuyos miembros habían sido
designados por la sede cuzqueña de acuerdo previo con la institución
foránea, se llegó a boicotear la participación de los demás delegados y
representantes con el objeto de hacer prevalecer la consabida postura
en pro de las cinco vocales. Paradójicamente, la delegación de la propia
universidad cuzqueña y de las filiales de Puno y Ayacucho rechazaban
públicamente dicha maniobra. Desde entonces a la fecha la academia
cuzqueña ha hecho todo lo posible por conseguirla derogación de la RM
que oficializa el empleo de las tres vocales. El ILV, por su parte, en
claro desacato del dispositivo legal sigue empeñado en la producción
de materiales didácticos y proselitistas al margen de todo esfuerzo
normativo, y peor aún, buscando socavar los acuerdos relativos a la
reforma ortográfica/0
2.2.1 E l caos académico. La práctica escrituraria de los
miembros de la academia, a juzgar por los textos que aparecen en su
órgano oficial Inka Rimay, del cual ha aparecido sólo el primer número
(1985), delata no sólo un desconocimiento galopante de la historia de
la lengua y de la gramática de la misma sino también constituye una
muestra patente del verdadero caos ortográfico en el que andan
sumidos sus escribientes. En efecto, basta una rápida ojeada para per­
catarse que allí cada quien escribe a su manera, y, por cierto, no es que
un escribiente sea consistente con su propia “signografía” -tal el
término empleado a menudo en lugar de alfabeto-: nada más lejos que
esto, pues la regla es que el mismo autor escriba de manera diferente
incluso en un mismo renglón. De manera que los errores-tipo que en­
contramos en relación con el empleo del alfabeto de 1975 aparecen

139
C e r r ó n - P a l o m in o

multiplicados. Asombran, sobre todo, las vacilaciones en la escritura


de las consonantes en final de sílaba así como en la representación de
los diptongos, para no mencionar la total anarquía en el empleo de las
vocales.
Ahora bien, ¿cuál es el sistema ortográfico abogado “oficial­
mente” por dicha entidad? En realidad se trata del alfabeto de 1946,
también aprobado por el III Congreso Indigenista (1954), y, con la
diferencia de una sola grafía, coincidente igualmente con el de 1975.
En efecto, la “signografía” de la Academia (cf. p. 128) parece discrepar
con éste únicamente en el registro de <j> en lugar de <h>, que es
considerada sólo como un diacrítico de las consonantes aspiradas. Sin
embargo, como el asunto no es cuestión de simple inventario, mayores
diferencias surgen cuando nos fijamos en el empleo del alfabeto. En­
tonces se ve que la <j> no solamente reemplaza a la <h> sino que es
usada igualmente para representar, indistintamente, a las consonan­
tes /k/ y /q/ en posición final de sílaba, con la agravante de que ello se
hace de manera incoherente, ya que la <j> alterna en dicho contexto
con <k> y <q> sin “orden ni concierto” (como en el caso de ñujñu
~ñukñu ‘dulce’). Fuera de ello, también la <j> es empleada para
escribir la [h] derivada por desgaste de /k h/ o /q h/en posición intervo­
cálica, como en puju ‘manantial’ o aja ‘chicha’, provenientes depukyu
y aqha respectivamente, y que todavía alternan con las formas que
muestran desgaste. De otro lado, como se sabe, ninguno de los alfabe­
tos contempla la grafía <f> y, sin embargo, los académicos no vacilan
en echar mano de ella para representar la realización de la /p/en final
de sílaba (así en rafra ‘ala’, tafya ‘aciago’, en lugar de rapra y tapya,
respectivamente), aunque a veces se valen también de la <ph> para lo
mismo, violando la distribución de esta consonante, que jamás aparece
en final de sílaba. En fin, el caos ortográfico que reina en los textos de
Inka Rimay apenas es superado por Avendaño (1988), quien, no
obstante invocar el alfabeto de 1975, simplemente demuestra no saber
cómo emplearlo*®.

Para terminar con este punto, resta mencionar que la posición


de intransigencia asumida por la Academia no refleja evidentemente
la de todos los quechuistas cuzqueños, como se pretende hacer creer.
De hecho, uno de sus presidentes hasta por dos períodos, el poeta Ale­
jandro Alencastre (K ilku Warak’a), tenía marcada preferencia por el
empleo de tres vocales, como se puede ver en sus poemarios (cf., por
ejemplo, Alencastre I960?); asimismo, uno de sus miembros de núme­
ro, ahora m arginado completamente, el presbítero M ariano
Atayupanqui,es partidario ardoroso de las tres vocales, aunque, de
otro lado, se haya autoexcluido del debate ortográfico al haber desarro-

140
S o b r e e l u so d e l a l f a b e t o

liado un alfabeto sui géneris, de naturaleza más bien criptográfica (cf.


Ata-Yupanqui 1980)(3). Y a se dijo, también, cómo los profesores de
quechua de la Universidad de San Antonio Abad han optado por el
sistema trivocálico (cf. por ejemplo, Pantigozo y Cáceres 1990). Final­
mente, una muestra patente de que los académicos no parecen haber
entendido un ápice del problema vocálico es el hecho que en el mismo
órgano oficial mencionado aparece el artículo titulado “El uso de las
cinco vocales en los idiomas quechua, aymara i dialectos” del miembro
de número Uriel Montúfar (1985). Como lo decimos en otro lugar (cf.
Cerrón-Palomino 1992), los materiales cuidadosamente seleccionados
por el autor en prueba de su argumentación demuestran, de manera
contundente, que el quechua -no importa qué dialecto- sólo registra
tres vocales funcionales.
2.2.2 La atomización ortográfica. Como se dijo, el IL V y la
Academia fueron las entidades que, no obstante haber empeñado su
palabra en favor de las conclusiones del Taller, se declararon en guerra
contra ellas poco tiempo después. Y cuando, tras larga gestión, se logró
finalmente la promulgación de la RM que las oficializaba, el rechazo
fue mayor. De la comunión de intereses (no sólo coincidente por azar
sino procurada) salían beneficiados ciertamente los académicos de la
lengua, que de “lezenciasnos” -para emplear un término dilecto a
Guamán Poma- adquirían ahora un barniz “científico”. Cuando
posteriormente se crean las sedes regionales en Puno, Ayacucho,
Huancayo, Huaraz y Cajamarca, el IL V coordinará con los cuzqueños
para proveerles de quechuistas “entrenados” y de asesores, pero,
menos mal, solamente allí donde operaban (de este modo Puno y
Ayacucho se les escapaban de las manos).
La alianza tácita le confería al ILV una mayor capacidad de
control de las actividades relacionadas con el empleo del alfabeto
oficial. En efecto, además de seguir asesorando a las diferentes
Direcciones Departamentales de Educación, -muchas de ellas empe­
ñadas en la conducción de programas de alfabetización-, y de conti­
nuar con sus actividades .normales de investigación en distintas zonas
de habla quechua, ahora asumían también la orientacián de algunas
de las sedes regionales de la Academia. De esta manera, en coordina­
ción con las Direcciones Departamentales y las academias regionales,
desplegaría una sistemática campaña contra el alfabeto. Dicha acción
se realizaría, con efectos multiplicadores, a través de los talleres de
“escritura” que se comenzaron a organizar: en todos ellos se preacon-
dicionaba a los participantes.
Así pues, contando con tales medios en su favor, no le fue difícil
a la institución mencionada hacer que su rechazo al alfabeto fuera ca­

141
C e k r ó n « P a l o m in o

nalizado a través de lab dependencias estatales. Mediante sendas


Resoluciones, las Direcciones Departamentales formulaban su propio
alfabeto, sobre la base del oficial ciertamente. Ahora bien, ¿cuál era
la razón fundamental que se aducía para ello? Aunque las resolucio­
nes no la mencionen, sin embargo, a través de documentos de circula­
ción interna (informes), pero también en discusiones públicas sosteni­
das con los miembros de la institución, ella parece ser, según se dice,
•el rechazo de los propios quechuahablantes al empleo de ciertas
lgrafías, que ellos consideran inadecuadas para el dialecto que hablan.
lLa inadecuación es mayor, según ellos, en cuanto más se apartan las
lgrafías de las del castellano, que serían el ideal. Con dicho criterio
[“pedagógico”) comenzaron a cuestionarse tales grafías, y proponerse
atras en su lugar, de acuerdo con la preferencia de los impugnadores
y buscando resolver problemas de manera local, es decir al margen de
toda preocupación por tender hacia una unidad ortográfica. De esta
manera se alentaban soluciones localistas, exacerbando las diferen­
cias dialectales y perdiendo de vista sus similitudes. De otro lado,
¿quiénes eran los quechuistas que se oponían al alfabeto general y
preferían otro que se pareciera al del castellano? Por cierto que no sólo
se trataba de bilingües, prejuiciados ya por toda una formación
estricta en castellano y alienados por un sistema educativo empeñado
en borrar la cultura ancestral; esa gente, además, estaba siendo
entrenada por el ILV!
Como puede advertirse, lo que dicha institución hace en suma
no es sino reforzar los prejuicios del bilingüe, los mismos que se
inscriben dentro de una ideología eminentemente asimilacionista. El
círculo vicioso no podía ser más perfecto: los propios hablantes recha­
zan el alfabeto oficial, pero tales hablantes son entrenados por la
misma institución. Resulta muy clara entonces la opción elegida por
ésta: se trata de elaborar alfabetos para el bilingüe prejuiciado y en
función del castellano, mas no para el quechuahablante y a partir del
quechua. Del mismo modo los académicos dirán que su preocupación
fundamental no es el quechua de los “indígenas” sino el de los
“mestizos” (cf. INID E 1986: 160-180).
Quisiéramos caracterizar ahora, en forma breve, la práctica es­
crituraria alentada por el ILV. Para ello nos basamos en algunos
materiales que pudimos consultar, entre ellos el texto de la Declara­
ción de los Derechos Humanos vertido a seis dialectos quechuas y al
aimara. Las variedades quechuas son las de Arequipa, Ayacucho y
Cajamarca (Q II) y Ancash, Huánuco y Junín (QI). Pues bien, del
examen de los mismos surgen las siguientes constantes: (a) su afán di-
ferenciador; (b) su transcripcionismo; (c) su inconsistencia transcrip-
cionista; y (d) su carencia de normalización.

142
S obre e l uso d e l a lfa b e to

En relación con el primer punto, el IL V se empeña en “distan­


ciar” deliberadamente y al máximo a unos dialectos frente a otros, pro­
porcionándoles distinta fisonomía ortográfica, cuando el sentido común
aconseja que, por lo menos para un mismo segmento y/o para un mismo
grupo dialectal, se opte por una representación uniforme. En prueba
de lo dicho señalamos:
- el empleo de <chr> (Junín) y de <ch’> (Cajamarca) para el fonema
africado retroflejo /c/.
- el uso de <h> (Ayacucho y Cotahuasi) y de <j> (Junín, Huánuco y
Ancash) para la fricativa glotal /h/;
- el empleo de la vocal doblada < w > (Junín) y el de la vocal con diéresis
<v> (Huánuco, Ancash y también el aimara) para la vocal larga.

Además llama la atención el hecho de que se empleen las


vocales medias <e, o> en el ayacuchano y en el aimara, cuando se sabe
que en ningún momento han surgido voces discrepantes que reclama­
ran el uso de dichas grafías en tales hablas (incluyendo las academias
respectivas).
En cuanto a la segunda característica -su transcripcionismo-,
es obvio que lo que el IL V fomenta es reproducir más o menos fielmente
lo que se “dice” y “oye”. Este principio, si bien válido para la
dialectología y los estudios descriptivos en general, no constituye
ninguna pauta escrituraria excluyente en ningún sistema ortográfico
del mundo, no al menos al pie de la letra, como se quiere emplearla en
la escritura del quechua. Su invocación implícita en un contexto de
profunda diversidad dialectal resulta atentatoria contra las aspiracio­
nes más elementales de unificación idiomática por vía escrita. Pero no
sólo se consigue con ello la exacerbación de las diferencias dialectales,
sino también ocurre que en el interior de un mismo dialecto proliferan
los casos de polimorfismo. Así, -cho ~ -cho (en Huánuco), oponiéndose
también al -chow de Ancash; o las formas -pis - -bis, -kuna ~ -guna, etc.
(en Cajamarca).

En relación con su inconsistencia, debemos señalar que, aun


aceptando la multiplicidad de propuestas ortográficas (se afirma con
jactancia que para el área de Huánuco pueden formularse hasta siete
alfabetos distintos!), se advierten incoherencias en el empleo de las
mismas al interior de cada una de ellas. Tal ocurre, por ejemplo:
- en las vacilaciones en el uso de <q> y <j> en el quechua huanuqueño;
- en la escritura de las aspiradas y glotalizadas del cotahuasino (una
misma palabra aparece con y sin aspiración o glotalización);
- en el tratamiento de los diptongos del aimara, donde se encuentran
representaciones aberrantes de <au> y <eu>.

143
C e r r ó n - P a l o m in o

Finalmente, con respecto a cuestiones normativas, lo señalado


en (b) y (c) delata una ausencia total en cuanto a la adopción de normas
que pauten el empleo uniforme de las grafías propuestas, así como de
la escritura de ciertos morfemas. En este último caso, el polimorfismo
es asunto que no parece preocupar a los lingüistas del ILV: ello va
acorde, por lo demás, con su noción estrecha de escritura, que, bien mi­
rada, no es tal sino más bien pura transcripción.

Mención aparte merece la postura de esa institución con res­


pecto a la representación de los préstamos. En los materiales revisa­
dos la escritura de los castellanismos varía no sólo de un dialecto a otro
sino también al interior de una misma variedad. Todo ello como
resultado de la ausencia de una norma, pues la invocada por sus miem­
bros, consistente en escribirlos “libremente” (es decir, según el criterio
de los alfabetizados) no podía desembocar sino en un caos, como era
previsible. Naturalmente que la ortografía preferida sería la de la
lengua-fuente.

Por lo demás, no nos detendremos aquí en la discusión de las


grafías propuestas en reemplazo de las oficiales. Baste con señalar
que los argumentos en los cuales buscan sustentarse han sido rebati­
dos oportunamente por los especialistas peruanos tanto en eventos na­
cionales como internacionales, así como en diferentes publicaciones
(cf. por ejemplo, Cerrón-Palomino 1988b, para una crítica de los ma­
teriales elaborados en quechua huanca).

NUEVAS TENDENCIAS

Una de las aspiraciones implícitas del alfabeto de 1975, así


como la de su nueva versión (1985), es la dé su tendencia hacia una
unidad ortográfica pandialectal. En virtud de ésta se busca represen­
tar unívocamente los fonemas de la lengua con una misma grafía no
importa cuál sea su realización fonética concreta en los diferentes
dialectos. Así, por ejemplo, el fonema/q/ tiene diferentes actualizacio­
nes no sólo interdialectamente sino incluso al interior de una misma
variedad. En efecto, además de su realización normal, lo encontramos
como: (a) una fricativa postvelar [x], (b) como una fricativa uvular
sonora [g], (c) como una aspirada glotal [h], y (d) como una simple
oclusión glotálica [?]. Para todos estos casos el alfabeto general
postula uniformemente la letra <q>. De manera que una palabra como
waqaq ‘el que llora’ se escribe de la misma forma en el Cuzco, en
Ayacucho, Junín, Ancash, Huánuco y Cajamarca. De la misma mane-

144
SOBKE E L USO DEL ALFABETO

ra, aun cuando los diptongos /ay/, /aw/ y /uy/ se pronuncien [e:], [o:] e
[i:], respectivamente, en Huaraz, se los representa uniformemente
como <ay>, <aw> y <uy>, pues las reglas de monoptogación son
automáticamente controlables por los hablantes de dicha variedad.
Gracias a ello, palabras como wayna, ñawpa y tukuy tendrán una
misma representación en todo el territorio quechua. En cambio, de
optarse por una solución más bien fonetista —que es la asumida por los
lingüistas del IL V —, no podría llegarse a esa solución unificadora. Es
precisamente por ello que un mismo fonema como /q/recibe diferentes
grafías, según la zona: <j>, <g>, <h>, además de la propia <q>. La
palabra maqaq ‘golpeador’ se escribiría de distintas maneras: maqaq,
majaj, magag, mahah, o simplemente maa. De igual forma, en la zona
de Huaraz, wayna, ñawpa y tukuy se escribirían <weena>, <noopa> y
<mikii> o <wéna>, <nópa> y <mikí>, según la convención adoptada.
Se ve entonces cómo, con esta segunda alternativa, se tiende hacia la
dispersión ortográfica, creando barreras visuales entre los hablantes
de diferentes dialectos quechuas.

Ahora bien, la opción unificadora ha sido cuestionada por el


IL V achacándosela de querer respaldarse no en la realidad sincrónica
de la lengua sino en una etapa arcaica de la misma. ¿Qué hay de cierto
en ello? Obviamente no es así, puesto que si el criterio fundamental
del alfabeto panquechua fuera el etimológico entonces nada habría im­
pedido que se postulara un inventario único de grafías sin letras
supletorias o ad hoc para los supradialectos reconocidos, que, como se
recordará, suman seis. Aun admitiendo que la formulación de un
alfabeto único no es una idea del todo imposible (a pesar de las
profundas fisuras dialectales de la lengua), es obvio que el alfabeto
panquechua vigente responde a una realidad sincrónica y no histórica
como se pretende. Lo que ocurre es que se parte de una noción muy j
estrecha de los hechos sincrónicos y se asume que los hablantes viven I
como aprisionados dentro de sus propios idiolectos sin posibilidades de l
“reformular” su gramática en forma permanente a través del contacto 1
interétnico. La realidad es sin duda diferente, pues todo hablante 1
desarrolla, a lo largo de su ciclo vital, una competencia comunicativa /
que trasciende el saber lingüístico de campanario. Según esto es fácil
constatar cómo el hablante huaracino sabe que sus vocales [e:, o:]
corresponden a /ay, aw/, respectivamente, en boca de los conchucanos,
y viceversa.

Es precisamente dicha noción de competencia comunicativa


pandialectal la que posibilita una postulación tendiente hacia el logro
de una mayor unificación ortográfica. Así, por ejemplo, si partimos del
hecho de que los ayacuchanos y los cuzqueños se entienden unos a

145
C e k h ó n - P a l o m in o

otros no obstante las diferencias fonológicas y léxicogramaticales que


separan sus respectivas variedades, entonces resulta legítimo pre­
guntarse si no sería posible ensayar una unificación pandialectal de
tipo sureño a través de la escritura. De hecho, en el nivel fonológico,
sólo hay dos isoglosas fundamentales que separan a ambas varieda­
des: (a) el desgaste y la neutralización de las consonantes en posición
final de sílaba, y (b) el registro de las consonantes aspiradas y
glotalizadas. Tales fenómenos separan, en efecto, al cuzqueño del
ayacuchano. Las diferencias léxicogramaticales son mínimas y no
causan mayor problema. Pues bien, en relación con el primer punto
-el desgaste consonántico- creemos que hay razones de orden sincró­
nico que facultan la restitución en el nivel ortográfico de las consonan­
tes oclusivas. Dicha recomposición permite que el cuzqueño se
aproxime ortográficamente al ayacuchano: voces que se pronuncian
[■rafra], [usqhay], [pisqa], [ca^ra], [alqo] y [kinsa] se escribirían, respec­
tivamente <rapra>, <utqhay>, <pichqa>, <chakra>, <allqu> y <kim-
sa>. Lo propio ocurriría con la escritura de ciertos morfemas que
sufrieron un desarrollo idiosincrático: el plural [-cis], el alomorfo
genitivo [-x], el subordinador [-xti], el durativo [-sa] y el alomorfo del
validador [-n] se escribirían -chik, -p, -pti, -chka y -m, respectivamen­
te; es decir, como en el ayacuchano. Nótese, de paso, que la restitución
de la /ch/ en final de sílaba nos ahorra la grafía <sh> incorporada con
la sola finalidad de representar al durativo [-sa]! En relación con la
segunda isoglosa -la existencia de aspiradas y glotalizadas- cabrían
dos posibilidades de solución. La más drástica sería no registrarlas
por escrito, y para ello habría un fundamento de tipo objetivo: si bien
hay un corpus léxico común al cuzqueño-puneño que invariablemente
registra dichas modificaciones, también es cierto que hay una gran
variación en su registro no sólo interdialectalmente, por ejemplo entre
el cuzqueño y el puneño, sino incluso al interior de una misma
variedad (así, en el Cuzco fluctúan allpa ~hallp’a, irqi ~hirqfi, etc.).
Esto naturalmente trae como consecuencia el que no se pueda unificar
la ortografía (a la forma cuzqueña pisqa le correspondería la puneña
phisqa o incluso phishqa). La otra alternativa, menos drástica, sería
representarlas, pero entonces ellas tendrían para los ayacuchanos un
estatuto similar al de las letras ociosas (aunque sólo parcialmente). A
cambio de ello, sin embargo, se evitaría el “trauma” emocional que le
causaría al cuzqueño la sola idea de pasar por alto -en la escritura, se
entiende- sus aspiradas y glotalizadasf En cualquier caso, no está
demás insistir, se trata de unificar la escritura, mas no la pronuncia­
ción, tarea esta última ajena a toda planificación lingüística.
Ahora bien, la decisión asumida por los organismos oficiales,
particularmente por la Dirección General de Educación Bilingüe, de

146
S ob r e e l u s o d e l a l f a b e t o

impulsar la educación bilingüe a zonas cada vez más amplias tropieza,


como es de suponerse, con el problema de la diversidad dialectal. En
efecto, y para referirnos sólo al aspecto formal, dadas las diferencias
de tipo fonológico y léxicogramatical que separan al cuzqueño del aya-
cuchano, por ejemplo, sería imposible, -de manejarse distintos siste­
mas ortográficos-, emplear los mismos materiales de enseñanza. No
habría más remedio que elaborarlos por separado, atendiendo a las
diferentes realidades dialectales, con la consiguiente duplicación de
esfuerzos y de recursos humanos y financieros. Comprendiendo esta
situación, la DIGEBIL, en coordinación con el INIDE, ha decidido
emplear, previo reajuste ortográfico y de contenido, los materiales del
PEB de Puno en todo el trapecio andino. Los reajustes formales, en el
plano de la ortografía, responden precisamente a los planteamientos
formulados previamente: la restitución de las consonantes finales en
el cuzqueño-puneño, y, por ahora, la representación para ambas zonas
dialectales de las aspiradas y glotalizadas(4). De esta manera la
solución a la diversidad tiene un carácter más bien “compositional” o
“mixto”. Según ella, el hablante de quechua ayacuchano tendrá que
familiarizarse con el empleo opcional de las consonantes aspiradas y
glotalizadas, en tanto que el cuzqueño deberá asociar sus consonantes
finales, en la actualidad desgastadas, con normas de pronunciación
más conservadoras. Después de todo, como se dijo, el hablante
bilingüe y alfabetizado sabe que, aunque pronuncia [afto] o [a%toj,
debe escribir apto y acto, respectivamente. Pues bien, es siguiendo
dicho criterio que el Proyecto PERU-BIRF II realizó la adaptación del
primer libro de lectura Kusi, previamente validado por el PEB de
Puno, para ser empleado en los departamentos de Arequipa, Apurí-
mac, Cuzco y eventualmente Moquegua.
Como puede advertirse, un proyecto de unificación ortográfica
semejante supone, entre otras cosas, no sólo la producción de abun­
dante material escrito sino, sobre todo, el entrenamiento sostenido de
los profesores involucrados en él. Sabemos, sin embargo, que éstos no
solamente están corrientemente prejuiciados por sus hábitos escritu­
rarios provenientes del castellano sino que también son propensos a la
simple transcripción (se parte del prejuicio, muy natural, consistente
en creer que el quechua o el aimara simplemente no tienen gramática),
es decir, a escribir la lengua nativa tal como la pronuncian o la
perciben. Como la escritura unificada es ligeramente abstracta, su
manejo requiere de la consulta de textos y manuales de carácter
normativo, como son diccionarios y gramáticas. Los existentes, como
se sabe, son de carácter más bien local antes que pan dialectal (salvo
algunas excepciones, como los de Ancash y Junín, dentro de la serie
publicada por el Ministerio). De allí la necesidad urgente de cubrir

147
C e r r ó n - P a l o m in o

tales vacíos. Es en tal sentido que se orientan algunos esfuerzos como


la reedición (a falta de un diccionario general) del Vocabulario políglo­
ta incaico, bajo la coordinación de la DIGEBIL y gracias al apoyo
financiero de la UNESCO, así como también la publicación de nuestro
Diccionario unificado del quechua sureño, que aparecerá formando
parte de la Colección Biblioteca Peruana. El paso siguiente debería ser
la elaboración de una gramática unificada, válida para el trapecio
andino. De otro lado, tampoco se ha descuidado la capacitación de los
promotores de educación bilingüe, si bien no con la intensidad y el
reforzamiento necesarios. N o es fácil erradicar viejos prejuicios en el
término de algunas sesiones de trabajo ni tampoco es posible entrever
los tipos de problemas con los que se enfrentará el profesor de aula.
Todo ello constituye, como se ve, un reto. Que la unificación escrita es
posible, por encima de la diversidad dialectal, y al menos a nivel
regional, nos lo prueba la experiencia hecha con el quichua ecuatoria­
no, obviamente mucho más fragmentado que el sureño peruano®.

CONCLUSIONES

A lo largo de nuestra exposición se han podido advertir proble­


mas tanto de carácter técnico como táctico en el empleo de los alfabetos
de 1975 y 1985.

Ahora bien, los problemas del primer tipo, que tienen que ver
con el uso correcto del alfabeto y de sus reglas de ortografía, requieren
igualmente de un tratamiento técnico, en el presente caso de un mayor
entrenamiento así como de una práctica escrita más decidida, para
cuyo efecto se hace urgente, en primer término, la preparación de un
verdadero manual de ortografía y redacción, así como a través de la
creación de talleres de escritura.

Los problemas de tipo táctico, por el contrario, responden a


razones de orden político y estratégico. Señalaremos aquí aquellos
que, a nuestro modo de ver, deben ser encarados de modo de lograr una
mayor difusión del alfabeto y su eventual familiarización entre los
quechua-aimarahablantes. En primer lugar debe remarcarse que el
empleo del alfabeto se resiente aún de un carácter eminentemente
académico. En efecto, como se pudo apreciar, fuera de los ámbitos
institucionales (principalmente programas de educación bilingüe), su
uso apenas ha trascendido, a nivel individual, entre algunos pocos
escritores y estudiosos del quechua. Más allá del empleo individual de
escritores y quechuistas, persiste el recurso a los alfabetos tradiciona­

148
So bre e l uso d e l a lf a b e t o

les tanto para el quechua como el aimara. Incluso entre aquéllos los
hay todavía quienes no parecen haberse enterado de la existencia del
nuevo sistema ortográfico. Ello se debe, sin duda alguna, a la poca o
nula campaña que se ha hecho para su difusión. Debemos reconocer,
por ejemplo, el descuido en que incurrimos al no gestionar ante el
CONCYTEC, que viene apoyando la publicación de libros sobre
quechua y aimara, la exigencia consistente en el uso obligatorio del
alfabeto en tales publicaciones. Aunque, de otro lado, medidas de este
tipo pueden ser igualmente negativas por su carácter inhibidor: no
olvidemos que el fetichismo de la letra es natural entre los que tenemos
cultura escrita. Recordemos aquí una anécdota ilustrativa: el P. Lira
prefirió retirar del INC los originales de su libro sobre medicina
andina antes de que su “signografía” quechua fuera reajustada en
términos del alfabeto de 1975, según lo habíamos sugerido (el libro fue
editado luego, como él lo quiso, en el Centro Las Casas; cf. Lira 1985).

Ahora bien, la falta de difusión del alfabeto y de su práctica se


ve agravada, conforme vimos, por la campaña en contra desplegada en
forma orquestada por la Academia y el ILV. Todo ello ante la actitud
vacilante y por momentos pasmosamente tolerante de los organismos
estatales que no asumen una posición firme en hacer cumplir los
dispositivos legales emanados de su propio seno. Paradójicamente, la
resolución de oficialización del alfabeto de 1985 es prácticamente
ignorada por el propio Ministerio de Educación. Es más, el ILV,
organismo asesor, puede darse el lujo de desacatar abiertamente la
medida. Ello es el resultado sin duda de la confluencia de una serie de
factores de orden institucional, político e ideológico. No debe extrañar
en este contexto el hecho de que quienes venimos desarrollando una
campaña en pro del alfabeto hayamos sido acusados de “subversivos” :
hasta dicho extremo ha llegado el apasionamiento en tomo al pseudo-
problema de las vocales.

Con todo, quisiéramos destacar aquí, como una excepción, el


apoyo de la DIGEBIL en favor del alfabeto, en medio de los conflictos
y las contradicciones interinstitucionales explicables. Tenemos en­
tendido que las seis versiones quechuas de los Derechos Humanos pu­
blicadas por el IL V serán reescritas y reeditadas siguiendo los cánones
del alfabeto oficial vigente, gracias a la supervisión de dicha dependen­
cia y a sólo cuatro pisos de los bastiones de la institución foránea men­
cionada. Como se ve, en última instancia la lucha por la defensa,
difusión y aceptación del alfabeto se resuelve en una cuestión de poder.

149
C e r e ó n - P a l o m in o

NOTAS

(1) En los últimos años se ha hecho más patente el contubernio ILV-


Academia: los miembros de ésta, que andaban descaminados como
siempre en materia de su propia lengua, cuentan ahora con el asesora-
miento “científico” de los seguidores de la palabra de Dios. Estos se han
dedicado celosamente a manipular (tal es la palabra exacta) los datos
lingüísticos en función de su postura abiertamente neocolonialista. No
otra cosa es lo que hace Weber (1991), en su reciente alegato de corte a
la vez dogmático y bilioso en el que ataca a quienes hemos adoptado una
postura descolonizadora en materia lingüística. En la ponencia mencio­
nada, que tal vez respondamos en algún momento, el autor se da el lujo
de refutar “científicamente”, previa caricaturización, argumentos (“fala­
cias”, los llama él) atribuidos a quienes hemos optado, a nivel panandino
(Ecuador, Perú y Bolivia), por la unificación ortográfica del quechua. Lo
que el quechuista del ILV nunca llegará a entender (por la estrechez de
sus concepciones lingüísticas) es que una cosa es ser descriptor de una
lengua y otra -muy otra- ser codificador de ella. En el plano descriptivo
hasta podemos estar plenamente de acuerdo con nuestro adversario, y
entonces resultan verdades de perogrullo sus “contrargumentaciones”;
pero en el nivel de política idiomática estaremos siempre en diferentes
orillas. No extraña, pues, que en este punto Weber se guíe de un eximio
representante del descriptivismo exotista, “descubridor” de lenguas
“salvajes”. Naturalmente, con lenguas “sin historia” uno podría identi­
ficar los planos del análisis descriptivo con el del normativo. Lo que
Weber quiere tapar con un dedo es que el quechua no es una lengua “sin
historia” (de hecho, ninguna lengua lo es). Para dar una muestra: si­
guiendo los argumentos de Weber, el castellano peruano tendría dos
fonemas más: la /sJ y la /J/, puesto que tales segmentos ocurren en
palabras como /ankaS/ y /fujimori/!
Ahora bien, dice Weber que la posición asumida por él es puramente
personal y no institucional. Sin embargo, como a todos consta, la
práctica ejercida por el quechuista mencionado es coherente con la del
ILV no sólo en el país sino en todo el mundo. Por todas partes
escuchamos siempre la misma queja: que el ILV, lejos de unir, pulveri­
za. Resulta, pues, curioso advertir que justamente allí donde la institu­
ción ha dejado de operar la ansiada unificación ortográfica viene siendo
una realidad: los casos de Ecuador y Bolivia son demostraciones
patentes de ello. De donde resulta claro el afán bloqueador de la
mencionada institución en el país, ayudada por los felipillos y yanaconas
de siempre. Como en toda agrupación hay, sin embargo, voces disiden­
tes. En este sentido no tenemos ningún empacho en reconocer pública­
mente la adhesión tácita de Nancy Black (1990) a nuestra práctica
escrituraria: su texto constituye una muestra limpia y elegante del em­
pleo del alfabeto oficial. Tal parece ser que ella es la única persona que
ha entendido que la labor del ILV en el Ministerio de Educación, según
el convenio establecido, es la de respaldar las acciones tomadas por dicho

150
SOBBE EL USO DEL ALFABETO

organismo y no la de socavarlas. Después de todo, seamos los peruanos


quienes decidamos sobre lo nuestro y no los extranjeros.
(2) Señalemos, de paso, que este autor, que se permite criticar a todo el
mundo (llegando incluso a negar campantemente la existencia de una
lingüista quechua!), entre ellos a sus paisanos de la academia, simple­
mente demuestra no saber cómo emplear el alfabeto que propone (al
margen de las aberraciones implícitas del mismo), pues no de otro modo
nos explicamos representaciones del tipo ñuqch'u, Uiqlla, chuqcha,
musqhiy, etc., porfiukch'u, lliklla, chukchay muskhiy, respectiva­
mente, donde se empica <q>en lugar de <k>; o de chank'ay, k'allu, etc.,
en vez de ch'amqay y qallu, respectivamente, en las que ocurre lo
contrario (se emplea <k> en lugar de <q>; o, en fin, de ch'ach'ay,
ch'oqch'oy, thoq'ay-thok'ay, etc., por ch’achay, ch'uqchuy y thu-
qay, respectivamente, en los que se viola la regla según la cual el
quechua aimarizado (cuzqueño-boliviano) no puede llevar sino una la-
ringalizada (es decir, aspirada o glotalizada) por raíz. Como se ve, los
académicos del Cuzco resultan siendo mucho más coherentes y “siste­
máticos” que las celebridades de aldea. Sobra decir que tales demostra­
ciones, lejos de hacerle un bien al quechua cuzqueño y sus cultores, le
ocasionan un enorme daño.
(3) Véase, ahora, Atayupanqui Chamorro (1991). Es de lamentar que el
autor no haya prestado oídos a nuestra sugerencia consistente en editar
el vocabulario en dos versiones ortográficas: la suya y la del alfabeto
oficial. De esta manera habría matado dos pájaros de un solo tiro. Con
todo, quisiéramos rescatar del texto mencionado el gesto espontáneo de
escribir tres vocales únicamente, hecho que resulta muy significativo
desde el momento en que su autor es alguien a quien no se le puede negar
su condición de auténtico quechuahablante cuzqueño.
(4) La restitución de las consonantes en posición implosiva es ya un hecho
en el quechua boliviano, afín al cuzqueño-puneño, gracias a la acción
normalizadora emprendida por los quechuistas del Proyecto de Educa­
ción Intercultural Bilingüe y de la Comisión Episcopal de Educación,
según lo prueban los materiales producidos hasta la fecha. Ver, por
ejemplo, el boletín Willana, de la segunda de las instituciones men­
cionadas, que habitualmente trae discusiones sobre el tema redactadas
en quechua.
(5) La experiencia ecuatoriana es, en efecto, única en el mundo andino.
Gracias al esfuerzo de los quichuistas, respaldados por las organi­
zaciones indígenas de base agrupadas en la CONAIE, el empleo de un
sistema ortográfico único para todas las variedades quichuas, tanto
serranas como selváticas, es una realidad. Las fisuras internas que
afectan al quechua ecuatoriano en todos los niveles (fonológico, gramati­
cal y léxico), y que, como se dijo, son mayores que las que alteran al
sureño en su conjunto, no han sido obstáculo cuando de por medio está
la ansiada unidad del pueblo quichuahablante. Curiosamente, hace
mucho tiempo que el ILV dejó de operar en el vecino país norteño.

151
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155
( ------ >1
Q il l q a y k u n a m a n t a *

Ñawpapachamanta qhichwa parlaqkunaqa -waq anti-simikuna parlaq


hinallataq- mana qillqakunata riqsirqankuchu. Paykunaqa parlaspallakawsa-
kuq kanku. W akin llaqtakunaqa siq'ikunata apaykachaq kanku, wakinkuna-
taq awaykunapi imaymana w araw ata, parlaykunata ruwaq kanku.

Inkap pachanpipas khipu ñisqata apaykachaq kanku. Wakinqa “chay


qhichwapqillqan” ñispa ñinku; wakintaq “mana, chay khipukunaqa manaqun-
qanallapaq, yuyarinallapaq” ñinku.

Hinamanta qhichwa parlaqkunaqa mana qillqayta t’ikarichinkuchu.


Hinamanta qhichwapi qillqaqkunaqa kastilla simi pari aqkuna, kastilla simipi
qillqayta yachaqkunalla.

Chaywanpis qhichwa parlaqkunaqa 8.000.000 (pusaq hunu) kaspa, may


imaymanata llaqtamanta llaqta, suyumanta suyu, kitimanta kiti rimanku.
Chayraykutaqmari, qhichwa qillqaykunaqa imaymana rikhurin.

Nawpaqta Ispañakuna qhichwataqa kastilla simiman rikch’achispa qill-


qaq kanku. Chaymantaiskay simi parlaqkunaqa kunan pachakunakama kas­
tilla simi qhawa-rispalla qhichwataqa qillqanku. Wakinkunataq umankuman-
ta may imaymana qillqata hurqhuspa qillqallankutaq.

Hina, qhichwa qillqaykunaqa imaymana. Chaytaqmari mana allinchu.


Tukuypas huk ñiy qillqayllata apaykachananchik.; Hinamanta kay Bolivia
llaqtapi, 1984 watamantaña H U K K’ATA Q ILLQA ñisqata apaykachachkan-
chik. Chay K’A T A Q ILLQ AK U N ATA apaykachanapaqtaqmari wakin qillqa
k’askaykuna ñisqata wakichinanchik, chaytataq yachaqananchik. Chaykuna-
manta ñawpaq W ILLA N A K U N A P I ña rimanchikña. Yuyarinapaq: achkha-
manta parlanapaq -chik ñisqata qillqananchik. Hinallataq -chka ñisqata
qillqananchik rimaykuna chay kikin pachapi ruwakunanpaq. Ama imaymana­
ta: ruwa-sa-ni, ruwa-sha-ni ñispa qillqanapaq.

Tukuy kaykunata qhawarispa kay p’unchaykuna E cu ad o r llaqtapi;


tapunakuchkanku qhichwa simita huk K’ATANIQLLATA qillqanapaq. Chay
willayta kayqhipa laphipi rikuchinchik, qan kikiyki ñawirinaykípaq; chay ha-
wataq allin yuyayman chayananchikpaq.

* Tomado de W illa na, Boldin mensual publicado por el Proyecto de Educación Inter-
cultural Bilingüe de la Comisión Episcopal de Educación PEIB-CEE, Año 2, Nro. 6,
: Junio 1991, pág. 2, La Paz, Bolivia. Nos hornos permitido algunas pequeñas modifica­
ciones en la transcripción alfabética: por ejemplo, reemplazar la j del texto boliviano
por la h, a fin de alcanzar mejor el cometido de la normalización de la escritura.

V - •-• - ■■■■ : _________________________________________________J

156
PROBLEMAS DE LA CODIFICACION
DEL QUECHUA EN SU CONDICION
DE LENGUA DOMINADA*

Eva Gugenberger
Universidad de Viena

La presente exposición tiene como objetivo plantear algunos de


los logros y problemas en el planeamiento lingüístico del quechua en
el Perú, lo cual se está llevando a cabo con mayor énfasis en las últimas
décadas. Se esbozarán los intentos de codificación del quechua desde
la Colonia, comentando especialmente los acontecimientos en tomo a
la oficialización del quechua en los años 70, hecho que hasta ahora no
tiene otro ejemplo en toda América Latina. Se presentarán algunos
problemas elegidos en el proceso de estandarización y las posturas de

* Este trabajo fue expuesto en el I Seminario Internacional sobre Planificación


Lingüística, Santiago de Compostela, 25-28 Setiembre 1991. Aparecerá también
en las Actas de dicho evento fNota del editor]

157
G ugenbergeh

diferentes instituciones envueltas en la reivindicación de las lenguas


vernáculas frente a estos problemas que desencadenaron debates
candentes que van más allá de la discusión lingüística.

1. Antecedentes
En primer lugar me parece indispensable insistir en el carácter
multiglósico de la sociedad peruana que se caracteriza por la relación
jerárquica entre el castellano, lengua impuesta por los españoles, y las
lenguas vernáculas que se encuentran en posición de dominación, que
viene a ser el resultado de un proceso histórico marcado por la
colonización. En la jerarquización de las lenguas se manifiesta una
política neocolonialista que sirve para mantener las relaciones de
poder entre los grupos criollos y la población indígena. La política
lingüística estatal en el Perú juega un papel importante en la destruc­
ción de identidades culturales, fomentando el desplazamiento lingüís­
tico hacia el castellano.

Las siguientes cifras muestran con claridad el proceso de sus­


titución: Según datos censales, a nivel nacional, en el año 1940 hubo
un 48.7% de monolingües en castellano y un 31.1% de monolingües en
quechua. En 1981 el primer porcentaje había subido a un 73.6% y el
segundo había descendido a un 7.6%, mientras que el porcentaje de los
bilingües se mantuvo relativamente estable (de 15.6% en 1940 a 14.2%
en 1981). Cabe mencionar que la cifra de vernáculo-hablantes varía
mucho según la región, alcanzando entre un 80 - 90% en la sierra sur
andina, que incluye los departamentos de Huancavelica, Ayacucho,
Apurímac, Cuzco y Puno y que es denominada despectivamente
“mancha india”. Un estudio de caso realizado en Arequipa, ciudad que
cuenta con uno de los más fuertes flujos migratorios de las zonas
andinas en el Perú, revela que, de un total de 387 personas el 67.4%
de la generación de padres (que son migrantes en el 86% y el resto hijos
de migrantes) son bilingües quechua-castellano, el 7.0% no hablan
pero comprenden el quechua, el 15.3% son castellano-monolingües y
el 6.3% son aimaristas. De los hijos mayores de 13 años, el 27.3% son
bilingües , el 13.6% comprenden el quechua y el 48.5% son monolin­
gües de habla castellana. De los hijos menores de 14 años, sólo el 2.3%
son bilingües, el 7.3% comprenden quechua y el 81.9% son monolin­
gües de castellano. Esto significa que ya no hay comunicación posible
entre esta última generación y sus abuelos que, en su mayoría, sólo
hablan quechua (Gugenberger 1990:185). Estas cifras muestran, por
un lado, la importancia y vigencia de la cuestión lingüística peruana,
Í y, por otro lado, la urgencia de un planeamiento cuidadoso que frene
el rápido desplazamiento y que vele por la normalización del quechua.

158
P r o b l e m a s d e l a c o d if ic a c ió n d e l q u e c h u a

Debido al carácter del quechua de lengua vernácula mayorita-


ria, hablada aproximadamente por cinco millones de peruanos (según
estimaciones del M inisterio de Educación; cf. Zúñiga 1987a: 133) y por
8.5 millones de personas en total en los países andinos (Cerrón-
Palomino 1987a: 76), me referiré principalmente a los intentos de
codificar y unificar el quechua. No obstante es importante señalar que
el panorama lingüístico abarca más de 60 lenguas y sus correspon­
dientes etnias que están en situaciones similares o aún más precarias
que el quechua.
Aunque la demarcación de las fronteras entre las diferentes
culturas no son claras, Ortiz y Ossio propusieron una división a
grandes rasgos en tres horizontes socio-culturales que se identifican
como el andino, el amazónico y el criollo (López et al. 1984: 23).
Lingüísticamente, el primero engloba a aquellas poblaciones cuyas
lenguas son el quechua y el aimara; el segundo incorpora las familias
lingüísticas de la Amazonia Peruana, que constituyen un 13% de la
población total de esa región; y el tercero corresponde a los sectores
costeños de habla castellana. Sin hacerle caso al carácter pluricultural
del Perú, estos últimos tienden a visualizar al país como una realidad
socio-cultural homogénea.
A l plantearse el debate acerca de la codificación del quechua,
conviene reflexionar sobre la cuestión de la oralidad versus la litera­
lidad en sociedades eminentemente ágrafas que disponen de una
producción literaria oral muy rica que constituye un valor caracterís­
tico de sus manifestaciones culturales. En el concepto euro-centrista
la literatura oral se considera simplemente como una literatura sin
escritura. La ausencia de un sistema escriturario se ve como una
deficiencia, sin reconocer la riqueza de sus recursos estilísticos pro­
pios. Si bien es cierto que no se debe menospreciar la producción
literaria oral y sus valores intrínsecos, también hay que destacar la
necesidad de la escritura para cualquier lengua que quiera cumplir
funciones socio-políticas en la sociedad actual y no sólo mantener la
herencia de los antepasados. Como bien señala Cerrón-Palomino
(1983: 51),
“la lengua escrita, manifestada no sólo en la poesía sino
también en el ensayo científico-filosófico e incluso perio­
dístico, posibilita, además de la intelectualización de la
lengua en tanto estructura contenida en sí misma, una
mayor y más compleja capacidad acumulativa y enri-
quecedora de la cultura, en la medida en que supera los
límites de la “memoria como biblioteca”y de los mecanis­
mos restringidos de la transmisión cultural generacio­
nal.”

159
G ugenberger

La escritura, requisito del castellano, siempre sirvió y sirve


todavía hoy en día para justificar la superioridad de la cultura
occidental. La existencia o ausencia de una escritura es un factor
importante en la valoración de una lengua. En el mundo andino “no
saber leer y escribir equivale a no tener ojos o estar con los ojos
cerrados”, anota Montoya (1990: 92). En quechua se hace referencia
a los analfabetos como personas “mana ñawiyuq - sin ojos”. Según el
diccionario de Cusihuamán, “ñawiyuq - el que tiene ojos” es el letrado,
instruido, y “qhaway” significa mirar y leer al mismo tiempo. El
desarrollo de la escritura, instrumento hasta ahora monopolizado por
los grupos de poder, constituye un paso importante hacia la normali­
zación del quechua, vista como parte de la lucha por las reivindicacio­
nes socio-económicas, políticas y culturales de la población andina.

2. Los intentos de codificación


El quechua ya se expandió por grandes áreas del mundo andino
antes del Incanato. Fue declarado idioma oficial del Imperio Incaico
en el que sirvió como “lingua franca” en la administración de todo el
territorio, así que por primera vez se dio una unificación del mundo
andino a través de la lengua. Durante la Colonia, la política hacia las
lenguas y culturas vernáculas propugnó su conservación como tales,
pero “bajo el control de la sociedad dominante”(1). Los misioneros, al
plantearse el problema idiomático en la evangelización de las pobla­
ciones indígenas, en un primer momento se decidieron a favor del
empleo de las lenguas vencidas, y entre ellas mayormente del que­
chua, como instrumento de indoctrination de la fe cristiana, de
manera que el quechua fue expandido, en plena colonia ya, en regiones
de otras variedades lingüísticas que fueron desplazadas. En la “Doc­
trina Christiana”, aprobada por el Tercer Concilio Limense (1582 -
1583), se recomendó el uso de un alfabeto único para escribir las
diferentes variantes (Zúñiga 1987b:470). Lamentablemente este pri­
mer intento de unificar el quechua a nivel escrito no tuvo éxito. Se creó
una cátedra de quechua en la Universidad de San Marcos, fundada en
1579, donde los misioneros fueron instruidos en esta lengua. La
nobleza indígena fue formada en colegios especiales en Lima y Cuzco
en quechua y en castellano, convirtiéndose así en agentes de acultu-
ración e intermediarios de la administración colonial (Cerrón-Palomi­
no 1987b: 29). Pero con el fracaso de la rebelión de Túpac Amaru en
1780, se liquidó la nobleza incaica y se prohibió el quechua para
quebrar la conciencia de unidad de todos los quechuas que empezó a
formarse en los rebeldes refugiados (Zubritski 1979: 116).

160
P r o b l e m a s d e l a c o d if ic a c ió n d e l q u e c h u a

En la República, se pretendió asimilar a las poblaciones indí­


genas a fin de formar una sola nación. La política asimilacionista
ignoró la presencia de las múltiples etnias fomentando la castellani-
zacdón. Hasta las primeras décadas del presente siglo no hubo
esfuerzos por encauzar el caos en la práctica ortográfica diversificada
que se manifiesta en los diccionarios y otros documentos históricos.
Cada quién escribía como le parecía, tratando de reproducir los
sonidos escuchados, en algunos casos ajenos al castellano, lo que llevó
a confusiones hasta en obras de un mismo autorC2).

Recién en el año 1931, la Dirección de Educación Indígena del


Ministerio de Instrucción nombró una “Comisión encargada de formu­
lar el alfabeto de las lenguas indígenas del Perú”, cuyo resultado fue
la elaboración de un alfabeto fonético que no tuvo trascendencia
ninguna en la realidad (Cerrón-Palomino 1989: 81). La primera vez
que se consiguió la oficialización de un alfabeto quechua en el Perú, fue
en 1946, en el cual a diferencia del alfabeto de 1931, sólo se tomó en
cuenta la variedad cuzqueña (ibidem: 81). Uno de los alfabetos más
difundidos de este siglo es el del padre Lira (1941), que se caracteriza
por su simplificación en comparación a propuestas anteriores. A
partir del Tercer Congreso Indigenista Interamericano, realizado en
La Paz en 1954, se impuso, en base al Alfabeto Fonético Internacional,
el empleo de las grafías <k, w> en vez de <c, hu>, la <h> para presentar
las consonantes aspiradas (<ph, th, kh, qh, chh>) y el apostrofe para
las glotalizadas, siendo estas últimas una característica de las varian­
tes sur-peruanas y bolivianas. Pero ninguno de los alfabetos mencio­
nados se impuso realmente en la práctica escrituraria, quedando
siempre como una propuesta meramente académica (ibidem: 82). Esto
se explica por la actitud contradictoria del Estado que, de un lado,
pretende dictar normas supuestamente igualitarias para los pueblos
indígenas, y de otro lado, los explota y exige su asimilación e integra­
ción a la sociedad nacional, lo que se manifiesta en la política lingüís­
tica durante todo el siglo 20. En el “Informe del Plan Nacional de
Integración de la Población Aborigen” del Ministerio de Trabajo y
Asuntos Indígenas (1964) se afirma la siguiente posición:
“Tenemos la cultura y la sociedad nacionales y la cultura y
sociedad indígena: ésta se muevñ hacia la primera, en movi­
miento de aculturación o transculturacián, fenómeno que
llamamos cholización. En esta dicotomía está la raíz del
llamado problema indígena y a la canalización, orientación
y racionalización del proceso de cholización, los llamamos
integración nacional.” (citado por Pozzi-Escot 1988: 41).

161
G ugem berger

Los años 70 marcaron un hito importante en la política frente


a los indígenas. Se replantea el problema del indigenismo criticando
la forma de integración que lleva a la destrucción étnica. Se postula
una verdadera pluralidad cultural que no pone en peligro la existencia
de un estado nacional. Las culturas indígenas deben gozar de cierta
autonomía en su relación con la cultura nacional para mantenerse
como tales sin perder su identidad, así lo propone la Declaración de
Barbados de 1971 (ibidem: 42). En el Perú, bajo el gobierno militar
reformista del general Velasco Alvarado, se anunció un “Programa Re­
volucionario Antiimperialista” que contenía, entre otras, una amplia
reforma educativa. Por primera vez se reconoció al Perú como país
multilingüe y pluricultural y en mayo de 1975 se declaró el quechua
lengua oficial del Perú junto al castellano. Además se autorizó el uso
de las lenguas vernáculas como instrumento de educación a partir del
año 1976 en todos los niveles escolares.
Poco después, se aprobó el “Alfabeto Básico General del Que­
chua” que había sido elaborado por una comisión integrada por dife­
rentes especialistas y entre ellos por primera vez lingüistas (Cerrón-
Palomino 1989: 83). Este alfabeto, que se basa en criterios de índole
fonológica y práctica (3), contiene 21 grafías utilizables en todas las
variedades. Adicionalmente se incluye grafías particulares para cinco
de las seis variantes suprarregionales definidas (Cuzco-Collao, Aya-
cucho-Chanca, Junín-Huanca, Ancash-Huailas, Cajamarca-Cañaris,
San Martín). Según las necesidades, cada hablante puede recurrir a
las grafías correspondientes a su variedad particular. El alfabeto de
1975 constituyó un intento de normativizar las grafías, estableciendo
un marco que da cierta libertad a las diversas variantes, pero sin
pretender la unificación de la lengua a nivel oral, es decir, sin proponer
una norma referential general, unpanquechua. Se redactaron gramá­
ticas y diccionarios para las seis grandes variedades mencionadas.

El nuevo alfabeto, que en realidad no difiere mucho de las


anteriores propuestas, se aplicó en algunos programas de educación
bilingüe en marcha y otros materiales de algunas instituciones priva­
das, como en la producción de textos, fundamentalmente religiosos,
del Instituto Lingüístico de Verano. Paralelamente siguió la práctica
escrituraria arbitraria y desordenada de escritores y quechuistas
tradicionales, lo que Cerrón-Palomino demuestra muy bien en una
evaluación de diferentes producciones en quechua qué siguen siendo
escasas hasta hoy día (Cerrón-Palomino 1989). En la práctica se
manifestó la contradicción entre los dispositivos legales y la realidad.
Todavía en los años 70, como consecuencia de un cambio de gobierno,
quedaron desbaratadas las reformas antes de ponerlas realmente en

162
P r o b l e m a s d e l a c o d if ic a c ió n d e l q u e c h u a

marcha. En la Constitución Política del año 1979, se estableció


nuevamente la jerarquizarión de las lenguas. En el Artículo 83 se
define:
“E l castellano es el idioma oficial de la República.
También son de uso oficial el quechua y el aimara en las
zonas y en la forma que la ley establece. Las demás
lenguas aborígenes integran asimismo el patrimonio
cultural de la Nación.”

En ningún otro artículo de la Constitución se define las zonas


de “uso oficial” para el quechua y el aimara. La anulación de la oficia-1
lización del quechua significó un paso atrás en cuanto a la revaloriza-1
ción de las culturas y lenguas indígenas. '

En el período gubernamental de 1980 -1985 de Belaúnde Terry 1


se acentuó el desinterés del Estado concibiendo las lenguas vemácu- I
las como un simple puente a la castellanización en el sector educativo. |
No obstante, gracias a los esfuerzos de varios lingüistas comprometi­
dos en la causa de las lenguas vernáculas, persistió la preocupación
por la codificación del quechua y por la implementation de una
educación bilingüe e intercultural en el país. A fin de evaluar el
alfabeto oficial las Universidades Nacional Mayor de San Marcos y
San Cristóbal de Huamanga convocaron al “Primer Taller de Escritu­
ra en Quechua y Aimara”, que se realizó en 1983, con la participación
de diversas entidades estatales, universidades e instituciones como la
Academia de la Lengua Quechua del Cuzco y el Instituto Lingüístico
de Verano, entre otras. De los puntos tratados, el más polémico fue el
referente al número de vocales que debía incluir el alfabeto, debate que
hasta ahora desencadena ardientes discusiones entre los represen­
tantes de diferentes instituciones. En dicho taller se acordó el empleo
de tres en vez de cinco vocales, única modificación con respecto al
alfabeto oficial de 1975. Dos años después, en 1985, se logró el reco­
nocimiento legal del alfabeto aprobado en el taller con la emisión de
una resolución ministerial que oficializó el llamado “Panalfabeto Que­
chua”.

Los programas experimentales de educación bilingüe en Puno


y Ayacucho cambiaron su material didáctico de acuerdo con las modi­
ficaciones, destacando el de Puno, un proyecto auspiciado por un
organismo de Alemania, por el alto tiraje de sus publicaciones. La
Academia de la Lengua Quechua, en cambio, no aceptó el nuevo
alfabeto puesto en vigor y siguió aplicando las cinco vocales en la
escritura. Su insistencia oposicional se refleja en el lanzamiento de

163
G ugenbergeh

una ley regional para la región Inca (que incluye los departamentos de
Cuzco, Apurímac y Madre de Dios), en febrero de 1991, en la cual se
declaró el quechua “idioma oficial de dicha región, siendo obligatoria
su enseñanza, junto con el castellano, en todos los centros educativos
desde el nivel inicial hasta el superior”, en base al alfabeto que incluye
cinco vocales (“El Comercio” del 24/2/91). Hasta este momento no se
puede comentar nada acerca de la implementación de esta ley. Dema­
siadas veces en la historia peruana se ha demostrado que la legalidad
y la realidad son dos cosas muy distintas.

Un paso urgente por dar en la codificación del quechua es la ela­


boración de un diccionario panquechua que intente proponer una
norma referential y una gramática unificada, utilizando el Panalfabe-
to Quechua. Es en tal sentido que se orientan algunos esfuerzos como
el “Diccionario Unificado: Quechua Sureño” de Cerrón-Palomino, que
está por aparecer (Cerrón-Palomino 1989:118). También la Academia
de la Lengua Quechua, según afirmación de sus propios representan­
tes, está desarrollando un diccionario, cuya fecha de publicación es
todavía incierta, dado el ritmo de su producción escrita (de su órgano
oficial “Inka Rimay” sólo han aparecido dos números desde el año 1959
hasta ahora). Según la tendencia regionalista de la Academia cuzque­
ña no se puede esperar una contribución a una solución suprarregional
encaminada a la unificación de todas las variantes quechuas, pero sí
podría ser una labor valiosa en cuanto a los rescates de palabras en
desuso.

3. Algunos problemas elegidos en el proceso de estan­


darización
3.1. La selección de una norma referencial

Como se señaló anteriormente, una de las variantes quechuas


(“chinchay”) sirvió como “lingua franca” en el Imperio Incaico. El
proceso de unificación lingüística se interrumpió con la llegada de los
españoles y las variedades locales recuperaron terreno e importancia.
Debido a su condición de lengua dominada durante varios siglos y sus
consecuencias, como la falta de una tradición escrita y la sustitución
por el castellano como lengua de comunicación interregional, el que­
chua ha sufrido una alta fragmentación dialectal haciendo difícil la in-
tercomprensión entre hablantes de variantes distantes. A grandes
rasgos, se puede hablar de dos bloques dentro de la familia lingüísti­
ca quechua (Torero 1972). El primer bloque (Q I) comprende los
departamentos de la sierra central (Ancash, Huánuco, Lima, Pasco y
Junín), al segundo bloque (Q II) corresponden todas la otras variantes,

164
P roblem as d e l a c o d if ic a c ió n d e l q u e c h u a

desde el sur de Colombia hasta el norte del Perú y a partir de Huan­


cavelica hasta el norte de Argentina y Chile. Las variedades sureñas
muestran una relativa homogeneidad y no causan mayores problemas
de inteligibilidad. Referente al argumento de la imposibilidad de
comprensión entre un hablante de QI y otro de QII, utilizado con
frecuencia, hay que señalar que mucho depende de la voluntad de los
dos quechua-hablantes de tratar de entenderse en su lengua, en vez de
recurrir al castellano.
Los lingüistas peruanos participantes en el Taller de 1983 asu-1
mieron una postura que tiende hacia una unidad ortográfica pandia-1
lectal. Así, por ejemplo, propusieron la grafía <q> para el fonema /q/1
que tiene diferentes realizaciones, no sólo según la variedad geográfi­
ca, sino incluso dentro de una misma variante según su posición: [q],
[x], Eg], [h], I?] (Cerrón-Palomino 1989:110). En cuanto a los diptongos
/ay/, /aw/ y /uy/, que se pronuncian [e:], [o:] e [i:], respectivamente, en
Ancash, propusieron las grafías <ay>, <aw> y <uy> para todas las
variantes regionales. Todas estas propuestas fueron incluidas en el
Panalfabeto Quechua de 1985. El quechua sureño (de Cuzco, Puno y
Bolivia) se caracteriza por la existencia de las consonantes aspiradas
y glotalizadas chh, ch’, kh, k’, ph, p’, qh, q’, th, t’, fenómeno que
constituye una de las pocas diferencias importantes entre el cuzqueño
y el ayacuchano C4). Respecto a este problema, Cerrón-Palomino
propone la solución “mixta” para incluir el ayacuchano en el quechua
sureño. Según ésta, los ayacuchanos deberían escribir las consonan­
tes aspiradas y glotalizadas aunque no las pronuncien, mientras que
los cuzqueños deberían asociar sus consonantes finales, en la actuali­
dad desgastadas, con las normas de pronunciación más conservado­
ras, o sea como en el ayacuchano. Por ejemplo, los alomorfos [-fis],
[-q], [-xti], [-n] y [-sa] se escribirían <-chik>, <-p>, <-pti>, <-m> y
<-chka>, respectivamente (ibidem: 112).<5)

Las posiciones regionalistas y tendencias atomizantes promul­


gadas por la Academia de la Lengua Quechua y el ILV, dificultan aún
más el problema de la selección de una norma referencial. Es
importante subrayar que, aparte del aspecto puramente lingüístico, es
una cuestión sumamente política. En muchos idiomas con larga
tradición escrituraria se impuso la variante hablada por los grupos
dominantes como norma referencial (así por ejemplo el francés en
Francia). Pero en el caso del quechua, este criterio no se puede (ni se
debe) aplicar, porque ningún grupo quechua-hablante domina sobre
otro políticamente, más bien el quechua en general es la expresión de
una cultura oprimida por los grupos dominantes castellano-hablan­
tes. Sin embargo, los académicos cuzqueños, remontándose al Imperio

165
G u g en b eh g eh

Incaico cuya capital fue el Cuzco, reclaman la imposición de su


variedad como norma. Es más: El quechua propugnado y denominado
por ellos “qhapaq simi” - lengua de poder, difiere del quechua hablado
en las comunidades campesinas. El primero “se acerca más al caste­
llano, adopta cinco vocales, crea términos nuevos, recurre a construc­
ciones sintácticas más complejas y se pretende ‘culto”’ (Godenzzi 1987:
19). En realidad, es un sociolecto de un grupo de mestizos que se siente
descendiente de los Incas y que considera las otras variedades como
inferiores e incultas. La Academia expresa que “el quechua imperial
del Cuzco conserva el más genuino runa simi”, que “el quechua
imperial posee un apreciable número de elementos lexicales, morfoló­
gicos y sintácticos que demuestran que es una lengua más evoluciona­
da” y, por tanto, se siente llamada a “velar por la pureza de la lengua
y su expansión idiomática” (citado por Godenzzi 1991). Manya,
miembro de la Academia cuzqueña, expresa que “los estudiosos dedi­
caron su atención a la investigación de las variedades dialectales, re­
conociendo el carácter de lengua estándar del quechua cusqueño y
dieron ciertos privilegios, revalorando la importancia, el prestigio y su
valor” (Manya 1990).
Conviene preguntarse si esta propuesta “imperialista” sería la
más adecuada para una norma referential del quechua que sea parte
de la lucha contra la opresión lingüística por una sociedad pluralista
y democrática que respete la cultura de cada grupo étnico en el país.
Me parece superfluo destacar aquí que lingüísticamente no hay un
idioma superior a otro, pero lo que sí hay son, visto desde un ángulo so-
ciolingüístico, jerarquías socio-políticas que implican la valoración o
estigmatización de ciertas lenguas, y lo mismo es válido para las
variantes geográficas de un solo idioma. En este sentido, la imposición
del quechua cuzqueño como norma significaría la continuación de la
situación diglósica, en este caso dentro de la misma comunidad
lingüística.

3.2. Los préstamos del castellano en el léxico quechua

Al plantearse el problema de los préstamos del castellano en el


quechua, hay que ponerse dos preguntas: En primer lugar, si se acepta
la incorporación o no de préstamos, y, en segundo lugar, de qué manera
se incorporan los préstamos. -1-

Referente al primer punto, hay que señalar que, durante varios


siglos de opresión lingüística, se dio una gran permisividad a présta­
mos del castellano, sobre todo, pero no exclusivamente, para concep­

166
P ro blem as de l a c o d if ic a c ió n d e l q u e c h u a

tos que no existían en el mundo quechua. Y a forman parte del lenguaje


común, en otras palabras, como lo expresa Albó (1987:455), “es que así
habla la gente”. No obstante, desde un punto de vista purista que vele
por la defensa y la normalización del quechua, lo que se debe defender
tiene que ser lo propio, lo auténtico, de manera que se debería optar por
otras alternativas. Estas son el rescate de palabras de uso restringido
o en desuso, y la acuñación de términos nuevos en base a los recursos
propios del quechua. En caso que se decida por el préstamo, la gama
de alternativas va desde la integración de la palabra castellana tal
como es hasta la refonologización total de acuerdo a las características
fonético-fonológicas del quechua.

La solución para este problema no es fácil, como ilustra Albó en


una anécdota, cuando pidió a seis colegas, todos metidos en la proble­
mática de la escritura, de apuntar el préstamo “democracia” y crear un
neologismo para dicho término. Las soluciones que recibió fueron:
democracia, timucracia, demokrasya, dimukrasya, timukrasya, y ti-
mukarasya. A l proponer neologismos dos opinaron que era intradu­
cibie, y los otros formaron frases que significaban: todos juntos,
levantémonos todos unidos, vivir bien, el poder de la gente (Albó 1987:
463).

Para el tratamiento de los préstamos, en el Alfabeto Básico


General de 1975 se optó por la siguiente solución:
“Las palabras tomadas del español y que no hayan sido
asimiladas completamente al quechua deberán escri­
birse de la manera usual en español, v. gr.: Perú,
revolución, huelga, etc. Las principales consonantes
consideradas para los préstamos del español son: (b),
(d), (g), entre las oclusivas; (f), (j), entre las fricativas y
(rr) entre las vibrantes.” (Resolución Ministerial N a
4023-75-ED)

En el Panalfabeto de 1985 se nota una tendencia más quechui­


zante:
“Se acordó aceptar préstamos lingüísticos en el quechua
y el aimara sólo en los casos en que no existan equivalen­
cias del término prestado en ninguna de las variedades
de las lenguas en cuestión, y se hayan agotado las
posibilidades de rescate y creación de acuerdo a las
normas internas de las lenguas. En todo caso, los
préstamos deberían ser escritos según las normas de la
ortografía nativa, tomando en cuenta el uso oral que

167
G ugenuerger

hacen de estos vocablos los monolingües quechua y


aimara hablantes en las diversas regiones. Los nombres
propios de personas e instituciones que aparezcan escri­
tos en textos en quechua y aimara deberán seguir estas
mismas normas.” (Resolución Ministerial N e 1218-85-
ED)

3.3. E l sistema vocálico del quechua

Todos los lingüistas están de acuerdo en que el quechua origi­


nalmente tiene tres fonemas vocálicos: /a/, /i/y /uJ. En las variedades
regionales, en las que existen los fonemas postvelares /q/, /qh/ y /q’/, se
abren las vocales altas en contacto con éstos, de manera que se acercan
a los sonidos [e] y [o]; en términos lingüísticos, las realizaciones [e] - [i]
(respectivamente [o] - [u]) no representan dos fonemas distintos, sino
variantes combinatorias de un solo fonema. Esta fluctuación vocáli­
ca propia del quechua implica que es prácticamente imposible estable­
cer reglas fijas para su escritura. Además, crea la dificultad en
monolingües quechua-hablantes y bilingües incipientes de percibir la
diferencia entre las vocales altas y medias, y, por tanto, de no confun­
dirlas en castellano, fenómeno que forma parte de la llamada motosi-
dad í6). Es frecuente escuchar tingo en vez de tengo, misa en vez de
mesa, e hipercorrecciones como Lema en vez de Lim a o Pono en vez de
Puno, lo que lleva una gran carga de estigma.

Durante muchos siglos, los estudiosos de la lengua quechua,


generalmente de habla castellana, escribieron los sonidos tal como los
escucharon. Esta práctica descriptivista tuvo como consecuencia, que
en muchos textos apareciera la misma palabra escrita de diferentes
formas. Particularmente se constata una gran inconsistencia respec­
to al empleo de “e, i” y “o, u” que persiste hasta la actualidad como lo
demuestran los siguientes ejemplos:
1 • muestra tomada de un libro de enseñanza (7):
hamuy - venir hamuq - el que viene
sayarichiy - construir sayarichiq - el que construye
hanpiy - curar hanpiq/hanpeq - el que cura,
curandero
michiy - pastorear micheq - el que pastorea,
pastor
yachachiy - enseñar yachacheq - el que enseña,
maestro

168
P ro blem as d e l a c o d if ic a c ió n d e l q u e c h u a

2 • muestra tomada de un texto redactado por un miembro de


la Academia de la Lengua Quechua <8):
qhelli - sucio, pero qhelle - sucio, en la página siguiente.

A l comparar los dos textos, se puede observar que en el primero


se escribe qoyllur - estrella, mientras en el segundo aparece qoyllor.
El alfabeto de 1975 contiene cinco vocales, según el modelo
castellano, pero en base a experiencias educativas con niños quechua-
hablantes, en el Taller de 1983 se hizo una revisión, llegando a la
modificación ya mencionada (3 en lugar de 5 vocales). Como el
problema de las vocales es el más discutido en todos los encuentros de
especialistas en quechua, conviene tomarlo como ejemplo para diseñar
las posturas de los tres grupos más importantes involucrados en el
asunto:

3.3.1. L a Academ ia de la Lengu a Quechua

Los miembros de la Academia, que tiene su central en Cuzco,


se oponen con fervor al empleo de sólo tres vocales en la escritura. En
defensa de la propuesta para la grafización, que ellos mismos denomi­
nan “Alfabeto Fonético Quechua”, exponen los siguientes criterios,
que se citarán resumidamente:
I o Por el hecho de que en los antiguos diccionarios se utilizaron
cinco vocales, se debería seguir con esta tradición lingüística. Pero es
extraño que los académicos no apliquen el mismo criterio en cuanto a
las diferentes formas de escribir las series velares y postvelares en los
mismos diccionarios. En este punto aceptaron la solución <k> y <q>
con sus complementos aspirados y glotalizados.

2o Opinan que “la escritura debe ser fiel expresión de la pronun­


ciación, esto es, un símbolo para cada fonema (Villasante 1987: 575 -
576)”. En esta afirmación hay una confusión entre el plano fonético y
el fonológico. En la primera parte de la cita defienden el criterio
fonético que no se cumple totalmente en ningún sistema escriturario
del mundo y que no sirve de criterio para una grafía unificada que
abarque todas las variantes dialectales. La reclamación de “un
símbolo para cada fonema” corresponde justamente a la opción trivo-
cálica, es decir, por presentar todas las realizaciones de /i/ y /u/, sean
estas [i], [I] o [e] y [u], [U] u [o], respectivamente, por las mismas
grafías <i> y <u>.

3o Los pares mínimos que, según los académicos, demuestran


la importancia funcional de las vocales en cuestión, son erróneos: los

169
G ugenberger

pares qero : kiru (vaso de madera : diente), qella : killa (ocioso : luna),
teqte : tikti (chicha blanca : verruga), etc. se diferencian en primer
lugar por la oposición q : k (oclusiva postvelar : velar). Las otras pala­
bras citadas por ellos, en las que o y e no aparecen en contexto post­
velar, son préstamos o están influenciadas por la lengua dominante.

4o Otro de sus argumentos es que “el alfabeto con las cinco


vocales facilita el aprendizaje fácil y rápido de la lecto-escritura del
idioma nativo, que es igual o semejante a la del castellano” (ibidem
576). Según su opinión, facilita a los quechua-hablantes y extranjeros
el aprendizaje del quechua. Esta postura sólo favorece la transición al
castellano en la que el quechua sirve solamente como puente. Pero si
se vota por la revaloración del quechua, se tiene que defender su inde­
pendencia del castellano, respetando las características intrínsecas de
la lengua vernácula. En este sentido, la postura de la Academia co­
rresponde a una ideología asimilacionista en favor de la lengua y
cultura dominantes. Es lógico que los mestizos bilingües, por influen­
cia del castellano, ya hayan adoptado un claro sistema de cinco
vocales, pero no se trata de crear un alfabeto para ellos (o incluso para
los extranjeros!), sino se trata de desarrollar un alfabeto que sea sen­
cillo y manejable fácilmente para los principales usuarios de la lengua.

3.3.2. E l Instituto Lingüístico de Verano (IL V )


El método que los lingüistas-misioneros estadounidenses uti­
lizan para elaborar diccionarios y gramáticas, cuyo objetivo final es la
traducción de la biblia, es el descriptivismo de corte norteamericano.
Los diccionarios y gramáticas no están destinados a los quechua-ha-
blantes, sino al Ministerio de Educación y lingüistas del mundo inte­
resados que puedan servirse de sus trabajos para comparar las
lenguas, igual que los ornitólogos comparan pájaros de diferentes
continentes <9).

Según el procedimiento del ILV, se contrata a informantes in­


dígenas (que muchas veces devienen en los primeros convertidos pro­
testantes de la comunidad), con cuya ayuda se estudia la forma de la
variante regional para llenarla con contenido religioso alienante. En
sus computadoras traducen los textos a otros dialectos porque “hay
que tomar en cuenta la opinión de la gente, a veces no quieren utilizar
el material de otra zona” <9). Hay que subrayar claramente que esta
actitud tal vez pueda ser un buen método para llegar a la gente con su
misión evangelizadora, pero contribuye a la atomización lingüística y
va en contra de la unificación del quechua. Al exacerbar los rasgos di-
ferenciadores sin tomar en cuenta las necesidades de los pueblos invo­

170
P roblemas de la co d ific a c ió n d el quechua

lucrados, fomentan el divisionismo que fortalece a las clases dominan­


tes.
En vista de lo dicho, se evidencia ya la postura del IL V frente
a la cuestión vocálica. A su afán descriptivista se suma su actitud opor­
tunista, tratando de mantener las mejores relaciones con la Academia,
en cuyas sucursales en varias zonas del país intentan abrirse el
camino para ganar más influencia y, por tanto, votan por las cinco
vocales.

3.3.3. Lingüistas y otros especialistas de diversas universidades


y entidades de in vestigación (l0)

Este grupo de especialistas comprometidos que han dado los


impulsos más importantes en el planeamiento lingüístico de las
lenguas vernáculas, asumen la defensa del sistema trivocálico. Su
posición, que se manifiesta en numerosos textos, ponencias y debates
en diversos eventos, será presentada brevemente.

Los informes evaluativos de la aplicación de la educación bilin­


güe en Puno demuestran que, “en los primeros tres grados de prima-
riá, la confusión vocálica (e-i, o-u) es menor en las escuelas del Proyecto
que en las “tradicionales”. Ellos sostienen que, al enseñar a leer en su
lengua a los niños quechuas con cinco vocales, se subestima su
inteligencia, porque muy rápido descubren que la “e” y la “o” solamente
aparecen en el contacto con la “q” e inconscientemente abren la “i” y la
“u” en este contexto. Subrayan la importancia de marcar fronteras
claras entre las lenguas, porque, “si se hace depender una de otra, el
niño no sabrá luego delimitar qué cosas pertenecen a una lengua y
cuáles a la otra (IN ID E 1987: 13)”. Para evitar confusiones y letras
inútiles, se basan en el principio fonológico que “parte de una visión
desde adentro de la lengua, ya que considera sólo lo que es palpable y
significativo para el mismo hablante”.
Hacen recordar que:
“con un alfabeto que recurra sólo a tres vocales, los textos
que con él se publiquen, podrían ser utilizados también
en aquellas zonas, en las que, por no existir la distinción
q/k, aparecen sólo los sonidos a, i, u. Este es el caso del
quechua central, del napeñoy del quechua ecuatoriano.
De esta manera se estaría además contribuyendo a la
normalización del quechua a nivel nacional e interna­
cional y, por ende, se estaría coadyuvando hacia la
integración de la población quechua hablante peruano-
ecuatoriano-boliviana”.

171
G ugenberger

El último grupo presentado pone la cuestión lingüística en un


contexto político y social, lo que me parece muy importante, porque el
tratamiento de la lengua en abstracto, sin tomar en cuenta a los
hablantes, pero no en sentido chomskiano, sino en su condición de
seres sociales y políticos, carece de los aspectos importantes e indis­
pensables en la planificación lingüística, que necesariamente tiene
carácter prescriptivista y no descriptivista; más aún cuando se trata
de una lengua amenazada de extinción, lo que exige actuar rápida­
mente. A l plantearse un panalfabeto, se da un paso decisivo hacia una
posible estandarización del quechua a nivel escrito, de manera que
sirva como vehículo de comunicación suprarregional. La “unificación
escrita en la diversidad lingüística” es la primera meta de los lingüis­
tas peruanos. En un segundo paso, a través de su difusión a todos los
niveles de la sociedad, como en la educación, en los medios de comu­
nicación y las oficinas estatales, se dará al quechua sus posibilidades
de creatividad y desarrollo, factor tan importante para su normaliza­
ción.
La escritura en su lengua puede contribuir a que los quechua-
hablantes auto-estimen su propio idioma y cuestionen la situación
diglósica en el país. Un pueblo que, gracias a los textos escritos en su
propia lengua, conserva y respeta su historia y sus tradiciones,
mantendrá su propia identidad y resistirá mejor la alienación y asimi­
lación a la cultura dominante.

Pero sabemos que es ilusorio esperar que sólo a través de un


alfabeto único cambien las relaciones socio-lingüísticas en favor de los
sectores no privilegiados. Debido a que la situación actual viene a ser
el resultado de un largo período de opresión ejercida por una sociedad
discriminadora, la reivindicación lingüística tiene que ir emparenta­
da con la lucha de los pueblos oprimidos por su liberación y su
autogestión, por un cambio de las estructuras de poder existentes en
el país. Por tanto, si se habla seriamente de la revaloración del
quechua, los grupos realmente comprometidos en la causa no deberían
enredarse en discusiones inútiles, con prejuicios o rivalidades regiona-
listas, porque tal actitud sólo favorece a los que quieren eliminar el
quechua. El futuro mostrará cuál de las corrientes tendrá éxito, ya que
en última instancia depende de la aceptación y la conciencia idiomá­
tica de los propios quechua-hablantes, en cuyas manos estará final­
mente el desarrollo y la divulgación de su lengua. De todas maneras
es muy cierta la opinión expresada por Albó (1987: 459) que, “seguir
produciendo material escrito en cualquier alfabeto, es mejor que
discutir eternamente sobre este tema, tan propicio a polémicas emo­
tivas, sin producir nada escrito”.

172
PROBLEMAS DE LA CODIFICACION DEL QUECHUA

NO TAS

(1) Esta actitud es llamada “indigenismo colonial” por Marzal. Véase


Pozzi-Escot 1988: 41.
(2) Por ejemplo, en el diccionario de González Holguín (1608), cada
fonema de las series de las oclusivas velares y postvelares es
transcrita de 3 ó 4 formas diferentes, presentadas en la siguiente
tabla (en paréntesis están las grafías que se utilizan hoy día):
k, c, qu (k) cc, c, k, qqu (q)
cc, qqu (kh) cc, c, k, qqu (qh)
cc, k, qqu (k’) c, k, qqu (q’)
(véase en el apéndice lingüístico de Montoya et al. 1987)
Otro ejemplo ilustrativo de la inconsistencia en la práctica escri­
turaria son las 83 formas distintas que se han encontrado para
escribir el nombre del idioma quechua, entre las cuales se dan
kkechuwa, qheswa, cjeswa, cqueshua, etc. (Zúñiga 1987: 470).
(3) “El criterio práctico apunta a la utilización de grafías que se
encuentren en el teclado de las máquinas de escribir usuales y a
las posibilidades gráficas de las imprentas existentes en el país”.
CBoletín Informativo, Vol. 8, 1976, de la Universidad Nac. San
Marcos, sobre el Alfabeto Básico General del Quechua: p. 19)
(4) En el quechua sureño las aspiradas y glotalizadas son fonemas,
lo que demuestran los siguientes pares mínimos: kanka (asado):
khanka (mugriento, sucio) : k’anka (gallo)
tanta (colecta): thanta (viejo, usado): t’anta (pan) (más ejemplos
en: Cerrón-Palomino 1987a: 118)

(5) Ejemplos:
plural: en vez de ñuqanchis se escribiría ñuqanchik (nosotros)
genitivo: en vez de warmiykiq wasin se escribiría warmiykip
wasin (la casa de tu mujer)
subordinador condicional y validador: en vez de manaparaqtin se
escribiría mana paraptim
durativo: en vez de mikhushani (o mihushani) se escribiría mi-
kuchkani (yo como)

(6) Para el concepto de motosidad véase Cerrón-Palomino (1988:56):


“Con el nombre de motosidad o motoseo se conoce en el Perú todo
tipo de influencia -directa o indirecta- que ejercen tanto el
quechua como el aimara en el castellano de quienes tienen en
aquellas su primera lengua.”

173
G ugenbergeh

(7) El libro está editado por el Instituto de Pastoral Andina: Runasimi


Qosqo Qollaw. Cuzco, 1989.
(8) Manya: “El profeta de los Andes”. El texto fue repartido en un
curso de quechua, realizado en Cuzco en febrero de 1990.
(9) Opinión expresada por un miembro del ILV en una entrevista
personal.
(10) Las siguientes citas son, si no se especifica de otra manera,
tomadas de: “Aportes del Proyecto de Educación Bilingüe - Puno
a la discusión en torno al alfabeto quechua”. Este documento, que
refleja la opinión común de dicho grupo de especialistas, fue
elaborado por Jung y López en febrero de 1987 como reacción a las
conclusiones tomadas en el Primer Congreso de la Lengua Que­
chua y Lengua Aimara, organizado por la Academia de la Lengua
Quechua en Cuzco (del 13 al 15 de febrero de 1987).

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177
LA NORMALIZACION DE LA ENSEÑANZA
DEL QUECHUA*

Gerald Taylor
CNRS, París

La normalización del quechua con fines pedagógicos, es decir,


el establecimiento de un quechua estándar, implica una serie de fac­
tores. Primero, que exista en los tres países andinos donde los que-
chuahablantes constituyen una minoría importante, una voluntad
oficial de aplicar proyectos educativos propuestos varias veces en el
pasado y generalmente abandonados en seguida; que se hayan reali­
zado investigaciones previas sobre la situación lingüística real de las
áreas definidas como quechuahablantes y que se haya descubierto una
situación diferente de la que predomina en otras comunidades donde

* Este trabajo fue presentado al taller sobre Norm alización del lenguaje
pedagógico p ara la lenguas andinas, realizado en Santa Cruz de la Sierra,
Bolivia del 23 al 27 de octubre de 1989 [Nota del editor].

179
T aylo r

el modelo de alfabetización escogido se limita al habla de un grupo


determinado. Implica en fin que el conjunto quechua no esté consti­
tuido sólo de grupos aislados que hablan dialectos afines pero que
carecen de vínculos de solidaridad cultural fuertemente establecidos.
Implica además que haya una voluntad por parte de los quechuaha-
blantes de aceptar el principio de un sistema de alfabetización que
corresponde a un idioma “normalizado” que, en muchos aspectos, les
parecerá “ajeno” aunque no sea el de las clases política y económica­
mente dominantes.

En lo tocante a los quechuahablantes del sur andino, tal vez sea


posible adquirir una cohesión popular para tal normalización ya que
existe cierta homogeneidad en su léxico y su morfología de base,
aunque menos quizá en la fonética. Además, las tradiciones históricas
locales mantienen vivos el prestigio del idioma nativo y el mito de su
origen cuzqueño y de su unidad fundamental. Si las comunidades del
sur perciben la utilidad de la codificación de los aspectos comunes de
su cultura ya no interpretada como un conjunto de variantes que ca­
racterizan la identidad local sino como un factor de identidad andina,
entonces este hecho podría constituir un aporte cultural importante
para todos. Las culturas andinas tendrían finalmente la posibilidad
de expresarse y hacerse conocer no sólo por la voz de intelectuales
hispanohablantes o parcialmente quechuahablantes de la escuela
“indigenista”, sino podrían comunicar lo “diverso” y lo “profundo” de su
propio mundo para una comunidad nacional o supranacional que se
enriquecería en el proceso. Pero no me parece que la normalización
concebida como la imposición de una norma culta fabricada en labora­
torios intelectuales esencialmente citadinos constituya una medida
que favorezca el desarrollo y la expansión de una cultura que podría
llamarse “andina”. En otras ocasiones se ha planteado conceptos como
la necesidad de “intelectualizar el idioma” que me parecen ideológica­
mente peligrosos y recuerdan el discurso misionero de los siglos XVI
y XVII. ¿Acaso las lenguas andinas no tendrían su propio carácter in­
telectual? Yo pienso que es necesario abordar la situación de las
lenguas andinas en su realidad específica. Hasta en el sur, los que­
chuahablantes siguen siendo quechuahablantes porque pertenecen a
las clases discriminadas. Dar a estas clases la posibilidad de expresar
su realidad por lo escrito me parece admirable. Lo esencial es que los
que se encargan de coordinar esta tarea se identifiquen con las clases
oprimidas que hablan dichos idiomas y que sean capaces de orientar­
las en su deseo de expresarse.
Así el primer paso no es tanto la búsqueda de equivalentes para
expresar en el idioma “normalizado” conceptos gramaticales que, tal

180
La n orm alización de la en s e ñ a n za del quechua

vez, no se apliquen a las lenguas andinas ni inventar neologismos para


designar tecnologías modernas que afectan poco las comunidades
andinas y para las cuales la mayoría de las lenguas europeas
-inclusive el castellano- no han sido capaces de inventar términos
propios. Lo más importante es -me parece- realizar investigaciones
sobre la cultura andina y el léxico específico que le corresponde y ver
hasta qué punto es posible codificar este léxico para que sea incorpo­
rado en un cursus escolar. Tales investigaciones no han sido realiza­
das -o, al menos, no han sido publicadas- y parecen interesar muy poco
a los alfabetizadores de los cuales muchos parecen considerar que la
finalidad pedagógica de la normalización lingüística es la reproduc­
ción en un lenguaje nativo de los códigos de la sociedad nacional
dominante.
Desde un punto de vista práctico, limitándonos al campo del
quechua sur-andino, es posible establecer normas lingüísticas para el
léxico y la grafía -reflejo de la fonología- si excluimos la región
ayacuchana. Al mismo tiempo, la incorporación del dialecto ayacucha­
no permitiría resolver problemas que afectan la normalización en la
zona más homogénea cuzqueña, puneña y boliviana. He podido obser­
var las vacilaciones en la transcripción de las variantes fricativas de
las oclusivas en fin de la sílaba por parte de los alumnos sureños en el
curso de postgrado de Puno. Bajo la influencia del ayacuchano,
criterios etimológicos -la restitución de */p/, por ejemplo, en formas
como */upyaptin/ - podrían solucionar al menos parcialmente este
problema. Sin embargo, la normalización del quechua sur andino -si
incluyera el ayacuchano- normalmente no podría imponer la trans­
cripción de las oclusivas glotalizadas y aspiradas ya que muchos
desconfían hasta del origen quechua de este fenómeno. Pero un
criterio etimológico afecta también la transcripción del ayacuchano: la
distinción gráfica de */q/ y de */h/ ambas pronunciadas como fricativa
velar en el conjunto dialectal. Entonces, tal vez, la representación
puramente gráfica de las glotalizadas y las aspiradas pueda ser útil
para distinguir homófonos como pacha (<pacha>) “tiempo, espacio” de
pacha (<p’acha>) “ropa” y, por cierto, no sería más insólita que la dis­
tinción entre <s> y <z> en el castellano americano.

La aplicación de este proceso de normalización ala zona andina


al norte del Mantaro, donde predominan dialectos del tipo Quechua I
muy fragmentados y con limitadas posibilidades de intercomprensión,
es más problemática. Los criterios etimológicos ayudan poco ya que
las investigaciones de tales dialectos son escasas y poco profundas.
Además, lo poco que se ha publicado revela divergencias irreductibles
puesto que reconstrucciones que eliminan todo lo identificable con

181
T aylo r

formas reales de estas hablas podrían difícilmente transformarse en


normas aplicables a la pedagogía: no serían reconocibles para los
hablantes locales y su capacidad de expresar la realidad cultural sería
sumamente limitada. Es necesario tomar en consideración que, hasta
ahora, no se ha realizado la creación de una lengua nacional -de
comunicación cultural y económica o vínculo de cohesión política- a
partir de la eliminación de diferencias dialectales: En Indonesia se
escogió el malayo, lingua franca de comercio y de contacto interétnico,
como lengua nacional. Posteriormente fue transformado por el aporte
de las grandes lenguas literarias -el javanés y el sundanés- y por las
hablas locales; las palabras cultas ya existentes en el lenguaje litera­
rio, religioso o administrativo colonial han sido incorporadas a partir
del sánscrito, del árabe o del holandés y, últimamente, del inglés. El
hebreo, lengua de prestigio como símbolo de la identidad religiosa de
los judíos, dejó de ser lengua viva durante unos 1700 años. En el siglo
XIX, los corrientes nacionalistas impulsaron su resurgimiento como
lengua hablada, pero fue sobre todo la necesidad de comunicarse entre
inmigrantes de diferentes orígenes que lo transformó en lengua
auténticamente “viva” -es decir, instrumento capaz de expresar todos
los matices de la cultura popular01. El irlandés, no obstante todo el
elevado espíritu nacionalista que lo vinculó con la independencia de
Irlanda, nunca llegó a ser una lengua nacional efectiva, tal vez porque
el anglo-irlandés ya desempeñaba ese papel y el irlandés hablado ex­
clusivamente por las clases más desfavorecidas no consiguió recupe- ^
rar su identificación anterior con la nación y su cultura; ningún
estándar se estableció y una grafía conservadora -no obstante tímidas
reformas- dificulta su aprendizaje hasta por lingüistas profesiona­
les®.
Aparte de las experiencias didácticas asociadas con formas
locales del quechua y la necesaria promoción de las culturas oprimidas
identificadas con el habla local -tarea fundamental me parece-, consi­
dero que la enseñanza obligatoria de una forma unificada del quechua
es deseable no sólo para los quechuahablantes sino también para los
hispanohablantes andinos. Para realizar ese objetivo, ¿no sería tal vez
conveniente resucitar la “lengua general” que, aparentemente, fue
utilizada con más o menos éxito durante los primeros siglos de la época
colonial?<3} Tiene la ventaja de ser una forma del quechua que, aunque
haya sido desarrollada sobre la base de un modelo dialectal preciso,
hoy día no se identifica específicamente con una variante regional
particular. Su léxico es abundante y automáticamente “quechua”, su
sintaxis elegante y compleja, ampliamente descrita en las Artes de los
primeros gramáticos coloniales y está atestiguada por una literatura
abundante. Además, aunque no se identifica con ningún dialecto

182
La n o rm a liza ció n de la en s e ñ a n za del quechua

preciso contemporáneo, por el papel que desempeñó en la evangeliza­


ción y la expansión colonial, ha influido sobre todos desde el Ecuador
hasta Santiago del Estero en Argentina. Es posible que el dialecto
moderno probablemente el más accesible a los no quechuahablantes,
el ayacuchano, sea un descendiente directo de la “lengua general”. Me
parece que la reintroducción de la “lengua general” es la única manera
práctica de establecer un modelo unificado para la enseñanza del
quechua en las escuelas de las tres repúblicas.

Este deseo de ver una forma específica del quechua promovida


como lengua de gran difusión no excluye otra obligación fundamental:
la de permitir a los quechuahablantes de las diferentes regiones alfa­
betizarse -al menos en los primeros años de sus estudios- según
normas lingüísticas que corresponden realmente con las hablas de las
diversas comunidades. Para realizar eso, es necesario fomentar inves­
tigaciones e implementar la formación de maestros que, al adquirir
una técnica lingüística y pedagógica de nivel adecuado, sean capaces
de adaptarlas a la realidad cultural de las comunidades que alfabeti­
zan.

N otas

(1) Prof. Jaime RABIN: Breve historia de la lengua hebrea, Jerusa-


lén (s.f.)

(2) Micheál ó SIADHAIL: Learning Irish, New Haven y Londres


1988

(3) Me refiero a la variante codificada por el Tercer Concilio de Lima.


No sería difícil aplicar las reglas gráficas establecidas para el al­
fabeto quechua unificado en vez de conservar la grafía de la época.
Eso permitiría distinguir entre */s/ y */sh/ y, tal vez, no sería
demasiado establecer una distinción entre */ch/y */cJ aunque no
se manifiesta en los textos escritos en “lengua general”. Y, en fin,
hasta la indicación de glotalizadas y de aspiradas si hay suficien­
te coherencia en los diversos dialectos que manejan esta distin­
ción. Para la mayoría, constituirían sólo normas gráficas y no
crearían más confusión que la grafía etimológica del castellano y
mucho menos que la del inglés o del francés. Sólo deseo sugerir
que, en el caso de */& se abandone la grafía desafortunada de <tr>
que, aunque goza del favor de algunos lingüistas, inspira poco
entusiasmo en las comunidades nativas.

183
T r a d ic io n e s d e H u a r o c h ir i *

Runa yndio ñispaq machunkuna ñawpa pacha qillqakta yacanman kar-


qan, chayqa hinantin kawsasqankunapas manam kanankamapas chinkaykuq
hinachu kanman.
Imanam viracochappas sinchi kasqanpas kanankama rikurin, hinataq-
mi kanman.
Chayhinakaptinpas kanankama mana qillqasqakaptinpas kaypim cura-
ni kay huk yayayuq guaroch eri ñispaq machunkunap kawsasqanta, ima ffee-
niyuqSá karqan, imahinaf kanankamapas kawsan, chay chaykunakta.

Si en los tiempos antiguos, los antepasados de los hombres llamados


indios hubieran conocido la escritura, entonces todas sus tradiciones no se
habrían ido perdiendo, como ha ocurrido hasta ahora.
Más bien se habrían conservado como se conservan las tradiciones y ([el
recuerdo de]) la valentía
antigua de los
huiracochas que aun hoy son visibles.:
Pero como es así, y hasta ahora no se las ha puesto por escrito, voy a relatar
aquilas tradiciones de los antiguos hombres de Huarochiri, todos protegidos por
el mismo padre, la fe que observan y las costumbres que siguen hasta nuestros
días.

* Tornado do GeraldTaylor. Ritos y tradiciones, de Iíu jirocK irí,M an u scrito quííchua


de com ienzos del siglo X V II, Instituto de Estudios Peruanos / Instituto Francés de
Estudios Andinos, Lima, 1987, pp. 40-41. El texto escrito en quechua es la interpreta­
ción fonológica de Gerald Taylor.

V y
' : : ~ — .. .. " . ■■
Yayayku / P a d r e N u e s tro *

Versión o rig in a l (1584):

Yayayku, hanacpachacunapicac Sutijquimuchascachun Capac caynijqui


ñocaycuman hamuchun. Munaynijqui, rurasca cachun: ymanan hanacpachapi
hinataccay, pachapipas. Punchaunincuna tantaycucta, cuna coaycu. Huchay-
cuctari pampachapuaycu.ymanam ñocaycupas, ñocaycuman huchallicuccunac-
ta, pampachaycu hina. Amatac cacharihuaycuchu huatecayman urmancaycu-
pac. Yallinrac, mana allimanta quispichihuaycu. Amen Iesus.

Versión norm alizada (1992):

Yayayku, hanaq pachakunapi kaq, sutiyki much’asqa kachun, qhapaq


kayniyki ñuqaykuman hamuchun, munayniyki rurasqa kachun, imanam hanaq
pachapi hinataq kay pachapipas. Punchawninkuna t’antaykutakunan quway-
ku, huchaykutari pampachapuwayku, imanam ñuqaykupas ñuqaykuman hu-
challikuqkunata pampachayku hina. Amataq kachariwaykuchu wat’iqayman
urmanaykupaq. Yallinraq mana allimanta qispichiwayku. Amen, Hisus.

* Tomado de la D o ctrin a C h ristia n a y catecism o p a ra in stru cción de los indios


[...] con u n co n fessio n ario [1584] 1985, Tercer Concilio Limense, ed. facsimilar,
Madrid: CSIC. Primero aparece la versión original; a continuación, la versión norma­
lizada, hecha por César Itier.

V __________________ _______________________________________ ■ ■ •" J

185
LA ESTANDARIZACION DEL QUECHUA:
ALGUNOS PROBLEMAS Y SUGERENCIAS *

W olfga n g W ólck (U
Universidad Estatal de Nueva York en Buffalo

1. E s ta n d a riz a c ió n d e la le n g u a

1.1. Fundamentos

El querer estandarizar una lengua no escrita es, con frecuen­


cia, algo que se da por sentado y las razones para ello son rara vez
cuestionadas. No es del todo obvio, sin embargo, que la elaboración de
una norma estándar sea deseable para todas las lenguas.

* Este trabajo fue expuesto en T h e In te rn ation al Sym posium on L a n g u a g e S ta n d a rd i­


zation (H a m b u rg » 2-3 Febrero 1991) y publicado en U tta von Gleich y Ekkehard WollT
(editores), S tan d arization o f N a tio n a l L a n gu a ge s, Unesco Institute for Education, U I E
Reports 5, Ham hurgo 1991, pp.43-54. Ahora presentam os dicho trabajo en un a versión
castellana realizada por nosotros ¡N ota del editor!.

187
W O LCK

El quechua ha sobrevivido al colonialismo, la represión y la do­


minación del castellano por casi medio milenio, aunque es evidente
que el creciente contacto y bilingüismo con la lengua colonial ha
reducido el monolingüismo quechua y, de este modo, ha acelerado los
cambios y pérdidas lingüísticas, según la fórmula cronológica:

Mqu -H> Bqu>ca •—» Bqu=ca —» Bca>qu —í> Mea

Es decir, el monolingüismo en quechua es, con frecuencia,


seguido por un bilingüismo en quechua y castellano donde el quechua
es la lengua que se domina mejor, seguido por un ambilingüismo donde
las dos lenguas son manejadas casi por igual, cambiando luego a un bi­
lingüismo donde el castellano cobra mayor dominio y, finalmente, a un
monolingüismo en español y al exterminio del quechua. El hecho que
este desarrollo se ha llevado a cabo en muchas comunidades e indivi­
duos, especialmente durante la segunda mitad de este siglo, acelerado
por (y en correlación con) la creciente urbanización, es claramente co­
rroborado por los datos lingüísticos de los censos del Perú (cf. Wólck
1990: 37ss. y von Gleich 1982: 27), presentados a continuación en la
forma de una sinopsis gráfica:

O TU □ BIL + TR O MQ A TQ XMC V TC
.................. Castellano ________ _Q uechua

Leyenda: TU = Total Urbana; BIL = Bilingüe; TR = Total Rural; MQ = Monolingüe Quechua;


TQ = Total Quechua-hablantes; MC = Monolingüe Castellano;
T C = Total de Castellano-hablantes

188
La e s tan d ar iz ac ió n del q i ; kc iu ; a

Es de imaginar, con grandes probabilidades de certitud, que el


quechua ha sobrevivido bastante bien hasta hace poco debido a la es­
tabilidad funcional del bilingüismo peruano, reservando más bien
roles separados a las dos lenguas en útil y espontánea complementa­
tion para muchas situaciones comunicativas distintas. Los intentos de
reformas políticas durante el gobierno populista de Velasco en favor
del quechua (la Ley de Educación Bilingüe de 1972 y la efímera oficia­
lización del quechua en 1975) parecen haber elevado el estatus del
quechua lo suficiente como para detener su caída. Se advierte en el
gráfico que la curva para el monolingüismo quechua permaneció
estable en los años setenta, y que el bilingüismo y, en consecuencia,
todas las curvas concernientes al quechua sólo ascienden muy leve­
mente.

A pesar de estos poco efectivos gestos legislativos, el quechua


prácticamente se ha mantenido hasta ahora como un medio estable de
comunicación cotidiana oral cara-a-cara. Si esta lengua alguna vez
hubiera logrado la estandarización, es decir si se hubiera codificado y
normalizado en un medio escrito, entonces habría tenido que competir
en el mismo nivel funcional con el castellano, una lengua que sólo sigue
al inglés en su expansión a través del mundo y probablemente aun más
fuerte que el inglés en su creciente rol como lingua fra n ca en todo el
continente americano. De haberse sometido a esta prueba, es dudoso
que el quechua hubiera salido de ella más fuerte que antes.

Los argumentos en favor de la estandarización son mejor cono­


cidos, al menos los tres principales, necesitando repetirlos aquí sólo de
una manera suscinta: a) la estandarización eleva el estatus de una va­
riedad o un conjunto de variedades que de otro modo sólo habrían sido
habladas y se llega a una lengua “verdadera”, contribuyendo así a una
mejor identidad del grupo (minoritario); b) la estandarización es vir­
tualmente necesaria para la implementation de programas de educa­
ción (bilingüe) formal, utilizando la lengua no sólo como contenido sino
también como instrumento de instruction12’; c) la estandarización
parece ayudar a la sobrevivencia de la lengua, principalmente a través
de la preservación de un corpus de literatura, una vez que ésta ha sido
creada. Como contribución a un simposio sobre la estandarización de
la lengua, los siguientes comentarios considerarán de ahora en adelan­
te la creación de un estándar común para el quechua como su fin y su
deseabilidad como algo evidente en sí mismo.

189
W üLC K

1.2. Algunas características de una lengua estándar

Antes de discutir algunos de los problemas de la estandariza­


ción del quechua, es útil recordar las características principales y los
criterios de una lengua estándar tal como aparecen en la literatura.
Nuestras fuentes son, en orden cronológico, Kloss (1952), Garvin y
Mathiot (1956-1960), Ferguson y Gumperz (1960), Ray (1963), Hau­
gen (1969), Kloss y McConnell (1978), Garvin (1989) y Ammon (1989).
Aun en el caso que usasen términos diferentes, todos estos colegas
parecen estar de acuerdo en las siguientes nociones básicas: Una
lengua estándar tiene que estar codificada y normalizada a fin de
desempeñar la función unificadora para su constitutiva comunidad de
habla. Esto incluye la selección de normas de referencia y la codifica­
ción de formas de la gramática y el diccionario. Uno de los requisitos
más difíciles de esta norma de referencia es el que ésta no sólo sea
estable sino también flexible de modo que se pueda acomodar y ajustar
a las nuevas necesidades y cambios (Garvin 1989: 18). A fin de
desempeñar las funciones de una moderna comunicación científica,
tecnológica, administrativa y educativa, una lengua estándar tiene
que estar intelectualizada. Términos casi sinónimos a la “intelectua-
lización” de Garvin (1989: 22), usados entre los autores citados arriba,
son su propio término anterior “urbanización” (1960), “moderniza­
ción” (Haugen 1969) y “culturalización” (cultivation ) (Kloss 1978;
Ammon 1989), el cual, como el de “urbanización”, se refiere especial­
mente a la elaboración de dominios léxicos y la propagación de
funciones hasta ahora mayormente rurales dentro de contextos más
urbanos. Esta terminología es considerada como necesario correlato
lingüístico del logro de la modernización de una sociedad.

La mayor parte de los autores aceptan, y varios de ellos lo


afirman explícitamente, que el desarrollo de una norma escrita es una
parte necesaria del proceso de estandarización. Ray (1963) considera
a la escritura como “primaria” y al habla como “secundaria”, Ferguson
y Gumperz (1960) consideran al medio escrito como criterio de defini­
ción de una lengua, y en nuestros estudios y encuestas (cf. Wólck 1978)
encontramos que la diferencia escritura/oralidad es el más extendido
criterio de distinción entre una lengua y un dialecto(:,). A todo esto,
podríamos añadir, por consiguiente, como requisitos adicionales de
una lengua estándar, la grafización (el desarrollo de alguna ortogra­
fía) y la literalización (la referencia a aquellas características estruc-
tural-funcionales de la comunicación escrita más allá de la mera re­
presentación gráfica).

190
La k stand ak izacíón okl íjukcih .a

2. E l actu al estatus d el q u e c h u a

Siguiendo a Kloss (1978), Ammon (1989: 80ss.) ha propuesto


un conjunto de criterios para medir el grado de “culturalización” y co­
dificación de las lenguas. Uno de estos hace referencia a los tipos de
textos producidos en la lengua. Estos son, en creciente orden de
importancia, los siguientes:
1. Traducciones de textos claves (por ejemplo, la Biblia, El Capital de
Marx);
2. poesía y prosa de ficción impresas
3. prosa de no-ficción en los medios de comunicación oral y en el habla
formal;
4. escritura de no-ficción (ensayo).
Exceptuando la Biblia, la cual ha sido traducida por misione­
ros a lo largo de los siglos, ahora último mayormente por prosélitos pro­
testantes, casi no hay ninguna traducción al quechua de algunos de los
textos claves de la literatura universal. Hay una buena cantidad de
poesía impresa, muy poca prosa de ficción1,1’. La mayor muestra del
quechua se encuentra probablemente en la tercera categoría, es decir
en el uso oral en los medios de comunicación, especialmente por parte
de las estaciones radiales locales rural-andínas. En la última catego­
ría, la de mayor peso, el quechua es muy débil; más débil ahora, de
hecho, que durante la época temprana de la colonia, durante la cual se
hacía aparentemente mayor uso del quechua en la escritura en-
sayística. En esta escala de “culturalización” , el quechua incluso no se
sitúa tan alto (o bajo) como los dialectos del bajo alemán del norte de
Alemania, y probablemente más bajo que los dialectos suizo-alemanes
(“Schwyzertütsch” ), es decir que esta todavía en la mitad más baja de
la escala de “culturalización”.
Una gradación por tópicos y dominios distingue entre:
1. tópicos culturales que se relacionan a los hablantes mismos
2. otros tópicos en las humanidades
3. la ciencia natural y la tecnología.

Al interior de cada uno de éstos pueden ser identificados tres


niveles de sofisticación: popular, avanzado y académico. El uso del
quechua se encuentra prácticamente restringido al primer tópico y,
definitivamente, sólo en el nivel popular.

La escala de Ammon (1989: 89) para la medición y codificación


de una lengua presenta los siguientes pasos: existencia de 1.-hablan­
tes modelo; 2.-escritores modelo; 3.-reglas ortográficas; 4.-un dicciona­

191
W OLCK

rio de definiciones (lexicón); 5.-reglas de pronunciación; 6.-una gramá­


tica prescriptiva; 7.-un código estilístico. La codificación del quechua
en el Perú ha llegado apenas a definir las reglas de ortografía,
mientras que en el Ecuador, si bien se ha logrado cumplir con esta
etapa, no se ha avanzado mucho más.

3. U n ific a c ió n y n o rm a liz a c ió n

Antes de que se realice cualquier codificación, es necesario


seleccionar o elaborar una forma más unificada de la lengua. Con
respecto a esta tarea, los dos países, Perú y Ecuador, tienen pre­
condiciones que difieren mucho.

3.1. Laberinto dialectal del Perú

El quechua del Perú está dividido en una multitud de posibili­


dades dialectales, tan divergentes que casi no llegan a ser mutuamen­
te inteligibles. El número de dialectos depende del criterio de sus
analistas; algunos fonólogos estructuralistas extremadamente parti­
cularistas han postulado que el número llega a centenas -para la
frustración máxima de aun los más dedicados políticos que apoyan la
oficialización del quechua. Más moderados que éstos, algunos lingüis­
tas juiciosos están de acuerdo en que existen al menos seis principa­
les y muy distintas variedades peruanas (cf. Escobar et al. 1976), para
algunas de las cuales se han desarrollado alfabetos semi-oficiales en
1975 y 1985 (Resoluciones Ministeriales Nros. 4023-75 y 1218-85).

La pregunta frecuentemente planteada es: ¿cuál de estos dia­


lectos sería un candidato conveniente para su adopción nacional? Hay
dos candidatos principales: el dialecto del Cuzco, capital arqueológica
de América del sur y último centro del Perú incaico, cuya Academia
Mayor de la Lengua Quechua pretende representar a todas las
variedades del quechua; o el dialecto de Ayacucho, hablado por la
mayor parte de la población en el sur de los Andes centrales, mutua­
mente inteligible con los dialectos del Cuzco, Bolivia y aun posible­
mente con los del Ecuador. Aquí tenemos un caso en que el criterio de
la historia se opone al de la cantidad de hablantes: qué dilema!

O tal vez fuera una buena idea el reelaborar el “quechua


general” codificado en 1583 en el Tercer Concilio de Lima en los
tiempos coloniales, tal como ha sido sugerido por Taylor (ver el artículo
de Taylor en este mismo volumen); o reconstruir alguna suerte de que­
chua “original” del periodo incaico, tal como la Academia Mayor de la

192
L a estandahízación d e l quechua

Lengua Quechua lo solía hacer para producir las declamaciones


rituales del Inti Raymi, la fiesta que celebra el solsticio de invierno, re­
presentado en el magnífico escenario de la fortaleza de Sacsayhuaman
cerca del Cuzco, mayormente para el gozo de turistas extranjeros que
pueden pagar el costo de sus asientos en la tribuna de honor. Mientras
tanto, los oriundos del lugar suelen permanecer en cuclillas sobre el
suelo mirando el espectáculo desde lejos. Cuando pregunté a éstos si
habían disfrutado de la ceremonia representada en su propio idioma,
se lamentaban de no haberla entendido, pensando más bien que se
había desarrollado en inglés en atención a los turistas.

Al buscar la mejor variedad contemporánea o histórica, es


bueno recordar que ninguna de las principales lenguas estandariza­
das en el mundo se basa mayor o enteramente en uno de sus dialectos
(históricos) constitutivos. Bien se sabe que el inglés, alemán o italiano
estándares, por ejemplo, se han desarrollado gradualmente en un
proceso de amalgamación de rasgos a partir de varios dialectos
diferentes (para el alemán, cf. Goossens 1977).

3.2. Un nuevo quechua general


A principios de los años setenta hice una visita a Huaraz y
Huaylas, en la cual conseguí hacerme entender exitosamente con mi
más bien rudimentario conocimiento de una variedad entre el cuzque­
ño y el ayacuchano. Desde ese momento he desconfiado de los fuertes
argumentos acerca de las extensas diferencias de los dialectos del
quechua. En 1974 Torero ya había postulado que existían similarida-
des estructurales fundamentales entre los variados dialectos que­
chuas, los cuales estarían configurando una lengua común, sin entrar
en mayores detalles.

Sobre la base de unas grabaciones en cassette, hice unas


pruebas informales de inteligibilidad a partir de diferentes dialectos
del quechua; esto me condujo a postular las características de “cohe­
sión interna” entre cada una de ellos y de “diferenciación externa” en
relación con las lenguas vecinas al quechua, lengua todavía no estan­
darizada (Wólck 1978 & 1987). Dispuse de una excelente base para
hacer una comparación más sistemática entre las variedades perua­
nas del quechua luego de la publicación de las seis gramáticas y
diccionarios (Escobar et al. 1976). Los resultados fueron sorprenden­
tes, aunque no completamente inesperados, y proporcionaron más
fundamento para el impreciso criterio de la “cohesión interna” postu­
lado anteriormente: resulta que los seis dialectos comparten la misma
estructura semántica cognitiva. Poseen exactamente las mismas ca­

193
W üLC K

tegorías y, tanto como puede ser establecido, la misma jerarquía rele­


vante entre ellas.
Estas similitudes estructurales no deberían ser confundidas
con algunas estructuras “profundas” abstractas en el sentido de la
Gramática Transformational Generativa en su fase inicial. Algunas
de ellas, como los procesos fonológicos, alcanzan también a la “super­
ficie”. Incluso en el nivel léxico hay aparentemente menos divergencia
de lo que con frecuencia se pretende (cf. la lista de Soto 1990: 209).
Ahora que las diferencias parecen reducirse, se podría elaborar un ver­
dadero Quechua General, tomando como punto de partida las obvias
similitudes anteriormente mencionadas.

Tal esfuerzo, de todos modos, no es tan fantasioso como podría


parecer. Existe al menos un famoso precedente históricot5): el pionero
trabajo de estandarización del noruego moderno (N yn orsk ) realizado
por Ivar Aasen (1836 y 1853; cf. también Haugen 1965). En vez de
seleccionar una de las muchas variedades posibles, más o menos dia-
lectalizadas, decidió basarse en lo que vino a llamar un “punto medio”
estructural alrededor del cual todos los dialectos girarían, y sobre la
base de ese punto medio elaboró su propuesta de variedad estándar
(Aasen 1853-1985:83ss.). Tal variedad estándar, así, sacaría provecho
de la riqueza estructural de todas sus variedades constitutivas. Todas
las variedades estándares que conozco son estructuralmente diferen­
tes de (y usualmente más complejas que) cualquiera de sus constitu­
tivas variedades dialectales orales con las cuales estoy familiarizado,
aun en el caso de dejar de lado las diferencias que son debidas a las
propiedades funcionales de una lengua escrita.

3.3. La k oin é ecuatoriana

El caso del Ecuador es muy diferente al del Perú. En primer


lugar, parece que su quechua fue impuesto sobre otras lenguas
autóctonas durante la expansión imperial incaica y, luego, aún más
establecido como lin g u a fran ca por los comerciantes del sur. Esto
podría explicar el relativo menor grado de diferenciación dialectal. A
pesar de los arduos esfuerzos de Fauchois (1988: 46-74) por hacer
aparecerías diferencias especialmente en el nivel fonológico, éstas son
demasiado pequeñas como para producir verdaderos problemas de co­
municación.

Esta circunstancia, junto con el fuerte grado de movilización


política de la población indígena ecuatoriana, ha dado recientemente
a la lengua quechua del Ecuador un poder y un estatus creciente, es­

194
L a esta n d arización d e l quechua

pecialmente en el sector de la educación primaria. La tarea de la


unificación fue, por consiguiente, relativamente fácil y al menos ha
conducido a la adopción semi-ofícial de un “alfabeto único” desde hace
ya algunos años. El problema del Ecuador es de diferente naturaleza
y hasta ahora no bastante reconocido: su quechua está estructural­
mente “pauperizado” , según Cerrón-Palomino (1987:344), a través de
siglos de nivelamiento interno y pidginización con el castellano.

La diferencia en la primera vocal de su nombre, quichua, con


respecto a la forma del sur, quechua, es un indicio de este proceso,
aun en su manifestación más superficial, según el cual la distinción
sureña entre /k/ y /q/ desapareció en el Ecuador, acercándose las
vocales más al punto de articulación velar. La distinción entre plural
exclusivo e inclusivo no sólo ha desaparecido del quechua ecuatoriano,
sino que también toda su estructura morfosintáctica está en proceso
de cambio desde su tipo aglutinante polisintético original hacia uno
más bien analítico. Así, por ejemplo, para decir ‘nuestro cuy’ en el sur
(digamos en Ayacucho) tendríamos la forma qu w in ch ik si incluye al
oyente, o qu w iyk u si lo excluye. En cambio, en el Ecuador, ambas
formas quedan recubiertas por ñucanchic cuicu (como en el título de
la Lección 13 en Cotacachi et al. 1988: 143) el cual, traducido literal­
mente ya sea al castellano o inglés, correspondería a ‘nosotros cuy’ o
‘we guinea pig’, pero no a ‘nuestro cuy’ o ‘our guinea pig’(6).

3.4. Grafización o la locura del alfabeto

Tal como Soto (1990:199-202) lo ha señalado correctamente en


una de las discusiones sobre los problemas de decisión sobre la
ortografía del quechua, un sistema escrito estandarizado no es sólo un
medio fundamental en el proceso de unificación de la lengua sino
igualmente algo necesario para su modernización. Con todo el debido
respeto a la importancia de esta tarea, pienso que por ahora demasia­
do tiempo, tinta y papel han sido gastados o echados a perder en este
cometido a costa de descuidar muchos otros problemas igualmente im­
portantes. Desgraciadamente la cantidad y el fervor de la discusión de
este asunto no se complementan con un igual análisis de alta calidad.
Frecuentemente se advierten dos equívocos en la mayoría de los
análisis, los cuales generalmente prohíben cualquier solución satis­
factoria y rápida.

El primero es el “mito fonemicista”, el asumir que un sistema


de escritura tiene que ser “fonémico”, el cual retrotrae al más o menos
desafortunado subtítulo del merecidamente famoso libro de K.L. Pike

195
W óLC K

Phonemics: A Technique for Reducing Languages to W riting


(1947). N o hay una única ortografía para una lengua estándar estable­
cida que yo conozca que cumpla con este criterio, aunque el deletreo a
menudo preserva la estructura morfofonémica. Además, hay tantas
teorías fonológicas viejas y nuevas que sería imposible decidir, por
ejemplo, cuán “profunda” podría ser tal fonemización. No tengo nada
en contra de “reducir” el quechua a tres vocales a fin de preservar su
carácter típico o único, pero deletrear el ecuatoriano [cUmbl] como
chunpi y [zambU] como zanpu lleva la aplicación de las reglas fono­
lógicas demasiado lejos dentro del sistema escrito.

Entre los estudiantes en escuelas bilingües, ya existe una


nueva manera de recitar oralmente, así como una nueva modalidad de
lectura del quechua ecuatoriano, el llamado “quichua escolar” que ha
producido, sin embargo, algunas pronunciaciones de deletreo muy ex­
travagantes. Se puede admitir que, en general, cada sistema de
deletreo ha producido especiales pronunciaciones en la lectura, siendo
un ejemplo bien conocido el estándar recomendado por Siebs (1957)
para el alto alemán.
El segundo equívoco es pensar que una vez que un sistema
alfabético ideal ha sido elaborado, propuesto y posiblemente legislado,
pueda ser enseñado a muchas personas, quienes entonces producirían
una riqueza de materiales en quechua literario. Es evidente que buena
parte de la valiosa literatura universal fue producida mucho antes de
que cualquier proceso de estandarización formal haya ocurrido para
sus lenguas, así como la escolarización formal ocurrió bastante antes
que la estandarización ortográfica. Hasta fines del siglo pasado,
cuando Konrad Duden publicó su diccionario ortográfico (1880), el
alemán no tuvo una ortografía uniforme. Las casas editoriales tenían
sus propias convenciones ortográficas y las escuelas debían tener
especiales reuniones de profesores para llegar a ponerse de acuerdo
sobre la ortografía. En 1862, fue necesario un decreto ministerial de
Prusia para garantizar que no más de una ortografía sería enseñada
en una misma escuela (cf. Drosdowski 1980: 2).

Esto quiere decir que las ortografías crecen de un modo natural


y gradual y se desarrollan a través del uso. Por supuesto, sería reco­
mendable que hubiera alguna orientación profesional, la cual condu­
ciría a una recomendación o adopción oficial y evitaría con toda
seguridad la propuesta de seis alfabetos para la misma lengua. Lo que
se requiere urgentemente es alguna resolución. Cualquiera que sea
ésta, es preferible a que no haya ninguna; la lengua y sus usuarios a
pesar de todo escogerán su propio camino tal como el ejemplo ecuato­

196
L a esta n d arización d e l quechua

riano parece mostrar, el cual podría ser seguido por el Perú, aun con­
siderando que sus condiciones son menos favorables.

4. L a u r b a n iz a c ió n d e l q u e c h u a

La modernización de una lengua no escrita (cuya estructura


está al servicio de la función primaria de la comunicación oral cara-a-
cara, mayormente en ambientes rurales) y su conversión en un
instrumento más despersonalizado de comunicación supra-regional y
en un vehículo para el avance tecnológico, requiere mucho más que la
elaboración de una ortografía viable.

4.1. Lexicalización

El único aspecto de esta modernización que hasta el momento


ha recibido amplia atención es el de los necesarios cambios o innova­
ciones léxicas. Nuevamente, algunos de los esfuerzos de los cuales
tenemos noticia son exagerados como, por ejemplo, los intentos hechos
por autores de libros de escuelas del Ecuador (Cotacachi et al. 1988)
para crear una terminología gramatical para el tercer y cuarto grados,
aunque en sí se trata de una labor loable y meritoria. Algunas de sus
acuñaciones son shuti para‘nombre’, im ac para sujeto, im achic para
verbo o im ashca para predicado. Estas son propuestas razonables y
bastante cercanas en su asociación semántica a sus denotaciones
originales (por ejemplo, ‘nombre’ y ‘quién-qué’ para las dos primeras,
aunque las dos últimas formas son denominativas y, por consiguiente,
elecciones menos afortunadas). ¿Qué justificación lingüística o peda­
gógica podrían ofrecernos tales conceptos como ‘nominalización’, ‘mor­
fema’ o ‘núcleo’ en un texto escolar para el cuarto grado?; más aún, ¿qué
decir de sus pintorescas neo-correspondencias en quechua,
respectivamente: shutiyay ‘hacer un nombre’; shim icu ‘boca peque­
ña’ y shuncu ‘corazón’ ? (cf. también von Gleich 1989b para una mayor
discusión de la terminología quechua). Pienso que ahora es tiempo
para refrenar la imaginación semántica de algunos planificadores del
lenguaje en ciernes, aunque tengan las mejores intenciones, a fin de
orientar mejor su entusiasmo hacia canales más productivos.

Algunos términos nativos, especialmente para unidades es­


tructurales básicas y simples, podrían resultar útiles para facilitar las
representaciones cognitivas de los niños de la estructura de su lengua,
como lo fueron términos como ‘Tu-Wort’ (“do-word”) para el verbo o
‘Ding-Wort’ (“thing-word”) para el nombre en el segundo grado de mi
escuela elemental en Alemania. Conceptos como nominalización,

197
W ói-C K

morfemas o núcleo silábico, sin embargo, pertenecen a la terminología


técnica avanzada de una comunidad internacional de lingüistas pro­
fesionales, identificados como tales a través de sus formas greco-
latinas clásicas, a pesar de los esfuerzos de algunos transformaciona-
listas iconoclastas que quieren reemplazarlos por un atrayente inglés
básico.

4.2. Gramaticalización

El que exista todo un juego de problemas complementarios a


ser resueltos en el camino de la liberalización del quechua es mostrado
de un modo muy convincente por mi ejemplo favorito, ese incidente no
del todo divertido que ocurrió durante mi visita a una de las escuelas
primarias bilingües cerca a Quito, hace ya algunos años, y ya expuesto
en dos artículos anteriores (Wólck 1990a y 1990b). Una profesora
estaba reprimiendo severamente a sus estudiantes por omitir el -mi
en las lecturas del siguiente enunciado de su texto escolar (Machi
Achic 1987: 114):
“Huihuacunacachacra pachapi-mi mirarin”
[ganado campo encina de (sé o veo) copular]
‘(Sé, veo que) el ganado se reproduce en el campo’

Aunque esta descripción pudiera reflejar innegablemente los


acontecimientos de la vida agrícola, el hecho de que no hayan sido pre­
senciados por los alumnos impide que ellos puedan testimoniarlo y
aseverarlo con el sufijo validador -mi. Sin embargo, este relato
bastante divertido contiene un mensaje más profundo:

En una lengua sin escritura como el quechua, hay caracterís­


ticas y categorías necesarias y apropiadas, incluso diría obligatorias a
fin de poder cumplir su función en la interacción cara-a-cara, las
cuales no tienen ningún sentido en descripciones objetivas y desper­
sonalizadas. En la gramática del quechua (hablado), las marcas de la
cohesión discursiva, los validadores o las marcas del acto de habla son
elementos esenciales, es decir que constituyen el nivel más obligatorio
de su estructura lingüística cognitiva.

Por otra parte, la tercera persona, es decir la marca del agente


no-persona, y los procesos de la pasivización y relativización depen­
dientes de él, aún carecen de estatus propio en el quechua (monolin-
güe) (cf. Wólck 1987:80-94) y tendrían que ser más desarrollados para
servir al propósito y la función de una “objetiva” prosa escrita de
carácter ensayístico. Igual sucedería con las marcas de época y tiempo,

198
L a es ta n d arización d e l quechua

las que han jugado hasta ahora sólo un papel secundario en esta
lengua pre-industrializada (cf. Wolck 1991).

Hasta ahora, estos problemas sólo han sido advertidos por


otros dos investigadores interesados en la modernización del quechua
(Fauchois 1988 y von Gleich 1989a y 1989b), aunque algunas insinua­
ciones a este problema aparecen en discusiones sobre la “normaliza­
ción” del quechua para propósitos educativos, como lo hacen por
ejemplo Cerrón-Palomino y Sichra (cf. Normalización 1989:49)<8). Las
diferencias estructurales y categoriales entre una lengua sin escritura
y una moderna lengua escrita estándar que es capaz de satisfacer y
cumplir funciones de comunicación menos dependientes de la identi­
dad del hablante o de las relaciones del espacio situacional y más
explícitas acerca de la época y el tiempo que el aspecto, son enormes
y aún no lo suficientemente investigadas y comprendidas para guiar
adecuadamente una transición suave y exitosa. La gramaticalización
parece ser, sin embargo, el más relevante de los tres niveles estructu­
rales discutidos, aunque mucho más difícil de manejar que las conven­
ciones alfabéticas y algunas innovaciones léxicas.

5. O b s e rv a c io n e s fin ales

El éxito del proceso de la estandarización del quechua depen­


derá, a fin de cuentas, principalmente del poder político y el compro­
miso de sus propios hablantes. El reciente éxito logrado en este campo
por las nacionalidades indígenas del Ecuador habla claramente por sí
mismo, especialmente si recordamos que hace pocos años parecía que
en el Ecuador se estaba aún en pañales cuando en el Perú ya se estaba
oficializando el quechua y celebrando decretos de educación bilingüe.

Como lingüistas y ocasionales consultores de planificación en


las naciones andinas, quisiéramos recordar con Soto (1990: 205) que
no hay que perder de vista a los supuestos beneficiarios -o víctimas- de
nuestros planes, es decir los miembros individuales de la comunidad
de habla quechua, cuando exponemos teorías políticas, sociolingüísti-
cas o lingüísticas. Ellos merecen nuestros mejores esfuerzos, pero no
deberíamos presumir con la elaboración de un instrumento ideal y a
toda prueba para el uso de ellos. La planificación debería ser lo
bastante amplia como para permitir que ellos la modifiquen según sus
deseos y necesidades funcionales.

Dejando atrás las metáforas, quiero invocar a que se encuentre


un equilibrio constructivo entre el promover mayores contribuciones

199
W OLCK

de los nativo-hablantes y el tolerar el diletantismo vulgar, aunque


mucho de ello no parece originarse entre los quechuas mismos sino
más bien entre hispanófonos que buscan aprovecharse de la gallina de
los huevos de oro de los programas de educación bilingüe auspiciados
por los gobiernos de países extranjeros. No todo es igualmente
importante. Es difícil hacer listas de prioridades y luego aún más
difícil actuar de acuerdo con ellas, pero esto es necesario si queremos
lograr un progreso efectivo. Cualquiera que sean las medidas que
están siendo propuestas, hay que observar la diferencia entre pres­
cripción y proscripción. Con tolerancia y flexibilidad se debería proce­
der para aplicar incluso los planes mejor pensados.

Afortunadamente, la colaboración entre académicos y autori­


dades en las tres repúblicas andinas con mayor población quechua-ha-
blante (Bolivia, Ecuador y Peni), es bastante buena y debería ser
extendida para considerar el objetivo a largo plazo de un quechua
común para todos los quechuas-hablantes, a fin de aumentar su peso
no sólo en las decisiones lingüísticas que les conciernen.

A mi modo de ver, la fuerza más importante en la estandariza­


ción de la lengua quechua es su actual uso en la escritura, especial­
mente en la escritura creativa. Sólo cuando se obtenga conocimiento
y placer por medio de la lectura del quechua emergerá un deseo
natural por aprender a leer el quechua y, finalmente, por escribir el
quechua. El fomentar la producción de la literatura quechua debiera
ser una preocupación central del movimiento de estandarización del
quechua, y no sólo uno de sus aspectos más o menos accesorios.

NOTAS

(1) Este ensayo es el tercero de una serie de tratamientos de problemas


similares en Ecuador y Perú. Referimos al lector a Wolck 1990a y 1990b
para anteriores discusiones. Como antes, aquí estoy usando el término
quechua para referirme a esta lengua como un conjunto, incluyendo el
quichua ecuatoriano.

(2) En mi trabajo con los senecas, una de las naciones iroquesas, y su


programa de educación bilingüe, aprendí que era imposible preparar
materiales aceptables o construir un currículo viable para un programa
de educación primaria o secundaria en ausencia de una versión escrita
codificada de su lengua. Las escuelas estatales de hoy y sus profesores
desafortunadamente no están preparados para enseñar principal o exclu­
sivamente a través del medio oral.

200
L a e s ta n d arización d e l quechua

(3) Este criterio ampliamente aceptado se parece mucho a la razón por la cual
las lenguas indígenas de Sud América son comúnmente llamadas “dialec­
tos” en castellano.

(4) Existe una traducción al quechua de Le petit prince de Saint Exupéry


y de Cien años de soledad de García Márquez (Utta von Gleich,
comunicación personal).

(5) Soy deudor de estas referencias a Einar Haugen y Kurt Braunmüller.

(6) Para su última adaptación a las funciones de un medio escrito, el efecto


de algunas de estas simplificaciones no es necesariamente malo. La
desaparición de la distinción entre los dos plurales ya podría ser uno de
esos rasgos menos necesarios, si solo menos frecuente en comunicación
escrita despersonalizada. Así también se daría la gradual desaparición de
los validadores, aunque el menos útil en la comunicación escrita, princi­
palmente el asertivo -mi es, de un modo bastante curioso, el mejor
preservado en el quechua del Ecuador (ver abajo), mientras que los
muchos más útiles reportativo (sureño -si) y dubitativo (-chi) práctica­
mente ya han desaparecido.

7. Cuando recientemente visité una lección de alemán del sexto grado en una
escuela bilingüe en Hungría estuve sorprendido y algo consternado al
observar a la profesora que orgullosamente hacía que sus alumnos
dividiesen las palabras distinguiendo el morfema-raíz de sus terminacio­
nes (“Stammorphem und Endungen”). Tan gracioso como todavía pien­
so que es, estehecho muestra que los niños aprenderán casi cualquier cosa
si un profesor inspirado es capaz de despertarles el deseo de aprender y
conocer.
Los esfuerzos peruanos han sido discutidos con algo más de detalle en una
exposición de von Gleich (1989b).

8. Ellos critican el hecho que los textos escritos son sólo copia de la literatura
oral y no muestran un grado de elaboración [“...textos escritos... calcan la
literatura oral y no ofrecen un grado de elaboración...”] y piden el cumpli­
miento de un necesario cambio cualitativo de la lengua en su paso del uso
oral al escrito [“...desarrollar... el cambio cualitativo de la lengua; es decir
su paso necesario de la oralidad hacia la escritura”!.

201
W ó lc k

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DIVERSIDAD Y UNIFICACION LEXICA
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Rodolfo Cerrón-Palomino
Universidad Nacional Mayor de San Marcos

“[La diversidad dialectal del quechua] no esta tato


en la conexio de las dicciones, quato en la variedad
de vocablos, [...]”
Annotaciones, 1584

0. Como lo han demostrado los estudios dialectológicos e


histórico-comparativos, el quechua constituye un conjunto de dialec­
tos hablados a lo largo de la cordillera de los Andes, desde el Ecuador
hasta el noroeste argentino, así como también en algunos puntos de la
floresta tropical colombiana, ecuatoriana y peruana. Tales dialectos

* Ponencia presentada en el III Coloquio Internacional de la CLACSO (“Tradición y


Modernidad en los Andes”). Cochabamba (Bolivia), 23-27 de julio de 1991,

205
C e r r ó n -P a l o m in o

se agrupan en dos grandes ramas que, tomando como eje el Perú,


forman, por un lado, el llamado quechua c e n t r a l (o Quechua I), y por
el otro, el n o r t e ñ o - s u r e ñ o (Quechua II). Cada rama se subdivide, a
su vez, en otras tantas subramas, que no mencionaremos aquí (para
más detalles, ver Cerrón-Palomino 1987b: Cap. 8). Baste con señalar
que el norteño-sureño, como su nombre mismo lo indica, abarca la
mayor parte del área geográfica quechua, al noroeste y al sureste de
la rama central, respectivamente, y adquiriendo, de acuerdo con la
demarcación política actual de los países involucrados, un carácter
verdaderamente internacional. En contraposición a esta rama, la otra
se halla como encerrada en el corazón mismo de los andes centrales,
cubriendo un área relativamente pequeña, pero compacta. En térmi­
nos de diferenciación interna, el quechua central es el que presenta un
mayor grado de diversidad, siguiéndole el norteño (sobre todo en su
variante ecuatoriana), siendo el sureño el relativamente más homogé­
neo. Esta diferente configuración es el resultado, sin duda alguna, de
la profundidad temporal de su conformación y de los procesos históri-
co-culturales y sociales que le imprimieron su sello particular (cf.
Cerrón-Palomino 1987b: Cap. 10).
Ahora bien, las diferencias que separan a las dos ramas
principales, así como a los subgrupos en el interior de cada una de
ellas, son mayormente de orden fonológico, léxico y en parte morfoló­
gico, antes que sintáctico y semántico. Dejando de lado el léxico, cuya
diferenciación resulta esperable, sobre todo teniendo en cuenta el
carácter continental de la distribución de la lengua, los niveles
fonológico y morfológico son en verdad los que conllevan los rasgos
fundamentales de la diversidad quechua actual, y los que, en mayor o
menor medida, oscurecen la intercomunicación entre los hablantes no
sólo de una rama y otra sino incluso en el interior de cada una de ellas.

Resumiendo tales diferencias en términos de reglas (= i s o g l o ­


s a s ) de realización de los fonemas y morfemas atribuibles al quechua
ancestral (= p r o t o q u e c h u a ), del cual derivarían directa o indirecta­
mente las hablas actuales, podríamos enumerar, de manera general,
hasta quince isoglosas de orden fonológico y unas seis de tipo morfo­
lógico (cf. Cerrón-Palomino 1987b: Caps. V I y VII). Nótese, además,
que las variaciones de orden fonológico afectan diferencialmente a
todos los dialectos, delimitando áreas superpuestas al margen de la
bipartición de los dos grandes grupos dialectales, al par que las de tipo
morfológico caracterizan, más bien, a una rama frente a la otra. Por
lo demás, hay razones suficientes para sostener que la fragmentación
actual del quechua no es de data reciente sino que, dependiendo del
área dialectal, ella puede remontarse a una profundidad temporal no

206
D iversid ad y u n if ic a c ió n le x ic a

menor de tres siglos, para los más recientes, hasta posiblemente las
primeras centurias de nuestra era para los más antiguos, es decir una
historia no menor de mil quinientos años. A lo largo de dicho lapso
fueron gestándose las diferencias, sobre todo fonológicas, al par que
las morfológicas se habrían generado posiblemente en etapas muy
tempranas, por lo menos antes de la configuración de las subramas
norteña y sureña, etapa para la cual podrían postularse un protoque-
chua serrano-central (PQ I) y otro costeño o marítimo igualmente
central (PQ II), separados por isoglosas de naturaleza fundamental­
mente morfológica (el desarrollo y ulterior empleo del alargamiento
vocálico como marca de la primera persona posesora-actora en el PQI).

1. Lengua general y diversidad dialectal


Como dijimos, la situación dialectal esbozada en la sección an­
terior ya se hallaba prefigurada al tiempo en que los españoles tocan
tierras del antiguo imperio incaico, si bien en la periferia tanto norteña
como sureña el quechua, convertido en lengua de las elites locales,
adquiría mayor uso y difusión a costa de las hablas indígenas oriun­
das. Pero incluso en plenos andes centro-norteños y sureños coexistían
otras lenguas, como la tallana, la see, la mochica, la quingnam y la
culle en la costa y sierra norte peruanas, así como la puquina, los
diversos dialectos del aru y del uruquilla, en la sierra centro-sureña y
altiplánica. Hacia fines del s. XVII, irán desapareciendo las lenguas
locales de la periferie, y las de los andes centro-sureños perdérán su
vigencia en los siglos posteriores, incluyendo el presente (caso del
mochica y del culle).

Estas últimas sucumbirán, tratándose de la costa y sierra


norte-peruanas, frente no ya al quechua sino al castellano; y, en los
andes sureños, ante el quechua y el aimara. Fuera de estas dos
lenguas, las dos únicas “mayores” sobrevivientes, quedarán aún, en
calidad de relicto, dos dialectos aru (el jacaru y el cauqui), en plenos
andes centrales, y el uruquilla, en tomo al lago Poopó y el salar de
Coipasa, en el altiplano boliviano.

Así, pues, el panorama encontrado por los españoles era el de


un verdadero mosaico dialectal e idiomático. Como vimos, no sólo el
quechua se hallaba fragmentado, sino que coexistían con él muchas
otras lenguas, a su vez en diverso grado de dialectalización (como era
el caso específico del aru y del puquina). Pero, además, dicha hetero­
geneidad no sólo era el resultado natural de los procesos de conquista
y expansión de los pueblos involucrados que en su momento devinie­

207
C e r h ó n -P a l o m in o

ron hegemónicos sino que, en el caso andino, obedecía también a una


política expresa de los gobernantes cuzqueños: la de los mitmas. En
virtud de este método de conquista, pacificación y poblamiento, como
se sabe, miembros de los diversos grupos étnicos del antiguo tahuan-
tinsuyo eran trasladados masivamente, a lo largo y ancho y de un
confín a otro del territorio. Es de suponer que tales grupos trasplan­
tados, dependiendo de su volumen demográfico, así como del contexto
en el que eran insertados, o bien se asimilarían muy pronto, lingüística
o dialectalmente, a la lengua predominante en el nuevo entorno (caso
de Copacabana, por ejemplo, donde la lengua hegemónica resultó
siendo el aimara), o, de lo contrario, se verían obligados, conjuntamen­
te con los otros grupos étnicos, a desarrollar una nueva k o in é
idiomática sobre la base de la lengua predominante (como ocurrió en
Cochabamba, teniendo un quechua cuzqueñoide por modelo). Debido
a la expansión reciente del imperio, dichas colonias trasplantadas pre­
servaban aún, a la llegada de los españoles, sus lenguas y/o dialectos
originarios, hecho que en muchos casos duró hasta por lo menos fines
del s. XVII. Tal el caso de los mochicas de Cajamarca, por ejemplo, que,
al decir de Femando de la Carrera ([1644] 1939), aunque conocían la
“serrana [i.e. la quechua], hablan la suya [la mochica] más de ordinario
que la otra, y es forzoso que el cura que los doctrine la sepa”. Es a la
luz de una situación tan compleja como la proyectada que cobra
sentido una afirmación como la del P. Acosta ([1588] 1954:517), quien,
al referirse a la realidad lingüística del antiguo imperio, la califica
como la de “una verdadera selva de idiomas”.

El Inca Garcilaso de la Vega ([1609] 1985: Libro I, Cap. XII, 27)


señala también, al respecto, que “cada provincia, cada nación, y en
muchas partes cada pueblo, tenía su lengua por sí, diferente de sus
vecinos”. Y, aún en la segunda mitad del s. XVII, el historiador Cobo
([1653] 1956: Cap. IX, 28) no podrá reprimir su asombro ante tal
mosaico idiomático, manifestando que “apenas se halla un valle un
poco ancho, cuyos moradores no difieran en lengua de sus vecinos”,
para después magnificar su desconcierto, añadiendo: “Mas ¿qué digo
valle? Pueblo hay en este arzobispado de Lima que tiene siete ayllos
o parcialidades cada una de su lengua distinta”. Como puede suponer­
se, tales testimonios no parecen ser exageraciones, y posiblemente
estén aludiendo no sólo a las configuraciones dialectales y lingüísticas
esbozadas previamente sino también, de manera particular, a esa
suerte de “interdigitación” idiomática creada por la omnipresencia de
grupos mitmaicos, que por la época todavía mantenían sus hablas
particulares: los hahua-sim i a los que se refieren las R elacion es
geo grá fica s de In d ia s (cf. Jiménez de la Espada 1965, Tomo I).

208
D i VEHSIDAD y UNIFICACION LEXICA

Pues bien, es en el contexto de tal maraña idiomática que cobra


especial importancia la llamada le n g u a g e n e r a l (o, más específica­
mente “lengua del Inga” o “lengua del Cuzco”, como se la denominaba
también), que, cual verdadera k o in é , servía de vehículo oficial de la
administración incaica. Con ella, y gracias a ella, se podía asegurar la
comunicación dentro del vasto territorio del imperio, libre de la
incómoda mediación de intérpretes (el eterno t r a d u t t o r e t r a d i t o r e ),
como diría Garcilaso. Esta lengua general, que habría sido adoptada
por los últimos soberanos cuzqueños, cuyos ancestros de habla puqui­
na se habían aimarizado previamente, será empleada también por los
españoles como vehículo de conquista y colonización. Un cronista tan
ponderado como Cieza de León ([1550] 1985: Cap. XXIV, 73) no duda
un instante en declarar que “fue harto beneficio para los españoles
aver esta lengua, pues podían con ella andar por todas partes”. Ello era
cierto, incluso en las zonas periféricas recientemente anexadas al
imperio, en virtud de la política idiomática implantada por los gober­
nantes cuzqueños (cf. Cerrón-Palomino 1987a): aun cuando en mu­
chos lugares, como lo atestigua el propio Cieza, el quechua no era
hablado por el grueso de la población (piénsese, por ejemplo, en la costa
norte peruana), los miembros de la nobleza regional, así como los
administradores, burócratas y mercaderes, estaban obligados a cono­
cer y manejar la lengua general.
Ahora bien, a estas alturas resulta claro que dicha k o in é no
pudo haber sido la variante cuzqueña, como lo señalan los viejos ma­
nuales de historia y lo repiten aún los textos de corte tradicional. La
confusión, cuando no tergiversación, se debió en parte a su referencia
fluctuante como “lengua del Inga” o “del Cuzco”, designaciones estas
últimas surgidas tempranamente en el afán por n o m i n a r a una
lengua que simplemente no tenía nombre propio: de allí también la
designación funcional de l e n g u a g e n e r a l (cf. Cerrón-Palomino 1987:
Cap. 1, sección 1.2). El hecho es, sin embargo, que ésta, como lo de­
muestran los datos -fragmentarios, es cierto, pero sin dejar de ser por
ello coherentes-, presentaba rasgos, por lo menos fonológicos, muy di­
ferentes a los del dialecto cuzqueño (cf. Taylor 1985, Cerrón-Palomi­
no 1987a). Tal es lo que se advierte en la documentación temprana,
particularmente en las crónicas de Cieza de León y Betanzos ([1551]
1987), para mencionar sólo dos de ellas. La misma designación de
“lengua del Inga” conlleva la marca de la k o in é : la sonorización de la
consonante velar tras nasal (es decir el registro de <g> en lugar de <c>).
De manera que cuando los primeros cronistas ponderan las excelen­
cias del quechua como lengua general hay que pensar en dicha k o i n é
y no en un dialecto particular, menos el cuzqueño. Cieza de León es
muy claro al respecto, puesto que él, al referirse a ella, cita ejemplos

209
C e r b ó n - P a lo m in o

que distan de ser muestras de la variedad hablada por los orejones (cf.
Cieza de León [1550] 1985: Cap. XXIV, 72), que, al decir de un testigo
muy temprano, “hera la más escura de todas” (cf. Pizarro [1571] 1978:
Cap. X III, 75). Comparada, pues, con ésta, la lengua general era “de
gran conprehinfión [...] y [...] clara” (cf. Cieza de León, ibidem ).

2. E l reto rn o a B a b el

Producida la quiebra del aparato estatal incaico, medidas po­


li tico-culturales como la de la enseñanza y aprendizaj e obligatorios del
quechua entre los miembros de la elite local son abandonadas. En el
nuevo orden establecido el quechua pierde su rol de lengua oficial,
desplazado en esa función por el castellano, si bien, como se dijo, se lo
seguiría empleando, instrumentalmente, como vehículo de relación y
de conquista, incluso en nuevos espacios apenas tocados por los con­
quistadores incas. Por cierto que se lo usará igualmente como instru­
mento de catequización. Pero en adelante los integrantes de la elite re­
gional nativa, de no ser quechuahablantes (o incluso siéndolo, pero de
una variedad alejada de la general), se verán compelidos a aprender
el castellano como segunda lengua, para ser gradualmente imitados
por el resto de la población: en el orden diglósico, aprender la lengua
de los de arriba era cuestión, como ahora mismo, de sobrevivencia. Así,
pues, el desplazamiento del quechua como lengua de prestigio trajo
como consecuencia el reforzamiento de las viejas hablas locales y/o de
las variedades quechuas alejadas de la general. De esta manera, no
sólo se detuvo en muchos casos el proceso de estandardización de la
lengua, que se había venido incrementando en vísperas de la llegada
de los españoles sino que el desmantelamiento del aparato adminis­
trativo incaico, y con él el relajamiento de su política idiomática,
avivaban los rescoldos de las viejas lealtades étnico-lingüísticas.

En efecto, el panorama dolidamente descrito por Blas Valera,


en cita de Garcilaso ([1609] 1985: Libro VII, Cap. III, 277), corrobora
en parte lo sostenido. Bien vale la pena, pues, copiar in exten so al
mestizo chachapoyano cuando sostiene que “muchas provincias, que
cuando los primeros españoles entraron en Cassamarca sabían esta
lengua común como los demás indios, ahora la tienen olvidada del
todo, porque, acabándose el mando y el Imperio de los Incas, no huvo
quién se acordase de cosa tan acomodada y necesaria [...]. Por lo cual,
todo el término de la ciudad de Trujillo y otras muchas provincias de
la ciudad de Quito ignoran del todo la lengua general que hablavan; y
todos los Collas y los Puquinas, contentos con sus lenguajes particu­
lares y proprios, desprecian la del Cuzco. Demás desto, en muchos

210
D iversid ad y u n ific a c ió n lexica

lugares donde todavía vive la lengua cortesana, está ya tan corrupta


que casi parece otra lengua diferente. También es de notar que aquella
confusión y multitud de lenguas que los Incas con tanto cuidado,
procuraron quitar, ha buelto a nascer de nuebo, de tal manera que el
dia de hoy se hallan entre los indios más diferencias de lenguajes que
havía en tiempo de Huaina Cápac”. Debemos aclarar, no obstante, que
la situación babélica descrita aparece magnificada bajo el velo de la
nostalgia por el bien perdido: ya vimos cómo ni hubo tal unidad
idiomática plen a (la fatalidad de la invasión española no dio tiempo
para que se llegara a ella) ni la que se gestaba se hacía en base a la
“lengua cortesana”, ni, en fin, ésta podía “corromperse” tan pronta­
mente en ciertas zonas como para casi parecer “otra lengua diferente”.
En este último caso, el jesuíta mestizo se estaba refiriendo, con toda
seguridad, a las hablas del quechua central, que por cierto acusaban
una diferencia de por lo menos mil años respecto de la general.

Ahora bien, como se dijo, la suplantación del quechua en tanto


lengua oficial por parte del castellano no impidió el que se lo siguiera
empleando, de manera instrumental, como herramienta de conquista
material y espiritual. Gracias a ello, no sólo se reaseguró la domina­
ción sino que incluso la lengua logró asentarse en nuevos espacios,
como por ejemplo el oriente ecuatoriano y el noroeste argentino, donde
a lo sumo tenía el estatuto de lengua de relación. Fuera de ello, los
grandes centros poblados, los asientos mineros, así como las reduccio­
nes, constituyeron también focos de homogeneización lingüística en
favor del quechua, pero también del aimara, otra “lengua general”: de
esta manera se limaban las diferencias idiomáticas y/o dialectales de
los antiguos mitmas, forasteros y demás poblaciones flotantes. Así,
pues, metrópolis, centros laborales y cabezas de encomienda jugaban
un rol decisivo en este proceso de nivelación idiomática. A veinte años
de la conquista, todavía el apoderado de los indios y primer gramático
de la lengua podía decimos que “nunca esta legua en los tiempos
antiguos fue tan generalmente vsada quasi de todos, como el dia de oy.
Porque có la communicacion, tracto, y grangerias que al presente tiene
vnos con otros, y concurso en los pueblos de los christianos, y mercados
dellos, assi para sus contractaciones, como para el servicio de los
españoles, para entenderse entre si los de diuersas prouincias, vsan
desta general” (Santo Tomás [1550] 1951b: “ Prólogo”). Pero también,
y no menos importantemente, las doctrinas y parroquias constituían
centros niveladores, pues, de acuerdo con la política administrativa
colonial, la dominación podía legitimarse, incluso tornarse piadosa,
bajo el manto de la propagación religiosa y la conquista espiritual de
los indios.

211
C e r r ó n - P a l o m in o

Tal conquista, sin embargo, podía hacerse también, según los


debates de la época, no sólo en castellano sino incluso en latín (cf.
Vargas Ugarte 1953: Cap. IV). De manera que la selección lingüís­
tica no fue necesariamente automática en favor del quechua (recuér­
dese, a este efecto, la ardorosa defensa que hace el P. Blas Valera del
empleo del quechua; cf. Cerrón-Palomino 1987a y las referencias
citadas allí). Y aun cuando desde el Primer Concilio (1551), convocado
por el arzobispo Jerónimo de Loayza, se invocaba el empleo de la
lengua nativa en la evangelización, sólo en el II Concilio (1567), con­
vocado por el mismo Loayza, se abogará por ello de manera más
enérgica, esta vez siguiendo los dictados del Concilio de Trento (1545-
1563). Así, pues, la batalla en favor de las lenguas indígenas, y par­
ticularmente del quechua, parecía definitivamente ganada.
De otro lado, también estuvo presente desde los primeros con­
cilios la preocupación por una fórmula catequística única en el mundo
andino (cf. Vargas Ugarte 1954). En efecto, no obstante las constitu­
ciones expresas en tal sentido, los procedimientos catequísticos, así
como los materiales empleados con dicho fin (catecismos, confesiona­
rios), estuvieron librados a la iniciativa de prelados, religiosos y
seglares, que muchas veces operaban al margen de la autoridad
eclesiástica provincial. Se ponía en riesgo de esta manera la integri­
dad, así como la recta interpretación y transmisión del dogma católico.
Ello adquiría mayor riesgo desde el momento en que en dicho proceso
se empleaba una lengua, como la quechua, no preparada para un
discurso teológico de corte cristiano-occidental, con los problemas de
traducción, adaptación e interpretación consiguientes. Además, re­
sulta evidente que la selección idiomático-dialectal y su correspon­
diente notación escrita estuvieron igualmente libradas al grado de fa­
miliaridad que el doctrinero o evangelizador tuviera con la situación
lingüística concreta en la que se desempeñaba. Para colmo, los
materiales empleados circulaban en forma manuscrita, de mano en
mano (cf. Vargas Ugarte 1953: Cap. IV). Tan crítica situación preocu­
paba al propio virrey Toledo, que en carta al rey, fechada en el Cuzco
el 24 de setiembre de 1572, señalaba la conveniencia de que “en cuanto
a los catecismos, será muy conveniente el haver uno para todo lo de
este Reino, [...], y que en el Concilio, se junten las mejores y mas
proprias lenguas que se puedan hallar, para volverle en la lengua
vulgar y general de estos naturales, porque, no volviéndose en su
lengua, aprovéchales poco y es interpretado por ruines lenguas de
cada clérigo o fraile, donde hay y puede haber muchos errores, y porque
no los haya, parece que conviene que, en el Concilio, se examine mucho
el frasis y naturaleza de vocablos con que se ponen, que, aunque las
lgguas de este Reino varían y son algo diferentes las de las provincias,

212
D iv e r s id ad y u n if ic a c ió n le x ic a

no se pueden poner sino en la general, que es la que más abraza todas


las otras y la que los Ingas mandaban saber a todas las provincias” (cf.
Eguiguren 1951: B, 538).

Como se ve, en lo que respecta al quechua, todos parecen


coincidir en su variante k o in é como la llamada a ser tomada como
m edium de catequización. Sin embargo, no parece aventurado
señalar que tras la caída del imperio y roto el andamiaje administra­
tivo que lo sustentaba, y luego de los violentos años de resistencia y
conquista, para no hablar de los turbulentos acontecimientos motiva­
dos por las guerras civiles, el empleo de la misma iba perdiendo
gradualmente su vigencia. En tal situación, no es difícil imaginar los
conflictos que resultarían del empleo de una variedad cada vez más
extraña a un contexto específico. Así, por ejemplo, la variante cuzque­
ña, tempranamente asumida como la modelo en su condición de haber
sido la lengua de la corte (a semejanza de la toledana para el
castellano), se mostraba para muchos como “escura” y dificultosa. De
manera que la prédica en un dialecto foráneo resultaría no sólo
incómoda sino incluso inoperante, cuando no risible, como lo señala­
rían más tarde Avendaño (1648) y Diego de Molina ([1649] 1928). Pero
no sólo se trataba de eso: también había que formar catequizadores en
quechua y redactar cartillas, catecismos y confesionarios en la misma
lengua. Una vez más: ¿en qué variante? Se hacía necesario, pues,
uniformar criterios.

3. El quechua general
Pues bien, la tarea de uniformización en los procedimientos ca­
tequísticos, tan reclamada no sólo por las autoridades eclesiásticas
sino también civiles, fue asumida esta vez por el Tercer Concilio
Limense (1582-1583), presidido por el arzobispo Toribio de Mogrovejo.
Uno de los acuerdos emanados de dicha asamblea episcopal, y llevado
de inmediato a la práctica, fue la elaboración de los textos de la
doctrina cristiana, el confesionario y el sermonario en castellano, labor
encomendada a la congregación jesuítica, bajo la dirección de su
provincial, el P. José de Acosta. Tales obras fueron vertidas luego en
lengua quechua y aimara por un equipo de expertos en ambos idiomas,
para ser sometidos después ante la opinión de otros tantos especialis­
tas (cf. Durán 1982: Cap. IV, Cerrón-Palomino 1987a, y las referencias
citadas allí). De inmediato se realizaron las gestiones para la publi­
cación de tales documentos, consiguiéndose una P ro v is ió n R eal,
para que ella se hiciese en Lima “assi por no se poder llevar para lo
imprimir a los nuestros Reynos de Castilla, por no poder ja- alia los co­

213
C e r r ó n -P a l o m in o

rrectores de las dichas lenguas Quichua y Aymara, como por el irrepa­


rable, y graue daño, q se seguiría de venir viciosa la dicha impression”.
Con ello se inauguraba, en el Perú y en todo el continente sudameri­
cano, la imprenta recién traída a Lima, procedente de México, por su
propietario el piamontés Antonio Ricardo. Simbólicamente, además,
las obras se imprimían en edición trilingüe (y hasta cuatrilingüe,
teniendo en cuenta los pasajes redactados en latín), cual correspondía
a un país plurilingüe: algo que se olvida hasta el presente. Así, pues,
la D octrin a C h ristian a aparecía en 1584 y el C on fesion ario y S e r­
m on ario lo hacían al año siguiente (cf. Tercer Concilio 1585). En
adelante, tales textos se constituirían en modelo insustituible de toda
labor pastoral, prohibiéndose el empleo de cualquier otro material:
“assi que en las dos leguas mas generales de estos Reynos q son la
general del Cuzco, que llama Quichua, y la Aymara, esta ord en ad o
q se vse solam éte d e las traducciones aprouadas p o r este
C ó cilio p rou in cial, y en las demas lenguas que ay muchas, y muy
diuersas, esta proveydo q los Prelados en sus Synodos diocesanos, o có
la mejor comodidad que les parezca, haga junta de lenguas de personas
doctas y religiosas, para que de coformidad se haga la traduccio de este
mismo Catecismo, y hecha assi co la dicha auctoridad se publique, y
nadie use otra alguna en aquella legua” (subrayado nuestro; cf.
“Epístola sobre la traducción”).

Ahora bien, al margen de los aspectos de contenido, cuyo tra­


tamiento por parte de los traductores fue toda una verdadera hazaña
(habiendo tenido como único precedente conocido la “Platica para
todos los Indios” vertida al quechua por fray Domingo de Santo Tomás
[1560] 1951a: 188-207, para ser insertada como apéndice de su
G ram m atica), en la medida en que se adecuaba al quechua y al
aimara, en términos léxico-semánticos y estilísticos, como receptácu­
los de contenidos e ideas completamente ajenos al pensamiento nativo
(“la qual [traducción] se hizo con no pequeño trabajo, por la mucha
difficultad que ay en declarar cosas tan difficiles y desusadas a los
Indios”), nos interesa destacar acá la variedad de quechua empleada
formalmente, es decir el vehículo de expresión escrita de tales conte­
nidos. ¿Será la lengua general, como lo reclamaban Toledo y Blas
Valera, entre otros?
Como se verá de inmediato, el m edium empleado a dicho fin no
será precisamente la lengua general sino más bien lo que podríamos
denominar quechua general. En efecto, las decisiones en favor de
dicha opción aparecen claramente expresadas en las “Annotaciones, o
scolios, sobre la traducción de la Doctrina christiana, y Catecismo”
(fols. [74] y v.). Tales decisiones venían avaladas por un conocimiento

214
D iv ers id ad y u n ific a c ió n lexica

directo, aunque con inevitables imprecisiones geográficas, de las


variaciones dialectales en el interior del quechua, como lo señalamos
en otra parte (cf. Cerrón-Palomino 1987b: Cap. 3, sección 3.2). Todo
ello, no obstante reconocerse, según los esquemas ideolingüísticos
vigentes de la época, que la del Cuzco era la variante más “galana” y
“perfecta”, siendo la metrópoli “el Athenas” de la elegancia y propiedad
idiomáticas, como diría el franciscano Jerónimo de Oré ([1598: 34).
¿Cuáles, pues, podían haber sido las razones para no elegir ni la
general ni la del Cuzco como la variedad seleccionada en las traduccio­
nes?
Uno de los móviles -el fundamental- era la preocupación por
alcanzar un grado de accesibilidad dialectal de mayor cobertura
espacial, sobre todo en dirección de las provincias del antiguo Chin-
chaisuyo (“túvose en esto mas attencion a las prouincias, que están
fuera del Cuzco, y de los pueblos a el comarcanos, y mucho mas a los
que están desde Guamanga hasta Quito, y a los de los Llanos”). Dicha
preocupación cobraba mayor sentido desde el momento en que “siendo
de suyo difficiles de entender las sentencias de la Doctrina christiana,
no [era] bien obscurecerla con lenguaje exquisito, y de pocos vsado”.
Ello implicaba tomar, por consiguiente, dos decisiones importantes:
(a) por un lado, debía huirse del “modo tosco, y corrupto de hablar, que
ay en algunas prouincias” ; y (b), por el otro, debía evitarse “la
demasiada curiosidad, conque algunos, del Cuzco, y su comarca vsan
de vocablos, y modos de dezir tan exquisitos, y obscuros, que salen de
los limites del lenguaje, que propriámente se llama Quichua, introdu-
ziendo vocablos que por vStura se usauan antiguamente, y agora no,
o aprouechandose de los que vsauan los Ingas, y Señores, o tomándo­
los de otras naciones con quien tratan”. Quedaban así descartadas las
variantes chinchaisuyas, y con ellas -al menos parcialmente- la gene­
ral, pero también al mismo tiempo el dialecto que corría en boca de la
elite cuzqueña remanente. Había, pues, que “huyr el vicio de estos dos
extremos” (una vez más, in m ed io stat virtus), es decir el de la
“tosquedad” y el de la “exquisitez” (léase rareza), asumiendo como
n orm a un “lenguaje común, fácil, y proprio”.

Antes de intentar caracterizar dicho reg is tro , conviene que


precisemos qué entendíanlos traductores del III Concilio por variedad
“corrupta” o “bárbara”, por un lado, y por “obscura” y “exquisita”, por
el otro. El carácter subjetivo de tales epítetos no impide el que
descubramos sus correlatos “objetivos”, una vez asumido, como en el
presente caso, un modelo arquetípico del buen decir. De hecho, las
“Annotaciones” nos proporcionan tales atributos, en especial los tipi-
ficadores de las variantes chinchaisuyas en oposición a la cuzqueña,

215
C e r r ó n - P a l o m in o

tenida por “pulida” y “elegante” , pero depurada de sus resabios


elitistas. En efecto, como los traductores se apresuran en señalar, la
“imperfecció o barbariedad” de las hablas allende el Cuzco no radica
en su sintaxis (“no esta tato en la conexio de las dicciones”) sino en el
léxico (“quato en la variedad de los vocablos”), así como en los niveles
fonológico (“tábis esta 0 la pronunciado”), incluyendo la acentuación,
y morfológico (“Idem [la diferencia] está en algunas phrases y modos
que son toscos”). Incidentalmente, cada caracterización aparece segui­
da de ejemplos, constituyéndose las “Annotaciones” en uno de los más
preciosos y tempranos documentos sobre la dialectología quechua.
Frente, pues, a dichas variedades, caracterizadas como “bárbaras” y
“corruptas”, había que huir también de cierta habla elitista propia del
Cuzco. Lamentablemente, en este caso no se nos proporciona ejemplos
de los “vocablos y modos de dezir tan exquisitos, y obscuros” , muchos
de ellos ya arcaicos (“vocablos que por v§tura se usauan antiguamente,
y agora no”), o tomados del léxico propio de los soberanos (“de los que
vsauan los Ingas, y Señores”), o, en fin, provenientes de otras lenguas
(“tomándolos de otras naciones con quien tratan”). Como se ve, lo
peculiar de dicha habla estaba no tanto en su fonología cuanto en su
léxico y tal vez, aunque en menor medida, en su sintaxis. Creemos que
lo más interesante es destacar acá la alusión que se hace, muy
sugestivamente, a la “lengua secreta” de los incas, que obviamente se
salía de “los límites del lenguaje, que propriamente se llama Quichua”.
Tenemos así un testimonio más de dicho idioma, que, como lo decimos
en otra parte, habría sido un puquina aimarizado (cf. Cerrón-Palomi-
no 1987a), y del cual apenas quedaban restos en la forma de giros y
lexemas arcaicos o de fórmulas ritualescas (cf. Szeminski 1990).
Pues bien, descartados los extremos (“de los cuales modos no se
vsa en toda esta traductió”), decíamos, se optaba por un “lenguaje” que
tuviera tres atributos fundamentales: generalidad, facilidad y propie­
dad. Es decir, se buscaba un vehículo cuya eficiencia debía medirse en
términos de uso común, accesibilidad y corrección. Ahora bien,
¿reunía la lengua general tales cualidades? Hasta donde podemos ca­
racterizarla, creemos que satisfacía plenamente la primera, en buena
medida la segunda, descalificándose respecto de la tercera, sobre todo
en cuanto a su pronunciación: entre otros aspectos, la sonorización
(son ejemplos proporcionados en las “Annotaciones”: In g a y r in g u i
‘vas’, en lugar de Y n ca y rin qu i, respectivamente) y el cambio de r en
1 (verbigracia: ch ilin en lugar de ch irin “haze frió”) constituian sus
notas tipificadoras (cf. Cerrón-Palomino 1987a). Desde el punto de
vista morfológico, en cambio, la lengua general no ofrecía mayores
diferencias, comparada con la variante cuzqueña, aunque sí, y marca­
damente, en relación con el quechua central. Precisemos: hablar de las

216
D iversidad y u n if ic a c ió n le x ic a

variedades chinchaisuyas, en el contexto del III Concilio, es caer en


una generalización que, si bien resulta cómoda (en tanto que responde
a una categoría político-geográfica), no deja de ser engañosa, pues
entre ellas había que distinguir, por lo menos, al quechua central del
norteño (por ejemplo, el cajamarquino) e incluso sureño (verbigracia
el ayacuchano o chanca).
¿Existía entonces aquella variante ideal? La respuesta es
obvia: no; pero había que crearla. Tal es, en efecto, la decisión por la
que optan los traductores del Concilio toribiano. Se trata, como se
puede apreciar, de una medida concreta de normalización lingüística,
específicamente de lo que modernamente se conoce con el nombre de
p lan eam ien to de corpus, consistente en una intervención delibera­
da sobre la lengua. De otro lado, el procedimiento seguido en función
de la for] a del arquetipo es el que se denomina com posición. Es decir,
en virtud de esta alternativa, como su nombre lo indica, se busca
com p on er el nuevo registro idiomático. Para cuyo efecto, como
vimos, se parte del dialecto cuzqueño como base, previa depuración de
sus “exquisiteces”. Pero no solamente eso, también resultaba “dificul­
tosa” no sólo la articulación de la consonante postvelar así como de las
laringalizadas (“pronunciándolas los Indios mas ásperamente o mas
blandamente conforme a lo que quieren significar”) sino también la
representación escrita de las mismas (“assi también fuera difficultoso
el buscar nuevos caracteres para differenciar essos significados”).
Ante tal situación, y descartándose la alternativa que favorecía la
representación de las mismas (“algunos quisieron se vsase de esta
differiencia”) por no haber consenso entre sus proponentes (“mas no
concuerdan con las significaciones ni convienen los interpretes, entre
si”), se opta por una escritura hipodiferenciada (“por que no se puede
dar regla general que comprehenda tanta diversidad para que confor­
me a los caracteres se pronuncie”). Libre, pues, de tales ataduras
propias del dialecto cuzqueño (no obstante que la distinción velar-
postvelar fuera común a la mayoría de las variedades, con excepción
quizás del ecuatoriano, que se configuraría finalmente neutralizando
tal oposición), el con stru eto elaborado, aunque fundamentalmente
sureño, no se identificaba plenamente, por lo menos en el nivel escrito,
con ninguno de los dialectos reales, existentes por entonces, pero
tenía la ventaja de poder ser empleado “desde Quito hasta los Char­
cas”, pues “en todo lo demás” la traducción se conformaba “con lo que
se vsa” en tan dilatado territorio.

Nótese, ahora, que estamos frente a una nueva norm a, aunque


de naturaleza fundamentalmente escrita. En efecto, al imponerse la
autoridad sobre el uso exclusivo de los textos del Concilio (“pareció a

217
C eb e ó n -P a l o m in o

este Sancto Concilio Prouincial, proueer y mandar co rigor que ningu­


no vse otra traduction, ni enmiende ni añada en esta, cosa alguna”; cf.
“Epistola”), con ellos se imponían igualmente las reglas ortográficas
empleadas en su redacción (“lo mejor y más pulido ha parescido el
modo como las vsa esta traduction”). De hecho, la norma conciliar
inaugurada tendrá una vigencia aproximada de por lo menos setenta
años de práctica: autores como el Anónimo ([1586] 1951), Jerónimo de
Oré (1598, 1607), Juan Pérez Bocanegra (1631) y Avendaño (1648),
entre los más importantes, nos ofrecerán millares de páginas escritas,
con esporádicas variantes, siguiendo los cánones del III Concilio, es
decir empleando el quechua general. La mejor prueba de su recono­
cimiento como registro diferente del cuzqueño será el hecho de que
Diego González Holguín ([1607] 1975, [1608] 1989), jesuíta él mismo
como sus colegas redactores de los textos pastorales en mención,
cuando presente el dialecto cuzqueño de la antigua metrópoli incaica,
emplee una notación ortográfica distinta, de acuerdo con la realidad
descrita.
Así, pues, de esa manera, los traductores de la D octrin a resol­
vían el problema de la fragmentación quechua, y, por lo menos en el
nivel escrito, tendían un puente idiomático por encima de las fisuras
dialectales, buscando cubrir el vacío que iba dejando la lengua gene­
ral. A diferencia de ésta, de naturaleza eminentemente oral, se erguía
ahora, en el nuevo contexto diglósico en el que la lengua dominante
gozaba de tradición escrita, el quechua general de carácter igualmente
escrito. De allí su comprensible estatuto de código elitista y restringi­
do, pues sólo los iniciados podían valerse de él. Sería un error creer, sin
embargo, que su empleo se haya circunscrito a las esferas del discurso
exclusivamente religioso. Documentos recientemente hallados en di­
ferentes archivos demuestran (cf., por ejemplo, Taylor 1985) que su
uso trascendió los límites de lo conventual para instalarse también en
los medios legales y administrativos e incluso en los fueros privados de
la comunicación epistolar (cf. Itier 1991). Como lo demostraremos en
otra oportunidad, el Inca Garcilaso será también uno de los seguidores
más respetuosos de las normas ortográficas del quechua general, no
obstante reclamarse cuzqueño de pura cepa idiomática.

En verdad, el caso del Inca es excepcional. Porque, como lo


señalamos en otro lugar (cf. Cerrón-Palomino 1987a), serán los que­
chuistas criollos y mestizos, incluso desde muy temprano -tal el caso
de Alonso de Huerta (1616)-, como Avila (1649), Diego de Molina
([1649] 1928) y Jurado Palomino (1649), quienes, confundiendo los
objetivos que inspiraron a los traductores conciliares (entre otros,
recordémoslo, elaborar un quechua válido desde Quito hasta Char­

218
D ivers id ad y u n if ic a c ió n lexica

cas), se empeñaron en socavar la norma impuesta, recusándola por no


representar fielmente la pronunciación (en este caso la del dialecto
cuzqueño). Se iniciaba desde entonces el trabajo disruptivo, en
materia de unificación idiomática, ahogando de esta manera un
segundo intento por superar la heterogeneidad en el mundo quechua.

4. La barrera léxica
Como se recordará, las “Annotaciones” de la D octrin a nos
indicaban que la “corrupción” dialectal (léase variación) que separaba
a los pueblos “desde Guamanga hasta Quito, y a los de los Llanos”,
radicaba más en el léxico, que en la sintaxis de la lengua. Se advertía
entonces que los vocablos eran “differentes de los q se vsan en el Cuzco,
y algo toscos, tomados de sus idiomas particulares, o del vso que
comunmete rescibiero todos los q se llama Chinchaysuyos”. Una vez
más, la medida de la p ro p ied a d la da el dialecto cuzqueño (quitadas
sus “obscuridades”, recordémoslo), frente a cuyo repertorio léxico, el de
las hablas “fuera del Cuzco” aparece, bajo el lente de la idealización,
como “algo tosco”. Dicha variación es achacada, según lo haríamos
también en la actualidad, a los efectos de un sustrato. Nótese, pues,
que aquí se está hablando 110 de meras diferencias fonológicas mostra­
das por cogn ad os del tipo <hara>, <pani>, <vllcu> en lugar de <?ara>
‘maíz’, <pana> ‘hermana de varón’ y' <vrcu> ‘macho’, respectivamen­
te. La divergencia de que se nos habla está dada por pares lexémicos
que separan, por un lado, al llamado genéricamente chinchaisuyo, y,
por el otro, al cuzqueño, de los cuales nos proporcionan la siguiente
docena de ejemplos (cuyas formas interpretadas en su versión etimo­
lógica aproximada, aparecen al lado y con un asterisco):

C hinch aisuyo C u zco

<Tamyan> *tam ya-n por <pará> *para-n “llueve”


<Pachiá> *pacya-n <tocyá > *tuqya-n3 “rebieta”
cC h iqu iao *ciq ya-q <cómer> *q u m ir3 “verde”
<Pistani> *pista-* <lluchuni> *Iucu-3 “dessollar’
<Sitani> *sita-1 <chocani> *cuqa- “tirar”
<Chuscu> *cusku2 <tahua> *ta w a “cuatro”
<Quihua> *q iw a <cachu> *qacu 3 “yerua”
<Ocsa> *ucjsa <ychu> *iéu 3 “heno”
<Vllcu> *ulqu <cari> * q a ri3 “varó”
<chacuas> *cakwa-s <paya> *paya “vieja”
<Cusma> *kusm a <vncu> *unku “camiseta’
<Anacu> *ana-ku <acso> *aksu “saya”

219
C e r b ó n - P a l o m in o

1. Nótese que, según práctica de la época, las entradas verbales se citaban en la forma
conjugada de primera (y segunda) persona, en este caso -ni, que corresponde a la
marca empleada por los dialectos norteño-sureños y no precisamente por el central
(las formas correctas serían, en los ejemplos, pista-: y sita-:, respectivamente, es
decir con alargamiento de la vocal temática).
2. Interpretamos cusku y no cusku, según sugiere la notación escrita, por dos
razones: (a) fray Domingo de Santo Tomás la registra como <chuzco>, es decir con
la <z> que representábala sibilante dorsal; y (b) dialectos modernos como el huanca
y el ancashino la consignan como cusku y cusku, respectivamente (para este
problema de las sibilantes, ver Cerrón-Palomino 1990).
3. Reconstruimos estas formas, sin laringal]zación (a pesar de que, tal como se las
registraba entonces, así como en la actualidad, la portaban: t’uqya-, q ’umir,
Tu¿Tu-, q’acu, qhari e iehhu), porque asumimos que dicha modificación le viene al
cuzqueño por vía de sustrato aimaroide (cf. Cerrón-Palomino 1987b: Cap. 4, sección
4.31).

Ahora bien, frente a tal diversidad léxica, ¿cuál fue la solución


adoptada por los lingüistas del Tercer Concilio? Ya vimos cómo los
items de la primera columna del cuadro les parecen “algo toscos”, por
lo que optan por los de la segunda, es decir por las formas “sureñas” o,
mejor, cuzqueñoides (recuérdese, sin embargo, que en la ortografía no
se ciñen a la pronunciación respectiva). Así, pues, en general la norma
léxica adoptada será a favor de las variedades sureñas, ya que de los
demás “vocablos a este modo” (es decir, a los de la primera columna del
cuadro) “no se vsa en toda esta traductió”. Léxicamente, entonces, la
solución distaba de ser compositional, y con ello, toda heterogeneidad
pensaba superarse por imposición de una norma de naturaleza unita­
ria, a despecho de la experiencia pluridialectal que seguramente
caracterizaba aún a los hablantes de entonces, aunque con la lengua
general ya en franco desuso.
Que dicha com p eten cia polidialectal estaba generalizada,
por lo menos a nivel léxico, puede entreverse en el primer vocabulario
quechua, recogido por el sevillano fray Domingo de Santo Tomás
([1560] 1951b). En efecto, el mismo autor nos lo anuncia en su “Prólogo
al lector” : “Item como esta lengua (auque es vsada y general por toda
la tierra) no es natural en toda, como esta dicho, están m ezclados
con los térm in os della, y receb id os, y vsados y a gen eralm en te
quasi d e todos, m uchos térm in os de p rou in cias particu lares,
de los quales táb ie p ógo y o algunos en e l vocab u lario, porqu e
assi se vsan ya cóm am ete (subrayado nuestro)”. Lo de “algunos” es
ciertamente una modestia de parte del dominico, puesto que, para
referirnos únicamente al vocabulario “chinchaisuyo” (entendido este
término en forma genérica, y con las advertencias formuladas previa­
mente), no sólo están contenidos todos los lexemas marcados como
tales en las “Annotaciones” (ver cuadro ofrecido), sino que aparecen

220
D iversidad y u n if ic a c ió n le x ic a

muchas decenas más, sumando, en un primer conteo aproximado,


alrededor de 67 vocablos. La mayor parte de éstos, más del 67%,
figuran alternando con sus correspondientes formas “sureñas”, ya sea
en la sección quechua-castellana como en la inversa, y muchas veces
(como es frecuente en los diccionarios de la época, ¡e incluso modernos!)
sólo en la primera parte, es decir en la castellano-quechua. Los hete-
rolexemas son ofrecidos en forma disyuntiva, como en la siguiente
instancia: “chacuas, o paj'a - muger vieja” o “cuatro, numero - chuzco,
o tagua”, donde el término inicial corresponde a la variante chinchai-
suya (y, más específicamente, en el primer ejemplo, al quechua cen­
tral). Se ve, pues, que los “sinónimos” aparecen sin ninguna marca
especial que delate su procedencia. De allí que, tal vez, no sea del todo
injusta la severa opinión que le merecía a Guamán Poma ([1616] 1936:
1079) la obra lexicográfica del sevillano, al considerarla como un “libro
de vocabulario de la lengua del cuzco chinchaysuyo quichiua tod o rre-
b u elto con la española” (subrayado nuestro; y donde, para una recta
interpretación del pasaje, debía insertarse y d el entre Cuzco y Chin-
chaisuyo).

Pues bien, tanto la partición léxica hecha por los traductores


conciliares así como la apreciación del cronista indio respecto del L e ­
xicón, responden, posiblemente, a un momento diferente de cuando
el dominico recogía su vocabulario (antes de 1550): no en vano habían
transcurrido más de treinta años. En dicho lapso, como lo sugerimos
ya, esa lengua “general y entendida por toda la tierra” perdía vigencia,
al menos en su forma koiné, dando lugar a la reemergencia de las
variantes regionales, que por entonces se divisaban en dos grandes
bloques: la chinchaisuya y la cuzqueña. Es precisamente la caracte­
rización de dichas áreas dialectales la que nos ofrecen las “Annotacio­
nes”, constituyéndose en el primer esbozo de zonificación de los
dialectos quechuas. En adelante, los gramáticos y lexicógrafos que
intenten describir el quechua general harán hincapié en señalar las
diferencias tipificadoras de tales bloques dialectales.

En efecto, el Anónimo ([1586] 1951: 99), pese a declarar que su


intención es “tratar del vso que hay en el Cuzco, como cabeza que es
destos reynos en lo que toca a la policía y buen lenguaje de los Indios”,
no deja de “tocar en el Vocabulario algunas cosas que comunmente
vsan los Chinchaysuyus”. Así, incorpora en la primera sección (que­
chua-castellano) unos 60 términos con el rótulo de chinfchaisuyo]
entre paréntesis (con algunas omisiones) y unos 15 más en la segunda
parte (castellano-quechua), de los cuales 5 son meros cognados (del
tipo £uc ‘uno’, ñañu ‘delgado’, huam ra ‘muchacho’, versus las formas
sureñas hue, llañ u y huarm a, respectivamente). Como se ve, el

221
C e r r ó n - P a l o m in o

caudal léxico atribuible a la variante chinchaisuya es parecido al que


nos proporciona fray Domingo. Una comparación somera de los
mismos nos permite ver que los términos registrados por el dominico
cubren algo más del 69% de los lexemas del Anónimo, pero a la vez
incorpora 15 vocablos más no consignados por éste. En cambio,
González Holguín ([1608] 1989), quien, al parecer guiado por el
Anónimo, recoge el léxico fundamentalmente cuzqueño, y para cuya
representación se aparta de las normas del Concilio, consigna unos 15
términos de los registrados por aquél, por cierto que sin ninguna
indicación: ¿prueba, tal vez, de que in illo tem p ore todavía se los
usaba como sinónimos en el cuzqueño (incluyendo la alternancia
hachha-^achha, cuya segunda forma aparece curiosamente como
chinchaisuya en el Anónimo y, sin embargo, es la que triunfa en el
sur)? No sería de extrañar. Por lo demás, es muy ilustrativo de lo que
decimos el que el jesuíta nos defina la voz aka como “el a?ua o chicha”,
donde la versión chinchaisuya parece incluso haber entrado al caste­
llano de entonces como sinónimo de chicha. Por su parte, Alonso de
Huerta, en su A r te de la le n g v a qvech va (1616), declara que
“aunque hasta aquí no se han enseñado documentos para hablar la
lengua Chinchaysuyo, en este Arte yre enseñando algunos para que
se en tien d a la d ifere n c ia qu e ay de hablar e n tre las dos P rou in -
cias, que em piezan, la d el In g a desde Guam anga arriu a, y la
Chinchaysuyo d esde a lli ab ajo hasta Q uito” (subrayado nuestro;
cf. “Introdvction”). No obstante ello, las “diferencias” (unas pocas
fonológicas, léxicas y gramaticales) que ofrece son realmente pobres,
en comparación con las proporcionadas por los traductores de la
D octrina, si bien el catedrático sanmarquino es algo más preciso en
el deslinde de lo propiamente chinchaisuyo (y aquí del correspondien­
te al quechua central, más específicamente). Incidentalmente, es
curioso que de Huerta registre pusi como variante de pich ca ‘cinco’,
cuando se sabe que dicho término, de origen aru (pushi en jacaru y
pusi en aimara) y con el significado de ‘cuatro’ no aparece, que
sepamos, en ningún dialecto quechua. Finalmente, el afán diferencia-
dor culminará en 1700, cuando el jesuíta huancavelicano Juan de
Figueredo, en la segunda edición del A r te de la le n g v a g e n e ra l de
su compañero de orden, Diego de Torres Rubio (1619), inserte un
“Vocabulartio de la lengua Chinchaisuyo, y algunos modos mas vsados
de ella”. Este léxico constituye, a la vez, el primero y el último dedicado
al chinchaisuyo (en mayor medida, más exactamente al ancashino), y
por cierto contiene la mayor parte de los lexemas consignados previa­
mente como propios de la mencionada “provincia”. En una edición
posterior del mencionado A rte, la de 1754, el vocabulario de Figueredo
tendrá todavía algunas adiciones, hechas por un anónimo “padre
misionero”, aunque muchas de ellas no sean sino variantes o simple­

222
D iversidad y u n if ic a c ió n lexica

mente repeticiones de las ya consignadas por el huancavelicano.


Decíamos que sería el último esfuerzo por recopilar el léxico chinchai-
suyo: en efecto, después de esa fecha, ya nadie se interesará por las
hablas diferentes de la cuzqueña en general, hecho que persistirá
hasta los inicios del presente siglo (cf. Cerrón-Palomino 1987b: Cap. 3,
sección 3.2).

Ahora bien, si ello ocurría en el plano descriptivo, ¿qué pasaba


en la práctica escrita del quechua, tal como la habían inaugurado los
traductores de los materiales del III Concilio? Como se dijo, aquí el
léxico chinchaisuyo quedaba descartado de entrada. Tal, por ejemplo,
en las obras de Jerónimo de Oré (1598,1607), Pérez Bocanegra (1631)
y Avendaño (1649), para no hablar de los declaradamente cuzqueñi-
zantes como A vila (1646). No obstante ello, encontramos por lo menos
dos ilustres excepciones en los que se rompe dicha práctica: la del
mismo Oré (1598) y la de Jurado Palomino (1649), en la cúspide y el
ocaso, respectivamente, de la tradición toribiana.

En efecto, en los cánticos compuestos en “metro saphico” por el


criollo huamanguino fray Jerónimo de Oré advertimos una pequeña
“licencia” de tal norma. Así, en cinco de los siete himnos (descartados
el primero y el sétimo) se emplean, a veces en la misma estrofa, e
incluso en un mismo verso, tres juegos de pares lexémicos: para~
tam ya ‘lluvia’, lla c ta -m a rc a ‘pueblo’ y unu~ yacu ‘agua’, donde el
segundo elemento de cada par, como se sabe, es de origen “norteño”.
Aparte de los efectos estilísticos y estéticos obtenidos en virtud de tales
paralelismos semánticos, conviene preguntarse si el franciscano,
amigo del Inca Garcilaso, no habría tenido otros móviles para dicha
“herejía”. Creemos encontrar, en la lectura de las razones expuestas
para justificar sus composiciones (“De la necessidad y utilidad deste
nuestro Symbolo Catholico Indiano”, p. 62 ss.), otra motivación, esta
vez de naturaleza más bien práctica y funcional: que su trabajo fuera
de “vtilidad de los indios, y prouecho y ayuda de los religiosos de
nuestra seraphica religio, y de otros sacerdotes a cuyas manos este
humilde tratado llegare”. Se buscaba, pues, una mayor audiencia
dentro del universo quechua de entonces: los himnos estaban destina­
dos principalmente a los indios, tan aficionados a ellos: “atraydos có el
gusto y devocio destos cñticos, frequetan [...] las yglessias y procura
[hallarse] a la doctrina y catecismo”. No se trataba, entonces, de un
público necesariamente culto e ilustrado. De modo que su interés
pluridialectal, diñárnoslo así, tampoco buscaba “hazer ostetació de
saber la legua, sino el aprouéchamieto de los indios”. De esta manera,
su traducción, previamente evaluada (entre otros por sus tres herma­
nos, igualmente religiosos), les había parecido “a todos [...] muy

223
C e r r ó n - P a l o m in o

propria [...], assi en el Cuzco como en Lima, Arequipa, Guamanga,


Xauxa y en otras muchas partes” . Obviamente, el empleo de términos
familiares, sobre todo a estas últimas provincias, contribuía a una
mejor sintonización dialectal.
La segunda excepción a la práctica de nivelamiento léxico nos
la proporciona el Bachiller Bartolomé Jurado Palomino, quechuista
cuzqueño, en su traducción de la versión castellana de la D o c trin a
C h ristia n a del Cardenal Belarminio, originariamente escrita en
latín. Se trata de la D ecla ra ció n copiosa, aparecida en Lim a en
1649, “muy bien traducidla]”, por alguien que “sabe la lengua con
eminencia”, según opinión del célebre extirpador de idolatrías Fran­
cisco de Avila. Estamos aquí frente a un texto en prosa, en el que, a
diferencia de los versos de Oré, se busca fundamentalmente la com­
prensión de los “misterios de la fe” por parte de los indios, que, aunque
“ladinos, y entendidos que sean en nuestro lenguaje Español, mejor lo
entenderán en el suyo natural” (cf. “Dedicatoria”). En tal sentido, la
preocupación de Jurado es doble. Por un lado, la pronunciación y
escritura: como Avila (1646: LXXXIX-XC), procura reintroducir la
distinción entre aspiradas y glotalizadas, así como entre el punto velar
y postvelar, para lo cual propone el empleo de grafías dobladas (cf.
“Prólogo a los curas”). Estamos aquí, según lo habíamos anunciado, en
presencia de dos cuestionadores de la norma ortográfica del Concilio
toribiano. Por otra parte -y en este punto la actitud de nuestro
traductor es inusitada-, le preocupa también la diversidad léxica,
pasada por alto por otros quechuistas, como Avila y Pérez Bocanegra,
por ejemplo, que en esto siguen la norma impuesta. En efecto, a lo
largo de la obra irá insertando, llegado el caso, pares lexémicos
mutuamente intertraducibles formados por una variante sureña se­
guida (en realidad, franqueada por las abreviaturas latinas l[ectio] o
v e l) de su correspondiente chinchaisuya o viceversa, como por ejem­
plo, en “tahua.l. chusco” (p. 2 y passim) o “huaccyanchic vel ccayan-
chic” (p. 9 y passim). De esta manera ofrecerá hasta 36 pares de
términos equivalentes, con abundantes omisiones de uno de los
gemelos y repeticiones de los ya introducidos. Se trata, como se ve, de
un procedimiento nada sistemático, pero sí persistente a lo largo de
toda la traducción, y no siempre la forma sureña tiene la preponderan­
cia en el orden de su presentación, como en “vllcco.l.cchari” (p. 45),
donde el primer elemento es “norteño”. Por lo demás, no sólo no
aparecen dobletes conocidísimos como el de p a ra versus tam ya,
debiéndolo haber hecho, sino que, más interesantemente, ofrece otros
cuya forma norteña no figura ni en Figueredo ni tampoco en las
recopilaciones modernas, quizás por su obsolescencia: tal los casos, por
ejemplo, de m anu versus ?acca~hacca 'deuda’ (p. 119 y passim),

224
D iversidad y u n if ic a c ió n lexica

u y h u a - frente a asma- ‘tener, poseer’ (p. 131) o de c c o i f u - versus


c c a r a c h a - ‘arrastrar’ (p. 99). A pesar de las incongruencias señaladas
(de las cuales no se libraron ni los lexicógrafos más versados, como lo
adelantamos), la intención de Jurado Palomino -la de tender un
puente léxico entre los dos grandes grupos dialectales- es realmente
remarcable, y responde seguramente también a las críticas que, con
mayor intensidad, comenzaron a hacerse en contra de la solución
unitaria impuesta por el Concilio tercero. Recordemos, a este respecto,
las protestas de Diego de Molina ([1649] 1928:75), quien declaraba que
si fuera él “examinador en el obispado de Chinchaysuyu, no examinara
en los términos del Cusco, sino en su materna, pues esta es la que
hablan y entienden los naturales dél: Y este es argumento Tortísimo,
que si yo fuese al Cusco y predicase en la lengua Chinchaysuyu, se
reirían de mí, y harían burla”. Lamentablemente, pues, el ejemplo del
traductor del cardenal Belarminio no fue seguido por otros y ello
contribuyó a la total autoreclusión dialectal de los quechuahablantes
de una y otra zona, echando por tierra, hasta el presente, todo intento
no ya de unificación idiomática sino por lo menos de sintonización
léxica interdialectal.
5. El reto de la reunificación
Como lo dijimos en la sección inicial, la mayor fragmentación
del quechua la encontramos en el actual territorio peruano, donde
coexisten las dos grandes ramas que lo conforman. La relativa
inteligibilidad entre los hablantes de uno y otro grupo dialectal, de por
sí empañada por los desarrollos evolutivos propios a cada rama, fue
entorpeciéndose cada vez más, a medida que el bilingüismo quechua-
castellano iba en aumento: la lengua dominante se constituía así en
una nueva “lengua general”, sirviendo como un verdadero travesaño
interdialectal (e interlingüístico), por encima de las barreras idiomá-
ticas. En adelante sería mucho más cómodo echar mano de ella, como
lo es actualmente, para resolver problemas de intercomprensión. Este
“ahorro” de energías (pues toda comunicación interdialectal implica
siempre un esfuerzo de aproximación mutua), unido a la relativa
“quietud” de los pueblos en un tiempo en constante flujo y reflujo
(recuérdese la institución de los m it m a s ), fue encerrando a los
hablantes de las distintas variedades de quechua dentro de sus
propias fronteras dialectales, perdiéndose así la “familiaridad” que
para propios y ajenos significaba el escuchar la variante del otro. En
tales condiciones, creadas por el nuevo ordenamiento diglósico y esta­
mental colonial, apenas tocado por las guerras independentistas (en
las que, en un bando como en otro, se buscó manipular a la población
quechua en su propia lengua, muchas veces sin entenderla), irán

225
Cerrón-P a lo m in o

remodelándose las grandes áreas dialectales del quechua contempo­


ráneo, hasta divisarse la situación global que nos ofrecen los trabajos
dialectológicos (cf. Cerrón-Palomino 1987b: Cap. VIII).
Ahora bien, tal situación de heterogeneidad constituye, sin
duda alguna, un obstáculo para todo intento que persiga la reivindi­
cación idiomático-cultural de los pueblos quechuas. En efecto, para el
caso peruano, bastará recordar la polémica que se desató (sobre todo
entre los especialistas, hay que reconocerlo) a raíz de la “oficialización”
de la lengua durante el gobierno militar del general Velasco Alvarado
(1968-1975). El decreto-ley (21156 del 27 de mayo de 1975) estipulaba
el nuevo estatuto que tendría e l quechua. La pregunta que surgió de
inmediato entre los entendidos fue: ¿qué quechua? Pues para los
dialectólogos los había muchos, tanto que hasta se hablaba de verda­
deras lenguas al interior, no ya de la lengua sino -había que recal­
carlo- de la fam ilia, a fin de evitar la circularidad. Para los tradiciona-
listas, o los desconocedores de la realidad, en cambio, no parecía existir
ningún problema de interpretación: e l quechua se asumía como
sinónimo de la variedad cuzqueña, pues era la única lengua, siendo
las demás manifestaciones de ella meros dialectos, entendido el
término en su acepción peyorativa. La polémica, como es natural,
alcanzó ribetes emocionales al enfrentarse, por un lado, los ardientes
defensores de la tesis cuzqueñista, obviamente todos ellos de pro­
cedencia cuzqueña; y, por el otro, los dialectólogos encariñados con las
variedades centro-norteñas, con escasa o nula adherencia de parte de
sus propios hablantes, que permanecían prácticamente ajenos al
debate. Como podrá observarse, tal respuesta actitudinal reproducía,
indirectamente, las jerarquizaciones idiomáticas y los consiguientes
juicios de valor formulados en la colonia: se enfrentaban así, una vez
más, los partidarios del quechua “atheniense” y los de la variedad
chinchaisuya (incluyendo a la ayacuchana o chanca). El debate
académico terminó cuando la Comisión de Alto Nivel encargada de in­
terpretar los alcances del decreto-ley optó por una solución salomónica
al problema de selección: se reconocía el estatuto oficial de seis
supralectos, de norte a sur: Cajamarca-Cañaris, San Martín, Ancash-
Huailas, Junín-Huanca, Ayacucho-Chanca y Cuzco-Collao. De esta
manera aparecían representados los grupos dialectales norteño
(Cajamarca-Cañaris), oriental (San Martín), central (Ancash-Huailas
y Junín-Huanca) y sureño (Ayacucho-Chanca y Cuzco-Collao). Obvia­
mente, la selección supradialectal, si bien respondía a realidades
geográficas, no estuvo basada en criterios de orden sociolingüístíco
precisos (a falta de diagnósticos que los sustentaran) y obedeció,
en cambio, a factores tales como la disponibilidad de materiales
-descripciones y vocabularios- para su eventual normalización y codi­

226
D iversidad y u n if ic a c ió n l e x ic a

ficación. No es difícil advertir, por lo demás, que en dicha solución


predominó el criterio del dialectólogo antes que el del planificador
idiomático, con los defectos consiguientes que ello conlleva: aquél,
como lo hemos señalado en otro lugar (cf. Cerrón-Palomino 1989),
tiene la proclividad a poner mayor énfasis en las diferencias antes que
en las semejanzas. De otro lado, la práctica descriptivista del dialec­
tólogo le impedía ver, en su trato con formas exclusivamente orales de
expresión, las potencialidades que encierra el desarrollo de un registro
escrito como medio de reunificación dialectal. No debiera extrañar
entonces que se hubieran seleccionado dos variedades para el grupo
dialectal sureño -Ayacucho-Chanca y Cuzco-Collao- no obstante estar
separadas apenas por una isoglosa fonológica de consideración (el
registro o no de las laringalizadas) y ser mutuamente inteligibles. A
no ser por el viejo sentimiento regionalista que separa a cuzqueños y
chancas contemporáneos, no se justificaba tal escisión supradialectal,
pudiéndose haber postulado un solo supralecto sureño.
Ahora bien, las posibilidades de reunificar el quechua, por lo
menos en el nivel escrito, lejos de ser una quimera, puede constituirse
en una realidad. Ello resulta mucho más viable, por cierto, a nivel de
las grandes ramas dialectales, teniendo en cuenta la enorme fisura
que separa a la variedad central de la norteño-sureña. Que tal
nivelamiento no es una utopía nos lo pueden ilustrar no sólo algunos
casos de planificación idiomática llevados a cabo en otras latitudes
sino, de manera mucho más tangible, los esfuerzos de unificación
escrita que vienen realizándose, con resultados asombrosos, en el
quichua, ecuatoriano. Ciertamente, la diversidad que registra aquella
variedad es menor que la que ofrece su congénere peruana, pero
también es cierto que la fragmentación existente en el interior del
grupo sureño (de Huancavelica, en dirección sureste, hasta Santiago
del Estero) es mucho menor de la que se da en el país del norte. El
prodigio ecuatoriano sólo puede entenderse a cabalidad a la luz del
trabajo coordinado entre los intelectuales comprometidos con la causa
indígena y las organizaciones de los propios grupos de quichuahablan-
tes, que finalmente conquistaron su propio espacio operativo dentro de
los niveles de decisión gubernamental (cf. Vries 1988:126 ss.). Sobra
decir que todo proyecto de planificación idiomática, cuando no cuenta
entre sus gestores y propulsores a los propios usuarios de la lengua,
está condenado a convertirse en mero ejercicio de gabinete. Pero, a la
vez, sería absurdo pensar en la ideologización previa -desarrollo de la
conciencia idiomática- de los grupos afectados como requisito para una
empresa de reivindicación lingüística. Como la historia lo demuestra,
en muchos casos la codificación idiomática precedió a la normalización
socio-política estatutiva.

227
C e r r ó n -P a l o m in o

La preocupación por reunificar el quechua (no obstante la labor


de zapa sistemática que realizan instituciones foráneas, como el ILV,
conocido en todo el mundo por su afán exacerbador de las diferencias
dialectales de una lengua) nace paralelamente con los movimientos de
reivindicación educativa indígena propulsados no por los organismos
oficiales, que desde las postrimerías de la colonia abogan por una
política asimilacionista en favor de la lengua y cultura dominantes,
sino por intelectuales liberales y dirigentes políticos simpatizantes de
la causa indígena, contando en el mejor de los casos con el apoyo
organizado de los propios protagonistas, hecho este último muy
notorio en el Ecuador y últimamente también en Bolivia. Tras
diversas experiencias en campañas de alfabetización y programas de
educación bilingüe, generalmente alentados por convenios binaciona­
les, que se orientaban en principio dentro de modalidades típicamen­
te transicionales (tomando a la lengua nativa como mero trampolín
para llegar supuestamente de manera más eficaz a la lengua “oficial”),
en los últimos años se ha venido conquistando el derecho hacia una
educación bilingüe intercultural, en la que la lengua del educando es
asumida como medio de expresión e instrucción de los procesos
educativos en igualdad de condiciones que el castellano. Tal la
modalidad conocida como edudación bilingüe de m an ten im ien to y,
agregaríamos, d e s a rro llo (cf. López 1986).
Nótese, ahora, que un modelo como el mencionado constituye
una verdadera revolución cultural sobre todo desde el punto de vista
pedagógico y lingüístico. En la medida en que la lengua ancestral es
tomada no ya como un medio sino como un fin en sí misma, hay la
necesidad de elaborar textos y materiales no sólo de enseñanza-
aprendizaje sino también de apoyo y fomento en la propia lengua. Pero
ésta, debido a la compartamentalización diglósica que la remite a usos
siempre subordinados, no está preparada -es decir n orm alizada-
para ello. De donde surge el reto de codificarla. Tal es, en efecto, el gran
desafío que encaran al presente los diversos programas de educación
bilingüe intercultural (no de los otros) que operan en el mundo andino,
y es dentro de este contexto que se buscan resolver los problemas de
fragmentación dialectal. Contrariamente a la tendencia escisionista y
atomizante prevaleciente en la década del setenta, actualmente se
advierte un consenso general en favor de la unificación del quechua,
en cuya intención se han convocado ya a varios eventos de carácter
panandino (Cf. Ministerio de Educación y Cultura 1990, para uno de
los últimos). Nunca estará de más insistir en que dicha nivelación es
concebida, por lo menos en una primera instancia, en el plano escrito,
mas no en el de la expresión oral: nada impide que las formas
dialectales orales sigan en pleno uso, pues, de otro lado, su desplaza­

228
D iversid ad y u n if ic a c ió n lexica

miento por parte de la variedad unificada, además de injusto e


inhumano, sería poco menos que ingenuo. De lo que se trata, como se
ve, es de desarrollar un registro paralelo de naturaleza pandialectal y
de canal fundamentalmente escrito.
Una vez llegados a este momento, quisiéramos referimos a un
caso concreto de solución a los problemas de fragmentación dialectal
mencionados. El asunto tiene que ver con la heterogeneidad dialectal
que interfiere en los procesos de elaboración de materiales dentro del
programa de educación bilingüe conducido por el Ministerio de Edu­
cación del gobierno peruano. Habiendo asumido el compromiso de
aplicar dicho programa, iniciado por el Convenio entre el mencionado
Ministerio y la GTZ del gobierno federal alemán en el área de Puno,
para proyectarlo a una dimensión regional considerable como es el sur
peruano, uno de los obstáculos que debía resolverse de inmediato era
la falta de adecuación de los materiales producidos dentro del conve­
nio, tanto en forma como en contenido, en la medida en que ellos
respondían a una variedad dialectal específica (el quechua puneño) y
a un contexto social e histórico-cultural igualmente local. Para referir­
nos únicamente a los aspectos de lengua, se hacía necesario nivelar, es
decir superar, las diferencias dialectales que separan a las variedades
chanca e inca. Tales diferencias, lo dijimos ya, si bien de menor
cuantía, atraviesan en mayor o menor medida los subsistemas fonoló­
gico, léxico y gramatical de la lengua, en ese orden. Ahora bien, la
alternativa ideal para unir ambas áreas desde el punto de vista
fonológico sería optar por una solución a la manera del III Concilio, es
decir pasando por alto la representación de las consonantes laringali-
zadas (que, de paso sea dicho, presentan una gran variación en su
registro de un dialecto a otro). La otra isoglosa, consistente en la
lenición de las consonantes oclusivas en posición final de sílaba (del
tipo ra fra o pisqa en lugar de r a p r a y p ic h q a , respectivamente), no
proporcionaba mayores problemas, desde el momento en que su
escritura a la manera ayacuchana (es decir sin lenición) sólo significa­
ba para el cuzqueño atenerse a las formas más conservadas (como
escribir a p to en castellano pese a que un cuzqueño pronuncia a fto ).
Frente, pues, al problema surgido en la elaboración de materiales, se
optó, provisionalmente, por una solución mixta: la escritura a la
manera ayacuchana pero con la distinción de laringalizadas (del tipo
c h a k i ‘pie’ versus c h ’a k i ‘seco’), cuya omisión por parte de los de la
variedad chanca podía ser tolerada. Incidentalmente, la misma solu­
ción se viene aplicando dentro de los programas de educación bilingüe
en el lado boliviano, en virtud de una cooperación internacional que
promete ser muy fructífera en los próximos años. De otro lado,
teniendo en cuenta el carácter verdaderamente negligible de las

229
C e r r ó n - P a l o m in o

variaciones en el nivel gramatical (del tipo -niku, para el chanca,


frente a su correspondiente -yku del inca, para marcar la primera
persona actora exclusiva), quedaba por resolver la diversidad léxica.

Pues bien, el problema en dicho nivel se solucionó, de manera


intuitiva, alentando el empleo de lo que entonces denominamos las
sinonimias léxicas. En virtud de dicha alternativa se buscaba familia­
rizar a maestros y alumnos en el empleo de las variantes léxicas a un
lado y otro de la frontera chanca-inca. Es decir, sin conocer aún
(debemos confesarlo) estábamos recurriendo a una solución larga­
mente trajinada en la colonia por eximios quechuistas como el Anóni­
mo, Jerónimo de Oré, Alonso de Huerta, Juan de Figueredo y Barto­
lomé Jurado Palomino, llegando incluso a preparar un vocabulario
básico del sureño unificado, cuya aparición se ha visto entrampada por
razones financieras (cf. Cerrón-Palomino 1991). Creemos que una so­
lución tal no constituye en manera alguna una carga en los procesos
de enseñanza y aprendizaje de la lengua, toda vez que el enriqueci­
miento del vocabulario es un hecho no sólo inevitable sino necesario.
Con ello, además, se contribuye, aunque fuera de manera mínima, con
los intentos de reunificación del quechua por lo menos en una dimen­
sión regional. Para terminar con este punto, quisiéramos adelantar­
nos a una posible objeción: si bien es cierto que en una lengua común
y corriente la existencia de dobletes léxicos resulta redundante a
menos que uno de los elementos se diversifique semánticamente de
modo que garantice su supervivencia, condenado de otro modo a la ob­
solescencia, en el presente caso lo que se busca, en una primera
instancia, és únicamente la familiaridad de los usuarios con los
elementos léxicos típicos del otro. Por lo demás, en un segundo
momento, el empleo sostenido de los mismos tanto en el registro
escrito cuanto en el oral acarreará como consecuencia el que algunos
de ellos sucumban o, por el contrario, se mantengan previa especiali-
zación semántica, conformándose de esta manera con los procesos de
cambio que afectan a toda lengua.

6. A manera de epílogo
Como lo ha señalado acertadamente Mannheim (1984, 1989),
en materia de política idiomática, seguimos dando la vuelta en tomo
a los mismos problemas y a las posibles alternativas de solución
planteadas desde la época colonial: de alguna manera siguen vigentes,
y encontradas, las dos posturas tradicionales: o asimilacionismo, y
entonces erradicación de las lenguas nativas, o pluralismo, lo que
significa tolerancia, y hasta desarrollo y cultivo, de las mismas. Por
muy cuestionables que hayan sido los móviles que alentaron el desa­

230
D iversidad y u n if ic a c ió n lexica

rrollo escrito del quechua durante la colonia, tal como lo reseñamos en


las secciones precedentes, no puede dejar de verse, en el aspecto
específico de la codificación del corpus, un modelo de tratamiento
idiomático aprovechable en muchos respectos, particularmente en la
solución de la diversidad fonológica y léxica. Ello porque, conforme
vimos, la diversidad dialectal, ayer como hoy, sigue siendo práctica­
mente la misma, y la necesidad de superarla, aun cuando hayan
cambiado los móviles, también persiste. Como se ve, n i h i l n o v u m
s u b so le .
Frente, pues, al escepticismo de quienes ven en los intentos de
unificación escrituraria del quechua una tarea condenada al fracaso,
debemos recordar cómo llegó a forjarse el quechua general de la
colonia, cuyo empleo está atestiguado en los miles de páginas impresas
que salieron de la pluma de eximios quechuistas españoles, criollos,
mestizos e incluso indios ladinizados, pero también en los expedientes
de juicios, protocolos y actas notariales, que los investigadores van
exhumando pacientemente del fondo de los archivos y de la incuria
nacional. Pero no sólo se trata de retomar las fuentes del pasado, pues
allí está igualmente el ejemplo de los pueblos quichuas del Ecuador,
que, contra los mecanismos tradicionales de deculturación y glotofa-
gia, han apostado por el forj amiento de un quichua unificado, como
pivote fundamental de toda identidad linguocultural. Si el ejemplo
colonial fue eminentemente elitista y académico, el caso ecuatoriano
es de raigambre fundamentalmente democrática y autogestionaria.
Los proyectos de unificación escrituraria en curso no debieran desa­
provechar ambas experiencias.

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