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Los hijos no se “pierden” en la calle, sino dentro de la casa

De hecho, esa pérdida se inicia en el propio hogar con ese padre ausente,
con esa madre siempre ocupada, con un cúmulo de necesidades no
atendidas y frustraciones no gestionadas. Un adolescente se desarraiga
tras una infancia de desapegos y de un amor que nunca supo educar,
orientar, ayudar.

Empezaremos dejando claro que siempre habrá excepciones. Obviamente


existen niños con conductas desadaptativa que han crecido en hogares
donde hay armonía y adolescentes responsables que han conseguido
marcar una distancia de una familia disfuncional. Siempre hay hechos
puntuales que se escapan de esa dinámica más clásica donde lo
acontecido día a día en una casa marca irremediablemente el
comportamiento del niño en el exterior.

“Sembrad en los niños buenas ideas, aunque hoy no las entiendan el


futuro se encargará de hacerlas florecer” María Montessori

En realidad, y por curioso que parezca, un padre o una madre no siempre


terminan de aceptar este tipo de responsabilidad. De hecho, cuando un
niño evidencia conductas agresivas en un centro escolar, y se toma
contacto con los padres por parte del tutor, es habitual que la familia
culpabilice al sistema, al propio instituto y a la comunidad escolar por “no
saber educar”, por no intuir necesidades y aplicar adecuadas estrategias.

Si bien es cierto que en lo que se refiere a la educación de un niño todos


somos agentes activos (escuela, medios de comunicación, organismos
sociales…), es la familia la que hará germinar en el cerebro infantil el
concepto de respeto, la raíz de la autoestima o la chispa de la empatía.
Si queremos educar niños fuertes tenemos que saber que la
inteligencia emocional es la clave
Ser conscientes de sus emociones les ayuda a controlar y a regular su
realidad, abriendo camino a multitud de buenas experiencias.

Pero, como sabemos, no todo en la vida es bello y maravilloso. Lejos han


quedado los antiguos ideales de Disney de príncipes y princesas con pocos
objetivos más en la vida que entregarse a ciegas a relaciones
dependientes envueltas en mundos mágicos llenos de brujas y dragones
totalmente malvados.

Ni todo es como nos lo contaban ni el mundo se compone de tonalidades


blancas y negras o, lo que es lo mismo, de buenos y malos que en esencia
remarcaban que en ausencia del mal todo es fantástico y lleno de
felicidad. Esto, sin duda, no es así, lo cual ofrece una imagen irreal del
mundo con el que nos toca lidiar día a día.

Tenemos la responsabilidad de decirle adiós al “fueron felices y comieron


perdices”. Nos toca dar paso al “la vida se construye desde la fortaleza de
uno mismo”.

No podemos seguir pintando el mundo de rosa, porque crecerán y se


encontrarán con problemas que no sabrán resolver por el enorme
malestar y la gran sensación de incomprensión e injusticia que les
generará.

Así, ayudarles y fomentar la consciencia de sus estados emocionales y de


los ajenos pone la huella que marca el antes y el después en su camino
hacia la fortaleza.

La conciencia emocional, claves de su desarrollo


El desarrollo de la conciencia emocional en la infancia asienta las bases
que ayudarán a generar buenas estrategias de regulación de las
emociones. Así, una baja conciencia emocional conduce a estrategias
regulatorias menos adaptativas y, por ello, menor capacidad de resolución
de problemas.
La capacidad de conciencia emocional va evolucionando a lo largo del
desarrollo infantil, encontrándonos desde sentimientos globales a
experiencias emocionales diferenciadas y complejas.

En este sentido, el desarrollo de esta competencia clave incluye aspectos


atencionales y actitudinales que no podemos obviar. Veamos más
detenidamente esto:

Los aspectos atencionales sirven para identificar y diferenciar las


emociones, así como localizar aquello que las provoca e, incluso, manejar
las sensaciones corporales que forman parte de la experiencia emocional
(por ejemplo, tensión en el área abdominal).

Los aspectos actitudinales son necesarios para detectar las experiencias y


expresiones emocionales que se producen en uno mismo y en los demás.

Así, dependiendo de cada momento evolutivo, encontraremos que la


conciencia emocional alcanza un papel determinante para unas u otras
tareas vitales (formación de vínculos de apego, desarrollo de la cognición
social, formación de la identidad, etc).

De 0 a 2 años: los bebés son capaces de prestar atención y reaccionar a las


emociones de los demás. Si el cuidador sonríe, el bebé mira con mayor
frecuencia. Si el cuidador se muestra triste, el bebé reduce el número de
miradas y tiende a expresar facialmente tristeza. Este tipo de contactos
favorece la formación del vínculo de apego.

De 2 a 5 años los niños deben aprender a diferenciar y comunicar


verbalmente emociones básicas como la alegría, la tristeza, el enfado o el
miedo. Aún fracasan al identificar la sorpresa. Esto favorece el desarrollo
de la capacidad de considerar y comprender al otro.

De 6 a 12 años deben aprender a analizar sus propias emociones y a ser


más conscientes de las sensaciones corporales que las acompañan, lo cual
contribuye a la formación de la identidad.

La regulación emocional resulta a veces un camino complicado de recorrer


No solo basta con lograr que los niños comprendan y sean conscientes de
sus emociones, sino que debemos propiciar que regulen y controlen sus
reacciones de manera individual y en conjunción con los demás.

La regulación emocional es, muchas veces, la tarea pendiente en gran


parte familias. Esto se debe a que gestionar las emociones no es un
aspecto de fácil desarrollo.

El principal error que se comete es enseñar a los niños que las emociones
desagradables (tristeza o enfado), deben ser ignoradas (“no les hagas
caso”) o cambiadas (“no te enfades por esta tontería”); es más, algunas
veces, incluso se promueve la vergüenza hacia ellas (“no seas un llorón”).

Teniendo esto en cuenta, se entiende que la regulación emocional


consiste en manejar las emociones de forma correcta una vez que se es
consciente de ellas. Hay dos formas principales de promocionar el
desarrollo de esta capacidad:

Basándonos en el control de la expresión emocional: el niño está muy


enfadado pero intenta no expresarlo para solucionar el conflicto de otra
manera porque, digamos, se adecua a ciertas reglas de expresión que
promueven un beneficio mayor.

Basándonos en el antecedente: aquí podemos promover que el niño,


siendo consciente de sus emociones, controle su conducta para manejar la
activación inherente a la emoción.

El desarrollo de la conciencia emocional permite al niño conocer la razón


por la que está sintiendo eso y, por lo tanto, notará que la situación es
importante y que requiere atención. Esto les ayuda a construirse de forma
flexible y robusta teniendo en cuenta todas las parcelas de su vida desde
la más genuina realidad: la que ellos experimentan en su relación con el
mundo.

La conciencia emocional es el mejor vehículo para el cambio en nuestra


vida. O sea, que tenemos que ser conscientes de lo que nos provoca
sentimientos frustrantes y negativos o positivos y placenteros para
encontrar aquellas maneras de fomentarlos, comprenderlos y
controlarlos.

Si privamos a nuestros niños de un correcto desarrollo emocional,


entonces obtendremos como consecuencia la incapacidad de comprender
y evolucionar de acuerdo a sus sentimientos y emociones. Por ello,
enseñar a los niños a observar, comunicar y aprender sobre sus
emociones es esencial para favorecer su desarrollo y éxito vital. Por todo
esto, nuestra responsabilidad principal en esta etapa es propiciar el
desarrollo de su inteligencia emocional, la clave de la fortaleza.

Claves de la educación emocional infantil


Uno de los grandes pensadores ilustrados de nuestra historia, Jean
Jacques Rousseau, pronunció las sabias palabras “la infancia tiene sus
propias maneras de ver, pensar y sentir; nada hay más insensato que
pretender sustituirlas por las nuestras”. Así, Rousseau destacaba la
importancia de la educación emocional infantil, distinta de la educación
emocional en adultos.

Así, una educación emocional infantil acertada debe adecuarse a las


necesidades del niño, su desarrollo y su forma de sentir y pensar. Si de
verdad queremos formar a jóvenes autónomos y felices, hemos de ser
muy consecuentes con su realidad.

“El medio mejor para hacer buenos a los niños es hacerlos felices” -Oscar
Wilde-

Importancia de la educación emocional infantil


Son muchos los padres que conocen la importancia de que un niño
exprese correctamente sus emociones. Ahora bien, deben aprender a
entenderlas, interpretarlas y aceptarlas como parte de su vida y de su
mundo.

Es lógico que todo niño necesite de una inteligencia emocional que le


ayude a sentir los lazos que le unen con las personas a las que quiere. Esto
le reportará un mayor bienestar, más felicidad y mejor autonomía y
responsabilidad.
Pero, ¿cómo logramos desarrollar a nuestros niños emocionalmente
inteligentes? Para ello conoceremos algunas claves que ofrece la
profesora Esther García, docente del Máster en Inteligencia Emocional de
la Universidad de Barcelona.

La educación emocional infantil y sus claves


Según la profesora Esther García, las relaciones interpersonales son
factores básicos en el bienestar emocional de los seres humanos. La
felicidad de un adulto o un pequeño depende de su capacidad para
desarrollar competencias que le hagan emocionalmente inteligente en sus
relaciones.

Identificando emociones
La primera clave que sugiere la profesora García para formar niños
emocionalmente inteligentes es la toma de conciencia. Es decir, tanto
como educadores como pupilos debemos conocer las emociones propias,
sus consecuencias y cómo trabajarlas.

Para dar este paso, hemos de hacernos preguntas sobre nuestros


sentimientos: por qué suceden, cómo hemos llegado a ellos y qué
podemos hacer para corregirlos o potenciarlos. Solo así podremos
verbalizarlos y definirlos, de cara a que los niños lleven a cabo sus propios
procesos.

Gestión emocional
La segunda clave importante está relacionada con la gestión de las
emociones. Una vez las hemos identificado y comprendido, hemos de
saber cómo gestionarlas. Ya sean positivas o negativas, hay que etiquetar
y poner nombre para ser capaces siempre de localizarlas y verbalizarlas.

Llegado este momento, aparece la ocasión de aceptar las emociones, pues


son legítimas y personales. Es la parte en la que se ha de trabajar en el
comportamiento que se deriva de ellas. Así, ayudaremos a los niños a no
actuar impulsivamente, pero tampoco con compulsividad o ligereza.
Uso de la empatía.
Para enseñar a los niños a reconocer sus emociones, gestionarlas y
adquirir inteligencia, tenemos que mantener nuestra empatía activada.
Hay que saber cómo se siente el niño y qué mecanismos tiene según su
edad para encauzar ese enorme torrente de emociones y sentimientos,
que suelen ser muy volubles y poco controlados.

Es necesario conectar con el pequeño, saber cómo actuar, tratar de


ponernos en su lugar y usar siempre la empatía, la paciencia y la
compresión. Recuerda que lo que para ti puede ser nimio, tal vez para él
resulte un problema mayúsculo. Respeta siempre al pequeño y crea el
clima adecuado para establecer la comunicación correcta.

Cómo practicar la educación emocional infantil


Entre las actividades que la profesora Esther García recomienda para
llevar a cabo una correcta educación emocional infantil, podemos
destacar:

Realizar dibujos expresivos emocionalmente.

Redacción de diarios emocionales.

Imitación de emociones.

Identificación de emociones y localización de motivos de forma conjunta.

Lecturas de textos y cuentos que permitan identificar emociones.

Escuchar o tocar algún instrumento musical o el canto.

Realizar juego compartido que ayude a mejorar la comunicación y la


gestión de frustraciones.

Potenciar el contacto físico entre los niños y sus mayores.

“Todo niño viene al mundo con cierto sentido del amor, pero depende de
los padres, de los amigos, que este amor salve o condene” -Graham
Greene-
De una educación emocional infantil adecuada depende en gran medida la
felicidad y bienestar de nuestros niños. Si aprenden a vivir con sus
emociones y sentimientos más que con sus propiedades, estaremos
formando personas más plenas, autónomas, responsables y alegres, lo
que redunda en su beneficio y, por extensión, en el de todos.

Educar en emociones
Quizás no seamos conscientes de todo aquello que nuestras emociones
iluminan y ensombrecen a lo largo de nuestra vida. Nadie nos dijo como
manejarlas, como cambiarlas o aprenderlas.

Parece como si nos olvidáramos de ellas por el simple hecho de que no se


vean. Pero, ¿acaso no son fundamentales en nuestro día a día?

Ser conscientes de nuestras emociones y responsabilizarnos de ella es


fundamental para nuestro bienestar mental.

“Nos enseñaron desde niños cómo se forma un cuerpo, sus órganos, sus
huesos, sus funciones, sus sitios, pero nunca supimos de qué estaba
hecha el alma”-Mario Benedetti-

¿Por qué son tan importantes las emociones?


Las emociones determinan nuestra relación con el mundo. Nuestra salud
mental y bienestar personal se influyen mutuamente, dependiendo en
gran medida de cómo nos relacionamos con el mundo, así de las
emociones que se generan.

Al nacer no tenemos desarrollados el pensamiento, ni el lenguaje, ni


siquiera podemos planificar lo que hacemos, sin embargo, nuestras
emociones nos permiten comunicarnos e identificar aquello que es bueno
y malo para nosotros.

A través del llanto, la sonrisa o conductas rudimentarias nos vamos


relacionando con el mundo y el resto de seres humanos. Así podemos
afirmar, que nuestras emociones configuran nuestro paisaje físico, mental,
anímico y social.
Además, las emociones también funcionan como indicadores de nuestro
interior. Por eso, un consejo cuando sintamos una emoción es
preguntarnos: ¿para qué me sirve esta emoción?

¿Por qué es importante educar en emociones?


Las emociones nos aportan información sobre nuestra relación con el
entorno. Experimentamos alegría o satisfacción cuando las cosas nos van
bien, y tristeza o desesperanza, cuando sucede todo lo contrario, como
que experimentemos pérdidas o amenazas.

Cada vez que experimentamos una emoción, podemos crear


pensamientos acordes a ésta, interviniendo además nuestro sistema
nervioso como el preparador del organismo para la mejor respuesta.

Nuestras emociones pueden ser nuestra mayor fortaleza o nuestra peor


debilidad. Todo depende de cómo las manejamos.

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Las emociones son como un sistema de alarma que se activan cuando


detectamos algún cambio en la situación que nos rodea; son recursos
adaptativos que los seres humanos presentamos, y que dan prioridad a la
información más relevante para cada uno, activando así diferentes
procesos que nos permitirán dar una respuesta.

En la infancia, experimentar emociones positivas con frecuencia, favorece


el posible desarrollo de una personalidad optimista, confiada y
extrovertida, sucediendo lo contrario con la vivencia de emociones
negativas.

Así una adecuada educación emocional, permitirá adquirir destrezas para


el manejo de los estados emocionales, reducir las emociones negativas y
aumentar en buena medida, las emociones positivas.

En este sentido, podemos mencionar por ejemplo, el saber resolver de


manera asertiva los conflictos, encajar una frustración a corto plazo a
cambio de una recompensa a largo plazo y manejar nuestros estados de
ánimos para motivarnos.
Beneficios de la educación emocional
Una buena educación emocional conlleva todo un proceso de aprendizaje
en el que se va construyendo la visión del mundo, de nosotros mismos y
cómo nos manejamos.

Además cada experiencia que vivimos tiene un tono emocional, agradable


o desagradable. Con un desarrollo adecuado de las emociones podremos:

-Recuperarnos antes en el tiempo de la experimentación de emociones


negativas.

–Adoptar una actitud positiva ante la vida.

-Ser más optimistas, pero no en exceso.

–Saber expresar nuestros sentimientos.

-Tener una autoestima realista.

-Presentar capacidad de cooperación y una buena resolución de


conflictos.

https://lamenteesmaravillosa.com/educar-en-emociones/

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