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Continuación del Tema 7.

El poder y el Derecho en la Península Ibérica en la etapa medieval.


II. La Alta Edad Media en la zona cristiana.

I. Introducción.
II. Características de los derechos altomedievales.
III. La persistencia del Derecho visigodo durante la Alta Edad Media.
IV. El Derecho señorial y el Derecho municipal.
Los anteriores epígrafes se han visto en clase.

V. Derecho regio altomedieval.

Como ya hemos indicado, en el periodo altomedieval el poder político escasamente


legislaba. Sus funciones jurídicas consistían en confirmar la vigencia de un Derecho preexistente o
identificarlo al administrar justicia. También podía dar privilegios a personas, estamentos o lugares.

La actividad legislativa prácticamente no existía en los monarcas altomedievales. Esta


actividad surge posteriormente. No obstante, en la Marca Hispánica, como vimos, sí existían leyes,
los Capitulares, pero se trataba de legislación de los monarcas francos.

Las primeras manifestaciones de Derecho regio de carácter legal las encontramos en los
llamados Fueros de León de 1017 de Alfonso V.

VI. El Derecho canónico altomedieval.

Durante la época visigoda, la Iglesia consiguió ejercer una poderosa influencia en los
ámbitos político y jurídico, sobre todo a través de los concilios de Toledo.

Como consecuencia de la invasión musulmana del 711 la influencia política y el patrimonio


económico de la Iglesia se debilitaron pero el Derecho canónico no desapareció, siguió persistiendo
en la Alta Edad Media.
Pueden distinguirse dos etapas en la evolución del Derecho canónico en los siglos
altomedievales: el Derecho canónico anterior al siglo XI y el surgido durante el siglo XI y
posteriormente.

a) El Derecho canónico anterior al siglo XI.

Las Iglesias que surgieron en los distintos reinos cristianos de la Península mantuvieron
escasas relaciones con Roma. Esta circunstancia favoreció la aparición de un cierto “nacionalismo”
canónico. A medida que las relaciones con Roma se enfriaban se iban fortaleciendo los vínculos
entre la Iglesia y la monarquía. Como señalaba Sánchez Albornoz, “existió una recíproca
interferencia jurídica y fáctica y un juego de claudicaciones recíprocas entre el rey y la Iglesia”. En
el mismo sentido se pronunció García-Gallo, que afirmaba que “el Derecho canónico de estos siglos
se secularizó al tiempo que el Derecho secular se cristianizaba”. Prueba de ello es que, por ejemplo,
en el reino astur-leonés, el rey nombraba a los obispos y creaba o suprimía sedes eclesiásticas.

En esta época la fragmentación jurídica no sólo afectó al ámbito secular, también incidió en
el ámbito canónico, surgiendo un Derecho canónico en cada reino cristiano. A pesar de la
diversidad, existieron unas características comunes a todas los reinos cristianos.

Durante la época visigoda, el Derecho canónico tenía dos esenciales fuentes de creación: las
disposiciones pontificias y los cánones conciliares (disposiciones de los concilios eclesiásticos).

En la Alta Edad Media, las disposiciones pontificias dejaron de recibirse al reducirse


enormemente las relaciones de los reinos cristianos con Roma. Tampoco las circunstancias vividas
en la época propiciaban la celebración de concilios. Por tanto, esas dos fuentes clásicas
desaparecen, surgiendo un Derecho canónico por vía consuetudinaria.

Por otra parte, la tradición jurídica visigoda, representada por la Hispana, permaneció en los
siglos altomedievales, como sucedió con el Liber, en la esfera secular.

También en esta etapa, aparecieron y se difundieron los llamados Libros penitenciales. Estos
textos, procedentes de Irlanda, eran catálogos de pecados y faltas con su correspondiente sanción o
penitencia. Se trataba de una especie de manuales para confesores, en los que existían una obsesiva
preocupación por castigar los pecados de índole sexual.
b) El Derecho canónico surgido a partir del siglo XI.

Tras el año 1000, la situación del Derecho canónico comenzó a modificarse. En el siglo XI
se difundió la denominada Reforma cluniacense (del monasterio de Cluny) por toda Europa y
también por los reinos cristianos peninsulares. La reforma pretendía esencialmente separar a la
Iglesia de lo temporal, evitándose, así, que los seglares se ocupasen de asuntos eclesiásticos y al
revés. Por ejemplo, debía acabarse con los nombramientos de obispos por parte de los emperadores.

A fines del siglo XI, subió al trono Pontificio Gregorio VII, que era cluniacense. Llevó a
cabo una política centralizadora y reformista que tenía dos finalidades esenciales:

a) La unificación del Derecho canónico. El Papa trató de superar las tendencias


particularistas de las distintas Iglesias “nacionales”, que tenían sus propias colecciones canónicas.
Por ejemplo, en los reinos cristianos persistía la Hispana.

b) La centralización legislativa, reivindicando el monopolio legislativo por parte del


Pontífice. Las disposiciones pontificias debían superponerse a los cánones conciliares.

No obstante, en la etapa histórico-jurídica siguiente, es decir, durante la Baja Edad Media, se


produjo un incremento de la actividad de los concilios y, aunque tenían gran importancia las
disposiciones de los papas, también eran relevantes los cánones de los concilios. Por tanto,
volvieron a ser esenciales las dos fuentes clásicas del Derecho canónico: las disposiciones
pontificias y los cánones conciliares.

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