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Apuntes sobre la locura

 OCTUBRE 1, 2022

Ana Cristina Franco Varea

EDICIÓN 485

Ilustración: Luis Eduardo Toapanta

No le tengo miedo a los extraterrestres ni a los monstruos ni a los desastres


naturales, le temo a mi propia cabeza, porque sé que puede crear las peores
visiones.

El miedo a la locura es un círculo vicioso, es el miedo al miedo. Este miedo, que


en principio es defensa, se convierte en el primer escalón a la locura.

Pocas veces he estado cerca de la locura. Se siente como caminar por el filo de
un cuchillo. Como hacer equilibrio sobre un hilo delgadito que se eleva hacia el
universo.

De niña, aburrida de la razón, solía autoinducirme a un estado alterno. Me repetía


una serie de afirmaciones racionales, como mi nombre, mi edad, el país donde
vivía, y entonces llegaba un instante en el que la realidad se desarmaba como un
puzle y yo caía como Alicia en el agujero negro. Caía hasta que lograba
agarrarme de algo, de alguna palabra o alguna certeza, y empezaba a armar el
rompecabezas de nuevo.

En la adultez experimenté alguna vez ingerir alguna sustancia psicotrópica, eso


que suelen llamar “ataques de pánico”. Alguna vez llegué a pensar, por pequeños
momentos, que entendía a los internos de un psiquiátrico; era como que se habían
quedado atrapados en un universo de hielo en el que las palabras no apuntaban a
las ideas: alguien había movido las piezas y el lenguaje ya no correspondía a la
realidad.

Recién terminé de leer Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, la biografía de


Philip K. Dick, escrita por Emmanuel Carrère. El libro es brutal porque está
maravillosamente escrito y porque Dick es apasionante (escribió una novela
guiado por el I Ching, pero, bueno, esa es otra historia). Ahora estaba hablando
de la locura y sucede que Dick estuvo siempre caminando con ella. Se me puso la
piel de gallina una noche que leí sobre la primera “alucinación” (o “visión”) que
tuvo. Se trataba de un rostro enorme suspendido en el cielo. ¿Qué hacer si un
buen (mal) día aparece una cara enorme en el cielo?, ¿cómo seguir viviendo?

En ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, famosa novela de Dick, los
personajes viven un futuro descrito desde el pasado (nada menos que el año X), y
usan una máquina llamada “caja de empatía”, en la que eligen su estado de ánimo
como quien elige un menú. Una clara metáfora de la capacidad y los efectos de
los fármacos, de los que Dick era dependiente.

En la misma novela el protagonista debe cazar androides y para hacerlo detectar


la diferencia entre un robot y un ser humano real. ¿Cuál sería la diferencia? Lo
que nos hace humanos, según Dick, es la empatía. Los androides son capaces de
todo, menos de sentir por el otro, de ponerse en sus zapatos. Se dice que una de
las cualidades de la esquizofrenia es también la pérdida de empatía. Y sucede lo
mismo con los efectos de algunos fármacos, especialmente ciertos
antidepresivos: reemplazan el caos por la nada.
La mente humana es infinita. Un misterio del que poco sabemos. Tal vez el
miedo real no sea el miedo a la locura, sino a la soledad, a vislumbrar un mundo
al que no pertenece nadie más. Porque hablar de verdad y mentira es subjetivo.
Ya sabemos la historia, lo que para unos es cierto para otros no, lo que para unos
es humano para otros no. ¿Quién tiene la última palabra? ¿Quién nos asegura que
seamos seres humanos reales y no androides con memoria implantada?

SOBRE LA AUTORA.

Ana Cristina Franco Varea


Nací en 1985. Soy columnista en Mundo Diners. Estudié cine. Escribo guiones. Edito un
documental sobre maternidad y desarrollo una película de ficción.

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