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Domínguez Lostaló (2012) Fundamentos Teóricos Metodológicos para Psicología Forense. Ficha de Cátedra.
La Psicología Forense, disciplina en permanente replanteo, aborda el conocimiento de los hechos determinantes en
la construcción de la subjetividad de las personas y la vinculación de estas con la Ley y el Poder, gestándose desde
las rtas a las demandas de crianza y la introyección de las normativas que regulan la convivencia en una sociedad.
Conforme a los desarrollos de los países, se definen condicionamientos de la conciencia científica. Las concepciones
de normas, leyes y transgresiones, como las compensaciones y corresponsabilidad social revelan el marco teórico
dominante. En nuestro país ese marco es el paradigma del Jus-humanismo (pautas normativas que se basan en los
DD.HH), desde la sanción de la Constitución Nacional en 1994. Sin embargo, en la práctica cotidiana impera el
modelo positivista Jus-naturalista.
Lo Forense
El ámbito de lo forense abarca distintos sectores, instituciones, problemáticas y prácticas. Desde intervenciones
individuales como instituciones y comunitarias. Debe incluir la clásica visión de la “Psicología Jurídico-Judicial” pero
no limitarse a ese marco. La actividad profesional de los psicólogos puede llevar a cabo aspectos preventivos,
asistenciales o de rehabilitación.
Principios metodológicos
Respecto a la clásica formación de psicólogos, se exige una readaptación de los instrumentos ético-profesionales
para abordar temas sociales que nos afectan. La propuesta se fundamenta en rescatar metodologías que apunten a
la prevención primaria en el ámbito forense, encarando la tarea antes y después de producido el daño psíquico.
Una práctica psicológica en esta área, significa trasladar de la esfera privada (desconocida, negada) los temas de la
vida pública, entendidos desde una plena participación (Foro).
La propuesta se ajusta a las problemáticas desde una metodología atravesada por dos ejes de la práctica, dos
herramientas para resolver los conflictos:
a) La interdisciplinariedad: se fundamenta en la nesariedad de consolidar estrategias de intervención comunes con
otras disciplinas, fortaleciendo la comunicación entre los discursos a fin de reconocer las diversas y complejas
dimensiones de las problemáticas.
b) la grupalidad: se basa en la observación de fenómenos psicosociales para los cuales la atención individualizada
es el fruto resultante de una formación sesgada, y no el ajuste a las características de esas problemáticas.
Nuestra propuesta invita a “reducir la vulnerabilidad” a través de su metodología “participativa” (siendo partícipes
juntos, junto a las otras disciplinas, profesionales, técnicos, y a la comunidad en general) y de carácter grupal.
Entendiendo que las estrategias de contención del conflicto social (elemento q influye en el aumento de la
vulnerabilidad psicosocial) y las de protección de sus miembros más carenciados, solo puede realizarse a partir de
generar y reconstruir lazos vinculares que consoliden bases para una cogestión de su Salud desde la integración de
sus miembros en conflicto.
Los elementos estratégicos fundamentales para la enseñanza actual de la Psicología Forense son:
- Que el conocimiento de los aspectos forenses de la Psicología se incluyan en un enfoque psicosocial global, que se
adecue a las problemáticas locales de la región y del país.
- Que desde su formación el estudiante de Psicología tenga un enfoque pluridimensional de la enfermedad, así como
de la causalidad del sufrimiento
- Que cuando llegue a su primer contacto con el asistido, sepa reconocer las manifestaciones que expresan a un ser
humano q sufre y no como objeto de estudio o atención
- Que aborde tempranamente el estudio de la relación psicólogo-sujeto asistido, base de toda su tarea profesional y
campo de integración de las ciencias del hombre vinculadas a la administración de justicia (Campo específico de la
Psicología Forense)
En la nueva visión de la Psicología Forense, significa convertir a la Cátedra en un Foro, espacio de reflexión,
conocimiento y debate de los temas que los psicólogos enfrentaran dentro de una realidad cambiante, globalizada.
El eje del desarrollo teórico-práctico se basa en despegar desde lo jurídico hacia lo forense atravesado por un
enfoque preventivo-comunitario. En una constante tendencia a ampliar el campo psicológico del modelo jurídico que
tiende a favorecer el sistema regulador, modelador, adaptador, propiciante de lo controlado.
La crisis del “qué – hacer” en el ámbito de lo forense requiere del nuevo paradigma Jus-humanismo, único capaz de
garantizar la adecuación de la práctica profesional atenta a las normativas vigentes. Esta propuesta permitirá
desarrollar la enseñanza básica de la disciplina Psicología Forense, desde la articulación de los tres componentes de
la vida universitaria, la docencia, la investigación y la extensión.
Domínguez Lostaló (2008) Por qué una Psicología Forense. Ficha de Cátedra.
En el año 1969 la psicoanalista Elisabeth Zetzel1 dio a conocer un articulo que fue muy leído en su momento “La así
llamada buena histeria”,en el cual la autora proponía una clasificación de diferentes sintomatologías encuadradas
dentro de la patología histérica, para poder definir quienes eran sujetos adecuados para un buen análisis. Más allá de
considerar que éste es un artículo muy bueno a nivel de clínica psicoanalítica en la medida que distingue lo que
podríamos llamar neurosis histéricas de síntomas histéricos en pacientes borderline, siempre me pregunté porqué un
cuadro netamente femenino llevaba un calificativo que aludía a la bondad. Para aclarar un poco las cosas, en el
comienzo del articulo hay un epígrafe en el cual Zetzel menciona una canción infantil que dice así:”había una niñita
que tenia un pequeño rizo en medio de la frente y cuando era buena era muy buena pero cuando era mala era
espantosa”, para continuar en otra parte del articulo: “En mi opinión la patología de este síndrome esta determinada
en gran parte por factores del desarrollo que son específicos del crecimiento y desarrollo del carácter femenino” (la
negrita es mía) y sigue para regocijo de los/as analistas con perspectiva de género: “Fallas comparables en el
desarrollo de los varones a menudo traen como resultado, según mi experiencia una aparente normalidad y no
síntomas neuróticos manifiestos”(la negrita es mía) En clave de análisis y para seguir profundizando en la presente
exposición creo necesario que nos preguntemos porqué en los textos psicoanalíticos hallamos adjudicaciones
calificativas y de alguna manera peyorativa acerca de lo buena o mala que puede ser alguna paciente, siempre
mujeres y de cómo “las malas pacientes” no son analizables y de cómo en el encuentro terapéutico con pacientes
mujeres que presenten hostilidad manifiesta como aspecto patognomónico, se pierde la tan mentada neutralidad del
analista. Zetzel divide el cuadro en 4 grupos según su analizabilidad adjudicándoles un criterio moral de buena o
mala según la gravedad de las estructuras.En este sentido podríamos pensar que lo que califica de bueno o malo en
las mujeres, en las patologías masculinas estaría representado por la noción de mayor o menor gravedad,
exceptuando esta atribución de valores morales. Pensemos en otro texto clásico de la teorización psicoanalítica de la
histeria, el texto de Lucien Israel “El goce de la histeria” en el cual también a través de un recorrido muy interesante
se deslizan atribuciones prejuiciosas acerca de la bondad o maldad de algunos casos de histeria. Lucien Israel
menciona aludiendo al Diccionario Dechambre de clínica que “ el termino histérica ya ha dejado de ser un vocablo
médico para convertirse en una palabra que hace sentir su presencia en el grupo social”…… como vemos otra vez
nos enfrentamos a la ecuación histeria= mujer, pero como siempre, una vez que se asigna esta representación a
alguien, vamos a encontrar un deslizamiento peyorativo cito : “ Hace algunos años organicé un seminario sobre la
histeria, con un grupo de jóvenes colaboradores…. El primero de aquellos colaboradores que tuvo el valor de
arrojarse a ese océano de la histeria sabiendo que era un océano y que él no estaba preparado para nadar, al
menos, para atravesarlo, se mostró osado y por eso mismo inventó y descubrió algunas cosas. Este joven se atrevió
a presentar una breve reseña que titulo “histérica perversa” e “histeria gentil”…. Cada vez que con nuestro orgullo
herido de machos queramos vengarnos de la histérica siempre encontraremos a alguien que nos recordará que
existen “histéricas gentiles”( la negrita es mía)” y leamos lo que sigue que es una perlita para analistas entrenados en
los deslizamientos de prejuicios de género “ Y en forma reciproca cada vez que nos erijamos en defensores- o
defensoras por el movimiento de liberación femenina ha tomado la palabra también- cada vez que hablemos de la
histérica como victima surgirá toda una legión que nos asegure : “Nada de eso, la victima no es la histérica: nosotros
somos las victimas de las histéricas”
Otra vez nos vemos enfrentados con representaciones peyorativas acerca de un cuadro clínico que no he encontrado
en ningún texto que analice patología masculina, inclusive en los textos en los cuales se analiza la habitual práctica
de violencia masculina sobre las mujeres. Teniendo en cuento lo anterior ¿podríamos pensar en un texto que hable
del “así llamado buen obsesivo”? o del “así llamado violento malo”? Siempre me ha llamado la atención la modalidad
de atribución diferencial por genero de representar la mayor o menor gravedad de los cuadros si es en referencia a
mujeres en forma desvalorizada o peyorativa (esto también lo he observado cuando los consultantes pertenecen a
colectivos subordinados, por ej. gay, lesbianas, inmigrantes etc.) Quisiera en el presente trabajo profundizar en
relación a lo anteriormente expuesto como algo similar ocurre en la atención de las víctimas de violencia de género.
En el largo camino que vengo realizando supervisando equipos que trabajan con esta problemática, he encontrado
algunos obstáculos que me gustaría referir en relación a lo que podríamos llamar, “los amores y odios” que
despiertan la atención a mujeres y sobre todo si son victimas de violencia de género. En los equipos que trabajan con
violencia de género, se puede observa que al encanto inicial del trabajo le suceden sensaciones de desaliento y
agotamiento progresivo. Lo que Leonel Sicardi2 ha tomado como enfermedad de la idealidad del trabajo, (término
empleado por Aubert y Gaulejac) o “síndrome de la desilusión” Si bien estas vivencias se pueden atribuir a las
problemáticas institucionales de los lugares de trabajo que los albergan y que desencadenan afectos negativos que
son imprescindibles elaborar, creo necesario hacer mención a un aspecto específico ligado a la práctica misma del
trabajo con violencia de género.
Para esto quisiera ejemplificar con 3 viñetas contrapuestas que nos permitan pensar algunos aspectos teóricos. En la
primera reunión de supervisión que se llevaba a cabo en una institución que atiende a victimas de violencia, una de
las profesionales que dirigía la institución me señaló de manera socarrona que “no creyese yo que las victimas de
violencia eran “todas buenas”…lo que trajo a mi recuerdo el texto de Zetzel, y me hizo preguntar porque las victimas
tenían que ser buenas. En otro grupo de supervisión uno de los participantes presentó un caso en el cual por el tipo
de relato que realizaba la consultante, había surgido en el equipo tratante la duda acerca de si el mismo era veraz o
era un relato delirante, esta diferencia era esencial porque de acuerdo a la opción que se tomase se iba a poner en
marcha un operativo judicial en el cual dos menores iban a estar involucrados con la necesaria preocupación de no
realizar nada que pudiera ser un mal abordaje para los mismos. En el equipo de profesionales que estaba realizando
la supervisión se generó una discusión bastante violenta acerca de si era creíble el relato presentándose una división
en dos subgrupos, uno que dudaba acerca de la narración, y otro subgrupo que defendía la posición como
verbalizaban de “la teoría dice que hay que siempre creerle a la victima” con la consiguiente imposibilidad de poder
pensar teóricamente y en función de esto planear una estrategia en la cual los dos niños que estaban en el medio del
conflicto fueran los menos dañados. En otro equipo dedicado al trabajo con violencia de género, relataron un caso en
el cual, una mujer victima de violencia, había relatado a la terapeuta tratante como ante un hecho de violencia
perpetrado por su hijo varón contra una prima, “ella (la madre) había sodomizado al niño con un palo de escoba para
que entendiese que con las mujeres no había que ser violento” con el consiguiente impacto subjetivo de la
profesional. Estas tres viñetas tan contrapuestas sirven, para poder pensar acerca de las dificultades con que se
enfrentan en la práctica diaria los equipos que abordan la tarea con victimas de violencia de género, y de cómo a
partir de poder elaborar las dudas y conflictos que plantea la praxis, se puede habilitar la interrogación nuevamente
de la teoría y desde allí reformular nuevas líneas teóricas que mejoren los tratamientos y los abordajes. En este
sentido el interjuego de la praxis y de la teoría, nos permitirá salir de lo que he llamado ya en otro texto “el corsé de
pensamiento” 3 que se produce tanto cuando no se tiene la real comprensión de las problemáticas de género como
cuando la teoría es tomada de modo fundamentalista. Estas dos dificultades son a mí entender las grandes
productoras de las patologías del trabajo en este campo. Una de las problemáticas más frecuentes que he
encontrado en los grupos de supervisión clínica de la tarea se refiere a la tensión que surge en los equipos de trabajo
entre la construcción imaginaria de la victima de violencia descripta en los textos, a la que denominaré “construcción
del sujeto épico de la liberación4 ” y el encuentro con la persona real que consulta. ¿Por qué recurro al vocablo de
épico? el término épico, del latín epĭcus, se refiere a aquello perteneciente o relativo a la epopeya o a la poesía
heroica. Este género poético presenta hechos legendarios o ficticios que se desarrollan en un tiempo y espacio
determinados. El héroe épico suele ser un personaje guerrero que logra superar todo tipo de obstáculos para
alcanzar sus objetivos. Su caracterización lo convierte en un ser de gran fuerza física, inteligente y noble. La noción
de épico trae a colación la representación de un sujeto heroico. El héroe épico tiene una condición virtuosa según
Hugo Bauza5 estudioso de este tema, y esto se ve reflejado en todos los sacrificios para superar la condición
humana de su naturaleza que en el caso de las victimas podrían representarse como portadoras en su seno de una
bondad intrínseca que hay que hacer surgir…. Toda ideología libertaria conlleva un trasfondo heroico del cual no hay
que renegar para sostener la ilusión de lucha por un cambio positivo.
El discurso feminista también está imbuido de esta tradición que se asienta en un relato de la modernidad que tendría
como fin un cambio para la felicidad humana. Esta representación inunda de alguna manera también a los equipos
que trabajan con ellas. Se crea aquí una suerte de representación romántica e ilusoria de una proceso en donde
las/os profesionales quedan reflejadas por la ilusión heroica, ilusión que ayuda a soportar y sostener el trabajo con lo
siniestro. Hay un antiguo precepto romano dice Bauza que enuncia “te doy para que tú me des”. La representación de
victima trae un problema ideológico y semántico, esta sería “alguien que sufre violencia pasivamente y que esta
exenta totalmente de las circulaciones de hábitos violentos que sí lleva a cabo el perpetrador”. Esta representación
trae aparejada no pocos aspectos problemáticos a la hora del trabajo terapéutico, ya que surge una fantasía en las/os
profesionales que se dedican a esta especialidad; la idea de que el trabajo con las mismas es de alguna manera
directo, fácil y que las victimas solo conocen la violencia de manera pasiva. Esta imagen trae en su seno un problema
al interior de los equipos y en las prácticas, lo que acontece con la elaboración de los afectos contratransferenciales
cuando esa misma persona que demanda ayuda para salir del circuito de la violencia de género presenta resistencias
altísimas al cambio y hostilidades varias tanto con sus otros vínculos como con los profesionales de las instituciones,
etc En el texto de “La impunidad”6 se plantea que “Los acuerdos ideológicos pueden, a su vez, constituir una fuente
de posibles complicidades defensivas de ambas partes del vínculo terapéutico. Siendo condición necesaria para la
tarea común (la negrita es mía), pueden actuar simultáneamente como una zona devaluartización narcisista de los
miembros de la institución y del equipo profesional. Definimos en este caso a la zona de valuartización como un
espacio vincular marcado por un pacto en el que se depositan, de un modo tenaz e inaparente, aspectos que se
procura no poner en consideración. Se trata de una situación de "de eso no se habla" porque podría poner en juego
las diferencias, o permitir la emergencia de aspectos fuertemente reprimidos, disociados o censurados”… y continúan
en otro momento del texto:” el lugar transferencial asignado tiende a producir efectos contratransferenciales intensos.
Las demandas idealizadas tienden a reforzar en los terapeutas sus propias fantasías de reparación absoluta, de ser
padres salvadores omnipotentes, de cubrir todas las faltas. Estos sentimientos contratransferenciales, muchas veces,
cuando no son elaborados, llevan a realizar enormes esfuerzos, sobrecargas intensas que se compensan con la
gratificación narcisista dada por el reconocimiento otorgado. Pero, a su vez, son fuentes de nuevas demandas.
Frecuentemente, los problemas que se presentan en el grupo institucional, especialmente cuando afectan el
sentimiento de permanencia de sus miembros, comprometen la subjetividad de los terapeutas determinando que se
puedan producir en el equipo profesional situaciones "en espejo" respecto de la institución. Polarización de ideas con
fuerte compromiso emocional, confusión, displacenteras, de intensa incomodidad con los propios colegas,
abroquelamientos narcisistas”. En función de lo antedicho por los autores creo necesario realizar una caución teórica
que tiene que ver con la ausencia de teorizaciones acerca de los afectos rechazantes que se producen en los
profesionales cuando la persona que se presenta a demandar ayuda es también violenta, hostil y/o reactiva al
cambio. Se crea por esta ausencia de teorización, una verdad que se muerde la cola, seguir pensando acerca de la
ilusión romántica de la tarea y no poder reflexionar sobre los aspectos de rechazo que presenta la labor en sí, por lo
cual se acentuaría una visión sintomática de las dificultades que presenta “el trabajo de trinchera” como me gusta
llamar a la practica en las instituciones de atención Es en esta línea que aparece la noción que he dado en llamar “la
así llamada buena victima” la consultante que cumple con el tratamiento avanza en el proceso de separación del
agresor y se va agradecida, explicitado esto en un sentido irónico de las consultantes a las que se definirían como
“malas victimas” mujeres que mienten a los terapeutas, son agresivas, aparecen y desaparecen de las consultas etc.
y en este sentido poder pensar a quienes se atribuye cada representación. Esta dicotomía nos interroga acerca de
las dificultades contratransferenciales que nadie se anima a mencionar cuando nos enfrentamos a lo que aludiendo al
texto de Elizabeth Zetzel “una mala victima”. De alguna manera aquí nos encontraríamos con algo parecido a lo que
señalé cuando traje a colación los textos de Zetzel y de Israel… la complacencia cuando un cuadro psicopatológico
es “gentil y se aviene rápidamente a las fantasías curadoras del profesional a cargo” y lo que ocurre cuando este
mismo cuadro es difícil y enfrenta al profesional con emociones contradictorias que inclusive confrontan con la
apoyatura ideológica teórica con que se aborda el trabajo. Cuando los profesionales se encuentran con las victimas
reales sufren una tensión entre esta imagen idealizada de los discursos teórico/ideológicos y la desilusión que surge
cuando se confrontan con las personas reales. Esta desilusión puede generar dos modos de resoluciones
conflictivas, por un lado emociones hostiles en las personas que trabajan con la victima y que pueden jugarse en los
tratamientos y por otro lado la dificultad de reflexionar sobre estos aspectos del trabajo por temor a ser tildados de
reaccionarios o contrarios a las teorizaciones con perspectiva de género. La atribución de la maldad o bondad de un
padecimiento nos pone de cara a un problema filosófico más profundo que tiene que ver con la noción de “semejante”
y quien es el semejante que vamos “a liberar”. Los entrecruzamientos dificultosos que presentan las personas que
demandan ayuda en este tema entre su condición de género, de etnia, de nivel socioeconómico, de historia subjetiva,
junto con los condicionamientos sociales del entorno, apoyo o no de políticas publicas ,etc. generan en los
profesionales intervinientes la sensación por momentos de profundo desaliento ya que el cambio para la salida de la
situación violenta no se opera en la rapidez deseada desde el imaginario teórico, muchas veces estas mismas
personas que acuden a pedir ayuda son atravesadas por modalidades violentas, se presentan en una actitud
maltratadoras de los equipos de atención, son frustradoras en su capacidad de cambio. Esto no implica que dejen de
ser victimas. Silvia Bleichmar en su libro Violencia social y violencia escolar7 dice:”La idea de hablar de la justicia
como pacto intersubjetivo o como modo de saneamiento de la sociedad se relaciona con el hecho de reflexionar
sobre cómo hemos perdido a lo largo de estos años ciertos principios que nos constituyen y ciertos aspectos de
nuestra identidad que nos consolidan lo cual nos ha sumergido en un hondo padecimiento.........esto se mantiene
todavía en la idea de que alguien va a pedir justicia por otro ser humano de acuerdo a la ideología que este tenia, lo
cual habla de la destrucción de la idea de semejante en la Argentina. El hecho de que todavía se apele a la noción de
victima inocente. Idea mediante la cual se define sectorialmente la noción de semejante como si hubiera victimas que
no “son inocentes” que son culpables”…..para seguir diciendo “La diferenciación entre victimas inocentes pone en
evidencia que hay otras victimas que no lo son, remite a la idea de que alguien encontró lo que buscaba. Las victimas
inocentes por alguna razón se encuentran involucradas en eso que les pasó, incluso se supone que son parte del
conflicto que las afecta de modo tal que la única forma de ser inocente es no involucrándose en nada que pueda ser
peligroso”. En este sentido nos encontraríamos de cara a un problema ético y teórico, la idea de que la victima debe
ser buena o inocente para ayudarla y por otro la necesidad de “inocentar” a las victimas para poder justificar las
teorizaciones que cuestionan al sistema cultural que ha sostenido a la violencia de género. Cuando en determinadas
disertaciones aparece alguien que pregunta “bueno ud. habla de la violencia de los varones en contra de las mujeres
… pero las mujeres no son violentas a veces?” lo que esta trayendo a colación es que sólo son pasibles de
preocupación social y de agenda política a las buenas… las otras “se lo buscaron”, nueva versión y vieja versión del
tristemente famoso “algo habrá hecho” frase tan luctuosa en nuestro país. Aquí uno se tendría que preguntar ¿la
justicia sólo se puede implementar en “las así llamadas buenas victimas”? Si sólo “las buenas victimas” son pasibles
del trabajo terapéutico nos preguntamos en que lugar quedaría el trabajo con aquellas que presentan más
complicación. Pero también hay que entender que en el trabajo con personas que presentan más conflictividad, no
debería haber un pacto inconsciente de silenciamiento de cuáles son los aspectos propios de prácticas violentas, ya
que de esta forma se impediría la adecuada visibilización y elaboración de modos vinculares patológicos que generan
nuevas espirales vinculares violentas. El pacto inconciente impediría un trabajo tan caro al feminismo como ser la
deconstrucción de practicas violentas para el fortalecimiento de la noción del cuidado al semejante y de daño al
objeto de amor. Esta tensión entre los aspectos idealizados y lo que denomino “el trabajo de trinchera” se encuentra
obstaculizado en su elaboración por imperativos teóricos que obturan tanto el pensamiento critico, como la
interrogación enriquecedora. Debemos tener en cuenta de que para que los equipos puedan mantener su salubridad
en este tipo de tarea es adecuado poder hacer circular todas estas emociones encontradas en los grupos de
supervisión. Poder entender el alcance que tiene la estructura violenta del patriarcado nos permite salirnos de este
mesianismo utópico para aceptar al sujeto real que con sus contradicciones nos está demandando ayuda para salir
del lugar donde se encuentra; ayuda que muchas veces se realiza en diferentes etapas, con muchas frustraciones, a
lo largo del tiempo y que en algunos casos, (por suerte no en todos), no se puede llevar a cabo, aceptando que el
trabajo con lo siniestro de la cultura, es una lucha que a veces se pierde. La dificultad de elaboración de estos
aspecto contratransferenciales habilitaría la aparición tanto de sintomatología corporal en los profesionales
intervinientes, como de tensiones en los grupos que dificultan el buen funcionamiento de los mismos, deteriorando los
equipos de atención de forma tan conveniente para el mantenimiento de la estabilidad del patriarcado.
DERECHOS HUMANOS
EN LA ADMINISTRACIÓN DE JUSTICIA DE MENORES:
Domínguez Lostaló (1996) “Diagnóstico de Vulnerabilidad Psicosocial” Ficha de Cátedra Psicología Forense.
TP 3. CRIMINOLOGÍA Y CONTROL SOCIAL
Aniyar de Castro (1987) “Conocimiento y orden social: Criminología como legitimación y Criminología de la
liberación”.
Durante mucho tiempo la criminología ha pretendido dar respuesta a las preguntas quién es el delincuente,
cómo se realiza el delito y cuánta delincuencia existe, a través de una metodología muy variada pero siempre
causal-explicativa. Recientemente, otras corrientes criminológicas han ensayado vías de aproximación diferentes:
así, la tendencia del etiquetamiento, fundamentada en el interaccionismo simbólico, ha volcado su interés sobre la
reacción social. Esta determinaría que algunas conductas se conviertan en delictivas y crearía la delincuencia.
Asimismo, la reacción social determinaría que la práctica del control seleccionara a unas personas en vez de otras
para denominarlas delincuentes. Por último, al incidir por medio de una etiqueta en la imagen y autoimagen de la
persona etiquetada, amplificaría y retendría en esa persona el estatus delictivo. Es decir, puso sobre el tapete un
nuevo concepto: la criminalización.
La criminología es control social, entendido como las medidas tendientes al mantenimiento y reproducción del orden
socioeconómico y político establecido. Ésta ha ejercido una función LEGITIMADORA. Por legitimación se entiende
toda forma de convalidar, autorizándolo especialmente a través de la promoción de un consenso social, un sistema
de dominación determinado.
Esa función comienza con la Escuela Clásica del Derecho Penal, la cual se desentiende de la consideración
particularizada del hombre delincuente y se limita a poner precio a la conducta definida como delictiva sobre la base
de una arbitrariedad que justificaría por sí sola la responsabilidad legal y el derecho de castigar. Este precio se
traduce en una cantidad de libertad que debe perderse a medida que aumenta o disminuye la gravedad establecida
para el hecho cometido. Es decir, la libertad es entendida como mercancía. Así, la criminología de la escuela clásica
racionalizó el control a través de las técnicas legislativas usando preferentemente las vías legitimadoras que Weber
denominó de dominación legal.
La escuela positiva, por su parte, respondió a un llamado epistemológico de la época: las ciencias naturales
invadieron, con el prestigio de la experimentación y la cuantificación, el terreno de las ciencias sociales. Era
necesario entonces recrear los mecanismos de la dominación. Por ejemplo se hacen estudios sobre el desarrollo y
peso de la mandíbula y la mano del criminal. Lo que se pretende es conocer la esencia a través de la apariencia. Los
argumentos pueden clasificarse dentro de ciertas corrientes fundamentales. Para la primera, la criminología sería la
ciencia que se ocupa de las conductas criminales consideradas como producto patológico, en una gama de variables
que van desde un biologismo genético más o menos pronunciado, hasta una psiquiatrización del fenómeno. Su
exponente más notable es Lombroso. Otra corriente centra básicamente su atención en lo social, y partiendo de
cierta armonía cultural en la sociedad, distingue las conductas que se separan de las pautas culturales, de modo que
la criminología seria la ciencia de las conductas “desviadas”.
Entre las nuevas técnicas empleadas por la criminología positivista para reproducir el orden dado se encuentra la
utilización del delincuente estereotipado de clase baja, el cual permite fracturar la solidaridad intra-clase, al orientar
hacia la clase baja la agresividad contenida en la lucha de clases. El estereotipo del delincuente será transmitido por
los portadores de los sistemas normativos como la iglesia, la familia, la literatura, los partidos, los sindicatos, la
opinión pública, a través de las llamada “teoría del sentido común” y aun por la misma ciencia que se pregona
objetiva y neutral. Por su parte, la rehabilitación (o resocialización, reinserción, readaptación) constituyen el más
refinado instrumento ideológico pero también violento, de dominación. A través de estos conceptos los individuos de
conducta discordante (delincuentes) serán forzados a aceptar de nuevo los valores rechazados.
Algunos afirman que este tratamiento de la criminalidad ha fracasado, porque los índices de reincidencia continúan
siendo importantes, y además porque ha incidido sólo sobre el hombre y no sobre las estructuras, intereses, la
reacción social, el ejercicio del poder. Pero lo que ha fracasado pueden ser tal vez los fines explícitos de la prisión y
el tratamiento. No hay fracaso cuando, tanto la cárcel (represión pura) como el tratamiento (represión ideologizada)
han logrado cumplir sus fines implícitos: reproducir el sistema de clases dejando las manos libres a la clase
hegemónica para que realice sus objetivos a través de la racionalidad del mercado, y ratificar las teorías del sentido
común, las cuales, al separar las clases delincuentes de las clases no delincuentes, consolidan la estratificación.
La criminología entonces no solo se ha ocupado de la violación del orden sino de que este permanezca. Todo va
dirigido a que el orden no se cuestione. El orden social para mantenerse requiere de la ideología, no en su concepto
de proyecto político sino en su acepción de falsa conciencia, ocultadora de realidad. La ideología comienza a
concretarse con los procesos de socialización primaria, los cuales conforman actitudes y valores. Esta es la forma
más generalizada de control social y se aplica a todas las clases sociales. La socialización secundaria es la que
emerge cuando la primera fracasa. Es sobre esta segunda socialización donde generalmente se ha considerado
centrada la criminología a través de las teorías sobre la represión y el tratamiento. La Criminología sirve para
racionalizar el esquema prioritario del Estado: sustituir la política social por el control del crimen. Es decir que el
estado capitalista prefiere, en vez de actuar con inversiones sociales (crear fuentes de trabajo, por ejemplo), operar
con costos sociales (reprimir o tratar a los delincuentes contra la propiedad). Si criminología es control social,
criminología es poder.
En conclusión, entendemos al CONTROL SOCIAL como el conjunto de sistemas normativos (religión, ética,
costumbres, terapéutica y derecho) cuyos portadores a través de procesos selectivos (estereotipia y
criminalización) y mediante estrategias de socialización (primaria y secundaria) establecen una red de
contenciones que garantizan la fidelidad (o el sometimiento) de las masas a los valores del sistema de
dominación. En ese sentido, la criminología tradicional es la organización sistemática de conocimientos y técnicas,
originales o provenientes de ciencias diferentes, orientada al reforzamiento del control social y al mantenimiento, por
esa vía, del sistema al cual sirve. Esta definición claramente no es ortodoxa porque ningún criminólogo querría
hacerse cargo de ella; porque es en la pretensión de que la criminología es otra cosa (el estudio causal-explicativo
del delito, del delincuente y de la delincuencia), donde la misma ha hecho un uso más abundante de la ideología
ocultadora.
La autora propone para Latinoamérica una Criminología orientada al estudio del control social, pero dentro de una
práctica teórico diferente: no una práctica teórica reproductora sino una transformadora. Una práctica teórica será
transformadora si está orientada al cambio. Por eso propone para ella el nombre de TEORÍA CRÍTICA DEL
CONTROL SOCIAL.
La teoría se hace crítica sólo cuando sigue pautas metódicas determinadas. Este método deriva ampliamente del
método histórico dialectico, sumado algunos elementos propios de la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt. Es
Marx quien crea la Crítica, una ciencia nueva, al no contentarse con describir al sistema capitalista sino tratando de
desenmascarar su carácter ideológico como encarnación de ideales burgueses, sostenidos en la esclavitud y
opresión. Esta nueva dimensión de lo metódico establece que para alcanzar un conocimiento científico coherente de
los hechos sociales estudiados, es necesario estudiar primero la historia constituyente (como devenir y desarrollo de
la superación de la lucha entre contrarios) y lo histórico constituido (como corte transversal de la historia, el contexto,
el momento coyuntural). El método dialéctico explicará esas contradicciones como elementos de requerimiento
recíproco: así, la burguesía no explota porque sea “mala” sino porque es justamente el antagonismo entre clases lo
que define las relaciones de producción existentes y el mismo modo de producción.
Así, el objeto y su reflejo en la conciencia humana deben ser abordados en todos sus aspectos: en su desarrollo, su
movimiento, sus relaciones con otros objetos a través de la aparición y solución de contradicciones, etc. De tal
manera, cuando se hace una criminología puramente clínica no se conoce sino una parte de la verdad. La omisión de
la totalidad crea ideología por ocultación.
La teoría crítica de Frankfurt, por su parte, pone el acento en la ideología: la deshumanización se ha agudizado, el
hombre ni siquiera es consciente de la irracionalidad en la que está inmerso, está alienado de su propia alienación.
Mientras Marx hacia crítica económica, la Teoría Crítica la hace cultural. Es entonces necesario combinarlos. La
función de la teoría crítica será desenmascarar todo tipo de legitimación ideológica, así como la de exigir una
discusión racional de toda la relación fáctica del poder. Si la autorreflexión es esclarecedora, entonces la práctica
teórica es transformadora y emancipadora, vinculada a los esfuerzos de liberación humana.
Como elementos del método histórico, toda investigación de la teoría crítica del control social deberá utilizar:
La comprensión intuitiva cualitativa, que será una comprensión de propósito y significado (y no tanto
búsqueda causal-explicativa). Además estudiará acontecimientos que reconocerá como únicos, sin pretender
derivar de ellos explicaciones universalmente validas.
El holismo, es decir entenderá los fenómenos dentro de una totalidad que es algo más que la suma de las
partes, para luego hacer un análisis integrador, reconstructor del proceso.
Con una criminología entendida de esta manera, podrá hacerse el análisis y la denuncia de la estructura del control
social actual en América Latina. De esta manera, el análisis de las conductas “discordantes” sólo deberá abordarse
para observar cómo opera diferencialmente sobre ellas el control social. Pero eso no debe quedar en pura denuncia.
Esta teoría debería sugerir, cuando sea oportuno, una estructura alternativa del control social, siempre en revisión.
Nuestra teoría deberá comprometerse con una actividad crítica permanente, sobre la base de un proyecto
emancipatorio que impida la congelación de cualquier sistema de control social o de dominación.
I. Espacio y tiempo de la psicología forense. Origen del foro, base psicosocial de la administración de justicia.
Imaginemos un grupo humano nómade que debe evaluar los comportamientos de sus propios miembros para
organizarse en la supervivencia. Como natural consecuencia de los modelos de organización grupal, con escasa
discriminación de las subjetividades, todo esto lleva al grupo a que se ordene en forma circular. Lo que hace que las
resoluciones no sean asumidas plenamente por uno solo. La conducta considerada lesiva es juzgada por el grupo.
Esta es la forma más primigenia de la actitud forense.
El acto del juicio originario, el acto de juzgamiento de una conducta consistirá en una persona a ser juzgada y otra
persona que de algún modo desarrolla las palabras que condenan y pide que los demás participen. Sobre esta forma
que se da en los grupos nómades deviene el foro hordalico.
En el foro se va generando toda una situación donde aquel que lleva adelante el acto de juzgar (quien es designado
para aquel acto), puede hacerse una composición interna, escuchando el relato de lo que parece haber sucedido
(nunca se puede reproducir de manera exacta lo sucedido) y de algún modo se permite posteriormente formular algo
que es el juicio, que implica la sanción o no del acusado.
En el curso de la historia se ha dado una privatización del acto de administrar justicia. El estado va restando
participación a los habitantes de la comunidad, delegando esa función a un cuerpo especializado que lo reemplaza y
que se supone poseedor de un saber.
El foro implica una acción pública, donde las personas van haciendo resonar en si las palabras de la gente que acusa
y su dolor, y la respuesta que va dando el discurso del acusado, más la composición de los que dice cada uno de los
que participen en ese acto. El efecto de resonancia despierta un grado de participación y un efecto de jurado (esto
último significa que todas las personas que participan comparten ese acto de juzgamiento y van a ser sumamente
exigentes con la persona que va a dar finalmente la sanción.
En realidad, el episodio fundante de la sanción en el foro es la escucha. Quien cumple la función de juzgamiento
escucha las partes, además siente en si el “resonar”, que el saber popular lo llama “conocimiento de piel”, y que
psicoanalíticamente captamos como transferencia.
¿Qué le pasa a la persona que va ejerciendo el acto de juzgar? Lo básico del psiquismo no es más que la capacidad
de sintetizar. Para lo cual deben recogerse una serie de estimulaciones, y a partir de ellas, componer, recurriendo a
las huellas mnémicas, algo que se represente como acontecimiento. Cada cosa que va diciendo cada una de las
personas va despertando en otros miembros sensaciones. De este modo a mayor participación, mayor capacidad de
escucha y mayor posibilidad de decir su propia palabra. La propia palabra va a estar teñida de subjetividad, de su
historia.
La historia del sujeto siempre está en el acto de intervenir. En el acto de juzgar se decide la suerte y destino de una
persona o de un grupo. Todas las catexias de quien va a realizar el acto de juzgar están en permanente síntesis
conflictiva.
El acto del foro supone un tiempo, una característica de estos juicios es que eran muy largos, se escuchaba mucho,
se buscaban múltiples formas de intervención, se buscaba resolver el conflicto lo menos lesivo posible, pero o más
consensuado a la vez.
Si bien había diferentes grados de libertad para exponerse, había alguien que tenía que ser un excelente captador de
esa situación (jefe, cacique, juez), de modo tal que lo que le dijera fuera reamente acatado y ejecutado.
Al principio la persona que ejercía la función de juez se fusionaba con otras tareas, era la persona que dirigía al
pueblo, la zona, la tribu. Tenía que integrar la gente de su comunidad y brindarle seguridad.
Cuando las poblaciones se establecieron como sedentarias, empiezan a dejar consulados los grupos de poder y más
allá de mantener integrada la comunidad y brindarle seguridad, lo que tratan de retener es la garantía de un orden
que las favorezcan. Se rompe la circularidad. Con el sedentarización de los grupos humanos se produce un divorcio
con el acto de jurídico y comienzan las pérdidas de protagonismo en la acción de juzgar como acto comunitario.
El acto de juzgar comenzó a ser cada vez más especializado, se empezó a perder la participación comunitaria. El
acto de juzgar fue perdiendo legitimidad comunitaria y el discurso teológico monárquico aristocrático se instituyo con
una fuerza tal que demolió a todo tipo de disenso o critica. En este marco, se llamara “legalidad” al acatamiento de un
dogma organizativo.
II. Del Fórum Romano a los DDHH en el ámbito jurídico para el orden democrático.
El poder de administrar justicia se fue concentrando a punto tal que se establecieron dos tupo de leyes (griegos y
romanos). Un derecho ciudadano (derecho para aquellos que tienen determinados privilegios) y un derecho de
gentes (los que no poseen privilegios). Los romanos dividen la base del derecho estableciendo dos formas de
escuchar el discurso y la ley es la que sustenta el dogma.
Esa ley es la “Ley del Poder” o la “Ley del Padre” (Padre-Páter-Patrón). El término poder incluye ambos sentidos:
poder como el que impone la norma como episodio legal, haciendo ejercicio de la paternidad según el modelo; poder
como desplazamiento de la ley de todos, de la ley de la comunidad.
El acto de juzgar realizado en forma comunitaria es soberano, logra una síntesis mayor al ser un proceso compartido.
En cambio, cuando se impone el juzgamiento mediante “la ley del poder”, se empieza a construir un modelo de
concentración.
La ley del poder concentra por que los únicos que tenían voz y voto eran los “paterfamilias”, que eran los que tenía
derecho como ciudadanos. Los otros padres, que los había pero no tenían la condición de ciudadano, participaban
del derecho de gentes. Este orden se estableció como natural. Los padres conformaban el senado, definían
normativas. El juez evalúa el grado y la forma en que las personas han cometido una desviación de la normativa.
Se fue complejizando el acto de juzgar. Lo único que queda como acto público es la sanción, que no es más que la
muestra de poder del estado. La participación comunitaria se va limitando a observar.
El juez tenía que ser un prototipo de paterfamilias, tenía que estar casado y tener hijos. Tenía propiedades, entre
ellas a su mujer, sus hijos, su esclavo. Estaban bajo su potestad. Potestad significaba poder castigar, vender, mutilar
y en algunos casos matar a su criados (hijos de esclavos).
El control social se va internalizando.
El gran salto cualitativo se vuelve a dar con la fusión del imperio romano con los cristianos. Momento en que la Iglesia
deja de ser cristiana y se transforma en católica, apostólica y romana.
Lo cambios más importantes se dieron en lo jurídico. Se empezó a ser cada vez más secreto el acto jurídico. Se
incorporó la confesión a la administración de justicia. Esta confesión era un acto privado. Principio de conformación
de lo que hemos llamado “proceso inquisitorial”. Es decir, aquel proceso cruel que de algún modo (siempre cruento)
tendía a obtener en forma privada la declaración de culpabilidad. El terror se propagaba por lo no visto. Esto sigue
hasta hoy en día, la policía tortura para obtener confesiones.
Con el orden teológico empezó a ejercitarse en privado. En la inquisición tuvimos el máximo de privacidad y el
máximo de crueldad para consolidar el dogma.
A su vez tendió a eliminarse todo lo que no sea universal (único verso). Todo lo que tuviera otra forma de familia, otra
forma de comercio, todos estos actos eran considerados como ilegales. La Ley universal era la forma católica de la
ley del padre.
Este proceso inquisitorio tuvo su gran desarrollo desde 1300 a 1700. Nacen los movimientos que tienden a romper
las estructuras monárquicas y empieza a cambiar el ejercicio del poder. En 1800 el ejercicio del poder comienza a ser
ejecutado por aquellos que no tienen mayor vinculación con el linaje. Se trata del triunfo de las clases medias
(médicos y abogados) que son los que realizan la revolución francesa y la norteamericana. Así comienza a hablarse
de cs. Jurídica.
Con la cs. Jurídica empiezan a deshacerse aún más los modos del modelo primitivo de administración de justicia,
como forma de fortalecer los sectores que pretendían conservar el poder, a pesar de los cambios sociales de la
época.
El acto jurídico comienza a ser escrito. Ya ni siquiera existe la presencia de la persona, sino un ajuste total a la letra.
El discurso se corresponde con lo que espera la ley, y si no corresponde hay que sancionar y la víctima no importa.
La tarea de juzgar empieza a ser profesionalizada. Hay que aprender a juzgar. Nace la figura del experto. Persona q
construye un saber especifico, una palabra autorizada.
La cs. Jurídica marca el principio del positivismo, es decir, el tomar como único criterio de validez jurídica a los
aportes que provienen de las cs. Naturales. Esto va armando una extraña humanidad entre el orden jurídico y el
orden médico. El orden medico tiene un palabra que es escuchada muy cuidadosamente.
El poder del conocimiento viene de la mano con ciencia como control social.
La última etapa de esta síntesis histórica sobre las formas de administración de justicia es la que podríamos dar a
llamar “el fin de los privilegios” refiriéndonos a la burguesía dominante.
En 1948 se declaran los DDHH y surge la ONU, empiezan a marcar otros criterios y a rescatar derechos. Tarda 40
años aproximadamente en ser reconocidos.
En 1970 se incorpora la dimensión psicológica al acto de juzgar. La psicología jurídica se complementa como auxiliar
en el acto de juzgar, aunque de manera acrítica. Esto acrítico no es porque los psicólogos ignoren los multiversales,
sino porque se centran en la sumisión voluntaria al gran poder del acto jurídico como secreto, privado y privativo.
Para terminar debemos recordar el siguiente orden:
1- El modelo primitivo
2- El modelo romano
3- El modelo católico
4- El modelo de la ciencia
5- La vuelta al modelo participativo (desde el paradigma de los DDHH, los juicios orales y donde el ideal es
que sean abiertos a la comunidad)
Oñativia; Bagnato; Renovel (2008) Postscritum: Del foro romano al dispositivo del foro.
I. Introducción
A partir de las resonancias que genero el texto anterior (DL) los autores se proponen situar algunos recorridos
históricos del concepto foro. Las circunstancias socio histórico que le dieron origen y señalar como los efectos de
operaciones políticas le imprimieron distintos deslizamientos de sentido. De este modo contribuir a la
desnaturalización y deconstrucción del concepto de Control Social.
Por otra parte se proponen analizar un posible nuevo enfoque desde el Paradigma Humanista.
II. Desarrollo
En el diccionario: Foro: proviene del latín Fórum, Plaza de Roma, centro de actividad política, religiosa, comercial y
jurídica.
En un primer tiempo entendemos que Foro circunscribe un espacio, donde tienen lugar actividades de cuestión
pública. Luego el concepto sufre una torsión, que es que se lo restringe para designar lo concerniente a lo jurídico.
En la conjunción de lo espacial con la restricción a una sola temática específica, comienza a significarse el foro algo
del orden de la función. Foro como función representa el acto de escucha y sanción. De este modo experimenta una
segunda torsión: ya no remite a un espacio, ni a una temática, sino a un que-hacer.
Es necesario abordar algunos aspectos del concepto que pueden dar lugar a confusiones. Algunas de ellas surgen
en las distorsiones que el DD Romano recibió al ser reintroducido en Occidente a fines de la Edad Media, luego en el
XIX teóricos utilizaron elementos de la organización romana como categorizas de análisis. Estas apropiaciones y
usos de la cultura romana, aplicado a momentos y organizaciones sociales ajenas a ella han contribuido a sedimentar
sentidos que aun hoy persisten:
1) El concepto de FORO suele asociarse con la actividad jurídica política de la Antigua Roma, como único o
principal espacio de participación y resolución de lo público. Sin embargo Roma constituía una red compleja de
magistraturas y órganos político-judiciales; además estas instituciones van cambando a lo largo de los periodos
romanos. Por lo que el FORO esa lejos de haber sido la única o principal institución donde se trataban los temas
públicos.
2) Otro aspecto a considerar es el aspecto participativo y democrático que se le suele atribuir al foro romano.
Solo participaban aquellos que cumplían las condiciones necesarias para ser “Ciudadanos”.
3) Cuando se suele plantear al FORO como modelo participativo del pueblo romano, puede dar lugar a
malentendidos. Sin embargo la participación del pueblo tenía claramente definido sus límites: solo podían reunirse
cuando eran convocados por magistrados específicos, bajo la dirección de estos, y solo podían llevarse a cabo en
determinados lugares. Las reuniones auto convocadas no eran reconocidas oficialmente.
4) Es necesario desnaturalizar el concepto de foro para poder pensarlo en términos de Control Social. El foro no
era solo para actividades jurídicas, sino también para la sanción de leyes, normas de administración de justicia,
conformando una unidad funcional legislativa judicial.
En el texto de Lostaló se propone, desde el paradigma humanista, un nuevo enfoque del concepto, a partir de
introducirlo como un dispositivo lógico, constituido por un conjunto de elementos heterogéneos, discursivos y no
discursivos, que producen una forma determinada del acto de juzgar, considerándolo como el dispositivo de
participación de los grupos humanos primigenios. Esta forma de participación horizontal genera una forma
radicalmente distinta de administración de lo normativo.
Así, el foro como dispositivo integra, suprime al foro como lugar y función. Foro implica un proceso, con un tiempo
en el que se lleva el acto de jugar. También implica un espacio en donde desplegar la función, un lugar donde puede
darse el procedimiento de escucha, de síntesis y de sanción.
Entendemos entonces al foro como un dispositivo que surge en función de una urgencia: evaluar el acto realizado por
un miembro del grupo, cuyo efecto puso en riesgo a toda la comunidad y aplicar en consecuencia una sanción, con el
fin e reparar el daño causado por el efecto de dicho acto.
Este enfoque (foro como dispositivo) significa que ha operado una nueva torsión en el significado del término foro.
Pensar el foro como dispositivo posibilita poner en suspenso el grado de legitimidad del modelo actual de
administración de justicia. A la vez que permite resignificar modelos de participación y de distribución del poder.
Debido a la complejidad de las sociedades actuales es imposible retornar a las primeras formas de organización
social, pero desde el paradigma humanista se rescata el uso de los dispositivos de participación comunitaria, no solo
para el acto de juzgar, sino para el tratamiento de la cosa pública en general.
La contraposición entre Política de Seguridad y Política Social no es de lógica sino ideológica, y no sirve para
esclarecer sino para confundir relaciones conceptuales elementales. El concepto de política criminal no es solo
complejo y problemático, se torna además en un concepto ideológico.
Ideología en el sentido de una construcción discursiva de hechos sociales para producir una falsa conciencia en la
población. La forma de operar de la ideología en este sentido es legitimadora y reproductora de la realidad social.
A propósito de la política criminal, al sustantivo “seguridad” se agregan los adjetivos “nacional”, “pública”,
“ciudadana”. Se trata siempre de connotaciones colectivas, no personales, de la seguridad; es decir no se trata de la
seguridad de los derechos de los sujetos individuales, sino de la seguridad de la nación, de la comunidad estatal, de
la ciudad.
Más prometedora es la noción de la Seguridad Ciudadana (entre estas 3) que atribuye a la política criminal por
primera vez una dimensión local, participativa, pluralista. Sin embargo, el adjetivo estrangula (al igual que en los otros
dos casos) al sustantivo. Desde el punto de vista jurídico y también desde el psicológico, “seguros” deberían estar los
sujetos de derechos fundamentales universales (que no se limita a los ciudadanos) y estos son todas y cada una de
las personas físicas que se encuentran en el territorio de un Estado.
Lo que hoy ocurre es que las situaciones de riesgo, a menudo gravísimas que sufren hoy mujeres y niños en el sector
doméstico, así como las limitaciones de los derechos económicos y sociales de los cuales son víctimas los sujetos
pertenecientes a los grupos marginales y “peligrosos”, no inciden en el cálculo de la seguridad ciudadana. Tampoco
delitos económicos, de corrupción, desviaciones criminales en órganos civiles y militares del estado. Estos últimos
forman parte de la cuestión moral, pero no tanto de la seguridad ciudadana.
La ambigüedad ideológica del concepto de Política Criminal se destaca todavía más cuando lo relacionamos con la
política social. En este caso se produce una especie de compensación de aquello que se le ha sustraído a muchos
de los portadores de derechos en el cálculo de la seguridad. Después que se ha olvidado a una serie de sujetos
vulnerables provenientes de grupos marginales, cuando estaba en juego la seguridad de sus derechos, la política
criminal los reencuentra como objetos de política social. Objetos, pero no sujetos, porque también esta vez la
finalidad de los programas de acción no es la seguridad de sus derechos sino la seguridad de sus potenciales
víctimas. La política social se transforma así en prevención social de la criminalidad. Estamos en presencia de una
superposición de la política criminal a la política social, de una criminalización de la política social.
La orientación de la política criminal hacia la política de seguridad o hacia la política social es una falsa alternativa.
No solo porque con la criminalización de la política social la alternativa desaparece, sino también porque es un
concepto estrecho y selectivo de seguridad y sobre todo porque en una visión correcta de la teoría de la constitución
de los estados sociales de derecho el concepto de política social corresponde a una concepción integral de la
protección y de la seguridad de los derechos en toda su integridad.