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TRABAJO PRÁCTICO N°1: Relación de interdependencia teoría-clínica

Aulagnier. Capítulo VI “Historia de una demanda e imprevisibilidad de su futuro”


En El sentido perdido

Un paradigma procura a la comunidad científica un criterio para seleccionar problemas


de los que está segura que tienen solución. Tales serán los únicos problemas que la
comunidad reconocerá como científicos y los únicos que invitará a sus adeptos a
resolver.
La relación del analista con su teoría y en especial con ese conjunto conceptual que le
permite fundar una praxis, muestra que todo cambio en el modelo teórico supone una
modificación de la relación entre este y el analista.
La teoría de Freud nunca pretendió ser una simple oferta de conceptos. Reivindicaba
una intención práctica, definida por los efectos que el lícito esperar de su aplicación en
la práctica analítica.
Si en la evolución de una teoría que no puede quedar separada de su proyecto
concedemos una importancia privilegiada al factor tiempo, es porque el uso “cultural”
de nuestros conceptos acarrea la consecuencia de que hoy en día ed del exterior que
vuelve al campo de la experiencia analítica un proyecto elaborado por el campo social
y sus ideologías. Podrán hallar acceso al campo psicoanalítico proyectos y demandas
que vienen de otra parte y que le hacen correr el riesgo de ser “colonizado” poco a
poco por un poder-saber extraños.
Existen tres anomalías que dan testimonio de las contradicciones surgidas entre
nuestra teoría y ciertos efectos de su aplicación:
1- Cierto abuso de la interpretación aplicada
2- La trivialización de los conceptos freudianos
3- El a priori de la certeza

Hay una trivialización y deterioro de conceptos teóricos que en rigor conservan su


valor, pero cuyos efectos se ven desbaratados. Hay una trivialización de su
significación: reducidos a una simple función explicativa, privados de toda acción
innovadora y perturbante, se intentará volverlos conformes con el conjunto de los
enunciados del discurso cotidiano del sujeto. El paradójico resultado es culminar en la
ideologización de la nueva ciencia por el campo cultural, con un derecho de préstamo
ejercido sobre sus enunciados.
Lo que sorprende cada vez más en los modelos teóricos que se utilizan en nuestra
disciplina es su reducción a una serie mínima de enunciados de alcance universal, en
provecho de una difusión del modelo pero a costa de lo que constituía su armazón
específica y su mira singular. El mayor riesgo que amenaza al discurso analítico es
el de deslizarse del registro del saber al de la certeza. Implica caer en la trampa de
una idealización del paradigma, transformando sus enunciados en una serie de
fórmulas mágicas que actúan por la sola fuerza de su enunciación, sin tener que
atender al lugar, al tiempo y al lento trabajo necesario para ofrecerles un suelo sobre el
cual pueden actuar.
La falta de cuestionabilidad sobre el psicoanálisis y sus efectos provoca que el
paradigma se transforme en dogma.
No puede haber statu quo teórico. A falta de nuevos aportes, toda teoría se momifica.
Teoría y práctica analíticas deben anhelar que aparezcan innovaciones probatoria de
que ella siguen vivas

Bleichmar. Capítulo XV “Sostener los paradigmas desprendiéndose del lastre.


Una propuesta respecto al futuro del psicoanálisis”

Lo que está en riesgo no es sólo la supervivencia de un modo de práctica llamada


clínica, sino la racionalidad de los enunciados mismos que la sostienen y el riesgo de
que caiga como una ideología más. El psicoanálisis corre el riesgo de sucumbir ante la
imposibilidad de abandonar los elementos obsoletos y realizar un ejercicio de
recomposición.
Resulta urgente separar aquellos enunciados de permanencia, que trascienden las
mutaciones en la subjetividad que las modificaciones históricas y políticas ponen en
marcha, de los elementos permanentes del funcionamiento psíquico que no sólo se
sostienen sino que cobran mayor vigencia en razón de que devienen el único horizonte
explicativo posible para estos nuevos modos de emergencia de la subjetividad. Para
ello es necesario tomar los paradigmas de base del psicoanálisis y en muchos casos
darlos vuelta.
Es necesario diferenciar los descubrimientos de carácter universal de la impregnación
histórica en la cual inevitablemente se ven inmersos, trabajar sobre sus
contradicciones y acumulación de hipótesis adventicias.
Propongo tres puntos al debate:
1. Posicionamiento respecto a la obra de Freud
2. Sexualidad infantil
3. Lugar del inconsciente

Posicionamiento respecto a la obra freudiana


Los textos de Freud se inscriben como punto de partida. El respeto por los mismos
presupone someterlos a un trabajo que sostenga sin mistificación las contradicciones
que inevitablemente los atraviesan. EL rigor de lectura no confundiéndose con
obediencia, pero tampoco reemplazando lo que en ellos fue dicho para hacerlos
coincidir con lo que a cada escuela le gustaría que digan.
Un modelo de lectura que permita al otro ir más allá de la posición que uno mismo
haya asumido, permitiendo realizar tanto con el discurso freudiano como con el propio
un movimiento de metabolización, apropiación y ruptura en las coagulaciones e
impasses que arrastre.

Sexualidad infantil
La sexualidad infantil, anárquica en los comienzos, no subordinable al amor de objeto,
opera a lo largo de la vida como un plus irreductible tanto a la autoconservación como
a su articulación con el fin biológicamente determinado: la procreación .
La sexualidad adulta imprime una impronta sobre la cría humana, en razón de la
disparidad de saber y de poder con la cual se establece la parasitación simbólica y
sexual que sobre ella se ejerce, y cuyo retorno del lado del lacanismo no ha pasado de
ser “deseo narcisista”, subsumiendo esta cuestión central en cierto espiritualismo
deseante del lado del discurso y anulando el carácter profundamente “carnal” de las
relaciones entre el niño y quienes lo tienen a su cargo.
Es en aquellos planteos impregnados por una visión teleológica de la sexualidad,
sometida a un fin sexual reproductivo, donde se manifiesta más claramente la
necesidad de revisión y eso no solo por la caducidad histórica de los planteos, sino
porque entran en contradicción con enunciados centrales de la teoría y de la práctica
psicoanalítica, enunciados que han hecho estallar la relación existente entre
sexualidad y procreación.
Parece necesario volver a definir el aporte fundamental de Tres Ensayos: el hecho de
que la sexualidad humana no sólo comienza en la infancia, sino que se caracteriza por
ser no reductible a los modos genitales, articulados por la diferencia de los sexos, con
los cuales la humanidad ha establecido, desde lo manifiesto, su carácter.
Los dos tiempos de la sexualidad humana no corresponden a dos fases de una misma
sexualidad, sino a dos sexualidades diferentes: una desgranada de los cuidados
precoces, implantada por el adulto, con formas parciales y otra con primacía genital,
establecida en la pubertad y ubicada en el camino madurativo que posibilita el
ensamble genital y la existencia de una primacía de carácter genital.
La maduración puberal encuentra todo el campo ya ocupado por la sexualidad para-
genital: los primeros tiempos han marcado fantasmática y erógenamente un camino
que si no encuentra vías de articulación establece que el recorrido se oriente bajo
formas fijadas, las cuales determinan, orientan u obstaculizan, los pasajes de un modo
de goce a otro.
El psicoanálisis ha introducido la sexualidad en sus dos formas: pulsional y de objeto,
que no se reducen ni a la biología ni a los modos dominantes de representación social.
La sexualidad no se reduce entonces a los modos de ordenamiento masculino-
femenino. La identidad sexual tiene un estatuto tópico, como toda identidad, que se
posiciona del lado del yo.
Es en este punto en donde se hace más clara la diferencia entre producción de
subjetividad, históricamente determinada y premisas universales de la
constitución psíquica.
Es indudable la necesidad de redefinir el llamado complejo de Edipo. En primer lugar,
porque nace y se ha conservado impregnado de los modos con los cuales la forma
histórica que impone la estructura familiar acuñó el mito como modo universal del
psiquismo. Tanto los nuevos modos de acoplamiento como las nuevas formas de
engendramiento y procreación dan cuenta tanto de sus aspectos obsoletos como de
aquellos más vigentes que nunca. Es insostenible la conservación del Edipo entendido
como una novela familiar, como argumento que se repite de modo más o menos
idéntico a lo largo de la historia y para siempre. Se diluye así el gran aporte del
psicoanálisis: el descubrimiento del acceso del sujeto a la cultura a partir de la
prohibición del goce sexual intergeneracional. El Edipo debe ser entendido como
la prohibición con la cual cada cultura pauta y restringe, a partir de la preeminencia de
la sexualidad del adulto sobre el niño, la apropiación gozosa del cuerpo del niño por
parte del adulto. La dependencia del niño respecto del adulto sexuado, y el modo
metabólico e invertido con el cual se manifiesta y toma carácter fundacional respecto
al psiquismo.

Estatuto del inconsciente y consecuencias respecto al método


El inconsciente es un existente cuya materialidad debe ser separada de su
conocimiento; existió antes de que este conocimiento fuera posible y el descubrimiento
freudiano implica su conceptualización, no su invención. El icc existe en algún lado
más allá del proceso de la cura analítica que posibilita su conocimiento.
Los orígenes del icc están atravesados por inscripciones provenientes de las
primeras vivencias sexuales que acompañan a los cuidados con los cuáles el
adulto toma a cargo a la cría. Carácter posible de la inscripción de la sexualidad, a
partir de un plus que se instala en el marco de los cuidados precoces.
Si es el hecho de que un exceso de la sexualidad del otro determina el surgimiento de
la representación psíquica, en virtud del carácter no descargable de esta implantación,
debemos decir que el icc no surge de la ausencia del objeto sino de su exceso, del
plus de placer. Es una acción realizada, efectivamente cumplida, la vivencia de
satisfacción, aquello que genera el origen de toda representación.
Estas primeras inscripciones, que anteceden a toda instalación del sujeto en sentido
estricto, cuyo emplazamiento yoico discursivo se verá concretado mucho más tarde,
dan cuenta de los orígenes para-subjetivos del icc y por ende de toda realidad
psíquica.
El descubrimiento fundamental del psicoanálisis es la afirmación de que la
representación antecede al sujeto pensante, vale decir, que en los orígenes existe, por
así decir, “un pensamiento sin sujeto”. El icc permanecerá para siempre en el orden de
lo para-subjetivo y como tal, no es reductible a una segunda conciencia, ni a las leyes
con las cuales funciona el sujeto.
La diversidad simbólica del psiquismo se observa en la coexistencia de
representaciones secundariamente reprimidas con elementos que nunca tuvieron el
estatuto de representación palabra (lo originariamente reprimido) así como signos de
percepción que no logran articularse, sea por su origen arcaico e intranscriptible, sea
por haber irrumpido en procesos traumáticos no metabolizables. Estos elementos
pueden hacerse manifiestos sin por ello ser conscientes, pueden activarse a partir del
movimiento mismo del dispositivo analítico o de vicisitudes de la vida y dejar al sujeto
librado a la repetición compulsiva.
Se torna necesario precisar el estatuto metapsicológico de la materialidad psíquica a
abordar, sabiendo que nuestras intervenciones tienen que lograr el máximo de
simbolización posible con el mínimo de intromisión necesaria.
En la posibilidad de implementación del método analítico en el trabajo con niños,
constituyen condiciones para poder poner en marcha el dispositivo clásico de la
cura: el emplazamiento de la represión, que pone en marcha el sufrimiento intra-
subjetivo, la existencia de un discurso articulado bajo los modos que conocemos a
partir de la lingüística estructural, el funcionamiento del preconsciente en lo que hace a
la temporalidad, la lógica del tercero excluido y la negación. En los casos en los cuales
esto no sea posible, es necesario crear las posibilidades previas para que ello
ocurra, mediante lo que hemos llamado “intervenciones analíticas”.
Esto ocurre en virtud de la no homogeneidad de la simbolización psíquica, en la cual
coexisten representaciones de diverso orden y sobre las cuales nos vemos obligados
en muchos casos a ejercer movimientos de re-simbolización, no sólo de des-represión.
Ante los fenómenos que emergen como no secundariamente reprimidos, no plausibles
de interpretación y cuyo estatuto puede ser del orden de lo manifiesto sin por ello ser
conscientes, consideramos necesaria la introducción de un modo de intervención
que llamaremos “simbolizaciones de transición”, cuya característica fundamental
es la de servir como puente simbólico en aquellas zonas del psiquismo en las cuales el
vacío de ligazones psíquicas deja al sujeto librado a la angustia intensa o a la
compulsión.
Si se trata de recuperar lo fundamental del psicoanálisis para ponerlo en marcha hacia
los tiempos futuros, este trabajo no puede realizarse sin una depuración al máximo de
los enunciados de base y un ejercicio de tolerancia al dolor de desprenderse de
nociones que nos han acompañado tal vez más de lo necesario. El futuro del
psicoanálisis depende de embarcarnos en un proceso de revisión del modo mismo con
el cual quedamos adheridos no sólo a las viejas respuestas, sino a las antiguas
preguntas que hoy devienen un lastre que paraliza nuestra marcha.

TRABAJO PRÁCTICO N°2: Origen de la clínica de niños y adolescentes

Freud, Anna “Psicoanálisis del niño. (Caso clínico La niña del demonio)

No es posible abrir juicio sobre la técnica del psicoanálisis con niños, sin haber
establecido antes en qué casos conviene emprenderlo. Melanie Klein sostiene que
toda perturbación del desarrollo anímico o mental de un niño podría ser eliminada o, al
menos, mejorada por el análisis. Opina que también tiene grandes ventajas para el
desarrollo del niño normal. La mayoría de los analistas vieneses opinan que el análisis
del niño sólo se justifica frente a una verdadera neurosis infantil.
El análisis con niños es un recurso a veces costoso y complicado, con el cual en
algunos casos no puede hacerse demasiado. Es posible que el análisis genuino
necesite ciertos cambios y modificaciones para esta aplicación. El adulto es un ser
maduro e independiente, mientras que el niño por su parte es inmaduro y dependiente.
Es natural que ante objetos tan dispares el método tampoco pueda ser el mismo.
Anna Freud trabajó en al análisis de unos diez casos infantiles. Una característica de
la consulta con niños es que la decisión de analizarse nunca parte del pequeño
paciente. En muchos casos ni siquiera es el niño quien padece, con frecuencia el
mismo no percibe ningún trastorno; sólo quienes le rodean sufren por sus síntomas.
Así, en la situación del niño falta todo lo que consideramos indispensable en la el
adulto: la consciencia de enfermedad, la resolución espontánea y la voluntad de
curarse.
Considero que vale la pena tratar de alcanzar en el niño aquellas disposiciones y
aptitudes favorables para el análisis, logrando hacer “analizables” en el sentido del
adulto a los pequeños pacientes. Para ello introduce un período de introducción que
no es necesario en el tratamiento con adultos. Ese período no tiene nada que ver con
la verdadera labor analítica, en esa fase no se puede pensar en hacer consciente lo
inconsciente, ni en ejercer influencia analítica.
Caso de la Niña del demonio: niña de seis años que sufría una neurosis obsesiva
extraordinariamente grave y definida para su edad, conservando sin embargo una gran
inteligencia. En este caso tuve que establecer una condición ya existente de antemano
en la pequeña neurótica: la escisión de la personalidad infantil.
Toda mi manera de proceder presenta demasiados puntos de contradicción con las
reglas técnicas del psicoanálisis que hasta ahora venimos aplicando. Imaginemos que
gracias a todas las medidas tomadas el niño llega a tener confianza en el analista, a
adquirir consciencia de su enfermedad, anhelando así un cambio en su estado. Con
ello llegamos a nuestro segundo tema: el examen de los medios a nuestro alcance
para realizar el análisis infantil propiamente dicho.
La técnica del análisis con adultos nos ofrece cuatro medios auxiliares: los recuerdos
conscientes del enfermo, la interpretación de los sueños, las ocurrencias, las
asociaciones y las reacciones transferenciales. El niño, en cambio, poco puede
decirnos sobre la historia de su enfermedad. Él mismo no sabe cuándo comenzaron
sus anomalías. Así, el analista de niños recurre a los padres de los pacientes para
completar la historia.
La interpretación de los sueños, en cambio, es un terreno en el cual nada nuevo
tenemos que aprender. Los sueños infantiles son más fáciles de interpretar, el niño
sigue con el mayor placer la reducción de las imágenes o palabras del sueño a
situaciones de su vida real. Junto con este, es muy frecuente el análisis de los
ensueños diurnos, así como la narración de las fantasías, que nos permiten reconstruir
la correspondiente situación interior en que se encuentra el niño.
El dibujo es otro recurso técnico auxiliar que ocupa un sitio muy preeminente en
muchos de los análisis infantiles. En algunos casos puede suplantar a las demás
fuentes de información.
El niño anula todas las ventajas mencionadas por su negativa a asociar, es decir, pone
en apuros al analista por la casi absoluta imposibilidad de utilizar precisamente aquel
recurso sobre el cual se funda la técnica analítica: excluir con su voluntad consciente
toda crítica de las asociaciones que surgen y no dejar de comunicar nada de lo que se
le ocurra. Esta falta de disposición asociativa en el niño conduce a buscar recursos
para suplirla. Hug Hellmuth recurrió a los juegos con el niño. Melanie Klein sustituye la
técnica asociativa del adulto por una técnica lúdica en el niño, basándose en las
hipótesis de que al niño pequeño le es más afín la acción que el lenguaje y
equiparando las acciones dentro del juego con las asociaciones verbales,
complementándolas con interpretaciones.
En los recursos con el análisis infantil, advertimos la necesidad de integrar la historia
clínica mediante las informaciones que nos suministran los familiares, en lugar de
fundarnos exclusivamente sobre los datos que nos ofrece el paciente.
No tiene duda que la técnica del juego elaborada por Klein tiene sumo valor para la
observación del niño. Tenemos así la posibilidad de reconocer sus distintas
reacciones, la intensidad de sus inclinaciones agresivas, de sus sentimientos
compasivos y de su actitud ante los diferentes objetos y personas representados
por los juguetes. Puede realizar con él todos los actos que en el mundo real habrían
de quedar restringidos. Todas estas ventajas hacen del método lúdico de Klein un
recurso poco menos que indispensable para conocer al niño pequeño que todavía no
domina la expresión verbal.
Klein da un importante paso más. Pretende que todas estas asociaciones lúdicas del
niño equivalen exactamente a las asociaciones libres del adulto y, en consecuencia,
traslada continuamente cada uno de estos actos infantiles a la idea que le
corresponde, procurando averiguar la significación simbólica oculta tras cada acto del
juego. Su intervención consiste en traducir e interpretar los actos del niño a medida
que se producen.
Anna Freud considera que aquellos niños para los cuales Klein elaboró la técnica
lúdica, sobre todo aquellos que se encuentran en el primer período de madurez
sexual, son aún demasiado pequeños para presentarse a la influencia analítica. Así
mismo, tampoco considera pertinente equiparar las asociaciones lúdicas del niño con
las del adulto, al no estar regidas por las mismas representaciones. Considera como
un exceso el atribuir sentido simbólico a todos los actos y ocurrencias del paciente, así
se trate de un niño o de un adulto.
Cabe preguntarse si el niño se encuentra en la misma situación de transferencia que
el adulto, de qué manera y bajo qué forma se manifiestan sus tendencias
transferenciales y en qué medida se prestan para la interpretación. Este es el punto
más importante para Anna Freud: la función de la transferencia como recurso
técnico auxiliar en el análisis del niño. Considera que la vinculación cariñosa, la
transferencia positiva es la condición previa de todo el trabajo ulterior, ya que el
niño sólo es capaz de hacer algo cuando lo hace por amor a alguien.
El análisis del niño aún exige de esta vinculación muchísimo más que el del adulto,
pues además de la finalidad analítica, persigue también cierto objetivo pedagógico.
Toda labor verdaderamente fructífera deberá realizarse siempre mediante la
vinculación positiva con el analista.
Nos convertimos en un blanco contra el cual el niño, tal como sucede en el adulto,
dirige sus impulsos amistosos u hostiles, de acuerdo a las circunstancias. No obstante
todo eso, el niño no llega a formar una neurosis de transferencia. Podemos aducir dos
razones teóricas para ello: una reside en la misma estructura infantil, la otra debe
buscarse en el analista.
El pequeño paciente no está dispuesto, como lo está el adulto, a reeditar sus
vinculaciones amorosas, porque, por así decirlo, aún no ha agotado la vieja edición.
Sus primitivos objetos amorosos, los padres, todavía existen en la realidad y no sólo
en la fantasía. El niño mantiene con ellos todas las relaciones de la vida cotidiana y
experimenta todas las vivencias reales de la satisfacción y el desengaño.
El niño no desarrolla una neurosis de transferencia. A pesar de todos sus impulsos
cariñosos y hostiles contra el analista, sigue desplegando sus reacciones anormales
donde ya lo ha venido haciendo: en el ambiente familiar. De allí que el analista dirija su
atención hacia el punto en que se desarrollan las reacciones neuróticas: hacia el hogar
del niño. Cuando las circunstancias o la personalidad de los padres no permiten llegar
a esta colaboración, el análisis se resiente de una falta de material.
En el niño pequeño carecemos de las formaciones reactivas y los recuerdos
encubridores que sólo se forman en el curso del período de latencia y a través de los
cuáles el análisis ulterior puede captar el material que en ellos están condensado. Así
nos encontramos en inferioridad de condiciones en lo que refiere a la obtención del
material inconsciente.
En el niño, el mundo exterior es un factor inconveniente para el análisis, pero
orgánicamente importante, que influye en lo más profundo en sus condiciones
interiores. Es cierto que también la neurosis del niño es un asunto interno,
determinado igualmente por aquellas tres potencias: la vida instintiva, el yo y el
superyó.
Lo que al principio fue una exigencia personal, emanada de los padres, sólo al pasar
del apego al objeto, a la identificación con éstos se convierte en un ideal del yo,
independiente del mundo exterior y de sus modelos. El niño todavía está muy lejos del
desprendimiento de los objetos amados, y subsistiendo el amor objetal, las
identificaciones sólo se establecen lenta y parcialmente. Ya existe un superyó, pero
son evidentes las múltiples interrelaciones entre este superyó y los objetos a los
cuales debe su establecimiento.
Éstas es la diferencia más importante entre el análisis del niño y el del adulto: los
objetos del mundo exterior seguirán desempeñando un importante papel en el análisis,
mientras el superyó infantil todavía no se haya convertido en el representante
impersonal de las exigencias asimiladas del mundo exterior y mientras permanezca
orgánicamente vinculado a éste. Estos mismo padres o educadores fueron las
personas cuyas desmesuradas exigencias impulsaron al niño a la excesiva represión y
con ello a la neurosis.
Bajo la influencia del análisis el niño aprenderá a dominar su vida instintiva y parte de
los impulsos infantiles ha de ser suprimida o condenada por su inutilidad en la vida
civilizada.
Es preciso que el analista logre ocupar durante todo el análisis el lugar del ideal del yo
infantil y no iniciar su labor de liberación analítica antes de cerciorarse de que podrá
dominar completamente al niño. Sólo si el niño siente que la autoridad del analista
sobrepasa la de sus padres, estará dispuesto a conceder este nuevo objeto amoroso,
equiparado a sus progenitores, el lugar más elevado que le corresponde en su vida
afectiva. Antes de iniciar un análisis, es necesario cerciorarse de que la personalidad y
la preparación analítica de los padres garanticen la posibilidad de la continuidad en la
labor educativa una vez finalizado el análisis.
Las condiciones del análisis del niño establecidas hasta esta parte son: la debilidad del
ideal del yo infantil, la subordinación de sus exigencias y de su neurosis bajo el mundo
exterior, su incapacidad de dominar por sí mismo los instintos liberados y la
consiguiente necesidad de que el analista domine pedagógicamente al niño. El
analista reúne en su persona dos misiones difíciles y diametralmente opuestas: la de
analizar y educar a la vez, si puede lograrlo, corrige con ello toda una fase de
educación equivocada y desarrollo anormal.
El análisis infantil por ahora deberá quedar limitado a los hijos de analistas, de
pacientes analizados o de padres que conceden al análisis cierta confianza y respeto.
Sólo en estos casos la educación analítica en el curso del tratamiento podrá
continuarse sin interrupción con la educación en el seno de la familia.
El análisis del niño exige ante todo una nueva técnica: un objeto distinto requiere
diferente métodos de ataque. Así han surgido la técnica lúdica de Melanie Klein para el
análisis precoz y mis recomendaciones para el análisis del período de latencia. Exige,
pues, que el analista de niños, adaptándose a la peculiar condición de sus pacientes,
agregue a su actitud y preparación analítica, una segunda: la pedagógica. Se debe
influir desde el exterior, creando nuevas impresiones y revisando las exigencias que el
mundo exterior impone al niño. Las potencias contra las cuales debemos luchar en la
curación de las neurosis infantiles no son únicamente interiores, sino también
exteriores. El analista de niños necesita conocimientos pedagógicos tanto teóricos
como prácticos, que le permitan comprender y criticar las influencias educativas a las
que está sometido el niño, llegando a asumir las funciones de educador durante todo
el curso del análisis.

Klein,M. “Simposium sobre análisis infantil”. En contribuciones al psicoanálisis

Hug Hellmuth fue la primera en emprender el análisis sistemático de niños.


En 1921 Klein publicó el primer artículo “El desarrollo de un niño”. Allí llegaba a la
conclusión de que era perfectamente posible e incluso saludable explorar el complejo
de Edipo hasta sus profundidades y que en esa tarea se podían obtener resultados por
lo menos iguales a los obtenidos en el análisis con adultos. A su vez, plantea que no
solo era innecesario que el analista se empeñara en ejercer una influencia educativa,
sino que ambas cosas eran incompatibles (punto de contradicción con Anna Freud).
Llegó a intentar el análisis de niños muy pequeños, de tres a seis años de edad.
La propuesta de Anna Freud señala cuatro puntos principales: la convicción de que el
análisis de niños no debe ser llevado demasiado lejos, que no se deben tratar
demasiado la relación del niño con sus padres, o sea que no se debe explorar
demasiado el complejo de Edipo; y que se debe combinar el análisis del niño con
influencias educativas. Anna Freud establece límites bien definidos a la aplicación del
tratamiento. Ella piensa que en el análisis con niños no solo no podemos descubrir
más sobre el primer período de la vida que cuando analizamos adultos, sino que
incluso descubrimos menos. Se dice que la conducta del niño en el análisis es
evidentemente distinta a la del adulto, y que por consiguiente es necesario emplear
una técnica diferente. Creo que esta argumento es incorrecto. No es necesario
imponer restricción alguna al análisis, tanto en lo que respecta a la profundidad de
su penetración como en lo que respecta al método con el que trabajamos.
Con esto señalo ya el punto principal de mi crítica al libro de Anna Freud: supone
que no se puede establecer la situación analítica con los niños y encuentra
inadecuado o discutible el análisis puro del niño, sin intervención pedagógica.
Klein considera un grave error asegurarse una transferencia positiva por parte del
paciente con el empleo de las medidas que Anna Freud describe o utilizar su ansiedad
para hacerlo sometido, intimidarlo o persuadirlo por medios autoritarios. Con estos
medios, nunca se podría establecer una situación analítica ni llevar a cabo un análisis
completo. Todos los medios que juzgaríamos como incorrectos en el análisis con
adultos son especialmente señalados por Anna Freud como valiosos en el análisis de
niños. Su objetivo es la introducción al tratamiento, aquello que llama la “entrada” en el
análisis. Esto se debe a que Anna Freud piensa que lo niños son seres muy diferentes
a los adultos, sin embargo, lo que busca con sus técnicas de introducción es que la
actitud del niño hacia el análisis sea como la del adulto. Esto resulta contradictorio.
Anna Freud coloca al consciente y el yo del niño en primer plano, cuando
indudablemente nosotros debemos trabajar en primer lugar y sobre todo con el
inconsciente. Pero en el inconsciente, los niños no son de ninguna manera
fundamentalmente distintos de los adultos. Lo único que sucede es que en los
niños el yo no se ha desarrollado aún plenamente y por lo tanto, los niños están
mucho más gobernados por el inconsciente. A él debemos aproximarnos y a él
debemos considerar el punto fundamental de nuestro trabajo. No podemos esperar
encontrar ninguna base definitiva para nuestro trabajo analítico en un propósito
consciente que como sabemos, ni siquiera en los adultos se mantendría por mucho
tiempo como único soporte del análisis.
El análisis no puede ahorrarle al paciente ningún sufrimiento y esto aplica también a
los niños.
El método de Klein presupone que desde el comienzo quiere atraer hacia ella tanto la
transferencia positiva como la negativa y además, investigarla hasta su origen, en la
situación edípica. Estas dos medidas concuerdan plenamente con los principios
psicoanalíticos. Interpretamos esa transferencia positiva, es decir, que tanto en el
análisis de adultos como en el de niños la retrotraemos hasta el objeto de origen. Otra
novedad que introduce, en contraposición a los planteos de Anna Freud es el hecho
de poder ser independientes del conocimiento del ambiente del niño. Podemos
garantizar para nuestro trabajo todo el valor y el éxito de un análisis equivalente en
todo sentido al análisis de los adultos.
Por otra parte, los niños no pueden dar y no dan asociaciones de la misma manera
que el adulto, por lo tanto no podemos obtener suficiente material únicamente por
medio de la palabra. Los medios para suplir la falta de asociaciones verbales son
el dibujo, el relato de fantasías y el juego (juguetes, agua, recortando, dibujando).
Anna Freud cree dudoso que uno esté justificado para interpretar como simbólico el
contenido del drama representado en el juego del niño y piensa que muy
probablemente éste sea ocasionado simplemente por observaciones reales o
experiencias de la vida diaria.
El método que Klein propone implica que recolectando el material psíquico que el niño
expresa en numerosas repeticiones, por varios medios -como el juego, agua,
recortando, dibujando- acompañando estas actividades con un sentimientos de culpa,
ella se dispone a interpretar estos fenómenos y enlazarlos en el inconsciente y
con la situación analítica. En este sentido utiliza pequeños juguetes como recursos
para ganar acceso a la fantasía y liberarla.
Podemos establecer un contacto más rápido y seguro con el inconsciente de los niños
si, actuando con la convicción de que están mucho más profundamente
dominados por el inconsciente y los impulsos instintivos, acortamos la ruta que
toma el psicoanálisis de adultos por el camino del contacto con el yo y nos
conectamos directamente con el inconsciente del niño. Sólo interpretando y por lo
tanto aliviando la angustia del niño siempre que nos encontremos con ella, ganaremos
acceso a su inconsciente y lograremos que fantasee.
Los niños no pueden asociar, no porque les falte capacidad para poner sus
pensamientos en palabras, sino porque la angustia se resiste a las asociaciones
verbales. La representación por medio de juguetes está menos investida de
angustia que la confesión por la palabra hablada. Los niños están tan dominados por
su inconsciente que para ellos es verdaderamente innecesario excluir deliberadamente
ideas conscientes. No consideraría terminado ningún análisis de niños, ni siquiera el
de niños muy pequeños, a menos de lograr finalmente que se exprese con palabras,
hasta el grado de que es capaz el niño, y así de vincularlo con la realidad.
La técnica de juego nos provee una rica abundancia de material y nos da acceso a
los estratos más profundos de la mente. Si la usamos incondicionalmente llegamos al
análisis del complejo de Edipo y una vez allí no podemos poner límites al análisis en
ninguna dirección.
En relación a la transferencia, Anna Freud considera que en los niños puede haber
una transferencia satisfactoria pero que no se produce una neurosis de transferencia.
Justifica este supuesto en el hecho de que los niños no están capacitados para
comenzar una nueva edición de sus relaciones de amor, porque sus objetos de amor
originales, los padres, todavía existen como objetos en la realidad. Klein considera que
esta afirmación es incorrecta. El análisis de niños muy pequeños ha demostrado que
incluso un niño de tres años ha dejado atrás la parte más importante del
desarrollo de su complejo de Edipo. Por consiguiente está ya muy alejado, por la
represión y los sentimientos de culpa, de los objetos que originalmente deseaba. Sus
relaciones con ellos sufrieron distorsiones y transformaciones, por lo que los objetos
amorosos actuales son imagos de los objetos originales. De ahí que con respecto
al analista los niños pueden muy bien entrar en una nueva edición de sus relaciones
amorosas. En mi experiencia aparece en los niños una plena neurosis de
transferencia. Los síntomas cambian, se acentúan o disminuyen de acuerdo con la
situación analítica, con lo cual mi experiencia está en plena contradicción con las
observaciones de Anna Freud.
Melanie Klein considera que si bien el yo de los niños no es comparable al de los
adultos, el superyó, por otra parte, se aproxima estrechamente al de los adultos y
no está influido radicalmente por el desarrollo posterior como lo está el yo. En niños de
tres, cuatro y cinco años encontramos un superyó de una severidad que se encuentra
en la más tajante contradicción con los objetos de amor reales, los padres. La
formación del superyó tiene lugar sobre la base de varias identificaciones. Este
proceso que termina con el complejo de Edipo, o sea con el comienzo del período de
latencia, comienza a una edad muy temprana. El complejo de Edipo se forma por
la frustración sufrida por el destete, es decir al final del primer año de vida o
comienzo del segundo. Parejamente con esto vemos los comienzos de la formación
del superyó. Este superyó es un producto sumamente resistente, inalterable en su
núcleo y que no es esencialmente diferente al de los adultos. La única diferencia es
que el yo más maduro de los adultos está más capacitado para llegar a un acuerdo
con el superyó. Entendiendo por superyó la facultad que resulta de la evolución
edípica a través de la introyección de los objetos edípicos y que con la declinación
del complejo de Edipo asume una forma duradera e inalterable. Difiere
fundamentalmente de aquellos objetos que realmente iniciaron su desarrollo. La
evolución del superyó del niño, aunque no menos que la del adulto, depende de varios
factores. Si por alguna razón esta evolución no se ha realizado totalmente y las
identificaciones no son totalmente afortunadas, entonces la angustia, a partir de la cual
se originó toda la formación del superyó, tendrá preponderancia en su funcionamiento.
Por su parte Anna Freud consideraba que el desarrollo del superyó, con reacciones
reactivas y recuerdos encubridores, tiene lugar en alto grado durante el período de
latencia. Klein va a sostener que todos estos mecanismos están ya establecidos
cuando surge el complejo de Edipo y son activados por este.
Critica la posición pedagógica propuesta por Anna Freud y sostiene que si el complejo
de Edipo es el complejo nuclear de las neurosis, si el análisis evita analizar este
complejo, tampoco puede resolver la neurosis. Anna Freud siente que ella no debe
intervenir entre el niño y sus padres y que la educación del hogar peligraría y se
crearían conflictos si se le hace consciente al niño su oposición a los padres. Este
punto es el que determina principalmente la diferencia entre las opiniones teóricas de
las dos autoras y sus métodos de trabajo.
Klein considera que lo que se necesita no es reforzar el superyó sino aliviarlo. Si el
analista se torna representante de los agentes educativos, si asume el rol del superyó,
bloquea el camino de los impulsos instintivos a la conciencia: se vuelve un
representante de los poderes represores. Por eso propone abstenerse de toda
influencia educativa directa, proponiendo solo analizar y no desear moldear y dirigir la
mente de los pacientes.

Klein, M. Capítulo I “Fundamentos psicológicos del análisis del niño” (Caso Rita
- Caso Trude - Caso Ruth)

Los niños, aún en los primeros años, no sólo experimentan impulsos sexuales y
ansiedad, sino que sufren también grandes desilusiones. Esto se evidencia en el
análisis de niños de corta edad.
Rita, que contaba con 2 años y 9 meses, tenía una marcada preferencia por su madre
hasta el final de su primer año. Manifestó después un gran afecto por su padre y celos
por su madre, terrores nocturnos y miedo a los animales, volviéndose cada vez más
ambivalente y difícil de manejar. Presentaba una marcada neurosis obsesiva, con
ceremoniales y todos los síntomas de depresión melancólica, sumados a ansiedad y
una fuerte frustración. Podemos entender a partir de este caso al pavor nocturno,
cuando aparece a la edad de 18 meses, como una elaboración neurótica del complejo
de Edipo. Su carácter obsesivo se evidenció en un largo ritual antes de dormir, con
todos los signos de esa actitud compulsiva que ocupaba totalmente su mente. Era
evidente que su ansiedad era causada no solamente por los padres verdaderos, sino
también por la excesivamente severa imagen introyectada de sus padres. Esto
corresponde a lo que llamamos superyó en los adultos.
Trude, de 3 años y 9 meses, quería robar los niños del vientre de su madre
embarazada, matarla y ocupar su lugar en el coito con el padre. Fueron estos impulsos
de odio y agresión los que en ese segundo año originaron una fuerte fijación en la
madre y un sentimiento de culpa, que se expresaba, entre otros modos, con sus
terrores nocturnos. Así vemos que la temprana ansiedad y los sentimientos de
culpa de un niño se originan en los impulsos agresivos relacionados con el
conflicto edípico. El juego de los niños nos permite extraer conclusiones definidas
sobre el origen de este sentimiento de culpa en los primeros años.
Los análisis tempranos muestran que el conflicto edípico se hace presente en la
segunda mitad del primer año de vida y que al mismo tiempo el niño comienza a
modificarlo y a construir su superyó.
Fueron justamente las diferencias entre la mente infantil y la del adulto las que me
revelaron el modo de llegar las asociaciones del niño y comprender su inconsciente.
La relación del niño con la realidad es débil, aparentemente no hay ningún atractivo
que los lleve a soportar las pruebas de un análisis ya que, por regla general, no se
sienten enfermos y todavía no pueden ofrecer en grado suficiente aquellas
asociaciones verbales que son el instrumento fundamental en el tratamiento analítico
de adultos. Estas características especiales de la psicología infantil han suministrado
las bases de la técnica del “análisis del juego” que he elaborado. El niño expresa
sus fantasías, sus deseos y sus experiencias de un modo simbólico por medio
de juguetes y juegos, el mismo lenguaje que no es familiar en los sueños, nos
acercamos a él como Freud nos ha enseñado a acercarnos al lenguaje de los sueños.
Debemos no sólo desentrañar el significado de cada símbolo separadamente, sino
tener en cuenta todos los mecanismos y formas de representación usados en el
trabajo onírico. Solo comprendemos su significado si conocemos su conexión
adicional y la situación analítica global. Sólo se obtendrá un resultado analítico
completo si tomamos estos elementos de juego en su verdadera conexión con los
sentimientos de culpa del niño, interpretándolos hasta en su menor detalle.
El juego es el mejor medio de expresión del niño. Empleando la técnica de juego
vemos pronto que el niño proporciona tantas asociaciones a los elementos
separados de su juego como los adultos a los elementos separados de sus
sueños. Jugando el niño habla y dice toda clase de cosas que tienen el valor de
asociaciones genuinas. Las interpretaciones son fácilmente aceptadas por el niño y
a veces con marcado placer. La relación entre los estratos inconsciente y consciente
de su mente es aún comparativamente accesible y de tal modo el camino de regreso
al inconsciente es más fácil de encontrar. Los efectos de las interpretaciones son a
menudo más rápidos.
Si nos acercamos al niño con la técnica del análisis del adulto, es casi seguro que no
penetraremos en los niveles más profundos y sin embargo el éxito y el valor, en el
análisis de niños como en el de adultos, dependen de que lo logremos. Pero si
consideramos las diferencias que existen entre la psicología del niño y la del adulto, el
hecho de que su icc está en más estrecho contacto con lo cc y que sus impulsos
primitivos trabajan paralelamente a procesos mentales sumamente complicados, y si
podemos captar correctamente los modos de pensamiento y expresión característicos
del niño, entonces desaparecerán los inconvenientes y desventajas y encontraremos
que podemos esperar que el análisis del niño llegue a ser tan profundo y extensivo
como el del adulto.
Detrás de toda forma de actividad de juego yace un proceso de descarga de fantasías
de masturbación, operando en la forma de un continuo impulso a jugar; y este
proceso,, que actúa como una compulsión de repetición, constituye el mecanismo
fundamental del juego infantil y de todas las sublimaciones subsiguientes. Las
inhibiciones en el juego y en el trabajo surgen de una represión fuerte e indebida
de aquellas fantasías, que por medio del juego lograrían representación y
abreacción.
Uno de los resultados de los análisis tempranos es capacitar al niño para
adaptarse a la realidad. Si esto se logra, disminuirán las dificultades educativas,
porque será capaz de tolerar las frustraciones impuestas por la realidad.
En el análisis de niños el enfoque debe ser algo distinto del que corresponde al
análisis de adultos. Tomando el camino más corto posible, a través del yo, nos
dirigimos en primera instancia al inconsciente del niño y de aquí, gradualmente, nos
ponemos también en contacto con su yo. El análisis ayuda mucho a fortificar el yo,
hasta ahora débil, del niño y ayuda a su desarrollo, aliviando el peso excesivo de su
superyó, que presiona sobre él más severamente que el yo del adulto.

TRABAJO PRÁCTICO N°3: Especificidad de la clínica con niños

Bleichmar, S. Capítulo IV “Del irrefutable avance de las representaciones en un


caso de psicosis infantil”. Capítulo V”El concepto de infancia en psicoanálisis”.
En La fundación de lo inconsciente

CAPÍTULO 4

Intento formular las hipótesis de base que rigen mi práctica. Hemos apostado a la
formulación que señala que cuando hay discrepancia entre el concepto y la cosa, es el
cuerpo teórico mismo el que debe ser puesto en cuestión.
El psicoanálisis con niños es una práctica que se ejerce en las fronteras de la tópica
psíquica. Asistimos a los movimientos de constitución de un sujeto en cuyos
orígenes nos vemos inmersos, en cuya estructuración intervenimos de algún modo.
Los psicoanalistas de niños vivimos sumergidos en una preocupación por lo
originario, por los movimientos fundacionales que vemos emerger “en vivo”,
producirse ante nuestros ojos.
Se fue profundizando cada vez más mi alejamiento del formalismo estructuralista y fue
variando mi posición respecto a la llamada función materna, hasta culminar en una
verdadera reformulación del concepto de partida.

Una memoria que atraviesa al sujeto (Caso Alberto)

Alberto, de cinco años de edad llega a la consulta por indicación del gabinete
psicopedagógico de la escuela, desde donde se solicita que se realice un diagnóstico
y se buscaran medios terapéuticos para acompañar el proceso escolar del niño. El
niño, en cualquier situación y sin que operar un disparador evidente, comenzaba a
hablar cosas sin sentido, desencadenándose un fragmento de discurso cuyo contexto
era inubicable. Los únicos que puede ubicar su discurso son sus padres, quienes
pueden referenciar aquellos fragmentos a vivencias de Alberto en días anteriores.
Estos padres, cultos y preocupados por su hijo, dan cuenta de problemas que el niño
había presentado a lo largo de su crianza.
En el momento de esta primera consulta nos encontrábamos, fenoménicamente, ante
la emergencia de bloques hipermnésicos, descontextualizados, que aparecían sin
desencadenante aparente. La única hipótesis que surgía era la de un fracaso en los
movimientos inhibidores que el yo despliega y que hallan su culminación cuando la
represión opera diferenciando los sistemas psíquicos. Alberto mismo era jugado por
procesos que lo sometían, cuyo control desconocía y de cuyo dominio estaba
imposibilitado.
Sobres estas cuestiones se basó, en mucho, la técnica que empleé en los meses
siguientes. Ello nos obliga a detenernos en esta cuestión para dar fundamento de mi
accionar clínico.
Freud en “Lo inconsciente” dice que los sistemas inconscientes son atemporales, es
decir, no están ordenados con arreglo al tiempo, no se modifican por el transcurso de
este ni, en general, tienen relación alguna con él. En el inconsciente, estatuido por
la represión, el tiempo deviene espacio, sistema de recorridos.
El hecho de que las representaciones inconscientes sean atemporales no implica que
su activamiento lo sea. Si el inconsciente se define por su intersección con los otros
sistemas psíquicos y ello hace que el proceso analítico tenga una cierta estructura
relacionada con la temporalidad, se trata de una temporalidad destinada al aprés-
coup, que recaptura, en proceso, los activamientos inconscientes que insisten.
Que el inconsciente sea el reservorio de la memoria quiere decir, entonces, que en él
están las representaciones, inscripciones vivenciales, a disposición del sujeto. En tal
sentido, estas inscripciones pueden progresionar hacia la consciencia sin que ello
implique un verdadero recordar.
En Alberto, la aparición de aquellos fragmentos descontextualizados de discurso
daban cuenta del fracaso en la instalación de los mecanismos inhibidores del yo
y, junto con ello, de la represión misma. Cuando el niño reactualizaba un fragmento
de huellas mnémicas, sus padres, operando como sujetos de memoria,
contextualizaban, historizaban, significaban, aquello que se presentaba más allá de un
yo que en el niño pudiera efectuar estas tareas. Algo activaba, algo disparaba el
fragmento mnémico, pero la significación no operaba del lado de un sujeto que
recuerde.

Un sintomatología efecto de fallas en la constitución de la tópica

Alberto presentaba ciertos trastornos significativos que someteremos brevemente a


la indagación teórico-clínica. Tenía pánicos varios: a los ascensores, a la oscuridad, a
los ruidos fuertes. No eran simple miedos, ellos remitían a angustias de
aniquilamiento que le producían verdadero terror. Terrores que no lo graban
fobizarse y lo dejaban inerme para organizar defensas ante ellos -defensas de las
cuales, en realidad, carecía-. Esta falla lo imposibilitaba para organizar defensas
secundarias que pudieran dar lugar a una fobia.
Los primerísimos temores infantiles tienen que ver, indudablemente con el esbozo de
un sujeto que se ve en riesgo. No hay una cronología simple de la aparición del miedo
autopreservativo; se trata, por el contrario, de correlaciones entre la angustia y la
estructuración de las instancias que se constituyen en el aparato psíquico en ciernes.
Cuando Alberto teme que se haya hundido mi casa, su pánico no es el de un individuo
que teme el peligro de un ascensor detenido. Se trata de una deconstrucción del
espacio, determinada por su no estabilidad, es decir, por el hecho de que las
categorías temporo-espaciales no se han constituido o están en situación de
fracaso, efecto de que el yo -y por ende, el proceso secundario- no logra
estabilizarse como un objeto que, desgajado del mundo que lo circunda, ubique al
mismo tiempo las coordenadas exteriores que lo sostienen. Él mismo no se
desgajaba como objeto de aquellos objetos que lo rodeaban; su representación
yoica no estaba constituida, y debido a ello su cuerpo podía fácilmente ser
atravesado sin que él pudiera controlar sus propios agujeros de entrada y salida. Este
modo de funcionamiento se evidenciaba en distintos fenómenos. Por ejemplo, cuando
un ruido fuerte lo hacía entrar en pánico, lo primero que intentaba no era taparse lo
oídos, sino cerrar las puertas, como si el objeto que causaba el ruido pudiera entrar
bruscamente por allí. No hay psicoanalista de niños, ni de psicóticos, que no sufra
periódicamente la tentación del sentido común: explicarle que la moto no puede volar y
. entrar por la ventana. Sabía del carácter inoperante de tales intervenciones. En mi
auxilio venían por otra parte, las reflexiones metapsicológicas de Freud,
proporcionándome un ordenador teórico desde el cual pensar lo que acaecía. Puse
mis manos sobre su cabeza, rodeándola, como constituyendo una protección y le
hablé de los objetos que entraban en ella, de cómo sentía su cabecita abierta a todas
las cosas que entraban y salían, y le propuse ayudarlo a lograr, juntos, que sintiera
que podía abrir y cerrar su cabeza para recibir aquello que hoy lo invadía, partiéndolo
en pedacitos.
Esta intervención no era azarosa, provenía de la idea de que no habiéndose
constituído en el niño el yo-representación, ni el interno-externo del inconsciente, ni
el externo-exterior de la realidad, podían encontrar un ordenamiento a partir de un
lugar desde el cual establecer las diferenciaciones. Era debido a esto que los
bloques hipermnésicos progresionaban sin ligazón ni contextualización hacia el polo
motor -en este caso en forma verbal- y que la corteza psíquica, antiestímulo,
quedaba constantemente efraccionada sin que filtrara lo que recibía ni se ligara
desde su interior lo que la perforaba. Las intervenciones estructurantes no se
dirigen a contenidos inconscientes, sino a propiciar modos de recomposición
psíquica poniendo de manifiesto las determinantes que rigen el funcionamiento
habitual.
Nos encontrábamos ante un fracaso de la constitución psíquica, fracaso que
conducía a los síntomas descritos. Acá el término “síntoma” no puede ser concebido
en sentido estricto, ya que hemos definido que el síntoma no puede ser concebido
antes de la constitución de la represión originaria y del consecuente establecimiento
tópico de sistemas en oposición, conflicto y comercio.
Alberto presentaba la mayoría de los rasgos que pueden agruparse dentro de lo que
Lang considera “nudo estructural psicótico”: la naturaleza de su angustia, angustia
primaria, de aniquilamiento, de destrucción; la ruptura con lo real; la infiltración
constante de los procesos secundarios por los procesos primarios; la expresión
directa de la pulsión; la existencia de mecanismos defensivos muy arcaicos; una
relación de objeto muy primitiva predominante. Cuando se encontraba con un
objeto similar al conocido, reconocía lo común, operando por “identidad de
percepción”, recubriendo lo nuevo con lo anterior. Estábamos ante un modo de
funcionamiento regido por datos indiciales, sin organización de totalidades que
conservaran cierta permanencia.
Alberto existía en el interior de un mundo caótico y desorganizado en el cual los
indicios descomponían la realidad en múltiples objetos parciales; él mismo no se
unificaba imaginariamente como un objeto total. Vive en una lógica de la
simultaneidad, no secuencial, vale decir, no temporalizada.
En la segunda entrevista plantea “Yo no nací de la panza de mi mamá” -Alberto es
adoptivo- “Yo no nací todavía”. “Cuando nazo me pongo así -se pone en el piso en
posición fetal- yo todavía no nací y le pido a mi hermano… porque a mi no me dejaron
nacer… yo no tengo teléfono”.

Un sujeto en constitución sometido a las vicisitudes del objeto

La forma en que se constituían sus enlaces libidinales no permitían pensar a


Alberto como un autista. Recién a los cuatro años y medios, emergieron alteraciones
cuya evidencia patológica ponía en duda el diagnóstico inicial de “retraso madurativo”.
Es habitual en la clínica con niños presenciar fallas de la estructura psíquica que son
concebidas como trastornos madurativos, parcialmente tratados.
Un rastreo de la historia de Alberto permitía encontrar elementos que anticipaban el
cuadro actual. Los prerrequisitos estructurales, aunados a dificultades desde los
comienzos de la vida, daban cuenta, por el contrario, de la necesidad de
intervenciones precoces al respecto.
La madre lo expresaba del siguiente modo: “Desde que Alberto nació, lo sentí con
dificultad”. La frase plantea una doble direccionalidad: no sólo sintió que había
dificultades en el niño, sino que ella misma lo sintió con dificultad, dando cuenta del
anudamiento patológico inicial, obstáculo mayor, planteado para que este niño
pudiera “ser sentido”. Durante varios años los padres pensaban que estaban ante un
déficit auditivo: Alberto no respondía a la voz humana ni se conectaba con los
estímulos que le proporcionaban. Sin embargo los desconcertaba el terror a los ruidos
que evidenció.
Hasta los seis meses fue “un niño muy despierto”. A esa altura contrataron una
persona de servicio que se hizo cargo de la casa. “Esa mujer me iba robando a mi hijo”
relataba su madre, respecto de su angustia por aquellos tiempos. Alberto había nacido
en circunstancias difíciles para esta mujer. Su hermana, dieciocho años mayor, que la
había criado ejerciendo todos los cuidados maternos, fue diagnosticada con una
enfermedad grave. Once años antes, cuando murió su padre, ella había sufrido ya una
depresión severa. Los primeros seis meses de vida del niño habían sido
aparentemente perfectos “Era un bebé buenísimo, usaba chupete, le gustaba
bañarse”.
El hecho de que Alberto usara chupete y le gustara bañarse, da cuenta de modos de
implantación del autoerotismo y de una madre que registró zonas de placer en el
vínculo, que no se limitó a los puramente autoconservativo. El ejercicio del placer
autoerótico (chupete) y del placer epidérmico (baño), dan cuenta como datos
objetivos, de la existencia de un cachorro humano que se introduce en los caminos de
la libidinización, de la sexualización humanizante. En tal caso, el presunto
diagnóstico de autismo primario queda puesto en cuestión por estos datos.
Cuando Alberto tiene 4 meses, su tía enferma y en ese momento su madre abandona
sus funciones maternas. Queda al cuidado de una mujer, quien años después
descubren que lo maltrataba. Complejo ensamblaje este que se ha producido entre
estructura y acontecimiento, entre determinación y azar.
Entre los dos y los tres años del niño, la madre comienza a “verlo” y se recupera el
vínculo entre ambos. El niño empieza a hacer progresos: comienza a dar besos, se
baña con placer, deja los pañales, no admite que lo dejen solo. Al llegar al tercer año,
la madre enferma de tuberculosis y queda nuevamente “mentalmente aislada” del
niño. Alberto comienza a tener pánico a introducirse en la bañadera, no quiere lavarse
la cara, no soporta usar ropa de mangas cortas, deja de controlar esfínteres, se
desencadenan los miedos. En el año siguiente los “síntomas” se agudizan. Al año
siguiente, su tía muere. Desde la escuela piden que retiren a Alberto: comienza la
masturbación compulsiva, juega solo, se desconecta de quienes lo rodean. Cuando
habla, el discurso se metonimiza en forma desbocada.

Una membrana al borde del estallido

El yo es el encargado de ligar las excitaciones que lo alcanzan, tanto aquellas


provenientes del mundo exterior como las provenientes de las excitaciones pulsionales
mismas.
Retomemos algunos conceptos que hacen a la relación entre la incipiente
constitución del aparato psíquico infantil y la función materna. Existe un doble
carácter de la función materna: excitante, seductora, pulsante y narcizisante al
mismo tiempo.
En los primerísimos tiempos de la vida, donde la superficie psíquica y corporal se
encuentra siempre al borde del estallido frente al rompimiento de la homeostasis y sus
efectos, el objeto de apaciguamiento, aquel del cual proviene el alivio de las
tensiones vitales, abre nuevas vías de intrusión, de investimientos excitantes. El
hecho de que estas vías sean regladas, no queden libradas al azar, favorece una
regulación de la incipiente economía psíquica. Por ejemplo, frente a la primera
vivencia de satisfacción, cuando reaparezca la tensión de necesidad, esta tensión
ingresará al aparato psíquico en vías de constitución produciendo una corriente de
excitación que se ligará a la huella mnémica de esa primera experiencia. Pero a su
vez, desde el agente materno, se produce en el bebé la intrusión de las excitaciones
traumáticas desprendidas de la propia sexualidad materna, vías de entramado se
establecerán en la medida en que la madre misma está atravesada simultáneamente
por su sexualidad inconsciente y por el narcisismo yoico que permite sostener su
amor por el hijo, sostener al hijo.
En el caso de Alberto tenemos a una madre que estuvo precozmente atravesada por
una depresión que reactivó abandonos precoces de su propia historia. Del lado de
Alberto, la falla en la sucesión de retrascripciones de huellas mnémicas que
quedan sin engarce, pérdidas en el movimiento metáforo-metonímico que lo hace
pasar de un primer objeto a otro, agravada en este caso la discontinuidad como efecto
de las interrupciones de la relación madre-hijo a partir de las propias vicisitudes
libidinales de la madre. La madre describe su imposibilidad de sentirlo, de entenderlo,
de codificarlo. La descripción que hace de su hijo nos da la idea de un bebé activo,
con cierto grado de conexión, con rasgos mínimos de humanización.
El uso del chupete nos indica que en él las premisas del inconsciente han
comenzado a instaurarse, que la boca no es un simple órgano de ingestión sino que
lo autoerótico, lo libidinal, ya está operando. El placer por el baño, comienzo de
constitución de una membrana capaz de establecer intercambios placenteros con
el medio, da cuenta de la constitución de esta membrana diferenciada que no se
reduce a lo biológico.
La convicción delirante es aquella convicción que una madre presenta, manifestando
que quién más que ella podría saber algo acerca de su bebé. Permite en la relación
narcisista originaria “el trasvasamiento de las almas”, movimiento espontáneo de
constitución en los niños cuya evolución se realiza adecuadamente. Tal vez estos
elementos hubieran encontrado otra evolución si no se hubiera producido, a los seis
meses, la primera catástrofe.
Vemos a Alberto quedar capturado por los períodos de conexión y desconexión de la
madre, con el agravante de que quien lo toma a cargo es una mujer traumatizante,
enloquecedora, a la cual el niño queda sometido ante la impasibilidad y el
desconocimiento de sus propios padres. Durante esos dos años de vida, la evolución
del niño está prácticamente detenida. Aparece un cuadro de autismo precoz
secundario con todos los rasgos con los cuales los describe la psiquiatría: no busca la
mirada del otro, no manifiesta placer al contacto, su desarrollo intelectual está casi
detenido, las funciones se realizan mecánicamente. Sin embargo, restos de lo
pulsional inscrito irrumpen produciendo síntomas: pánico a bañarse, uso de chupete
y crisis de llanto cuando se lo sacan. Alberto pasa esos dos años de vida enquistado
en el interior de una rigidización de la membrana para-excitación en la cual se
confunden los límites, estímulos y excitaciones.
Los movimientos de ligazón que deberían culminar con la instalación de un yo
capaz de tomar a cargo las excitaciones y tramitarlas no se han producido. El
chupeteo aparece como el único lugar de evacuación “fijada” posible de los sobrantes
energéticos. Alberto ha quedado fijado a los investimientos primarios a los cuales
fue sometido antes de que el vínculo originario con la madre se catastrofara. El niño ha
“soldado” en una corteza rigidizada su protección ante el desborde excitante interno y
externo al cual se ve sometido, dada la falta de respondientes intrapsíquicos y de
contención externa. No hay regulación por el principio de placer, no hay posibilidad
de contacto de piel ni intercambio simbólico con el semejante.
Cuando retoma el vínculo con la madre, vemos elementos que dan cuenta de que ha
logrado instaurar movimientos amorosos y representacionales tanto del semejante
como de sí mismo. El yo parece haberse instalado, también la relación hacia el
semejante.
A los tres años, con la nueva enfermedad de la madre, y un repliegue narcisista de
ella, Alberto queda librado a sí mismo, un sí mismo precariamente instalado. Los
pánicos aparecen resignificados por este movimiento de instalación-
despedazamiento yoico. Aparece un nuevo fenómeno: no puede dejar expuestos
fragmentos de sí mismo, como si se hubiera establecido un fenómenos de
“escurrimiento”. Es necesario que haya algún tipo de representación de sí mismo en
riesgo para que ello se produzca, vale decir que la tópica del yo se haya constituído.
Los bebés hospitalizados, que han sido abandonados a su suerte, no producen este
síntoma.
Por otra parte, su discurso, cada vez más rico, se tornó incoherente, quedando
capturado por terrores que transformaron su propia vida y la de quienes lo rodeaban
de un enorme sufrimiento cotidiano.

El proceso clínico: construcción de una frst-me-possesion

Los analistas sabemos de la dificultad para el empleo de la interpretación en aquellos


casos en los cuales la fuga de ideas y la excitación motriz generan la sensación de
que aquellass palabras que podamos dirigir a nuestros pacientes parecerían no
encontrar anclajes en los cuales entramarse.
Se abría desde la perspectiva que estamos desarrollando, la posibilidad de construir
algunas premisas clínicas para sostener una dirección que condujera a una evolución
diferente. Me planteé entonces un período de trabajo para ver si lograba ligar y crear
las condiciones de estructuración que posibilitaran una neo-génesis. Alerté a los
padres sobre que nos tomaríamos un plazo para intentarlo y que si ello no funcionaba,
recurriríamos a una medicación complementaria.
Elegí, para la primera etapa del proceso analítico una técnica basada en proponer
anclajes a las movilizaciones de investimentos que se precipitaban hacia la
descarga, sea bajo el modo de conductas motrices, sea como logorrea. Enlazar un
afecto con una representación mediante la palabra era el modo de propiciar una
detención ligadora de la circulación desenfrenada. Alberto no se angustiaba, no
podía registrar sus afectos, en la medida en que, en el momento en que se
desencadenaba el problema, no había sujeto capaz de cualificar aquello que lo invadía
desde su interior.
Ayudar a construir una first-me-possesion (primera posesión de sí mismo) a partir de la
cual establecer una diferenciación: intrapsíquica, con el inconsciente;
intersubjetiva, con el objeto de amor. La represión originaria podría ejercer su
función de evitar el pasaje de las representaciones inconscientes al preconsciente.
Con relación a lo intrasubjetivo, la función materna, aunque fallida, había operado
bajo dos formas: propiciando la inscripción de investimientos libidinales que
generaban los prerrequisitos de la fundación del inconsciente; y habiendo
establecido, en ciertos momentos, investimentos totalizantes que permitían precipitar
algunas constelaciones yoicas, aunque con los riesgos de desarticulación y las fallas
que hemos descripto.
No nos encontrábamos, entonces, ni ante una cáscara vacía, como la que vemos en
ciertos autismos, ni ante un conglomerado pulsional desbordado en el cual nunca se
hubieran constituido mínimos movimientos de narcisización.
Nuestro paciente no era el producto residual de una falla de narcisización originaria
que lo dejara librado a los investimientos masivos de las representaciones pulsionales
inscritas. En él oscilaban, así como habían oscilado a lo largo de su vida, presencias
y ausencias de objetos amorosos que propiciaban ligazones y desligazones cuyos
efectos transferenciales pude recoger en el campo del análisis.
En los momentos de angustia extrema, Alberto se veía enfrentado a un movimiento
de desligazón que lo precipitaba en sentimientos de riesgo de aniquilamiento con
desestrcuturaciones del pensamiento. Esta aniquilación, esta desligazón, asume la
forma clínica como operancia de la pulsión de muerte.
“Era como un bebé de juguete” dice la mamá de Alberto en una entrevista que tuvimos
al poco tiempo de iniciado el tratamiento. Cuando releo esto me conmueve la forma
con la cual vi reaparecer, desde el niño, esta imágen.
Muchas sesiones del tratamiento estuvieron destinadas a inscribir en él, una imágen
de sí mismo, a ayudarlo a fundar la tópica yoica. La mano sobre la frente era
acompañada de otra forma de anclaje. En ciertos momentos, en los cuales yo quería
detener ese movimiento desesperado, motor o verbal, lo llamaba repetidamente por
su nombre. Un día, en medio de una crisis de ese tipo, se tiró al suelo y me dijo:
“Decime: Alberto!!”. Me pedía que yo efectuara el ejercicio de nominación que le
permitía organizarse.
Su rostro presentaba una sonrisa estereotipada, el rostro convertido en una máscara
de ojos vacíos.
En muchos momentos, cuando sus estallidos de furor comenzaban a expresarse, me
veía obligada a apartarlo con fuerza, a impedir que me lastimara con sus golpes.
Cuando la agitación cedía, intentaba hablar con él de qué era lo que había disparado
su odio. Generalmente intensos sentimientos de culpa lo invadían y se preocupaba
mucho de que no estuviera enojada como consecuencia de ello.
A partir de estos movimientos, comienza una tarea por rehumanizar a Alberto, por
lograr que sus padres dejen de considerarlo “un loquito”. Yo me fui convirtiendo en un
referente simbólico para él, como un ordenador que diferencia claramente del resto de
sus vínculos.
De los múltiples problemas teóricos y clínicos que el abordaje de una psicosis infantil
pone en juego para el psicoanalista, he escogido como tema de mi exposición, la
cuestión de la función materna en la estructuración de lo originario, partiendo de
la idea de que en este campo del psicoanálisis de niños y particularmente en lo que
refiere a las psicosis infantiles, donde se ponen de manifiesto las teorías que los
analistas sostienen como sustrato teórico general de su práctica.
Innatismo versus psiquismo en estructuración; función constituyente del vínculo
materno versus autonomía de un sujeto que se despliega en una potencialidad
definida desde el desarrollo; concepción del narcisismo como objetal o anobjetal;
ubicación de la función materna como auxiliar o como fundante; definición del Edipo
como estructura o como conflicto. La teoría no funciona en forma pura; diversas líneas
teóricas toman partido por más de una opción a la vez.
Cada acto clínico, cada resolución diagnóstica, nos confronta a opciones tanto de
ideología terapéutica como de definición metapsicológica.

Algunas observaciones para repensar un ordenamiento del campo psicopatológico en


la infancia
Las psicosis infantiles deben ser reconocidas en su multiplicidad polimorfa; ello
implica salir de la propuesta estructuralista originaria de concebir la psicosis como
causada por un mecanismo único desde una modalidad cristalizada de función
materna (dominancia narcisista de la captura fálica del hijo por parte de la madre, y su
imposibilidad de construirse como sujeto a partir de esta variable determinante).
Debemos relativizar la idea de definir un modelo del orden “madre de psicóticos”, es
necesario deshomogeneizar las descripciones.
Retomar la función materna como función constituyente implica no sólo
diferenciarse de aquellas corrientes que la reducen a lo autoconservativo, sino con un
estructuralismo que la concibe bajo el sólo ángulo de la narcisización. Recuperar el
carácter de sujeto sexuado de la madre, es decir, provisto de inconsciente.
El carácter polimorfo, variable, crea condiciones difíciles para un diagnóstico taxativo
de las psicosis infantiles. Por otra parte, es evidente a esta altura que gran parte de los
trastornos que en la infancia son diagnosticados como “trastornos madurativos” o
“trastornos del desarrollo”, evolucionan cada vez más hacia formas psicóticas, francas,
productivas.
Es necesario, desde la teoría, que nuestra psicopatología sea definida desde una
propuesta metapsicológica, que puede transformar los síntomas en indicios que
den cuenta de la estructuración psíquica.
Ubiquemos, a grandes rasgos, momentos de la estructuración precoz, siguiendo para
ello los modelos freudianos:
1. Un primer tiempo que ubica la función del semejante en la instauración de las
representaciones de base y da origen a la alucinación primitiva como modo de
recarga de la huella mnémica de la primera vivencia de satisfacción.
2. Un primer tiempo de la sexualidad, instauración de las representaciones que
luego constituirán los fondos del inconsciente. De no producirse esta
sexualización precoz, la cría humana no lograría niveles básicos de
hominización.
3. Un segundo tiempo de la sexualidad, constituido por la represión originaria y el
establecimiento del yo representación narcisista. De no instalarse este tiempo
segundo de la sexualidad, y por ende de la vida psíquica, el sujeto se vería
frente a la imposibilidad de estructurar ordenamientos espacio-temporales a
partir de la no instalación del proceso secundario, dando lugar a formas de
funcionamiento esquizofrenoides infantiles.

Los tiempos anteriores implican esquemas ordenadores. Deben ser contemplados, en


su procesamiento, los movimientos mismos de constitución de la represión
originaria: transformación en lo contrario y vuelta contra la persona propia. La
persistencia de sintomatología que deje abiertos modos de realización pulsional sin
rehusamiento -asco y pudor- y sin formaciones sustitutivas, da cuenta del fracaso
parcial de la represión originaria y abre las vías para patologías severas no
psicóticas.
Es importante diferenciar entre represión originaria, destinada a sepultar los
representantes pulsionales, y represión secundaria, del Edipo complejo, que
recae sobre fantasías estructuradas como fragmentos discursivos, ligada al
establecimiento del superyó.
Entre estructura e historia se juega una posible nueva modelización de las series
complementarias. Historia no alude centralmente al relato de la vida, sino a la
implantación de los traumatismos que constituyen sus series en el desencadenamiento
psicopatológico. Definida la causalidad por aprés-coup, el corte del diagnóstico
estructural posibilita abrir un abanico predictivo.
A partir de ello, la clínica define sus modos de operar por relación al objeto a abordar,
teniendo en cuenta la no homogeneidad estructural del sujeto y concibiendo líneas de
dominancia que deben ser consideradas cuidadosamente en los diversos
procesamientos de la cura. Esto no anula el carácter de salto estructural que se puede
producir en el interior de este procesamiento. En este sentido, la idea de neogénesis
alude a la posibilidad de inauguración de estructuras inéditas.
El hecho de aportar un sustento metapsicológico a las conceptualizaciones de los
momentos de estructuración psíquica conlleva una disminución de los riesgos de
psiquiatrización futura de aquellos niños que presentan un fracaso en sus procesos de
constitución del aparato psíquico.
La irrecuperabilidad de los tiempos de la infancia, como tiempos de
estructuración psíquica, nos plantea la urgencia de un fundamento para nuestra
práctica, un saber hacer determinado por formulaciones precisas acerca de los
movimiento de instalación de lo originario.

Post scriptum

El sistema de creencias se constituye, en el ser humano, sostenido en el semejante.


Sabemos que el principio de realidad no se instala simplemente sobre el ensayo y
error, sino a partir de las nociones compartidas.
En Alberto, la falla en la simbiosis originaria con la madre llevaba, tardíamente, a un
apoderamiento férreo de esa madre que lo dejaba librado a una especularidad tardía.
La escena primaria no terminaba de constituirse en sus sistemas representacionales,
aunándose a las características estructurales que hemos señalado en su propia
adopción, generando en él una especie de anulación del enigma del nacimiento pese
al conocimiento intelectual de sus orígenes.
Alberto comenzó a organizar relaciones témporo-espaciales, a desplegar de un modo
inédito su capacidad lúdica. Controló definitivamente esfínteres. Usaba camisas y
pantalones cortos. Comenzó a establecer vínculos con otros niños y posibilidades de
goce compartido se iban abriendo. En ese año, quedó “fijado” a un objeto, un pequeño
conejo de peluche que llevaba consigo a todas partes. Lo que Winnicott llama “objeto
consolador”, pero que en este caso tomaba características, ya sea de doble, ya se a
“objeto fetiche”. El conejo hacía en sesión todas las cosas que Alberto deseaba pero a
las cuales había comenzado a rehusarse a partir del establecimiento de la represión.
Ni de día ni de noche Alberto se separaba de su conejo, que operaba como una parte
disociada de él mismo. Le indique a los padres qué conducta seguir ante la situación:
respeto hacia el objeto y al mismo tiempo ninguna alianza que convalidara las
conductas cuasi delirantes del niño. Sin desestimar ni atacar el carácter sintomal que
esta relación asumía, no fuera convalidada por parte de los padres, la creencia
delirante en su humanización.
Comenzaba un nuevo proceso marcado por resistencias. Ello daba cuenta del
emplazamiento del inconsciente sistémico y de la represión concomitante. Por
primera vez podía rehusarse a las interpretaciones.
A comienzos del año siguiente, cierto estancamiento del tratamiento se había
producido. Las tareas planteadas para esa etapa aparecían como resueltas, y el niño
debía empezar a recibir ayuda psicopedagógica para completar algunas nociones
cuyos déficit arrastraba.
Me preguntaba cuál era el camino a seguir. Alberto necesitaría muchos años más de
análisis hasta que los aspectos más seriamente perturbados estuvieran
definitivamente saldados. Por otro lado ¿era necesario mantenerlo en análisis todo el
tiempo? ¿no conduciría eso a un agotamiento del espacio? Acordé con él una
interrupción del tratamiento, dejando abierto el espacio de comunicación frente a
nuevas dificultades que se le plantearan. Posiblemente los embates de la pubertad
sometan a Alberto a tareas inéditas para cuya simbolización requerirá del espacio
analítico.

CAPÍTULO 5

Tratar al niño solo o en familia, incluir a los padres, entrevistar a los hermanos, no son
meras cuestiones relativas a la técnica. Cada una de estas opciones está determinada
por una concepción del funcionamiento psíquico, un modo de “entender” el
síntoma.
¿Son todos los discursos, todas las interacciones, todos los actos del semejante algo
que tiene que ver con el inconsciente del niño? ¿Qué relación existe entre las
interacciones parentales y las determinaciones sintomales, singulares, específicas,
que hacen a la neurosis de la infancia?
Si las relaciones entre teoría y clínica implican la definición de un método, sabemos ya
que el método no puede concebirse al margen de las correlaciones con el objeto que
se pretende cercar, transformar. Es esta, la cuestión del objeto en psicoanálisis con
niños.
Ello me ha conducido a intentar definir,desde los tiempos de constitución del sujeto
psíquico, ciertos paradigmas que permitan el ordenamiento de un accionar clínico que
no se sostenga meramente en la intuición del practicante.
He tomado partido hace ya varios años por la propuesta freudiana que concibe al
inconsciente como no existente desde los orígenes, determinadas las
producciones sintomales por relaciones existentes entre los sistemas psíquicos,
sistemas que implican contenidos diversos y modos de funcionamiento diferentes. A
partir de ello, mi investigación avanza en la dirección de definir una serie de premisas
de la clínica que puedan ser sometidas a un ordenamiento metapsicológico.
Sometamos a discusión las premisas de base que guían nuestra práctica. Es la
categoría niño, en términos del psicoanálisis, la que debe ser precisada y ello en el
marco de una definición de lo originario. Se dice que se trata siempre de “análisis”,
lo cual supone entonces un método de conocimiento del inconsciente. Esto no es sin
embargo tan lineal, dado el el inconsciente sólo puede explorado, en el sujeto
singular y por relación a la neurosis, una vez establecido el conflicto psíquico que da
origen al síntoma y ello no es posible antes de que se hayan producido ciertos
movimientos de estructuración marcados por la represión originaria.
Es imposible establecer una correlación entre teoría y clínica sin definir previamente
este problema del objeto y el método. El psicoanálisis de neuróticos (adultos o niños
con su aparato psíquico constituido, en los cuales el síntoma emerge como formación
del inconsciente) transcurre, inevitablemente, los caminos de la libre asociación y esta
libre asociación se establece por las vías de lo reprimido -más aún, de lo
secundariamente reprimido-, puesto a ser recuperado por la interpretación. Pero para
que ello ocurra es necesario que el inconsciente y el preconsciente se hayan
diferenciado en tanto sistemas y aún más, que el superyó se haya estructurado en el
marco de las identificaciones secundarias residuales del complejo de Edipo
sepultado. ¿De qué modo ocurre esto, en cambio, cuando el inconsciente no ha
terminado aún de constituirse. Cuando las representaciones primordiales de la
sexualidad pulsional originaria no han encontrado un lugar definitivo, no han sido
“fijadas” al inconsciente? Se abre acá una dimensión clínica nueva, la cual sólo puede
establecerse a partir de ubicar la estructura real, existente, para luego definir la
manera mediante la cual debe operar el psicoanálisis cuando el inconsciente no ha
encontrado aún su topos definitivo, cuando el sujeto se halla en constitución.
Conocemos las diversas soluciones que se han ofrecido a lo largo de la historia del
psicoanálisis. El kleinismo abrió la vía y fijó las premisas para que analizar niños sea
posible, pero asentándose para esto en la perspectiva más endogenista de la
propuesta freudiana acerca de la constitución del inconsciente.
Lo que nos enseñó Mrs. Klein

Melanie Klein, en el caso Dick, le enchufa una simbolización de lo innombrable, le


enchufa el simbolismo con la máxima brutalidad. En el simposium de 1927 gira en
torno a la polémica establecida entre Klein y Anna Freud. Los ejes alrededor de los
cuales gira la discusión son: inconsciente, transferencia y sexualidad infantil.
Existió un intento por conciliar psicoanálisis y educación, iniciado por Hug Hellmuth y
en cuya línea se inscribe de inicio Anna Freud. Se apoyaba en una concepción del
análisis resumida por ella misma en los siguientes términos: “El análisis pedagógico y
terapéutico no puede contentarse con liberar al joven individuo de sus sufrimientos,
debe también inculcarle valores morales, estéticos y sociales”. Su objeto son
individuos en pleno desarrollo que deben ser fortificados bajo la dirección pedagógica
del analista. El modelo de intervención se basa en aplacar, educar, mostrar que el odio
produce culpa. No hay aquí ninguna interpretación y se ve una desviación de los
conocimientos surgidos del psicoanálisis para fines diversos de aquellos con los
cuáles el método fue creado. Se sostiene una concepción del niño como un egoísta
inmoral que debía ser educado.
Por su parte, Melanie Klein se instala en la dimensión de la analizabilidad,
considerando al niño posible de ello y por supuesto, de transferencia. Plantea la
imposibilidad de combinar trabajo analpitico y educativo, sosteniendo que una de esas
actividades anula de hecho a la otra. Considera que si el analista toma el rol del
superó, cerrando la ruta del consciente a las tendencias pulsionales, se constituye
como el representante de las facultades de la represión.
Será necesario desde la perspectiva que estamos proponiendo, puntualizar que este
inconsciente no está allí desde siempre, sino que es el efecto de aquello que de la
historia traumática, pulsional, ha quedado inscrito, desarticulado y rehusado su
ingreso a la consciencia bajo el efecto de la represión originaria.

Aperturas e impasses de la propuesta kleiniana


La segunda mitad del siglo está atravesada, en lo que a la teoría psicoanalítica
respecta, por una propuesta que tiende a tomar cada vez más en cuenta, en la
fundación del psiquismo, aquellos determinantes exógenos que lo constituyen,
contemplando cada vez más la función de las figuras significativas que tienen a
cargo la crianza del niño. tomando en cuenta las vicisitudes estructurantes en el
interior de los vínculos primordiales acuñados, a partir de cierta vertiente más actual,
como “estructura del Edipo”.
Dentro del pos-kleinismo, autores como Winnicott y Tustin han puesto el acento en la
función materna y en las consecuencias de esta para la evolución normal o
patológica del cachorro humano.
Desde nuestra perspectiva consideramos al inconsciente como un producto de
relaciones humanizantes en las cuales la cría humana se constituye, que no está
dado desde el comienzo.
Desde la concepción de Klein, todo discurso, toda producción psíquica, simboliza lo
inconsciente. La famosa técnica de traducción simultánea se sostiene en una
concepción expresiva, tanto del lenguaje como del juego, concebidos como forma en
la cual hay que buscar el discurso de la pulsión. Desde esta concepción se sostiene un
inconsciente universal y existente desde los orígenes. Klein no interpreta desde la
contratransferencia: cree en la existencia de premisas universales del funcionamiento
psíquico, de los fantasmas originarios y en ellas se sostiene para hacer progresar el
análisis. Concebir un inconsciente así definido por las fantasías de carácter universal
lleva, inevitablemente a un juego de traducciones en el cual la libre asociación no
ocupa un lugar central. Aquellas interpretaciones ejercidas como traducción
simultánea, en las cuales la transcripción directa del inconsciente sin pasaje por la
libre asociación produce una sobreimpresión y una saturación de sentido por parte del
analista.
Hemos dado todo este rodeo para señalar las insuficiencias que arrastramos en
psicoanálisis de niños para definir la relación entre objeto y método. Cada escuela
sigue su propio camino intentando avanzar sobre los presupuestos que ha montado.
La propuesta teórica de Klein indica un inconsciente funcionando desde los orígenes,
el superyó como derivado directo del ello -tempranamente instalado-, las defensas
precoces operando desde los inicios de la vida, todo ello favoreciendo la transferencia
y las condiciones de analizabilidad en la infancia.
Debemos, desde nuestra perspectiva, reubicar cada uno de estos elementos a partir
de ubicar los distintos tiempos de la constitución psíquica y definir los diversos
momentos de su estructuración. Avanzar en la construcción de una teoría de lo
originario en la cual basar nuestros enunciados clínicos.

Relaciones entre objeto y método en la definición de analizabilidad

Desde la obstinación por conservar la posibilidad de analizabilidad infantil, Melanie


Klein se vio obligada a redefinir el objeto para hacerlo acorde al método: retrotrae el
Edipo y el superyó a tiempos anteriores de la vida para dar coherencia a la relación
entre el método analítico y las posibilidades de analizabilidad en la primera infancia. Es
aquí donde introducimos nuestra diferencia de base, para plantear una inversión de los
términos.
Nuestra posición parte de ir ubicando de modo preciso los momentos de
constitución del objeto a partir de dos premisas de base:
1. El hecho de que el inconsciente no existe desde los orígenes, sino que es
establecido por fundación, en la cual la represión originaria cumpe un lugar
central.
2. Que esta fundación del inconsciente se estructura por relación al
preconsciente-consciente.

A partir entonces, de concebir al aparato psíquico como aparato en estructuración


debe ser establecida la relación entre objeto y método, vale decir, las posibilidades
de analizabilidad en momentos concretos de la infancia. La perspectiva que
ensayamos se ofrece en un intento de correlacionar el método a partir de la definición
del objeto. Se trata de establecer una dirección de ajuste: ajuste del método a la “cosa
del mundo”:

definición del objeto → establecimiento del método

Por su parte, la concepción clásica del análisis de niños, concepción derivada del
kleinismo, implica una inversión de los pasos a seguir. Se ha partido del
establecimiento del método y desde ello se ha definido al objeto:

establecimiento del método → definición del objeto

Vemos actualmente al análisis de niños oscilar entre dos polos: aquel derivado del
kleinismo que da por sentada la existencia del inconsciente desde los orígenes,
concibiéndolo desde una determinación endógena y el que ubica al niño sea como falo
o soporte del deseo materno, sea como síntoma de la pareja conyugal.
Una definición de lo infantil en el interior del psicoanálisis se torna imprescindible, con
vistas a cercar nuestro campo de trabajo.

Un lugar para lo infantil

Que la neurosis sea definida en su carácter histórico implica el reconocimiento de que


algo del pasado insiste con carácter repetitivo y busca modos de ligazón y
organización transaccionales a partir de la constitución de un síntoma. Se trata de algo
fijado, del orden inconsciente, e inscrito en forma permanente a partir de la sexualidad
infantil reprimida.
El origen de las neurosis debe ser buscado entonces por relación al inconsciente y el
origen de este inconsciente se define respecto de la sexualidad infantil, sexualidad
que encuentra su punto de culminación en el conflicto edípico bajo la primacía de la
etapa fálica, pero que es en principio autoerótica, pregenital, ligada a las inscripciones
pulsionales de partida. Lo infantil se inscribe así, para el psicoanálisis, en el
inconsciente.
La primera cuestión por ubicar, si queremos otorgar algún tipo de racionalidad a
nuestra praxis, consiste entonces en definir, bajo la perspectiva psicoanalítica, la
categoría de infancia como tiempo de estructuración del aparato psíquico.

Relaciones entre lo infantil y lo originario


1.¿Ausencia de perversiones en la infancia?
Pensar lo originario a partir de los modelos de la constitución psíquica es la vía para
definir lo infantil.
La sexualidad pulsional es considerada como prototipo de la sexualidad infantil, y ello
no sólo porque se genera en los primeros tiempos de la vida, sino porque su destino
será diverso a medida que la evolución psicosexual del niño se produzca. Los
destinos de la pulsión no son, en realidad, destinos de las pulsiones como tales, sino
de sus derivaciones a medida que la tópica psíquica se constituya.
Los cuatro destinos: vuelta contra la persona propia, transformación en lo contrario,
represión y sublimación, forman movimientos, cada uno de los cuales depende tanto
de los momentos que la represión preside como de la organización que encuentre la
libido a partir de su instalación. Es el proceso de estructuración de la tópica el que
define los destinos pulsionales. La pulsión en sí misma sólo va a la búsqueda de la
descarga; aquello que obstaculice esta descarga obligará a movimientos de
complejización defensiva que culminan en procesos fundantes de la tópica
psíquica.
De ahí la importancia que tiene el reconocimiento de la posición tópica del placer
pulsional por relación al clivaje del aparato psíquico. A partir de este
posicionamiento se definirán modelos de intervención, modelos de analizabilidad.
¿Qué ocurriría si no hubiera renuncia, en cierto momento de la vida, al ejercicio
pulsional directo? Imaginemos un niño de apariencia neurótica, de diez años,
escolarizado, con su proceso secundario diferenciado, capaz de establecer
formaciones sintomales, atravesado por la represión y, pese a todo esto, enurético
(enuresis primaria). ¿Cuál sería el criterio, si nos atenemos a una concepción
puramente cronológica de la infancia, para definir el ordenamiento psicopatológico del
síntoma? Hay evidentemente en este niño imaginario una dificultad para abandonar
los modos de satisfacción primarios de la libido. Y esta dificultad nos lleva a
suponer un fracaso, parcial pero fracaso al fin, de la represión originaria, aquella
que tiene a su cargo el sepultamiento del autoerotismo en el fondo del inconsciente.
No se trata de un retorno secundario de lo reprimido, retorno que se produce a través
de síntomas que dan cuenta de un clivaje del aparato por el cual el yo paga el precio
de un sufrimiento cada vez que lo reprimido, deseante, emerge.
Nos veríamos enfrentados a un ejercicio pulsional que pone en evidencia que lo que
debería estar reprimido no lo está, dando pruebas de la insuficiencia del criterio
cronológico.
Concebir los tiempos de la infancia como tiempos estructurantes y no evolutivos
permite la descaptura de una génesis en la cual cada elemento podría seguir un
camino independiente, más veloz o más retrasado que los otros; por el contrario, cada
tiempo de fundación de instancias resignifica los anteriores, y los momentos son
cualitativamente diferentes.
Lo infantil, en tanto inseparable de lo pulsional, alude a un modo de inscripción y
funcionamiento de lo sexual. En razón de ello, lo infantil es inseparable de los
tiempos de constitución del inconsciente.
Si los tiempos de la infancia no han producido el sepultamiento de las inscripciones
que en ella se producen, del lado de lo originario, vale decir, del inconsciente, lo que
encontraremos entonces no será remanente de lo infantil, sino una estructuración de
otro tipo.
Lo infantil en psicoanálisis no se presenta entonces como infantilización, tampoco
se contrapone a lo adulto, en el sentido evolutivo. Su estatuto está determinado por el
anudamiento, en tiempos primerísimos de la vida, de una sexualidad destinada a la
represión, vale decir, a su sepultamiento en el inconsciente.

2.Regresión y progresión en el aparato psíquico


Si la regresión es el camino que emprende el yo, o el preconsciente, cuando se
apodera de representaciones que están “en los fondos del aparato”, la progresión
sería el modo de emergencia de lo inconsciente cuando los recorridos de
investimientos avanzan por sobre el clivaje que la represión instaura.
Como algo extraño que nos agita, lo infantil deviene fuente interna atacante de
representaciones destinadas a la represión, productoras de angustia si esta fracasa.
Del lado del yo, del lado de la conciencia, la infancia se constituye como totalidad
fragmentada, fase o etapa histórica de la vida, acumulación seudo ordenada de
flashes de memoria que apela a los bloques mnésicos pasibles de ser recuperados a
condición de mantener el sepultamiento de aquello que a la sexualidad originaria
queda abrochado.
Consideramos lo inconsciente como producto de inscripciones determinadas desde lo
histórico vivencial, de origen traumático y exógeno.

Un niño para el psicoanálisis: en los tiempos de lo originario

Lo infantil no puede ser definido, en psicoanálisis, sino por relación a lo originario, es


decir, aprés-coup. Debemos reubicar la categoría de infancia encontrando en los
textos metapsicológicos un modo de cercar esos tiempos de estructuración de lo
originario.
La conflictiva edípica debe remitir a las formas de ejercicio de los intercambios
libidinales por relación al sujeto sexualizado, pensada desde una perspectiva que tome
en cuenta las vicisitudes de las inscripciones inconscientes de los objetos originarios y
su perspectiva futura.
La captura del niño en el entramado de la neurosis parental tiene una característica
diversa por relación a todo vínculo interhumano: la profunda dependencia vital a la
cual el niño está sometido. Pero esta dependencia cobra un sentido distinto cuando
ubicamos claramente las consecuencias psíquicas que implica: dejar inerme al
niño ante las maniobras sexuales, constituyentes y neurotizantes del semejante.
La realidad estructurante del inconsciente infantil, aquella que tiene que ver con el
inconsciente parental y con el Edipo, no es la realidad de la familia: es más reducida
y más amplia al mismo tiempo. Es más reducida porque no son todas las interacciones
familiares las que se inscriben en el inconsciente del niño; es más amplia porque se
desplaza a través de objetos sustitutos que cobran significación por rasgos metáforo-
metonímicos de los objetos originarios: cuidadores, educadores, familiares lejanos.
La categoría “padre” y “madre” encubre, en muchos casos, el carácter sexuado de
ellos. Pero, al citar a ambos padres conjuntamente, se obtura, detrás de la categoría
“padres”, la categoría “sujetos sexuados”, sujetos del inconsciente, y ello opera
inevitablemente como una expulsión de lo sexual, en el comienzo de la apreciación
sintomal.
Una propuesta que pivotee en la constitución de la tópica instituida por movimientos
fundacionales tomando en cuenta que estos implican tiempos reales, históricos, abrirá
una perspectiva que genere un ordenamiento del campo de alcances tanto teóricos
como clínicos, permitiendo la elección de estrategias terapéuticas a partir de las
condiciones de estructuración del objeto. Podemos cercar los movimientos de
fundación del psiquismo a partir de transformaciones estructurales del aparato
psíquico infantil y poner en correlación los determinantes exógenos que hacen a esta
constitución por relación a los procesos que se desencadenan en la fundación de la
tópica. Tomando a la represión originaria como movimiento fundante del clivaje
que da origen al inconsciente.

Los criterios clínicos derivan de propuestas metapsicológicas

Es imprescindible decir más precisamente qué entendemos por un inconsciente no


existente desde los orígenes y aún más, a partir de qué momento de la estructuración
psíquica lo reconocemos como existente en el sujeto singular.
El niño concebido como síntoma de la madre o de la pareja conyugal, no puede, de
hecho, “tener síntomas”: él mismo ha devenido objeto, ha dejado de ser sujeto
deseante; y esta es la cuestión fundamental que se juega cuando nos proponemos
definir una propuesta analítica. No es posible definir la especificidad sintomal a partir
del discurso del otro.
La demanda de análisis no es sino la inauguración de una posibilidad de abrir el
proceso de la cura, aunque en el campo del análisis de niños no se produce, salvo
excepciones, a partir del presunto paciente sino de un familiar que toma a cargo el
pedido de consulta.
El análisis de niños transcurre, indudablemente, “en transferencia” y es impensable
un proceso analítico en el cual el niño no fuera estableciendo, a lo largo del proceso,
algún tipo de interrogación acerca de sus propios síntomas y por relación a ello, una
demanda.
La indicación de análisis hace a la responsabilidad del analista, y no se sostiene pura y
simplemente en la demanda del paciente, sino en los prerrequisitos metapsicológicos
que guían la indicación adecuada. Un modelo del funcionamiento psíquico definido por
el clivaje y la existencia de sistemas en conflicto es condición de partida para que esto
sea posible. Una concepción de lo originario está implícita en toda indicación de un
análisis de infancia. Se trata de definir las premisas de analizabilidad.
¿Cuáles son los ejes alrededor de los cuales podría centrarse hoy la cuestión de la
analizabilidad infantil? Hemos partido de considerar al sujeto como sujeto en
estructuración definido por las condiciones particulares que la estructura del Edipo
otorga para la instauración de su singularidad psíquica. A lo largo de mi investigación,
el concepto de estructura del Edipo, cuyas funciones sigo considerando ordenadores
importantes, ha devenido insuficiente. Es insostenible para el abordaje de los
fenómenos psicoanalíticos si no se replantea una cuestión central: el hecho de que los
términos que entran en ella en juego no son unidades monádicas cerradas que se
definen sólo por su valor posicional, sino que estos términos (función materna,
paterna, hijo) son ocupados por sujetos que deben ser concebidos como sujetos de
inconsciente, es decir, atravesado por sus inconscientes singulares e históricos. El falo
no es, simplemente “el cuarto término” sino el eje alrededor del cual se ordenan todos
los intercambios. La función del falo es, por supuesto, central en relación con el
narcisismo y la castración maternos, pero su estatuto en los tiempos de la
estructuración psíquica del niño, tiempos reales, no míticos, debe ser reubicado. Y ello
en razón de que el falo es un ordenador segundo en el sujeto, aun cuando sea
primario en la estructura, dado que el narcisismo no es el primer tiempo de la
sexualidad infantil, y mucho menos de la vida.
Psicoanalíticamente, lo que es definitorio del lado de la madre es el hecho de que esta
es sujeto del inconsciente, sujeto clivado, y que sus sistemas psíquicos comportan
al mismo tiempo elementos reprimidos de su sexualidad infantil, pulsional y
ordenamientos narcisisticos, amorosos.
La metábola, como modo de inscripción de las representaciones de base destinadas
luego, por aprés-coup, a la represión, pone el acento en ese metabolismo extraño
que, entre el inconsciente de la madre y el inconsciente en constitución del niño, abre
el campo de implantación y parasitaje de una sexualidad prematura que deviene
motor de todo progreso psíquico.
Respecto a la función paterna es necesario tener en cuenta que ella se constituye
como polo simbólico, ordenador de las funciones secundarias que se establecen a
partir de la represión, y que se sostienen en un juego complejo entre soporte del padre
real y función paterna.
Estas funciones se ejercen a partir de sujetos concretos, singulares e históricos,
atravesados por su propio inconsciente, por sus deseos incestuosos, parricidas e
incluso, ambivalentes por relación a la madre. Ambos miembros de la estructura
parental son, en primera instancia y en el vínculo instituyente con sus hijos, sujetos del
inconsciente. En el marco de estos intercambios, concebir al niño por la posición que
ocupa por relación al deseo del otro, no sólo es insuficiente, sino incluso obturante.
La indicación de un análisis debe encontrar su determinación a partir de la operancia
del conflicto intrasubjetivo, por el hecho de que un sistema sufra a costa de la
conservación del goce en otro. El sufrimiento psíquico por la emergencia de angustia o
por los subrogados sintomales que de ella derivan es el primer indicador de las
posibilidades de analizabilidad del sujeto.
Nuestro problema actual es encontrar los indicios de constitución del inconsciente,
reubicar su estatuto metapsicológico en los tiempos de estructuración del
psiquismo -estatuto tópico y sistémico- y, a partir de ello, definir las estrategias de
analizabilidad en la infancia.
La neurosis infantil es indefinible en sí misma; sólo puede establecerse el carácter
neurótico de un síntoma por contraposición a las formaciones anteriores a la represión
originaria o secundaria, según el momento de abordaje del psiquismo. Ubicar los
elementos que hacen al funcionamiento de la represión originaria y secundaria, así
como los tiempos anteriores y posteriores a ella, es la cuestión central que el
psicoanálisis de niños debe encarar. Ello no quiere decir que antes de que se
establezcan los clivajes del aparato psíquico a los cuales estos movimientos dan
origen no haya posibilidades de operar psicoanalíticamente.
Los sistemas se constituyen como clivados en tanto son efecto de investimentos y
contrainvestimentos, de deseos y prohibiciones. Los mensajes y contramensajes
obedecen a clivajes entre lo inconsciente y lo preconsciente, no provienen del mismo
sistema, en el caso de los padres, no yendo tampoco a parar al mismo sistema del
lado del hijo.
Manipulaciones sexuales, primarias, ligadas al deseo reprimido parental, operan
deslizándose por entre los cuidados autoconservativos con los cuales los padres se
hacen cargo del niño, mientras que del lado del preconsciente de los padres estos
mismos deseos están contrainvestidos, narcisizados, sublimados y se emiten en
estructuras discursivas ligadas a la represión.
Una vez constituido este aparato psíquico a partir de las introyecciones,
metábolas de los deseos y prohibiciones parentales, estará el sujeto en
condiciones de generar síntomas neuróticos, es decir, abierto a la posibilidad
productiva de que emerjan las formaciones del inconsciente. A partir de que la
represión originaria opere, a partir de que el lenguaje se haya instaurado, que el yo
se haya emplazado en el interior de la tópica psíquica del niño, recién entonces, esto
revertirá sobre la estructura originaria de partida como un sistema de proyecciones.
El análisis circulará entonces por las representaciones fantasmáticas, inconscientes,
residuales de la sexualidad pulsional reprimida. El ataque que sufrirá el yo por parte
del inconsciente será vivido por el sujeto dando origen a la angustia que expresa la
operancia de la pulsión de muerte como sexualidad desligada, riesgosa, desintegrante.
Ahora sí habrá un sujeto psíquico que sufrirá por razones “intrasubjetivas”, un sujeto
que vivirá la amenaza constante de su propio inconsciente y que será plausible de
analizabilidad.
Al concebir al inconsciente fundado como residual, por metábola, la interpretación no
podrá soslayar la historia, la singularidad de las inscripciones producidas en el marco
de los intercambios primarios. Al concebir a este inconsciente como producto de la
represión, fundado por aprés-coup, el analista de niños deberá ser sumamente preciso
en su técnica para dar cuenta de sus intervenciones: momentos fundacionales del
aparato, momentos ligadores tendientes a instaurar lo no constituido, momentos
interpretantes para hacer consciente lo inconsciente.
Una definción de infancia, en términos psicoanalíticos, podría establecerse
provisionalmente en los siguientes términos: la infancia es el tiempo de instauración
de la sexualidad humana, y de la constitución de los grandes movimientos que
organizan sus destinos en el interior de un aparato psíquico destinado al aprés-coup,
abierto a nuevas resignificaciones y en vías de transformación hacia nuevos niveles
de complejización posibles. Los tiempos originarios de esta fundación deben ser
cuidadosamente explorados por el analista, porque de ello dependerá la elección de
líneas clínicas y los modos de intervención que propulsen su accionar práctico.

TRABAJO PRÁCTICO N°4: El marco de los primeros encuentros

Bleichmar, S. (2001)“Del motivo de consulta a la razón de análisis”


El analista tiene un compromiso en la transformación del sufrimiento patológico, se ha
echado sobre su espalda la responsabilidad de enfrentarse al otro humano en su
desnudez y garantizarle que algo tiene para proponerle en la búsqueda de alivio para
su sufrimiento.
Estamos ante la necesidad de definir con mayor precisión las condiciones de inicio del
análisis, o lo que podríamos llamar la definición de la estrategia de la cura, en
búsqueda de dar una racionalidad a la práctica que pueda conducir a la transformación
no sólo del motivo actual de sufrimiento sino de aquello que en gran parte lo determina
pero no se agota en él.
En el psicoanálisis de niños la ausencia de parámetros de definición del comienzo de
análisis ha llevado a la pérdida de tiempos valiosísimos e incluso irrecuperables
en el caso de patología graves. Comenzar a analizar sin que esté claro si el
inconsciente está constituido, si la interpretación será recibida como palabra capaz de
develar contenidos inconscientes o como cosa que estalla en el psiquismo, si la
represión está posicionada, etc. Partimos de la concepción de una estructura
históricamente determinada y por ende plausible de ser transformada.
En las circunstancias actuales no se trata, como en tiempos de Freud, de la elección
de pacientes para poder ejercer el análisis, sino de la elección de las condiciones de
aplicación del método y de las posibilidades de su implementación a partir del
ejercicio de una práctica definida en el interior de variables metapsicológicas que
posibiliten la elección de una estrategia terapéutica. Se busca definir los modos de la
práctica analítica a partir de someter su racionalidad a la metapsicología,
estableciendo la revisión de aquellos enunciados que pueden obstaculizar la
depuración de variables tendientes a generar condiciones de desarrollo tanto de la
teoría como de la práctica clínica.
Hubo un tiempo en el que se consideraba que ,detrás del motivo de consulta
“manifiesto” había otro “latente”. Se trataba de salir de la demanda sintomal, o de la
patología aparente, para pasar a buscar la determinación inconsciente, y es innegable
el valor que esto tenía. Sin embargo, la denominación misma de “motivo de consulta
latente” está impregnada de una concepción del psiquismo que vengo sometiendo a
debate desde hace ya algunos años: la convicción de que lo manifiesto es falso y que
“el inconsciente sabe”. Si se supone que el motivo de consulta es latente, esta opción
es solidaria de la convicción de que la patología anida en el inconsciente, cuestión con
la cual no puedo coincidir en lo absoluto, ya que desconoce el hecho de que los
modos del sufrimiento patológicos son el efecto de las relaciones entre los sistemas
psíquicos, y no algo que está constituido en el interior del inconsciente presto a salir a
la luz a partir de la intervención del analista.
Y sin embargo, es cierto que hay una distancia entre el motivo de consulta y la razón
de análisis: aquello que justificaba, que da razón de ser, a la instalación de un tipo de
dispositivo generado para iniciar un proceso capaz de constituir un sujeto de análisis.
La detección de un sujeto de análisis, plausible de instalarse en el interior del método,
o la detección de un sujeto de análisis, con el cual se creen los prerrequisito
necesarios para el funcionamiento psíquico y el ordenamiento tópico que lo posibilita,
es el objetivo fundamental del pasaje de motivo de consulta a producción de la razón
de análisis.
Existen ocasiones en las cuales el trabajo no se trata de analizar los fantasmas
inconscientes, sino de establecer un verdaderos proceso de neogénesis que pusiera
en marcha un funcionamiento estructural distinto. A diferencia de un “motivo de
consulta latente”, que estuviera inscripto en el inconsciente, se puede ofrecer una
construcción que diera cuenta de la razón de análisis, proponiendo a partir de esto el
método a seguir y las formas que asumiera la prescripción analítica.
La heterogeneidad representacional con la cual funciona el psiquismo en general no
se reduce a una sola forma de la simbolización, ya que coexisten en el inconsciente
representaciones-cosa que nunca fueron transcriptas -efecto de la represión
originaria-, representaciones palabra designificadas por la represión secundaria que ha
devenido representación cosa pero que pueden reencontrar su estatuto de
significación al ser levantada la represión e incluso signos de percepción que no logran
su ensamblaje y que operan al ser investidos con alto poder de circulación por los
sistemas sin quedar fijados a ninguno de ellos. Estos signos de percepción son
elementos arcaicos que deben ser concebidos semióticamente no como significantes
sino como indicios, y restituidos en si génesis mediante puentes simbólicos efecto de
la intervención analítica.
Las cuestiones que remiten a la construcción del sujeto de análisis no se reducen al
momento inicial de la cura, sino que pueden atravesar también los momentos de
fractura que el proceso puede sufrir en virtud de que las vías de acceso de lo real al
aparato psíquico estén abiertas. Ellas lo obligan a un trabajo constante de
metabolización y recomposición simbólica de lo real vivido.
Si diferenciar motivo de consulta de razón de análisis debe ser el eje de las
primeras entrevistas con vistas a la selección de la estrategia para la construcción
del sujeto de análisis, no hay duda de que en la infancia esto toma un carácter central
a partir de que trabajamos en los tiempos mismos de construcción del aparato
psíquico y de definición de los destinos deseantes del sujeto en ciernes.
Definir claramente la ubicación del riesgo patológico en el marco de un corte
estructural del proceso histórico que constituye el psiquismo es la tarea central de un
analista de niños. Definir la razón de análisis es entonces reposicionar el motivo de
consulta en el marco de las determinaciones que lo constituyen, lo cual implica la
construcción, a partir de la metapsicología, de un modelo lo más cercano a la realidad
del objeto que abordamos y su funcionamiento. Esto torna no sólo más racionales
nuestras intervenciones, sino más fecundos sus resultados.

Manoni: “¿En qué consiste entonces la entrevista con el psicoanalista?”

En análisis nos encontramos frente a un discurso, tanto cuando se trata de los padres
como del hijo, a que cabe calificar como alienado en el sentido etimológico de la
palabra, ya que no se trata del discurso del sujeto, sino del de los otros, o de la
opinión. El primer discurso de los padres suele ser, antes que nada, el discurso de los
otros. Su sufrimiento puede ser expresado solo en la medida en que pueden estar
seguros de ser escuchados. La primera entrevista con el psicoanalista es más
reveladora en lo que se refiere a las distorsiones del discurso que a su contenido
mismo. La verdad de ese discurso, como nos lo recuerda Lacan, se construye en el
Otro, siempre a través de una cierta ilusión.
Si algo se pierde en la confrontación con el analista, es una cierta mentira; a través de
este abandono, el sujeto recibe en cambio y como verdadero don, el acceso a su
verdad.
Cuando los padres consultan por su hijo, más allá de este objeto que le traen, el
analista debe esclarecer el sentido de su sufrimiento o de su trastorno en la historia
misma de los dos padres. Emprender un psicoanálisis del niño no obliga a los padres a
cuestionar su propia vida. Al comienzo, antes de la entrada del niño en su propio
análisis, conviene reflexionar sobre el lugar que ocupa en la fantasía parental. La
precaución es necesaria para que los padres puedan aceptar después que el niño
tenga un destino propio. Madre e hijo deben ser considerados entonces en el plano
psicoanalítico: la evolución de uno sólo es posible si el otro la puede aceptar. El rol del
psicoanalista es el de permitir, a través del cuestionamiento de una situación, que el
niño emprenda un camino propio.
Caso Sabine: 11 años. Mi carta como negativa a entrar en el juego de la madre, fue en
sí misma una intervención terapéutica. Lo que está en juego no es el síntoma escolar,
sino la imposibilidad del niño de desarrollarse con deseos propios, no alienados en las
fantasía parentales. Esta alienación en el deseo del Otro se manifiesta mediante una
serie de trastornos que van desde las reacciones fóbicas ligeras hasta los trastornos
psicóticos. La aventura comienza cuando el analista cuestiona la respuesta parental.

Aulagnier, P. “Las entrevistas preliminares y los movimientos de apertura”


Intercambio de conocimientos e intercambio de afectos: es este doble movimiento el
que está en la base y es el soporte de la relación analítica porque está en la base y es
el soporte de la relación transferencial.
No podemos prever cuándo la interpretación se hará posible, ni qué trabajo de
preparación, de elaboración, hará falta para que el sujeto pueda apropiarse de ella y
utilizarla en provecho de su organización psíquica. A la inversa, el tiempo de que
disponemos para hacer una indicación de análisis, para decidir si aceptamos ocupar el
puesto de analista con este sujeto y, por fin, para elegir nuestros movimientos de
apertura; a este tiempo, lo tenemos contado. No podemos acrecentar demasiado la
cantidad de las entrevistas preliminares.
Cuando se trata de pronunciarse sobre la analizabilidad de un sujeto, cuando sólo se
toma en cuenta su pertenencia a tal o cual conjunto de nuestra psicopatología
(neurosis, psicosis, perversión, fronterizo), es posible recurrir a conceptos teóricos y
generales sobre los que se puede llegar a un acuerdo. Pero cuando dejamos al sujeto
abstracto para encontrarnos con un sujeto viviente, las cosas se complican: la
experiencia analítica enseña por sí misma cuán difícil es formarse una idea sobre lo
que puede esconder un el cuadro sintomático que ocupa el primer plano, y los riesgos
que eso no visto y eso no oído pueden traer para el sujeto que se empeña en un
itinerario analítico.
Me limitaré a proponer mi definición del calificativo analizable. Contrariamente a lo
que un profano pudiera creer, la significación que se atribuye a este calificativo deja de
ser unívoca tan pronto se abandona el campo de la teoría pura para abordar el de la
clínica.

El calificativo de analizable
Una primera definición será aceptada por todo analista: juzgar a un sujeto analizable
es creer o esperar que la experiencia analítica ha de permitir traer a la luz el conflicto
inconsciente que está en la fuente del sufrimiento psíquico y de los síntomas que
señalan el fracaso de las soluciones que él había elegido y creído eficaces. Condición
necesaria para que propongamos a un sujeto comprometerse en una relación
analítica, pero, por lo que a mí me toca, no me parece suficiente sin la presencia de
una segunda: es preciso que las deducciones que se puedan extraer de las entrevistas
preliminares hagan esperar que el sujeto sea capaz de poner aquella iluminación al
servicio de modificaciones orientadas de su funcionamiento psíquico. Mi propósito o mi
esperanza son que el sujeto, terminado su itinerario analítico, pueda poner lo que
adquirió en la experiencia vivida al servicio de objetivos elegidos siempre en función
de la singularidad de su problemática, de su alquimia psíquica, de su historia, pero de
objetivos que, por diferentes que sean de los míos, respondan a la misma finalidad:
reforzar la acción de Eros a expensas de Tánatos, hacer más fácil el acceso al
derecho y al placer de pensar, de disfrutar, de existir, en caso necesario habilitar a la
psique para que movilice ciertos mecanismos de elucidación, de puesta a distancia, de
interpretación, frente a las pruebas que puedan sobrevenir en la posterioridad del
análisis, facilitar un trabajo de sublimación que permita al sujeto renunciar, sin pagarlo
demasiado caro, a ciertas satisfacciones pulsionales.
Verdad y conocimiento se pueden poner bajo el estandarte de Eros o Tánatos, del
placer o del sufrimiento, pueden liberar a ciertos deseos hasta entonces amordazados
o reforzar a ese deseo de no deseo que desemboca en el desinvestimiento de toda
búsqueda.
De ahí la importancia que en el curso de las entrevistas preliminares tiendo a dar a
todo elemento que parezca idóneo para permitirme responder a esta pregunta: ¿me
puedo formar una idea del destino que este sujeto reservará, en el curso de la
experiencia y posteriormente, a los descubrimientos, develamientos, construcciones
que ha de aportarle el análisis?
Toda demanda de análisis, salvo error de destinatario, responde a una motivación al
servicio de un deseo de vida, o de un deseo de deseo: ella es la que lleva al sujeto
ante el analista. En ninguna experiencia analítica se podrá evitar que el trabajo de
desinvestimiento propio de la pulsión de muerte se ejerza por momentos contra lo que
se elabora y se construye dentro del espacio analítico. No sólo no se lo podrá evitar:
hace falta que Tánatos encuentre en el seno de la experiencia algunos blancos que lo
obliguen a desenmascararse para que el análisis de sus movimientos pulsionales haga
posible un trabajo de reintrincación.
El tercer y último aporte esperado de las entrevistas, que a veces es el de
decodificación más difícil: ayudar al analista a elegir, con buen discernimiento, esos
movimientos de apertura de los que nunca se dirá bastante, que tienen sobre el
desarrollo de la partida una acción mucho más determinante que lo que se suele creer.
Es fundamental reconocer los riesgos e insistir en la importancia que en ciertos casos
tiene la prolongación de las entrevistas preliminares. Puede llegar a ser más grande el
peligro de la apresurada decisión de iniciar una relación analítica. Estas
consideraciones sobre la importancia de las entrevistas preliminares valen para la
totalidad de nuestros encuentros, cualquiera que sea la problemática del sujeto.
Cuando el final de las entrevistas desemboca en la propuesta de una continuación,
también es lo que uno ha podido o creído oír en ellas lo que nos ayuda a elegir
nuestros movimientos de apertura.

Los movimientos de apertura


Empezaré por considerar nuestros movimientos de iniciación de partida fuera del
registro de la psicosis. Si el puesto que se ofrece al sujeto, la frecuencia de las
sesiones y la fijación de los honorarios forman parte de la apertura, también tenemos
que incluir en ella la manera en que el analista entablará el diálogo. El analista
persigue un objetivo bien preciso: elegir la apertura más idónea para reducir, en la
transferencia que se habrá de establecer, los efectos de los movimientos de
resistencia, de huida, de precipitación en una relación pasional que aquella siempre
tiene la posibilidad de provocar.
Freud decía que los movimientos de apertura, como los de final de partida, son los
únicos codificables. Agregaría, a condición de saber que la codificación debe tomar en
cuenta caracteres que especifiquen la problemática de los sujetos con los que uno
juega, así como sus consecuencias sobre la forma que habrá de cobrar su
transferencia. Los movimientos de apertura son función de lo que el analista prevé y
anticipa sobre la relación transferencial futura.
Dentro de lo que oímos y percibimos en el curso de esas entrevistas ¿qué elementos
son susceptibles de sugerirnos esta previsión anticipada de la transferencia? Esta
captación acerca del afecto es el primer signo que pre-anuncia las manifestaciones
transferenciales que ocuparán el primer plano de la escena en el curso de la
experiencia. Dentro del contenido del discurso es posible aislar informaciones que
pudieran ayudarnos a elegir nuestros movimientos de apertura, elegidos con la
esperanza de no trabar la movilidad de la relación transferencial, de favorecer la
movilización y la reactivación de la forma infantil del conflicto psíquico que desgarra a
este sujeto que ya no es un niño. Construir y delimitar un espacio relacional que
permita poner al servicio del proyecto analítico la relación transferencial.
¿Es posible aislar dentro del discurso del sujeto elementos que en mayor medida que
otros permitieran entrever el despliegue futuro de la transferencia? Diré que en ciertos
casos obtendremos un fugitivo vislumbramiento por el lugar y la importancia que el
sujeto acuerda o no a su historia infantil, por su relación con ese tiempo pasado, por la
interpretación que espontáneamente proporciona sobre sucesos responsables, a juicio
de él, de los callejones sin salida que lo llevaron ante el analista.
La relación del sujeto con su historia infantil y sobre todo el investimiento o
desinvestimiento que sobre ese pasado recae son, a mi parecer, las manifestaciones
más de superficie y más directamente perceptibles, respecto de otras tres relaciones
que sólo un prolongado trabajo analítico permite traer a la luz: la relación del yo con su
propio ello, la relación del yo con ese “antes” de él mismo que lo ha precedido, su
relación con su tiempo presente y con los objetos de sus demandas actuales.
La primera entrevista, ese prólogo, nos aporta siempre más datos, más informaciones
que los que podemos retener. La primera entrevista suele cumplir un papel privilegiado
por su carácter espontáneo.

La apertura de la partida en la psicosis


No sólo el abanico de las apertura posibles está limitado por exigencias metodológicas
que sólo parcialmente son modificables, sino que siempre nos veremos precisados a
elegir una apertura compatible con la singularidad del otro jugador, con la
particularidad de sus propios movimientos de apertura.
Así en la neurosis como en la psicosis la “buena apertura” siempre será la que más
garantías me ofrezca de que el lugar que inicialmente he ocupado no quedará fijado
de una vez para siempre, ni por mis movimientos de apertura ni por los de mi
compañero.
Para el psicótico, si el pasado es responsable de su presente, lo es en la medida en
que su presente ya ha sido decidido por su pasado; todo ha sido ya anunciado,
previsto, predicho, escrito. Philippe nos ha mostrado cómo, apoyándose en esas
causalidades delirantes, el sujeto puede tratar de construir un pasado del que le
habían prohibido interpretar los acontecimientos y que hasta le habían prohibido
rememorar. A la historia no escrita de su infancia, el sujeto la construye, deconstruye,
reconstruye, en función de los postulados de su delirio. Tomará prestado de las voces
el contenido de los capítulos pasados, presentes y futuros, incluido el que
supuestamente trata de un encuentro y de una historia transferencial, de la que a
menudo afirmar fue predicha y anticipada.
Al sujeto-supuesto-saber el psicótico los encontró primero en la persona de los padres
que le prohibieron -y él aceptó la prohibición, pues de lo contrario no sería psicótico-
creer que otro pensamiento que el de ellos pudiera saber lo que se refiere al deseo, la
ley, el bien, el mal. Por eso dentro del registro del saber no podremos ocupar la
posición que tan fácilmente nos ofrece el neurótico. En muchos casos el psicótico
preserva una relación de investimiento masivo, por conflictual que sea, con esos
representantes encarnados del poder que son sus padres. El analista, en el tiempo de
la apertura, puede transformar un pensamiento sin destinatario en un discurso que uno
puede y que él puede oír. Su encuentro con el analista puede representar una escucha
que le permite separar lo que él piensa de lo que lo fuerzan a pensar., que le permite
al sujeto tener la sospecha de la existencia de una relación que pudiera no ser la
repetición idéntica de la ya vivida. Por eso no conseguiremos nada si no logramos
primero convencer al sujeto de que este lugar del espacio y este fragmento del tiempo
que le proponemos no están signados por esa mismidad que caracteriza a su relación
con la categoría del tiempo y del espacio. Tarea difícil pero insoslayable para que la
relación que se abre pueda devenir analítica.

Aberastury “Cap V: La entrevista inicial con los padres”. En Teoría y técnica del
psicoanálisis con niños

Cuando los padres deciden consultarnos sobre el problema o enfermedad de un hijo


les pido una entrevista, la cual puede ser reveladora del funcionamiento del grupo
familiar en la relación con el hijo.
Para formarnos un juicio aproximado sobre las relaciones del grupo familiar y en
especial de la pareja, nos apoyaremos en la impresión que tengamos al reconsiderar
todos los datos consignados en la entrevista. Esta no debe parecerse a un
interrogatorio, en el cual se sientan enjuiciados. Por el contrario, hay que tender a
aliviarles la angustia y la culpa que la enfermedad o conflicto de un hijo despiertan y
para eso debemos asumir desde el primer momento el papel de terapeutas del hijo y
hacernos cargo del problema o del síntoma.
Los datos que nos dan los padres suelen ser inexactos, deformados o muy
superficiales. Hay una serie de datos básicos que debemos conocer antes de ver al
niño:
a) motivo de la consulta
b) historia del niño
c) cómo es un día de su vida diaria, un domingo o feriado y el día de su
cumpleaños
d) cómo es la relación de los padres entre ellos, con sus hijos y con el medio
familiar inmediato

Es necesario que esta entrevista sea dirigida y limitada de acuerdo con un plan
previo. Su duración será de un tiempo limitado, que fluctúa entre una y tres horas.
Es necesario interrogar primero sobre el motivo de consulta, disminuir el monto de
angustia inicial, lo cual se logra al hacernos cargo de la enfermedad o conflicto y al
enfrentarnos con éste desde el primer momento, situándonos como analistas del niño.
En relación con la historia del niño, me interesa saber la respuesta emocional, en
especial de la madre, ante el anuncio del embarazo, si fue deseado o accidental, si
hubo rechazo. Desde que un niño es concebido todo lo que acontece es importante en
su evolución posterior. Es un hecho comprobado que el rechazo emocional de la
madre, ya sea al sexo de su hijo como a la idea de tenerlo, deja huellas profundas en
el psiquismo de éste.
Preguntamos si la lactancia fue materna, si el bebé tenía reflejo de succión, el ritmo de
la alimentación. La forma en que se establece la relación con el hijo nos proporciona
un dato importante no sólo de la historia del paciente sino de la madre y de su
concepto de la maternidad. Es de suma importancia en el desarrollo del niño la forma
en que se establece la primera relación postnatal.
El pasaje del pecho a otra fuente de gratificación oral exige un trabajo de elaboración
psicológica. La forma en que el niño acepta esta pérdida será la pauta de conducta de
cómo en su vida posterior se enfrentará con las pérdidas sucesivas que le exigirán la
adaptación a la realidad.
Cuando el niño pronuncia la primera palabra tiene la experiencia de que ésta lo
conecta con el mundo y es un modo de hacerse comprender. El interrogatorio sobre
iniciación y desarrollo del lenguaje es de suma importancia para valorar el grado de
adaptación del niño a la realidad y el vínculo que se estableció entre él y sus padres.
El retraso en el lenguaje o inhibición en su desarrollo son índices de una seria
dificultad en la adaptación al mundo.
En este período de la vida la figura del padre cobra una gran importancia y su
ausencia real o psicológica puede trabar gravemente el desarrollo del niño aunque la
madre lo comprenda bien y lo satisfaga. La tendencia a golpearse o a los accidentes
es índice de una mala relación con los padres y equivale a suicidios parciales por una
mala canalización de los impulsos destructivos.
Cuando sabemos a qué edad y en qué forma se realizó el control de esfínteres, se
amplía nuestro conocimiento sobre la madre.
Cuando preguntamos a los padres sobre la sexualidad del hijo, suele asombrarse or la
pregunta, pero generalmente nos informan con facilidad sobre este punto, salvo
cuando niegan cualquier actividad sexual del hijo. Trataremos aquí de averiguar lo que
han observado al respecto. La actitud consciente e inconsciente de los padres frente a
la vida sexual de sus hijos tiene una influencia decisiva en la aceptación o el rechazo
que el niño tendrá de sus necesidades instintivas.
Freud descubrió que el juego es la repetición de situaciones traumáticas con el fin de
elaborarlas y que al hacer activamente lo que ha sufrido pasivamente el niño consigue
adaptarse a la realidad; por eso valoramos como índice grave de la neurosis la
inhibición para jugar. Un niño que no juega no elabora situaciones difíciles de la vida
diaria y las canaliza patológicamente en síntomas o inhibiciones.
La finalidad de esta entrevista es lograr alivio de las tensiones de los padres, ya que
somos desde el primer momento los terapeutas del niño y no los censores de los
padres.
Si los padres han decidido hacer solamente un diagnóstico, se les comunicará el día y
la hora de la entrevista con el niño así como su duración. Si en cambio aceptan un
tratamiento se le darán las indicaciones generales en las que éste se llevará a cabo.

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