Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Sexualidad infantil
La sexualidad infantil, anárquica en los comienzos, no subordinable al amor de objeto,
opera a lo largo de la vida como un plus irreductible tanto a la autoconservación como
a su articulación con el fin biológicamente determinado: la procreación .
La sexualidad adulta imprime una impronta sobre la cría humana, en razón de la
disparidad de saber y de poder con la cual se establece la parasitación simbólica y
sexual que sobre ella se ejerce, y cuyo retorno del lado del lacanismo no ha pasado de
ser “deseo narcisista”, subsumiendo esta cuestión central en cierto espiritualismo
deseante del lado del discurso y anulando el carácter profundamente “carnal” de las
relaciones entre el niño y quienes lo tienen a su cargo.
Es en aquellos planteos impregnados por una visión teleológica de la sexualidad,
sometida a un fin sexual reproductivo, donde se manifiesta más claramente la
necesidad de revisión y eso no solo por la caducidad histórica de los planteos, sino
porque entran en contradicción con enunciados centrales de la teoría y de la práctica
psicoanalítica, enunciados que han hecho estallar la relación existente entre
sexualidad y procreación.
Parece necesario volver a definir el aporte fundamental de Tres Ensayos: el hecho de
que la sexualidad humana no sólo comienza en la infancia, sino que se caracteriza por
ser no reductible a los modos genitales, articulados por la diferencia de los sexos, con
los cuales la humanidad ha establecido, desde lo manifiesto, su carácter.
Los dos tiempos de la sexualidad humana no corresponden a dos fases de una misma
sexualidad, sino a dos sexualidades diferentes: una desgranada de los cuidados
precoces, implantada por el adulto, con formas parciales y otra con primacía genital,
establecida en la pubertad y ubicada en el camino madurativo que posibilita el
ensamble genital y la existencia de una primacía de carácter genital.
La maduración puberal encuentra todo el campo ya ocupado por la sexualidad para-
genital: los primeros tiempos han marcado fantasmática y erógenamente un camino
que si no encuentra vías de articulación establece que el recorrido se oriente bajo
formas fijadas, las cuales determinan, orientan u obstaculizan, los pasajes de un modo
de goce a otro.
El psicoanálisis ha introducido la sexualidad en sus dos formas: pulsional y de objeto,
que no se reducen ni a la biología ni a los modos dominantes de representación social.
La sexualidad no se reduce entonces a los modos de ordenamiento masculino-
femenino. La identidad sexual tiene un estatuto tópico, como toda identidad, que se
posiciona del lado del yo.
Es en este punto en donde se hace más clara la diferencia entre producción de
subjetividad, históricamente determinada y premisas universales de la
constitución psíquica.
Es indudable la necesidad de redefinir el llamado complejo de Edipo. En primer lugar,
porque nace y se ha conservado impregnado de los modos con los cuales la forma
histórica que impone la estructura familiar acuñó el mito como modo universal del
psiquismo. Tanto los nuevos modos de acoplamiento como las nuevas formas de
engendramiento y procreación dan cuenta tanto de sus aspectos obsoletos como de
aquellos más vigentes que nunca. Es insostenible la conservación del Edipo entendido
como una novela familiar, como argumento que se repite de modo más o menos
idéntico a lo largo de la historia y para siempre. Se diluye así el gran aporte del
psicoanálisis: el descubrimiento del acceso del sujeto a la cultura a partir de la
prohibición del goce sexual intergeneracional. El Edipo debe ser entendido como
la prohibición con la cual cada cultura pauta y restringe, a partir de la preeminencia de
la sexualidad del adulto sobre el niño, la apropiación gozosa del cuerpo del niño por
parte del adulto. La dependencia del niño respecto del adulto sexuado, y el modo
metabólico e invertido con el cual se manifiesta y toma carácter fundacional respecto
al psiquismo.
Freud, Anna “Psicoanálisis del niño. (Caso clínico La niña del demonio)
No es posible abrir juicio sobre la técnica del psicoanálisis con niños, sin haber
establecido antes en qué casos conviene emprenderlo. Melanie Klein sostiene que
toda perturbación del desarrollo anímico o mental de un niño podría ser eliminada o, al
menos, mejorada por el análisis. Opina que también tiene grandes ventajas para el
desarrollo del niño normal. La mayoría de los analistas vieneses opinan que el análisis
del niño sólo se justifica frente a una verdadera neurosis infantil.
El análisis con niños es un recurso a veces costoso y complicado, con el cual en
algunos casos no puede hacerse demasiado. Es posible que el análisis genuino
necesite ciertos cambios y modificaciones para esta aplicación. El adulto es un ser
maduro e independiente, mientras que el niño por su parte es inmaduro y dependiente.
Es natural que ante objetos tan dispares el método tampoco pueda ser el mismo.
Anna Freud trabajó en al análisis de unos diez casos infantiles. Una característica de
la consulta con niños es que la decisión de analizarse nunca parte del pequeño
paciente. En muchos casos ni siquiera es el niño quien padece, con frecuencia el
mismo no percibe ningún trastorno; sólo quienes le rodean sufren por sus síntomas.
Así, en la situación del niño falta todo lo que consideramos indispensable en la el
adulto: la consciencia de enfermedad, la resolución espontánea y la voluntad de
curarse.
Considero que vale la pena tratar de alcanzar en el niño aquellas disposiciones y
aptitudes favorables para el análisis, logrando hacer “analizables” en el sentido del
adulto a los pequeños pacientes. Para ello introduce un período de introducción que
no es necesario en el tratamiento con adultos. Ese período no tiene nada que ver con
la verdadera labor analítica, en esa fase no se puede pensar en hacer consciente lo
inconsciente, ni en ejercer influencia analítica.
Caso de la Niña del demonio: niña de seis años que sufría una neurosis obsesiva
extraordinariamente grave y definida para su edad, conservando sin embargo una gran
inteligencia. En este caso tuve que establecer una condición ya existente de antemano
en la pequeña neurótica: la escisión de la personalidad infantil.
Toda mi manera de proceder presenta demasiados puntos de contradicción con las
reglas técnicas del psicoanálisis que hasta ahora venimos aplicando. Imaginemos que
gracias a todas las medidas tomadas el niño llega a tener confianza en el analista, a
adquirir consciencia de su enfermedad, anhelando así un cambio en su estado. Con
ello llegamos a nuestro segundo tema: el examen de los medios a nuestro alcance
para realizar el análisis infantil propiamente dicho.
La técnica del análisis con adultos nos ofrece cuatro medios auxiliares: los recuerdos
conscientes del enfermo, la interpretación de los sueños, las ocurrencias, las
asociaciones y las reacciones transferenciales. El niño, en cambio, poco puede
decirnos sobre la historia de su enfermedad. Él mismo no sabe cuándo comenzaron
sus anomalías. Así, el analista de niños recurre a los padres de los pacientes para
completar la historia.
La interpretación de los sueños, en cambio, es un terreno en el cual nada nuevo
tenemos que aprender. Los sueños infantiles son más fáciles de interpretar, el niño
sigue con el mayor placer la reducción de las imágenes o palabras del sueño a
situaciones de su vida real. Junto con este, es muy frecuente el análisis de los
ensueños diurnos, así como la narración de las fantasías, que nos permiten reconstruir
la correspondiente situación interior en que se encuentra el niño.
El dibujo es otro recurso técnico auxiliar que ocupa un sitio muy preeminente en
muchos de los análisis infantiles. En algunos casos puede suplantar a las demás
fuentes de información.
El niño anula todas las ventajas mencionadas por su negativa a asociar, es decir, pone
en apuros al analista por la casi absoluta imposibilidad de utilizar precisamente aquel
recurso sobre el cual se funda la técnica analítica: excluir con su voluntad consciente
toda crítica de las asociaciones que surgen y no dejar de comunicar nada de lo que se
le ocurra. Esta falta de disposición asociativa en el niño conduce a buscar recursos
para suplirla. Hug Hellmuth recurrió a los juegos con el niño. Melanie Klein sustituye la
técnica asociativa del adulto por una técnica lúdica en el niño, basándose en las
hipótesis de que al niño pequeño le es más afín la acción que el lenguaje y
equiparando las acciones dentro del juego con las asociaciones verbales,
complementándolas con interpretaciones.
En los recursos con el análisis infantil, advertimos la necesidad de integrar la historia
clínica mediante las informaciones que nos suministran los familiares, en lugar de
fundarnos exclusivamente sobre los datos que nos ofrece el paciente.
No tiene duda que la técnica del juego elaborada por Klein tiene sumo valor para la
observación del niño. Tenemos así la posibilidad de reconocer sus distintas
reacciones, la intensidad de sus inclinaciones agresivas, de sus sentimientos
compasivos y de su actitud ante los diferentes objetos y personas representados
por los juguetes. Puede realizar con él todos los actos que en el mundo real habrían
de quedar restringidos. Todas estas ventajas hacen del método lúdico de Klein un
recurso poco menos que indispensable para conocer al niño pequeño que todavía no
domina la expresión verbal.
Klein da un importante paso más. Pretende que todas estas asociaciones lúdicas del
niño equivalen exactamente a las asociaciones libres del adulto y, en consecuencia,
traslada continuamente cada uno de estos actos infantiles a la idea que le
corresponde, procurando averiguar la significación simbólica oculta tras cada acto del
juego. Su intervención consiste en traducir e interpretar los actos del niño a medida
que se producen.
Anna Freud considera que aquellos niños para los cuales Klein elaboró la técnica
lúdica, sobre todo aquellos que se encuentran en el primer período de madurez
sexual, son aún demasiado pequeños para presentarse a la influencia analítica. Así
mismo, tampoco considera pertinente equiparar las asociaciones lúdicas del niño con
las del adulto, al no estar regidas por las mismas representaciones. Considera como
un exceso el atribuir sentido simbólico a todos los actos y ocurrencias del paciente, así
se trate de un niño o de un adulto.
Cabe preguntarse si el niño se encuentra en la misma situación de transferencia que
el adulto, de qué manera y bajo qué forma se manifiestan sus tendencias
transferenciales y en qué medida se prestan para la interpretación. Este es el punto
más importante para Anna Freud: la función de la transferencia como recurso
técnico auxiliar en el análisis del niño. Considera que la vinculación cariñosa, la
transferencia positiva es la condición previa de todo el trabajo ulterior, ya que el
niño sólo es capaz de hacer algo cuando lo hace por amor a alguien.
El análisis del niño aún exige de esta vinculación muchísimo más que el del adulto,
pues además de la finalidad analítica, persigue también cierto objetivo pedagógico.
Toda labor verdaderamente fructífera deberá realizarse siempre mediante la
vinculación positiva con el analista.
Nos convertimos en un blanco contra el cual el niño, tal como sucede en el adulto,
dirige sus impulsos amistosos u hostiles, de acuerdo a las circunstancias. No obstante
todo eso, el niño no llega a formar una neurosis de transferencia. Podemos aducir dos
razones teóricas para ello: una reside en la misma estructura infantil, la otra debe
buscarse en el analista.
El pequeño paciente no está dispuesto, como lo está el adulto, a reeditar sus
vinculaciones amorosas, porque, por así decirlo, aún no ha agotado la vieja edición.
Sus primitivos objetos amorosos, los padres, todavía existen en la realidad y no sólo
en la fantasía. El niño mantiene con ellos todas las relaciones de la vida cotidiana y
experimenta todas las vivencias reales de la satisfacción y el desengaño.
El niño no desarrolla una neurosis de transferencia. A pesar de todos sus impulsos
cariñosos y hostiles contra el analista, sigue desplegando sus reacciones anormales
donde ya lo ha venido haciendo: en el ambiente familiar. De allí que el analista dirija su
atención hacia el punto en que se desarrollan las reacciones neuróticas: hacia el hogar
del niño. Cuando las circunstancias o la personalidad de los padres no permiten llegar
a esta colaboración, el análisis se resiente de una falta de material.
En el niño pequeño carecemos de las formaciones reactivas y los recuerdos
encubridores que sólo se forman en el curso del período de latencia y a través de los
cuáles el análisis ulterior puede captar el material que en ellos están condensado. Así
nos encontramos en inferioridad de condiciones en lo que refiere a la obtención del
material inconsciente.
En el niño, el mundo exterior es un factor inconveniente para el análisis, pero
orgánicamente importante, que influye en lo más profundo en sus condiciones
interiores. Es cierto que también la neurosis del niño es un asunto interno,
determinado igualmente por aquellas tres potencias: la vida instintiva, el yo y el
superyó.
Lo que al principio fue una exigencia personal, emanada de los padres, sólo al pasar
del apego al objeto, a la identificación con éstos se convierte en un ideal del yo,
independiente del mundo exterior y de sus modelos. El niño todavía está muy lejos del
desprendimiento de los objetos amados, y subsistiendo el amor objetal, las
identificaciones sólo se establecen lenta y parcialmente. Ya existe un superyó, pero
son evidentes las múltiples interrelaciones entre este superyó y los objetos a los
cuales debe su establecimiento.
Éstas es la diferencia más importante entre el análisis del niño y el del adulto: los
objetos del mundo exterior seguirán desempeñando un importante papel en el análisis,
mientras el superyó infantil todavía no se haya convertido en el representante
impersonal de las exigencias asimiladas del mundo exterior y mientras permanezca
orgánicamente vinculado a éste. Estos mismo padres o educadores fueron las
personas cuyas desmesuradas exigencias impulsaron al niño a la excesiva represión y
con ello a la neurosis.
Bajo la influencia del análisis el niño aprenderá a dominar su vida instintiva y parte de
los impulsos infantiles ha de ser suprimida o condenada por su inutilidad en la vida
civilizada.
Es preciso que el analista logre ocupar durante todo el análisis el lugar del ideal del yo
infantil y no iniciar su labor de liberación analítica antes de cerciorarse de que podrá
dominar completamente al niño. Sólo si el niño siente que la autoridad del analista
sobrepasa la de sus padres, estará dispuesto a conceder este nuevo objeto amoroso,
equiparado a sus progenitores, el lugar más elevado que le corresponde en su vida
afectiva. Antes de iniciar un análisis, es necesario cerciorarse de que la personalidad y
la preparación analítica de los padres garanticen la posibilidad de la continuidad en la
labor educativa una vez finalizado el análisis.
Las condiciones del análisis del niño establecidas hasta esta parte son: la debilidad del
ideal del yo infantil, la subordinación de sus exigencias y de su neurosis bajo el mundo
exterior, su incapacidad de dominar por sí mismo los instintos liberados y la
consiguiente necesidad de que el analista domine pedagógicamente al niño. El
analista reúne en su persona dos misiones difíciles y diametralmente opuestas: la de
analizar y educar a la vez, si puede lograrlo, corrige con ello toda una fase de
educación equivocada y desarrollo anormal.
El análisis infantil por ahora deberá quedar limitado a los hijos de analistas, de
pacientes analizados o de padres que conceden al análisis cierta confianza y respeto.
Sólo en estos casos la educación analítica en el curso del tratamiento podrá
continuarse sin interrupción con la educación en el seno de la familia.
El análisis del niño exige ante todo una nueva técnica: un objeto distinto requiere
diferente métodos de ataque. Así han surgido la técnica lúdica de Melanie Klein para el
análisis precoz y mis recomendaciones para el análisis del período de latencia. Exige,
pues, que el analista de niños, adaptándose a la peculiar condición de sus pacientes,
agregue a su actitud y preparación analítica, una segunda: la pedagógica. Se debe
influir desde el exterior, creando nuevas impresiones y revisando las exigencias que el
mundo exterior impone al niño. Las potencias contra las cuales debemos luchar en la
curación de las neurosis infantiles no son únicamente interiores, sino también
exteriores. El analista de niños necesita conocimientos pedagógicos tanto teóricos
como prácticos, que le permitan comprender y criticar las influencias educativas a las
que está sometido el niño, llegando a asumir las funciones de educador durante todo
el curso del análisis.
Klein, M. Capítulo I “Fundamentos psicológicos del análisis del niño” (Caso Rita
- Caso Trude - Caso Ruth)
Los niños, aún en los primeros años, no sólo experimentan impulsos sexuales y
ansiedad, sino que sufren también grandes desilusiones. Esto se evidencia en el
análisis de niños de corta edad.
Rita, que contaba con 2 años y 9 meses, tenía una marcada preferencia por su madre
hasta el final de su primer año. Manifestó después un gran afecto por su padre y celos
por su madre, terrores nocturnos y miedo a los animales, volviéndose cada vez más
ambivalente y difícil de manejar. Presentaba una marcada neurosis obsesiva, con
ceremoniales y todos los síntomas de depresión melancólica, sumados a ansiedad y
una fuerte frustración. Podemos entender a partir de este caso al pavor nocturno,
cuando aparece a la edad de 18 meses, como una elaboración neurótica del complejo
de Edipo. Su carácter obsesivo se evidenció en un largo ritual antes de dormir, con
todos los signos de esa actitud compulsiva que ocupaba totalmente su mente. Era
evidente que su ansiedad era causada no solamente por los padres verdaderos, sino
también por la excesivamente severa imagen introyectada de sus padres. Esto
corresponde a lo que llamamos superyó en los adultos.
Trude, de 3 años y 9 meses, quería robar los niños del vientre de su madre
embarazada, matarla y ocupar su lugar en el coito con el padre. Fueron estos impulsos
de odio y agresión los que en ese segundo año originaron una fuerte fijación en la
madre y un sentimiento de culpa, que se expresaba, entre otros modos, con sus
terrores nocturnos. Así vemos que la temprana ansiedad y los sentimientos de
culpa de un niño se originan en los impulsos agresivos relacionados con el
conflicto edípico. El juego de los niños nos permite extraer conclusiones definidas
sobre el origen de este sentimiento de culpa en los primeros años.
Los análisis tempranos muestran que el conflicto edípico se hace presente en la
segunda mitad del primer año de vida y que al mismo tiempo el niño comienza a
modificarlo y a construir su superyó.
Fueron justamente las diferencias entre la mente infantil y la del adulto las que me
revelaron el modo de llegar las asociaciones del niño y comprender su inconsciente.
La relación del niño con la realidad es débil, aparentemente no hay ningún atractivo
que los lleve a soportar las pruebas de un análisis ya que, por regla general, no se
sienten enfermos y todavía no pueden ofrecer en grado suficiente aquellas
asociaciones verbales que son el instrumento fundamental en el tratamiento analítico
de adultos. Estas características especiales de la psicología infantil han suministrado
las bases de la técnica del “análisis del juego” que he elaborado. El niño expresa
sus fantasías, sus deseos y sus experiencias de un modo simbólico por medio
de juguetes y juegos, el mismo lenguaje que no es familiar en los sueños, nos
acercamos a él como Freud nos ha enseñado a acercarnos al lenguaje de los sueños.
Debemos no sólo desentrañar el significado de cada símbolo separadamente, sino
tener en cuenta todos los mecanismos y formas de representación usados en el
trabajo onírico. Solo comprendemos su significado si conocemos su conexión
adicional y la situación analítica global. Sólo se obtendrá un resultado analítico
completo si tomamos estos elementos de juego en su verdadera conexión con los
sentimientos de culpa del niño, interpretándolos hasta en su menor detalle.
El juego es el mejor medio de expresión del niño. Empleando la técnica de juego
vemos pronto que el niño proporciona tantas asociaciones a los elementos
separados de su juego como los adultos a los elementos separados de sus
sueños. Jugando el niño habla y dice toda clase de cosas que tienen el valor de
asociaciones genuinas. Las interpretaciones son fácilmente aceptadas por el niño y
a veces con marcado placer. La relación entre los estratos inconsciente y consciente
de su mente es aún comparativamente accesible y de tal modo el camino de regreso
al inconsciente es más fácil de encontrar. Los efectos de las interpretaciones son a
menudo más rápidos.
Si nos acercamos al niño con la técnica del análisis del adulto, es casi seguro que no
penetraremos en los niveles más profundos y sin embargo el éxito y el valor, en el
análisis de niños como en el de adultos, dependen de que lo logremos. Pero si
consideramos las diferencias que existen entre la psicología del niño y la del adulto, el
hecho de que su icc está en más estrecho contacto con lo cc y que sus impulsos
primitivos trabajan paralelamente a procesos mentales sumamente complicados, y si
podemos captar correctamente los modos de pensamiento y expresión característicos
del niño, entonces desaparecerán los inconvenientes y desventajas y encontraremos
que podemos esperar que el análisis del niño llegue a ser tan profundo y extensivo
como el del adulto.
Detrás de toda forma de actividad de juego yace un proceso de descarga de fantasías
de masturbación, operando en la forma de un continuo impulso a jugar; y este
proceso,, que actúa como una compulsión de repetición, constituye el mecanismo
fundamental del juego infantil y de todas las sublimaciones subsiguientes. Las
inhibiciones en el juego y en el trabajo surgen de una represión fuerte e indebida
de aquellas fantasías, que por medio del juego lograrían representación y
abreacción.
Uno de los resultados de los análisis tempranos es capacitar al niño para
adaptarse a la realidad. Si esto se logra, disminuirán las dificultades educativas,
porque será capaz de tolerar las frustraciones impuestas por la realidad.
En el análisis de niños el enfoque debe ser algo distinto del que corresponde al
análisis de adultos. Tomando el camino más corto posible, a través del yo, nos
dirigimos en primera instancia al inconsciente del niño y de aquí, gradualmente, nos
ponemos también en contacto con su yo. El análisis ayuda mucho a fortificar el yo,
hasta ahora débil, del niño y ayuda a su desarrollo, aliviando el peso excesivo de su
superyó, que presiona sobre él más severamente que el yo del adulto.
CAPÍTULO 4
Intento formular las hipótesis de base que rigen mi práctica. Hemos apostado a la
formulación que señala que cuando hay discrepancia entre el concepto y la cosa, es el
cuerpo teórico mismo el que debe ser puesto en cuestión.
El psicoanálisis con niños es una práctica que se ejerce en las fronteras de la tópica
psíquica. Asistimos a los movimientos de constitución de un sujeto en cuyos
orígenes nos vemos inmersos, en cuya estructuración intervenimos de algún modo.
Los psicoanalistas de niños vivimos sumergidos en una preocupación por lo
originario, por los movimientos fundacionales que vemos emerger “en vivo”,
producirse ante nuestros ojos.
Se fue profundizando cada vez más mi alejamiento del formalismo estructuralista y fue
variando mi posición respecto a la llamada función materna, hasta culminar en una
verdadera reformulación del concepto de partida.
Alberto, de cinco años de edad llega a la consulta por indicación del gabinete
psicopedagógico de la escuela, desde donde se solicita que se realice un diagnóstico
y se buscaran medios terapéuticos para acompañar el proceso escolar del niño. El
niño, en cualquier situación y sin que operar un disparador evidente, comenzaba a
hablar cosas sin sentido, desencadenándose un fragmento de discurso cuyo contexto
era inubicable. Los únicos que puede ubicar su discurso son sus padres, quienes
pueden referenciar aquellos fragmentos a vivencias de Alberto en días anteriores.
Estos padres, cultos y preocupados por su hijo, dan cuenta de problemas que el niño
había presentado a lo largo de su crianza.
En el momento de esta primera consulta nos encontrábamos, fenoménicamente, ante
la emergencia de bloques hipermnésicos, descontextualizados, que aparecían sin
desencadenante aparente. La única hipótesis que surgía era la de un fracaso en los
movimientos inhibidores que el yo despliega y que hallan su culminación cuando la
represión opera diferenciando los sistemas psíquicos. Alberto mismo era jugado por
procesos que lo sometían, cuyo control desconocía y de cuyo dominio estaba
imposibilitado.
Sobres estas cuestiones se basó, en mucho, la técnica que empleé en los meses
siguientes. Ello nos obliga a detenernos en esta cuestión para dar fundamento de mi
accionar clínico.
Freud en “Lo inconsciente” dice que los sistemas inconscientes son atemporales, es
decir, no están ordenados con arreglo al tiempo, no se modifican por el transcurso de
este ni, en general, tienen relación alguna con él. En el inconsciente, estatuido por
la represión, el tiempo deviene espacio, sistema de recorridos.
El hecho de que las representaciones inconscientes sean atemporales no implica que
su activamiento lo sea. Si el inconsciente se define por su intersección con los otros
sistemas psíquicos y ello hace que el proceso analítico tenga una cierta estructura
relacionada con la temporalidad, se trata de una temporalidad destinada al aprés-
coup, que recaptura, en proceso, los activamientos inconscientes que insisten.
Que el inconsciente sea el reservorio de la memoria quiere decir, entonces, que en él
están las representaciones, inscripciones vivenciales, a disposición del sujeto. En tal
sentido, estas inscripciones pueden progresionar hacia la consciencia sin que ello
implique un verdadero recordar.
En Alberto, la aparición de aquellos fragmentos descontextualizados de discurso
daban cuenta del fracaso en la instalación de los mecanismos inhibidores del yo
y, junto con ello, de la represión misma. Cuando el niño reactualizaba un fragmento
de huellas mnémicas, sus padres, operando como sujetos de memoria,
contextualizaban, historizaban, significaban, aquello que se presentaba más allá de un
yo que en el niño pudiera efectuar estas tareas. Algo activaba, algo disparaba el
fragmento mnémico, pero la significación no operaba del lado de un sujeto que
recuerde.
Post scriptum
CAPÍTULO 5
Tratar al niño solo o en familia, incluir a los padres, entrevistar a los hermanos, no son
meras cuestiones relativas a la técnica. Cada una de estas opciones está determinada
por una concepción del funcionamiento psíquico, un modo de “entender” el
síntoma.
¿Son todos los discursos, todas las interacciones, todos los actos del semejante algo
que tiene que ver con el inconsciente del niño? ¿Qué relación existe entre las
interacciones parentales y las determinaciones sintomales, singulares, específicas,
que hacen a la neurosis de la infancia?
Si las relaciones entre teoría y clínica implican la definición de un método, sabemos ya
que el método no puede concebirse al margen de las correlaciones con el objeto que
se pretende cercar, transformar. Es esta, la cuestión del objeto en psicoanálisis con
niños.
Ello me ha conducido a intentar definir,desde los tiempos de constitución del sujeto
psíquico, ciertos paradigmas que permitan el ordenamiento de un accionar clínico que
no se sostenga meramente en la intuición del practicante.
He tomado partido hace ya varios años por la propuesta freudiana que concibe al
inconsciente como no existente desde los orígenes, determinadas las
producciones sintomales por relaciones existentes entre los sistemas psíquicos,
sistemas que implican contenidos diversos y modos de funcionamiento diferentes. A
partir de ello, mi investigación avanza en la dirección de definir una serie de premisas
de la clínica que puedan ser sometidas a un ordenamiento metapsicológico.
Sometamos a discusión las premisas de base que guían nuestra práctica. Es la
categoría niño, en términos del psicoanálisis, la que debe ser precisada y ello en el
marco de una definición de lo originario. Se dice que se trata siempre de “análisis”,
lo cual supone entonces un método de conocimiento del inconsciente. Esto no es sin
embargo tan lineal, dado el el inconsciente sólo puede explorado, en el sujeto
singular y por relación a la neurosis, una vez establecido el conflicto psíquico que da
origen al síntoma y ello no es posible antes de que se hayan producido ciertos
movimientos de estructuración marcados por la represión originaria.
Es imposible establecer una correlación entre teoría y clínica sin definir previamente
este problema del objeto y el método. El psicoanálisis de neuróticos (adultos o niños
con su aparato psíquico constituido, en los cuales el síntoma emerge como formación
del inconsciente) transcurre, inevitablemente, los caminos de la libre asociación y esta
libre asociación se establece por las vías de lo reprimido -más aún, de lo
secundariamente reprimido-, puesto a ser recuperado por la interpretación. Pero para
que ello ocurra es necesario que el inconsciente y el preconsciente se hayan
diferenciado en tanto sistemas y aún más, que el superyó se haya estructurado en el
marco de las identificaciones secundarias residuales del complejo de Edipo
sepultado. ¿De qué modo ocurre esto, en cambio, cuando el inconsciente no ha
terminado aún de constituirse. Cuando las representaciones primordiales de la
sexualidad pulsional originaria no han encontrado un lugar definitivo, no han sido
“fijadas” al inconsciente? Se abre acá una dimensión clínica nueva, la cual sólo puede
establecerse a partir de ubicar la estructura real, existente, para luego definir la
manera mediante la cual debe operar el psicoanálisis cuando el inconsciente no ha
encontrado aún su topos definitivo, cuando el sujeto se halla en constitución.
Conocemos las diversas soluciones que se han ofrecido a lo largo de la historia del
psicoanálisis. El kleinismo abrió la vía y fijó las premisas para que analizar niños sea
posible, pero asentándose para esto en la perspectiva más endogenista de la
propuesta freudiana acerca de la constitución del inconsciente.
Lo que nos enseñó Mrs. Klein
Por su parte, la concepción clásica del análisis de niños, concepción derivada del
kleinismo, implica una inversión de los pasos a seguir. Se ha partido del
establecimiento del método y desde ello se ha definido al objeto:
Vemos actualmente al análisis de niños oscilar entre dos polos: aquel derivado del
kleinismo que da por sentada la existencia del inconsciente desde los orígenes,
concibiéndolo desde una determinación endógena y el que ubica al niño sea como falo
o soporte del deseo materno, sea como síntoma de la pareja conyugal.
Una definición de lo infantil en el interior del psicoanálisis se torna imprescindible, con
vistas a cercar nuestro campo de trabajo.
En análisis nos encontramos frente a un discurso, tanto cuando se trata de los padres
como del hijo, a que cabe calificar como alienado en el sentido etimológico de la
palabra, ya que no se trata del discurso del sujeto, sino del de los otros, o de la
opinión. El primer discurso de los padres suele ser, antes que nada, el discurso de los
otros. Su sufrimiento puede ser expresado solo en la medida en que pueden estar
seguros de ser escuchados. La primera entrevista con el psicoanalista es más
reveladora en lo que se refiere a las distorsiones del discurso que a su contenido
mismo. La verdad de ese discurso, como nos lo recuerda Lacan, se construye en el
Otro, siempre a través de una cierta ilusión.
Si algo se pierde en la confrontación con el analista, es una cierta mentira; a través de
este abandono, el sujeto recibe en cambio y como verdadero don, el acceso a su
verdad.
Cuando los padres consultan por su hijo, más allá de este objeto que le traen, el
analista debe esclarecer el sentido de su sufrimiento o de su trastorno en la historia
misma de los dos padres. Emprender un psicoanálisis del niño no obliga a los padres a
cuestionar su propia vida. Al comienzo, antes de la entrada del niño en su propio
análisis, conviene reflexionar sobre el lugar que ocupa en la fantasía parental. La
precaución es necesaria para que los padres puedan aceptar después que el niño
tenga un destino propio. Madre e hijo deben ser considerados entonces en el plano
psicoanalítico: la evolución de uno sólo es posible si el otro la puede aceptar. El rol del
psicoanalista es el de permitir, a través del cuestionamiento de una situación, que el
niño emprenda un camino propio.
Caso Sabine: 11 años. Mi carta como negativa a entrar en el juego de la madre, fue en
sí misma una intervención terapéutica. Lo que está en juego no es el síntoma escolar,
sino la imposibilidad del niño de desarrollarse con deseos propios, no alienados en las
fantasía parentales. Esta alienación en el deseo del Otro se manifiesta mediante una
serie de trastornos que van desde las reacciones fóbicas ligeras hasta los trastornos
psicóticos. La aventura comienza cuando el analista cuestiona la respuesta parental.
El calificativo de analizable
Una primera definición será aceptada por todo analista: juzgar a un sujeto analizable
es creer o esperar que la experiencia analítica ha de permitir traer a la luz el conflicto
inconsciente que está en la fuente del sufrimiento psíquico y de los síntomas que
señalan el fracaso de las soluciones que él había elegido y creído eficaces. Condición
necesaria para que propongamos a un sujeto comprometerse en una relación
analítica, pero, por lo que a mí me toca, no me parece suficiente sin la presencia de
una segunda: es preciso que las deducciones que se puedan extraer de las entrevistas
preliminares hagan esperar que el sujeto sea capaz de poner aquella iluminación al
servicio de modificaciones orientadas de su funcionamiento psíquico. Mi propósito o mi
esperanza son que el sujeto, terminado su itinerario analítico, pueda poner lo que
adquirió en la experiencia vivida al servicio de objetivos elegidos siempre en función
de la singularidad de su problemática, de su alquimia psíquica, de su historia, pero de
objetivos que, por diferentes que sean de los míos, respondan a la misma finalidad:
reforzar la acción de Eros a expensas de Tánatos, hacer más fácil el acceso al
derecho y al placer de pensar, de disfrutar, de existir, en caso necesario habilitar a la
psique para que movilice ciertos mecanismos de elucidación, de puesta a distancia, de
interpretación, frente a las pruebas que puedan sobrevenir en la posterioridad del
análisis, facilitar un trabajo de sublimación que permita al sujeto renunciar, sin pagarlo
demasiado caro, a ciertas satisfacciones pulsionales.
Verdad y conocimiento se pueden poner bajo el estandarte de Eros o Tánatos, del
placer o del sufrimiento, pueden liberar a ciertos deseos hasta entonces amordazados
o reforzar a ese deseo de no deseo que desemboca en el desinvestimiento de toda
búsqueda.
De ahí la importancia que en el curso de las entrevistas preliminares tiendo a dar a
todo elemento que parezca idóneo para permitirme responder a esta pregunta: ¿me
puedo formar una idea del destino que este sujeto reservará, en el curso de la
experiencia y posteriormente, a los descubrimientos, develamientos, construcciones
que ha de aportarle el análisis?
Toda demanda de análisis, salvo error de destinatario, responde a una motivación al
servicio de un deseo de vida, o de un deseo de deseo: ella es la que lleva al sujeto
ante el analista. En ninguna experiencia analítica se podrá evitar que el trabajo de
desinvestimiento propio de la pulsión de muerte se ejerza por momentos contra lo que
se elabora y se construye dentro del espacio analítico. No sólo no se lo podrá evitar:
hace falta que Tánatos encuentre en el seno de la experiencia algunos blancos que lo
obliguen a desenmascararse para que el análisis de sus movimientos pulsionales haga
posible un trabajo de reintrincación.
El tercer y último aporte esperado de las entrevistas, que a veces es el de
decodificación más difícil: ayudar al analista a elegir, con buen discernimiento, esos
movimientos de apertura de los que nunca se dirá bastante, que tienen sobre el
desarrollo de la partida una acción mucho más determinante que lo que se suele creer.
Es fundamental reconocer los riesgos e insistir en la importancia que en ciertos casos
tiene la prolongación de las entrevistas preliminares. Puede llegar a ser más grande el
peligro de la apresurada decisión de iniciar una relación analítica. Estas
consideraciones sobre la importancia de las entrevistas preliminares valen para la
totalidad de nuestros encuentros, cualquiera que sea la problemática del sujeto.
Cuando el final de las entrevistas desemboca en la propuesta de una continuación,
también es lo que uno ha podido o creído oír en ellas lo que nos ayuda a elegir
nuestros movimientos de apertura.
Aberastury “Cap V: La entrevista inicial con los padres”. En Teoría y técnica del
psicoanálisis con niños
Es necesario que esta entrevista sea dirigida y limitada de acuerdo con un plan
previo. Su duración será de un tiempo limitado, que fluctúa entre una y tres horas.
Es necesario interrogar primero sobre el motivo de consulta, disminuir el monto de
angustia inicial, lo cual se logra al hacernos cargo de la enfermedad o conflicto y al
enfrentarnos con éste desde el primer momento, situándonos como analistas del niño.
En relación con la historia del niño, me interesa saber la respuesta emocional, en
especial de la madre, ante el anuncio del embarazo, si fue deseado o accidental, si
hubo rechazo. Desde que un niño es concebido todo lo que acontece es importante en
su evolución posterior. Es un hecho comprobado que el rechazo emocional de la
madre, ya sea al sexo de su hijo como a la idea de tenerlo, deja huellas profundas en
el psiquismo de éste.
Preguntamos si la lactancia fue materna, si el bebé tenía reflejo de succión, el ritmo de
la alimentación. La forma en que se establece la relación con el hijo nos proporciona
un dato importante no sólo de la historia del paciente sino de la madre y de su
concepto de la maternidad. Es de suma importancia en el desarrollo del niño la forma
en que se establece la primera relación postnatal.
El pasaje del pecho a otra fuente de gratificación oral exige un trabajo de elaboración
psicológica. La forma en que el niño acepta esta pérdida será la pauta de conducta de
cómo en su vida posterior se enfrentará con las pérdidas sucesivas que le exigirán la
adaptación a la realidad.
Cuando el niño pronuncia la primera palabra tiene la experiencia de que ésta lo
conecta con el mundo y es un modo de hacerse comprender. El interrogatorio sobre
iniciación y desarrollo del lenguaje es de suma importancia para valorar el grado de
adaptación del niño a la realidad y el vínculo que se estableció entre él y sus padres.
El retraso en el lenguaje o inhibición en su desarrollo son índices de una seria
dificultad en la adaptación al mundo.
En este período de la vida la figura del padre cobra una gran importancia y su
ausencia real o psicológica puede trabar gravemente el desarrollo del niño aunque la
madre lo comprenda bien y lo satisfaga. La tendencia a golpearse o a los accidentes
es índice de una mala relación con los padres y equivale a suicidios parciales por una
mala canalización de los impulsos destructivos.
Cuando sabemos a qué edad y en qué forma se realizó el control de esfínteres, se
amplía nuestro conocimiento sobre la madre.
Cuando preguntamos a los padres sobre la sexualidad del hijo, suele asombrarse or la
pregunta, pero generalmente nos informan con facilidad sobre este punto, salvo
cuando niegan cualquier actividad sexual del hijo. Trataremos aquí de averiguar lo que
han observado al respecto. La actitud consciente e inconsciente de los padres frente a
la vida sexual de sus hijos tiene una influencia decisiva en la aceptación o el rechazo
que el niño tendrá de sus necesidades instintivas.
Freud descubrió que el juego es la repetición de situaciones traumáticas con el fin de
elaborarlas y que al hacer activamente lo que ha sufrido pasivamente el niño consigue
adaptarse a la realidad; por eso valoramos como índice grave de la neurosis la
inhibición para jugar. Un niño que no juega no elabora situaciones difíciles de la vida
diaria y las canaliza patológicamente en síntomas o inhibiciones.
La finalidad de esta entrevista es lograr alivio de las tensiones de los padres, ya que
somos desde el primer momento los terapeutas del niño y no los censores de los
padres.
Si los padres han decidido hacer solamente un diagnóstico, se les comunicará el día y
la hora de la entrevista con el niño así como su duración. Si en cambio aceptan un
tratamiento se le darán las indicaciones generales en las que éste se llevará a cabo.