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Lección 6 (Teoría de La Norma (I) )
Lección 6 (Teoría de La Norma (I) )
1. El lenguaje prescriptivo.
“Nuestro lenguaje puede verse como una vieja ciudad: una maraña de callejas y plazas, de viejas
y nuevas casas, y de casas con anexos de diversos períodos; y esto rodeado de una conjunto de
barrios nuevos con calles rectas y con casas uniformes”1.
“¿Pero cuántos géneros de oraciones hay? ¿Acaso aserción, pregunta y orden? Hay innumerables
géneros diferentes de empleo de todo lo que llamamos “signos”, “palabras”, “oraciones”. Y esta
multiplicidad no es algo fijo, dado de un vez por todas; sino que nuevos tipos de lenguaje, como
podemos decir, nacen y otros envejecen y se olvidan (…) Ten a la vista la multiplicidad de
juegos del lenguaje en estos ejemplos y otros: dar órdenes y actuar siguiendo órdenes, describir
un objeto por su apariencia o por sus medidas, fabricar un objeto de acuerdo con una descripción
(dibujo), hacer conjeturas sobre el suceso, formar y comprobar una hipótesis, presentar los
resultados de un experimento mediante tablas y diagramas, inventar una historia; y leerla, actuar
en teatro, cantar a coro, adivinar acertijos, hacer un chiste, contarlo, resolver un problema de
aritmética aplicada, traducir de un lenguaje a otro, suplicar, agradecer, maldecir, saludar, rezar.
Es interesante comparar la multiplicidad de herramientas del lenguaje y sus modos de empleo, la
multiplicidad de géneros de palabras y oraciones, con lo que los lógicos han dicho sobre la
estructura del lenguaje. (Incluyendo al autor del Tractatus logico-philosophicus)”2.
1
Wittgenstein, Ludwig. Investigaciones filosóficas (trad. A. García Suárez y U. Moulines), Crítica,
Barcelona, 1988 (ed. original bilingüe alemán-inglés, 1953), §18.
2
Idem., §23.
clasificación, ampliamente aceptada, que distingue entre los siguientes usos o funciones
del lenguaje:
Sería difícil, sin conocer las circunstancias particulares en que ha sido proferida,
cuál es ese grado de fuerza. El significado de la expresión lingüística viene determinado
tanto por la fuerza (lo que hacemos cuando proferimos una expresión lingüística, en este
caso las circunstancias que nos permitan determinar si se trata de una orden, una
amenaza o un consejo, por ejemplo) y por el sentido (lo que decimos al emitir una
expresión; en este caso, el estado de cosas que asociamos a la omisión).
Art. 26 CE: “Se prohíben los Tribunales de honor en el ámbito de la Administración civil y de
las organizaciones profesionales”.
3
Searle, J. “Una taxonomía de los actos ilocucionarios” (trad. L. Ml. Valdés Villanueva), en Valdés
Villanueva, L. Ml. (ed.) La búsqueda del significado, Tecnos/Universidad de Murcia, 1995 (2ª ed.), pp.
151-152.
en lugar de la más directa “cállate”. De hecho, en muchas situaciones, nadie que nos
pregunta si nos importa guardar silencio está interesado en nuestra respuesta; es más,
cualquier respuesta que demos es inadecuada, la positiva por redundante y la negativa
por impertinente y maleducada.
Art. 1.3 CE: “La forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria”
Art. 12 CE: “Los españoles son mayores de edad a los dieciocho años”
(i) Las normas jurídicas tienen una estructura sintáctica condicional; un ejemplo
sencillo es el art. 138 Código penal: “El que matare a otro será castigado, como reo de
homicidio, con la pena de prisión de diez a quince años”. Como vemos, la norma no
dice “prohibido matar”, sino que contiene instrucciones, dirigidas en última instancia al
juez, con el modo en que debe resolverse el caso o la controversia si se dieran, es decir
si se dan determinadas ciertas circunstancias; en este caso, condenar a una pena de
prisión de diez a quince años a quien provoque la muerte de otra persona.
Las normas jurídicas cuentan, por tanto, con un antecedente, que es la parte del
enunciado que establece la condición o circunstancias (la muerte otra persona) que han
de verificarse para que tenga lugar la consecuencia (condena de prisión), contenida en la
otra parte del enunciado, denominado consecuente.
(ii) Las normas jurídicas suelen definirse también como prescripciones generales
y abstractas. El concepto de generalidad se comprende fácilmente si se opone al de
singularidad. Una prescripción es singular cuando tiene como objeto un hecho concreto;
por ejemplo, el asesinato de Cayo a manos de Ticio. Una prescripción es general cuando
tiene por objeto una clase de hechos y es, por tanto, impersonal (“el que matare”, “el
que robare”, etc.). Las normas generales hacen referencia en el supuesto de hecho a
clases de individuos, no a individuos particulares.
El concepto de abstracción es ambiguo. En principio parece obvio que una
prescripción es abstracta cuando “hace abstracción”, i. e. prescinde, de cualquier
circunstancia concreta. La ambigüedad nace del hecho de que hay dos modos diversos
en los que una prescripción puede no hacer abstracción de circunstancias concretas y,
por tanto, dejar de ser abstracta. En un primer sentido, una prescripción no es abstracta
cuando se refiere a una circunstancia concreta singular (pasada o futura, es indiferente)
y no a una clase de circunstancias; por ejemplo, “si Cayo matare a Ticio, será castigado
con la pena de prisión de diez a quince años”. Este primer sentido coincide en lo
esencial con la definición de generalidad, lo que convierte en redundante la afirmación
de que las normas son generales y abstractas.
En un segundo sentido, una prescripción no es abstracta cuando se refiere a
circunstancias pasadas (singulares o a una clase de circunstancias, es indiferente)
identificadas previamente o identificables. En este sentido, abstracción significa que la
prescripción se refiere al futuro, es decir, no es retroactiva (no conecta consecuencias
jurídicas a hechos ocurridos con anterioridad a la prescripción).
En definitiva, una prescripción es general cuando regula una clase de hechos, y
es abstracta cuando regula hechos futuros.
c) Permisos.
Por otro lado, en los textos jurídicos podemos encontrar una serie de enunciados,
que no dudaríamos en llamar normas, que, sin embargo, no son órdenes, esto es, ni
obligan (ordenan una acción), ni prohíben (ordenan una omisión) hacer algo. Son los
permisos o autorizaciones.
La caracterización de los permisos no es tarea sencilla. Es más, algunos filósofos
dudan de que se pueda hablar aquí de prescripciones, porque los permisos no están
destinados en sentido estricto a influir en la conducta de los demás. Para algunos, un
permiso es la derogación –desaparición- de una orden (ya sea de hacer o de abstenerse);
para otros un permiso es algo así como una promesa que hace el emisor de no interferir
en la conducta del destinatario (ya sea mediante la imposición de un deber de acción o
de omisión); para algunos, finalmente, es una forma de expresar una “prohibición de
prohibir”.
Entonces, ¿por qué asociamos los permisos a las prescripciones? ¿Qué tienen en
común con las órdenes, esto es, prohibiciones y obligaciones? La clave está en la figura
del sujeto que permite: para que alguien permita una conducta debe poder estar en
condiciones, tener la capacidad, de prohibirla; cuando alguien permite algo es que, o
bien está prohibido o podría estarlo.
Nos interesa distinguir aquí entre dos tipos de permisos: los permisos débiles y
los permisos fuertes. En primer lugar, podemos entender que está permitido todo
aquello que no está prohibido, ni ordenado, pero tampoco es objeto de una norma
específica que expresamente establezca su autorización, es decir, todo aquello que no es
objeto de “tratamiento normativo, por así decirlo”; por ejemplo, como no está prohibido
que camine dando tres pasos al frente y uno hacia atrás, está permitido hacerlo; y así
con todas las conductas que no fueran objeto de prescripciones (órdenes de acción u
omisión). De este modo, conociendo todas las prescripciones, podríamos conocer
también (al menos hipotéticamente) el amplísimo, casi infinito, catálogo de acciones
que están permitidas en el sentido de no reguladas. Cuando entendemos que permiso o
autorización es sinónimo de no regulado, hablaremos de permisos débiles. A pesar de
las apariencias, no está claro que ésta sea la concepción adecuada desde el punto de
vista del Derecho4. En todo caso, lo que nos interesa aquí no es este sentido débil
(puesto que estamos estudiando las normas jurídicas explícitas), sino lo que se
denomina permiso en sentido fuerte, referido a aquellas conductas que se encuentran
expresamente permitidas por una norma jurídica o son consecuencia lógica de las
normas existentes, en definitiva, aquellas conductas respecto de las cuales la autoridad
ha considerado directa o indirectamente su estatuto normativo. Los derechos
fundamentales se presentan en muchos casos de esta forma; por ejemplo:
Art. 16.1 CE: “Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las
comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento
del orden público protegido por la ley”.
Art. 21.1 CE: “Se reconoce el derecho de reunión pacífica y sin armas”.
Art. 28.2. CE: “Se reconoce el derecho a la huelga de todos los trabajadores para la defensa de
sus intereses”.
Salta a la vista una enorme diferencia entre este tipo de normas y aquellas que
constituyen inequívocamente una orden (obligaciones o prohibiciones), a saber, las
órdenes pueden ser desobedecidas o cumplidas, los permisos no. Podemos decir que
alguien desobedece una orden si realiza una acción prohibida o deja de hacer algo a lo
que está obligado, pero ¿qué podemos decir cuando alguien no hace algo para lo que
4
Algunos autores han visto en el principio nullum crimen sine lege un sustento de la idea de que hay que
entender los permisos como mera ausencia de prohibición. Von Wright, en cambio, entiende que
cualquier interpretación razonable de ese principio desmiente esa opinión: (i) en primer lugar, el principio
puede entenderse no como un regla sobre la libertad de acción de los sujetos (que intente definir su
ámbito de libertad), sino una regla sobre el derecho a castigar de la autoridad (que define las condiciones
formales en las que eso puede ocurrir); por ese motivo, en muchas ocasiones, este mismo principio se
redacta como nulla poena sine lege; (ii) una segunda interpretación de este principio consistiría en que
cualquier conducta que no esté prohibida dentro de un determinado sistema normativo (totalidad de
prescripciones que emanan de una misma autoridad) está permitida. Esta segunda interpretación no es, en
sí, una definición del concepto de permiso, sino una norma permisiva de contenido peculiar: la suma total
de todos los actos y abstenciones que no están prohibidos en el sistema. Si un sistema jurídico contempla
una norma de este tipo (por ejemplo, el artículo 25 CE), todos los actos humanos están regulados por
dicha norma; y, con ello, se “cierra” el sistema.
está autorizado? Desde luego, parecería extraño hablar de incumplimiento o ineficacia
de una norma de este tipo si nadie realizara la acción –por ejemplo, asociarse- y, a la
inversa, si lo hiciera todo el mundo, hablar de obediencia.
Estamos, ante un fenómeno curioso: una serie de normas dictadas por la
autoridad que no pueden ser cumplidas o incumplidas y que, por tanto, no regulan las
conductas de los individuos. ¿Qué sentido tienen, entonces, para el Derecho este tipo de
normas?
Una primera explicación reduce a los permisos a una forma dependiente de las
prescripciones en sentido estricto, esto es, a los mandatos y prohibiciones. De este
modo, las normas permisivas no son sino un modo indirecto de hablar de prescripciones
en sentido estricto. Así, Ross sostenía que los permisos eran “una excepción
modificativa de una prohibición y, por tanto, interpretable como la negación de una
prohibición”. En otros términos, cuando el legislador dicta una norma permisiva, lo que
hace, en realidad, es impedir (prohibir) que esa norma sea prohibida por otras normas.
La autorización de (o sea la existencia de una norma permisiva expresa que autoriza)
una conducta es, por tanto, una prohibición de prohibir esa conducta. Si esto es así, un
permiso o autorización no es más que una forma indirecta de expresar una prescripción,
es decir, una prescripción y, por tanto, no representa ninguna objeción a considerar al
Derecho como un lenguaje prescriptivo.
Una segunda explicación sobre la naturaleza de los permisos la proporciona G.
H. von Wright. Este autor distingue entre tres formas de permiso (fuerte), formas que
distinguimos, por así decirlo, por su grado creciente de fuerza (o implicaciones de la
norma que acompañan al permiso):
“Todos los españoles tienen derecho a elegir libremente su residencia y a circular por el territorio
nacional”.
Con esto se quiere decir no sólo que los españoles tienen ese derecho, sino que,
además, y aunque no se diga explícitamente, está prohibido restringir esta libertad de
movimientos.
La censura es uno de los modos en que podrían restringirse estos derechos, tanto
ésta, como cualquier otro medio que impidiera u obstaculizaran el ejercicio de estos
derechos deben considerarse prohibidos. Es más, en el caso de la libertad de
pensamiento podría plantearse si no estamos ante un permiso como habilitación que
incorpora un mandato a los poderes públicos de creación y mantenimiento de las
condiciones que permitan a todos y cada uno de los ciudadanos españoles el ejercicio de
este derecho5. Un ejemplo evidente de permiso como habilitación es el recogido en el
art. 24 CE:
“1. Todas las personas tienen derecho a obtener la tutela efectiva de los jueces y tribunales en el
ejercicio de sus derechos e intereses legítimos…”.
Por lo dicho hasta ahora podríamos identificar la categoría de las normas con
aquella de las prescripciones, esto es, normas que obligan, prohíben o permiten. Pero
existen algunas normas en el Derecho que no hacen ninguna de esas cosas. Algunas
normas consisten en definiciones; por ejemplo:
Art. 667 Cc: El acto por el cual una persona dispone para después de la muerte de todos sus
bienes o de parte de ellos se llama testamento.
Art. 10 Cp: “Son delitos o faltas la acciones u omisiones dolosas o imprudentes penadas por la
ley”.
Art. 660 Cc: “Llamase heredero al que sucede a título universal y legatario al que sucede a título
particular”.
Art. 12 CE: Los españoles son mayores de edad a los dieciocho años.
Otras establecen las condiciones en las que los actos y negocios jurídicos son
válidos, entre otras, quién puede realizarlos; por ejemplo:
Art. 66.2 CE: Las Cortes Generales ejercen la potestad legislativa del Estado, aprueban sus
Presupuestos, controlan la acción del Gobierno y tienen las demás competencias que les atribuya
la Constitución.
Art. 673 Cc: Será nulo el testamento otorgado con violencia, dolo o fraude.
Así, por ejemplo, el art. 12 CE significa que “haber cumplido 18 años cuenta o
tiene el valor de la mayoría de edad”, determinando así qué sujetos tienen los derechos y
obligaciones que las normas (regulativas) atribuyen a los mayores de edad.
En otras ocasiones, las reglas constitutivas se pueden reformular como reglas
técnicas; por ejemplo, el art. 673 Cc significa que “sólo el testamento otorgado sin
violencia, dolo o fraude cuenta como testamento válido” o “para que el testamento sea
válido debe ser otorgado sin violencia, dolo o fraude”.
Dentro de la categoría general de reglas constitutivas debemos distinguir entre
distintos tipos de normas:
(i) definiciones, que son normas que regulan el uso de las palabras,
indicando el significado de las expresiones usadas en otras normas
(regulativas); por ejemplo, la definición de heredero (art. 660 Cc).
(ii) reglas constitutivas en sentido estricto, que son normas que
correlacionan hechos y estados de cosas con un resultado normativo o
institucional; por ejemplo, cumplir 18 años (hecho) y adquirir la
mayoría de edad (resultado institucional) o ser nacido de padre y
madre españoles (hecho) y adquirir la nacionalidad (resultado
institucional).
(iii) normas que confieren poderes o normas de competencia, que son
normas que correlacionan una acción con la producción de un
resultado institucional; por ejemplo, realizar los actos necesarios para
producir una ley, contraer matrimonio, otorgar testamento o realizar
un contrato6. Se trata de las normas que atribuyen a los poderes
públicos o a los particulares la capacidad para producir un tipo
determinado de fuente del derecho (leyes, reglamentos, contratos,
etc.). Por ese motivo, podemos referirnos también a estas normas
como normas sobre la producción jurídica7.
A diferencia del resto de normas constitutivas, las normas que
confieren poderes o normas de competencia parecen tener una doble
naturaleza prescriptiva y constitutiva. Decimos que tienen naturaleza
prescriptiva porque, aunque las normas de competencia se presentan
generalmente como normas permisivas (para dictar leyes, para realizar
contratos, etc.), en ocasiones parecen tener un sentido estrictamente
prescriptivo (los jueces no sólo pueden, sino que deben resolver
mediante sentencia; el legislador no sólo puede dictar leyes, sino que
en algunos casos está obligado a hacerlo para dar cumplimiento a los
mandatos constitucionales). Además, aunque el ejercicio de la
competencia sea voluntario (por ejemplo, realizar un contrato o
contraer matrimonio), el cumplimiento de los requisitos tiene un
sentido imperativo. Por otro lado, las normas que regulan el ejercicio
de competencias pueden interpretarse como reglas constitutivas (“si
en la circunstancia C se realiza el acto X se produce la consecuencia
Y”).
6
Guastini ha definido las normas que confieren poderes como “aquellas normas que adscriben un poder
normativo a un determinado sujeto o, más precisamente, el poder de crear un determinado tipo de fuente
del derecho –caracterizada por un determinado nomen iuris y por un régimen jurídico igualmente
determinado- de forma que ningún otro sujeto está habilitado para crear aquel tipo de fuente” (Guastini,
Ricardo. Distinguiendo. Estudios de teoría y metateoría del derecho (trad. J. Ferrer), Gedisa, Barcelona,
1999, p. 309).
7
Las normas sobre la producción jurídica no se limitan a las normas que confieren poderes, sino que
incluyen normas que regulan el ejercicio del poder conferido, como son: (1) las normas de
procedimiento; (2) las normas de competencia material, que delimitan las materias que pueden ser
reguladas con el poder conferido; (3) las normas que reservan una determinada materia a cierta fuente, de
manera que ninguna otra fuente está habilitada para regular dicha materia y la fuente a favor de la que se
establece la reserva no está autorizada a delegar; y (4) las normas relativas al contenido, esto es, las
normas que ordenan o prohíben la creación de fuentes con un determinado contenido (por ejemplo, la
prohibición constitucional de dictar leyes penales retroactivas o leyes discriminatorias). Vid. Guastini, op.
cit., pp. 309 y s.
La cuestión es si la presencia de normas constitutivas pone en duda que el
Derecho pertenezca a la clase del lenguaje prescriptivo. Los juristas suelen sostener que
las reglas constitutivas deben concebirse como fragmentos de normas, precisamente de
aquellas normas prescriptivas que establecen derechos y obligaciones. En este sentido,
son normas dependientes y complementarias de las normas prescriptivas. Son
dependientes porque no tienen sentido si carecemos de normas para las que sea
relevante definir qué sea un testamento, cuándo un matrimonio se ha celebrado
válidamente o que suponga haber alcanzado determinada edad; y son complementarias
porque no sabríamos qué es un testamento, cuándo un matrimonio se ha celebrado
válidamente o cuando se es mayor de edad sin estas normas.
Las prescripciones pueden ser usadas o mencionadas; cuando son usados por
una autoridad normativa dan lugar a normas; cuando son mencionados por la ciencia
jurídica (o por los profesionales del derecho, o, simplemente, por los ciudadanos) dan
lugar a proposiciones normativas. Las primeras forman parte del lenguaje prescriptivo
y, como tal, no son susceptibles de verdad o falsedad, en cambio, las segundas,
constituyen un uso descriptivo y, por tanto, pueden ser verdaderas o falsas.
Una prescripción cualquiera, por ejemplo, “está prohibido fumar en las aulas” es
un enunciado cuyo significado es una norma, pero ese mismo enunciado proferido por
una persona que no es una autoridad normativa (por ejemplo, un alumno a otro) no es
una norma, sino una proposición cuyo contenido es la afirmación de la existencia de una
norma.
Según Prieto Sanchís, el lenguaje de los juristas puede presentar los siguientes
tipos de proposiciones:
(i) proposiciones factuales, que informan no de la existencia de normas,
sino de hechos relativos a las normas (creación, interpretación), en este
sentido , pertenecen al lenguaje estrictamente descriptivo y pueden ser
verdaderas o falsas (también podemos desconocer sus condiciones de
verdad);
(ii) proposiciones relativas a la validez de las normas: cuando los juristas,
normalmente en relación con casos concretos, reclaman la validez de una
norma que no ha sido promulgada (por ejemplo, una norma que resuelve
un caso no previsto por la ley) o la invalidez de un norma que sí lo ha
sido (por ejemplo, por entrar en conflicto con otras normas igualmente
válidas) no están desarrollando un discurso descriptivo, sino decidiendo
(lo que no es sino un uso prescriptivo del lenguaje);
(iii) proposiciones interpretativas: interpretar significa atribuir significado a
un enunciado. Si aceptáramos que a cada enunciado le corresponde
inequívocamente un significado, una única “interpretación verdadera”,
este tipo de proposiciones tendría un sentido descriptivo, pero si
admitimos que la atribución de significado es una entre las distintas
alternativas posibles, entonces, este tipo de proposiciones, desde el
momento en que debe decidirse por uno de los significados posibles,
tampoco constituye propiamente un uso descriptivo del lenguaje.