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EL TESORO del ACTO de SER PERSONAL

Genara Castillo C.
Introducción:
Hasta el momento hemos visto la esencia humana, cuya base es la naturaleza en su
dimensión corpórea, pero que como ya hemos visto dichas facultades sensibles
están intrínsecamente unidas a las facultades racionales, si bien esa unidad puede
ser incrementable o hacerse más intensa. Y aquí entra en juego la persona humana,
es decir que lo que hagamos con nuestras facultades sensibles y cómo pongamos
en actividad nuestra inteligencia y voluntad, dependen de cada QUIÉN,
El QUIÉN no lo hemos visto aún y no debe confundirse con las facultades sensibles o
racionales. Así, cuando preguntamos: ¿eres tu memoria? La respuesta es: No,
TENGO memoria, pero SOY una persona. Si insistimos: ¿quizá eres tu inteligencia? La
respuesta sigue siendo parecida: No, TENGO inteligencia, pero no soy mi
inteligencia, yo soy más. Ese “más” es la persona o su nombre completo: ACTO de
SER PERSONAL.
¿Por qué es ACTO? Porque las facultades de la esencia son potenciales, es decir,
que según la noción filosófica de potencia son POSIBILIDADES de pasar a acto,
¿quién la hace pasar a acto?, ¿quién las activa? La respuesta es: un acto que no
sea potencia o simple posibilidad: ese acto es el de la persona: ACTO de SER
PERSONAL
¿Por qué acto de SER? Porque es el acto más profundo que tiene cada quien, es el
que nos ha puesto en la existencia y que late en lo más profundo de nuestra
intimidad. La existencia es el resultado de haber recibido ese acto de ser.
¿Por qué acto de ser PERSONAL? Porque el acto con el cual existo no es el de otro,
sino que cada acto de ser es PERSONAL, es de cada quien. Por eso los filósofos
personalistas suelen subrayar la importancia de no quedarse sólo en el QUÉ somos
(que atiende a las facultades –sensibles y racionales–), sino que hay que ir a la raíz
en la que se sostienen las facultades y que es la que pone en funcionamiento la vida
humana con la activación de sus facultades.
Sin embargo, el QUÉ somos, la esencia humana, va muy unida al ACTO de SER
personal, por lo cual vamos a empezar viendo la diferencia para poderlos unir o
integrar.

1. No confundir el tener con el ser


Si tuviéramos que resumir el aporte de los clásicos griegos, especialmente de
Aristóteles, podríamos afirmar que sus aportes se refieren a la noción y despliegue
de la naturaleza y de la esencia humana. La naturaleza es definida como
“principio de operaciones” y la esencia humana como la naturaleza

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desarrollada a mayor nivel que la vida vegetativa y sensitiva: la que atañe a la
vida racional, la de la inteligencia y la de la voluntad humanas1 .
Tanto la naturaleza como la esencia siempre están en la línea posesiva. Leonardo
Polo resalta que, según el planteamiento aristotélico, el hombre es un poseedor,
es un ser que tiene logos, razón2.
a) Tres niveles del tener
A partir de su posesión de ‘logos’ el hombre puede poseer en muchas
dimensiones.
Posesión técnica. Así el ser humano es técnico, puede usar instrumentos, y puede
procurarse medios materiales; de manera que puede adscribirse bienes
corpóreos, por ejemplo, un anillo, un vestido, etc.
Es el amplio mundo de la pragmática humana, en la cual el hombre –a diferencia
de los animales– es capaz de relacionar medios con fines, precisamente porque
entiende lo que significa un medio en cuanto tal. Sin embargo, esa posesión es
extrínseca, por lo que el nivel de posesión corpórea no es la más importante, ya
que la adhesión a los bienes materiales no es tan intensa precisamente porque
es externa y, por tanto, se puede perder.
Por ello no basta con poseer en ese nivel; hace falta poseer en otros niveles que
son subordinantes y superiores respecto de aquel que es básico.
Posesión cognoscitiva o noética. Un segundo nivel de posesión es el que se da a
través de la inteligencia, el cual es más intenso que el anterior por ser intrínseco,
pues lo que uno posee en la mente es algo que se posee de manera más intensa
que un anillo o un vestido.
Posesión ética. Por encima de la inmanencia de las posesiones intelectuales se
encuentra un tercer nivel que es el de la posesión ética, que es el superior, y que
integra, mueve y subordina a los otros dos niveles. Es la posesión de las virtudes
éticas. En el nivel de posesión ética lo dinámico del ser humano toca a lo
ontológico, ya que según Aristóteles las virtudes proporcionan una ‘segunda
naturaleza’ y son más configurantes que los conocimientos. Lo importante de
este tener ético es que por medio de las virtudes nos hacemos asequibles los
bienes del segundo y del primer nivel y, además, podemos disponer de ellos
adecuadamente3

1.“El término naturaleza significa generalmente la esencia en cuanto principio de operaciones”.


FORMENT, E. (2003), “Comentario a De ente et essentia”, Eunsa, Pamplona, p. 71
2
Cfr. ARISTÓTELES, Política, Libro I, capítulo 2.
3
Atendiendo a estos tres niveles de tenencias, se ha formulado la noción de pobreza como carencia
no sólo de bienes materiales, sino además de competencias intelectuales y especialmente de
carencia de virtudes. De ahí que en el ámbito económico se considera que si los miembros de una

2
Así, la virtud ética es el punto culminante de la antropología aristotélica y el punto
de engarce con la filosofía cristiana que recoge todas esas grandes
averiguaciones acerca del ser humano y completa el tener con el dar, ya que la
noción de persona está en la línea de la donación.
b) El nivel del ser
En esta línea nos podemos preguntar: ¿qué añade la noción de persona humana
a las de naturaleza y esencia humana? La naturaleza humana es común a todos
los seres humanos. De acuerdo con la definición clásica, el hombre es un ser que
posee alma racional, la cual integra los niveles de vida vegetativa y sensitiva.
La naturaleza humana responde a la pregunta ¿qué es el ser humano? Y en ese
sentido todos somos iguales, ya que todos contamos con esas facultades
humanas que hemos estudiado en los capítulos anteriores. Y como esas
facultades no son estáticas, sino dinámicas y cada quien las ha desarrollado de
alguna manera, se suele llamar esencia humana a la naturaleza humana
desarrollada o perfeccionada, porque la palabra esencia denota perfección.
En la línea de la filosofía clásica, es en la naturaleza humana racional, común a
todos, donde descansan los derechos humanos que son universales; es decir que
si bien el desarrollo de la naturaleza humana es de cada quien, la base de dicho
desarrollo es su dotación natural que es común a todos.
En este sentido va el chascarrillo o frase graciosa muy conocida de que “Quod
natura non dat, Salmantica non praestat”: lo que la naturaleza no da,
Salamanca no presta, con lo que se quiere decir que si alguien no tiene
capacidad intelectual la universidad no se la va a dar; pero en rigor ese dicho
no es exacto porque la capacidad intelectual la tenemos todos, aunque unos la
han desarrollado más que otros.
Con todo, en el plano de las facultades humanas si bien se ha respondido a la
pregunta de qué es el ser humano, no se ha respondido a la pregunta sobre
quién es. Lo más relevante en el ser humano, por encima de sus potencias o
facultades, inclusive de las cualidades o virtudes que tenga en su esencia, es su
realidad de persona humana.
De ahí que, en atención al ser personal, cada quien es una persona distinta,
única, irrepetible e insustituible, porque su ser y no su tener es originalísimo, su
existencia es invalorable. Éste no es un aporte que Aristóteles no vio, ya que la
noción de persona aparece con el cristianismo.
Así pues, la esencia humana, es activada por cada persona, quien parte de la
dotación de sus facultades humanas, sin faltarle ni una de ellas; sin embargo,

sociedad adquieren educación suficiente y evitan las prácticas corruptas, entonces está preparada
para crecer económicamente (primer nivel) con sostenibilidad.

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cada quien, cada persona, la desarrolla de manera distinta. En la raíz,
engarzando esas operaciones naturales y esenciales, se encuentra un núcleo
personal, una intimidad, la de cada quien.
Tenemos entonces que no es igual la naturaleza humana o esencia y la persona
humana. La persona no se reduce a su tener, ni a su inteligencia ni a ninguna de
sus facultades; tampoco se reduce a sus virtudes éticas. Se puede tener alguna
potencia o facultad un tanto deterioradas y, sin embargo, seguir siendo persona,
y es desde ésta desde la que se desarrollan o dirigen las facultades humanas.
Más importante que la naturaleza y esencia es la persona; aquellas se subordinan
a ésta. Por ejemplo, sólo si la persona quiere pensar lo hace. La esencia es dirigida
desde la persona: cada quien dirige el curso de su vida natural y esencial, desde
su núcleo más íntimo, personal, que es único e irrepetible.
El reconocimiento de la persona lo saben bien las madres, las cuales distinguen
y aman a sus hijos de manera personal. Por eso, no se puede sustituir a uno de sus
hijos por otro. No se puede intentar cambiarle a uno, que quizá sea poco dotado
intelectual o físicamente, por otro diferente. Para ella, cada hijo es una persona
única.
Con todo, la esencia humana va intrínsecamente unida a su acto de ser
personal. Si se pregunta ¿qué somos?, respondemos: un ser humano; y si se sigue
preguntando: ¿qué es un ser humano? La respuesta de Aristóteles es: un ser que
posee razón. Es la respuesta basada en la naturaleza humana: un individuo
poseedor de naturaleza racional, un animal racional, una unidad sustancial de
cuerpo y alma racional.
Pero es importante diferenciar el ser y el tener, para poder unirlos, porque la
respuesta de Aristóteles se queda en el ámbito del tener. Si uno pregunta a
alguien: ¿Tú eres tu inteligencia?, ¿Tú eres tu voluntad?, ¿Tú eres tus sentidos?
Claramente nos responderá que no, ya que si bien tiene inteligencia, tiene
voluntad, tiene sentidos, pero no es eso. Por eso no hay que confundir el ser con
el tener. El ámbito del tener en el ser humano es muy amplio, como hemos visto,
no sólo está el tener intrínseco de las facultades humanas, sino todo el vario pinto
mundo del tener material.
En cambio, la persona responde a la pregunta ¿quién soy? Ese quién no es
común, como lo es la naturaleza humana, sino que se trata de un ser único,
personal, insustituible e irrepetible. En ese nivel personal radica la distinción clave,
no sólo en relación de las demás personas humanas, sino respecto de las
personas divinas.
La naturaleza en rigor atañe a la base corpórea; la esencia humana es, como
hemos señalado, lo más alto, el alma racional, que no tiene base material, sino
que espiritual, ya que la inteligencia y la voluntad humanas realizan actos que
no tienen base corpórea, aunque obviamente vayan juntos, porque uno no se

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quita la cabeza o el cerebro para pensar, aunque el pensar no sea orgánico.
Una cosa es que vayan juntos cuerpo y alma racional y otra que se reduzca el
espíritu al cuerpo, si bien hay que subrayar que van juntos.
Si es nefasto el materialismo que considera que el ser humano es solo cuerpo,
también lo son las concepciones angelistas, las cuales son erróneas porque el ser
humano no tiene solo alma racional, sino también cuerpo. Como dice Aristóteles,
el hombre no es ni una bestia ni un Dios. Por ello hay que darle la importancia
debida a los bienes corpóreos (dinero, medios materiales etc.) y sus
correspondientes necesidades, también hay que atender a los bienes y
necesidades espirituales, tanto los que se refieren a los del conocimiento como
a las virtudes éticas. Este último nivel ético, es, en el plano natural, el nivel más
importante y el más propiamente humano, ya que es lo que nos diferencia de los
animales.
2. La dignidad humana: en el tener inteligencia y en ser persona
Un modo de fundamentar la dignidad humana es empezar por su naturaleza y
esencia humanas. Nuestro cuerpo es diverso al de los animales, y existe además
una dignidad en virtud del alcance de las operaciones propiamente humanas,
ya que el pensar y el querer tienden al infinito.
Esa infinitud del alcance de sus operaciones es lo que distingue al hombre de los
animales, cuyas operaciones –al ser solo sensibles– son finitas, muy acotadas,
singulares. Según la antropología aristotélica, la nobleza del ser humano radica
en su capacidad racional. La gran capacidad de la inteligencia le lleva al
hombre a conquistar y ser señor del universo, a hacer ciencia, a captar lo infinito,
a alcanzar a Dios y, consiguientemente, a querer con ese alcance de eternidad.
Como ya señalamos, aquello que es común en todos los seres humanos, es la
base del humanismo clásico. El humanismo que nació en Grecia, con los filósofos
socráticos, entre los siglos V y IV a. C., puso de relieve la importancia del ser
humano, en atención a su dimensión espiritual.
Sus averiguaciones sobre el ser humano son muy importantes. Con todo, se
trataba de un humanismo pagano, ya que en esa época no habían recibido
todavía el mensaje cristiano. En general, el humanismo enaltece al ser humano
en base a su naturaleza racional, pero eso es insuficiente. Existen diferentes
humanismos, por ejemplo, el renacentista, el moderno, el marxista, etc. Sin
embargo, no todas las concepciones del hombre –aun resaltando su
importancia– llegan a ver o aceptar su condición de criatura, su dimensión
trascendente, como lo hace el humanismo cristiano.
Por eso, aunque es necesario respetar esas dimensiones básicas que son la
naturaleza y la esencia humanas, que sería como el primer grado de la dignidad
humana, aquello no basta. Se requiere también tener en cuenta la dimensión
central, la del ser personal, en la cual se da una dignidad todavía mayor. Esa

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dimensión personal se puso de relieve de manera muy profunda en el
planteamiento cristiano, que considera a la persona humana como el término
de una iniciativa divina: creada, redimida y sostenida de manera personal. Esta
índole sacra de la persona humana es, en definitiva, el fundamento de su
dignidad.
Así, cada persona es un quién insustituible en razón del amor divino. Lo es desde
el inicio de su vida humana. Esta singularidad no radica solo en su código
genético, sino en el mismo hecho de existir, ya que estadísticamente, la
improbabilidad de la existencia de cada persona es muy alta. Actualmente,
desde el ámbito de la ciencia, se han dado a conocer datos sorprendentes sobre
el momento de la concepción.
En esa línea y abreviando mucho se puede decir que para fecundar la célula
materna acuden miles de células paternas y sólo una logra fecundar el óvulo
materno. Si hubiera llegado otra célula paterna el concebido hubiera sido otro,
su hermano, pero no él. Se puede decir que, para que una persona sea
concebida, se dejan 10ⁿ posibilidades de que otras nazcan.
Estadísticamente la improbabilidad aumenta al considerar qué hubiera pasado
si sus padres no se hubieran conocido, si sus padres no hubieran nacido, ni sus
abuelos, etc. La existencia de cada ser humano es una gran novedad. Cada
quien es completamente original, y tiene tanta importancia que –por decirlo de
algún modo– su costo de oportunidad es muy alto. ¿Por qué existe él y no
cualquiera de esas 10ⁿ personas que pudieron ser? Si nuestro acto de ser no es
por casualidad, si somos término de un acto de sabiduría y de amor
trascendente, entonces nuestra existencia tiene un lugar dentro del plan divino,
con una consiguiente misión también.
Otra posibilidad nos llevaría al absurdo, a lo que no tiene razón de ser. No es de
extrañar que muchos filósofos modernos que pasaron por alto esta verdad sobre
el hombre se encontrasen ante su propio ser y, en general ante el de los demás,
como con algo absurdo, sin explicación y por consiguiente sin sentido. Si
buscamos una explicación coherente, tenemos que la existencia de la persona
humana no es producto del azar o de la casualidad, sino que somos término de
una iniciativa que nos trasciende: un Ser Supremo, una Inteligencia y Amor nos
ha preferido, nos ha elegido en lugar de una multitud de otros seres humanos
que podrían haber existido en nuestro lugar.
Predilección está conformado por la palabra dilección o dilectio4, que tiene
como base el diligere que es amar. Así, la persona humana es predilecta, es
amada con amor de predilección. El ‘pre’ significa anterioridad por lo que
‘predilecto’ significa amado con anterioridad, y el ‘antes’ más absoluto es el de
la eternidad. No tenemos nuestro ser por nosotros mismos ni por nuestros padres
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Diligere es una palabra latina que significa amar y que está muy relacionada con la diligencia, la
cual no quiere decir moverse continuamente en un activismo, sino que consiste en amar.

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(que son colaboradores), sino que lo hemos recibido del Creador. Los padres
ponen la dotación genética, lo corpóreo, pero la persona no es el resultado de
los genes, sino creada de manera personal. En este planteamiento creacionista
la persona humana vale tanto que Dios la ha escogido amándola radicalmente.
Éste es el fundamento último de nuestra dignidad: su origen y destino
trascendente, por lo que cada quien nace del amor y está destinado a amar.
Aunque el ser humano es radicalmente hijo, evidentemente cabe rechazar esa
condición. El hombre moderno, confundido por su afán independentista, no
quiere ser hijo. El no querer deberle nada a nadie, va de la mano con
considerarse a sí mismo como un absoluto. Con ello se ha condenado a sí mismo
a una existencia sin sentido, no sabe de dónde viene ni a dónde va.
Curiosamente, entonces se ha hecho más dependiente, no solo de sus intentos
de independencia, sino que –en definitiva– se ha hecho esclavo de cosas de
menor categoría, a las cuales se ha subordinado.
El ser humano no puede pretender vivir sin vínculos, no puede evitar querer algo
como bien o fin, debido a que su voluntad está hecha para adherirse al bien.
Pero si no tiene una jerarquía de bienes o valores puede quedarse en bienes de
poca categoría, aunque su voluntad tienda al infinito, al Bien Absoluto. Por eso
suele suceder que cuando se niega todo vínculo con el Origen, la paternidad
divina se sustituya por esclavitudes que, en lugar de mejorar o enaltecer al
hombre, lo denigran.
Por otra parte, atender a la dimensión trascendente es muy conveniente para el
ser humano, ya que tal como hemos señalado, si la voluntad humana tiende a
un bien tan alto como el Bien Supremo, éste tira de las potencias o facultades,
de las energías del sujeto, de un modo insospechado, fortalece y agranda su
voluntad, lo cual redunda inevitablemente en su acción práctica, incluida su
vida social, familiar y laboral.
En definitiva, ver a las personas –a nosotros mismos– como creados, dependiendo
de Dios, lleva a tener en cuenta su dimensión sacra, la personal, y a obrar en
consecuencia. El tener un sentido trascendente de la vida nos agranda la visión,
la hace más profunda y, además, nos lleva al esfuerzo para contar con ello en el
día a día. Echar a Dios de la vida humana trae serias consecuencias personales
y sociales, porque se niega una parte importante de la realidad humana.
Además, es una postura realista muy consecuente que no recorta la realidad, y
Dios es la Realidad suprema. La persona humana no se puede entender sin Dios
y sin su dimensión trascendente que se vive en términos de donación.
3. Las manifestaciones personales
La persona humana se manifiesta, más o menos, a través de la esencia humana;
por ello ésta tiene una gran importancia. El perfeccionamiento de la naturaleza
humana es una tarea personal; cada quien genera hábitos con la realización y
repetición de acciones. Nuestra libertad personal nos lleva a adquirir hábitos
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buenos que se llaman virtudes, y que son disposiciones que constituyen una
‘segunda naturaleza’, con lo cual la donación –en el trabajo, en la familia, en la
sociedad– puede hacerse posible.
Sin embargo, insistimos en la unidad o integridad entre la esencia y el acto de ser
personal. El ser humano no es ni una bestia, ni un ángel, ni Dios, y si bien no se
reduce sólo a su aspecto corpóreo, orgánico o sensible, ya que también posee
espíritu, tampoco se reduce a éste. Si está equivocado el materialismo que
reduce al hombre a sus operaciones orgánicas, también lo están aquellos
«espiritualismos» que consideran que el hombre es puro espíritu.
Es un error definir al hombre sólo como ser racional o espiritual, porque eso es la
esencia de un ángel o de otra manera el ser de Dios, pero el hombre no es
ninguno de ellos. La naturaleza humana no es indiferenciada, sino que es, como
hemos señalado, específica, es decir, que tiene unas características muy propias.
Entre éstas se encuentra la que presenta su propia racionalidad, que está
activada desde la intimidad personal.
De ahí que la persona humana está llamado a dirigir su vida mediante ese gran
recurso que es su inteligencia y con la consiguiente voluntad. De manera que en
la medida en que se vayan ejerciendo operaciones cada vez más influidas por
su racionalidad va consiguiendo perfeccionar su naturaleza. Este
perfeccionamiento de su naturaleza es lo que va configurando su esencia y va
haciendo camino a la libertad personal.
Como hemos señalado anteriormente, la influencia cada vez mayor de la
racionalidad en la vida humana es un cometido propio del ser humano. La
racionalidad humana puede incluso llegar a «racionalizar» lo que no es racional,
como son las tendencias y apetitos de la sensibilidad. Entonces, la unidad de la
vida humana natural se hace mayor cuando las facultades espirituales
gobiernan a las sensibles, de manera que eso lleve a una vida propiamente
humana, en la que lo corpóreo y sensible esté integrado en lo espiritual. Inclusive
a Dios vamos no sólo con nuestro espíritu, sino con todo nuestro ser, y existe
también una riqueza de expresividad corporal que el amor a Dios suscita.
Así, no hay que olvidar que la persona se manifiesta a través de su esencia, de
manera que la tarea sigue siendo ésa: perfeccionar la naturaleza humana. En
definitiva, se podría decir que la naturaleza es la base de la esencia humana,
pero que esa naturaleza tiene que ser ‘trabajada’, por lo que el hombre tiene
como reto el de lograr una unidad a través de la virtud, ya que sólo así inhiere lo
espiritual en lo sensible o corpóreo gobernándolo.
En suma, siguiendo la tradición clásica, aristotélica y tomista, la antropología se
continúa con la ética, o bien, la ética es segunda respecto de la antropología.
Sin embargo, es oportuno recordar que tal como vimos al comienzo, hay
diferencias muy considerables entre la antropología de Aristóteles y la de Tomás

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de Aquino. Aquel logró hacer averiguaciones muy importantes del ser humano,
pero ignoró que era ser persona.
a) La noción de persona
En la línea anterior, la noción de persona sólo aparece con el cristianismo, en el
que se trata de las personas divinas y de las personas humanas. Esta comporta
mayor riqueza que la simple noción de ser humano, aunque no la excluye, la
integra y perfecciona. En la filosofía cristiana, especialmente en la de Tomás de
Aquino, se considera la distinción real essentia-esse (esencia-acto de ser), que
integra a la esencia y a la naturaleza humana, el aporte clásico, en un acto
mayor, que es el acto de ser creado, el acto de ser personal.
De acuerdo con este planteamiento creacionista la persona humana difiere de
la persona divina, en que en la primera hay distinción real de esencia y acto de
ser; en cambio en la segunda hay identidad entre la esencia y el acto de ser.
Dios ‘es’ el Ser. En el hombre la distinción real supone un planteamiento
creacionista porque, al ser realmente distintos la esencia y el acto de ser, eso
quiere decir que éste lo ha recibido, que uno no ‘es’ el ser, sino que éste le ha
sido dado por parte de Quien le ha creado.
La naturaleza humana, la esencia humana, aún perfeccionada por los hábitos,
se queda corta respecto de la dimensión personal. La definición de la naturaleza
humana es bastante acertada pero no suficiente, pues es suficiente para
entender al ser humano en su radicalidad más profunda; porque seres humanos
somos todos (todos tenemos cuerpo y alma), de modo que en eso somos iguales,
uno es tan ser humano como el que vive en Asia, en Europa o en África; pero
somos personas distintas, somos un quién personal.
La originalidad de la persona, no se basa en los aspectos corpóreos.
Evidentemente que cada uno tenemos unos rasgos corpóreos bastante
individuales. Pero, lo individual, está determinado por la cantidad y ésta es una
propiedad de la materia (materia signata quantitate). A la pregunta: ¿nos
diferenciamos por «estas carnes y en estos huesos»? la respuesta es que no sólo
ni radicalmente, pues eso es muy poca distinción.
En el planteamiento de Aristóteles, entre los niveles del tener está el nivel superior
que es el de las tenencias éticas e intelectuales, que son superiores al nivel
corpóreo y material. Este es el primer nivel, pero por encima de él están otros
niveles de posesión humana como son el cognoscitivo y el de los hábitos.
Entonces podríamos decir: ¿nos diferenciamos en cuanto a nuestra posesión
cognoscitiva? Desde luego que unos conocen más y mejor que otros; sin
embargo, lo propio de la persona humana no se reduce a ese nivel. Pasando al
otro nivel, ¿podría ser que nos diferenciáramos en cuanto a los hábitos que
poseamos? Hay quienes son ordenados y otros no lo son, unos son fuertes y otros
pusilánimes, etc.

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La posesión o no de virtudes nos hace diferentes, es más: aquella es una
diferencia importante, pero tampoco es la radical. Sucede que tenemos algo
que es más importante que ser físicamente de una manera u otra, que poseamos
más o menos bienes materiales y cognoscitivos, y que tengamos más o menos
perfeccionada la propia naturaleza.
Si vamos más allá del nivel natural y esencial, descubrimos que la intimidad, el ser
personal, es un acto por el cual cada ser humano es constituido como un quién.
Este acto es creado, no sólo porque –según los argumentos clásicos– nadie
puede darse a sí mismo el ser (ya que ni él mismo es el ser ni lo tiene desde
siempre), porque entonces desde siempre habría existido, sino porque las
personas somos términos de un acto de amor personal creador.

b) Los trascendentales personales


1) La coexistencia
Según Leonardo Polo, el acto de ser personal humano, que es radicalmente abierto
a las personas divinas y a las otras personas humanas, es co-existencia, es decir, una
intimidad que es apertura radical que no está sola sino que su existencia es CO-,
abierta a otros seres. Justamente por eso la persona es lo más lejos del individuo en
cuanto aislado, separado de los demás.
Obviamente, la riqueza de la persona es tanta que no podemos dar buena cuenta
de ella en estas pocas páginas, si bien trataremos de descubrir unos radicales que
se convierten entre sí con el propio acto de ser personal. Es lo que veremos
brevemente a continuación, con los trascendentales del ser personal que a partir
de la co-existencia son: conocer, amar, libertad personales o trascendentales
personales.
La persona humana no se auto-consuma en sí misma, sino que está abierta hacia
fuera y hacia dentro, pues coexiste con el ser del universo, con las demás personas
y con Dios. Por este no encerrarse en sí misma la persona supera la noción de sujeto
tal como se ha concebido en la modernidad. De esta manera se diferencia la
noción de persona de la de sujeto en sentido individualista. La persona humana no
puede entenderse como un absoluto dinamismo humano, auto-constituyente,
íntimamente menesteroso.
Esa co-existencia, es una apertura que en primer lugar es respecto de su Origen
trascendente. En atención a ello, podemos ver que la expresión «el hombre es
persona», equivale a «el hombre depende de Dios, su Origen». La pretensión de
autonomía es como una manifestación de orfandad; es la consideración del
hombre como un ser que empieza desde sí y termina en sí mismo. Sin embargo, la
ruptura de esa filiación cierra la radicalidad de su ser. Por eso, la persona humana
concentra su unicidad en un depender radical.

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2) El conocer y el amar personales
Como se ha señalado, Leonardo Polo va más allá del aporte aristotélico y
recogiendo el aporte tomista lleva adelante la noción de persona, descubriendo y
poniendo de relieve que es la instancia cognoscitiva más radical. Ese acto de ser
con el que hemos sido puestos en la existencia está abierto radical y
cognoscitivamente a la realidad.
En este sentido dicho filósofo de estos últimos tiempos, eleva la noción de intelecto
agente de Aristóteles (s. IV a. C.) al nivel del ser personal. Por ello la persona es un
conocer radical, admirablemente abierta cognoscitivamente.
Y junto con ser un conocer radical la persona es amar, es un ser, un sujeto, que no
es individuo, sino donante. Ser sujeto donante eso es el ser personal. Ciertamente la
persona debe acudir a su esencia para buscar el amor para poder amar, para
entregarse en las distintas circunstancias en las que se encuentre; pero a ello es
movida de manera radical, personalmente.
3) La libertad trascendental
¿Qué sería un conocer y un amar radicales, sino fueran libres? No se puede poner
“puertas” al campo y la persona es un despliegue radical libre. La persona es
libertad trascendental. Esto que buscaban a tientas los modernos, y que muchas
veces se reducía a pura arbitrariedad, aquí queda elevada al carácter de persona
y, como tal, la libertad con quien primero se ejerce es respecto de Dios.
Así, podemos ver que nuestro ser se puede entender como intimidad, como
persona, como co-existencia, como conocer, como libertad y como amar radical.
Cada uno de nosotros es un quien, una persona única, irrepetible e insustituible, en
dependencia con Aquel Ser Supremo que le ha dado el ser personal amorosamente
y se lo conserva.

c)El planteamiento creacionista


Finalmente, como se puede apreciar, para entender adecuadamente la noción de
persona se requiere de un planteamiento creacionista; por esto Aristóteles no llegó
a la noción de persona, porque fue un filósofo que, aunque genial, no descubrió la
noción de creación, ya que ésta se conoció con el advenimiento del cristianismo y
él vivió cuatro siglos antes.
Dentro del planteamiento creacionista, Dios es un ser personal que ha creado a las
criaturas humanas con un acto de ser personal. En su sentido estricto la noción de
persona se aplica a un sujeto cuyo ser está engarzado en el Amor y a Él se ordena.
Por ello puede decirse que lo propio de ser persona es ser un sujeto donante, porque
la persona sólo se entiende si se corresponde con otro ser también personal.

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Los seres humanos tenemos una categoría personal, somos un «quién» que en toda
la riqueza del ser personal se abre a otro u otros «quienes». De ahí que las personas
no puedan ser intercambiables como las cosas, y su dignidad las eleva por encima
de la condición de mero objeto, precisamente por la radicalidad de su ser personal.
Esta índole personal del ser humano es lo que hace obligado el respeto a la vida
humana desde el momento de la concepción.
Desde ese instante somos el término de un querer divino, somos un quién, personal,
único, irrepetible e insustituible; no somos un objeto o una cosa cualquiera que
puede ser desechada al capricho de otro. Por ello también el derecho de la vida
humana es el más fundamental, porque sin él no se puede tener ninguno de los
demás, y se le niega la posibilidad de realizar una misión y de remitir el propio ser
personal a las demás personas. Un ámbito impregnado de nuestro ser personal es el
de la familia y otro el del trabajo humano, ya que en ellos es donde más se
manifiesta nuestro ser personal.
El hecho de trabajar es personal porque supone aportar libre y generosamente lo
mejor de uno mismo para contribuir al bien de los demás, y al bien común de la
sociedad. En cuanto que la persona está abierta, es radicalmente libre y donal. En
tanto que libertad, la intimidad, la persona, es el núcleo del puro aportar. Por ello el
trabajo está orientado a perfeccionar el universo y a contribuir al perfeccionamiento
propio y de los demás, y no a que su beneficio sea sólo para uno, como lo proponen
algunas corrientes neoliberales. Por otra parte, el trabajo puede ser un medio para
ofrecer dones a Dios.
También por esto el ámbito familiar, como el laboral, tiene que tener las condiciones
que le permitan al ser humano perfeccionarse, y perfeccionar al mundo y a los
demás. Cuando no se tienen en cuenta ni a la persona ni a los fines del trabajo,
cuando se esclaviza a las personas, cuando se sofoca sus capacidades o se impide
su desarrollo, se está atentando contra su dignidad personal. La persona humana
no es una cosa u objeto cualquiera que se ponga para el uso o los intereses egoístas
de otro u otros; usarla es inmoral.
Hoy cabe el peligro de la esclavitud universal, el sometimiento de algunas personas
a la condición de simples medios, sacrificados en aras del poder económico,
político, etc. nclusive la técnica que es producto del hombre pareciera que se nos
va de las manos y que podría dar lugar a que el hombre se vea sometido por sus
propios artefactos, en lugar de ponerlos al servicio del despliegue de su ser personal,
usándolos como medios que contribuyan al perfeccionamiento del hombre.
d)El destino humano
Una vez entrevista nuestra realidad personal, podemos plantearnos nuestro destino
último. Nos queda ser consecuentes con nuestra realidad personal y vivir en términos
de donación. Esa donación debe tratar de obtener de la esencia humana los dones
que va a ofrecer, es decir que tenemos un trabajo de perfeccionamiento de nuestra

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propia naturaleza para hacer más real nuestra entrega como personas humanas,
tanto a las personas humanas como a las divinas.
La manera de perfeccionar la naturaleza ya hemos dicho que se lleva a cabo a
base de adquisición de hábitos perfectivos o virtudes. Así es como se hace posible
nuestro crecimiento. Como decíamos al comienzo, los seres humanos somos
realidades «vivas»; desde esta perspectiva sólo tenemos una exigencia básica:
crecer. De lo contrario, se muere, pero esto último no es propiamente lo que
corresponde a un ser vivo.
Podemos decir «stop» a proyectos personales, porque no es el momento, no se dan
las circunstancias o no se tienen los medios, pero a nuestra propia vida no le
podemos poner un «stop», ya que sería el cierre de todas las posibilidades. La vida
sigue su curso y en ella podemos crecer o no, pero si no crecemos nos estamos
cerrando todas las posibilidades, ya que cuando se ejercita una virtud, ese acto ha
dejado «mejorado» y mejor dispuesta a la facultad para realizar el siguiente, y si allí
se prosigue, queda abierto el camino para el siguiente que será mejor que el
anterior.
En definitiva, el crecimiento propiamente humano es irrestricto. Evidentemente que
en el ejercicio de la virtud se cuenta con retrocesos, pero lo importante es no
quedarse ahí, sino aprender de la experiencia y reunir nuevamente todas las
facultades para volver a emprender el camino por el cual cada día es una nueva
ocasión de crecimiento. Vivir es crecer, optimarse, perfeccionarse. Sólo entonces se
pueden lograr los fines más altos y ser realmente personas, sujetos donantes. Como
vimos, el aporte de los modernos lo constituye precisamente la noción de sujeto,
como lo más relevante.
En este sentido se puede decir que con la noción de sujeto se ‘barrunta’ la noción
de persona. Para los modernos el hombre no es una parte de los vivientes sin más,
sino que se destaca suficientemente. Sin embargo, por poner demasiado el acento
en la grandeza del ser humano, lo desvinculan de toda posible dependencia divina.
Pero esto ha traído muchas desgracias, no sólo a quien se considera individualista,
sino también a su entorno social familiar, laboral, etc. Al negar toda radicalidad
trascendente, el hombre moderno desvincula su libertad personal respecto de las
otras personas humanas y divinas.
Con lo cual las consecuencias más inmediatas pasan por la soledad del hombre
moderno (el superhombre de Nietzsche considera que cada uno es frío respecto de
otro, como un Sol respecto de otro). En esas condiciones la voluntad se curva hacia
sí misma o se lanza al ataque del pragmatismo, es decir, que se dedica a la acción
desaforadamente, a la espera de que a través de la propia acción uno se
encuentre a sí mismo, ejercitando una libertad indeterminada desde el arranque y
desvinculada con todo fin último. Pero ésta cae en el sin sentido, en el absurdo total,
lo cual es una gran desgracia para el ser humano.

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Sin embargo, si se es consecuente con la prevalencia que se otorga al sujeto
humano, se podría descubrir en la noción de sujeto la de persona humana como
sujeto donante o aportante, lo que llevaría a emplear la libertad personal
enteramente, ya que se destinaría a las personas divinas, y por ellas y con ellas, a las
humanas, es decir que 10 redescubriría el sentido y la misión de su ser personal. A
partir de ello se ve el poco cometido que tienen las diversas ideologías como el
materialismo que ve al ser humano con un solo fin: poseer bienes materiales y ser un
consumidor, el hedonismo que considera que el sentido de la vida humana es el
placer, los gustos, la comodidad, etc., el utilitarismo que todo lo somete a lo útil, el
pragmatismo a los resultados externos, etc.

(Tomado del libro Hacia el descubrimiento del ser personal, de Genara Castillo,
UDEP, 2013)

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