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Persona y Sociedad

HUMANIDADES Nivelación 2023

Separata 9:
La persona humana
Como la persona humana es lo más profundo del ser humano, empezaremos por partir de la
naturaleza y esencia humana, y de esta manera descubrir esa raíz en la cual aquellas dimensiones
humanas se integran.

1. Naturaleza, esencia, yo y persona

Si tuviéramos que resumir el aporte de los clásicos griegos, especialmente de Aristóteles,


podríamos afirmar que sus aportes se refieren a la noción y despliegue de la naturaleza y a la de la
esencia humana. La naturaleza es definida como “principio de operaciones” y la esencia como la
naturaleza humana perfeccionada o desarrollada 1.

Tanto la naturaleza como la esencia siempre están en la línea posesiva. Leonardo Polo
resalta que según el planteamiento aristotélico, el hombre es un poseedor, es un ser que tiene logos,
razón2.

a) Tres niveles del tener

A partir de su posesión de ‘logos’ el hombre puede poseer en muchas dimensiones.

Posesión técnica. El ser humano es técnico, puede usar instrumentos, y puede procurarse
medios materiales; de manera que puede adscribirse bienes corpóreos, por ejemplo, un anillo, un
vestido, etc. Es el amplio mundo de la pragmática humana, en la cual el hombre –a diferencia de
los animales– es capaz de relacionar medios con fines, precisamente porque entiende lo que
significa un medio en cuanto tal.

Sin embargo, esa posesión es extrínseca, por lo que el nivel de posesión corpórea no es la
más importante, ya que la adhesión a los bienes materiales no es tan intensa precisamente porque
es externa y, por tanto, se puede perder. Por ello no basta con poseer en ese nivel; hace falta poseer
en otros niveles que son subordinantes y superiores respecto de aquel que es básico.

Posesión noética. Un segundo nivel de posesión es el que se da a través de la inteligencia,


el cual es más intenso que el anterior por ser intrínseco, pues lo que uno posee en la mente es algo
que se posee de manera más intensa que un anillo o un vestido.

Posesión ética. Por encima de la inmanencia de las posesiones intelectuales se encuentra un


tercer nivel que es el de la posesión ética, que es el superior, y que integra, mueve y subordina a
los otros dos niveles.

En el nivel de posesión ética lo dinámico del ser humano toca a lo ontológico, ya que según

1
“El término naturaleza significa generalmente la esencia en cuanto principio de operaciones”. FORMENT, E., “Comentario a De ente et essentia”,
Eunsa, Pamplona, 2003, 71
2
ARISTÓTELES, Política, Libro I, capítulo 2.

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Aristóteles las virtudes proporcionan una ‘segunda naturaleza’ y son más configurantes que los
conocimientos. Lo importante de este tener ético es que por medio de las virtudes nos hacemos
asequibles los bienes del segundo y del primer nivel y, además, podemos disponer de ellos
adecuadamente 3.

Así, la virtud ética es el punto culminante de la antropología aristotélica y el punto de engarce


con la filosofía cristiana que recoge todas esas grandes averiguaciones acerca del ser humano y
completa el tener con el dar, ya que la noción de persona está en la línea de la donación.

b) El nivel del ser

En esta línea nos podemos preguntar: ¿qué añade la noción de persona humana a las de
naturaleza y esencia humana? La naturaleza humana es común a todos los seres humanos. De
acuerdo con la definición clásica, el hombre es un ser que posee alma racional, la cual integra los
niveles de vida vegetativa y sensitiva.

La naturaleza humana responde a la pregunta ¿qué es el ser humano? Y en ese sentido


todos somos iguales, ya que todos contamos con esas facultades humanas que hemos estudiado.
Y como esas facultades no son estáticas, sino dinámicas y cada quien las hemos desarrollado de
alguna manera, se suele llamar esencia humana a la naturaleza humana desarrollada o
perfeccionada, porque la palabra esencia denota perfección.

En la naturaleza humana racional, común a todos, descansan los derechos humanos que son
universales; si bien el desarrollo de la naturaleza, la esencia humana de cada quien, es diversa,
todos han desarrollado de alguna manera su dotación natural.

Pero hasta ahí se ha respondido a la pregunta de qué es el ser humano, y no se ha respondido


a la pregunta sobre quién es. Lo más relevante en el ser humano, por encima de sus potencias o
facultades, inclusive de las cualidades o virtudes que tenga en su esencia, es su realidad de persona
humana. De ahí que en atención al ser personal, se puede decir que cada quien es una persona
distinta, única, irrepetible e insustituible. Éste no es un aporte que Aristóteles no vio, ya que la noción
de persona aparece con el cristianismo.

Así pues, cuenta mucho en la esencia humana, el ejercicio de lo específicamente humano


(inteligencia y voluntad) y a partir de ahí lo que cada quien ha hecho con su naturaleza, que si bien
todos los humanos la reciben completa, sin faltarle ni una potencia o facultad, sin embargo, cada
quien la desarrolla de manera distinta. En el fondo, engarzando esas operaciones naturales y
esenciales, se encuentra un núcleo personal, una intimidad, la de cada quien.

Tenemos entonces que no es igual la naturaleza o esencia que la persona humana, lo primero
está en el ámbito del tener y la persona en el del ser. El ser no se reduce a su tener, ni a su
inteligencia ni a ninguna de sus facultades; tampoco se reduce a sus virtudes éticas. Se puede tener
alguna potencia o facultad un tanto deterioradas y, sin embargo, seguir siendo persona, y es desde
ésta que se desarrollan o dirigen las facultades humanas. Más importante que la naturaleza y
esencia es la persona; aquellas se subordinan a ésta. Por ejemplo, sólo si la persona quiere pensar
lo hace. La esencia es dirigida desde la persona: cada quien dirige el curso de su vida natural y
esencial, desde su núcleo más íntimo, personal.

Esto lo saben bien las madres, las cuales distinguen y aman a sus hijos de manera personal.
Por eso, no se puede sustituir a uno de sus hijos por otro; no se puede intentar cambiarle a uno,
que quizá sea poco dotado intelectual o físicamente, por otro diferente; para ella, cada hijo es una
persona única.

Si se pregunta ¿qué somos? respondemos: un ser humano; y si se sigue preguntando: ¿qué


es un ser humano? Según Aristóteles es un ser que posee razón. Es la respuesta basada en la

3
Atendiendo a estos tres niveles de tenencias, se ha formulado la noción de pobreza como carencia no sólo de bienes materiales, sino además de
competencias intelectuales y especialmente de carencia de virtudes. De ahí que en el ámbito económico se considera que si los miembros de una
sociedad adquieren educación suficiente y evitan las prácticas corruptas, entonces está preparada para crecer económicamente (primer nivel) con
sostenibilidad.

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naturaleza humana: un individuo poseedor de naturaleza racional, un animal racional, una unidad
sustancial de cuerpo y alma racional.

En cambio, la persona responde a la pregunta ¿quién soy? Ese quién no es común, como lo
es la naturaleza humana, sino que se trata de un ser único, personal, insustituible e irrepetible. En
ese nivel personal radica la distinción clave, no sólo en relación de las demás personas humanas,
sino respecto de las personas divinas.

La naturaleza humana es corpórea si bien donde se ve con mayor resplandor es en la esencia


humana ya que el alma humana posee facultades espirituales. Si es nefasto el materialismo que
considera que el ser humano es solo cuerpo, también lo son las concepciones angelistas, las cuales
son erróneas porque el ser humano no tiene solo alma, sino también cuerpo. Como dice Aristóteles,
el hombre no es ni una bestia ni un Dios.

Por ello hay que darle la importancia debida a los bienes corpóreos (dinero, medios materiales
etc.) y también hay que atender a la necesidades y a los bienes espirituales, tanto los que se refieren
a los del conocimiento como a las virtudes éticas. Este último nivel es, en el plano natural, el más
importante y el más propiamente humano, ya que es lo que nos diferencia de los animales.

2. La dignidad humana

Un modo de fundamentar la dignidad humana es empezar por su naturaleza y esencia


humanas. Nuestro cuerpo es diverso al de los animales, y existe además una dignidad en virtud del
alcance de las operaciones propiamente humanas, ya que el pensar y el querer tienden al infinito.
Esa infinitud del alcance de sus operaciones es lo que distingue al hombre de los animales, cuyas
operaciones –al ser solo sensibles– son finitas, muy acotadas, singulares.

Según la antropología aristotélica, la nobleza del ser humano radica en su capacidad racional.
La gran capacidad de la inteligencia le lleva al hombre a conquistar y ser señor del universo, a hacer
ciencia, a captar lo infinito, a alcanzar a Dios y, consiguientemente, a querer con ese alcance de
eternidad. Eso que es común en todos los seres humanos; es la base del humanismo clásico.

El humanismo que nació en Grecia, con los filósofos socráticos, entre los siglos V y IV a. C.,
puso de relieve la importancia del ser humano, en atención a su dimensión espiritual. Sus
averiguaciones sobre el ser humano, son muy importantes. Con todo, se trataba de un humanismo
pagano, ya que en esa época no habían recibido todavía el mensaje cristiano.

En general, el humanismo enaltece al ser humano en base a su naturaleza racional, pero eso
es insuficiente. Existen diferentes humanismos, por ejemplo, el renacentista, el moderno, el
marxista, etc. Sin embargo, no todas las concepciones del hombre –aún resaltando su importancia–
llegan a ver o aceptar su condición de criatura, su dimensión trascendente, como lo hace el
humanismo cristiano.

Por eso aunque es necesario respetar esas dimensiones básicas que son la naturaleza y la
esencia humanas, que sería como el primer grado de la dignidad humana, aquello no basta. Se
requiere también tener en cuenta la dimensión central, la del ser personal, en la cual se da una
dignidad todavía mayor. Esa dimensión personal se puso de relieve de manera muy profunda en el
planteamiento cristiano, que considera a la persona humana como el término de una iniciativa
divina: creada, redimida y sostenida de manera personal. Esta índole sacra de la persona humana
es, en definitiva, el fundamento de su dignidad.

Así, cada persona es un quien insustituible en razón del amor divino. Lo es desde el inicio de
su vida humana. Esta singularidad no radica solo en su código genético, sino en el mismo hecho de
existir, ya que estadísticamente, la improbabilidad de la existencia de cada persona es muy alta.
Actualmente, desde el ámbito de la ciencia, se han dado a conocer datos sorprendentes sobre el
momento de la concepción. Abreviando mucho se puede decir que para fecundar la célula materna
acuden miles de células paternas y sólo una logra fecundar el óvulo materno. Si hubiera llegado
otra célula paterna el concebido hubiera sido otro, su hermano, pero no él.

En ese sentido se puede decir que, para que una persona sea concebida, se dejan 10ⁿ

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posibilidades de que otras nazcan. Estadísticamente las improbabilidades aumentan al considerar


qué hubiera pasado si sus padres no se hubieran conocido, si sus padres no hubieran nacido, ni
sus abuelos, etc. La existencia de cada ser humano es una gran novedad. Cada quien es
completamente original, y tiene tanta importancia que –por decirlo de algún modo– su costo de
oportunidad es muy alto. ¿Por qué existe él y no cualquiera de esas 10ⁿ personas que pudieron
ser?

Si nuestro acto de ser no es por casualidad, si somos término de un acto de sabiduría y de


amor trascendente, entonces nuestra existencia tiene un lugar dentro del plan divino, con una
consiguiente misión también. Otra posibilidad nos llevaría al absurdo, a lo que no tiene razón de
ser. No es de extrañar que muchos filósofos modernos que pasaron por alto esta verdad sobre el
hombre se encontrasen ante su propio ser y, en general ante el de los demás, como con algo
absurdo, sin explicación y por consiguiente sin sentido.

Si buscamos una explicación coherente, tenemos que la existencia de la persona humana no


es producto del azar o de la casualidad, sino que somos término de una iniciativa que nos
trasciende: un Ser Supremo, una Inteligencia y Amor nos ha preferido, nos ha elegido en lugar de
una multitud de otros seres humanos que podrían haber existido en nuestro lugar.

Como ya señalamos, la persona humana es predilecta, es amada con amor de predilección.


Es lo que se expresa con dicha palabra: ‘pre’ significa anterioridad y ‘dilectio’ 4 amar; ‘predilecto’
significa amado con anterioridad, y el ‘antes’ más absoluto es el de la eternidad.

No tenemos nuestro ser por nosotros mismos ni por nuestros padres (que han colaborado
aportando lo material, nuestra dimensión corpórea, pero de lo material no surge lo no material: el
espíritu). Dar el ser, gracias al cual existimos, requiere una actividad muy poderosa. Dentro de un
planteamiento creacionista el ser lo hemos recibido del Creador, de manera personal.

En esta explicación creacionista la persona humana vale tanto que Dios la ha escogido
amándola radicalmente. Éste es el fundamento último de nuestra dignidad: su origen y destino
trascendente, por lo que cada quien nace del amor y está destinado a amar.

Aunque el hombre es radicalmente hijo, evidentemente cabe rechazar esa condición. El ser
humano es libre radicalmente y el hombre moderno, confundido por su afán independentista, en
gran parte no quiere ser hijo. Es lógico que no quiera deberle nada a nadie, si se considera a sí
mismo como un absoluto. Con ello se ha condenado a sí mismo a una existencia sin sentido, no
sabe de dónde viene ni a dónde va. Curiosamente, entonces se ha hecho más dependiente, no solo
de sus intentos de independencia, sino que –en definitiva– se ha hecho esclavo de cosas de menor
categoría, a las cuales se ha subordinado.

El ser humano no puede pretender vivir sin vínculos, no puede evitar querer algo como bien
o fin, debido a que su voluntad está hecha para adherirse al bien. Pero si no es capaz de tener una
jerarquía de bienes o valores puede quedarse en bienes de poca categoría, aunque su voluntad
tienda al infinito, al Bien Absoluto. Por eso suele suceder que cuando se niega todo vínculo con el
Origen, la paternidad divina se sustituya por esclavitudes que, en lugar de mejorar o enaltecer al
hombre, lo denigran.

Por otra parte, atender a la dimensión trascendente es muy conveniente para el ser humano,
ya que tal como hemos señalado, si la voluntad humana tiende a un bien tan alto como el Bien
Supremo, éste tira de las potencias o facultades, de las energías del sujeto, de un modo
insospechado, fortalece y agranda su voluntad, lo cual redunda inevitablemente en su acción
práctica, incluida su vida social, familiar y laboral.

En definitiva, ver a las personas –a nosotros mismos– como creados, dependiendo de Dios,
lleva a tener en cuenta su dimensión sacra, la personal, y a obrar en consecuencia. El tener un
sentido trascendente de la vida nos agranda la visión, la hace más profunda y, además, nos lleva
al esfuerzo para contar con ello en el día a día.

4
Diligere es una palabra que está muy relacionada con la diligencia, la cual no quiere decir moverse continuamente en un activismo, sino que
consiste en amar.

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Echar a Dios de la vida humana trae serias consecuencias personales y sociales, porque se
niega una parte importante de la realidad humana. Además es una postura realista muy
consecuente que no recorta la realidad, y Dios es la Realidad suprema. La persona humana no se
puede entender sin Dios y sin su dimensión trascendente que se vive en términos de donación.

3. Las manifestaciones personales

Con todo, la persona humana se manifiesta, más o menos, a través de la esencia humana;
por ello ésta tiene una gran importancia. El perfeccionamiento de la naturaleza humana es una tarea
personal; cada quien genera hábitos con la realización y repetición de acciones. Nuestra libertad
personal tiene que llevarnos a adquirir hábitos buenos que se llaman virtudes, y que son
disposiciones que constituyen una ‘segunda naturaleza’, con lo cual la donación –en el trabajo, en
la familia, en la sociedad– puede hacerse posible.

El hombre no es ni una bestia, ni un ángel, ni Dios, y si bien no se reduce sólo a su aspecto


corpóreo, orgánico o sensible, ya que también posee espíritu, no sólo se reduce a éste. Si está
equivocado el materialismo que reduce al hombre a sus operaciones orgánicas, también lo están
aquellos «espiritualismos» que consideran que el hombre es puro espíritu. Es un error definir al
hombre sólo como ser racional o espiritual, porque eso es la esencia de un ángel o de otra manera
el ser de Dios, pero el hombre no es ninguno de ellos.

La naturaleza humana no es indiferenciada, sino que es, como hemos señalado, específica,
es decir, que tiene unas características muy propias. Entre éstas se encuentra la que presenta su
propia racionalidad. De ahí que el hombre está llamado a dirigir su vida mediante ese gran recurso
que es su inteligencia y con la consiguiente voluntad. De manera que en la medida en que se vayan
ejerciendo operaciones cada vez más influidas por su racionalidad va consiguiendo perfeccionar su
naturaleza. Este perfeccionamiento de su naturaleza es lo que va configurando su esencia y va
haciendo camino a la libertad personal.

Como hemos señalado anteriormente, la influencia cada vez mayor de la racionalidad en la


vida humana es un cometido propio del ser humano. La racionalidad humana puede incluso llegar
a «racionalizar» lo que no es racional, como son las tendencias y apetitos de la sensibilidad.
Entonces, la unidad de la vida humana natural se hace mayor cuando las facultades espirituales
gobiernan a las sensibles, de manera que eso lleve a una vida propiamente humana, en la que lo
corpóreo y sensible esté integrado en lo espiritual. Inclusive a Dios vamos no sólo con nuestro
espíritu, sino con todo nuestro ser, y existe una riqueza de expresividad corporal que el amor a Dios
suscita.

Sin embargo, no hay que olvidar que la persona se manifiesta a través de su esencia, de
manera que la tarea sigue siendo ésa: perfeccionar la naturaleza humana. En definitiva, se podría
decir que la naturaleza es la base de la esencia humana, pero que esa naturaleza tiene que ser
‘trabajada’, por lo que el hombre tiene como reto el de lograr una unidad a través de la virtud, ya
que sólo así inhiere lo espiritual en lo sensible o corpóreo gobernándolo.

Así, siguiendo la tradición clásica, aristotélica y tomista, la antropología se continúa con la


ética, o bien, la ética es segunda respecto de la antropología. Sin embargo, es oportuno recordar
que tal como vimos al comienzo, hay diferencias muy considerables entre la antropología de
Aristóteles y la de Tomás de Aquino. Aquel logró hacer averiguaciones muy importantes del ser
humano, pero ignoró que era ser persona.

4. La noción de persona

La noción de persona sólo aparece con el cristianismo, en el que se trata de las personas
divinas y de las personas humanas. Esta comporta mayor riqueza que la simple noción de ser
humano, aunque no la excluye, la integra y perfecciona. En la filosofía cristiana, especialmente en
la de Tomás de Aquino, se considera la distinción real essentia-esse (esencia-acto de ser), que
integra a la esencia y a la naturaleza humana, el aporte clásico, en un acto mayor, que es el acto
de ser creado, el acto de ser personal.

De acuerdo con este planteamiento creacionista la persona humana difiere de la persona

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divina, en que en la primera hay distinción real de esencia y acto de ser; en cambio en la segunda
hay identidad entre la esencia y el acto de ser. Dios ‘es’ el Ser. En el hombre la distinción real
supone un planteamiento creacionista porque, al ser realmente distintos la esencia y el acto de ser,
eso quiere decir que éste lo ha recibido, que uno no ‘es’ el ser, sino que éste le ha sido dado por
parte de Quien le ha creado.

La naturaleza humana, aún perfeccionada por los hábitos, se queda corta respecto de la
dimensión personal. La definición de la naturaleza humana es bastante acertada pero no suficiente,
pues no basta para entender al ser humano en su radicalidad más profunda; porque seres humanos
somos todos (todos tenemos cuerpo y alma), de modo que en eso somos iguales, uno es tan ser
humano como el que vive en Asia, en Europa o en África. Pero, somos personas distintas, somos
un quién personal.

No se trata sólo de la mera diferencia en los aspectos corpóreos. Es evidente que cada uno
tenemos unos rasgos corpóreos bastante individuales. Pero, lo individual, está determinado por la
cantidad y ésta es una propiedad de la materia (materia signata quantitate). A la pregunta: ¿nos
diferenciamos por «estas carnes y en estos huesos»? la respuesta es que no sólo ni radicalmente,
pues eso es muy poca distinción.

En el planteamiento de Aristóteles, entre los niveles del tener está el nivel superior que es el
de las tenencias éticas e intelectuales, que son superiores al nivel corpóreo y material. Este es el
primer nivel, pero por encima de él están otros niveles de posesión humana como son el
cognoscitivo y el de los hábitos.

Entonces podríamos decir: ¿nos diferenciamos en cuanto a nuestra posesión cognoscitiva?


Desde luego que unos conocen más y mejor que otros; sin embargo, lo propio de la persona humana
no se reduce a ese nivel. Pasando al otro nivel, ¿podría ser que nos diferenciáramos en cuanto a
los hábitos que poseamos? Hay quienes son ordenados y otros no lo son, unos son fuertes y otros
pusilánimes, etc. La posesión o no de virtudes nos hace diferentes, es más aquella es una diferencia
importante. Sin embargo, tampoco es la radical.

Sucede que tenemos algo que es más importante que ser físicamente de una manera u otra,
que poseamos más o menos bienes materiales y cognoscitivos, y que tengamos más o menos
perfeccionada la propia naturaleza. Podemos ir más allá del nivel natural y esencial, y descubrir que
la intimidad, el ser personal, es un acto por el cual cada ser humano es constituido como un quién.
Este acto es creado, no sólo porque –según los argumentos clásicos– nadie puede darse a sí mismo
el ser (ya que ni él mismo es el ser ni lo tiene desde siempre), porque entonces desde siempre
habría existido, sino porque las personas somos términos de un acto de amor personal creador.

5. Los trascendentales personales

a) La coexistencia

Según Leonardo Polo, el acto de ser personal humano, que es radicalmente abierto a las
personas divinas y a las otras personas humanas, es co-existencia, es decir, una intimidad que es
apertura radical. Pero la riqueza de la persona es tanta que podemos descubrir unos radicales que
se convierten entre sí con el propio acto de ser personal. Es lo que veremos brevemente a
continuación.

La persona humana no se auto-consuma en sí misma, sino que está abierta hacia fuera y
hacia dentro, pues coexiste con el ser del universo, con las demás personas y con Dios. Por este
no encerrarse en sí misma la persona supera la noción de sujeto tal como se ha concebido en la
modernidad. De esta manera se diferencia la noción de persona de la de sujeto en sentido
individualista. La persona humana no puede entenderse como un absoluto dinamismo humano,
auto-constituyente, íntimamente menesteroso.

En atención a ello, podemos ver que la expresión «el hombre es persona», equivale a «el
hombre depende de Dios». La pretensión de autonomía es como una manifestación de orfandad;
es la consideración del hombre como un ser que empieza desde sí y termina en sí mismo. Sin
embargo, la ruptura de la filiación cierra la radicalidad de su ser. Así, la unicidad personal, no es

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ninguna totalidad. Por eso conviene decir que la persona humana concentra su unicidad en un
depender radical.

b) El conocer y el amar personales

Como se ha adelantado, Polo eleva la noción de intelecto agente de Aristóteles al nivel del
ser personal. Por ello la persona es un conocer radical, admirablemente abierta cognoscitivamente.
Y junto con ser un conocer radical la persona es amar, sujeto pero no como individuo, sino donante.
Ciertamente la persona debe acudir a su esencia para buscar el amor para poder amar, para
entregarse en las distintas circunstancias en las que se encuentre; pero a ello es movida de manera
radical, personalmente.

c) La libertad radical

¿Qué sería un conocer y un amar radicales, sino fueran libres? Por tanto la persona es libertad
trascendental. Esto que buscaban a tientas los modernos, y que muchas veces se reducía a pura
arbitrariedad, aquí queda elevada al carácter de persona y, como tal, la libertad con quien primero
se ejerce es respecto de Dios.

Podemos ver que nuestro ser se puede entender como intimidad, como persona, como co-
existencia, como conocer, como libertad y como amar radical. Cada uno de nosotros es un quien,
es una persona única, irrepetible e insustituible, en dependencia con Aquel Ser Supremo que le ha
dado el ser personalmente y se lo conserva.

(Tomado del libro “Hacia el descubrimiento del ser personal”, de G. Castillo, Universidad de
Piura, 2013)

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