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Estados Unidos tenía dos objetivos: derrocar a Manuel Antonio Noriega y desmantelar las Fuerzas
Armadas. Al cumplir con su misión, entregaron el país a la fuerzas políticas que ganaron las
elecciones.
La crisis económica, política y social, que vivía el país en la década de los ochenta, polarizaron a la
sociedad panameña en dos bandos: quienes veían en una intervención norteamericana el fin de
las angustias de un régimen militar, que empezó con Omar Torrijos Herrera en 1968 y que terminó
con Manuel Antonio Noriega en 1989, y que a su paso dejó muertos y desaparecidos. Mientras que
por el otro lado, estaban quienes rechazaban la acción militar, que hoy es considerada la peor
tragedia de toda la historia republicana del país. Y, que finalmente fue una decisión de un país
extranjero: Estados Unidos.Treinta y dos años después de la invasión, muchos de los testigos de la
denominada “Causa Justa”, ordenada por el presidente George Bush, coinciden que nunca más
debe repetirse un derramamiento de sangre similar y que este nunca hubiera ocurrido sin la
existencia de una dictadura militar y el pensamiento que el poder era eterno.En los 80’, Panamá
era un país territorialmente dividido por la zona que ocupaban los estadounidenses dentro de la
capital del país. Estados Unidos imponía presiones económicas que no solo asfixiaban al gobierno
panameño sino también a la sociedad panameña, que clamaba por el retorno a la democracia.
Pero, la terquedad de Manuel Antonio Noriega, de no querer dejar el poder militar y político, dejó
el camino abierto para una inexcusable intervención norteamericana.
“Yo no creía en la invasión por el trauma que suponía para la población, consideraba más viable
utilizar un comando que sacara a (Manuel Antonio) Noriega del país y lo entregara a Estados
Unidos”, expresó Ricardo Arias Calderón , en sus memorias, escritas por el periodista Julio
Bermúdez Valdés.De acuerdo al informe sismográfico de la Universidad de Panamá, en las primeras
dos horas de la invasión, un descomunal fuego fue desplegado (400 bombas de mil y dos mil libras)
y fue un efectivo disuasivo contra las resistencias militares panameñas. El ataque fue intenso y
continuo contra el principal cuartel de las Fuerzas de Defensas de Panamá, en El Chorrillo. El
hospital Santo Tomás comenzó a llenarse de heridos.
El ejército más poderoso del mundo, con un sofisticado armamento de guerra
aún sin estrenar, más de veintiséis mil soldados y un excesivo uso de la fuerza,
bombardeó veintisiete áreas del país, con la excusa de proteger a sus
ciudadanos, devolver la democracia y capturar a un hombre que a diario
recorría las fronteras de la extinta zona canalera, donde estaban acantonados
los soldados estadounidenses, y a quien los mismos norteamericanos habían
formado como agente de la Central Intelligence Agency y que de un momento
a otro se convirtió en un peligroso enemigo por osar desobedecer sus órdenes.