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Así no vale

Adelanto, a modo de prueba de la honestidad intelectual con que está


concebido este artículo de opinión (que puede ser equivocado, eso sí), que
ya en 2018, hace más de cinco años, propuse una amnistía de los hechos
del procés como medio válido para s

Adelanto, a modo de prueba de la honestidad intelectual con que está


concebido este artículo de opinión (que puede ser equivocado, eso sí), que
ya en 2018, hace más de cinco años, propuse una amnistía de los hechos
del procés como medio válido para salir del embrollo de un proceso
judicial que en mi opinión no iba a terminar sino con desastre (El Correo,
7-04-2018, ¿Qué tal amnistía y consulta?). La propuse como una forma de
pasar la página de unos hechos desgraciados que, desde luego, exigía como
base y punto de partida un acuerdo de todos los partidos políticos
constitucionales e incluso un gobierno de concentración. Desde la altura
de miras de ese acuerdo político mayoritario, si no unánime, la amnistía era
posible e incluso recomendable: era una ocasión para la política grande que
las élites de algunos países han sido capaces de practicar en momentos de
crisis nacional.
Bueno, pues ahora se nos anuncia como segura esa concesión de la
amnistía en favor de las miles de personas que pueden tener
responsabilidades penales por los hechos del procés, empezando por su
máximo responsable, el entonces presidente del Gobierno catalán, trátese
de responsabilidades ya declaradas en sentencia firme o todavía en fase de
enjuiciamiento. Pero, ¡pardiez!, qué diverso es el contexto en que ello
sucede del hipotizado por mí hace años. Es política pequeña y miserable.
En lugar de un Parlamento español unido y magnánimo, generoso en su
victoria, tenemos uno dividido y acobardado, que no se atreve siquiera a
ponerle nombre a lo que hace y prefiere hablar de «alivio penal». Y, sobre
todo y, ante todo -lo subrayo porque este va a ser el meollo de mi
opinión-, sucede que la amnistía la exigen los culpables de los delitos
cometidos, y la exigen como el precio por sus votos o abstenciones en la
futura sesión de investidura del candidato izquierdista. No es una
suposición, no es una sospecha: es algo que el dirigente del grupo
parlamentario de Junts, el señor Puigdemont, a la vez principal responsable
de los delitos perseguidos y prófugo de la Justicia patria, ha proclamado
con luz y taquígrafos y en sede parlamentaria europea, con carácter de
exigencia previa: primero amnistía y luego el voto de investidura. La
amnistía para mí, la investidura para el candidato Sánchez. Así de
crudo.
Discutir si la amnistía es o no constitucional es el prototipo español de
juego del elefante con que se distrae a la atención pública y se le hurta el
poder tomar conciencia cabal de lo que se está realmente planteando.
Porque la cuestión no es una acerca de la constitucionalidad de la medida
en abstracto, sino la concreta y contextual de cuándo, cómo y a cambio de
qué se está amnistiando. Aquí y ahora. Eso es lo relevante desde un punto
de vista moral, jurídico y democrático: que se están amnistiando unos
delitos a cambio de que los diputados controlados por sus autores voten de
una determinada forma en sede parlamentaria; en concreto, de que voten a
favor de una persona en la investidura. Positivamente o absteniéndose.
Visto desde el punto de vista de Puigdemont, él vende su voto controlado a
cambio de su perdón jurídico y criminal. Y desde el de Sánchez, él compra
su investidura con la gracia que sus diputados le conceden a aquel.
Es difícil imaginar una situación y una conducta de más baja estofa moral y
democrática. Pues si bien todos sabemos, cómo no, que la política
democrática (y la otra) exigen a veces cambalaches y acuerdos de dudosa
pulcritud, y que los votos se consiguen tanto con ideología como con
intereses y favores, nunca habíamos llegado a contemplar tan dura realidad
como la de que unos votos se intercambian por nada menos que un
perdón total de unos graves delitos ya cometidos. Subrayamos que esos
votos no se orientan a atender un interés general o común de la ciudadanía
o la nación, sino solo al interés particular y privado del dirigente propuesto
por los partidos de izquierda para ser presidente del Gobierno.
Intentarán vendernos, claro está, la idea de que la amnistía busca conseguir
un interés general. Nos hablarán de «pasar página», «desjudicializar el
conflicto», «devolver el problema a la política», y demás significantes
vacíos, pero la oratoria engolada y vengativa de Puigdemont lo dejó muy
claro: la amnistía es el precio de la investidura del candidato izquierdista.
La transacción es así de grosera. El interés del que compra los votos no es
sino el de ser él, y no otro, el presidente del Gobierno. Naturalmente que en
su cabeza bullen ideas preciosas sobre el interés social general, pero para
llevarlas a la práctica precisa de algo tan simple como humano: que le
invistan a él. Y eso es un interés particular.

Estamos entonces ante una transacción que responde, como todas las
mercantiles o comerciales, a la satisfacción de los intereses particulares y
personales de sus artífices: do ut des. Lo demás es hojarasca para confundir
a la opinión y para dar árnica al ánimo escocido de algunos socialistas con
reparos sobrevenidos.

Y mi pregunta, que más que como jurista me planteo como ciudadano de


un país que solía ser un Estado de Derecho democrático, es la de si una
transacción de esta índole, una transacción tan torpe, hecha a la vista de
todos, con luz y taquígrafos, pregonada sin rubor por su autor... no
significa nada ante la Justicia.
¿Me permiten alguna analogía esclarecedora? Vean la siguiente. El reo
condenado a varios años de prisión por un asesinato, estando su caso en
fase de recurso ante una instancia superior, se dirige a uno de los
magistrados que van a ver su recurso y le ofrece una ventaja importante
(dinero, fama, ayuda, la que quieran imaginar) si falla a su favor el recurso
y le absuelve. Ventaja para ti, ventaja para mí. Yo te ayudo a
prosperar en la vida con dinero o apoyo, tú me absuelves de un delito.
Naturalmente que cualquier penalista tipificaría de inmediato los delitos
cometidos por magistrado y condenado al obrar de este modo si llegaran a
ese acuerdo. Pero lo relevante no es eso, sino examinar más de cerca la
inquietante similitud del caso con el de Puigdemont/Sánchez y
proporcionar una respuesta plausible, si existe, que aclare por qué unas
situaciones tan similares están sin embargo tan lejanas en su tratamiento.
Por qué razón lo que en un caso percibimos como evidente ilícito delictivo,
en el otro se nos presenta brumosamente como comportamiento permisible,
algo incómodo de tragar ciertamente, pero desde luego amparado por el
manto sanador de la política.
Sucede, claro está, que estamos hablando y tratando de dignos y
encopetados conceptos: hablamos de votos de diputados, representantes del
pueblo, hablamos de parlamentarios que votan en conciencia, que no
responden ni obedecen a nadie al hacerlo, hablamos de más de un
centenar de diputados que jurarán y perjurarán que si amnistían es
porque lo consideran útil para el interés general, hablamos de la
investidura de un presidente de Gobierno nada menos, nos envolvemos en
terminología parlamentaria constitucional perteneciente a un arcano de
ideas muy lejos del ciudadano normal. Desde su augusta majestad, los
conceptos conspiran para que no se vea la descarnada operación de tráfico
de intereses que esconden. Para que la realidad se nos escape. Pero está ahí,
no le demos vueltas.
Si unos diputados anunciaran que su voto en la investidura depende de
quién sea el candidato dispuesto a comprarles con una dádiva dineraria para
su peculio personal, lo veríamos claro. Lo vemos incluso en los casos más
lerdos sucedidos, como aquel tan madrileño del famoso tamayazo. Lo
único que cambia es el sentido de la operación: no se compra el voto
negativo a la investidura, sino el positivo. Pero se compra. Eso es lo
relevante y eso es lo que un Estado de Derecho democrático no puede pasar
por alto en silencio si quiere persistir como tal. Que es de lo que se trataba.

José María Ruiz Soroa es abogado y autor de 'Elogio del liberalismo'


(Catarata, 2018)

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