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LÓGICAS FORMALES DE LA INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA: LOS

MÉTODOS (SEGUNDA PARTE)


Eduardo Laso
2 La corrección falsacionista
La aparición de La lógica de la investigación científica (1934) de Karl Popper
representó un giro original en la concepción epistemológica deductivista, así
como un ataque frontal a las concepciones inductivistas. Pueden distinguirse
tres rasgos principales de la epistemología de Popper:
1. Antiinductivismo: Popper acuerda con el planteo del empirista inglés David
Hume (1711-1776) de que no hay un fundamento lógico para derivar
enunciados universales a partir de enunciados de hechos singulares. A la
pregunta ¿se puede justificar que una teoría explicativa universal sea
verdadera sobre la base de enunciados singulares basados en la experiencia?
responde negativamente: ningún conjunto de enunciados observacionales
verdaderos puede justificar categóricamente la verdad de una teoría explicativa
universal. Con lo cual Popper se erige como uno de los críticos más
consecuentes del inductivismo.
2. Carácter hipotético o conjetural del conocimiento científico: Popper
concluye que el conocimiento científico no puede verificarse categóricamente
en modo alguno: todas las teorías científicas son proposiciones cuya verdad es
una conjetura. Sólo se puede decir de una teoría científica que la sostenemos
porque presenta determinadas evidencias que la avalan y no encontramos
hasta ahora hechos que la contradigan. Pero nada nos garantiza que en el
futuro aparezcan nuevas evidencias que prueben que la misma es falsa. La
verdad en ciencia es un ideal que no puede nunca asegurarse. Esta posición lo
enfrenta con los planteos metodológicos que acentúan la búsqueda de
verificaciones para las hipótesis.
3. Falsacionismo metodológico: si bien las teorías científicas no pueden
asegurarse como verdaderas a partir de la verificación, deben sin embargo ser
refutables o falsables para ser científicas. “Falsable” significa que una hipótesis
debe poder proporcionar consecuencias observacionales refutatorias, es decir,
casos posibles deducibles de la hipótesis que si ocurriesen probarían que la
hipótesis es falsa. Esto no significa que tales consecuencias existan en la
realidad. Sólo si se encontrasen las mismas, la hipótesis pasaría de ser
falsable a falsada o refutada. Popper establece así un criterio de demarcación
en ciencia –es decir, un criterio para distinguir enunciados científicos de no
científicos– basado en la falsabilidad.
El método que propone Popper –llamado “falsacionista” o de las “conjeturas y
refutaciones”– introduce modificaciones al método hipotético-deductivo. El
falsacionismo se apoya en que desde el punto de vista lógico no es lo mismo
refutar que confirmar hipótesis. No se puede asegurar la verdad de una
hipótesis a partir de hechos que la confirman dado que, como vimos
anteriormente, la confirmación se apoya en un razonamiento deductivo falaz: la

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falacia de afirmación del consecuente. En cambio es posible afirmar
concluyentemente la falsedad de una hipótesis a partir de un hecho que la
contradiga. La refutación, al basarse en el razonamiento válido modus tollens,
garantiza que si las premisas son verdaderas, la conclusión sea
necesariamente verdadera. La forma lógica es: [(H  CO) . - CO]  - H, lo
que significa que si una hipótesis H es verdadera, deberían producirse
determinadas consecuencias observacionales (CO), pero como no se producen
(- CO), entonces la hipótesis es falsa (- H).
Hay, por lo tanto, una asimetría en la contrastación de hipótesis: la
confirmación se apoya en una falacia, por lo que las hipótesis no pueden
asegurarse concluyentemente, dando carácter conjetural al conocimiento
científico, mientras que la refutación se apoya en un razonamiento deductivo
válido que permite asegurar concluyentemente la falsedad de las hipótesis a
partir de consecuencias observacionales que las refuten. De esta asimetría se
vale Popper para hacer de la refutación el punto de apoyo seguro de la
investigación científica: basándonos en enunciados observacionales
verdaderos no es posible asegurar la verdad de una teoría científica, pero sí es
posible por lo menos asegurar si es falsa.
Para el falsacionismo, el científico debe ser crítico con las teorías que propone.
No debe buscar hechos que confirmen las teorías propuestas, sino hechos que
las refuten. En el caso de encontrarlos, se habrá eliminado una explicación
falsa. Saber acerca de lo falso representa también un conocimiento valioso
para el investigador, pues le permite elaborar nuevas hipótesis que intentarán
ser mejores y no caerán en los errores de las anteriores refutadas. Y en caso
de que no se encuentren las refutaciones buscadas, la hipótesis se mantendrá
como la mejor explicación con la que se cuenta hasta ahora.
Los pasos del método falsacionista son similares a los del hipotético-
deductivo: frente a problemas de investigación científica, el científico es libre de
proponer hipótesis como soluciones tentativas a los mismos. Pero –y en esto
radica una significativa diferencia–, una vez propuesta la hipótesis, el
investigador debe poder deducir de ella consecuencias observacionales que
pudieran refutar la hipótesis. Luego de lo cual el científico realizará
observaciones o experimentos intentando encontrar las refutaciones. Si lo
logra, la hipótesis se refuta y se busca otra. De lo contrario, se la conserva
provisoriamente como la mejor solución al problema, hasta que aparezcan
hechos que la refuten.
La ciencia procede por conjeturas y refutaciones, proponiendo teorías y
sometiéndolas a contrastaciones, prefiriendo aquellas teorías que hayan
sobrevivido a los intentos de refutación. Progresa a partir del error, eliminando
las explicaciones refutadas y produciendo explicaciones mejores que las
anteriores.
El criterio de demarcación en ciencia

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Para llevar a cabo los pasos antedichos el científico debe proponer hipótesis
refutables o falsables, es decir, explicaciones que permitan deducir de ella
refutaciones posibles. Las hipótesis científicas deben ofrecer hechos posibles
que de llegar a encontrarse en la realidad probarían su falsedad. Esta
condición es la base de la innovación que Karl Popper propone respecto del
tradicional criterio de demarcación científica.
El criterio de demarcación científica es la regla mediante la cual diferenciamos
explicaciones científicas de no científicas. En la tradición epistemológica
cientificista, tal regla se basaba en el principio de verificabilidad: un enunciado
es científico si presenta hechos que lo confirman. Pero para Popper la
confirmación es un criterio vago que se presta a incluir teorías que no deberían
calificar de científicas (por ejemplo, la astrología: siempre será posible
encontrar “evidencias” que confirmen predicciones astrológicas). La
confirmación puede darse en explicaciones vagas, metafísicas o místicas que
deberían distinguirse del saber científico.
De ahí que proponga un cambio del criterio verificacionista por el de
falsabilidad, que sostiene que una explicación es científica si es falsable, es
decir, si es posible deducir de ella consecuencias observacionales refutatorias.
Que sea falsable implica poder deducir de ella hechos posibles que, de
producirse, probarían que es falsa porque la contradicen. Y en el caso de
encontrar dichas evidencias, la explicación pasaría a ser falsada o refutada.
Así, por ejemplo, de la hipótesis “todos los metales se dilatan con el calor” es
posible imaginar un metal que no se dilate con calor (falsable), pero ese hecho
hasta ahora no ha sido encontrado (no falsada). Son ejemplos de hipótesis
falsables hasta ahora no falsadas: “El bacilo de Koch es la causa de la
tuberculosis”, la Teoría del Big Bang, la Ley de entropía. Ejemplos de hipótesis
falsadas: “La velocidad de caída de un cuerpo depende de su peso”, “La tierra
es el centro del sistema planetario”, “El calor es una sustancia contenida dentro
de los cuerpos materiales”, “Los caracteres adquiridos se transmiten a la
generación siguiente”, “La Tierra tiene una antigüedad de 10 mil años”.
Los enunciados científicos tienen que negar ciertos estados de cosas (por
ejemplo, el enunciado “los planetas giran en forma de elipse” niega que los
planetas giren de otras maneras o no giren en absoluto; el enunciado “los
metales son conductores de electricidad” niega que haya metales que no sean
conductores). Estos estados de cosas que niega proporcionan al científico
posibles enunciados falsadores de hipótesis. Si en cambio resulta imposible
deducir refutaciones, la explicación es “no falsable” y no es científica. Sin esta
condición de falsabilidad no se podría proceder con los intentos de refutación ni
desplegar un pensamiento crítico y racional en la ciencia.
Con su criterio de falsabilidad, Popper distingue enunciados falsables (y por
ende científicos) de no falsables (y por lo tanto no científicos). Son enunciados
no falsables:
1. Enunciados y teorías tautológicos, que por su forma lógica son siempre
necesariamente verdaderos y, por lo tanto, irrefutables (por ejemplo: “La planta

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de beleño causa sueño porque posee una virtud dormitiva”, “El tabaco es
cancerígeno porque produce cáncer”).
2. Enunciados y teorías metafísicos, dado que por la naturaleza de los
objetos a los que aluden (Dios, espíritu, esencia, entre otros) no se pueden
deducir de ellos enunciados observacionales que permitan hacer
contrastaciones (por ej. Dios como creador del universo, el mundo de las Ideas
de Platón, el Motor Inmóvil aristotélico, el Espíritu Absoluto de Hegel que
determina el curso de la historia, la Ley de los tres estados de Comte, etc.). Se
trata de los enunciados de la religión y la filosofía.
3. Enunciados y teorías vagos e imprecisos que, al no establecer un estado
claro y delimitado posible del mundo, no permiten definir probables
refutaciones (por ejemplo, el enunciado “gran parte de los argentinos presenta
trastornos emocionales” no define con claridad qué alcance numérico significa
“gran parte” ni explica con precisión a qué se llama “trastornos emocionales” de
manera de poder identificar casos posibles que refutasen el enunciado).
4. Teorías omniexplicativas: tales teorías explican todo estado posible del
universo. Son lógicamente tautológicas en tanto cualquier situación posible es
explicable por la teoría. Por lo cual no se las puede refutar. Es para Popper el
caso de la astrología: si se le pidiese a un astrólogo que nos indicara qué
hechos posibles le indicarían que su teoría de la influencia astral en el destino
de las personas es falsa, éste se vería en aprietos para contestar, dado que
toda situación sería explicable en términos de influencia astral: sea que un
determinado sujeto viva o muera, se case o no se case, triunfe o fracase, todo
es interpretable por la posición de los planetas. Por lo tanto, a la teoría
astrológica le es indiferente si se da “p o no p”, puesto que ambos casos serán
explicados por ella. Lo que significa que la teoría no prohíbe ningún estado del
mundo y que entonces posee una estructura tautológica.
Críticas al falsacionismo:
La refutación depende de la verdad de los enunciados observacionales:
para Popper la ciencia se debe apoyar en la lógica refutatoria, basada en el
razonamiento deductivo válido modus tollens. Lo único que podemos asegurar
en la ciencia es que una explicación científica es falsa a partir de hallar ciertos
enunciados observacionales que la contradicen.
Pero si bien formalmente el razonamiento modus tollens garantiza que, si sus
premisas son verdaderas, la conclusión también lo será, desde el punto de
vista del contenido del razonamiento, para asegurar que la hipótesis es falsa
(conclusión), se debe asegurar la verdad de la premisa de las consecuencias
observacionales refutatorias. Esto introduce nuevamente el problema de la
verdad de los enunciados observacionales. Decíamos anteriormente que éstos
se construyen con supuestos teóricos. Y si los supuestos son falsos,
obtendremos enunciados observacionales falsos que refutan una hipótesis
correcta. Tal posibilidad hace que no sea necesariamente la hipótesis sino los

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enunciados observacionales los equivocados y que la falsación no sea tan
segura como pretendía Popper.
Un buen ejemplo de esto es la refutación que sufrió en su época la teoría
heliocéntrica de Copérnico. Los astrónomos de aquel momento decidieron
contrastar la teoría tratando de determinar si al alinear el telescopio con una
estrella, se requería ir modificando el ángulo de observación a lo largo del año.
Se suponía que si era cierto que la Tierra se movía, nuestra posición como
observadores debería variar y por lo tanto estaríamos obligados a ir corrigiendo
el ángulo de observación del telescopio para alinearlo al mismo punto fijo de la
estrella. Como a lo largo del año los astrónomos no tuvieron necesidad de
modificar el ángulo de observación, concluyeron que la teoría heliocéntrica era
falsa. ¿Dónde estaba la falla? En los enunciados observacionales con los
cuales los astrónomos refutaron a Copérnico. En aquella época se suponía que
la distancia de la Tierra a las estrellas era de miles de kilómetros (y no de
millones de años luz). Tal teoría implícita sobre las distancias estelares hizo
suponer a los astrónomos que con los telescopios rudimentarios de ese
momento se podía captar el cambio de la posición de la Tierra midiendo los
cambios de angulación en la observación de una estrella. Pero lo que hoy se
conoce en astronomía como “ángulo de paralaje estelar” es imperceptible sin
los instrumentos de precisión adecuados, debido a las enormes distancias que
hay entre la Tierra y las estrellas. De modo que los astrónomos refutaron en su
época la teoría heliocéntrica con enunciados observacionales erróneos
basados en supuestos teóricos falsos acerca de las distancias estelares.
La solución precaria del convencionalismo: Para resolver el problema de la
carga teórica implícita en los enunciados observacionales, Popper termina
cayendo en una posición convencionalista: los enunciados observacionales se
aseguran mediante acuerdos entre los científicos acerca de lo que ven. Ellos
deciden si son aceptables o seguros. Se advierte, sin embargo, que estos
acuerdos tienen como límite el que los científicos compartan el marco teórico
desde donde interpretan los hechos. En términos de Thomas Kuhn, que sean
miembros de la misma comunidad científica. Si no comparten los mismos
supuestos teóricos, tampoco pueden acordar acerca de las observaciones.
Complejidad de las situaciones de contrastación: En toda investigación
científica existen, junto a la hipótesis propuesta, otras hipótesis asociadas de
las que se vale el científico y que aparecen implicadas en los resultados
obtenidos. Además de hipótesis asociadas a la hipótesis principal, la
contrastación requiere de hipótesis auxiliares (por ejemplo, hipótesis del diseño
experimental o hipótesis empleadas para interpretar las observaciones). Eso
implica que puede ser falsa alguna de las hipótesis asociadas y no
necesariamente la hipótesis principal. De manera que, ante un caso refutador,
el científico tiene que evaluar si la refutación afecta a la hipótesis principal o
sólo a alguna de las otras hipótesis implícitas. En el caso comentado de la
refutación a la teoría heliocéntrica, no era la hipótesis de Copérnico la
equivocada sino la hipótesis implícita falsa acerca de una cercana distancia de
la Tierra a las estrellas, que llevó a interpretar los enunciados observacionales

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de modo equivocado. Un ejemplo de hipótesis equivocada en el diseño
experimental es el de Alexander Fleming: cuando postula el potencial poder
curativo de la penicilina y empieza a aplicarla a pacientes, éstos sin embargo
fallecen. Pero no era la penicilina, sino una hipótesis del diseño experimental la
equivocada: Fleming aplicó dosis demasiado bajas de penicilina, no teniendo
así el efecto buscado. Al aumentar la dosis a los pacientes, la medicación tuvo
un resultado exitoso.
La ciencia no ha sido falsacionista a lo largo de la historia: de haberse
aplicado el procedimiento falsacionista en algunas de las principales teorías de
la historia de la ciencia, éstas habrían sido descartadas en la época que
surgieron. Cuando aparecen teorías audaces para el estado de conocimientos
de su época (por ejemplo, la teoría copernicana, la física galileana, la teoría
newtoniana, la teoría evolucionista) son contrastadas desde datos y
observaciones que han sido interpretados en el marco teórico que la nueva
teoría viene a cuestionar. Por lo que no es de extrañar que las teorías audaces
de una época comiencen por ser refutadas.
Las hipótesis básicas de una teoría no se refutan por decisión de los
científicos: Tomemos una hipótesis considerada segura y avalada por
infinidad de hechos: “todo el pan alimenta”. Popper diría que es una hipótesis
que sostenemos porque hasta ahora no hemos encontrado refutaciones.
Supongamos que un día en un pueblo la gente come pan y muere. ¿Es
razonable, desde el punto de vista de la investigación científica, refutar la
hipótesis “todo el pan alimenta”? Los científicos en su práctica cotidiana no los
consideran así, y por buenas razones: dado que todo fenómeno puede encerrar
varias explicaciones, muchas de las cuales desconocemos, lo razonable, antes
de refutar una hipótesis considerada segura, es pensar qué hipótesis podría
explicar la aparente excepción, y luego ponerla a prueba en la experiencia.
Vale decir, introducir hipótesis auxiliares. Por ej. la hipótesis de que el pan que
comieron en el pueblo ese día estaba elaborado con harina en mal estado, o
con agua contaminada, o que alguien puso veneno en el pan. Estas
explicaciones son hipótesis auxiliares que cumplen una doble función: salvar de
la refutación la hipótesis principal, e intentar dar cuenta de la aparente
excepción. La hipótesis auxiliar se la puede contrastar con la experiencia. Si se
la refuta, el científico puede proponer otras hipótesis auxiliares hasta lograr
explicar la excepción de la hipótesis principal (en nuestro caso, hasta encontrar
la causa de la muerte por ingesta de pan).
Supongamos ahora que los investigadores han ido proponiendo diversas
hipótesis auxiliares que fueron refutadas, y ya no se les ocurren nuevas
explicaciones. Esto en principio no constituye una objeción a la hipótesis
principal: simplemente los científicos se han quedado sin ideas nuevas, lo cual
es un problema del ingenio de los investigadores, y no de la hipótesis de que el
pan alimenta. En ese caso, los científicos siguen salvando la hipótesis principal
mediante una hipótesis ad hoc. Ésta cumple únicamente la función de impedir
refutar una hipótesis que los científicos consideran segura, sin aportar alguna
dirección a las investigaciones. De esta manera la hipótesis cuestionada se

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sigue manteniendo por decisión de los científicos, hasta que “futuras
investigaciones arrojen nueva luz sobre este inexplicado fenómeno”. En el caso
de nuestro ejemplo, aplicar una hipótesis ad hoc sería afirmar que todo el pan
alimenta “menos en este pueblo donde la gente se murió comiendo pan”. Se
advierte la inconsecuencia lógica de tal afirmación. Sin embargo, el
procedimiento puede ser razonable desde el punto de vista pragmático de una
investigación: de no encontrar una explicación satisfactoria de por qué la gente
del pueblo murió al comer pan, ¿debemos anunciar al mundo que falso que
todo el pan alimenta? ¿O se tratará de informarle a la gente de ese pueblo que
no coma pan hasta saber por qué allí está matando, y que esto no afecta, hasta
nuevo aviso, al pan en el resto del mundo?
Las hipótesis auxiliares y las ad hoc se emplean usualmente en la investigación
científica, pero su uso afecta directamente la propuesta falsacionista, pues
siempre es posible salvar una hipótesis considerada segura por los científicos
mediante este tipo de procedimientos. Con lo cual nunca se llegarían a refutar
las hipótesis básicas de una teoría, y sólo se refutarían las hipótesis auxiliares.
Además, la decisión de evaluar hipótesis alternativas en vez de refutar
directamente una hipótesis se corresponde con el hecho de que históricamente
la defensa de las hipótesis básicas de una teoría por parte de los científicos ha
conducido a nuevos descubrimientos, lo que no hubiese sucedido de haberse
refutado directamente la hipótesis. Un ejemplo histórico de que los científicos
tienden a defender sus teorías con resultados enriquecedores para el
conocimiento científico es el caso de las observaciones del movimiento del
planeta Urano en el siglo XIX, las cuales contradecían la teoría gravitatoria de
Newton. Para salvar la teoría newtoniana, los científicos propusieron la
hipótesis de que existía un planeta aún no descubierto cerca de Urano, cuya
fuerza gravitatoria debía ser la causa de las anomalías de su trayectoria. La
contrastación de la hipótesis llevó al descubrimiento del planeta Neptuno, lo
que constituyó al mismo tiempo una nueva comprobación de la teoría
newtoniana.
Lo anterior muestra que el falsacionismo –pero también el método inductivo y el
hipotético-deductivo– es menos una sistematización del modo en el que los
científicos proceden concretamente en su práctica, que un marco formal que
les indica cómo deben proceder en sus investigaciones. Es recién con los
estudios históricos y sociológicos de Thomas Kuhn que se introducirá un
diferente abordaje para comprender la práctica de la ciencia, desde una
perspectiva menos formalista que atienda a la práctica concreta de los
investigadores.
Un ejemplo de deductivismo: Semmelweis y la fiebre puerperal
Un buen ejemplo histórico de método deductivo de investigación nos ofrece el
trabajo de Semmelweis en torno de la fiebre puerperal. Ignaz Philipp
Semmelweis (1818-1865) fue un médico húngaro creador de los
procedimientos antisépticos. A mediados del siglo XIX, época en que se
desconocía el papel de los microorganismos en los procesos infecciosos, la

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fiebre puerperal era común en los hospitales, siendo causa de muerte entre el
10 y el 35 % de las parturientas. Semmelweis descubrió que la incidencia de la
fiebre puerperal podía ser disminuida drásticamente mediante la desinfección
de las manos.
Durante el siglo XIX se establecieron hospitales maternales en toda Europa
que daban asistencia gratuita. Como contraprestación, las mujeres aceptaban
ser estudiadas por los estudiantes de medicina. En 1846 Semmelweis ingresó
como médico en uno de estos establecimientos: la División Primera del
Hospital General de Viena. Como miembro del equipo médico, le intrigó que
una gran proporción de las mujeres que habían dado a luz en esa división
contraían fiebre puerperal, resultando en una tasa de mortalidad de un 10%,
mientras que en la vecina División Segunda era menor al 4%. Este dato se
conocía fuera del hospital, por lo que las mujeres intentaban ser admitidas en la
División Segunda. Hasta preferían dar a luz en la calle, antes que ir a la
División Primera.
Resultaba asombroso además el hecho de que la fiebre puerperal casi no
afectara a las mujeres que daban a luz en la calle.
Abocado a la resolución del problema, Semmelweis examinó las explicaciones
del fenómeno usuales en su época. Algunas las rechazó por ser incompatibles
con los hechos establecidos. Otras las puso a prueba mediante contrastación.
Una opinión común atribuía a la fiebre puerperal a cambios atmosféricos. Pero
la explicación era incompatible con los hechos. Los cambios habrían afectado a
las dos Divisiones y a toda la ciudad de Viena, incluidas las mujeres que tenían
parto callejero, pero tal cosa no sucedía: el porcentaje de muertes por fiebre
puerperal entre los casos de parto callejero era más bajo que el de la División
Primera.
La hipótesis del hacinamiento como causa de la mortandad también fue
descartada por incompatible con los hechos: había mayor hacinamiento en la
División Segunda por la cantidad de pacientes que preferían ir allí en vez de
ingresar en la nefasta División Primera. Pero el mayor hacinamiento no causó
mayor tasa de muertes.
Las hipótesis sobre el cuidado brindado a las pacientes o las comidas que se
les daba también fue descartada, dado que ambos factores eran similares en
las dos Divisiones.
En 1848 una comisión investigadora atribuyó la causa de la enfermedad mortal
a las lesiones producidas por los reconocimientos poco cuidadosos en las
pacientes por parte de los estudiantes de medicina. Semmelweis refuta esta
hipótesis debido a que las lesiones producidas naturalmente en el proceso del
parto son mayores que las de un examen poco cuidadoso. Por otro lado, las
comadronas de la División Segunda revisaban a sus pacientes de igual modo
sin producir las mismas consecuencias. Cuando a pesar de estos
contraargumentos se decidió reducir a la mitad los estudiantes que realizaban
revisaciones, la mortandad aumentó en vez de disminuir.

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Se llegó a proponer la hipótesis psicológica de que la presencia de un
sacerdote que daba los sacramentos a los moribundos causaba “terror
debilitante” entre las mujeres de la División Primera, lo que favorecía la
contracción de fiebre puerperal. Semmelweis puso a prueba esta hipótesis
pidiéndole al sacerdote que no pase por la División Primera, pero la mortandad
igual no disminuyó.
Otra hipótesis que contrastó se basó en la posición de las mujeres en las
camas: las de la División Primera solían yacer de espaldas, mientras que en la
División Segunda se acostaban de lado, por lo que puso a prueba si se trataba
de un factor significativo. Pero las muertes continuaron a pesar del cambio de
posición en la cama.
En 1847, un hecho fortuito le permitió a Semmelweis resolver el problema. Un
colega se hirió el dedo con el bisturí mientras realizaba una autopsia, y murió
luego de presentar los mismos síntomas observados en las víctimas de fiebre
puerperal. Semmelweis propuso la hipótesis de que la “materia cadavérica” que
el bisturí había introducido en la corriente sanguínea de su colega causó la
enfermedad. Y atribuyó la muerte en la División a la misma causa: luego de
realizar disecciones de cadáveres en la sala de autopsias, los estudiantes
frecuentaban las salas de parto y revisaban a las parturientas llevando en sus
manos materia cadavérica con la que las infectaban. Para contrastar su
conjetura, Semmelweis pensó que si los estudiantes eliminasen químicamente
el material infeccioso adherido a sus manos, debería evitarse la contracción de
fiebre puerperal de las pacientes. Ordenó entonces a todos los estudiantes de
medicina que se lavaran las manos con una solución de cal clorurada antes de
revisar las mujeres. La mortalidad puerperal comenzó a decrecer y en el año
1848 descendió hasta el 1,27% en la División Primera, frente al 1,33 de la
Segunda. Su hipótesis permitía explicar:
 La causa de la fiebre puerperal en la División Primera
 Por qué en la División Segunda la mortalidad era más baja: en esa
División no iban los estudiantes a practicar y las pacientes eran
atendidas por comadronas, las cuales no realizaban prácticas de
disección de cadáveres.
 Por qué se producía menor mortandad entre los partos callejeros: las
mujeres que llegaban con el hijo al hospital no eran sometidas a
reconocimiento y entonces no se contagiaban.
 Por qué todos los recién nacidos que habían contraído la fiebre
puerperal eran hijos de madres que habían enfermado antes del parto:
la infección se la transmitió la madre al niño a través de la sangre.
Tiempo después, Semmelweis y otros médicos examinaron a una parturienta
con cáncer cervical ulcerado. Se habían desinfectado previamente las manos.
Pero luego examinaron otras mujeres sin desinfectarse, por lo cual casi todas
ellas enfermaron y fallecieron de fiebre puerperal. Esto obligó a Semmelweis a
ampliar su hipótesis primera: no sólo la materia cadavérica era la causa de la
fiebre puerperal. Ésta podía ser producida también por la “materia pútrida

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procedente de organismos vivos”. Por lo que obligó al lavado y desinfección de
manos antes y después de cada revisación médica.
Esta última situación permite observar que la confirmación de una hipótesis no
garantiza que ésta sea verdadera. Como sostiene Popper, es posible verificar
hipótesis falsas. Que la hipótesis de la “materia cadavérica” resultara eficaz no
significa que fuera necesariamente correcta. Es lo que Semmelweis advierte y
por lo tanto se ve obligado a reformularla, dándole un alcance mayor: se trata
de la materia pútrida presente en organismos vivos y muertos. Recién con
Louis Pasteur quedará aclarado de qué se trataba esta “materia mórbida”.
En 1861, Semmelweis publicó De la etiología, el concepto y la profilaxis de la
fiebre puerperal, donde expuso sus investigaciones y propuso medidas
profilácticas. Pero a pesar de que demostró que el lavado y desinfección de
manos de los obstetras reducía la mortalidad por fiebre puerperal a menos del
1%, sus ideas fueron resistidas en su época. Hubo médicos indignados ya que
las investigaciones los ponían como responsables de la muerte de las
embarazadas por no lavarse las manos antes de atenderlas. Las
recomendaciones de Semmelweis solo fueron aceptadas cuando Louis Pasteur
confirmó la teoría de los gérmenes como causantes de las infecciones y
Joseph Lister aplicó de los métodos de asepsia en cirugía. Lo cual señala que
en la ciencia la verificación no es un factor suficiente para que una idea se
imponga: los llamados “factores externos” a la ciencia pueden operar
resistiendo las novedades que introduce.

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