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En esta nueva versión de la vieja «Historia del libro», que ha tenido cinco ediciones,

el autor ha caracterizado y profundizado en los aspectos culturales de las sociedades


históricas más importantes, destacando al mismo tiempo el papel del libro como
factor decisivo de la incorporación, implantación y difusión de los valores sociales.
Se inicia con el libro oral o prehistórico, común a los pueblos primitivos, para acabar
en los fenómenos del siglo XX y en la aparición de lo que se ha venido llamando la
Galaxia Marconi, sucesora de la Galaxia Gutenberg del libro impreso con tinta sobre
papel, cuya vida se ha alargado más de cinco siglos.

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Hipólito Escolar Sobrino

Manual de historia del libro


ePub r1.0
Titivillus 21.02.2019

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LA TABLETA CUNEIFORME

Mesopotamia y su influencia cultural. El libro material mesopotámico es, según


nuestras noticias, el primero creado por el hombre y uno de los de más larga
pervivencia, tres mil años. Sus creadores fueron los sumerios, que llegaron a las
tierras pantanosas de la desembocadura de los ríos Éufrates y Tigris hace cinco mil
años, donde forjaron una rica civilización basada en una productiva agricultura,
posible por una red de diques y canales, una eficiente organización social y el
descubrimiento y utilización generalizada de la escritura. Desaparecieron al cabo de
un milenio, pero su lengua y su cultura tuvieron una larga pervivencia, un caso
similar al latín, que perduró como lengua religiosa y cultural muchos siglos después
de la desaparición del Imperio Romano. Utilizaron como materia escritoria tabletas
de arcilla humedecidas, en las que grababan con una caña en los primeros tiempos
pictogramas e ideogramas, y posteriormente unos signos llamados en nuestros días
cuneiformes por su parecido con la cuña.
Se sirvieron de él otros pueblos semitas, en primer lugar los acadios, que
formaron en el tercer milenio un gran imperio bajo el reinado de Sargón de Accad o
Agadé, desde el Mediterráneo a los Montes Zagros y desde el Golfo Pérsico hasta las
estribaciones del Cáucaso, y asimilaron la cultura sumeria, a la que dieron una nueva
y fuerte personalidad; los babilonios, que constituyeron dos grandes imperios, el
babilónico primitivo o amorita, a mediados del segundo milenio, y el neobabilonio o
caldeo, a mediados del primero, restaurado por Nabopolasar, padre del famoso
Nabucodonosor. Su capital alcanzó gran fama en la Antigüedad por su riqueza y por
la sabiduría atesorada en sus templos. Otro pueblo muy destacado fue el asirio,
ligeramente anterior a los caldeos, que, no obstante su justa fama de sanguinario, fue
amante de los libros y fundador de grandes bibliotecas. Constituyeron un gran
imperio que alcanzaba al Mediterráneo y se incorporaron Egipto, pero la destrucción
de su capital Nínive por una alianza de pueblos fue celebrada universalmente.

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El libro y la cultura mesopotámicos fueron utilizados por otros pueblos del
Oriente próximo, entre los que destacan los hititas, el primer pueblo indoeuropeo que
entró en la historia por haber sido el primero en adoptar la escritura. Se establecieron
en Asia Menor hacia el año 2000 y llegaron a constituir una de las grandes potencias
mundiales a mediados del milenio segundo. Una información amplia facilitaron las
excavaciones hechas, a partir de 1916, a unos cien kilómetros de Ankara, en el solar
de Hatusas, la capital del reino, que proporcionaron unas diez mil tabletas
cuneiformes.
Las tabletas encontradas muestran su dependencia cultural de Mesopotamia, así
como la organización del Estado, las creencias religiosas, sus avatares históricos y los
diversos pueblos con lenguas diferentes incorporados a su imperio. Hay textos en
hitita, en hurrita, en acadio, muy abundantes porque en él sostenían las relaciones
exteriores, y en sumerio. Contienen documentos históricos, entre los que destacan las
biografías de los soberanos, escritas en primera persona, como si el autor fuera el
propio rey, y en las que se utilizan, buscando mayor animación y verosimilitud, el
estilo directo y los diálogos. Usaron principalmente la escritura cuneiforme, pero
también otra jeroglífica, llamada así, a pesar de no ser realmente una escritura
sacerdotal, porque los caracteres son figuras fácilmente reconocibles, partes de seres
vivos y variados objetos. Los textos aparecen grabados en piedra en Anatolia y norte
de Siria.
Los escribas, de muchos de los cuales se conoce el nombre, gozaron de gran
influencia y poder. El gran escriba era el primer ministro y la persona más importante
del reino, después del rey, la reina y el príncipe heredero. Recibían una cuidada
educación, debían dominar varias lenguas y los sistemas de escritura. No tuvieron el
genio creador de otros pueblos ni debieron sentirse atraídos por la ciencia y su
literatura es una literatura secundaria, salvo su aportación al género histórico.
También utilizaron la tableta cuneiforme y estuvieron influidos por la cultura
mesopotámica varias ciudades próximas a la costa, como Alepo, Cades, Biblos, Tiro,
Ugarit y Ebla. Ésta, a unos cien quilómetros al norte de Alepo, fue una ciudad
populosa, que vivía principalmente del comercio y en su biblioteca han aparecido
recientemente 17 000 fragmentos de tabletas, entre los cuales hay algunos en
sumerio, cuyo contenido son documentos económicos, administrativos, legales,
históricos, religiosos y lingüísticos, como diccionarios y silabarios.
Descubierta en la tercera década de este siglo, Ugarit, se encuentra en Siria frente
a la isla de Chipre, que había sido destruida alrededor de 1200, quizá por los Pueblos
del Mar, y no fue reconstruida. Las tabletas de arcilla con escritura cuneiforme
encontradas muestran que había escuelas de escribas en las que se enseñaba el
sumerio, el acadio, el hitita y el hurrita. Usaron ocasionalmente un sistema alfabético
en el que las letras se representaban por signos cuneiformes.
Corta fue la duración, aunque extensas las fronteras, del imperio formado por los
persas aqueménidas, entre los siglos sexto y cuarto, famoso por las Guerras Médicas,

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que terminó conquistado por Alejandro Magno. Para gobernar sus extensos territorios
contaron con una organización burocrática basada en la documentación escrita.
Utilizaron las lenguas y sistemas de escritura de los territorios sometidos, aunque
dieron preferencia a la lengua y escritura arameas, muy difundidas en el primer
milenio. En sus archivos utilizaron rollos de pieles, perdidos en la actualidad. Para las
inscripciones monumentales crearon un sistema propio con caracteres cuneiformes, a
base de cuarentaiún signos. Uno sirve para indicar la separación de las palabras y
cuatro son ideogramas. Los restantes son signos fonéticos.

Los restos arqueológicos. No obstante sus grandes imperios, el desarrollo que


entre ellos alcanzó la escritura y la brillantez de su cultura, que se mantuvo viva hasta
los comienzos de la era cristiana conviviendo con la griega en el reino helenístico
seléucida, la humanidad durante los dos mil últimos años sólo tuvo una vaga
información de sus logros porque sus escritos permanecieron enterrados en las arenas
de los desiertos junto a sus ciudades destruidas, y los restos descubiertos de su
escritura resultaron indescifrables. Las noticias que los hombres tuvieron de ellos
procedían de alusiones bíblicas y de los historiadores griegos, en especial Heródoto,
no obstante la historia de Mesopotamia que escribió en griego el sacerdote Beroso,
aprovechando la documentación guardada en los templos babilónicos.
El olvido fue tan total que cuando los viajeros encontraron inscripciones
cuneiformes en las ruinas de las ciudades aqueménidas muchos pensaron que eran
simples adornos de las jambas de ventanas y puertas. El alemán G. F. Grotefend, que
las consideró pertenecientes a un sistema de escritura, logró descubrir el valor de
algunas letras e iniciar su lectura, gracias al título que, según los historiadores
clásicos, usaban los reyes persas «gran rey, rey de reyes». Una fuente importante para
el desciframiento fueron las inscripciones de la roca de Behistun, mandadas grabar
por Darío para conmemorar la victoria sobre sus enemigos y escritas en tres lenguas,
persa, elamita y acadio, en cuyo desciframiento fue notable la aportación del
deportista y políglota inglés H. C. Rawlinson.
Excavaciones sucesivas descubrieron notables monumentos y enormes depósitos
de tabletas pertenecientes a bibliotecas y archivos, que habían superado el tiempo
cubiertas por la arena seca del desierto. Los monumentos en piedra y el contenido de
los textos mostraron unas civilizaciones y culturas insospechadas por haber
desaparecido las ciudades y haber pasado estas tierras a un lugar marginal en el
nuevo mundo dividido entre persas y romanos. Como consecuencia de la labor
arqueológica, apareció una ciencia histórica nueva, la asiriología y dentro de ella una
sección, la sumeriología.

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El libro material mesopotámico, tuppu, estaba formado por tabletas o planchas
de arcilla, muy abundante en la región, mientras que escaseaban otros posibles
materiales como la piedra, la madera, el papiro y la piel. Solían ser planchas
rectangulares, aunque las había redondas y oblongas. Su longitud variable andaba por
los 20 cm. No obstante, algunos textos se grabaron en piedra y metales preciosos,
como el oro, o maleables, como el plomo. Aunque es posible que usaran pieles y
papiro, por su fragilidad no se han conservado restos. En la época asiria se usaron
tabletas de madera y marfil con bordes y un baño de cera interior para escribir encima
y borrar con facilidad. Unían varias de ellas lateralmente por medio de correas o
anillas, origen del cuaderno, la actual forma de libro.
Sobre la superficie humedecida de la tableta trazaban con un estilete los dibujos
lineales, que seguían un orden descendente, de arriba a abajo. Pronto apareció la
escritura cuneiforme, consistente en grupos de signos con rayas de forma de cuña
formando un cuadrado, que sustituían a los primitivos dibujos lineales y tenían una
función de ideogramas o fonogramas. El escriba imprimía los caracteres cuneiformes
en la superficie de la tableta con una caña de base triangular que luego inclinaba. Si
cometía un error, borraba el signo, dejando la superficie plana.
Cuando había llenado el anverso, continuaba escribiendo por el reverso. Al final
ponía el colofón, en el que figuraba el título de la obra, constituido por las palabras
iniciales, costumbre que se hizo milenaria y aún perdura en las encíclicas papales.
Podía añadir el nombre del propietario de la tableta y el del escriba e incluso
consignaba, si procedía de una copia, el estado del original más la indicación de que
el texto se había cotejado cuidadosamente. Acababa con la fecha y advertencias para
su conservación, así como maldiciones para los que las robaran, rompieran,
humedecieran o cambiaran el nombre del autor o propietario.
Las tabletas se endurecían, como los adobes, secándolas al sol. Sólo en casos
ocasionales, cuando el documento tenía importancia y para asegurar su pervivencia,
se cocían en un homo, como ladrillos, pero quedaba inutilizada la arcilla para nuevos
usos. También emplearon, en vez de las tabletas, figuras geométricas, como cilindros,
prismas o conos. Las inscripciones reales o de gran valor para la sociedad, se
grababan con los instrumentos apropiados en materiales duros, mármol o diorita. Por
una ironía del destino, el asalto y consiguiente destrucción de las ciudades abrasadas
por las llamas ha favorecido la conservación de las tabletas endurecidas por el
incendio, cuyo número se aproxima al millón y sigue creciendo por las excavaciones
que no cesan. Hay colecciones de tabletas en bastantes museos, especialmente en
Londres, París, Berlín, Estambul y Bagdad.

Los escribas. La escritura e interpretación de los textos escritos, cuya


complicación aumentaba a medida que pasaba el tiempo, correspondían a los
miembros de una clase social, los escribas, dubsar, que gozaban de gran prestigio

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pues terminaron siendo los depositarios del saber religioso y científico y ejerciendo
profesiones intelectuales, como el sacerdocio, la medicina, la magia, la ingeniería y la
docencia, e igualmente funciones burocráticas de administradores y secretarios.
A ellos se debe la configuración religiosa, política y administrativa de la sociedad
mesopotámica, cuya continuidad supieron mantener a través de varios milenios.
También a ellos les corresponde el mérito de la irradiación cultural mesopotámica
sobre los países limítrofes y el que las tabletas de arcilla y el sistema cuneiforme de
escritura fueran adoptados como forma del libro material por varios pueblos.
Para la formación de los escribas había escuelas, casas de las tabletas, en los
centros religiosos, donde los alumnos debían ejercitarse no sin castigos, en el manejo
de la caña, copiar deberes, aprender de memoria palabras, manejar tablas métricas,
resolver problemas matemáticos y hacer ejercicios de redacción en sumerio y en
acadio. El rey asirio Asurbanipal se mostraba orgulloso de haber recibido formación
de escriba. Fue un bibliófilo y a su biblioteca incorporó tabletas procedentes de
botines de expediciones militares y otras antiguas y valiosas que consiguió con
enviados especiales a los templos de viejas ciudades, como Nippur y Babilonia.

En una estela de diorita el rey acadio Hammurabi mandó grabar en


escritura cuneiforme un código que expuso en público para garantía
de los derechos de las personas.

El contenido del libro. La mayoría de las tabletas descubiertas corresponden a


documentos: inventarios, hipotecas, recibos, pagarés, contratos de arrendamiento, de
compraventa y matrimoniales, sentencias judiciales, adopciones y cartas privadas y
oficiales. También abundan las inscripciones votivas, para tener propicios a los
dioses, grabadas en vasos, estelas y estatuas. No faltan en los muros y lápidas
inscripciones para recordar la inauguración o restauración de palacios, templos y
fortificaciones. Hemos recuperado igualmente abundante documentación diplomática

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y narraciones de victorias militares de los reyes y conquistas de pueblos y ciudades,
así como listas de reyes, y material para la enseñanza, como silabarios, diccionarios y
gramáticas.
Esta gran cantidad de tabletas se ha debido a la existencia de archivos, en los que
se guardaban, al resguardo de la humedad, ordenadas en estanterías de madera y
también en cestas de mimbre y jarras. Conocemos muchos, entre otros los de Lagash,
70 000 fragmentos, Nínive, 30 000, Mari, 20 000 y Ebla casi la misma cantidad. Gran
sensación causó el hallazgo del código de Hammurabi, rey amorita entre los siglos
dieciocho y diecisiete, grabado en una estela de diorita negra encontrada en Susa,
capital del Elam, a donde había sido llevada como botín de guerra por los elamitas en
el siglo doce. No es el primer código, ni el último. En ellos se regulaban los derechos
y deberes de las personas, se anunciaban los castigos por las infracciones y se
protegía especialmente a los huérfanos y a las viudas.
Se conservan bastantes textos literarios, algunos mitológicos, como Enuma elis,
«Cuando en lo alto», que se recitaba en las ceremonias religiosas de Babilonia,
Descenso y retorno de Istar, explicación de la muerte en la naturaleza que llega con
el invierno y la resurrección que trae la primavera. También plegarias buscando la
protección de los dioses, entre las que destacan el himno dirigido a la diosa Istar y el
destinado al rey Shusin, que se recitaba anualmente con motivo de la boda real con
una sacerdotisa; lamentaciones, como las de un primitivo Job, víctima de todas las
desgracias; obras sapienciales, expresadas en proverbios, máximas, adagios, juegos
de palabras y paradojas, fábulas protagonizadas por animales y debates en los que dos
objetos o dos conceptos discuten sobre sus cualidades y los beneficios que producen.
Muy famoso es el Poema de Gilgamés, un rey sumerio de Uruk mitificado,
descubierto primeramente en la biblioteca del rey Asurbanipal, en el que se encontró
una descripción del Diluvio. Exalta la amistad, el amor y la aventura, pero también la
debilidad del hombre frente a los dioses y la inutilidad de la rebeldía contra el
destino.
Los mesopotámicos eran grandes observadores, estudiaban la repetición de los
fenómenos, los consignaban y llegaron a confeccionar amplios repertorios usados por
astrólogos, arúspices y magos. También recopilaron conocimientos médicos y
establecieron cuadros clínicos, diagnósticos y pronósticos, así como la terapéutica
adecuada, en la que se incluían los encantamientos del mago, equivalente al
psiquiatra, junto a los remedios propiamente médicos.
Avanzaron mucho en los conocimientos matemáticos, dieron a las cifras un valor
posicional y utilizaron la base sexagesimal, aunque conocieron y usaron en menor
grado la decimal. Dividieron el día en doce horas, no en veinticuatro, la hora en
sesenta minutos y el minuto teóricamente en sesenta segundos. Utilizaron tablas para
el cálculo rápido y colecciones de problemas, hechas con fines didácticos.
En su literatura faltan la poesía lírica profana, la dramática y la narrativa, así
como tratados teóricos y especulativos. No obstante, tuvo que haber una poesía lírica

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profana, recitada en los palacios reales y en las residencias de los nobles,
normalmente con acompañamiento musical. También debió de existir una poesía y
canción populares que entonarían los barqueros en los ríos, los camelleros en las
caravanas e incluso los campesinos labrando sus campos. Sin embargo, no fueron
transcritas. El pueblo podía disfrutar de las procesiones religiosas, aparatosas y
brillantes, que acompañaba con cantos. El libro escrito, como en todas las literaturas
primitivas, tenía una función ancilar porque el protagonismo le correspondió al libro
oral.

Pervivencia. Han pervivido muchos aspectos de su cultura a través de griegos y


hebreos. Herencia suya son los horóscopos, que tuvieron cierta consideración en la
Antigüedad y han renacido con carácter popular en nuestros días, la división del
tiempo de horas, minutos y segundos, y la de la circunferencia sobre base
sexagesimal, así como la venta de algunos artículos por docenas.
Influyeron la cultura griega en el campo científico y en la creación de mitos, que
fueron introducidos en el mundo helénico a través de los jonios establecidos en Asia
Menor. También el método de adquisición de los conocimientos a través de la
observación registrada y ordenada y la afición a la especulación abstracta.
Huellas de su literatura se encuentran en el Génesis, por ejemplo, creación del
hombre, Paraíso, árbol de la vida, Diluvio, etc. Y en otros libros bíblicos, como en el
Cantar de los Cantares, Job, Himnos y Proverbios. Igualmente su herencia se ha
dejado sentir en ritos y ceremonias religiosas: exorcismos, bendiciones, empleo de la
sal, el agua y el aceite como elementos cultuales. Incluso la devoción personal de los
cristianos a determinados santos recuerda la adoración de los dioses personales
intercesores; como las tribulaciones de los demonios, las acciones de los espíritus
maléficos mesopotámicos.

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