Está en la página 1de 3

Una dama extraviada.

Willa Cather
José Luis Alvarado

Resulta manido acudir a la famosa sentencia de Baltasar


Gracián según la cual lo bueno, si breve, es dos veces bueno,
pero en literatura sí que tiene su importancia, por cuanto la
justa medida de una historia viene muchas veces unida a la
maestría de la misma. Valga como caso ejemplar Una dama
extraviada, la excepcional novela corta que en 1923 escribió la
norteamericana Willa Cather (1873-1947). Y es excepcional
porque resulta difícil encontrar una obra que muestre una
relación tan impecable entre lo que se quiere contar y lo que se
cuenta. No hay una palabra superflua, una situación que esté de
más y, por otro lado, parece contener los elementos justos para
causar en el lector la sensación que la autora sin duda tuvo la
intención de causar.
Willa Cather nos presenta en esta novela a unos espíritus muy
sensibles, a punto de ser derrotados por lo que la escritora
consideraba la estupidez y el mercantilismo de la vida moderna.
De cierta manera, Willa Cather pretende reflejar la destrucción
de la vida en el medio Oeste y la muerte de la tradición de los
pioneros, pero no lo hace desde una visión romántica o
convencional del pasado, sino desde la perspectiva de una
mujer fuerte y optimista que se va adaptando a los nuevos
tiempos sin que por ello eche de menos lo que fue. Ahí reside el
complejo equilibrio de este relato: el lector descubre lo que no
ve la propia protagonista, es decir, la decadencia de una época
y, en particular, de esta mujer singular, sin que ella se dé
cuenta.
Este desmoronamiento se observa en la llegada a los vastos
territorios conquistados por soñadores y aventureros de
corazón pródigo de una pandilla de especuladores, muchos de
ellos nacidos en esas mismas tierras, que, sin arriesgar nada,
se beberán el espejismo y extirparán el fértil espíritu de la
libertad y la vida generosa y fácil de los grandes terratenientes.
Uno de esos terratenientes que llevaron la prosperidad y el
progreso al medio Oeste a través del ferrocarril será el capitán
Daniel Forrester, casado con una de las mujeres más atractivas
que puede encontrarse en la literatura, su esposa Marianne
Forrester. Esta cautivante mujer es una mujer en la frontera,
que no pertenece más que a sí misma, apasionada hasta el
error, viva en su poderosa intensidad. Es una mujer adorable y
temible cuya dimensión se logra en la contrafigura del hombre
que la ama, digno y oscuro. Su esplendor y caída se narrará
desde los ojos asombrados de un adolescente que, como el
lector, se enamora inmediatamente de la irresistible Marianne.
No será la espectacularidad o el morbo de la historia lo que
atraiga sino la capacidad de extraer la intriga de los personajes
y su ambiente, lo que Willa Cather consigue componiéndolos al
detalle. En muy pocas páginas forma la personalidad de esta
apasionada mujer y el atractivo que ejerce sobre el joven Niel
Herbert, a través de cuya mirada vemos a Marianne. No
podemos decir que se enamore de ella, sino algo más
importante: él la idealiza, hace de ella una mujer sin defectos,
segura, fuerte, insuperable.
La enfermedad del capitán Forrester será el momento en que se
produzca un punto de inflexión en la historia de la familia. Con
la enfermedad, además, llegará el desastre económico: los
nuevos tiempos no se adaptan a la forma de entender la vida de
los pioneros. Marianne se sentirá cada vez más cautiva dentro
de su gran casa, olvidada de los grandes amigos de los tiempos
felices. Una naturaleza apasionada como la suya se volverá
contra sí misma. El joven Niel descubrirá las cartas que le envía
un viejo amigo, con fama de crápula, y más tarde, ausente el
capitán de la casa, sorprenderá la risa femenina, impaciente y
ansiosa de Marianne entremezclada con otra risa muy distinta,
de hombre, pegajosa y perezosa.
La maestría de Willa Cather, lo que la hace inconfundible, es su
forma de abordar las situaciones más importantes: el joven no
ve la escena, sólo la escucha; sospecha y deduce, pero no
constata. A partir de ese momento, Niel creerá que está ante el
fin de aquella admiración y lealtad que habían sido como un
florecer en su existencia. Y cuando parece que la estrella de
Marianne se apagará sobre el horizonte de Niel y de sus
chismosos vecinos, aparecerá de nuevo, más poderosa que
nunca, pujante, admirable.
Una dama extraviada es una mezcla armoniosa y bien medida
que no cae en retóricas fáciles ni en sentimentalismos. Hay una
finura y una delicadeza de percepción de la realidad en Willa
Cather que se corresponden prodigiosamente con la sutil
expresividad de su escritura. Donde en otras novelas es
necesaria la descripción y el dramatismo, en ésta la mezcla
mágica de sugestión y sutileza aportan la suficiente cualidad
literaria misteriosa y sustancial para atraer al lector desde la
primera página. Willa Cather sabía lo que quería escribir, tenía
una concepción noble y profunda de la vida y supo plasmarlo en
su obra. Una dama extraviada, por su brevedad, por su
concisión y su intensidad, es una joya literaria, una novela
redonda.

Una dama extraviada. Willa Cather. Alba Editorial.

También podría gustarte