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La Regenta

Leopoldo Alas, Clarín, 1884-1885


“No sé si sabrá usted que yo también me he metido a escribir una novela,
vendida ya (aunque no cobrada) a Cortezo, de Barcelona. Si no fuera por el
contrato, me volvería atrás y no la publicaba: Se llama La Regenta y tiene dos
tomos –por exigencias editoriales”.

Carta de Leopoldo Alas a Benito Pérez Galdós, 1884


El movimiento
Romanticismo vs Realismo (y Naturalismo)

ROMANTICISMO REALISMO

La visión subjetiva del autor impregna el relato. Punto de vista Actitud aparentemente objetiva, descriptiva.
Historias extraordinarias, llenas de misterio, aventura y efectos Temas La vida cotidiana con sus problemas domésticos, sentimentales,
dramáticos económicos...En el caso del Naturalismo, se añade la denuncia
social.

Héroes rebeldes o marginados que llevan sus pasiones Personajes Personajes de psicología compleja que lidian con las
e ideales al extremo circunstancias de su realidad social y moral.

Lugares exóticos, pintorescos, lejanos. Espacio Ambientes concretos, identificables. Mundo burgués (en el
Naturalismo, preferencia por ambientes miserables, marginales).

Pasado idealizado, con especial predilección por la Tiempo Contemporaneidad del novelista.
Edad Media.

Lenguaje retórico, a menudo efectista, que vehicula las pasiones Lenguaje Sencillez, polifonía (reflejo de las distintas voces que integran la
extremas de los personajes. sociedad) y verosimilitud.
El Naturalismo y el
Realismo
Clarín parece tomar del movimiento realista la famosa sentencia atribuida al
novelista francés Stendhal según la cual la novela debe ser “un espejo que se
pasea a lo largo del camino”. Sin idealizaciones ni deformaciones (al menos no
evidentes), el narrador asume la tarea de alumbrar un mundo, una réplica lo más
exacta y completa posible de la realidad, tanto material como espiritual, con todas
sus contradicciones. El novelista debe ser un testigo fiel de su contemporaneidad,
de su aquí y ahora. Minuciosas descripciones, diálogos vivos y un lenguaje
aparentemente sencillo y natural procuran el deseado “efecto de realidad”.
Hija del Realismo, la novela naturalista influye en Clarín al pretender demostrar,
de acuerdo con la tesis determinista, que las condiciones en que nace el individuo
(familia, ambiente, clase social...) determinan la conducta de este, lo que
constituye una visión fatalista de la existencia puesto que niega al ser humano la
capacidad de trascender sus propias limitaciones. En el caso de Ana Ozores, la
falta de amor materno en la infancia, la soledad de sus primeros años y el carácter
apasionado del padre se unen para forjar una naturaleza soñadora, incapaz de
encajar en una sociedad mezquina y prosaica como la vetustense, e
inevitablemente abocada al desastre.
A pesar de que las novelas naturalistas se suelen centrar en ambientes humildes,
incluso de extrema precariedad, para denunciar las injusticias sociales, Clarín se
aparta de la sordidez material para aplicar su atenta mirada a la bajeza moral que
reina en las clases altes de Vetusta.
“...todo lo esencial del Naturalismo lo teníamos en casa desde
tiempos remotos, y antiguos y modernos conocían ya la soberana
ley de ajustar las ficciones del arte a la realidad de la naturaleza y
del alma, representando cosas y personas, caracteres y lugares
como Dios los ha hecho”.

Benito Pérez Galdós, Prólogo a la segunda edición de La Regenta, 1901


El autor
Leopoldo Alas, Clarín
(1852-1901)
Leopoldo García-Alas y Ureña, Clarín, nació en Zamora  en 1852, aunque
desde los siete años su niñez transcurrió en Oviedo. De ideología liberal
y republicana, se doctoró en Derecho en 1878 pero el gobierno
conservador le negó la cátedra de Economía Política que había ganado.
Hasta 1882 no se le concedió la cátedra en la Universidad de Zaragoza.
Sus clases pronto se hicieron famosas por sus métodos poco ortodoxos,
más centrados en fomentar la reflexión entre el alumnado que en dictar
la ciencia. Poco tiempo después regresó, como catedrático de Derecho
Romano, a Oviedo, la ciudad que se convertiría en marco y protagonista
de su obra maestra, La Regenta.
Fue uno de los críticos literarios más certeros (y temidos) de su época.
A pesar de ello trabó amistad con la mayoría de escritores coetáneos,
especialmente con Benito Pérez Galdós.
Más allá de La Regenta, su obra la componen los artículos periodísticos,
cuentos como Pipá y Adiós Cordera, y la novela Su único hijo.
Murió en Oviedo, en 1901.
El argumento
Un peculiar triángulo amoroso
Sensible, bella y virtuosa, Ana Ozores es el centro de interés de la alta sociedad de Vetusta: cuanto más
se la admira más se desea –secretamente- su caída. Atrapada en un matrimonio sin pasión con el regente
de la ciudad, Víctor Quintanar, un hombre mayor que la trata como a una hija, Ana busca la plenitud
debatiéndose entre el éxtasis religioso y las fantasías románticas. Su idealismo e insatisfacción perennes
la convierten en la presa que, bajo la atenta mirada de la ciudad, se disputan el cínico Álvaro Mesía, un
donjuán entrado en años, y el sacerdote Fermín de Pas, alma atormentada y ávida de poder que sublima
su amor hacia la Regenta erigiéndose en su guía espiritual. El tedio de una existencia vacía de significado
arrastra finalmente a Ana a los brazos de Mesía. Actuando como un marido celoso, de Pas teje en la
sombra una venganza que se materializa en un duelo fatídico entre Mesía y Quintanar. Condenada por la
sociedad vetustense, sumida en una profunda melancolía, se intuye un final aciago para Ana.
Ana
Ozores

Vetusta

Don Don
Fermín Álvaro
de Pas Mesía
Los personajes
Marcada por la muerte de su madre y la El Magistral  de la Catedral de Vetusta y Presidente del Casino de Vetusta y Jefe del
educación despótica por parte de su aya y confesor de la Regenta es uno de los Partido Liberal Dinástico, Álvaro Mesía
de sus tías, la existencia de Ana es la de la grandes hallazgos de Clarín por la representa todo aquello que Clarín
búsqueda infructuosa del amor: a un ambigüedad de su temperamento, rechazaba de la España de su época: el
matrimonio sin hijos y sin pasión se une la aquejado de profundas contradicciones. caciquismo, la vacuidad y la presunción.
incapacidad de encajar en la “necedad Hombre ambicioso y manipulador , es a su Quizá por ello, a pesar de la supuesta
prosaica” que caracteriza a la sociedad vez dominado por las ansias de poder de su neutralidad del narrador, este no oculta su
vetustense. Culta e inteligente, Ana madre, que lo ha educado a base de antipatía hacia Mesía, presentándolo como
tampoco puede aplicar su talento a ningún privaciones, sacrificios y bajezas. Prisionero un donjuán mediocre, sin la valentía y el
oficio, puesto que su doble condición de de una carrera que le permite ascender arrojo del personaje de Zorrilla. Consciente
aristócrata y mujer le impide trabajar. Su socialmente pero que le obliga a reprimir de que sus años de juventud y de gloriosas
sensibilidad exacerbada y sus deseos sus deseos, su actitud hacia Ana va conquistas se están acabando, don Álvaro
insatisfechos se traducen a menudo en pasando de la de “hermano espiritual” a la se propone seducir a la Regenta no tanto
crisis nerviosas que alcanzan un paroxismo de enamorado en la sombra y, finalmente, por el deseo que suscita en él como por
similar al de las “mujeres histéricas”, a la de marido celoso y vengativo. arrogarse el triunfo de vencer a la mujer
invención médica y literaria muy en boga más bella e inalcanzable de Vetusta.
en la segunda mitad del XIX.
El narrador
El estilo indirecto libre

Clarín sustituye las reflexiones y comentarios que el narrador suele hacer en relación a la situación de un
personaje con la voz del propio personaje, como si el narrador estuviera dentro de este (narrador
omnisciente) y ambos se entrelazaran.
«Ana estuvo todo el día inquieta, descontenta de sí misma; no se arrepentía de haber puesto en peligro su
honor, dando alas (siquiera fuesen de sutil gasa espiritual) a la audacia amorosa de don Álvaro; no le pesaba
de engañar al pobre don Víctor, porque le reservaba el cuerpo, su propiedad legítima... pero ¡pensar que no
se había acordado del Magistral ni una vez en toda la noche anterior, a pesar de haber estado pensando y
sintiendo tantas cosas sublimes!
Y por contera, le engañaba, le decía que estaba enferma para excusar el verle... ¡le tenía miedo!... y hasta el
estilo dulce, casi cariñoso de la carta era traidor... ¡aquello no era digno de ella! Para don Víctor había que
guardar el cuerpo, pero al Magistral ¿no había que reservarle el alma?».
El espacio
VETUSTA

Es a la vez marco y personaje central de la novela,


al mismo nivel que Ana, quizá su último y verdadero
antagonista. Trasunto de Oviedo, la de Vetusta es
una sociedad envidiosa e hipócrita que engaña el
tedio a base de murmuraciones e intrigas, que se
complace en los escándalos mientras no
trasciendan en exceso y se consigan guardar las
apariencias. El teatro, el casino, la catedral y los
viejos palacios son los puntos de encuentro en los
que se reúnen los distintos grupos sociales que
conforman el gran mundo vetustense: la alta
burguesía, el clero y la aristocracia.
Así pues, la leyes del determinismo se observan
también en el ambiente opresivo de Vetusta.
Dedicados a preservar a toda costa las mismas
leyes no escritas que los oprimen, los vetustenses
son incapaces de escoger libremente su destino, al
margen del qué dirán.
«Mientras el acólito hablaba así, en voz baja, a Bismarck que se había atrevido a acercarse,
seguro de que no había peligro, el Magistral, olvidado de los campaneros, paseaba lentamente
sus miradas por la ciudad escudriñando sus rincones, levantando con la imaginación los techos,
aplicando su espíritu a aquella inspección minuciosa, como el naturalista estudia con poderoso
microscopio las pequeñeces de los cuerpos. No miraba a los campos, no contemplaba la
lontananza de montes y nubes; sus miradas no salían de la ciudad.
Vetusta era su pasión y su presa. Mientras los demás le tenían por sabio teólogo, filósofo y
jurisconsulto, él estimaba sobre todas su ciencia de Vetusta. La conocía palmo a palmo, por
dentro y por fuera, por el alma y por el cuerpo, había escudriñado los rincones de las
conciencias y los rincones de las casas. Lo que sentía en presencia de la heroica ciudad era gula;
hacía su anatomía, no como el fisiólogo que sólo quiere estudiar, sino como el gastrónomo que
busca los bocados apetitosos; no aplicaba el escalpelo sino el trinchante».
El estilo
A pesar de que la actitud del escritor naturalista debe ser la de
un científico, al abordar de forma analítica e imparcial la realidad,
la novela nunca puede ser ciencia, no puede olvidar su finalidad
estética. Más allá de la viveza descriptiva y de la profundidad
psicológica de los personajes, la calidad literaria de La Regenta se
cifra en la atención al ritmo de la frase, de la sintaxis, y en el uso
de metáforas y comparaciones que tejen un mundo simbólico
que trasciende el plano puramente material de acontecimientos
y personajes. La crítica social se expresa a través de la ironía, a
menudo a través de imágenes grotescas que animalizan a los
personajes. El uso de flashbacks nos permite conocer el pasado
de cada individuo y comprender, según la tesis naturalista, el
peso que adquiere en el destino de este.
«Aquello lo entendió. Había estado, mientras pasaba hojas y hojas,
pensando, sin saber cómo, en don Álvaro Mesía, presidente del casino de
Vetusta y jefe del partido liberal dinástico; pero al leer: «Los parajes por
donde anduvo», su pensamiento volvió de repente a los tiempos lejanos.
Cuando era niña, pero ya confesaba, siempre que el libro de examen decía
«pase la memoria por los lugares que ha recorrido», se acordaba sin
querer de aquel gran pecado que había cometido, sin saberlo ella, la
noche que pasó dentro de la barca con aquel Germán, su amigo...
¡Infames! La Regenta sentía rubor y cólera al recordar aquella calumnia».
El adulterio femenino y la lectura
El bovarismo: adúlteras
quijotescas en la segunda
mitad del XIX
El adulterio femenino es uno de los temas más recurrentes en
la novelística de la segunda mitad del siglo XIX. Madame
Bovary (1856), de Gustave Flaubert, forja un prototipo con el
que los escritores posteriores dialogan inevitablemente: la
mujer burguesa (o aristócrata) que, ante el tedio de su
mezquina vida cotidiana, anhela una vida más intensa, llena
de pasión, romanticismo y aventura. Tristes herederas de Don
Quijote, heroínas como Ema Bovary, Ana Karenina o Ana
Ozores buscan en la literatura el ejemplo a seguir. Como don
Quijote, estas mujeres desean vivir en un mundo idealizado,
tan intenso como el de la ficción, y su tragedia personal no
proviene solo de la condena social, sino también del
desajuste entre ficción y realidad, entre ideal y prosaica
materialidad. Su pecado original es el de leer demasiado.
«Y cuando quedó libre de Carlos, Emma subió a encerrarse en su habitación (…) Se repetía: «¡Tengo un amante!, ¡un amante!»,
deleitándose en esta idea, como si sintiese renacer en ella otra pubertad. Iba, pues, a poseer por fin esos goces del amor, esa fiebre de
felicidad que tanto había ansiado (…) Entonces recordó a las heroínas de los libros que había leído y la legión lírica de esas mujeres adúlteras
empezó a cantar en su memoria con voces de hermanas que la fascinaban. Ella venía a ser como una parte verdadera de aquellas
imaginaciones y realizaba el largo sueño de su juventud, contemplándose en ese tipo de enamorada que tanto había deseado».

Gustave Flaubert, Madame Bovary, 1856

 «Si la heroína de su novela cuidaba a un enfermo, Ana habría deseado entrar ella misma con pasos suaves en la alcoba del paciente; si un
miembro del Parlamento pronunciaba un discurso, Ana habría deseado pronunciarlo ella; si lady Mary galopaba tras su traílla, desesperando a
su nuera y sorprendiendo a las gentes con su audacia, Ana habría deseado hallarse en su lugar. Pero era en vano. Debía contentarse con la
lectura, mientras daba vueltas a la plegadora entre sus menudas manos. El héroe de su novela empezaba ya a alcanzar la plenitud de su
británica felicidad: obtenía un título de baronet y unas propiedades, y Ana sentía deseo de irse con él a aquellas tierras».

Lev Tolstoi, Ana Karenina, 1877

 
«Ana vivía ahora de una pasión; tenía un ídolo y era feliz entre sobresaltos nerviosos,
punzadas de la carne enferma, miserias del barro humano de que, por su desgracia, estaba
hecha. A veces leyendo se mareaba; no veía las letras, tenía que cerrar los ojos, inclinar la
cabeza sobre las almohadas y dejarse desvanecer. Pero recobraba el sentido, y a riesgo de
nuevo pasmo volvía a la lectura, a devorar aquellas páginas (…)
La debilidad había aguzado y exaltado sus facultades; Ana penetraba con la razón y con el
sentimiento en los más recónditos pliegues del alma mística que hablaba en aquel
papel áspero, de un blanco sucio, de letra borrosa y apelmazada. Pasmábase de que el
mundo entero no estuviese convertido, de que toda la humanidad no cantara sin cesar las
alabanzas de la santa de Ávila».
La Regenta, Leopoldo Alas, Clarín, 1884-85
La fatalidad
El determinismo de La Regenta:
una condena silenciosa
A diferencia de las suicidas Bovary y Karenina, el destino fatal de Ana Ozores es el de la
condena parpetua de Vetusta: la soledad, el ostracismo, una existencia cuplable, vacía y sin
consuelo. Es lo que el lector intuye en el devastador –e irónico- final de la novela:

«El Magistral se detuvo, cruzó los brazos sobre el vientre. No podía hablar, ni quería.
Temblábale todo el cuerpo, volvió a extender los brazos hacia Ana... dio otro paso
adelante... y después clavándose las uñas en el cuello, dio media vuelta, como si fuera a
caer desplomado, y con piernas débiles y temblonas salió de la capilla. Cuando estuvo en el
trascoro, sacó fuerzas de flaqueza, y aunque iba ciego, procuró no tropezar con los pilares y
llegó a la sacristía sin caer ni vacilar siquiera.
Ana, vencida por el terror, cayó de bruces sobre el pavimento de mármol blanco y negro;
cayó sin sentido.
La catedral estaba sola. Las sombras de los pilares y de las bóvedas se iban juntando y
dejaban el templo en tinieblas.
Celedonio, el acólito afeminado, alto y escuálido, con la sotana corta y sucia, venía de
capilla en capilla cerrando verjas. Las llaves del manojo sonaban chocando.
Llegó a la capilla del Magistral y cerró con estrépito.
Después de cerrar tuvo aprensión de haber oído algo allí dentro; pegó el rostro a la verja y
miró hacia el fondo de la capilla, escudriñando en la obscuridad. Debajo de la lámpara se le
figuró ver una sombra mayor que otras veces...
Y entonces redobló la atención y oyó un rumor como un quejido débil, como un suspiro.
Abrió, entró y reconoció a la Regenta desmayada.
Celedonio sintió un deseo miserable, una perversión de la perversión de su lascivia: y por
gozar un placer extraño, o por probar si lo gozaba, inclinó el rostro asqueroso sobre el de la
Regenta y le besó los labios.
Ana volvió a la vida rasgando las nieblas de un delirio que le causaba náuseas.
Había creído sentir sobre la boca el vientre viscoso y frío de un sapo.

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