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ROMANTICISMO REALISMO
La visión subjetiva del autor impregna el relato. Punto de vista Actitud aparentemente objetiva, descriptiva.
Historias extraordinarias, llenas de misterio, aventura y efectos Temas La vida cotidiana con sus problemas domésticos, sentimentales,
dramáticos económicos...En el caso del Naturalismo, se añade la denuncia
social.
Héroes rebeldes o marginados que llevan sus pasiones Personajes Personajes de psicología compleja que lidian con las
e ideales al extremo circunstancias de su realidad social y moral.
Lugares exóticos, pintorescos, lejanos. Espacio Ambientes concretos, identificables. Mundo burgués (en el
Naturalismo, preferencia por ambientes miserables, marginales).
Pasado idealizado, con especial predilección por la Tiempo Contemporaneidad del novelista.
Edad Media.
Lenguaje retórico, a menudo efectista, que vehicula las pasiones Lenguaje Sencillez, polifonía (reflejo de las distintas voces que integran la
extremas de los personajes. sociedad) y verosimilitud.
El Naturalismo y el
Realismo
Clarín parece tomar del movimiento realista la famosa sentencia atribuida al
novelista francés Stendhal según la cual la novela debe ser “un espejo que se
pasea a lo largo del camino”. Sin idealizaciones ni deformaciones (al menos no
evidentes), el narrador asume la tarea de alumbrar un mundo, una réplica lo más
exacta y completa posible de la realidad, tanto material como espiritual, con todas
sus contradicciones. El novelista debe ser un testigo fiel de su contemporaneidad,
de su aquí y ahora. Minuciosas descripciones, diálogos vivos y un lenguaje
aparentemente sencillo y natural procuran el deseado “efecto de realidad”.
Hija del Realismo, la novela naturalista influye en Clarín al pretender demostrar,
de acuerdo con la tesis determinista, que las condiciones en que nace el individuo
(familia, ambiente, clase social...) determinan la conducta de este, lo que
constituye una visión fatalista de la existencia puesto que niega al ser humano la
capacidad de trascender sus propias limitaciones. En el caso de Ana Ozores, la
falta de amor materno en la infancia, la soledad de sus primeros años y el carácter
apasionado del padre se unen para forjar una naturaleza soñadora, incapaz de
encajar en una sociedad mezquina y prosaica como la vetustense, e
inevitablemente abocada al desastre.
A pesar de que las novelas naturalistas se suelen centrar en ambientes humildes,
incluso de extrema precariedad, para denunciar las injusticias sociales, Clarín se
aparta de la sordidez material para aplicar su atenta mirada a la bajeza moral que
reina en las clases altes de Vetusta.
“...todo lo esencial del Naturalismo lo teníamos en casa desde
tiempos remotos, y antiguos y modernos conocían ya la soberana
ley de ajustar las ficciones del arte a la realidad de la naturaleza y
del alma, representando cosas y personas, caracteres y lugares
como Dios los ha hecho”.
Vetusta
Don Don
Fermín Álvaro
de Pas Mesía
Los personajes
Marcada por la muerte de su madre y la El Magistral de la Catedral de Vetusta y Presidente del Casino de Vetusta y Jefe del
educación despótica por parte de su aya y confesor de la Regenta es uno de los Partido Liberal Dinástico, Álvaro Mesía
de sus tías, la existencia de Ana es la de la grandes hallazgos de Clarín por la representa todo aquello que Clarín
búsqueda infructuosa del amor: a un ambigüedad de su temperamento, rechazaba de la España de su época: el
matrimonio sin hijos y sin pasión se une la aquejado de profundas contradicciones. caciquismo, la vacuidad y la presunción.
incapacidad de encajar en la “necedad Hombre ambicioso y manipulador , es a su Quizá por ello, a pesar de la supuesta
prosaica” que caracteriza a la sociedad vez dominado por las ansias de poder de su neutralidad del narrador, este no oculta su
vetustense. Culta e inteligente, Ana madre, que lo ha educado a base de antipatía hacia Mesía, presentándolo como
tampoco puede aplicar su talento a ningún privaciones, sacrificios y bajezas. Prisionero un donjuán mediocre, sin la valentía y el
oficio, puesto que su doble condición de de una carrera que le permite ascender arrojo del personaje de Zorrilla. Consciente
aristócrata y mujer le impide trabajar. Su socialmente pero que le obliga a reprimir de que sus años de juventud y de gloriosas
sensibilidad exacerbada y sus deseos sus deseos, su actitud hacia Ana va conquistas se están acabando, don Álvaro
insatisfechos se traducen a menudo en pasando de la de “hermano espiritual” a la se propone seducir a la Regenta no tanto
crisis nerviosas que alcanzan un paroxismo de enamorado en la sombra y, finalmente, por el deseo que suscita en él como por
similar al de las “mujeres histéricas”, a la de marido celoso y vengativo. arrogarse el triunfo de vencer a la mujer
invención médica y literaria muy en boga más bella e inalcanzable de Vetusta.
en la segunda mitad del XIX.
El narrador
El estilo indirecto libre
Clarín sustituye las reflexiones y comentarios que el narrador suele hacer en relación a la situación de un
personaje con la voz del propio personaje, como si el narrador estuviera dentro de este (narrador
omnisciente) y ambos se entrelazaran.
«Ana estuvo todo el día inquieta, descontenta de sí misma; no se arrepentía de haber puesto en peligro su
honor, dando alas (siquiera fuesen de sutil gasa espiritual) a la audacia amorosa de don Álvaro; no le pesaba
de engañar al pobre don Víctor, porque le reservaba el cuerpo, su propiedad legítima... pero ¡pensar que no
se había acordado del Magistral ni una vez en toda la noche anterior, a pesar de haber estado pensando y
sintiendo tantas cosas sublimes!
Y por contera, le engañaba, le decía que estaba enferma para excusar el verle... ¡le tenía miedo!... y hasta el
estilo dulce, casi cariñoso de la carta era traidor... ¡aquello no era digno de ella! Para don Víctor había que
guardar el cuerpo, pero al Magistral ¿no había que reservarle el alma?».
El espacio
VETUSTA
«Si la heroína de su novela cuidaba a un enfermo, Ana habría deseado entrar ella misma con pasos suaves en la alcoba del paciente; si un
miembro del Parlamento pronunciaba un discurso, Ana habría deseado pronunciarlo ella; si lady Mary galopaba tras su traílla, desesperando a
su nuera y sorprendiendo a las gentes con su audacia, Ana habría deseado hallarse en su lugar. Pero era en vano. Debía contentarse con la
lectura, mientras daba vueltas a la plegadora entre sus menudas manos. El héroe de su novela empezaba ya a alcanzar la plenitud de su
británica felicidad: obtenía un título de baronet y unas propiedades, y Ana sentía deseo de irse con él a aquellas tierras».
«Ana vivía ahora de una pasión; tenía un ídolo y era feliz entre sobresaltos nerviosos,
punzadas de la carne enferma, miserias del barro humano de que, por su desgracia, estaba
hecha. A veces leyendo se mareaba; no veía las letras, tenía que cerrar los ojos, inclinar la
cabeza sobre las almohadas y dejarse desvanecer. Pero recobraba el sentido, y a riesgo de
nuevo pasmo volvía a la lectura, a devorar aquellas páginas (…)
La debilidad había aguzado y exaltado sus facultades; Ana penetraba con la razón y con el
sentimiento en los más recónditos pliegues del alma mística que hablaba en aquel
papel áspero, de un blanco sucio, de letra borrosa y apelmazada. Pasmábase de que el
mundo entero no estuviese convertido, de que toda la humanidad no cantara sin cesar las
alabanzas de la santa de Ávila».
La Regenta, Leopoldo Alas, Clarín, 1884-85
La fatalidad
El determinismo de La Regenta:
una condena silenciosa
A diferencia de las suicidas Bovary y Karenina, el destino fatal de Ana Ozores es el de la
condena parpetua de Vetusta: la soledad, el ostracismo, una existencia cuplable, vacía y sin
consuelo. Es lo que el lector intuye en el devastador –e irónico- final de la novela:
«El Magistral se detuvo, cruzó los brazos sobre el vientre. No podía hablar, ni quería.
Temblábale todo el cuerpo, volvió a extender los brazos hacia Ana... dio otro paso
adelante... y después clavándose las uñas en el cuello, dio media vuelta, como si fuera a
caer desplomado, y con piernas débiles y temblonas salió de la capilla. Cuando estuvo en el
trascoro, sacó fuerzas de flaqueza, y aunque iba ciego, procuró no tropezar con los pilares y
llegó a la sacristía sin caer ni vacilar siquiera.
Ana, vencida por el terror, cayó de bruces sobre el pavimento de mármol blanco y negro;
cayó sin sentido.
La catedral estaba sola. Las sombras de los pilares y de las bóvedas se iban juntando y
dejaban el templo en tinieblas.
Celedonio, el acólito afeminado, alto y escuálido, con la sotana corta y sucia, venía de
capilla en capilla cerrando verjas. Las llaves del manojo sonaban chocando.
Llegó a la capilla del Magistral y cerró con estrépito.
Después de cerrar tuvo aprensión de haber oído algo allí dentro; pegó el rostro a la verja y
miró hacia el fondo de la capilla, escudriñando en la obscuridad. Debajo de la lámpara se le
figuró ver una sombra mayor que otras veces...
Y entonces redobló la atención y oyó un rumor como un quejido débil, como un suspiro.
Abrió, entró y reconoció a la Regenta desmayada.
Celedonio sintió un deseo miserable, una perversión de la perversión de su lascivia: y por
gozar un placer extraño, o por probar si lo gozaba, inclinó el rostro asqueroso sobre el de la
Regenta y le besó los labios.
Ana volvió a la vida rasgando las nieblas de un delirio que le causaba náuseas.
Había creído sentir sobre la boca el vientre viscoso y frío de un sapo.