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La política:
El gobierno tendió a laudar en favor de los obreros en varias ocasiones, como en las huelgas de
los marítimos en 1916-17; en otros momentos, tuvo una actitud dual, reprimiendo a los
huelguistas y concediendo a los reclamos, como en las huelgas ferroviarias de 1917-18, y
también hubo situaciones en que reprimió con energía, por ejemplo, a los huelguistas
municipales en 1917 y a los obreros de los frigoríficos Swift y Armour del Gran Buenos Aires.
Más drástica aún fue la actitud gubernamental ante la Semana Trágica de enero de 1919, o en
ocasión de los sucesos de la Patagonia en 1921 que finalizaron con una masacre perpetrada
por el Ejército contra los peones huelguistas. En estos dos casos, el gobierno radical mostró una
peligrosa tendencia a la vacilación política ante las presiones de las corporaciones
empresariales, los grupos de extrema derecha corno la Liga Patriótica Argentina y el Ejército
que, por su parte, amparaba en su interior tendencias antidemocráticas corno, desde 1921, lo
era la Logia San Martín, cuyo objetivo aparente era combatir la política del radicalismo en
materia militar. Confrontaciones internas en el radicalismo: aparecieron a poco de andar el
gobierno. El sector más "aristocrático", denominado Grupo Azul, criticaba con dureza el
personalismo de Yrigoyen, la constante superposición del Estado con el partido, así corno las
técnicas de patronazgo político de las que parecía estar excluido. También cuestionaron
algunas intervenciones provinciales y la política internacional. A comienzos de 1919 se produjo
un conato de división que, finalmente, no prosperó pues las relaciones entre Yrigoyen y los
comités del partido eran demasiado sólidas. Hacia 1922 Yrigoyen había logrado controlar la
disidencia interna y un partido aparentemente unido arribaba a las elecciones presidenciales
de ese año. El caudillo eligió corno candidato del partido al elegante y culto Marcelo T. de
Alvear [1868-1942], nieto de Carlos de Alvear, que parecía el reverso de la imagen de Yrigoyen.
Sin embargo, tenía una larga militancia en las filas del radicalismo, desde su participación en la
fallida revolución de 1893 hasta su cargo corno diputado partidario en 1912. Fue embajador
del gobierno de Yrigoyen en Francia y a pesar de haberse opuesto a la política neutralista,
Alvear estaba relativamente alejado de los conflictos partidarios internos, característica que
parecía garantizar la continuidad política. Por otro lado, era un candidato potable para algunos
sectores de la elite. La fórmula oficialista se completaba con la candidatura vicepresidencia! de
Elpidio González [1875-1951], jefe de la policía y hombre leal a Yrigoyen. Los conservadores
concurrieron separados: la mayoría presentaba sólo candidatos provinciales, pero algunos
grupos se nuclearon en la Concentración Nacional y postularon a Norberto Piñero y Rafael
Núñez; el Partido Demócrata Progresista había elegido a Carlos Ibarguren y Francisco Correa,
mientras que el Partido Socialista se inclinó por la fórmula integrada por Nicolás Repello
Antonio de Tornaso.
Si bien es cierto que la presidencia de Alvear se caracterizó por un período de paz social debido
a la notable recuperación económica, su gobierno estuvo signado políticamente por el
distanciamiento de Yrigoyen y por el fuerte conflicto entre personalistas y antipersonalistas.
Desde un primer momento el nuevo presidente decidió gobernar de manera independiente y
esta decisión se hizo· evidente en la elección de su gabinete. Sólo Eufrasio Loza (Obras
Públicas) respondía al expresidente, el resto de los ministros no tenían una filiación partidaria
determinada: Rafael Herrera Vegas en Hacienda, Tomás Le Bretón en Agricultura, José Nicolás
Matienzo en Interior Celestino Marcó en Justicia, Ángel Gallardo en Relaciones Exteriores,
Manuel Domeq García en Marina y Agustín P. Justo en Guerra. Alvear gobernó de manera
diferente a su antecesor. Las intervenciones provinciales por decreto fueron sensiblemente
menores y colocó el gasto público bajo control del Parlamento, aunque sólo consiguió limitarlo
relativamente. De esta forma intentaba quitarle a Yrigoyen una de sus principales herramientas
de control partidario. La lucha entre yrigoyenistas (personalistas) y alvearistas
(antipersonalistas) se tornó encarnizada. Se manifestaba tanto en los conflictos entre el
presidente y el vice como en el Congreso, donde cada tema presentado era motivo de arduas
polémicas. Los antipersonalistas pretendieron, desde el gobierno, controlar el aparato político
del yrigoyenismo e intentaron atacar uno de sus bastiones principales, al querer intervenir
infructuosamente Buenos Aires. Desde el diario yrigoyenista La Época se criticaba con dureza al
gobierno. Vicente Gallo reemplazó a Matienzo en el Ministerio del Interior e inició una dura
ofensiva contra los yrigoyenistas, tratando de controlar los comités partidarios. En 1924
marcharon separados a las elecciones municipales de la Capital, permitiendo de esta manera el
triunfo del socialismo; los antipersonalistas se ubicaron en el segundo lugar.
La división radical: las diferencias se fueron profundizando de tal forma que los personalistas
acusaron a sus rivales de integrar el "contubernio" con los enemigos de la "causa radical".
Finalmente, en 1924 se produjo la ruptura, y el alvearismo constituyó, con la dirección de
Leopoldo Melo, Segundo Gallo y José Tamborini, la Unión Cívica Radical Antipersonalista. El
nuevo agrupamiento recibió el apoyo de varios grupos conservadores provinciales e, incluso,
del cantonismo sanjuanino y el lencinismo mendocino, quienes a pesar de su extremada
popularidad se unieron al antipersonalismo, debido a su enfrentamiento con Yrigoyen. Sin
embargo, el antipersonalismo se encontró con enormes dificultades políticas ante la
imposibilidad de controlar el aparato partidario, especialmente después de la derrota electoral
de 1926 ante el personalismo.
La división socialista: la lucha interna en el radicalismo tuvo efectos sobre el Partido Socialista.
Después de la importante elección realizada en 1924, comenzaron a manifestarse serias
discrepancias entre sus miembros, especialmente cuando el bloque de diputados comenzó a
aliarse sistemáticamente con los antipersonalistas. El disgusto de la dirección se hizo público en
1924, cuando algunos diputados socialistas, en lugar de votar al bloque de mayoría para elegir
presidente de la Cámara como era costumbre, apoyaron al sector antipersonalista. Estas
acciones estaban vinculadas al hecho de que varios dirigentes partidarios estaban relacionados
con grandes empresas y coincidían políticamente más con algunos conservadores y,
obviamente, con los antipersonalistas que con el reformismo de Juan B. Justo. Este proceso
culminó con la ruptura del partido y la formación del Partido Socialista Independiente,
encabezado por Antonio de Tomaso y Federico Pinedo. Las diferencias en el radicalismo no
eran sólo una cuestión de mayor o menor personalismo. La política de Alvear manifestó
cambios en varios aspectos: en principio, no compartía la falta de alineamiento internacional
de Yrigoyen, postura ya demostrada cuando era embajador en Francia y se había opuesto a la
decisión presidencial de retirarse de la Sociedad de las Naciones. Además, aparentemente,
sostenía un criterio menos estatista respecto del problema del petróleo. Sin embargo, el tema
no es transparente: Yrigoyen no se opuso durante su gobierno a la participación de las
empresas privadas extranjeras en la industria petrolera; incluso, entre 1916 y 1922, la
participación de éstas en la producción total aumentó ininterrumpidamente del 3 al 20 por
ciento. En 1922, Yrigoyen había creado la Dirección Nacional de los Yacimientos Petrolíferos
Fiscales (YPF) para supervisar y orientar la producción nacional. Si bien es cierto que la
participación de las empresas privadas, especialmente la norteamericana Standard Oil, siguió
aumentado significativamente, Alvear no modificó el rumbo anterior. Colocó al general Enrique
Mosconi [1877-1940] al frente de YPF y en 1925 abrió la refinería de La Plata. Ese mismo año
comenzó una sorda puja entre YPF y Standard Oil que motivó un ruidoso alineamiento del
yrigoyenismo con la empresa nacional y ataques a la Standard Oil que involucraban la política
de Alvear. Pero más allá de estas diferencias, el gobierno de Alvear está atravesado por una
imagen de buen gobierno, manejo ordenado de las finanzas, respeto por las libertades
individuales y cierta preocupación social, expresada en varias leyes aprobadas durante su
mandato. En efecto, en 1924 se aprobaron las leyes 11.317 y 11.318 sobre contrato del trabajo
de los menores y la prohibición del trabajo nocturno en las panaderías, respectivamente, así
como la ley 11.312, que fijaba la jubilación de los maestros primarios. Un año más tarde se
sancionó una ley que regulaba la forma de pago del salario y en 1929 la ley 11.544, que
establecía la jornada laboral de ocho horas. Hacia el fin del gobierno de Alvear los
antipersonalistas, que habían elegido la fórmula Leopoldo Melo Vicente Gallo, se sentían muy
seguros de obtener el triunfo en las elecciones presidenciales de 1928. El clima político parecía
favorable pues los grandes diarios como Crítica, La Nación o La Prensa realizaban desde sus
páginas una furibunda campaña contra la figura de Yrigoyen. A esta crítica se sumaban los
despiadados ataques de una derecha antidemocrática cuyo único fin era impedir el triunfo del
viejo caudillo radical. Intelectuales nacionalistas, como Ernesto Palacio o los hermanos Julio y
Rodolfo Irazusta y otros nucleados en el grupo Nueva República, se sumaban a la apelación a
"la hora de la espada" hecha por Leopoldo Lugones [1874-1938] en 1924, criticando
abiertamente a la democracia liberal y al sufragio universal instaurado con la ley Sáenz Peña y
pensando, cada vez más, en el Ejército como una alternativa a la democracia. En estos años
aparecieron numerosas publicaciones de tendencia nacionalista cuyo nexo se hallaba en la
exaltación del patriotismo, el militarismo, el catolicismo, el nativismo y también la completa
impugnación de la democracia. Sin embargo, Yrigoyen gozaba de una enorme popularidad, tal
vez mayor que durante su presidencia. Acompañado en la fórmula por Francisco Beiró, que
falleció poco después de las elecciones y fue reemplazado por Enrique Martínez, triunfó
ampliamente en comicios con un gran nivel de participación popular. En efecto, el porcentaje
de votantes fue del 80,85 por ciento de los inscriptos, ampliamente superior al 55,25 por
ciento de la elección de 1922.
A pesar del caudal de votos recibido, el nuevo gobierno fue débil y mostró un rumbo errático.
Yrigoyen sumaba al inconveniente de su avanzada edad, la elección de un gabinete cuyas dotes
políticas no parecían ser las mejores dada esa circunstancia: Elpidio González ocupó el
Ministerio del Interior, Tomás Zuruela el de Marina, Luis Dellepiane el de Guerra, José B. Ábalos
fue designado en Obras Públicas, José B. Fleitas en Agricultura, Enrique Pérez Colman en
Hacienda, Juan de la Campa en Justicia e Instrucción Pública y Horado Oyhanarte en Relaciones
Exteriores. El partido no prestaba gran ayuda al presidente, pues por un lado estaba inmerso
en una lucha de facciones por la sucesión de Yrigoyen, encabezadas por Horacio Oyhauarte,
Elpidio González y el vicepresidente Martínez. Por otra parte, se encontró con una oposición
aún más despiadada que la anterior, desde la prensa hasta los partidos políticos rivales.
Además, a pesar del gran triunfo electoral de 1928, seguían sin controlar el Senado que,
sistemáticamente, vetaba los proyectos importantes del gobierno como, por ejemplo, la ley del
petróleo. El gobierno volvió a apelar a las intervenciones provinciales por decreto a Corrientes,
Santa Fe, Mendoza y San Juan. El caso fue más grave en las dos últimas provincias pues se
anuló el triunfo electoral de los líderes populistas antiyrigoyenistas Carlos W. Lencinas y
Federico Cantoni, que contaban con un fuerte apoyo de la población local. La cuestión
adquirió dramatismo cuando Lencinas fue asesinado a fines de 1929. La política laboral
tampoco manifestaba el dinamismo de la primera presidencia) aunque Yrigoyen conservó una
buena relación con los sindicatos ferroviarios y navales. La caída de popularidad del radicalismo
se evidenció más aún con la pérdida de caudal electoral en las elecciones de diputados de
1930, cuando descendió del 57,6 por ciento obtenido en 1928 al 41,7. Este porcentaje le
alcanzó para triunfar en el total nacional con comodidad; además venció en Buenos Aires,
Entre Ríos, Corrientes, Jujuy, La Rioja, Misiones, Salta, San Juan, Santiago del Estero y Tucumán.
Sin embargo, el impacto mayor se produjo en la Capital, donde el radicalismo obtuvo un
resultado desastroso, casi 30 puntos debajo de la elección anterior. Era evidente que los
primeros efectos de la crisis económica desatada el año anterior (reducción del gasto público,
inflación, atraso en el pago de sueldos, aumento del desempleo) habían contribuido a:
deteriorar la base de sustentación de Yrigoyen.
La conspiración militar: otro factor de inestabilidad provenía del Ejército. Ya en 1927 el general
Justo había manifestado su oposición al retorno de Yrigoyen al gobierno. Una vez en el poder el
viejo caudillo, el Ejército comenzó a conspirar abiertamente, no sólo contra el gobierno sino
también contra Distintivo de campaña de Hipólito Yrigoyen. la democracia. El estilo "plebeyo"
de los nuevos gobernantes, la intensificación de los conflictos sociales y la política mediadora y
conciliadora del gobierno en ellos o el neutralismo en política exterior eran todos aspectos
revulsivos para el Ejército. La tendencia golpista era liderada por José F. Uriburu [1868-1932],
un general de tendencia nacionalista y corporativista, apoyado por un grupo de intelectuales
como Juan Carulla, Carlos Ibarguren, José María Rosa Y los ya mencionados hermanos Irazusta,
Lugones y Palacio, que repartían sus simpatías entre el fascismo italiano y el falangismo
hispano, se manifestaba fervientes defensores de la jerarquía y el orden y hacía gala
abiertamente de una retórica impugnatoria de una supuesta "bolchevización" de la sociedad, a
la que vinculaban con el sufragio universal y, por supuesto, con Yrigoyen y el radicalismo. Otra
línea de apoyo al golpe estaba encabezada por militares liberales como Agustín P. Justo y José
M. Sarobe y recibía el apoyo de varios partidos (radicales antipersonalistas, socialistas
independientes y conservadores). Este sector no impugnaba, en teoría, el sistema democrático
sino el personalismo y el populismo de Yrigoyen. De una u otra forma, cruce de estas dos
tendencias (nacionalista una, liberal la otra) con la evidente pérdida de consenso del gobierno
legítimo permitieron el 6 de septiembre de 1930 que los militares derrocarían al presidente
Hipó lito Yrigoyen, dando comienzo a una larga etapa de interrupciones institucionales y de
gobiernos de facto antidemocráticos.