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Cúpulas de fuego
El tamuli-1
ePub r1.3
fenikz 10.05.16
Título original: Domes of Fire
David Eddings, 1992
Traducción: Diana Falcón
Ilustraciones: Geoff Taylor
Preceptor Sparhawk:
Deseamos que al recibir la presente os
encontréis tú y tu familia con buena salud.
Ha surgido un asunto bastante delicado, y
pensamos que tu presencia es necesaria en
Chyrellos. Se te ordena por tanto acudir sin dilación a la
basílica y presentarte ante nuestro trono para recibir
ulteriores instrucciones. Sabemos que como verdadero hijo
de la Iglesia, lo harás sin dilación. Esperamos que
comparezcas ante nos en el plazo de una semana.
DOLMANT, archiprelado.
SPARHAWK.
Sephrenia suspiró.
—Te estás comportando de manera infantil, ¿sabes? —
dijo.
A Salla se le salieron los ojos de las órbitas de
indignación.
—¿Cómo te atreves? —exclamó casi gritando.
El rostro del anciano estirio se había puesto blanco.
—Estás propasándote, anciano Salla —dijo Zalasta al
indignado hombre—. La consejera Sephrenia está hablando
en nombre de los Mil. ¿Vas a desafiarlos a ellos y a los
dioses que representan?
—¡Los Mil están mal aconsejados! —bramó Salla—.
¡Nunca podrá existir un acuerdo entre los estirios y los
comedores de cerdo!
—Eso es algo que les corresponde decidir a los Mil —
respondió Zalasta con un tono pétreo.
—Pero mira lo que esos bárbaros elenios nos han hecho a
nosotros —dijo Salla con la voz ahogada de indignación.
—Has pasado toda tu vida aquí, en el barrio estirio de
Matherion —le recordó Zalasta—. Probablemente nunca has
visto un elenio con tus propios ojos.
—Sé leer, Zalasta.
—Estoy encantado de oír eso. En cualquier caso, no
hemos venido aquí para dialogar. La suma sacerdotisa de
Aphrael está transmitiéndote las instrucciones de los Mil. Te
guste o no, estás obligado a obedecer.
Los ojos de Salla se llenaron de lágrimas.
—¡Ellos nos han asesinado! —dijo con voz ahogada.
—Pareces estar en un estado notablemente bueno para
un hombre que ha sido asesinado, Salla —observó
Sephrenia—. Cuéntame, ¿fue muy doloroso?
—Ya sabes qué es lo que quiero decir, sacerdotisa.
—Ah, sí —replicó ella—. Esa aburrida compulsión estiria
de expropiar el dolor. Alguien acuchilla a un estirio en el otro
extremo del mundo, y tú te pones a sangrar. Te quedas
sentado en Matherion, en el lujo, sintiendo compasión por tu
persona y consumiéndote secretamente de envidia por el
hecho de que se te haya negado la condición de mártir.
Bueno, pues si tanto deseas ser un mártir, Salla, arreglaré
las cosas para que lo consigas. —Sephrenia sentía una
cólera fría hacia aquel estúpido charlatán—. Los Mil han
tomado una decisión —dijo lisa y llanamente—. En realidad,
no tengo por qué explicártela, pero lo haré… con el fin de
que puedas transmitir esa decisión a tus seguidores…, y tú
se la explicarás a ellos sin demora. Te mostrarás muy
convincente, o te substituiré.
—Yo ocupo mi cargo de por vida —declaró él con tono
desafiante.
—Eso es precisamente a lo que me refería. —La voz de
Sephrenia tenía un timbre ominoso.
Él le clavó la mirada.
—¡No te atreverías! —jadeó.
—Ponme a prueba. —Hacía años que Sephrenia quería
decirle eso a alguien. Le resultó bastante gratificante—. Las
cosas son así, Salla…, siéntete en libertad de interrumpirme
si comienzo a ir demasiado rápido para ti. Los elenios son
unos salvajes que están buscando una excusa para asesinar
a todos los estirios que vean. Si no los ayudamos en esta
crisis, estaríamos entregándoles esa excusa sobre un cojín
de terciopelo. Vamos a ayudarlos porque, si no lo hacemos,
ellos matarán a todos los estirios del continente eosiano.
Nosotros no queremos que hagan eso, ¿verdad?
—Pero…
—Salla, si me dices «pero» una vez más, te borraré del
mapa. —Estaba comenzando a descubrir lo agradable que
era comportarse como un elenio—. Te he dado las
instrucciones de los Mil, y los Mil hablan en nombre de los
dioses. El tema no está abierto a discusión así que deja de
intentar zafarte del asunto con lloriqueos o artimañas.
Obedecerás, o morirás. Ésas son las opciones que tienes.
Escoge rápido. Tengo un poco de prisa.
Incluso Zalasta pareció escandalizarse ante aquello.
—Tu diosa es cruel, consejera Sephrenia —acusó Sana.
Ella le dio el golpe antes de pensar siquiera en ello; su
mano y brazo parecieron moverse por voluntad propia.
Había pasado muchas generaciones con los caballeros
pandion y sabía cómo imprimir el impulso del hombro en el
golpe. Fue algo más que una bofetada vana. Le acertó de
pleno en el extremo de la barbilla con la parte inferior de la
palma y él se tambaleó hacia atrás, con los ojos vidriosos.
Sephrenia comenzó a entonar las palabras del
encantamiento mortal, mientras sus manos se movían de
forma muy ostentosa con los gestos que las acompañaban.
—¡Yo no voy a hacer eso, Sephrenia! —sonó secamente
la voz de Aphrael en la mente de la mujer.
Ya lo sé, replicó Sephrenia con el pensamiento. Sólo
estoy intentando captar su atención, eso es todo.
Salla profirió una exclamación ahogada al darse cuenta
de lo que ella estaba haciendo. Luego gritó y cayó de
rodillas, lloriqueando e implorando misericordia.
—¿Harás lo que te he ordenado? —le espetó ella.
—¡Sí, sacerdotisa! ¡Sí! ¡Por favor, no me mates!
—He suspendido el hechizo, pero no lo he dejado sin
efecto. Puedo terminarlo en cualquier momento. Tengo tu
corazón en el puño, Salla. Retén eso firmemente en la
cabeza la próxima vez que sientas el impulso de insultar a
mi diosa. Ahora levántate, y ve a hacer lo que te he dicho.
Vamos, Zalasta. El olor de la autocompasión de este lugar
me produce náuseas.
—Te has hecho dura, Sephrenia —la acusó Zalasta
cuando volvieron a hallarse en las estrechas calles del
barrio estirio.
—Estaba fanfarroneando, amigo mío —dijo ella—.
Aphrael nunca habría respondido al hechizo. —Se tocó
delicadamente el antebrazo—. ¿Sabes dónde puedo
encontrar un buen médico, Zalasta? Creo que acabo de
torcerme la muñeca.
—No son muy impresionantes, ¿verdad? —comentó Ulath
cuando él, Tynian y Kring atravesaban los elegantes y
primorosos jardines del complejo imperial, de regreso al
castillo elenio.
—Verdaderamente —asintió Kring—. Parece que pasan
todo el tiempo pensando en desfiles. —Los tres regresaban
de una reunión mantenida con el alto mando militar del
imperio—. Son todo fachada —concluyó el domi—. No tienen
substancia.
—Cortesanos con uniforme —declaró Ulath, descartando
a todo el estado mayor tamul.
—Estoy de acuerdo —concurrió Tynian—. Los atanes son
la auténtica fuerza militar de Tamuli. Las decisiones son
tomadas por el gobierno, y el estado mayor se limita a
transmitirles dichas órdenes a los comandantes atanes.
Comencé a tener mis dudas respecto a la eficacia del
ejército imperial cuando me dijeron que los rangos son
hereditarios. No me gustaría tener que confiar en ellos en
caso de emergencia.
—Ésa es una verdad como un templo, amigo Tynian —
dijo Kring—. El general de caballería me llevó a los establos
para mostrarme lo que aquí llaman caballos.
—¿Malos? —inquirió Ulath.
—Peor que malos, amigo Ulath. Esas monturas no serían
ni siquiera buenos caballos de labranza. Nunca hubiera
creído que los caballos pudieran llegar a esos extremos.
Cualquier velocidad superior a la de paso mataría a esas
pobres bestias.
—¿Estamos de acuerdo, entonces? —preguntó Tynian—.
¿El ejército imperial es totalmente inútil?
—Creo que los estás halagando, Tynian —replicó Ulath.
—Tendremos que redactar nuestro informe con bastante
cuidado —dijo el caballero alcione a sus compañeros—.
Sería mejor que no ofendiéramos al emperador. ¿Podríamos
emplear el término «insuficientemente entrenados»?
—Eso es verdad, desde luego —respondió Kring.
—¿Qué os parece «no versados en las tácticas y la
estrategia modernas»?
—Sin discusión —gruñó Ulath.
—¿«Insuficientemente equipados»?
—Eso no es del todo cierto, amigo Tynian —disintió Kring
—. El equipo del que disponen es de muy buena calidad.
Probablemente es el mejor equipo del siglo doce que yo
haya visto.
—De acuerdo —dijo Tynian, riendo—. ¿Qué tal
«armamento arcaico»?
—Eso puedo aceptarlo —concedió el domi.
—Infiero que prefieres no mencionar las palabras
«gordos, vagos, estúpidos o ineptos» —inquirió Ulath.
—Eso podría no ser demasiado diplomático, Ulath.
—Sin embargo, es verdad —dijo Ulath con tono lúgubre.