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Dyvim Slorm 31.05.12
Título original: The Shining Ones
David Eddings, 1993.
Traducción: Diana Falcón
Ilustraciones: Geoff Taylor
Diseño/retoque portada: Orkelyon
Adorada:
Hemos llegado a Tega y nos
hemos dedicado a salir al campo
durante unos días para enterarnos
de lo que está sucediendo. Estaré
fuera de contacto durante algún
tiempo, no mucho, así que he
pensado que sería una buena idea
hacerte saber que hemos llegado
sanos y salvos. No te preocupes
demasiado si no recibes noticias
mías durante unos cuantos días.
No estoy muy seguro de cuánto
tiempo pasaremos sumergidos en
la población de la isla.
Los demás están poniéndose
impacientes por comenzar. Esta
carta no tiene ningún motivo
real… excepto el de decirte que te
amo…, aunque quizás ése sea el
motivo más importante de todos,
¿no? Dale un beso a Danae de mi
parte.
—¡Sparhawk!
Era Khalad, que sacudía
bruscamente a su señor para despertarlo.
—¡Hay gente ahí fuera!
Sparhawk apartó a un lado las
mantas, rodó y se puso de pie con la
espada en la mano.
—¿Cuántos son? —inquirió con voz
queda.
—He visto a una docena, más o
menos. Se están arrastrando entre esas
rocas que están camino abajo.
—Despierta a los otros.
—Sí, mi señor.
—En silencio, Khalad.
Khalad le lanzó una mirada directa e
inexpresiva.
—Lo siento —se disculpó
Sparhawk.
Las ruinas en las que habían
instalado el campamento había sido una
fortaleza en otros tiempos. Las piedras
de las paredes estaban cortadas de
manera tosca, y colocadas unas sobre
otras sin mortero. Los incontables siglos
de polvo y arena arrojados por el viento
habían pulido los macizos bloques y
desgastando sus aristas. Sparhawk
atravesó lo que parecía había sido un
patio, hasta la desmoronada pared del
lado sur de la fortaleza, y miró colina
abajo, hacia el camino.
Durante la noche, había llegado un
banco de nubes que ocultaba el cielo.
Sparhawk forzó la vista para distinguir
el camino mientras maldecía la
oscuridad. Luego oyó un crujido que
provenía del otro lado del muro ruinoso.
—No te pongas nervioso —le
susurró Talen.
—¿Dónde has estado?
—¿Dónde crees tú?
El muchacho pasó por encima de los
escombros para reunirse con el
corpulento pandion.
—¿Has vuelto a llevar contigo a
Berit? —le preguntó Sparhawk con
acritud.
—No. Berit es un poco ruidoso
ahora que ha decidido llevar puesta la
cota de malla, y su integridad parece
siempre interponerse en todo.
Sparhawk gruñó.
—¿Y bien? —le preguntó al
muchacho.
—No vas a creer lo que voy a
decirte, Sparhawk.
—Puede que te sorprenda.
—Los que están ahí fuera son más
cyrgais de esos.
—¿Estás seguro?
—No detuve a ninguno para
preguntárselo, pero tienen exactamente
el mismo aspecto que tenían los que nos
encontramos al oeste de Sarsos. Llevan
esos cascos extraños, las armaduras
antiguas y esos estúpidos vestidos
cortos.
—Creo que se llaman kilts.
—Un vestido es un vestido,
Sparhawk.
—¿Están haciendo algo tácticamente
significativo?
—¿Te refieres a una formación de
ataque? No. Creo que ésos no son más
que exploradores. No llevan consigo ni
las lanzas ni los escudos, y se arrastran
por ahí sobre el vientre.
—Vamos a hablar con Vanion y
Sephrenia.
Atravesaron el patio cubierto de
escombros de la antigua fortaleza.
—Nuestro joven ladrón ha estado
desobedeciendo órdenes una vez más —
informó Sparhawk a los otros.
—No, no es cierto —lo contradijo
Talen—. Tú no me ordenaste que no
fuese a mirar a esa gente así que, ¿cómo
puedes acusarme de haberte
desobedecido?
—No te ordené que no lo hicieras
porque no sabía que estaban ahí fuera.
—Ese detalle no te ha puesto las
cosas muy fáciles. Tendré que admitirlo.
—Nuestro curioso muchacho nos
informa que los hombres que andan
arrastrándose por el camino de ahí abajo
son cyrgais.
—¿Alguien de los del otro bando ha
estado aventurándose otra vez en el
pasado? —sugirió Kalten, más que
preguntó.
—No —replicó Flauta, que levantó
un poco la cabeza. Hasta entonces, la
niña había parecido dormir
profundamente en brazos de su hermana
—. Los cyrgais de ahí fuera están tan
vivos como tú. No provienen del
pasado.
—Eso es imposible —objetó Bevier
—. Los cyrgais se han extinguido.
—¿De veras? —preguntó con cierta
ironía la diosa niña—. ¡Qué asombroso
que ellos mismos no se hayan dado
cuenta de ello! Creedme, caballeros, me
hallo en posición de saberlo.
—Los cyrgais murieron hace diez
mil años, divina Aphrael —insistió
Itagne con firmeza.
—Quizá deberías correr colina
abajo y ponerlo en conocimiento de
ellos, Itagne —le dijo ella—. Déjame
marchar, Sephrenia.
La hermana de la diosa niña pareció
un poco sorprendida.
Aphrael besó tiernamente a la mujer
y luego se alejó un poco del grupo.
—Ahora tengo que dejarte. Las
razones son muy complejas, así que
simplemente tendrás que confiar en mí.
—¿Y qué pasa con esos cyrgais? —
preguntó Kalten con tono imperioso—.
No vamos a permitirte que te alejes en
medio de la oscuridad mientras ellos
estén ahí fuera.
Ella le sonrió.
—¿Quiere hacerme alguien el favor
de explicarle esto? —les preguntó a los
demás.
—¿Vas a dejarnos en peligro, de esta
manera? —le preguntó Ulath.
—¿Estás preocupado por tu propia
seguridad, Ulath?
—Por supuesto que no, pero pensé
que podría hacerte sentir la suficiente
vergüenza como para que te quedaras
aquí hasta que les hayamos ajustado las
cuentas a los de fuera.
—Los cyrgais no van a molestaros,
Ulath —le aseguró ella, pacientemente
—. Van a desaparecer casi de inmediato.
—Los miró a todos y luego suspiró—.
De verdad que tengo que marcharme
ahora —les dijo con tristeza—. Me
reuniré con vosotros más tarde.
Luego rieló como un pálido reflejo
en la superficie del agua, y desapareció.
—¡Aphrael! —gritó Sephrenia,
tendiendo los brazos ante sí.
—Eso es verdaderamente
extraordinario —musitó Itagne—. ¿Lo
decía en serio, eso de los cyrgais? —
preguntó a sus compañeros—. ¿Existe
alguna remota posibilidad de que
algunos de ellos hayan sobrevivido a la
guerra con los estirios?
—Yo no me atrevería a llamarla
mentirosa —le respondió Ulath—.
Particularmente si Sephrenia está cerca.
Nuestra pequeña madre es muy
protectora.
—Eso ya lo he advertido —comentó
Itagne—. Yo no te ofendería a ti ni a tu
diosa por nada del mundo, querida
dama, pero ¿te molestaría en algo si
hiciese algunos preparativos? La
historia es una de mis especialidades en
la universidad, y los cyrgais tenían…
bueno, supongo que tienen… una
reputación aterradora. Confío
implícitamente en tu pequeña diosa,
pero… —miró en torno, con aprensión.
—¿Sephrenia? —dijo Sparhawk.
—No me molestes. —La mujer
parecía terriblemente impresionada por
la repentina partida de Aphrael.
—Recupérate de la sorpresa,
Sephrenia. Aphrael ha tenido que
marcharse pero regresará más tarde. En
este momento necesito una respuesta.
¿Puedo emplear el Bhelliom para
interponer alguna clase de barrera que
mantenga a los cyrgais a distancia hasta
que lo que sea que ha mencionado
Aphrael los ponga en fuga?
—Sí, pero si hicieses eso le harías
saber a nuestro enemigo el lugar exacto
en que nos hallamos.
—Él ya lo sabe —señaló Vanion—.
Dudo de que esos cyrgais se hayan
tropezado con nosotros por accidente.
—Puede que tenga razón —asintió
Bevier.
—¿Por qué molestarse en
mantenerlos a distancia? —preguntó
Kalten—. Sparhawk puede desplazarnos
a diez leguas camino abajo en un abrir y
cerrar de ojos. No me siento tan
apegado a este lugar como para perder
el sueño si no veo salir el sol desde
aquí.
—Nunca lo he hecho durante la
noche —comentó Sparhawk,
dubitativamente. Luego miró a Sephrenia
—. El hecho de que yo no pueda ver por
dónde voy, ¿podría tener alguna
consecuencia?
—¿Cómo quieres que lo sepa? —La
mujer parecía un poco fastidiada.
—Por favor, Sephrenia —le pidió él
—. Tengo un problema y necesito tu
ayuda.
—En el nombre de Dios, ¿qué está
sucediendo? —exclamó Berit, mientras
señalaba hacia el norte—. ¡Mirad eso!
—¿Niebla? —preguntó Ulath con
incredulidad—. ¿Niebla en el desierto?
Todos se quedaron mirando
fijamente el extraño fenómeno que
avanzaba hacia ellos por el árido
terreno.
—Mi señor Vanion —comenzó
Khalad con voz trastornada—, ¿se ve en
tu mapa alguna ciudad o asentamiento en
dirección norte? Vanion negó con la
cabeza.
—Nada, excepto desierto en todas
direcciones.
—Sin embargo, ahí fuera hay luces.
Puedes verlas reflejadas en la niebla. Se
encuentran cerca del suelo, pero se
pueden ver con toda claridad.
—Yo he visto luces en la niebla —
comentó Bevier—, pero nunca parecidas
a ésas. No se trata de luz de antorcha.
—En eso tienes razón —asintió
Ulath—. Nunca antes he visto luces de
ese preciso color… y parecen tenderse
sobre la niebla misma, casi como una
manta.
—Probablemente no es más que el
campamento de algunos nómadas,
caballero Ulath —sugirió Itagne—. La
niebla y las brumas a veces hacen cosas
extrañas con la luz. En Matherion se ve
la luz que se refleja en la madreperla de
los edificios. Algunas noches es como
caminar por dentro de un arco iris.
—Sabremos más al respecto dentro
de muy poco —comentó Kalten—. Esa
niebla está avanzando en línea recta
hacia nosotros, y trae la luz consigo. —
Levantó el rostro—. Y no hay
absolutamente nada de brisa. ¿Qué está
sucediendo, Sephrenia?
Antes de que ella pudiera responder,
les llegaron unos alaridos de terror
desde el sur, donde estaba el camino.
Talen se deslizó por el patio cubierto de
escombros hasta el muro derrumbado.
—¡Los cyrgais están huyendo! —
gritó—. ¡Arrojan espadas y cascos y
corren como conejos!
—No me gusta el aspecto de todo
esto, Sparhawk —declaró Kalten con
tono crudo, mientras desenvainaba la
espada.
El banco de niebla se había dividido
rodeando la colina sobre cuya cima se
hallaban. Era una bruma espesa, como la
que puede verse en las ciudades
costeras, y avanzaba por el estéril y
árido territorio, marchando
inexorablemente hacia la fortaleza
ruinosa.
—¡Ahí dentro hay algo que se
mueve! —gritó Talen desde el otro
extremo de las ruinas.
Al principio no eran más que
borrones de luz, pero a medida que el
extraño banco de niebla se acercaba,
iban haciéndose más claros.
Sparhawk podía ya distinguir los
contornos de unos cuerpos nebulosos.
Fueran lo que fuesen, tenían forma
humana.
Luego Sephrenia profirió un alarido
como el de alguien atrapado en las
garras de un furor subyugador.
—¡Seres manchados! ¡Seres
manchados! ¡Viles y malditos!
Los otros se quedaron mirándola
fijamente, sobresaltados por aquel
repentino estallido de cólera.
Las luces de la niebla no titubearon,
sino que continuaron su fulgente e
inexorable avance.
—¡Huid! —gritó de pronto Itagne—.
¡Huid, por vuestras vidas! ¡Son los
delfae… los seres fulgentes!
Segunda parte:
Delfaeus
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Quizá se debió a la niebla. La bruma
lo desdibujaba todo. No había contornos
precisos, ningún peligro claro y
concreto, y las resplandecientes figuras
de la neblina se les acercaban
lentamente, casi parecían flotar sobre la
ladera pedregosa hacia las ancestrales
ruinas, arrastrando consigo aquella
encubridora niebla. Sus rostros, sus
mismos contornos, eran borrosos,
suavizados hasta el punto de parecer
poco más que manchas relumbrantes. Tal
vez se debió a la niebla… pero, por otra
parte, quizá no. Por la razón que fuese,
Sparhawk no sintió alarma alguna.
Los delfae se detuvieron a unas
veinte varas de distancia de los muros
derrumbados, y permanecieron
inmóviles mientras la niebla giraba y se
arremolinaba en torno a ellos,
desterrando a la noche con su pálido
fuego frío.
La mente de Sparhawk se sentía
extrañamente aislada de los
acontecimientos, y sus pensamientos
eran claros y precisos.
—Bien hallados, vecinos —les gritó
a las siluetas del interior de la bruma.
—¿Te has vuelto loco? —jadeó
Itagne.
—¡Destrúyelos, Sparhawk! —siseó
Sephrenia—. ¡Utiliza el Bhelliom!
¡Bórralos del mapa!
—¿Por qué no averiguamos primero
qué es lo que quieren?
—¿Cómo puedes estar tan tranquilo,
hombre? —le preguntó Itagne.
—Se debe al entrenamiento, supongo
—replicó Sparhawk, encogiéndose de
hombros—. Después de un tiempo uno
desarrolla ciertos instintos. Esa gente de
ahí fuera no tiene ninguna intención
hostil.
—Tiene razón, Itagne —corroboró
Vanion—. Uno puede percibir
claramente cuando alguien quiere
matarlo. Esa gente de ahí fuera no quiere
pelea. No nos tienen miedo, pero no
están aquí para luchar. Veamos antes
adónde conduce esto, caballeros. No
bajéis la guardia, pero no precipitemos
las cosas… al menos de momento.
—Anakha —llamó una de las
fulgentes siluetas de la niebla.
—Ése es un buen comienzo —
murmuró Vanion—. Entérate de qué
quieren, Sparhawk.
Sparhawk asintió con la cabeza y se
acercó un poco más a las piedras
desgastadas por el tiempo del muro
derrumbado.
—¿Me conocéis? —preguntó,
hablando en tamul.
—Las piedras mismas conocen el
nombre de Anakha. Vos no sois como
ningún otro hombre que haya vivido
jamás. —El lenguaje era arcaico y
profundamente formal—. Ningún mal os
deseamos, y venimos con amistad.
—Escucharé lo que tengáis que
decirme.
Sparhawk oyó la brusca inspiración
de Sephrenia a sus espaldas.
—Os ofrecemos a vos y los vuesos
compañeros, refugio —le respondió el
delfae de la bruma—. Los vuesos
enemigos están en torno a vosotros, por
todas partes, y el peligro que corréis es
grande en las tierras de los cyrgais.
Venir hasta Delfaeus, y nosotros os
daremos descanso y seguridad.
—Vuestra oferta es generosa, vecino
—replicó Sparhawk—, y mis
compañeros y yo os estamos
agradecidos. —El tono de su voz, sin
embargo, era dubitativo.
—Percibirnos la vuesa
desconfianza. —La voz de la niebla
parecía extrañamente hueca, y contenía
una especie de eco reverberante, un eco
como el que uno oiría en un largo
corredor vacío, un sonido que se alejaba
hacia una distancia inconmensurable—.
Os aseguramos que no tenemos intención
de haceros ni a vos ni a los vuesos
compañeros ningún mal, y que si decidís
acudir a Delfaeus, os brindaremos
nuestra protección. Pocos hay en todo
este mundo que voluntariamente se
enfrentarían con nosotros.
—Eso he oído. Pero eso plantea una
pregunta. ¿Por qué, vecino? Somos
extraños en estas tierras. ¿Qué interés
podrían tener los delfae en nuestros
asuntos? ¿Qué esperáis ganar con esta
oferta de amistad?
La relumbrante silueta de la niebla
vaciló.
—Vos os habéis apoderado del
Bhelliom, Anakha… para bien o para
mal, y vos no sabéis para cuál de las dos
cosas. Vuesa voluntad no os pertenece
ya, porque el Bhelliom os inclina a
favor de sus propios propósitos. Vueso
ser no pertenece ya a este mundo, ni
tampoco el vueso destino. El vueso
designio y el vueso destino son
proyectados por el Bhelliom. En verdad,
nada nos importáis vos y los vuesos
compañeros, pues nuestra oferta de
amistad no os la hacemos a vos sino al
propio Bhelliom, y es del Bhelliom de
quien recibiremos el precio de nuestra
amistad.
—Eso ha sido bastante directo —
murmuró Kalten.
—El peligro es mayor de lo que
conocéis —continuó el brillante
interlocutor—. El Bhelliom es lo más
valioso de todo el universo, y hay seres
que escapan a la vuesa imaginación que
buscan poseerlo. Pero él no permite ser
poseído. Él escoge a los suyos, y os ha
elegido a vos. En la vuesa mano se ha
puesto él mismo, y es por tanto a través
de tus oídos que debemos hablar con él
y ofrecerle nuestro intercambio. —El
que hablaba hizo una pausa—.
Considerad lo que acabamos de
proponeros y desechad todas esas
vuesas sospechas. Vueso éxito o fracaso
en el cumplimiento de los designios del
Bhelliom podría depender de nuestra
ayuda… o de la falta de ella… y
nosotros obtendremos nuestro pago.
Hablaremos más de esto dentro de poco.
La niebla se arremolinó y se hizo
más espesa, y las siluetas rutilantes se
volvieron más mortecinas y perdieron
color. Una repentina brisa nocturna, tan
helada como el invierno y árida como el
polvo, barrió el desierto; la niebla se
transformó en jirones y velos, giró en un
torbellino confuso e hirviente, y luego
desapareció junto con los seres
fulgentes.
—¡No los escuches, Sparhawk! —
exclamó Sephrenia con voz chillona—.
¡Ni siquiera consideres lo que te ha
dicho! ¡Es una trampa!
—No somos unos niños, Sephrenia
—le recordó Vanion a la mujer que
amaba—. No somos tan crédulos como
para aceptar la palabra de unos
desconocidos de buenas a primeras…
particularmente la palabra de unos
desconocidos como los delfae.
—Tú los conoces, Vanion. Sus
palabras son como la miel que atrae y
atrapa a las moscas descuidadas.
Tendrías que haberlos destruido,
Sparhawk.
—Sephrenia —dijo Vanion con voz
acongojada—, has pasado los últimos
cuarenta años con tu mano apoyada en el
brazo con el que sujeto la espada,
intentando evitar que hiriera a otros.
¿Por qué has cambiado? ¿Qué es lo que
te transforma en alguien tan sedienta de
sangre, así, de repente?
Ella le echó una mirada directa y
hostil.
—No lo comprenderías.
—Ésa es una evasiva, querida, y me
conoces lo bastante bien como para
saber que probablemente no es cierto lo
que acabas de asegurar. Es posible que
los delfae no hayan sido del todo
honrados con nosotros en lo que se
refiere a la oferta que nos han hecho,
pero no son hostiles ni nos han
amenazado en ningún sentido.
—Eh… mi señor Vanion —
interrumpió Ulath—, no creo que nadie
en su sano juicio se atreviera a amenazar
a Sparhawk. El amenazar a un hombre
que tiene el Bhelliom en el puño no está
dentro de las líneas de la prudencia… ni
siquiera en el caso de unos seres que
brillan en la oscuridad y reducen a sus
vecinos a abono.
—Eso es exactamente lo que yo
quería decir, Vanion —intervino
Sephrenia, aprovechando las palabras
de Ulath para aferrarse a ellas—. Los
delfae tenían miedo de atacarnos a causa
del Bhelliom. Eso es lo único que los ha
hecho contenerse.
—Pero se contuvieron. No
representaban peligro alguno para
nosotros. ¿Por qué querías que
Sparhawk los matara?
—¡Los desprecio! —Esto lo dijo
con una especie de siseo.
—¿Por qué? ¿Qué te han hecho a ti?
—¡No tienen derecho ninguno a
existir!
—Todas las cosas tienen derecho a
existir, Sephrenia…, incluso las avispas
y los escorpiones. Has pasado toda tu
vida enseñándoles eso a los jóvenes
pandion sedientos de sangre. ¿Por qué lo
arrojas de pronto lejos de ti?
Ella desvió el rostro del de él.
—Por favor, no hagas eso. Sé que
tienes alguna clase de problema en este
caso, y tus problemas son también míos.
Saquemos eso a la luz y estudiémoslo
entre los dos.
—¡No!
Sephrenia se volvió bruscamente en
redondo y se alejó de ellos.
—¿Cuál es el procedimiento
acostumbrado, majestad? —le preguntó
Sparhawk a Sarabian, mientras espiaban
desde detrás de la cortina colgada ante
la puerta que daba a la sala del trono en
la que iban entrando rápidamente todos
los invitados.
—En cuanto hayan llegado todos,
Subat llamará al orden a los presentes
—replicó Sarabian—. Ése es el
momento en que entro yo…, al son de lo
que aquí en Matherion pasa por ser
música.
—Stragen se ha hecho cargo de que
tu digna entrada sea verdaderamente
digna —le aseguró Ehlana—. Él mismo
ha compuesto una fanfarria.
—¿Son artistas todos los ladrones
elenios? —le preguntó Sarabian—.
Talen pinta, Stragen compone música, y
Caalador es un actor de talento.
Ehlana le sonrió.
—Parece que nos atraemos a los
talentos, majestad.
—¿Te parece que tendría que
explicar por qué somos tantos los que
estaremos en el estrado del trono? —
inquirió Sarabian, echando una fugaz
mirada a Mirtai y Engessa.
Ella negó con la cabeza.
—Nunca des explicaciones. Es un
signo de debilidad. Yo entraré cogida de
tu brazo, y todos se humillarán ante
nosotros.
—Se lo llama «postración
genufrectoria», Ehlana.
Ella se encogió de hombros.
—Lo que sea. Cuando vuelvan a
levantarse, ya estaremos sentados con
los guardias a nuestro alrededor. Ése es
el momento en que tú te haces cargo de
la reunión. Ni siquiera dejes que Subat
abra la sesión. Hoy tenemos nuestro
propio programa, así que no disponemos
de tiempo para escucharlo balbucear
acerca de las perspectivas de la cosecha
de trigo de las llanuras de Edom. ¿Cómo
te sientes?
—Nervioso. Nunca antes he
derrocado a un gobierno.
—Ninguno de nosotros lo ha
hecho…, a menos que cuentes lo que yo
hice en la basílica cuando nombré a
Dolmant para la archiprelatura.
—No habrá hecho eso en serio,
¿verdad, Sparhawk?
—Oh, sí, majestad… y lo hizo todo
ella sola. Estuvo soberbia.
—Tú simplemente continúa
hablando, Sarabian —le aconsejó
Ehlana—. Si alguien intenta
interrumpirte, hazlo callar. Ni siquiera
intentes ser cortés. Ésta es tu reunión.
No te muestres conciliador ni razonable,
sino fríamente furioso. ¿Eres bueno en
oratoria?
—Probablemente no. No me dejan
hablar en público con demasiada
frecuencia…, excepto en las ceremonias
de graduación de la universidad.
—Habla despacio. Tienes tendencia
a hablar demasiado rápido. La mitad de
una buena oratoria reside en la cadencia.
Utiliza las pausas. Varía el volumen de
la voz desde el grito hasta el susurro.
Actúa de manera dramática.
Proporciónales un buen espectáculo.
El emperador se echó a reír.
—Eres una charlatana, Ehlana
querida.
—Naturalmente. Eso es
precisamente la política… fraude,
engaño y charlatanería.
—¡Es espantoso!
—Por supuesto, por eso resulta tan
divertida.
—Eso es extremadamente
cuestionable desde el punto de vista
legal, majestad —señaló Oscagne—. No
estoy cuestionando personalmente tu
palabra, anarae —se apresuró a agregar
—, pero creo que todos podemos ver
cuál es el problema. Lo único que
tenemos es el testimonio sin
fundamentos materiales de Xanetia
acerca de lo que alguien está pensando.
Incluso el juez más flexible
probablemente se atragantaría con eso.
Ésas van a ser causas muy difíciles de
procesar…, particularmente a la vista de
que algunos de los acusados van a ser
miembros de las grandes familias del
propio Tamul.
—Creo que será mejor que te
decidas a contárselo todo, Stragen —le
sugirió Sparhawk al ladrón thalesiano
—. Tú vas a llevar a cabo tu plan pase
lo que pase, y si no los pones al tanto de
eso, estarán preocupándose por sutilezas
legales durante semanas.
Stragen hizo una mueca de dolor.
—Desearía que no hubieras sacado
ese tema, viejo amigo —le reprochó con
voz dolorida—. Sus majestades son
personajes oficiales, y están más o
menos obligados a observar la ley al pie
de la letra. Se sentirían mucho más
cómodos si no conocieran demasiados
detalles.
—Estoy seguro de que es verdad,
pero todas estas inquietudes sobre cómo
orquestar casos acorazados que
presentar ante los tribunales está
ocupándonos un tiempo que deberíamos
dedicar a otros problemas.
—¿De qué estáis hablando? —
inquirió Sarabian.
—Mi señor Stragen y maese
Caalador están contemplando algo que
se halla dentro de las líneas de lo que
podría llamarse un atajo legal,
majestad… en interés de la celeridad.
¿Quieres contárselo tú, Stragen, o
prefieres que lo haga yo?
—Hazlo tú. Puede que suene mejor
con tus palabras. —Stragen se recostó
en el respaldo, y continuó meditando
sobre sus dos monedas de oro.
—El plan que tienen ellos dos es
muy sencillo, majestad —comenzó
Sparhawk, dirigiéndose al emperador—.
Proponen que en lugar de arrestar a
todos esos conspiradores, espías,
informadores y demás, simplemente los
hagamos asesinar.
—¿Qué? —exclamó Sarabian.
—Esa es una manera demasiado
brusca de expresarlo, Sparhawk —
protestó Stragen.
El príncipe consorte se encogió de
hombros.
—Yo soy un hombre brusco. De
hecho, majestad, yo estoy bastante de
acuerdo con la idea. Mi señor Vanion,
sin embargo, está teniendo algunos
problemas para acabar de tragarla. —Se
retrepó en el asiento—. La justicia es
algo delicado —observó—. Está sólo
parcialmente interesada en castigar a los
culpables. En lo que realmente está
interesada es en la disuasión. La idea es
la de inspirarle temor a la gente para
que evite cometer delitos, por el sistema
de hacerles cosas desagradables, en
público, a los delincuentes que son
apresados. No obstante, como bien ha
señalado Stragen, la mayoría de los
delincuentes saben que no serán
arrestados, así que lo único que están
realmente haciendo el cuerpo de policía
y los tribunales es justificar su puesto de
trabajo. Él sugiere que saltemos por
encima de la policía y los tribunales y
enviemos a los asesinos una noche,
dentro de no mucho. A la mañana
siguiente, a todos los que estén siquiera
remotamente conectados con Zalasta y
sus estirios renegados los encontrarán
con el pescuezo cortado. Si lo que
queremos es un acto disuasorio, ése
sería el más eficaz. No habría ni
absolución, ni apelaciones ni perdones
imperiales que puedan confundir las
cosas. Si lo hacemos de esa forma, la
totalidad de los habitantes de Tamuli
tendrá pesadillas referentes a los frutos
de la traición durante varios años
después del hecho. De todas formas,
apruebo la idea por motivos tácticos.
Dejo la justicia en manos de los
tribunales… o de los dioses. Me gusta la
idea a causa del daño que le causará a
Zalasta. Él es un estirio, y habitualmente
los estirios intentan conseguir lo que
quieren mediante el engaño y los malos
consejos. Zalasta ha montado un aparato
muy elaborado para lograr sus metas sin
necesidad de pasar por enfrentamientos
directos. El plan de Stragen destruirá
ese aparato en una sola noche, y sólo los
locos estarán dispuestos a aliarse con
Zalasta después de que eso suceda. Una
vez que ese aparato haya quedado
destruido, él no tendrá más remedio que
salir a la luz y luchar. Zalasta no es
bueno en eso, pero nosotros sí lo somos.
Ello nos proporcionará la posibilidad
de librar esta guerra en nuestros propios
términos, lo cual es siempre una enorme
ventaja táctica.
—Además, podremos escoger el
momento más oportuno para nosotros —
agregó Caalador—. La oportunidad será
de gran importancia.
—No estarán esperándolo, eso sí
que es verdad —observó Itagne.
—Existen reglas, Itagne —objetó su
hermano—. La civilización está basada
en ciertas reglas. Si nosotros las
transgredimos, ¿cómo podemos esperar
que otros las respeten?
—De eso precisamente se trata,
Oscagne. En este preciso momento, esas
reglas están protegiendo a los
criminales, no a la sociedad como
conjunto. Luego ya podremos retorcer
las cosas y buscar algún tipo de
justificación legal para todo el asunto.
Casi la única objeción legal que tengo al
respecto es que esos… eh… agentes de
política gubernamental, digamos, no
tienen ningún rango oficial. —Frunció
momentáneamente el ceño—. Supongo
que podríamos solucionar el problema
nombrando a mi señor Stragen ministro
del Interior y a maese Caalador director
de la policía secreta.
—Realmente secreta, excelencia —
comentó Caalador entre carcajadas—.
Ni siquiera yo sé quiénes son la mayor
parte de los asesinos.
Itagne sonrió.
—Ésos son los de la mejor clase,
supongo. —Luego miró al emperador—.
Eso le conferiría un cierto tinte de
legalidad a la operación, majestad…, en
el caso de que decidas dar vía libre al
proyecto.
Sarabian se retrepó en el asiento con
aire pensativo.
—Me siento tentado de hacerlo —
declaró—. Un derramamiento de sangre
de esa magnitud aseguraría la
tranquilidad interna de Tamuli durante al
menos un siglo. —Se sacudió de encima
la expresión de melancólico anhelo y se
irguió—. Es sencillamente demasiado
incivilizado. No puedo aprobar una cosa
semejante cuando mi señora Sephrenia y
la anarae Xanetia están mirándome y
juzgándome.
—¿Qué opinas tú, Xanetia? —
inquirió Sephrenia a modo de tanteo.
—Nosotros, los delfae, no nos
preocuparnos demasiado por sutilezas y
tecnicismos, Sephrenia.
—Ya suponía que no lo hacíais. Lo
bueno es bueno y lo malo, malo, ¿no lo
crees así?
—A mí me lo parece.
—Y en mi caso sucede lo mismo.
Zalasta nos ha hecho daño a las dos, y la
masacre de Stragen le hará daño a él.
No creo que ninguna de las dos vaya a
poner demasiadas objeciones a algo que
le causará dolor a ese hombre, ¿verdad?
Xanetia sonrió.
—En ese caso, la decisión es tuya,
Sarabian —declaró Sephrenia—. No
vuelvas los ojos hacia Xanetia ni hacia
mí en busca de una excusa para no
tomarla. Nosotras no hallamos nada
objetable en el plan.
—Estoy profundamente
decepcionado de vosotras dos —les
aseguró el emperador—. Tenía la
esperanza de que me sacaríais del
apuro. Tú eres mi última oportunidad,
Ehlana. ¿No te congela la sangre esta
monstruosa idea?
Ella se encogió de hombros.
—No particularmente, pero yo soy
una elenia… y una política. Siempre y
cuando no nos sorprendan con cuchillos
ensangrentados en nuestras propias
manos, siempre podré zafarme de la
responsabilidad.
—¿Es que nadie va a ayudarme? —
Sarabian parecía verdaderamente
desesperado.
Oscagne dirigió una mirada
penetrante hacia su emperador.
—La decisión tienes que tomarla tú,
majestad —le dijo—. A mí
personalmente, no me gusta, pero no soy
yo quien tiene que dar las órdenes.
—¿Es siempre así, Ehlana? —gimió
Sarabian.
—Habitualmente —replicó ella con
absoluta calma—. A veces es todavía
peor.
El emperador se quedó sentado, con
los ojos fijos en la pared, durante un
buen rato.
—De acuerdo, Stragen —declaró
finalmente—. Ve a hacerlo.
—Ése es el niño adorado de su
madre —comentó Ehlana con cariño.
25
—No, Caalador —disintió
Sparhawk—, de hecho, no llevará tres o
cuatro semanas. Yo tengo acceso a un
medio más rápido de desplazamiento.
—Eso no servirá de nada, Sparhawk
—lo contradijo el cammoriano de rostro
encendido—. La gente del gobierno
secreto no aceptará las órdenes dadas
por ti.
—Yo no daré esas órdenes,
Caalador —le respondió Sparhawk—.
Lo harás tú.
Caalador tragó con dificultad.
—¿Estás seguro de que no hay
ningún riesgo en viajar de esa manera?
—le preguntó con tono dubitativo.
—Confía en mí. ¿A cuánta gente
tendrás que transmitirle el mensaje?
Caalador echó una mirada incómoda
a Sarabian.
—No estoy en libertad de decirlo.
—Yo no utilizaré esa información,
Caalador —le aseguró el emperador.
—Tú y yo lo sabemos, majestad,
pero las reglas son las reglas. Nos gusta
mantener los números dentro de unos
límites un poco vagos.
—Generaliza, Caalador —le sugirió
Ehlana—. ¿Un centenar? ¿Quinientas?
—Difísilmente podrían se' tanto',
tesoriyo —replicó él, echándose a reír
—. No hay ningún pastel que pueda
cortarse en tanto' troso'. —Caalador le
echó una mirada un poco ansiosa a
Stragen—. Digamos que más de veinte y
menos de cien, y dejémoslo así, ¿de
acuerdo? Preferiría no acabar con el
cuello rebanado.
—Eso es lo bastante general —dijo
Stragen, riendo—. No te denunciaré por
eso, Caalador.
—Gracias.
—De nada.
—En ese caso, dos o tres días —
calculó Sparhawk.
—No comencemos a hacer correr la
voz hasta que la anarae haya echado sus
redes en la mente de Krager, mañana por
la mañana —sugirió Stragen.
—Veo que sois aficionado a esa
particular metáfora, mi señor Stragen —
observó Xanetia en un tono ligeramente
desaprobador.
—Mi intención no es la de ser
ofensivo, anarae. No hago más que
buscar una forma de explicar algo que
yo mismo no puedo ni atisbar a
comprender, eso es todo. —La
expresión de Stragen se endureció—. Si
Krager realmente está enterado de la
existencia del gobierno secreto,
probablemente lo habrá infiltrado, y en
ese caso habrá alguna gente a la que no
nos interesará hablar del asunto.
—Y cuyos nombres agregaremos a
nuestra lista —añadió Caalador.
—¿Cómo es de larga exactamente
vuestra lista, maese Caalador? —le
preguntó Oscagne.
—Realmente no tienes necesidad de
saberlo, excelencia —replicó Caalador
en un tono que indicaba claramente que
no tenía intención de hablar del tema—.
Escojamos una fecha…, algo que la
gente tenga muy presente. Los ladrones y
degolladores no son muy buenos leyendo
calendarios.
—¿Qué os parece el festival de la
cosecha? —sugirió Itagne—. Faltan sólo
tres semanas, y es algo que se celebra en
todo Tamuli.
Caalador miró a los demás.
—¿Podemos esperar tanto? —
preguntó—. Verdaderamente sería el
momento perfecto. Nuestros asesinos
dispondrían de tres noches para realizar
el trabajo, en lugar de una sola, y hay
mucho ruido y confusión durante los
festejos.
—Y se bebe muchísimo —agregó
Itagne—. Todo el continente se pone
borracho como una cuba.
—¿Se trata de una festividad
general, entonces? —inquirió Bevier.
Itagne asintió con la cabeza.
—Técnicamente es una festividad
religiosa. Supuestamente les
agradecemos a los dioses la abundante
cosecha que nos han dado. La mayoría
de la gente puede cumplir con ese
requisito en alrededor de medio minuto,
lo que les deja libres tres días y tres
noches para meterse en problemas. Los
grupos de cosechadores reciben todos su
paga, toman su baño anual y se
encaminan a la población más cercana
en busca de líos.
—Está hecha a la medida de
nuestros propósitos —agregó Caalador.
—¿Estarás preparado para llevar tus
tropas contra los trolls dentro de tres
semanas, mi señor Vanion? —inquirió
Sarabian.
—Más que preparado, majestad. En
cualquier caso, no tenemos planeado
reunirlos a todos en el mismo lugar. Los
destacamentos de cada guarnición son
sólo del tamaño de un pelotón, y los
pelotones pueden avanzar con mayor
rapidez que los batallones. En este
momento están avanzando todos hacia
puntos determinados en los que
aguardarán, a lo largo de la frontera
atana.
—¿Nos interesa atacarlos a todos al
mismo tiempo? —preguntó Kalten.
—Podemos abordar el asunto de una
de tres maneras —le contestó Sparhawk
—. Podemos atacar primero a los trolls
y atraer la atención de Zalasta hacia
Atan septentrional, o podemos asesinar
primero a sus conspiradores y hacerlo
correr por todo el continente para salvar
lo que pueda de su organización, o
podemos hacer las dos cosas
simultáneamente y ver si es capaz de
estar en un centenar de lugares al mismo
tiempo.
—Eso podremos decidirlo más
adelante —intervino Sarabian—.
Primero transmitámosles el mensaje a
los asesinos. Ya sabemos dónde
queremos que vayan a trabajar durante
el festival de la cosecha. La situación
militar es más fluida.
—Esta vez pongamos un especial
cuidado en eliminar a Sable, Parok y
Rebal —le dijo Stragen a Caalador—.
Evidentemente, los atanes los pasaron
por alto en la última redada general.
Esos reinos elenios de Tamuli
occidental se interponen entre el
caballero Tynian y Matherion, y mientras
esos tres buscapleitos estén vivos, le va
a costar lo suyo llegar hasta aquí. ¿Hay
alguna forma de que podamos matar
también a Scarpa?
Caalador negó con la cabeza.
—Se ha escondido en Natayos. La
ha convertido en una fortaleza y la ha
llenado de fanáticos. No habría precio
suficientemente alto como para
convencer a un asesino de que intente
matarlo. La única forma en que
podríamos llegar hasta Scarpa sería
montando una expedición militar.
—Eso es una lástima —murmuró
Sephrenia—. No cabe duda de que la
muerte de su único hijo retorcería un
cuchillo en el vientre de Zalasta.
—Salvaje —la acusó
afectuosamente Vanion.
—Zalasta mató a mi familia, Vanion
—replicó ella—. Lo único que pretendo
hacer es devolverle el favor.
—A mí me parece justo —le aseguró
él con una sonrisa.