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Enrique Tandeter
Jonh TePaske y Herbert Klein: estudio de fuentes fiscales permite profundizar estudio de
la minería del siglo XVII y contrastar regionalmente. Nueva España, región sobre la que
se modeló en su momento la «crisis del siglo XVII», presenta, en cambio, una historia de
prolongado crecimiento de la producción minera. Mientras que en la segunda mitad del
siglo XVI y el primer cuarto del siglo XVII (1559-1627) ésta aumentó hasta una tasa anual
del 2.5%, el siglo siguiente (1628-1724) también fue de crecimiento, aunque la tasa
disminuyó hasta un 1.2% anual, la misma que se mantendrá de promedio entre 1725 y
1810 (Gamer y Stepanou, 1993: 109; TePaske y Klein, 1981). Por tanto, en Nueva España
se producía más plata a finales que a comienzos del siglo XVIII. Nueva España tuvo
durante la colonia un patrón de producción minera regionalmente disperso. El centro más
importante a lo largo del siglo XVII fue, indudablemente, Zacatecas (Bakewell, 1976). Sin
embargo, su peso relativo osciló sólo entre el 22 y el 40% del total de la producción de
plata registrada en el siglo.
Está claro que, al cambiar el foco de interés hacia las décadas iniciales del siglo, nos
alejamos de las políticas estatales para prestar más atención a un conjunto de factores
propios tanto de la empresa minera como de su relación particular con los mercados
regionales y europeos Garner ha podido sugerir recientemente que no sólo el contraste
entre el siglo XVII y el XVIII resulta menor en términos cuantitativos de lo que se ha
afirmado tradicionalmente, sino que es posible que en el contexto de los problemas del
siglo XVII en Nueva España, la minería haya encontrado las soluciones que sentarían las
bases de la expansión del siglo siguiente (Garner, 1993: 111).
Es muy probable que también en Potosí la nueva inflexión al alza de la producción minera
date de los comienzos de siglo. Sin embargo, aquí los datos oficiales de las cantidades de
plata registrada no indican este cambio hasta la década de 1730. La discrepancia se
explicaría por la notable importancia que tuvo el contrabando en el relanzamiento de la
producción potosina (Tandeter, 1992: 18-21). Este fenómeno se vinculó con la activa
presencia mercantil francesa en la costa del océano Pacífico durante el primer cuarto del
siglo. En Oruro, el otro centro altoperuano de importancia, la nueva tendencia al alza se
manifestará también desde los comienzos mismos del siglo, aunque aquí será
inmediatamente visible en las cifras oficiales (TePaske, 1983). Los centros bajoperuanos,
como Cailloma y Pasco, mostrarán signos de crecimiento desde la década de 1720
(TePaske, 1983).
En la región andina los cambios seculares fueron aún más relevantes. Potosí, exhibió
durante el siglo XVIII un alza prolongada. Sin embargo, ésta apenas le permitió recuperar
hacia finales de siglo un nivel equivalente al 50% de la cota máxima que había alcanzado
200 años antes. En el resto del Alto Perú, sólo puede mencionarse con algún peso
cuantitativo Oruro, cuya alza se prolonga hasta la década de 1770 (Comblit, 1995). El
mayor cambio secular se produjo en el Bajo Perú, donde la producción de plata se
multiplicó por más de siete entre finales del siglo XVII y la última década del siglo XVIII. El
resultado es que, mientras en el siglo anterior su participación relativa en el conjunto de la
producción peruana había sido inferior al 10%, a lo largo del siglo XVIII alcanzará más del
34%. Esto se debió a los incrementos registrados, con distintas cronologías, en varios
centros productores entre los que se destacó el Cerro de Pasco, en la Sierra Central, y
Hualgayoc, en la Sierra Norte.
A este conjunto de problemas se le dieron las mejores soluciones en Nueva España. Allí,
los ciclos que se sucedieron durante el siglo XVlll tuvieron como resultado el crecimiento
de las empresas. Éstas explotaban a la vez túneles más numerosos y cada vez más
profundos, que eran optimizados por sus propios socavones. Las sumas involucradas, los
plazos de espera, la complejidad de las empresas y los altos riesgos, son todos elementos
que subrayan la importancia del factor empresarial en esta evolución secular de la minería
mexicana. Las quiebras producían una continua renovación de los empresarios en
muchos centros mineros, lo que podía tener un efecto benéfico para el conjunto de la
industria, cuando algunos recién llegados, con más capital y capacidad, ocupaban el sitio
de quienes habían fracasado (Garner, 1980: 157).
Las empresas mineras andinas del siglo XVIII presentan marcados contrastes con la
evolución que acabamos de reseñar para sus homologas novohispanas. A su vez, en la
región andina debemos distinguir situaciones muy diversas en el Bajo y Alto Perú,
particularmente el Cerro Rico de Potosí. Si bien hemos señalado un notable crecimiento
secular en varios de los centros bajoperuanos a lo largo del siglo, las cifras absolutas de
producción, a excepción del Cerro de Pasco, fueron muy modestas, y se corresponden
con empresas de poca envergadura. Una matrícula efectuada hacia 1789-1790 nos da
una imagen clara de la industria. Sus empresarios sólo controlan un promedio de 12.2
trabajadores, mientras que cada mina en explotación registra 13.3 hombres. Se trata de
un gremio en el límite de la supervivencia, poco prestigiado a ojos de comerciantes y
funcionarios. Éstos, sin embargo, en consonancia con el programa global de aliento a la
minería que formaba parte de las propuestas del «reformismo borbónico», aplicarán una
serie de medidas, la más ambiciosa de las cuales fue el establecimiento del Real Tribunal
de Minería en Lima que, a su vez, se vinculaba con delegaciones locales (Molina, 1985)
Cerro de Pasco: aunque la producción de plata en el área datara de 1567, el Cerro sólo
se hizo relevante desde 1630, cuando se descubrió el sitio de Yauricocha, al cual se
sumarían más tarde otros. La empresa mayor que distinguirá al Cerro de Pasco del resto
de la minería bajoperuana será el socavón acordado en 1780 entre los 50 mineros más
importantes del lugar. El proyecto se completó en sólo seis años y comenzó a rendir
frutos. Sin embargo, los mineros estimaron, con razón, que la obra debía continuarse
hasta Yanacancha, obra que comenzó en 1794. Dos años después obtuvieron, a la vez, el
apoyo financiero del Real Tribunal de Minería y la concesión de una cuota de trabajadores
forzosos de Jauja, con lo que la obra se terminó en 1811. Sin embargo, en pocos años la
producción volvió a declinar por el anegamiento de las minas, confirmándose la necesidad
de socavones aún más profundos. Se comenzó uno entonces, que no se finalizó hasta
mediados del siglo XIX. El Cerro de Pasco fue también el primer lugar en el que se
experimentó, hacia 1820, el desagüe de labores mediante el uso de máquinas de vapor
importadas, intento que se vio frustrado por los avatares de la guerra de la independencia.
Potosí: su producción no muestra durante el siglo XVIII los picos dramáticos tan
característicos de México, sino un alza moderada y continua desde, al menos, la década
de 1730. Este crecimiento no se obtiene por descubrimientos o bonanzas, sino mediante
una expansión cuantitativa del mineral procesado. Éste no era de muy alto contenido
metálico. Frente a un promedio de 15 marcos por cajón en Nueva España, y otro de 12
marcos en el Bajo Perú, la ley potosína osciló durante el siglo entre los cuatro y ocho
marcos. La clave de la supervivencia y la expansión de Potosí residía en la mita, que
en este siglo implicaba menos de 3000 migrantes anuales. La modificación mayor fue, sin
duda, el reemplazo del criterio de remuneración por día trabajado, por el de las «cuotas»
de mineral producido. De esta manera, el trabajador forzado no sólo era burlado en
cuanto al pago de su jornal, sino que de hecho era obligado a trabajar más allá de su
semana de «tanda», anulando los períodos de descanso durante los que, teóricamente,
habría podido contratarse libremente en la minería u otra actividad urbana. El mecanismo
de las cuotas laborales permitió a lo largo del siglo, y en particular durante la segunda
mitad, aumentar las cantidades de mineral exigidas a los trabajadores forzados, lo que
permitió el incremento de la producción total a pesar de la pobreza de la ley promedio.
En Potosí la continuidad de la propiedad en una misma familia, era la regla. Pero al mismo
tiempo que una familia se mantenía como propietaria, la gestión de la empresa minera
tendía a separarse de ella. Los arrendamientos de empresas que contaban con
asignaciones de trabajadores forzados, originalmente prohibidos por la legislación, se
generalizaron durante el siglo XVIII, consagrando el carácter rentístico de la propiedad
minera potosina. En tanto el objeto principal del arrendamiento era la cuota de
trabajadores forzados con que contaba el ingenio, la posición monopolista de los
propietarios como derechohabientes respecto a un número limitado de migrantes anuales
les permitía apropiarse de la mayor parte del excedente que generaba en la unidad
arrendada. El arrendatario quedaba así severamente limitado en sus posibilidades de
acumulación e inversión. Por otra parte, el capital que llegaba a la minería desde otros
sectores, como el comercio o la burocracia, antes que, por la producción, era atraído por
la posibilidad de disfrutar de los beneficios de la renta mitaya mediante la compra de un
ingenio con trabajadores forzados. El procesamiento de mayor cantidad de mineral sólo
requería una limitada inversión por parte de los propietarios para instalar maquinaria de
molienda adicional en la planta de sus ingenios. En contraste con la rotación empresarial
que muchas veces aportó capital y experiencia a las minas mexicanas, lo que se observa
en Potosí es la continuidad de familias propietarias y la alta rotación de arrendatarios
aventureros, que probaban suerte al frente de los ingenios. La incursión de estos
hombres, generalmente inmigrantes peninsulares sin conocimiento técnico ni capital, sólo
era posible por la existencia singular en Potosí del Real Banco de San Carlos, institución
estatal que facilitaba el rescate de la plata producida y otorgaba a los empresarios tanto
créditos como anticipos en bienes, incluyendo el vital mercurio. Aun así, un buen número
de esos arrendatarios abandonaban su ingenio antes del fin del primer año. Pero,
paradójicamente, fueron las onerosas condiciones rentísticas impuestas por los
propietarios a sus arrendatarios las que llevaron a la expansión de la producción
La renta mitaya no sólo impuso límites a la inversión productiva, sino que también
acotó las posibilidades del reformismo borbónico en Potosí. Como se comprobó con
motivo de una rebaja del precio del mercurio, toda disminución de costos traía consigo un
aumento de los arrendamientos. Era, por tanto, el propietario del ingenio el que se
beneficiaba de las concesiones estatales, sin que el estímulo alcanzara al empresario
arrendatario.
El programa reformista adquirió gran complejidad hacia 1790. Por entonces, la Corona se
había hecho cargo de la construcción de un socavón para facilitar el acceso a las vetas
más profundas del cerro, que se esperaba fueran las más ricas. El Estado empezaba
tardíamente a ocuparse de las riesgosas y costosas «obras muertas», que en Nueva
España corrían a cargo de inversores privados. La obra sería abandonada durante la
guerra de la independencia, antes de haber rendido fruto alguno. El programa del
intendente Sanz se concretó en un extenso proyecto legislativo, el Código Carolino,
redactado por su teniente asesor Pedro Vicente Cañete. Su núcleo consistía en la
limitación de la libertad de los dueños de ingenios, al imponer una tasa máxima a los
arrendamientos, y el aumento del número de mitayos para posibilitar su concesión a más
unidades de producción. En la oposición al proyecto confluyeron los intereses de los
dueños de ingenios con la prédica humanitaria en contra de la mita. En la Península, los
ímpetus reformistas habían sido reemplazados desde 1792 por una política de
consolidación de lo alcanzado, en 1797 se rechaza definitivamente el proyecto del Código
Carolino.