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LOS CICLOS DE LA MINERÍA DE METALES PRECIOSOS: HISPANOAMÉRICA

Enrique Tandeter

EVOLUCIÓN DE LA PRODUCCIÓN Y DISTRIBUCIÓN GEOGRÁFICA

La minería hispanoamericana se estudió a partir de la evolución de los envíos oficiales de


metales preciosos a la Península Ibérica. Resultaba así una cronología cíclica con fases
expansivas en los siglos XVI y XVIII separadas por una marcada depresión durante el
siglo XVII. Cambio con la obra de Morineau, que pudo incorporar con eficacia cuantitativa
el extendido fenómeno del contrabando, al alejarse de las estadísticas oficiales para
atender a las observaciones de los comerciantes ubicados en países europeos distintos
de las metrópolis de los imperios coloniales de América (Morineau, 1985). Como
resultado, el siglo XVII no se nos presenta ya en su conjunto como un período de baja
sino de alza de los envíos de metales de América a Europa. De ese modo, se diluye en
parte el contraste con la expansión del siglo XVIII.

Jonh TePaske y Herbert Klein: estudio de fuentes fiscales permite profundizar estudio de
la minería del siglo XVII y contrastar regionalmente. Nueva España, región sobre la que
se modeló en su momento la «crisis del siglo XVII», presenta, en cambio, una historia de
prolongado crecimiento de la producción minera. Mientras que en la segunda mitad del
siglo XVI y el primer cuarto del siglo XVII (1559-1627) ésta aumentó hasta una tasa anual
del 2.5%, el siglo siguiente (1628-1724) también fue de crecimiento, aunque la tasa
disminuyó hasta un 1.2% anual, la misma que se mantendrá de promedio entre 1725 y
1810 (Gamer y Stepanou, 1993: 109; TePaske y Klein, 1981). Por tanto, en Nueva España
se producía más plata a finales que a comienzos del siglo XVIII. Nueva España tuvo
durante la colonia un patrón de producción minera regionalmente disperso. El centro más
importante a lo largo del siglo XVII fue, indudablemente, Zacatecas (Bakewell, 1976). Sin
embargo, su peso relativo osciló sólo entre el 22 y el 40% del total de la producción de
plata registrada en el siglo.

Región andina: papel protagónico Cerro Rico de Potosí, desde su descubrimiento y


puesta en explotación en 1545 (Bakewell, 1989). Si hasta 1600 fue responsable de la casi
totalidad de la plata registrada, durante todo el siglo XVII lo será de más del 68% de lo
producido en el conjunto del virreinato del Perú. La segunda razón del contraste con
Nueva España radica en que para la minería andina el siglo XVII fue, efectivamente, un
período de baja producción. Potosí había alcanzado su nivel máximo hacia finales del
siglo XVI, y durante todo el siglo siguiente disminuyó lenta pero ininterrumpidamente. Sin
embargo, para el conjunto de la región la baja producción se hace evidente sólo desde la
década de 1640. Esto se debe a que en la primera mitad del siglo se registra la puesta en
explotación de Oruro, el segundo de los centros mineros altoperuanos, cuyo nivel de
producción sólo empezará a descender precisamente hacia esa fecha. También el
yacimiento bajoperuano de Castrovirreyna registra en esas primeras décadas un cierto
auge. En la segunda mitad del siglo XVII, en cambio, ni la producción de Cailloma ni la
incipiente de Pasco, en el Bajo Perú, ni las de Chucuito, Carangas y La Paz, en el Alto
Perú, compensan la reducción de la de Potosí, que hacia 1700 llega a ser de sólo un
tercio de lo que fuera durante los años de máximo auge a finales del siglo XVI.
El resultado de estas historias divergentes es que a finales del siglo XVII Nueva España
superará, por primera vez, al Perú en su conjunto como zona productora de metales
preciosos. Durante el siglo XVIII la producción minera, tanto de Nueva España como del
Perú, marcará una clara tendencia global al crecimiento. La tasa anual del Perú entre
1715 y 1810 será del 1.7%, contra la ya mencionada del 1.2% para Nueva España,
durante el período de 1725-1810 (Garner, 1993: 109). Pero esa diferencia no permitirá en
modo alguno descontar el terreno perdido y la primacía de la producción argentífera
mexicana se mantendrá hasta finales de la colonia. A largo plazo, Nueva España, a
diferencia de la región andina, se caracteriza por no haber sufrido ninguna contracción
prolongada de la minería durante el período colonial.

La creencia de que en México el mayor aumento de la producción se había registrado en


la segunda mitad del siglo permitió relacionarlo causalmente con las políticas que la
monarquía hispana de los Borbones en especial durante el reinado de Carlos III
(1759-1789). Pero nuevos estudios permiten ubicar el lapso más largo de crecimiento
rápido a comienzos del siglo, entre los quinquenios de 1695-1699 y 1720-1724, con una
tasa anual del 3.2%. Seguido de un período prolongado de baja (-0.1%), hasta que una
nueva alza violenta, con una tasa del 4.1%, la más alta del siglo, se produce entre
1740-1744 y 1745-1749. El alza continúa hasta el quinquenio 1765-1769, a sólo 0.1%.
Entre 1765-1769 y 1775-1779 se presenta otra aceleración del crecimiento, con una tasa
del 2.7%; seguida por una nueva nivelación de la curva entre 1775-1779 y 1785-1789, con
sólo el 0.2% de crecimiento, y un nuevo pico entre 1785-1789 y 1790-1794, con un índice
del 3.3%. Desde entonces, hasta 1805-1809, el crecimiento se mantiene en sólo el 0.1%
anual.

Está claro que, al cambiar el foco de interés hacia las décadas iniciales del siglo, nos
alejamos de las políticas estatales para prestar más atención a un conjunto de factores
propios tanto de la empresa minera como de su relación particular con los mercados
regionales y europeos Garner ha podido sugerir recientemente que no sólo el contraste
entre el siglo XVII y el XVIII resulta menor en términos cuantitativos de lo que se ha
afirmado tradicionalmente, sino que es posible que en el contexto de los problemas del
siglo XVII en Nueva España, la minería haya encontrado las soluciones que sentarían las
bases de la expansión del siglo siguiente (Garner, 1993: 111).

Es muy probable que también en Potosí la nueva inflexión al alza de la producción minera
date de los comienzos de siglo. Sin embargo, aquí los datos oficiales de las cantidades de
plata registrada no indican este cambio hasta la década de 1730. La discrepancia se
explicaría por la notable importancia que tuvo el contrabando en el relanzamiento de la
producción potosina (Tandeter, 1992: 18-21). Este fenómeno se vinculó con la activa
presencia mercantil francesa en la costa del océano Pacífico durante el primer cuarto del
siglo. En Oruro, el otro centro altoperuano de importancia, la nueva tendencia al alza se
manifestará también desde los comienzos mismos del siglo, aunque aquí será
inmediatamente visible en las cifras oficiales (TePaske, 1983). Los centros bajoperuanos,
como Cailloma y Pasco, mostrarán signos de crecimiento desde la década de 1720
(TePaske, 1983).

El comienzo de una tendencia alcista en la producción de plata hispanoamericana


durante las primeras décadas del siglo XVIII remite a un doble proceso que, desde
finales del siglo XVII, afectaba a la economía europea.
♣ Por un lado, los precios expresados en plata se hundieron hacia 1660, pasaron por
un primer mínimo en el transcurso de los años 1680 y un segundo hacia
1720-1721. Esta época de aumento del poder adquisitivo de los metales preciosos
implicó un fuerte incentivo para extender su búsqueda e intensificar la producción
en las áreas de dependencia colonial europea (Vilar, 1969: 231-235).
♣ Por otro lado, la respuesta más espectacular a este aumento de la demanda se
obtuvo en Brasil con la multiplicación de la producción aurífera, que inauguró una
verdadera «edad del oro» europea, con la consiguiente apreciación relativa de la
plata (Spponer, 1972: 196-207)

Proceso de expansión secular implicó un reordenamiento de las jerarquías relativas de


los centros productores en cada región. Zacatecas había sido hasta entonces el
principal de los centros novohispanos, pero durante el siglo XVIII será superado por
Guanajuato. Si bien ambos producían más a finales que a comienzos del siglo, para
Zacatecas se tratará de una duplicación de la producción, mientras que en el caso de
Guanajuato se multiplicará por cinco. En Zacatecas, el crecimiento secular se desarrollará
en dos períodos extremos separados por una contracción entre 1725 y 1775. Para
Guanajuato, en cambio, el alza se mantendrá sin interrupción durante todo el siglo XVIII.

En la región andina los cambios seculares fueron aún más relevantes. Potosí, exhibió
durante el siglo XVIII un alza prolongada. Sin embargo, ésta apenas le permitió recuperar
hacia finales de siglo un nivel equivalente al 50% de la cota máxima que había alcanzado
200 años antes. En el resto del Alto Perú, sólo puede mencionarse con algún peso
cuantitativo Oruro, cuya alza se prolonga hasta la década de 1770 (Comblit, 1995). El
mayor cambio secular se produjo en el Bajo Perú, donde la producción de plata se
multiplicó por más de siete entre finales del siglo XVII y la última década del siglo XVIII. El
resultado es que, mientras en el siglo anterior su participación relativa en el conjunto de la
producción peruana había sido inferior al 10%, a lo largo del siglo XVIII alcanzará más del
34%. Esto se debió a los incrementos registrados, con distintas cronologías, en varios
centros productores entre los que se destacó el Cerro de Pasco, en la Sierra Central, y
Hualgayoc, en la Sierra Norte.

EMPRESARIOS, TRABAJADORES Y ESTADO COLONIAL

Al desagregar la información por centros mineros novohispanos, se hace evidente que en


cada uno de ellos hubo una cronología particular y que sus períodos de expansión no
fueron, en general, coincidentes. Se puede observar que son de duración más o menos
limitada, a veces de pocos años, y otras, de algunas décadas. En su obra fundamental
sobre el México borbónico, David Brading señala que esas bonanzas correspondieron a
ciclos de descubrimiento, abandono y renovación de las minas. La explotación inicial de
los yacimientos coloniales se realizó sin ningún orden particular. A pesar de algunas
indicaciones en sentido contrario de la legislación vigente, cada empresario siguió la
dirección natural de las vetas, con muy escasa preocupación por los derechos eventuales
de los demás mineros. Se presentaron así por lo menos dos tipos de problemas. Por un
lado, se generaron conflictos cuando un túnel cruzaba el de otro minero. Pero, más
importantes resultaron las cuestiones de carácter tecnológico. A medida que se
profundizaban las galerías, el trabajo se hacía más costoso, por la distancia y la
complejidad del recorrido para extraer el mineral, o aún se podía ver totalmente
imposibilitado por la falta de ventilación o la inundación de las minas por napas interiores.
La solución para este conjunto de problemas consistía en la construcción de socavones
que facilitaban el acceso, la ventilación o el desagüe de las minas. Desafío de
construcción de estas obras muertas:
♣ el diseño adecuado, que asegurara que la obra proyectada cumpliera con el
objetivo propuesto. La tecnología disponible no siempre resultó apropiada, como
tampoco lo fue la que aportaron los técnicos europeos enviados por la Corona
hacia finales de siglo a diversas zonas del continente.
♣ disposición del capital necesario para afrontar una obra que no sólo supondría
cifras enormes, sino que, en el mejor de los casos, se prolongaría durante muchos
años, antes de comenzar a rendir frutos. Pero aun cuando las obras culminaban
en un auge productivo, rara vez éste duraba más de dos décadas, tras las cuales
se producía un nuevo abandono.
♣ derechos de propiedad y usufructo. En efecto, una excavación podía permitir la
reactivación de una mina abandonada o mejorar la capacidad productiva de otra
anegada o de muy difícil acceso. Así, se planteaba de modo conflictivo la
participación que tendría el dueño del socavón en los beneficios eventuales de
esas labores.

A este conjunto de problemas se le dieron las mejores soluciones en Nueva España. Allí,
los ciclos que se sucedieron durante el siglo XVlll tuvieron como resultado el crecimiento
de las empresas. Éstas explotaban a la vez túneles más numerosos y cada vez más
profundos, que eran optimizados por sus propios socavones. Las sumas involucradas, los
plazos de espera, la complejidad de las empresas y los altos riesgos, son todos elementos
que subrayan la importancia del factor empresarial en esta evolución secular de la minería
mexicana. Las quiebras producían una continua renovación de los empresarios en
muchos centros mineros, lo que podía tener un efecto benéfico para el conjunto de la
industria, cuando algunos recién llegados, con más capital y capacidad, ocupaban el sitio
de quienes habían fracasado (Garner, 1980: 157).

La verdadera concentración de la propiedad y la generalización de la formación de


compañías sólo será visible hacia finales de la década de 1760. En consonancia con el
nuevo ciclo expansivo de la minería regional. Éste se vincula, sin duda, con la nueva fase
que abre en el virreinato de Nueva España la visita de José de Gálvez. entre 1765 y 1771,
como parte del proceso general de reformas borbónicas. Se aplicaron entonces políticas
específicas que aumentaron la rentabilidad de la industria y contribuyeron al nuevo salto
de la producción minera que se experimentó en todo el virreinato entre 1765-1769 y
1775-1779. Un primer aspecto fue el aumento del control que los empresarios ejercían
sobre los trabajadores, y, en particular, la reducción de la remuneración 'laboral, lo que
implicaba tanto la disminución de los salarios como la eliminación de los «partidos». Esta
última práctica, consistente en autorizar a los mineros más cualificados a extraer una
cantidad de mineral para sí mismos, más allá de la cuota debida al empresario, era muy
antigua y estaba presente en la mayoría de los centros mineros novohispanos. La violenta
represión ordenada por Gálvez abrió el camino a una nueva actitud que se generalizó
entre los empresarios del virreinato. Desde entonces, apoyados por milicias y grupos
paramilitares, modificaron las prácticas de apropiación directa de mineral por parte de los
trabajadores, eliminando o reduciendo los «partidos» y disminuyendo los salarios en
efectivo.
Las políticas reformistas incluyeron la rebaja del precio de la pólvora y la organización de
una oferta más eficaz, que estimularon su uso en la minería. El abasto regular y más
barato del mercurio extendió la proporción de mineral refinado por amalgama respecto de
la del mineral de fundición. Pero, sin duda, un factor crucial fue la concesión de
exenciones impositivas, así como el suministro de mercurio al costo, en los casos de
inversiones mineras que se consideraban de alto riesgo El reformismo borbónico tuvo
otras consecuencias indirectas de gran importancia para la minería mexicana. La
liberalización del comercio con la Península, así como los cambios que resultaron de las
prácticas mercantiles internas en Nueva España, redujeron el margen de ganancia de los
grandes mercaderes que dominaban el tráfico de importación, los «almaceneros» de la
Ciudad de México. Por eso, en la década de 1780, desviaron sus capitales hacia otros
negocios, incluyendo la minería. Los comerciantes habían preferido siempre relacionarse
con la minería mediante el mecanismo del avío, por el cual financiaban a corto plazo las
actividades de los productores. Pero el descenso de la rentabilidad mercantil unido a las
nuevas condiciones que las exenciones impositivas creaban en la minería, los
convencieron de la conveniencia de invertir en obras de renovación de minas. El camino
del crecimiento de la producción en la minería mexicana del siglo XVIII pasó, entonces,
por grandes y arriesgadas inversiones en «obras muertas», es decir, en las
construcciones necesarias para acceder a las minas y desagotarlas. La iniciativa y
capacidad empresariales fueron, por tanto, cruciales en el proceso secular novohispano

Las empresas mineras andinas del siglo XVIII presentan marcados contrastes con la
evolución que acabamos de reseñar para sus homologas novohispanas. A su vez, en la
región andina debemos distinguir situaciones muy diversas en el Bajo y Alto Perú,
particularmente el Cerro Rico de Potosí. Si bien hemos señalado un notable crecimiento
secular en varios de los centros bajoperuanos a lo largo del siglo, las cifras absolutas de
producción, a excepción del Cerro de Pasco, fueron muy modestas, y se corresponden
con empresas de poca envergadura. Una matrícula efectuada hacia 1789-1790 nos da
una imagen clara de la industria. Sus empresarios sólo controlan un promedio de 12.2
trabajadores, mientras que cada mina en explotación registra 13.3 hombres. Se trata de
un gremio en el límite de la supervivencia, poco prestigiado a ojos de comerciantes y
funcionarios. Éstos, sin embargo, en consonancia con el programa global de aliento a la
minería que formaba parte de las propuestas del «reformismo borbónico», aplicarán una
serie de medidas, la más ambiciosa de las cuales fue el establecimiento del Real Tribunal
de Minería en Lima que, a su vez, se vinculaba con delegaciones locales (Molina, 1985)

Hualgayoc, en la sierra norte del Perú, permite profundizar nuestra comprensión de la


problemática de la minería bajoperuana. Fue descubierto en 1771, y su auge sobrevino
entre 1776 y 1800. La ley o riqueza metálica de sus minerales era superior al promedio
novohispano y bastante más elevado que el promedio bajo- peruano. Esto explica que,
con sólo el 10% de los trabajadores del virreinato, produjera en esos años el 15% del total
de la plata. La minería de Hualgayoc, como la de los otros centros bajoperuanos,
presentaba una notable falta de concentración. Más aún, el proceso total de producción
de plata estaba allí dividido en varias etapas, ya que los mineros y los dueños de plantas
de refinación no eran las mismas personas. Por otra parte, tanto la financiación como el
transporte del metal entre Hualgayoc y Trujillo, donde se encontraban las cajas reales que
lo convertían en barras, corrían a cargo de otras personas. Con frecuencia, los
participantes se acusaban mutuamente de quedarse con los mayores beneficios, pero un
estudio atento revela cómo la escasez de capitales hacía imprescindible el esfuerzo de
complementariedad entre aviadores, rescatistas y productores.
El caso de Hualgayoc revela también las múltiples debilidades de la minería bajoperuana
y la renuencia de la Corona y sus representantes a formular soluciones acabadas. Un
doble pedido se refería al establecimiento de fondos de habilitación para la provisión de
créditos e insumos a los productores, y a la creación de cajas o bancos de rescate que
permitieran obviar el viaje a Trujillo. Cuando el Tribunal de Minería estableció en 1792 un
banco de rescate local, la falta de cumplimiento de la primera función determinó su
fracaso y cierre en dos años escasos. Por otro lado, los productores planteaban sus
dificultades para reclutar trabajadores en una región sin tradición minera, donde la
población era escasa, la tierra relativamente abundante y la presión fiscal sobre los
indígenas más leve que en otras partes. La solución que reclamaban insistentemente, sin
obtener respuesta de la Corona, era la concesión de trabajadores forzados. Tampoco
obtuvieron beneficios de las misiones de asistencia tecnológica que la Corona despachó a
Hispanoamérica a finales de la década de 1780.

Cerro de Pasco: aunque la producción de plata en el área datara de 1567, el Cerro sólo
se hizo relevante desde 1630, cuando se descubrió el sitio de Yauricocha, al cual se
sumarían más tarde otros. La empresa mayor que distinguirá al Cerro de Pasco del resto
de la minería bajoperuana será el socavón acordado en 1780 entre los 50 mineros más
importantes del lugar. El proyecto se completó en sólo seis años y comenzó a rendir
frutos. Sin embargo, los mineros estimaron, con razón, que la obra debía continuarse
hasta Yanacancha, obra que comenzó en 1794. Dos años después obtuvieron, a la vez, el
apoyo financiero del Real Tribunal de Minería y la concesión de una cuota de trabajadores
forzosos de Jauja, con lo que la obra se terminó en 1811. Sin embargo, en pocos años la
producción volvió a declinar por el anegamiento de las minas, confirmándose la necesidad
de socavones aún más profundos. Se comenzó uno entonces, que no se finalizó hasta
mediados del siglo XIX. El Cerro de Pasco fue también el primer lugar en el que se
experimentó, hacia 1820, el desagüe de labores mediante el uso de máquinas de vapor
importadas, intento que se vio frustrado por los avatares de la guerra de la independencia.

Potosí: su producción no muestra durante el siglo XVIII los picos dramáticos tan
característicos de México, sino un alza moderada y continua desde, al menos, la década
de 1730. Este crecimiento no se obtiene por descubrimientos o bonanzas, sino mediante
una expansión cuantitativa del mineral procesado. Éste no era de muy alto contenido
metálico. Frente a un promedio de 15 marcos por cajón en Nueva España, y otro de 12
marcos en el Bajo Perú, la ley potosína osciló durante el siglo entre los cuatro y ocho
marcos. La clave de la supervivencia y la expansión de Potosí residía en la mita, que
en este siglo implicaba menos de 3000 migrantes anuales. La modificación mayor fue, sin
duda, el reemplazo del criterio de remuneración por día trabajado, por el de las «cuotas»
de mineral producido. De esta manera, el trabajador forzado no sólo era burlado en
cuanto al pago de su jornal, sino que de hecho era obligado a trabajar más allá de su
semana de «tanda», anulando los períodos de descanso durante los que, teóricamente,
habría podido contratarse libremente en la minería u otra actividad urbana. El mecanismo
de las cuotas laborales permitió a lo largo del siglo, y en particular durante la segunda
mitad, aumentar las cantidades de mineral exigidas a los trabajadores forzados, lo que
permitió el incremento de la producción total a pesar de la pobreza de la ley promedio.

En Potosí la continuidad de la propiedad en una misma familia, era la regla. Pero al mismo
tiempo que una familia se mantenía como propietaria, la gestión de la empresa minera
tendía a separarse de ella. Los arrendamientos de empresas que contaban con
asignaciones de trabajadores forzados, originalmente prohibidos por la legislación, se
generalizaron durante el siglo XVIII, consagrando el carácter rentístico de la propiedad
minera potosina. En tanto el objeto principal del arrendamiento era la cuota de
trabajadores forzados con que contaba el ingenio, la posición monopolista de los
propietarios como derechohabientes respecto a un número limitado de migrantes anuales
les permitía apropiarse de la mayor parte del excedente que generaba en la unidad
arrendada. El arrendatario quedaba así severamente limitado en sus posibilidades de
acumulación e inversión. Por otra parte, el capital que llegaba a la minería desde otros
sectores, como el comercio o la burocracia, antes que, por la producción, era atraído por
la posibilidad de disfrutar de los beneficios de la renta mitaya mediante la compra de un
ingenio con trabajadores forzados. El procesamiento de mayor cantidad de mineral sólo
requería una limitada inversión por parte de los propietarios para instalar maquinaria de
molienda adicional en la planta de sus ingenios. En contraste con la rotación empresarial
que muchas veces aportó capital y experiencia a las minas mexicanas, lo que se observa
en Potosí es la continuidad de familias propietarias y la alta rotación de arrendatarios
aventureros, que probaban suerte al frente de los ingenios. La incursión de estos
hombres, generalmente inmigrantes peninsulares sin conocimiento técnico ni capital, sólo
era posible por la existencia singular en Potosí del Real Banco de San Carlos, institución
estatal que facilitaba el rescate de la plata producida y otorgaba a los empresarios tanto
créditos como anticipos en bienes, incluyendo el vital mercurio. Aun así, un buen número
de esos arrendatarios abandonaban su ingenio antes del fin del primer año. Pero,
paradójicamente, fueron las onerosas condiciones rentísticas impuestas por los
propietarios a sus arrendatarios las que llevaron a la expansión de la producción

La renta mitaya no sólo impuso límites a la inversión productiva, sino que también
acotó las posibilidades del reformismo borbónico en Potosí. Como se comprobó con
motivo de una rebaja del precio del mercurio, toda disminución de costos traía consigo un
aumento de los arrendamientos. Era, por tanto, el propietario del ingenio el que se
beneficiaba de las concesiones estatales, sin que el estímulo alcanzara al empresario
arrendatario.

El programa reformista adquirió gran complejidad hacia 1790. Por entonces, la Corona se
había hecho cargo de la construcción de un socavón para facilitar el acceso a las vetas
más profundas del cerro, que se esperaba fueran las más ricas. El Estado empezaba
tardíamente a ocuparse de las riesgosas y costosas «obras muertas», que en Nueva
España corrían a cargo de inversores privados. La obra sería abandonada durante la
guerra de la independencia, antes de haber rendido fruto alguno. El programa del
intendente Sanz se concretó en un extenso proyecto legislativo, el Código Carolino,
redactado por su teniente asesor Pedro Vicente Cañete. Su núcleo consistía en la
limitación de la libertad de los dueños de ingenios, al imponer una tasa máxima a los
arrendamientos, y el aumento del número de mitayos para posibilitar su concesión a más
unidades de producción. En la oposición al proyecto confluyeron los intereses de los
dueños de ingenios con la prédica humanitaria en contra de la mita. En la Península, los
ímpetus reformistas habían sido reemplazados desde 1792 por una política de
consolidación de lo alcanzado, en 1797 se rechaza definitivamente el proyecto del Código
Carolino.

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