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Barroco

Se desarrolla a partir de la segunda mitad del siglo XVI y abarca todo el siglo XVII
primeramente en Italia y luego se extiende a los países europeos católicos y
monárquicos y también en Latinoamérica.

Causas del Barroco


1. La crisis religiosa que se inicia el 31 de octubre de 1517 con la publicación de
las’’95 tesis’’ de Martin Lutero (Alemania). A partir de este momento se
produce la ruptura de la unidad religiosa Europa y se enfrentan dos
movimientos religiosos: la Reforma, representada por el luteranismo, el
calvinismo, el anglicanismo entre otros y la Contrarreforma encabezada por la
iglesia católica. Podemos decir que el barroco nace para las necesidades
propagandísticas de la contrarreforma. Se opone a la austeridad propugnada
por el protestantismo, su objetivo es excitar la piedad de los católicos,
impresionar y deslumbrar.

2. El fortalecimiento de las grandes monarquías europeas, como las de Francia y


España, impulsa la creación de obras que, con su grandiosidad y esplendor,
reflejaran la majestad de Luis XIV, el Rey Sol y de Felipe III y Felipe IV.

Los orígenes de la palabra barroco no están claros. Podría derivar del portugués
barrueco, que significa una perla de forma irregular. Se uso posteriormente, a
finales del siglo XVIII, con connotaciones negativas, despectivas para definir el
estilo artístico del siglo XVII como extravagante, raro, caprichoso y exótico.
Solo a principios del siglo XX fue rehabilitado y se reconoció su valor como un
estilo original y opuesto al equilibrio y racional renacimiento.

Arte
Características generales del barroco

1. Carácter religioso
2. Objetivo propagandista
3. Lujo, exuberancia
4. Decoración recargada
5. Dinamismo y energía
6. Realismo
7. Expresividad y espiritualidad
8. Tensión dramática
9. Contraste
La Economía en el Barroco
A lo largo del siglo XVII la situación económica de las distintas naciones
europeas fue muy diferente. A grandes rasgos puede afirmarse que el balance
fue positivo para Holanda, Inglaterra y algunas zonas del norte de Europa;
Francia terminó el siglo en una situación de relativo equilibrio, pero España,
Italia y, en general el centro de Europa, sufrieron un claro proceso de
empobrecimiento.
Las causas que justifican y explican estas diferencias fueron varias e incidieron
de manera diferente en cada zona.
Los últimos años del siglo XVI fueron el momento en el que llegaron a España
más cantidad de metales preciosos, procedentes de América, pero también el
inicio de una rápida disminución de esa afluencia de oro y plata, que en unos
50 años desapareció casi por completo.
Europa se había acostumbrado a una abundancia de monedas de alto valor
intrínseco (monedas de oro y plata) y la casi repentina decadencia de la
producción de las minas americanas, hizo precisa una reorientación de la
economía que no todos los países llevaron o pudieron llevar a cabo.
La llegada de grandes cantidades de dinero había significado, en España, una
fuerte subida de los salarios, que trajo consigo que los precios de los españoles
fueran más altos que los del resto de Europa; eso significó que, a comienzos
del siglo XVII la producción industrial española estuviera en franca decadencia
por no ser competitiva frente a la extranjera, de manera que en unos pocos
años la economía del país se vio privada del oro y la plata americanos y sin
una estructura industrial que permitiera obtener ingresos por otro camino.
Mientras tanto, y ante la imposibilidad de mantener los ventajosos intercambios
con América, los demás países europeos comenzaron a poner en práctica las
teorías mercantilistas con la intención de no permitir la salida de metales nobles
de sus fronteras.
Mercantilismo
En el siglo XVII, frente a la crisis económica, aparece el nacimiento del
mercantilismo. El mercantilismo es un conjunto de ideas económicas que
considera que la prosperidad de una nación o estado depende del capital que
pueda tener, y que el volumen global del comercio mundial es inalterable.
Francia fue el país que más intensamente mantuvo la postura mercantilista y
proteccionista, sobre todo a lo largo de la segunda mitad del siglo. Así, durante
el reinado de Luis XIV, Colbert, ministro de Hacienda, impulsó la creación de
fábricas, ya como monopolios estatales, ya como empresas manufactureras
subvencionadas (fábricas de armas, de porcelanas, de cristalerías, de
perfumes, etc.); pero, sobre todo, Colbert entendió la economía de país como
un todo que debería estar organizado y dirigido mediante una planificación
centralista que procura la riqueza de la nación; para ello no dudó en adoptar en
adoptar medidas tales como la supresión de las aduanas interiores, el impulso
de la marina mercante o la mejora de la red de carreteras.
Esta idea de control centralizado de la economía, así como el carácter
nacionalista de la misma, encajaban perfectamente con el espíritu absolutista
de las monarquías de la época.
Aunque algo más tardíamente, Inglaterra también puso en práctica los
principios del mercantilismo y desarrolló determinadas industrias como la textil
con una finalidad claramente exportadora.
Holanda, por su parte, orientó su economía, dentro del marco mercantilista,
más hacia lo estrictamente comercial, poniendo sus miras en el mundo colonial.
Los comerciantes y banqueros holandeses entendieron que era posible un
aprovechamiento de las colonias que no se limitara a los metales preciosos.
En el sur de Europa, mientras tanto, el comercio mediterráneo estaba en
completa decadencia. Una larga serie de causas, de muy diversa índole,
habían conducido a ese declive.
España estaba agotada por las deudas y a la falta del oro y de la plata
americanos se sumaron las guerras internas (sublevación de Portugal y
Cataluña en 1640 y Guerra de Sucesión en los primeros años del siglo XVIII).
Pero, además, los responsables de la economía española tampoco supieron (o
pudieron) buscar una nueva orientación al aprovechamiento de sus colonias. El
área mediterránea, por otra parte, estaba bajo la influencia católica, cuya
doctrina, condenadora de la usura y del préstamo con interés, consideró
muchas prácticas de carácter bancario-mercantil, como indignas de buenos
cristianos.
Para el caso de España podría añadirse también cierto carácter austero, de
una nobleza que, por los demás, era plenamente de’’ manos muertas’’ (la que
considera que el trabajo es cosa de villanos y nada propio de hidalgos).
La puesta en práctica de las teorías mercantilistas a lo largo del siglo XVII fue
un factor que incentivó la industria y el comercio. La agricultura, mientras tanto,
quedó olvidada por el centralismo administrativo de los estados absolutista, aun
a pesar de que seguía siendo la actividad económica básica, que ocupaba a
más de 70 por ciento de la población europea. Este olvido se produjo por varias
causas y sus consecuencias supusieron un fuerte deterioro de estructura
social.
Los estados necesitaron fuerte sumas de dinero para poder costear las
continuas guerras y el comercio fue, sin duda, mejor sistema para conseguirlo
que la agricultura. Por otro lado, gran parte de la nobleza propietaria de la tierra
cobraba sus rentas en especie, con lo que las fluctuaciones del valor del
dinero, frecuentes en el siglo XVII, no afectaban su economía.
Conviene añadir que la población europea permaneció estancada, o incluso
llego a disminuir en países como España, Italia o Alemania, por lo que no se
sintió la necesidad de aumentar las producciones agrícolas. Estas fueron
algunas de las principales razones por las que la agricultura no despertó el
interés de los grupos dominantes y por las que el mundo rural se vio sumido en
un completo abandono.
Por las razones expuestas en los apartados anteriores, el mundo agrícola
apenas mejoró sus técnicas, no hubo una suficiente difusión de los nuevos
cultivos traídos en América, como el maíz y la patata, ni apenas se
desarrollaron formulas agrícolas de carácter industrial, cuya producción se
podía orientar a los mercados.
A toda esta falta de mejoras debe añadirse que el campo europeo se vio
sometido a las devastaciones producidas por guerras, al aumento del
latifundismo (muchos campesinos, incapaces de pagar los impuestos,
perdieron sus tierras) y, en general a cierto proceso de despoblamiento rural
producido por las guerras, las epidemias y las migraciones.
Con respecto a la ganadería, la situación no fue tan mala, sobre todo en los
casos en los que la producción ganadera daba lugar a materias primas
industriales. Ese fue el caso de la ganadería lanar, que en España estaba
organizada por la mesta y que consiguió mantener ciertos privilegios frente a la
agricultura.

Sociedad y política del siglo XVII


La estructura social de la época del barroco sufrió pocos cambios con respecto
a la heredada del siglo XVI. Las novedades mas notables fueron las derivadas
de la política absolutista y del auge del comercio y la industria en los países del
norte de Europa.
El régimen absolutista, con su política centralizadora y sus poderosos ejércitos
limitó la influencia política de la nobleza, que ya no tendría jamás el poder que
tuvo en la época feudal. La burguesía, por su parte, reforzó su posición de
privilegio económico, gracias a sus actividades industriales, comerciales o
financieras.
A partir de esta época, el termino burguesía ya no hará referencia a los
habitantes de los burgos o ciudades, sino que pasará a ser el indicativo de un
sector de la población urbana ocupada en el mundo de los negocios; ello puede
dar buena idea de la influencia que ejerció este grupo social, cuyas actividades
económicas llegarían a desplazar, en importancia, a las de cualquier otro
sector.
Ahora bien, dejando a un lado estas consideraciones sobre el calificativo de
burguesía, puede decirse que a la sociedad del siglo XVII siguió siendo una
sociedad dividida en estamentos, en la que la nobleza y el clero fueron los
grupos privilegiados y el pueblo llano, llamado ahora Tercer Estado, fue quien
siguió trabajando y pagando todo tipo de impuestos.
La burguesía, por su parte, intentó por todos los medios asimilarse a la nobleza
a través de matrimonios o de la compra de títulos. Ese interés venia dado, no
solo por razones de prestigio, sino, sobre todo, porque alcanzar la categoría de
noble significaba quedar libre del pago de impuestos.
Las nuevas circunstancias políticas y económicas hicieron que, dentro de la
propia nobleza se establecieron diferencias e incluso categorías. Así, la antigua
aristocracia pasó a considerarse nobleza de sangre para diferenciarse de los
que, por unos medios u otros, lograban hacerse con un título que no recibían
por herencia.
Por otro lado, pronto se distinguió también entre la nobleza campesina y la
cortesana, es decir, entre aquellos que siendo nobles permanecían alejados de
las cortes absolutistas en sus posesiones rurales o de provincias y aquellos
otros que, atraídos por el fasto cortesano o por los privilegios que podían
obtener de sus monarcas se trasladaban a la capital del reino y vivían en torno
a su soberano.
La situación de la nobleza no fue semejante en toda Europa. En Francia, el
absolutismo y la magnifica corte de Versalles del Rey Sol (Luis XIV) transformó
a la mayor parte de la nobleza en cortesana y gran parte de ella ocupó cargos
dentro de la administración del Estado. En Inglaterra, la nobleza sufrió las
consecuencias de su apoyo a la causa absolutista de los Estuardo frente al
movimiento parlamentario y por ello no pudieron acaparar los puestos de
gobierno que, sobre todo tras la Revolución de 1688, hubieron de compartir con
la burguesía enriquecida. Estas razones llevaron a muchos nobles ingleses a
mirar hacia sus posesiones agrícolas y a encargarse de los rendimientos de
sus fincas.
En los países del este de Europa (Polonia y Rusia) la nobleza se mantuvo en
un estado prácticamente feudal, con la consiguiente explotación del
campesinado, que se vio sometido a un régimen de servidumbre.
En España, el número de nobles aumentó considerablemente, gracias a los
títulos concedidos por los últimos Austrias, no obstante, se trató de una nobleza
muy poco dinámica, que apenas participó de la administración del Estado y que
se negó a vincularse a todo tipo de actividades industriales o mercantiles.
En Holanda, la importancia de la burguesía mercantil fue tal que apenas se
habla de la aristocracia de sangre, que sin duda pronto se confundió con la del
dinero. En general, puede decirse que el interés de la aristocracia por el mundo
de los negocios fue mucho mayor en los países del área protestante que en los
católicos.
Como grupo privilegiado, el clero, sobre todo el católico, disfrutó de no tener
que pagar impuestos al Estado, de poder seguir cobrando el diezmo a sus
feligreses y de ejercer cargos políticos. Estas circunstancias hicieron atractiva
la carrera eclesiástica para muchos miembros de la nobleza (segundones y
nobles empobrecidos), que buscaban ocupar cargos de la jerarquía
eclesiástica, y para muchos desheredados del pueblo llano, que vieron una
seguridad en el seno de la Iglesia que no encontrarían fuera de ella. De este
modo se configuraron un alto y un bajo clero, cuya situación y circunstancias
eran bien deferentes.
La sociedad del Barroco fue de una profunda religiosidad, tanto entre los
católicos como entre los protestantes, ya que ambas iglesias vivieron durante el
siglo XVII una etapa de consolidación, tras la Reforma y la Contrarreforma, que
supuso una actitud fervorosa del sentimiento religioso. En ese ambiente, la
tarea de algunas órdenes religiosas, como la de los Jesuitas, auténticos lideres
contrarreformista, fue determinante para mantener el espíritu religioso de la
época.
Otras órdenes católicas, surgidas en este siglo, Escolapios o Hermanas de la
Caridad, orientaron sus actividades hacia la educación o hacia la práctica de la
beneficencia, lo que supuso una importante tarea social en una época en la
que pobreza y la miseria estuvieron tan presentes entre el pueblo llano y en la
que el Estado no se hacia cargo de los menesterosos.
Las monarquías absolutistas pusieron fin al régimen de servidumbre, pero el
Tercer Estado (burgueses, campesinos, artesanos, obreros, etc.) tenia limitado
el acceso a los cargos políticos y seguía siendo el grupo sobre el que recaía el
peso de la economía, ya que tan solo ellos pagaban impuestos. Las diferencias
económicas y sociales entre los miembros de este estamento llegaron a ser
abismales.
La burguesía enriquecida, sobre todo en los países del área protestante,
alcanzó niveles de bienestar que llegaron a superar los de muchos nobles. Con
frecuencia invertían parte de sus ganancias en la compra de tierras, pues la
propiedad territorial seguía siendo síntoma de prestigio. En las ciudades fueron
apareciendo grupos de profesionales como los médicos a los abogados que
también alcanzaron posiciones económicas desahogadas y que, en general, se
asimilaban por sus usos y costumbres a la burguesía mercantil.
El artesanado, a pesar de la aparición de las nuevas técnicas de producción
manufacturera, aún mantuvo con su sistema de gremios cierto nivel económico
aceptable. En unas circunstancias semejantes se encontraron los pequeños
comerciantes, establecidos en las ciudades.
Muy por debajo de los artesanos, en el marco urbano apareció un nuevo tipo
de trabajador, el obrero de las empresas manufactureras. Sus condiciones de
vida fueron poco mas que lamentables; con jornadas laborales de hasta mas
de 14 horas y relegados a las viviendas más miserables, se veían sometidos a
un sistema de total dependencia de los empresarios que no tenían para con
ellos ningún tipo de obligación más que la del escaso sueldo. Este grupo, aún
limitado a unas pocas ciudades de Europa, daría lugar en el siglo XVIII y, sobre
todo, en el XIX al llamado proletariado urbano.
Las malas condiciones económicas del siglo XVII (epidemias, malas cosechas,
guerras, etc.) hicieron que aumentara considerablemente el número de pobres,
mendigos y vagabundos que, instalados en las ciudades, solicitaban ayuda
económica a las órdenes religiosas, a los ricos o, a veces, a los municipios.
En el mundo rural, el campesinado propietario de tierras fue sometido a unos
impuestos que, en ocasiones, no pudo soportar, por lo que muchos vendieron
sus propiedades y marcharon a las ciudades, donde la gran mayoría entraba a
formar parte de la nueva clase obrera.
El campesino arrendatario y el jornalero aún se encontraron en situaciones mas
lamentables y, tanto los unos como los otros, también optaron con frecuencia
por la vida urbana, lo que nunca supuso una mejora real de sus condiciones de
vida.
El campo fue quien más duramente sufrió las consecuencias de las guerras y
sus condiciones de vida fueron tan duras que las revueltas campesinas no
dejaron de producirse a lo largo del siglo en casi toda Europa.
El balance demográfico del siglo XVII resultó negativo en muchos países
mientras que en otros no pasó de una situación de estancamiento. Ello no fue
debido a un descenso de la natalidad que, por lo general, fue muy elevada,
sino a una altísima tasa de mortalidad (sobre todo infantil) producida por las
malas cosechas que ocasionaron periodos de hambre, por las epidemias y la
falta de higiene que la atrasada medicina no podía combatir, por las guerras y
por las emigraciones.
Las guerras y ciertos movimientos migratorios, como el que tenia por destino
América, actuaron doblemente como factores negativos del crecimiento de la
población, ya que no solo significaron la muerte o la partida de muchos
hombres, sino también la desaparición de las tierras europeas de la población
masculina con mas capacidad reproductora. Otros movimientos migratorios
fueron causados por motivos religiosos o político-religiosos, como los de las
primeras colonias inglesas de los ‘Padres peregrinos’’ o como la expulsión de
los moriscos españoles, que supuso la desaparición de casi la mitad de la
población en algunas regiones como la valenciana.
El descenso de la población afectó tanto al mundo rural como al urbano y
pocas ciudades aumentaron su numero de habitantes a lo largo del siglo.

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