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Capítulo 6
ECONOMÍA COLONIAL
Y ECONOMÍA-MUNDO EN UN SIGLO
DE EXPANSIÓN

6.1. UN LARGO SIGLO DE CRECIMIENTO ECONÓMICO EN EUROPA OCCIDENTAL

La mayor parte de los especialistas están de acuerdo en señalar que, a partir de la


década de 1680, el ciclo crítico de las áreas más dinámicas de la economía occidental
europea había acabado y esas áreas estaban entrando en un franco proceso de recu-
peración. Por supuesto, como ya hemos visto, el eje dinámico de la economía europea
estaba ahora situado en el norte y, sobre todo, en la vasta región que se extendía des-
de Flandes y Holanda a las Islas Británicas. Ya en el inicio del siglo XVIII, Londres ha-
bía reemplazado a Ámsterdam como primera plaza mercantil, y sobre todo, financie-
ra de Europa (papel éste que no perdería en los dos siglos siguientes). La revolución
industrial inglesa —complejo proceso de transformación estructural que abarca un
amplio arco que se extiende desde la agricultura a la industria manufacturera y que se
inició un poco después de mediados del XVIII —considerado por la mayor parte de los
autores como uno de los momentos claves en la historia de la humanidad—, acentua-
ría aquella primacía para convertir finalmente a las Islas Británicas en el «taller del
mundo» y en la primera potencia exportadora de mercancías manufacturadas. De todos
modos, no de está de más recordar que, según François Crouzet, todavía a mediados
de ese siglo, un 70 por 100 de la producción industrial del mundo llegaba desde Asia.
En la economía de la España del XVIII los cambios fueron mucho menos profun-
dos, pero no por ello menos evidentes. Una población que, a un ritmo lento —sobre
todo, en la segunda parte del siglo—, y con fuertes diferencias regionales (el creci-
miento de la España mediterránea fue superior al del resto de la península), pasó de
unos 7,7 millones a finales del XVII a unos 9,4 un siglo más tarde, con una tasa de cre-
cimiento que fue ligeramente inferior a la europea, pero asimismo bastante menor que
las de las áreas más dinámicas de Europa occidental. La producción agraria acompa-
ñó este proceso de crecimiento de la población; en cambio, la producción artesanal e
industrial sólo tuvo un proceso más dinámico en el caso catalán (y en menor medida
en la actividad de la metalurgia del norte peninsular, en los territorios de Vizcaya y
Guipúzcoa). Pero, de todos modos, la participación española en el comercio colonial
aumentó considerablemente desde aquel escaso 5 por 100 de finales del siglo XVII, lle-
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gando un siglo más tarde a un porcentaje que se podría evaluar en un 40 por 100 de
ese tráfico. Las medidas liberalizadoras del comercio colonial —éste ya desde 1717 se
hallaba de forma oficial asentado en Cádiz— que comenzaron a implementarse a par-
tir de los años sesenta en el marco de las reformas borbónicas (si bien no tuvieron el
efecto milagroso que le había otorgado tradicionalmente la historiografía) influyeron
sin lugar a dudas en este proceso de crecimiento. Estas medidas se fueron acentuando
hacia finales de siglo, pero el ciclo de guerras europeas que se abrió a partir de 1795
amortiguó indudablemente el impacto de esas últimas disposiciones de relativa aper-
tura del comercio colonial. Como veremos, este ciclo de liberalización del tráfico mer-
cantil tuvo efectos diversos y contradictorios en los territorios coloniales de América.
Por un lado, aumentó la participación de las mercancías coloniales en el total de las
exportaciones hacia la península, disminuyendo así el casi total dominio de los meta-
les preciosos en ese flujo, aun cuando éstos siempre constituyeron un porcentaje que
raramente desciende más allá del 60 por 100 de ese total (y ello sólo en los últimos
años del XVIII, como muestran los estudios detallados de John Fisher). Este crecimien-
to tendrá obviamente repercusión en las economías regionales americanas productoras
de esas mercancías coloniales. Pero, a la vez, el peso creciente de las exportaciones
agrícolas provenientes de la España mediterránea en dirección a América, tendrá una
consecuencia nefasta en algunas áreas rurales que competían en la producción de vi-
nos y aguardientes (con precios menos ventajosos, resultado probablemente de un sis-
tema productivo más atrasado y de costes de transporte más altos) como era el caso,
por ejemplo, de la región de Cuyo en el Río de la Plata y de Arequipa en Perú.

6.2. LA ECONOMÍA COLONIAL DURANTE EL SIGLO XVIII

Ya hemos visto que la población indígena novohispana comenzó su proceso de


recuperación a mediados del siglo XVII, con un cierto retraso para las áreas de Yuca-
tán y, en general, también en el resto de Centroamérica, donde el crecimiento fue un
poco más tardío. Por supuesto, la población indígena de Nueva España estará someti-
da todavía al periódico castigo de las olas epidémicas que se repiten de forma regular
y con picos variables por regiones, pero acentuándose a partir de mediados del XVIII.
Las epidemias las continuarán golpeando hasta bien entrado el siglo XIX, como mues-
tran los efectos terriblemente mortíferos del cólera de 1833 en muchas parroquias del
centro y el sur novohispano. Con cierta frecuencia, estos picos epidémicos coinciden
también con una crisis agrícola, dando como resultado un incremento acentuado de
la mortalidad. En el territorio del Virreinato peruano es posible observar el creci-
miento de la población indígena y aquí, igualmente, las crisis demográficas serán
—en especial a comienzos del siglo XIX— un elemento constante en el comporta-
miento de esta población. No hay que olvidar en este rápido balance demográfico el
crecimiento constante de las llamadas «castas», es decir, mestizos y mulatos, que incre-
mentan de forma notable su participación en la población total, con una presencia
dominante en algunas áreas, como es el caso, por ejemplo, de la Venezuela de finales
del siglo XIX, en donde mulatos y negros llegaron a ser muy probablemente los cua-
tro quintos de la población total. Resumiendo: asistimos a un proceso indudable (pese
a los golpes periódicos de la epidemias) de crecimiento total demográfico en las colo-
nias ibéricas. Este incremento de la población tendría obviamente efectos positivos en
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ECONOMÍA COLONIAL Y ECONOMÍA-MUNDO EN UN SIGLO DE EXPANSIÓN 275

GRÁFICO 6.1. PROMEDIO DE INGRESOS DE LAS CAJAS REALES. MÉXICO Y PERÚ, 1680-1749

14.000

12.000

10.000
Miles de pesos

8.000

6.000

4.000

2.000

0
1680-1689 1690-1699 1700-1709 1710-1719 1720-1729 1730-1739 1740-1749

México Perú

FUENTE: H. Klein, «Las economías de Nueva España y Perú: 1780-1809, una visión a partir de las cajas
reales», en H. Bonilla, ed., El sistema colonial en la América española, Barcelona, 1991.

el crecimiento de las transacciones mercantiles y en la relevancia del territorio ame-


ricano como mercado consumidor de mercancías regionales e importadas desde
Europa y, en menor medida, desde Asia.
Comencemos por analizar el comportamiento diferencial de las dos regiones eco-
nómicamente más importantes del Imperio hispano en América: los virreinatos de
México y Perú. Gracias al estudio de Herbert Klein (basado en las series de las cajas
reales de ambos virreinatos, estudiados por el propio Klein y por John TePaske), po-
demos tener un panorama comparativo asentado en datos cuantitativos correspon-
dientes al largo siglo XVIII que se inicia en 1680 y finaliza en la primera década del
XIX. Como se verá, tales datos merecen una lectura crítica para sopesar su carácter
verdaderamente representativo en los diversos períodos pero, sin lugar a dudas, indican
líneas generales de tendencia que nos parecen bastante realistas. Veamos entonces el
gráfico 6.1.
En la década de 1680 se aprecia un neto predominio de Perú sobre Nueva España.
Pero dos décadas más tarde —con ingresos generales en baja para ambos virreina-
PREDOMINIO
tos— México adelanta a Perú, que mantuvo este primer puesto (y de lejos, como ve-
DE NUEVA
remos) hasta finales del período colonial. Y así, desde los años iniciales del XVIII, ESPAÑA
Nueva España se mantuvo en un movimiento positivo de crecimiento de los ingresos SOBRE PERÚ
de las cajas reales. En cambio, Perú, que se recuperó a partir de la segunda década del
XVIII, no dejó de sufrir altibajos, en especial a mediados de siglo, cuando los ingresos
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GRÁFICO 6.2. PROMEDIO DE INGRESOS DE LAS CAJAS REALES. MÉXICO Y PERÚ, 1750-1809

80.000

70.000

60.000

50.000
Miles de pesos

40.000

30.000

20.000

10.000

0
1750-1759 1760-1769 1770-1779 1780-1789 1790-1799 1800-1809

México Perú

FUENTE: H. Klein, «Origin and volume of remission of royal tax revenues from the Viceroyalties of Peru
and Nueva España», en Bernal, A. M., ed., Dinero, moneda y crédito en la monarquía hispánica, cit.

novohispanos sobrepasaron las cifras de los años 1680-1689 y quintuplicaron las can-
tidades referidas a él. Pasemos ahora al gráfico 6.2 que nos muestra la evolución de
estas cifras hasta llegar a la etapa inicial del movimiento independentista.
Vemos ahora que la distancia que hay en este segundo período entre las cajas de
Nueva España y Perú es realmente astronómica y casi no pueden compararse (y el
agregado de Charcas, el otro gran centro minero, no altera en absoluto este dominio
novohispano como lo muestra otro estudio del mismo autor). A finales del período co-
lonial, cuando Nueva España se había convertido en el primer productor mundial de
plata y en la colonia más fructífera del Imperio español, toda comparación con el Perú
resulta inútil: si los ingresos novohispanos eran cinco veces más importantes que los
peruanos a mediados de siglo, en la primera década del XIX, esos ingresos —que ya
alcanzaban la suma fabulosa de casi 70 millones de pesos fuertes como promedio—
consiguieron superar en más de once veces a las cantidades correspondientes a
Perú…Y si observamos el gráfico 6.3, que nos muestra la evolución de los promedios
durante todo el período considerado, el desempeño diferencial de México y Perú que-
da claramente al desnudo.
De todos modos, si tomamos aisladamente los datos peruanos, se puede compro-
bar que las cifras tuvieron al final del período un comportamiento positivo, sin llegar
nunca a los niveles de las últimas décadas del siglo XVII. La recuperación es eviden-
te, pero el gran período de dominio de Perú (y de Potosí) había quedado atrás.
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GRÁFICO 6.3. PROMEDIO DE INGRESOS DE LAS CAJAS REALES. MÉXICO Y PERÚ, 1750-1809
11/5/05

80.000

70.000
12:13

60.000

50.000
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40.000

Miles de pesos
30.000

20.000

10.000

0
1680-1689 1690-1699 1700-1709 1710-1719 1720-1729 1730-1739 1740-1749 1750-1759 1760-1769 1770-1779 1780-1789 1790-1799 1800-1809

México Perú
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FUENTE:
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278 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

Ahora bien, es imprescindible preguntarse qué expresan realmente estas cifras de


recaudación de las cajas reales coloniales. Ante todo, reflejan casi en exclusiva el
mundo de la legalidad y, por lo tanto, no pueden tomar en cuenta en contrabando (si
bien puede ocurrir que una parte del proceso de producción y de circulación de deter-
minadas mercancías fuera mantenido durante un cierto tiempo en los marcos de la
ilegalidad, pero que después «vuelvan a la superficie», es decir, a la esfera de los inter-
cambios lícitos, en un segundo momento; esto era muy común en el caso de esa
mercancía tan particular como lo es el metal precioso). Así, las cifras tan bajas de la
primera década en Perú pueden estar relacionadas con el hecho de constituir ese pe-
ríodo el mejor momento en el proceso de penetración de otras potencias mercantiles
En algunos
—sobre todo, Francia— en los mercados del sur peruano a través de algunos puertos casos, las
del Pacífico. Recordemos que la recaudación de las cajas reales incluye diversos ti- Reformas
pos de ingresos, algunos relacionados con la población, como el tributo indígena, Borbónicas
otros con la producción, como el quinto —y más tarde, el décimo— debido a la acu- no
ñación de la plata o los reales novenos del diezmo originado en la producción agra- aumentaron
la extracción
ria, y finalmente otros ligados a la circulación de mercancías, como es el caso de las (lo que
alcabalas. Por lo tanto, no resulta fácil (sin un análisis caja por caja, distinguiendo reflejaría un
las diferentes clases de ingresos y sus cambios durante el largo siglo analizado, estu- aumento en la
dio que no podemos hacer aquí) extraer conclusiones demasiado terminantes. Por circulación)
ejemplo, el salto que se aprecia en la recaudación en Nueva España entre las décadas sino que
blanquearon
de 1760-1770 y las de 1780 no sólo refleja un crecimiento de la producción —espe- la que ya
cialmente de plata— y de la circulación, sino también importantes cambios en las for- existía.
mas de percepción de algunos impuestos como sería el caso de las alcabalas. En efec-
to, las alcabalas que hasta ese momento —con la excepción de la receptoría de la
ciudad de México— eran arrendadas por una suma fija que se negociaba por perío-
dos de varios años, pasaron desde 1778 a ser administradas de forma directa por el
Estado colonial gracias a una compleja y afinada estructura burocrática, que se refle-
ja en un crecimiento notable de la recaudación del impuesto a la circulación (efecti-
vamente, ésta salta de 10.248.444 pesos entre 1762 y 1776 a un total de 26.164.694
en los años 1780-1795). Impuesto que ahora todos debían pagar —menos los indíge-
nas que se hallaban exentos—, pero, como es evidente, ese crecimiento no expresa
sólo un aumento de la circulación de mercancías, sino también una mayor eficacia en
la recaudación; como se observa, en pocos años pasó casi a triplicar las cifras prece-
dentes que correspondían a la etapa de los arriendos. En este sentido, se puede decir
que el proceso de reformas iniciado a mediados de siglo tuvo un suceso indudable
(diferente es la cuestión, en absoluto irrelevante, de saber quiénes terminaron pagan-
do ese resultado positivo).
Pese a todas estas precauciones que es indispensable tener presentes a la hora de
evaluar los datos precedentes, las cifras de las cajas reales expresan de forma ten-
dencial el movimiento de la economía colonial durante este largo siglo XVIII y las
posiciones diferenciales de Nueva España y Perú en el marco del Imperio colonial
español.
Las mismas fuentes nos permiten examinar muy brevemente la evolución de la mi-
nería durante este período. Comencemos por el Virreinato peruano. Como ya hemos
adelantado, Potosí dejó de constituir el centro de la producción de plata americana (y
en gran parte, mundial) a partir de la década de 1670, siendo reemplazada progresiva-
mente por dos áreas mineras de Nueva España y Zacatecas en un primer momento y,
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ECONOMÍA COLONIAL Y ECONOMÍA-MUNDO EN UN SIGLO DE EXPANSIÓN 279

más tarde, ya bien entrado el siglo XVIII, por Guanajuato. Y aunque Potosí inició un
nuevo movimiento de recuperación en la década de 1730, Nueva España pasó a ser el
centro más relevante de la producción mundial de plata hasta el final del período colo-
nial. En Perú, es necesario subrayar la importancia que adquirieron las minas de pla-
ta del Bajo Perú y, en especial Cerro de Pasco, que a finales de siglo tuvo un papel
muy destacado en el marco de la producción argentífera peruana (la caja real corres-
pondiente — Vico y Pasco— y se convirtió en las últimas décadas del siglo XVIII en
la segunda caja peruana después de la de Lima). La producción aurífera seguía sien-
do importante en Nueva Granada, en donde desde las primeras décadas del XVIII los
yacimientos de Popayán —y más tarde, a partir de 1715, el Chocó— entran en explo-
tación, poco después nuevamente hay actividad minera en Antioquia. A finales del
siglo XVIII, Nueva Granada alcanza otra vez las cifras máximas de producción de los
años finales del XVI. Se agregaría en la segunda mitad de ese siglo el oro chileno. Pero
el centro de la actividad aurífera serían las minas brasileñas de la región de Minas
Gerais que, sobre todo a partir de mediados de siglo, van a producir las cantidades
más relevantes de metal amarillo en América.

La relación colonial: América y España

Veamos ahora cómo presentaba la obra clásica de Canga Argüelles el papel de las
diversas colonias con relación a la metrópoli a finales del siglo XVIII. Partimos de estos
datos, pues no interesa comprobar cómo percibían los burócratas y los economistas
españoles de la época el papel del comercio colonial con relación a la economía
metropolitana. El cuadro 6.1 nos muestra, expresados en millones de duros, las impor-
taciones y las exportaciones a las colonias vistas desde España.
Los datos —aproximativos, pero bastante realistas— de Canga Argüelles son cla-
ros: Nueva España representa el 46 por 100 de las exportaciones totales a la metró-
poli y casi el 58 por 100 del metálico enviado. Es el corazón económico y el área más
relevante del Imperio. El Virreinato peruano (sin el Bajo Perú —Charcas— que des-
de 1776 dependerá del nuevo Virreinato creado en Buenos Aires) es la segunda colo-
nia en importancia económica para la madre patria. En lo que se refiere a Nueva Gra-
nada, las cifras de Canga Argüelles para el rubro «mercancías» parecen muy altas
(según los datos actuales de Colmenares y Jaramillo Uribe). El Río de la Plata se ubi-
ca ya en el tercer lugar en cuanto al peso del metálico enviado a España después de
Perú (este metal precioso consiste en la plata producida en las minas altoperuanas y,
en menor medida, en el oro llegado desde Chile) y La Habana ocupa junto con México
—pero siendo una colonia mucho menos importante desde el punto de vista demo-
gráfico— el primer lugar como centro exportador de mercancías (se trata, sobre todo,
de las exportaciones de azúcar que han crecido de forma constante después de los
sangrientos episodios de Saint Domingue con ocasión de las rebeliones de esclavos).
No olvidemos que a finales del siglo XVIII, Nueva España tenía alrededor de seis
millones de habitantes, las Antillas españolas no llegaban al millón (800.000 proba-
blemente) y todo el Virreinato del Río de la Plata tendría un poco más de un millón
de habitantes. Eso quiere decir que lo que podríamos llamar —con todas las precau-
ciones y más bien de forma metafórica— «capacidad exportadora per cápita» sería
de de 5,6 duros por habitante en Nueva España, de unos once duros en La Habana y
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280 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

CUADRO 6.1. ESPAÑA: IMPORTACIONES Y EXPORTACIONES DESDE LAS COLONIAS AMERICANAS A


FINALES DEL SIGLO XVIII

Importaciones Exportaciones

Mercancías Metálico Total

Nueva España 9.000.000 22.000.000 31.000.000 22.000.000


Perú 4.000.000 8.000.000 12.000.000 11.200.000
La Habana - Pto. Rico 9.000.000 — 9.000.000 11.000.000
Río de la Plata 2.000.000 5.000.000 7.000.000 3.500.000
Nueva Granada 2.000.000 3.000.000 5.000.000 5.700.000
Venezuela 4.000.000 — 4.000.000 5.500.000

TOTALES 30.000.000 38.000.000 68.000.000 59.200.000

FUENTE: J. Canga Argüelles, Diccionario de Hacienda (1827-1828), BAE, vol. 210, Atlas, Madrid, 1968.

de siete duros en el Río de la Plata. ¡Ya vemos por qué Cuba era considerada la «per-
la de las Antillas»!
Pero estas cifras dan más de sí. Si volvemos al cuadro 6.1, comprobaremos que
en dos colonias (Nueva España y el Río de la Plata) la relación metálico/mercancías en
las cantidades totales importadas desde la metrópoli es la más alta, siendo además casi
exactamente idéntica: un 71 por 100 de las importaciones está constituido por el metal
precioso. Los datos originales de las fuentes rioplatenses confirman en líneas genera-
les estas cifras aproximativas que da Canga Argüelles tomando las fuentes españolas
pues, a finales del siglo XVIII, el metálico representaban el 80 por 100 de lo exporta-
do desde el Río de la Plata. Pero quizá estos datos de Canga Argüelles se equivocan
en algo que nos parece fundamental y el trabajo de Josep Fontana viene aquí en nues-
tra ayuda con cifras mucho más cercanas a la realidad en lo que se refiere a la relación
entre el valor de las importaciones hacia la madre patria y el de sus exportaciones en
dirección a las colonias. En efecto, para 1792 tenemos 739,6 millones de reales de
vellón de importaciones desde América (compuesto de 318 millones en mercancías y
421 millones en metálico) y 429 millones de exportaciones desde España hacía Amé-
rica. Los datos pormenorizados para el intercambio legal con América durante el lap-
so 1782-1796 —el mejor momento del tráfico colonial en la etapa del libre comer-
cio— estudiados por John Fisher dan una cifra global de 225 millones de pesos fuertes
de exportaciones a las colonias americanas frente a unos 545 millones de importacio-
nes a la península para todo ese período.
Nuestros propios estudios sobre el comercio rioplatense confirman esta relación
entre el nivel de las exportaciones y el de las importaciones o, para decirlo más cla-
ramente: la metrópoli envía a las colonias menos de lo que recibía de ellas. Y los datos
mexicanos, tal como los presenta la obra de Lerdo de Texada, también confirman esta
relación desigual. Hay que señalar que esto debe calcularse tomando en cuenta los
precios en España en ambos rubros, o en el sentido inverso, los precios en los puer-
tos americanos también para los dos rubros de entrada y salida; es decir, lo que hoy
llamaríamos precios FOB (Free on Board). Dado que no se trata de balanzas comer-
ciales de estados independientes (en ese caso, la diferencia entre lo que se exporta y
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ECONOMÍA COLONIAL Y ECONOMÍA-MUNDO EN UN SIGLO DE EXPANSIÓN 281

lo que se importa deberá ser saldada en algún momento en beneficio del país que más
envía), existe aquí un flujo constante de valor entre las colonias y la madre patria. Evi-
dentemente, la relación colonial se basaba en este supuesto obvio.
En la actualidad, algunos historiadores como Leandro Prados de la Escosura, y en
menor medida, Enrique Llopis, opinan que el papel de la relación colonial era ínfimo
en el marco de la economía española de finales del siglo XVIII. Ya sabemos que espe-
cialistas como Patrick O’Brien han afirmado en su momento que «el comercio entre
Europa occidental y las regiones de la periferia … constituyen un elemento insignifi-
cante en función de explicar el acelerado crecimiento experimentado en el centro del
sistema mundial después de 1750». Recientemente, Josep Maria Fradera ha retomado
algunos aspectos de esa polémica en un estudio sobre el colonialismo en el siglo XIX
y, como veremos, el tema sigue abierto a la discusión.
En efecto, varios historiadores, como el propio Fradera, Josep Fontana y Carlos
Marichal tienen una posición distinta e incluso opuesta. Como también parece ser la
opinión de John Fisher, que ha realizado uno de los estudios más exhaustivos sobre el
comercio colonial en la última etapa de este período. Fisher comenta un documento
de 1794 en el que el ministro Diego de Gardoqui señalaba que el déficit comercial
español con los restantes países europeos (Francia, Inglaterra, Holanda, los estados
alemanes, los estados italianos y Portugal, en ese orden) era de alrededor de 404
millones de reales anuales, es decir, 20 millones de pesos, siendo, además, la mitad
de ese déficit atribuible a la importación de mercancías que serían después reexporta-
das a América. Pero Gardoqui agregaba que el tráfico americano dejaba a España unos
184 millones de reales de superávit neto una vez pagado ese déficit con Europa, pues
éste, al contrario de lo que ocurría con el superávit colonial, sí había que compensar-
lo en algún momento. En ese mismo documento de 1794, el ministro da cifras acerca
del superávit español en el intercambio con las colonias hispanoamericanas (exporta-
ciones a América 332 millones de reales, importaciones de América 938 millones de
reales) que confirman ampliamente los datos que hemos citado precedentemente de
los trabajos de Josep Fontana y de John Fisher. Cuenca Esteban mostró ya hace tiem-
po el papel que las entradas monetarias provenientes de las colonias tenían en el mar-
co de los ingresos ordinarios de la monarquía. En todo caso, no hay dudas de que, por
ejemplo, la historia de la guerra de la Independencia en la península, es decir, la
guerra contra los ejércitos napoleónicos, hubiera sido mucho más difícil sin los
30.000.000 pesos que Nueva España envió (sin ningún tipo de contrapartida) durante
esos años a la madre patria, tal como ha mostrado Carlos Marichal en un libro recien-
te, con abundantes cifras y datos difíciles de desmentir. Como también es indudable
que la llamada «guerra de América» —es decir, la guerra de las colonias norteameri-
canas contra Inglaterra entre 1779 y 1783, en la cual España participaría contra la
potencia europea— fue financiada en gran parte por la plata llegada desde la colonia
mexicana. Y que, además, todo el sistema defensivo del Caribe español y las Filipinas
también estaba sostenido económicamente gracias a los situados llegados anualmente
desde Nueva España, al igual del papel similar que cumplían, en otros contextos re-
gionales, las cajas reales de Lima (guarniciones chilenas y de Panamá), las de Potosí
(gastos y guarnición de Buenos Aires) y las de Santa Fe de Bogotá y Quito (guarni-
ciones de Cartagena y Guayaquil). Quizá sea cierto que el peso de la relación colonial
fuera efectivamente ínfimo en relación con el PIB hispano, pero las finanzas imperia-
les no podían pasarse sin sufrir merma del flujo anual de plata americana.
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282 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

La relación colonial: las corrientes mercantiles

Una serie de estudios realizados a partir de las medidas liberalizadoras del tráfico
mercantil que se iniciaron hacia la década de 1760 y se afirmaron con el Reglamento
de Libre Comercio de 1778 nos permiten un análisis bastante pormenorizado de los
intercambios mercantiles en las últimas décadas del período colonial. Si hablamos del
flujo entre España y América, vemos que las medidas liberalizadoras del comercio
permitieron un incremento muy apreciable del tráfico mercantil; además, creció la par-
ticipación de los productos españoles en la composición de ese intercambio, llegando
en 1796 a la mitad del valor de las mercancías enviadas a América (la etapa posterior
se complica bastante por efecto de las guerras europeas y el papel del comercio con
los países neutrales, pero los porcentajes no parecen haber variado mucho, siempre
hablando del tráfico legalmente registrado). En estas mercancías, parece destacar el
dominio de los productos agrícolas y, en especial, los provenientes de la España medi-
terránea. Si bien las medidas de inclusión de otros puertos hispanos en el comercio
colonial tuvieron su importancia, a finales del período, Cádiz seguía dominando am-
pliamente esos intercambios con aproximadamente las tres cuartas partes del total y
seguida por Barcelona. México y el Caribe eran las áreas más destacadas como pun-
to final del este mercantil entre la metrópoli y las colonias, quedando en un segundo
lugar Perú y un poco más atrás el Río de la Plata. Como vemos, esto confirma tam-
bién los datos de Canga Argüelles sobre el tema.
En lo que respecta al flujo inverso, es decir, América-España (y nos referimos aquí
exclusivamente al período 1778-1796, antes del ciclo de guerras europeas, durante las
cuales el comercio con las naciones neutrales modificaría algunos aspectos de ese in-
tercambio mercantil), el metálico seguía dominando con un porcentaje que podemos
evaluar en alrededor del 60 o 75 por 100. Las detalladas cifras de Fisher dan un por-
centaje menor para los metales preciosos pero, en este rubro, el contrabando era abun-
dante y relativamente simple de implementar. Por ejemplo, durante la «guerra de
América» de 1779-1783 una parte sustancial del metálico llegado de Potosí y envia-
do desde el Río de la Plata tomó el camino de Brasil y, de allí, a Europa. No estamos
seguros de que su entrada fuera finalmente registrada en la metrópoli. En cuanto a las
mercancías americanas, el tabaco, el cacao y el azúcar —en ese orden— dominaron
ampliamente, seguidos por las materias primas tintóreas (grana cochinilla y añil),
dejando más atrás a los cueros vacunos. En otras palabras, las áreas productivas de las
tierras cálidas que enviaban sus mercancías a los puertos del Caribe, incluyendo Vera-
cruz obviamente, constituían otra vez —ahora en la dirección América/España— el
corazón del tráfico colonial.
Para poder comprender a fondo el carácter de la economía colonial y los estrechos
nexos establecidos entre el mercado interno americano y la economía-mundo es indis-
pensable volver los ojos hacia las estructuras de producción y de circulación en el
interior del espacio colonial. Ya hemos visto cuáles eran las mercancías más impor-
tantes en las relaciones entre ese espacio y el mundo. Así pues, no extrañará que
comencemos por la minería, dado que los metales preciosos siguen ocupando cómo-
damente el primer lugar entre los productos que las colonias ibéricas envían a los
puertos europeos y, en mucha menor medida, asiáticos. No hablaremos aquí sino muy
brevemente de la minería mexicana, que ya hemos tratado en otro capítulo, y nos cen-
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ECONOMÍA COLONIAL Y ECONOMÍA-MUNDO EN UN SIGLO DE EXPANSIÓN 283

traremos en la minería potosina, una de las más conocidas y mejor estudiadas, aun
cuando ya en las últimas décadas del siglo XVIII, las minas peruanas de Cerro de Pas-
co las habían sobrepasado en importancia.
Veamos cómo se producía la plata en Potosí desde el momento de la introducción
de la amalgama. Según P. Bakewell, en enero de 1572 se firmó el primer contrato del
que tengamos constancia en función de la construcción de un «ingenio» para tratar
metales y para su posterior lavado. Desde entonces, la nueva técnica de la amalgama
—importada de México— irrumpió en el área andina. La primera consecuencia de la
introducción de la amalgama fue un incremento sustancial de la inversión necesaria
para el tratamiento de los minerales. Los capitales exigidos para la construcción de
los «ingenios» de molienda escapaban por completo a las posibilidades de la sociedad
indígena, que había tenido fuerte participación en el período precedente. El hecho de
que el proceso de amalgama exigiera el triturado y molido del mineral por medios
mecánicos con los molinos hacía casi imposible la utilización de los «quimbaletes»,
morteros de mano, y la inversión necesaria en toda la infraestructura hidráulica indis-
pensable para hacer mover los molinos era inalcanzable para los mineros indígenas.
Por supuesto, otra consecuencia de enorme importancia para la sociedad indígena fue
la institucionalización oficial de la mita a partir de la reforma toledana de los años
setenta. Desde entonces, la mita y el mercurio fueron dos fenómenos claramente im-
bricados en la historia de la minería potosina.
La primera etapa, la extracción del metal, el corte mismo sobre la roca madre, era
realizada por los barreteros. Posteriormente, los «apiris» trasladaban el mineral hacia
la bocamina; éstos se arrastraban portando sobre sus hombros los sacos de cuero que
contenía el mineral y la bocamina —una vez seleccionado el mineral de mejor cali-
dad por parte de los «palliris» — que era llevado a lomo de mula o de llama por los
«cumiris» (pequeños empresarios independientes) hasta el ingenio de beneficio. La
mayor parte de los barreteros eran indios libres asalariados. En cambio, los apiris eran
mitayos en su mayoría.
La etapa siguiente era la molienda que se realizaba en los molinos de los ingenios
alimentados por los mortiris, igualmente trabajadores mitayos. En los inicios, la energía
humana y la animal fue utilizada en estos primeros molinos (y de hecho, en gran parte
de las minas novohispanas, la mulas siguieron constituyendo la fuente principal de ener-
gía durante todo el período colonial). En el caso potosino, los «molinos de pisones» o
«cabezas de ingenio» (cada ingenio de dos cabezas tenía unas diez piezas de hierro,
estaño o cobre, llamadas «almadanetas», que eran las que trituraban el mineral) fueron
finalmente movidos por la energía hidráulica del sistema de lagunas del cerro Karikari.
Este sistema de aprovechamiento de la energía hidráulica, construido de forma bastan-
te rápida, fue la solución ante la dureza del clima que hacía muy difícil la utilización
rentable de las mulas, cuyo rendimiento energético descendía muy rápido y requería
medios ingentes para asegurar su sustento cotidiano en el árido medio potosino. Una vez
realizada la primera operación de trituración, el mineral debía ser cribado y posterior-
mente se agregaba en muchos casos una nueva etapa de trituración en molinos simila-
res a los harineros o aceiteros para convertir al mineral (llamado ahora «mena») en un
polvo muy fino. Cuanto más fino era el mineral triturado, mayor era la superficie mo-
lecular de las partículas de plata expuestas a la acción de la amalgama con el mercurio.
El paso siguiente era la amalgamación propiamente dicha. La mena molida se
llevaba a un gran espacio abierto (de ahí recibió en Nueva España el nombre de «be-
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284 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

neficio de patio») en donde en el «buitrón», un patio recubierto de piedra, se le agre-


gaba agua hasta adquir una consistencia espesa. En este momento se debía agregar la
sal común (y desde finales del siglo XVI, los «magistrales», sulfuro de hierro o de co-
bre, o la cal; todos ellos aceleran el proceso de amalgamación) y, por supuesto, el mer-
curio. El producto conseguido era una masa que debía ser removida con azadones y
«pisada» durante tres o cuatro semanas por los repasiris hasta que el mercurio estaba
completamente amalgamado con la plata; operación también llamada «incorporo».
Una vez realizada la incorporación, proceso que podía durar hasta cinco semanas, se
pasaba a la etapa posterior.
Esta etapa era la del lavado. Su función era proceder a la limpieza, mediante la
acción física de una corriente de agua en movimiento, de la masa amalgamada de pla-
ta y mercurio para separarla de todas las impurezas. Podía ser hecho en grandes tinas
mediante la acción de rotación de un batidor giratorio colocado en el medio de la tina
—tal un molinillo—, o gracias al impulso del agua de las mismas ruedas que la lle-
vaban para los molinos de los ingenios; operación realizada en unos pozos que se co-
municaban entre sí por unas canaletas. Las partículas más pesadas (es decir, la amal-
gama de plata y mercurio) se van al fondo; esta masa, llamada «pella», era extraída,
comprimida en unas bolsas de modo tal que el mercurio no amalgamado se filtrara a
través del tejido y el resto resultaba convertido en una masa casi sólida de amalgama.
Finalmente, la amalgama estaba lista para el último paso de todo el proceso, la
evaporación. Aquélla se colocaba en unos moldes triangulares, apilados en una masa
de forma cónica que era dispuesta debajo de un capelo campaniforme de metal. Cuan-
do se le aplicaba calor desde abajo, el mercurio se separaba de la amalgama por vapo-
rización, éste se condensaba en las paredes de la campana y en parte se recuperaba
posteriormente al escurrirse lentamente hacia la base (una tercera parte, más o menos,
del azogue utilizado resultaba perdida durante la operación hasta que una técnica des-
cubierta por Alonso Barba mejoró sensiblemente este paso en función de una mayor
recuperación de azogue). De este modo quedaban las piñas de plata pura que serían
posteriormente fundidas para transformarlas en las relucientes barras de plata que se
llevarían a quintar en la Casa de la Moneda.
Tres aspectos de importancia reclaman nuestra atención con relación a la evolu-
ción positiva que comenzaría a darse en las primeras décadas del siglo XVIII en la acti-
vidad minera de Potosí: los cambios en el sistema impositivo que gravaba la produc-
ción argentífera, el abasto de mercurio y la evolución de la mita. Vamos a evocar muy
brevemente cada uno de estos aspectos principales.
La minería potosina pagaba a comienzos del siglo XVIII un 20 por 100 (el quinto
real) sobre las cantidades de plata producida (y este impuesto ya había sido reducido
a un 10 por 100 para el caso novohispano); desde los años treinta (exactamente desde
1736) este impuesto pasaría aquí también a ser del 10 por 100, dando un fuerte im-
pulso económico a la producción argentífera potosina. Otro problema serio era la pro-
visión de mercurio. El mercurio llegaba desde el yacimiento minero de Huancavelica,
en el Bajo Perú, que desde 1574 era propiedad de la Corona y cuya distribución esta-
ba en manos de la Real Hacienda, como asimismo desde las minas de Almadén en
España. El mercurio se vendía a los mineros, pero, en su mayor parte, éstos no podían
pagarlo sino a posteriori de su utilización y, por lo tanto, exigían de la Real Hacien-
da poder trabajar a crédito. En los años treinta se instauró un sistema de crédito colec-
tivo mediante el cual todos los «azogueros» (es decir, los mineros en la terminología
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ECONOMÍA COLONIAL Y ECONOMÍA-MUNDO EN UN SIGLO DE EXPANSIÓN 285

imperante en Potosí) se hacían co responsables del pago de la deuda. De todos modos,


el ritmo de producción de la mina huancavelicana fue siempre bastante errático, dan-
do lugar a «huecos» en la provisión y, por lo tanto, en el ritmo de producción potosi-
no que dependía estrechamente de Huancavelica para su aprovisionamiento. Pese a
todo, la producción de mercurio se fue incrementando en el curso del siglo XVIII y lle-
gó casi a duplicar sus cantidades desde mediados de siglo. Además, desde ese
momento, la presencia del mercurio llegado desde Almadén se fue reforzando, y ello
se acentuaría desde la creación del Virreinato del Río de la Plata en 1776 y la apertu-
ra legal del comercio atlántico desde el puerto de Buenos Aires dos años más tarde.
Desde ese momento, la mayor parte del azogue utilizado en Potosí llegó desde Europa
(Almadén e incluso el originario de las minas de Idria, Eslovenia) a través del puerto
de Buenos Aires.
Veamos ahora cómo funcionaba la mita durante el último siglo de dominación
colonial. El sistema original establecido por el virrey Toledo en el siglo XVI ordenaba
que los mitayos (en aquellos primeros momentos más de 14.000 individuos) debían
realizar sus mitas mediante un complejo sistema. La mita estaba compuesta por un
«turno» de cuatro meses de obligación laboral compulsiva, es decir, de 16 semanas de
trabajo forzado, pero, dado que no todos los mitayos podían estar trabajando durante
ese lapso, se establecieron tres turnos (los «tercios») rotativos de una semana de tra-
bajo compulsivo y dos semanas de trabajo libre; de esta forma se combinaba un tur-
no de trabajo obligatorio, destinado en aquellos primeros tiempos al pago de la renta
monetaria de la encomienda y un período de trabajo voluntario, destinado a mantener
—parcialmente— al trabajador. Finalmente, la composición del año de trabajo para
cada mitayo era la siguiente: 16 semanas de trabajo compulsivo y 32 semanas de tra-
bajo libre.
Este sistema original había sido alterado mucho en el transcurso del siglo XVII y
en el XVIII ya quedaba poco de él. Ante todo, las cantidades totales sufrieron una baja
constante, siendo ya unos 12.000 en 1630, para pasar a unos 4.000 en la época del
duque de la Palata y estabilizarse en una cifra algo superior a los 3.000 indígenas en
el siglo XVIII. Pero la mayor alteración y la que iba a introducir la forma de explo-
tación más dura de la fuerza de trabajo, tuvo que ver con la implantación del sistema
de «tareas» en lugar del de la «jornada laboral». Este sistema eliminó en la práctica
—ya que no en la legislación— la división original entre una semana de trabajo for-
zado y dos de trabajo libre, pero, sobre todo, fue el que posibilitó que la minería po-
tosina aumentara la cantidad de mineral procesado con un número de mitayos casi
constante durante toda la segunda mitad del siglo XVIII. Al incrementar el número de
cargas que se exigían de los apiris mediante el sistema de tareas (incremento que con
frecuencia resultaba de alteraciones en el tamaño de los sacos en que los mitayos
extraían el mineral), los azogueros obligaron a los mitayos a funcionar como trabaja-
dores forzados durante casi todo el año que permanecían en Potosí; mas, no sólo a los
mitayos, sino también a sus familias, que terminaban asumiendo en parte la obliga-
ción para «llenar las tareas». De este modo, una porción sustancial del incremento de
las cantidades de plata producida en las minas recayó sobre el trabajo desplegado por
los mitayos y por sus familias durante el siglo XVIII (es decir, en última instancia,
por la comunidad campesina indígena que los sostenía) y no fue el resultado de inno-
vaciones tecnológicas de fondo. Todo ello se da en el marco de rendimientos en metal
fino que había caído a casi una décima parte de los que imperaban a finales del si-
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286 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

glo XVI: de cincuenta marcos de plata pura por cajón, a una cifra que oscilaría entre
los cuatro y los ocho marcos también por cajón.
Como se ve, era una tecnología atrasada para las pautas de la época (a finales del si-
glo XVIII casi todos los ingenios potosinos estaban, además, en manos de arrendatarios
que poco interés tenían en mejorar esas condiciones) con rendimientos decrecientes que
se acentuaron al final del período y con una tasa de sobreexplotación —(y autoexplo-
tación campesina)—de la fuerza de trabajo indígena. Así, uno de los misterios (apa-
rentes) de la continuidad de la actividad minera potosina se basaba —en gran parte—
en costes empresariales muy bajos de reproducción de la fuerza de trabajo, y por lo
tanto, en un costo final de producción de la plata (mercancía, pero al mismo tiempo
medida de todos los valores) más barato en relación con los europeos de la época. Ale-
xander von Humboldt se había asombrado durante su visita a La Valenciana en Gua-
najuato al comprobar que con una tecnología tan atrasada respecto a la de Himmelfs-
fürst en Sajonia (el ilustrado ingeniero prusiano conocía muy bien esa mina, pero los
datos cuantitativos que expone en su obra están tomados aquí del libro de Abuisson
de Voisins sobre las minas de Freiberg) se podía producir plata de forma comparati-
vamente más barata, ganando además el doble. ¿Qué hubiera dicho si hubiese descu-
bierto las condiciones de producción en las minas de Potosí? Pero sigamos con nues-
tra argumentación: ¿qué quiere decir en realidad que la plata tiene un coste de
producción más bajo? Significa que la plata es más barata y que, por lo tanto, todas
las mercancías —y en especial aquellas que han sido importadas desde Europa y
Asia— son más caras; es decir, hacía falta más plata para adquirir las mismas mer-
cancías. He aquí la explicación de una parte de misterio de la relación colonial y de
por qué entraban a Europa más valores de los que salían para América.
El panorama es idéntico si nos referimos a las mercancías que Europa importaba
desde los territorios coloniales. Si hablamos de la grana cochinilla, tendríamos que
mencionar los «repartos de mercancías» que constituían el sistema económico que posi-
bilitó la continuidad de la producción de esa materia tintórea en la región de Oaxaca
en Nueva España; y los «repartos de mercancías» son la manifestación de un sistema
de comercialización que muy poco tiene que ver con los precios de mercado, consti-
tuyendo en realidad una forma coactiva de circulación y de producción de mercancías.
En otros casos (por ejemplo, el de los cueros rioplatenses), nos encontramos ante una
forma de producción de campesinos pastores y labradores que funcionan sobre todo
a partir de la explotación de la fuerza de trabajo familiar. Otro tanto ocurre con los lla-
mados «poquiteros», los productores del añil en la región centroamericana del actual
Salvador, que constituye otra área de producción campesina. En todas estas situacio-
nes, los productos destinados finalmente a la exportación eran adquiridos casi exclu-
sivamente gracias un intercambio de mercancías; es decir, sin acudir al uso del circu-
lante, que se asemeja mucho a formas coactivas de comercialización, con precios
inflados y aprovechando (o acentuándolo artificialmente) el aislamiento de las fami-
lias campesinas productoras. ¿Y qué decir de la esclavitud imperante en los ingenios
cubanos productores de azúcar o en las haciendas cacaoteras de los mantuanos en
Venezuela?
Todo este complejo de formas productivas tan alejadas de cualquier cosa que se
asemeje al «mercado libre», como la producción campesina de los poquiteros salva-
doreños, la esclavitud de los africanos en Cuba o la producción indígena de grana en
Oaxaca a través de los repartimientos, revela las peculiares condiciones de producción
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ECONOMÍA COLONIAL Y ECONOMÍA-MUNDO EN UN SIGLO DE EXPANSIÓN 287

y los precios finales de intercambio de esas mercancías al entrar en contacto con aqué-
llas, emisarias de los sistemas de producción más avanzados imperantes en Europa.
He aquí, nuevamente, otro aspecto que contribuye a explicar el flujo constante de
valor entre la economía colonial y la metropolitana.

El mercado interno colonial

¿Durante el último siglo de dominación colonial, cambió el papel del mercado in-
terno como elemento clave en la trama de intercambios que fundaba la relación entre
América y economía-mundo? En realidad, como veremos, si bien la penetración de
las mercancías importadas era mayor, la gran rueda sobre la que giraba todo el siste-
ma de intercambios seguía siendo el mercado interno. El problema más importante es
cómo mensurar el peso de la producción en el interior del espacio colonial en el con-
junto de los intercambios.
Una fuente que posibilita un primer acercamiento al tema es la de las alcabalas, en
especial en su versión existente en las últimas décadas del siglo XVIII. Como es sabi-
do, era un impuesto al consumo y a la circulación de mercancías que tuvo larga vida
en las colonias. Gracias a los trabajos de diversos investigadores, hoy contamos con
datos de este tipo de fuente para varios centros de consumo de Nueva España y de
Perú. Para Nueva España tenemos cifras referidas a la ciudad de México y sus recep-
torías subalternas; se trata de la receptoría de alcabalas más importante de Nueva
España y muy probablemente de todo el Imperio español a finales del XVIII; además,
es la ciudad más populosa de la América ibérica. Poseemos también datos sobre la
ciudad de Puebla, la segunda ciudad del México colonial y uno de los centros eco-
nómicos relevantes de la época, si bien arrastraba desde hacía un siglo una situación
de marcado estancamiento. Otro centro urbano y minero de primer orden es Guana-
juato, cabeza del área de producción argentífera más importante de toda América en
la época. También Valladolid, un centro agrario y mercantil de relevancia en una
región de gran dinamismo en el período considerado. Finalmente, una humilde villa
provincial, la ciudad de Tepeaca, en el corazón de la meseta poblanotlaxcalteca, com-
pleta este rico y variado panorama. Para el caso peruano, sólo contamos por ahora con
dos ejemplos. El primero es Cerro de Pasco, el centro minero más destacado de todo
el Bajo Perú. El segundo es Potosí, que si bien ya no era la fabulosa ciudad de finales
del siglo XVI, era indudablemente en esa época la cabeza del área minera más pro-
ductiva del Alto Perú.
En una palabra, se trata de cinco ciudades novohispanas y de dos peruanas; es inte-
resante señalar que todas las cifras se refieren a los años 1786-1798, el período rela-
tivamente más estable en los últimos cuatro decenios de la época colonial. A efectos
comparativos, hemos agregado algunos datos para todas las receptorías de alcabalas
de Nueva España para el año 1796. El cuadro 6.2 nos muestra los datos.
He aquí un primer elemento de juicio partiendo de los datos sin elaborar que nos
dan las fuentes de alcabalas: el peso de las mercancías europeas en estos mercados
urbanos nunca alcanza el 50 por 100. Pero antes de proceder a analizar más de cerca
el carácter de las fuentes, las cifras de Nueva España pueden aportar aún otros ele-
mentos para verificar la complejidad de las relaciones en las que se halla inmersa la
economía colonial. Como vemos en los cinco ejemplos novohispanos, a medida que
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288 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

CUADRO 6.2. PARTICIPACIÓN RELATIVA DE LAS MERCANCÍAS EUROPEAS, 1786-1798

Europa (%) Resto (%)

Ciudad de México 46 54
Puebla 36 64
Guanajuato 33 67
Valladolid 47 53
Tepeaca 28 72
Cerro de Pasco 45 55
Potosí 44 56

FUENTES: Véase J. C. Garavaglia, El mercado interno colonial; para Valladolid, J. Silva Riquer, El merca-
do interno novohispano a fines del siglo XVIII.

la ciudad pierde importancia, parece menos ligada a los mercados europeos e inter-
coloniales (en el rubro «resto» hay un porcentaje variable de mercancías que provie-
nen de China, Perú, Guatemala y Nueva Granada); es decir, es más ajena a los avata-
res de la economía-mundo… Primera conclusión del material cuantitativo expuesto
hasta ahora: un mercado colonial sensible a los cambios de la economía-mundo,
donde la presencia de las mercaderías europeas no alcanza nunca a la mitad del valor
total de las operaciones y en el cual, a medida que nos vamos alejando de los centros ur-
banos y mineros más destacados, se acentúa el papel jugado par la producción interna…
Hasta ahora hemos hablado de diversas ciudades novohispanas y peruanas; ¿es
posible contar con cifras que abarquen un conjunto mayor? En efecto, gracias a una
fuente de carácter excepcional (producto de la aceitada burocracia de Nueva España
colonial) podemos presentar una evaluación para toda Nueva España (sin la ciudad de
México que tiene una administración propia). En este caso, en el año 1796, la parti-
cipación de las mercancías europeas alcanza un porcentaje de alrededor del 28 por
100 del total de lo que ha pagado la alcabala durante ese año. Vemos aquí de qué modo
se ha achicado la participación de las mercancías de origen europeo. Si quisiéramos
hacer una evaluación sumándole a estos datos las cifras de la Ciudad de México, es
obvio que la presencia europea crecerá y llegaríamos probablemente a un porcentaje
aproximado del 32 por 100 para toda Nueva España, la Ciudad de México incluida.
Pero como sabemos, la fuente de las alcabalas es demasiado imperfecta para captar la
compleja trama de intercambios que constituye el mercado interno. Es indispensable,
pues, exponer muy brevemente las limitaciones de la fuente y presentar, si las hubie-
re, cifras alternativas y más completas.
Antes que nada, veamos rápidamente cuáles son las limitaciones que tiene esta
fuente, tanto en Nueva España como en Perú. Para Nueva España hay excepciones de
personas y de cosas. Las primeras se refieren a dos importantísimos sectores de la vida
económica colonial: los indígenas, la Iglesia y los miembros de las órdenes eclesiás-
ticas. Si bien no podemos entrar aquí en la complejidad de este problema es evidente
que estas excepciones tienen un peso enorme y falsean de forma visible los datos que
hemos presentado. Tanto en el caso de los indígenas, como en el de los eclesiásticos
y las instituciones ligadas a la Iglesia, nos hallamos ante dos sectores que han tenido
un peso apreciable en la vida económica de la colonia novohispana. Y no son meno-
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ECONOMÍA COLONIAL Y ECONOMÍA-MUNDO EN UN SIGLO DE EXPANSIÓN 289

CUADRO 6.3. PARTICIPACIÓN DE EFECTOS EUROPEOS Y PESO DEL MERCADO INTERNO. TEPEACA
Y POTOSÍ, 1792 Y 1793

Según la fuente de alcabalas Cifras elaboradas

Europa (%) Merc. interno (%) Europa (%) Merc. interno (%)

Tepeaca 28 72 12 88
Potosí 45 55 24 76

FUENTE: Véase J. C. Garavaglia, El mercado interno colonial.

res las excepciones de cosas. Tres son los productos exentos que mayor gravitación
tendrán en el mercado: el maíz, el pulque y el tabaco (sin tomar consideración a algu-
nos otros como la grana cochinilla, cuya influencia está regionalmente limitada). El
maíz no paga la alcabala, casi sin excepciones; al menos nosotros conocemos conta-
das y de poca importancia. En cuanto a los otros dos, el pulque tiene su propio im-
puesto y no aparece contabilizado en la fuente de alcabalas; el tabaco, sometido en esa
época al monopolio de la Corona, paga también un impuesto especial y su consumo
no se registra en las fuentes que hemos utilizado. Asimismo, todos los insumos mine-
ros y los dedicados directamente a la producción agrícola tampoco pagan la alcabala.
Para el caso de Perú, si bien aquí el estatus indígena parece ser diferente (se hallan
sometidos al pago de la alcabala, al menos en Potosí), las excepciones de cosas son
relevantes. Las más destacadas son: «chuño», papas disecadas, «oca» cereal andino:
Oxalis tuberosa, trigo, cebada, sal, vacas y, al igual que ocurre en Nueva España,
todos aquellos artículos indispensables para el funcionamiento de la actividad mine-
ra. Si agregamos a este hecho el de que las más pequeñas y menudas operaciones no
pagan la alcabala (en el caso novohispano, eran aquellas que no superaban el media
real y no olvidemos que, por ejemplo, en la ciudad de México hay toda una categoría
de tiendas de consumo orientadas hacia ese sector del mercado, como las describe una
fuente de finales del siglo XVIII), también las frutas, las legumbres y los huevos se
hallan exentos, tanto en México como en Perú. Además, dado que los inmuebles y sus
operaciones se anotan generalmente en los rubros de efectos de la tierra o en el del
viento, como es el caso de la ciudad capital del Virreinato novohispano, hace que los
dos rubros aparezcan inflados, pues, evidentemente, las transacciones inmobiliarias
habría que descontarlas del total. Asimismo, dos productos originarios de Europa des-
tinados a la minería no pagan este impuesto (el hierro y el azogue).
El paso siguiente es examinar los dos casos que conocemos en los cuales se ha
intentado medir la dimensión del mercado interno, avanzando mucho más allá de las
cifras aportadas par la fuente de alcabalas. Los datos los presentamos en el cuadro 6.3.
Como se puede ver, el panorama ha sufrido un cambio radical. Y debemos señalar
que, en el caso de Tepeaca y por falta de datos, aún no hemos podido contabilizar el
peso del consumo de tabaco, producto local, que haría descender aún más el porcen-
taje de los efectos europeos. Asimismo, también para Tepeaca, hay que subrayar que,
si bien hemos tenido en cuenta la producción indígena, la propia fuente que hemos
usado para ese fin demuestra sin ambages que, en realidad, las cifras deberían ser mu-
cho mayores y que la presencia indígena sería al menos el doble. Además, nada sabe-
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290 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

mos en la villa de Tepeaca acerca del peso de los productos traficados por eclesiás-
ticos (en una región bastante célebre por el papel de la Iglesia en su vida social y
económica), y desconocemos el monto de lo vendido en concepto de frutas, verduras,
huevos… Ahora nos hallamos ante una realidad mercantil en la que el peso de la pro-
ducción interna es impresionante y, sin lugar a dudas, constituye la parte más impor-
tante y decisiva de todos los intercambios realizados en el interior del espacio colo-
nial. Una cifra meramente evaluativa para toda Nueva España en 1796 alcanzaría del
80 al 85 por 100 del valor total de las mercancías entradas en el proceso de circu-
lación… Y lo estamos subrayando porque dejamos totalmente de lado aquí la pro-
ducción autoconsumida, cuyo peso debió de ser enorme si recordamos que hablamos
de una economía predominantemente rural y campesina.
Ahora bien, una vez hecha esta constatación, de por sí relevante, es necesario pre-
guntarse a renglón seguido si la participación de los productos de origen europeo,
redimensionada ahora en este 15 o 20 por 100, es en realidad poco o mucho. Además,
sería bueno saber cuál es su dinámica en el tiempo y si constituyó, en razón de su
composición, un elemento disruptivo en el mercado. Lamentablemente, no conoce-
mos, con una sola excepción, muchos datos para saber cuál ha sida la dinámica tem-
poral de esta presencia de las mercancías europeas. Una verdad generalmente acepta-
da es que, a medida que transcurre el siglo XVIII la importancia de los productos
llegados desde Europa es cada vez mayor. La única excepción, a la que hemos hecho
mención, se refiere al caso de Potosí. Gracias a un trabajo de Carlos Sempat Assa-
dourian y comparando sus datos con los del estudio sobre Potosí que estamos utili-
zando, sabemos que entre comienzos del siglo XVI y finales del XVIII, la participación
de los productos importados ha ascendido en la Villa Imperial de un 9,5 a un 24 por
100. Lo que no es poco; pero asimismo, eso nos está mostrando la lentísima penetra-
ción de las mercancías europeas, pues se trata de datos separados por un lapso de casi
dos siglos, entre 1603 y 1793. Recordemos, además, que uno de los productos que
más pesa en este caso es el azogue, enviado ahora desde Europa en lugar de hacerlo
desde Huancavelica, como ocurría a principios del siglo XVI.
Para México, las cifras de Fonseca y Urrutia sobre las alcabalas del casco de la
ciudad capital y sus receptorías subalternas son asombrosamente estables durante
toda la segunda mitad del siglo XVIII. Si en los años 1791-1792, las fuentes de la Ad-
ministración General de Alcabalas nos daban un 46 por 100 de efectos europeos, los
datos de Fonseca y Urrutia para todo el período 1754-1790 dan un porcentaje del
46,64 por 100 y en los primeros cinco años de esa serie, o sea en el quinquenio 1754-
1758, éste es del 46,16 por 100 (con un promedio anual entre el primer y el último de
los quinquenios que no ha crecido excesivamente). Estamos frente a un fenómeno
de estabilidad muy acentuado y que probablemente debe de corresponder a una es-
tructura de mercado consumidor de productos importados de Europa de un tipo poco
elástico. Así pues, la función de la ciudad de México, como centro consumidor y
redistribuidor en el interior del espacio colonial de las mercancías importadas parece
no haber variado demasiado entre mediados y finales del siglo XVIII.
Ahora bien, es evidente que este comportamiento no puede hacerse extensivo al
conjunto del mercado colonial. Todos los indicadores que hemos comentado acerca
del comercio atlántico durante el siglo XVIII nos hablan de un crecimiento induda-
ble del tráfico entre la América colonial y Europa. Y ello es lógico puesto que, a me-
dida que aumenta la capacidad de compra de metales preciosos, cultivos tropicales
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ECONOMÍA COLONIAL Y ECONOMÍA-MUNDO EN UN SIGLO DE EXPANSIÓN 291

—como el cacao— y nuevos productos, como es el caso del cuero vacuno, va cre-
ciendo la presencia europea. Pero no olvidemos que el volumen de la producción que
pasa por el mercado puede crecer de tal forma que, pese al incremento del tráfico
intercontinental, la participación relativa de los productos europeos en la masa total
de intercambios aumente sólo lentamente. Ahora bien, como hemos dicho, el proble-
ma estriba no sólo en medir la participación de la producción europea desde el punto
de vista cuantitativo, sino también en sopesar cualitativamente su papel en los mer-
cados coloniales. Y aquí es donde, indudablemente, la presencia de esas mercancías
emisarias de formas productivas «más avanzadas» tuvo un carácter disruptivo eviden-
te. Los ejemplos que conocemos acerca del papel de los textiles catalanes (o al menos
llegados desde Cataluña) en la crisis de las artesanías de algodón en regiones tan ale-
jadas y diversas (Puebla y Tlaxcala en Nueva España; Cochabamba en el Alto Perú; el
noroeste rioplatense) son bastante terminantes al respecto. La dura realidad del «pac-
to colonial» termina dando al traste con estas experiencias artesanales urbanas y rura-
les (como ocurría con los productos agrícolas que competían con los de la España
mediterránea en Cuyo —Río de la Plata— o en la región peruana de Arequipa). Lo
que resulta indudable es el crecimiento de la presencia de la producción peninsular en
los mercados americanos. Ahora las colonias no sólo eran una fuente (que parece
inagotable) de metal precioso y de recursos financieros, sino también un mercado.

Todo hace pensar que el mercado colonial tenía alguna importancia en el marco
de la economía española y europea de la época. El hecho de suponer que la Corona y
las élites económicas y políticas metropolitanas —ya sea de los liberales gaditanos,
como de los legitimistas más duros— se opusieron con las armas en la mano desde
1810 al movimiento independentista hispanoamericano, sacrificando hombres y
recursos que no sobraban, meramente por deporte o por testarudos nos parece una
forma bastante poco sagaz de pensar un problema histórico. Alguna importancia ten-
drían estas colonias a los ojos de los contemporáneos para que durante quince años se
enviara gente a la muerte por intentar preservarlas. Así lo demuestra la percepción de
la relación colonial que tenían personajes tan relevantes como Canga Argüelles y Gar-
doqui, quienes, por las funciones que cumplían, estaban obligados a un conocimien-
to adecuado del papel del intercambio colonial en el contexto de la economía espa-
ñola de aquellos años. Y un poco más tarde, cuando resultó evidente que Gran Bretaña
aspiraba a reemplazar a España en la provisión del mercado americano, sus cabezas
dirigentes parecían también apreciar esta cuestión con bastante claridad. Si no, habría
que pensar que las guerras coloniales (y no nos referimos sólo a las que se originaron
en el proceso de independencia de Iberoamérica) están motivadas únicamente por la
incapacidad de los hombres para entender en qué mundo viven y por su perseverante
voluntad de ejercer el mal sin razón.
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292 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA

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