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Capítulo 19
ECONOMÍA COLONIAL
Y ECONOMÍA-MUNDO EN EL SIGLO
DE LA CRISIS EUROPEA
Para la mayor parte de los historiadores de la economía, más allá de las fuertes
controversias que siguen concitando la atención de los especialistas, resulta una evi-
dencia que la economía de Europa occidental comenzó a entrar en un período de me-
nor crecimiento a finales del siglo XVI. Varios son los indicadores que nos permiten
hablar de este momento crítico. Por ejemplo, lo que sabemos acerca de la evolución
demográfica, así lo demuestra, pese a lo obligatoriamente matizado que debe ser un
cuadro para el entero conjunto europeo. No hay duda de que el comportamiento posi-
tivo de la población, comenzado una décadas después de la Peste Negra de mediados
del siglo XIV, estaba dando ya muestras de agotarse en muchos lados a finales del XVI,
sobre todo, en la península Ibérica y, en especial, en el área castellana, que perdería
en algunas localidades hasta el 50 por 100 de su población entre 1597 y 1650. Esta evo-
lución demográfica negativa no se debió solamente al renovado ataque de las epide-
mias —especialmente, la peste, cuyo punto de inflexión más fuerte fue la de la oleada
de los años 1628-1632— sino también al fuerte impacto de las guerras; por ejemplo,
la guerra de los Treinta Años (1618-1648) entre los príncipes alemanes protestantes
y el Imperio de los Austrias, amén de consolidar a través del tratado de Westfalia la
independencia definitiva de los Países Bajos protestantes y confirmar la supremacía
económica de Amsterdam, dejó exhaustos a los territorios germánicos —y del este de
Francia— que no se recuperarían demográficamente hasta mediados del XVIII. Pero,
asimismo, parece evidente que nos encontramos ante una relación negativa entre
población y recursos alimenticios. Por supuesto, esta relación negativa no debe ser
entendida desde una óptica puramente «malthusiana», pues no se trata de recursos ali-
menticios en abstracto, sino a partir de la persistencia un tipo muy concreto de rela-
ciones productivas agrarias que en gran parte de Europa occidental limitaron las posi-
bilidades de la subsistencia campesina.
En todo caso y en relación con nuestro tema, uno de los hechos más relevantes que
resultan de esta crisis (que obviamente se extiende muchos más allá de la población y
abarca otras actividades como la del textil y la metalurgia) son los cambios —desti-
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nados a tener larga vida en el futuro— en lo que serían las áreas más dinámicas de la
economía europea. La península Ibérica entra en una crisis que se arrastrará durante
largo tiempo (al igual que la Italia del norte —con la excepción llamativa de Génova);
ahora, sin que ello presuponga, ni mucho menos, una desaparición completa del medi-
terráneo en el flujo de los intercambios económicos, no hay duda de que el eje orga-
nizador de la economía pasa, ya en forma definitiva, al Atlántico norte. Primero con
Amberes, en el Flandes católico (que había desplazado a Brujas), después con Ams-
terdam, en las Provincias Unidas de los Países Bajos protestantes y más tarde, ya a
finales del siglo XVII, con la irresistible ascensión de Londres, un ascenso que anun-
cia la preeminencia económica casi total que tendrá la metrópoli inglesa a partir del
siglo de las Luces. Ahora bien, la pregunta obligada aquí es la siguiente: ¿esta crisis
europea da por supuesto también la existencia de una crisis en los territorios colonia-
les americanos de las potencias ibéricas? Y la respuesta exige recorrer un camino más
complejo.
6,87
6,66
En pesos (Log base 10)
6,43
6,21
6,00
1549 1600 1650 1700 1750 1810
FUENTE: «Long-Term Silver Minins Trends in Spanish America: A Comparative Analysis of Pern and
Mexico», The American Historical Review, 93 (4), 1988.
ban en el horizonte europeo y los portugueses, los más inteligentes y a la vez, más to-
lerados en este sentido (como es notorio, aquéllos integraron en el período 1580-1640
un reino dependiente de la Corona castellana, período que los portugueses recorda-
rían siempre como una experiencia similar al «cativerio dos judeus na Babilonia»),
fueron penetrando en las mallas supuestamente insalvables del monopolio sevillano.
Hay varias fechas y lugares claves en este proceso. En 1634, los holandeses ocu-
pan Curaçao en las Antillas —como también Bonaire y San Eustaquio— y este hecho
no es más que una continuación de su accionar en el área de la Guayana y el norte bra-
sileño en función de la producción de azúcar. Los holandeses habían ocupado Per-
nambuco en el nordeste del Brasil en 1630, iniciando las actividades de la Compañía
de las Indias occidentales (Westindische Compagnie o WIC) en el Brasil y nombrando
en 1637 al hábil Johan Mauritius van Nassau como gobernador; los neerlandeses
mantuvieron hasta 1654 una ocupación estable. No hay que olvidar, según nos recuer-
da Charles Boxer, que los holandeses, en su guerra de independencia contra España,
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GRÁFICO 19.2. IMPORTACIONES TOTALES DE METALES PRECIOSOS EN PESOS (450 MARAVEDÍS) POR
PERÍODOS QUINQUENALES
1503-1505
1506-1510
1511-1515
1516-1520
1521-1525
1526-1530
1531-1535
1536-1540
1541-1545
1546-1550
1551-1555
1556-1560
1561-1565
1566-1570
1571-1575
1576-1580
1581-1585
1586-1590
1591-1595
Públicos Privados Total
1596-1600
1601-1605
1606-1610
1611-1615
1616-1620
1621-1625
1626-1630
1631-1635
1636-1640
1641-1645
1646-1650
1651-1655
1656-1660
0 2 4 6 8 10 12 14 16 18 20 22 24 26 28 30 32 34 36
Millones de pesos
FUENTE:
realizarían sus embates sobre todo contra las posesiones portuguesas más que contra
las castellanas y así las colonias africanas y asiáticas portuguesas fueron agredidas a
partir de los años 1598-1599, iniciándose en ese momento con el ataque a Príncipe y
São Tomé. La experiencia pernambucana les permitirá a los holandeses, una vez aban-
donado ese enclave brasileño, desarrollar la industria azucarera en el Caribe, inclu-
yendo Barbados, donde fundaron varios ingenios azucareros. Las islas pasarán a ser
conocidas a partir de este momento por los ingleses como las «Sugar Islands». Y ha-
blando del azúcar y de su expansión, hay que recordar que los «cristianos nuevos»
portugueses y españoles —ampliamente tolerados por los neerlandeses— jugaron un
papel determinante en la constitución de vastas redes familiares y mercantiles en todo
este espacio. Fueron cristianos nuevos quienes llevaron gran parte de la tecnología de
producción azucarera de Madeira, como también de São Tomé, al Brasil. Pero, ade-
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más, las redes mercantiles de la diáspora marrana alcanzaban puntos tan distantes
como Lima, México o Cartagena, que a su vez se entrelazaban con Amsterdam, Livor-
no, Venecia, Salónica, Constantinopla, Manila o Goa. Éste es uno de los aspectos más
evidentes de contribución del cripto judaísmo a la constitución de la modernidad oc-
cidental.
A partir de la paz de Westfalia (1648), que puso fin a la guerra de los Treinta Años,
este proceso se aceleró. En efecto, desde mediados de siglo, el dominio holandés so-
bre los mares fue aplastante (y ello explica el ya mencionado ascenso de Amsterdam
como centro comercial y financiero de Occidente), y la contrapartida del ascenso ho-
landés fue la caída española; al terminar esta guerra, España había perdido su prima-
cía. En 1635, una expedición francesa ocupó Martinica y Guadalupe, en 1640 Francia
tomó también la isla de Tortuga —que había funcionado en forma intermitente como
base de operaciones para piratas y filibusteros— y más tarde, la mitad de la Españo-
la (Saint Domingue). En 1655 le tocó a Jamaica —como asimismo, Providencia y
Nueva Providencia— ser ocupada por los ingleses, en una carrera que los llevaría ya
hacia finales de ese siglo al predominio sobre Holanda y que tuvo en el área caribeña
sus pilares fundamentales en la producción de azúcar, de ron y en la importación de
esclavos africanos. Finalmente, los portugueses fundaron en 1680 frente a Buenos
Aires la Colônia do Sacramento. Ahora bien, estos crecientes ataques armados a las
posiciones españolas en toda América iban a tener una consecuencia económica para-
dójica (en apariencia), pues a los efectos de consolidar su defensa obliga a la Corona
a gastar de forma creciente una parte sustancial de sus ingresos monetarios en los pro-
pios territorios americanos, con el consiguiente resultado multiplicador de esos gas-
tos militares sobre las economías regionales. Esto sería cada vez más importante y se
acrecentaría de forma notable durante el siglo XVIII.
Todos los puntos mencionados fueron los puestos de avanzada más importantes,
pero no los únicos, del contrabando contra el monopolio sevillano. Ya hemos visto el
mecanismo instaurado en las ferias —como sucedía en la entera cadena de comercia-
lización en el interior del espacio americano— de restricción forzosa de la oferta era
un campo propicio para el florecimiento del contrabando. Este tráfico ilegal, por defi-
nición difícilmente mensurable, tendría una importancia muy grande en el crecimien-
to económico de ciertas áreas marginales, como es el caso del puerto de Buenos Aires
y su hinterland, que se transformó en la «puerta trasera» de Potosí gracias a la ya men-
cionada Colônia do Sacramento.
Asimismo, había también un flujo ilegal de plata en dirección directa hacia Asia,
vía Filipinas. Como es sabido, esta lejana y aislada colonia —un verdadero enclave
mercantil, con muy poca relevancia como centro productivo (la canela y el arroz eran
casi los únicos productos locales que se comercializaban)— funcionó durante más de
dos siglos como puente entre los importantes mercados de Oriente y América. Estos
mercados incluían el Imperio Chino de la época Ming —y, sobre todo durante la
mayor apertura comercial inaugurada por los Ching en 1684: de la China se enviaban
especialmente sedas y otros textiles de lujo, porcelanas, papel, etc., pero también arri-
baban mercancías y especias desde Japón, la India y Malaca. Todos esos productos
llegaban al puerto de Acapulco en Nueva España, desde allí —una vez terminada la
feria allí organizada después de la entrada a puerto del célebre «galeón de Manila»—
se enviaba de retorno la plata mexicana tan codiciada por los chinos. En ese momen-
to, como diría el cronista Bernardo de Balbuena a comienzos del siglo XVII, México
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parecía una encrucijada de caminos en donde se juntaban España con la China, Japón
con Italia… El viaje de tornavuela a Manila, que solía durar más de seis meses, era una
auténtica tortura, como recuerda Franceso Gemelli quien lo realizó a finales de siglo.
También en el caso de la relaciones con esta colonia asiática asistimos a un flujo de pla-
ta no registrada bastante relevante; las discusiones son acaloradas entre los especialis-
tas a la hora de calcular ese monto, pero evalúan cifras que van de medio millón a dos
millones de pesos anuales para los envíos de metálico en dirección de las Filipinas.
Por otra parte, no hay que olvidar que el contrabando resultará funcional al impe-
rio. Un trabajo puntual sobre el contrabando en el Río de la Plata durante el siglo XVII
ha mostrado que, gracias al tráfico legal y al ilegal, la Corona pudo financiar una par-
te importante de su estructura administrativa y militar que estaba basado justamente
en las actividades económicas de la élite local, actividades que tenían en el contra-
bando uno de sus pilares más sólidos. Pero, además, el contrabando generalizado ex-
plicaría una parte del —aparente— misterio que se halla detrás de la falta de concor-
dancia entre las cifras oficiales y legales que muestran los gráficos 19.1 y 19.2, y
ciertos hechos de difícil explicación, como el aumento del stock monetario en algu-
nos países europeos, como en el caso de Francia, estrechamente ligados al trafico ile-
gal con las colonias o el fuerte incremento de las exportaciones de plata hacia el leja-
no Oriente realizadas por la Compañía holandesa de las Indias orientales (Vereenigde
Oostindische Compagnie, conocida como VOC) entre 1660 y 1700. Es decir, siguien-
do a Stanley y Barbara Stein, podemos decir que el tráfico legal y el contrabando eran
«estructuras recíprocas» en el marco del sistema colonial hispano (o sea, eran menos
contradictorios de lo que indicarían las apariencias).
Volviendo a las cifras de exportación de metales preciosos, recordemos que varios
estudios regionales (como el realizado por Germán Colmenares sobre la producción
aurífera neogranadina entre 1550 y 1700) habían señalado ya hace tiempo las fuertes
discrepancias entre algunas series de producción de metales preciosos en América
y los datos de Hamilton sobre la entrada legal de oro y plata a la península. Tal era
el estado de la cuestión hasta que, hace unos quince años, el historiador francés Michel
Morineau publicó un libro fundamental que, de algún modo, obliga a repensar todo el
problema de la relación entre el metal americano y la economía europea. Este autor
criticaba las fuentes y las cifras de Earl Hamilton, y a partir de un nuevo tipo de fuen-
tes —no oficiales y externas a España, en especial, las gacetas holandesas que infor-
maban regularmente a los comerciantes y especuladores de Amsterdam acerca de los
cargamentos recibidos en los buques que arribaban desde las colonias ibéricas y des-
de el Caribe— obtenía un cuadro bastante diferente.
El grafico 19.3 muestra las series de Morineau y su discrepancia con las cifras de
Hamilton. Hay que señalar que la curva de Morineau tiene un hiato en sus datos para
el período 1630-1660 (el autor vuelve sobre este problema en unos de sus últimos
estudios publicados) y que desde 1700 en adelante se incluyen, además de los regis-
tros de metales desde la América hispánica, los provenientes de Brasil, cuando dará
comienzo el período del auge del oro de Minas Gerais y los restantes yacimientos bra-
sileños. La nueva curva así reconstruida no sólo soluciona algunos de los problemas
que hemos señalado y que resultaban misteriosos, sino que también coincide con lo
que ahora estamos conociendo gracias a algunos estudios sobre la economía colonial
a finales del siglo XVII y principios del XVIII (sobre el Río de la Plata, el contrabando
peruano y sobre la evolución de la minería americana fuera del área potosina).
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1503-1505
1506-1510
1511-1515 Brasil
1516-1520
América española
1521-1525
1526-1530 Por estimación
1531-1535
1536-1540
1541-1545
1546-1550
1551-1555
1556-1560
1561-1565
1566-1570
1571-1575
1576-1580
1581-1585
1586-1590
1591-1595
1596-1600
1601-1605
1606-1610
1611-1615
1616-1620
1621-1625
1626-1630
1631-1635
1636-1640
1641-1645
1646-1650
1651-1655
1656-1660
1661-1665
1666-1670
1671-1675
1676-1680
1681-1685
1686-1690
1691-1695
1696-1700
1701-1705
1706-1710
1711-1715
1716-1720
1721-1725
1726-1730
1731-1735
1736-1740
1741-1745
1746-1750
1751-1755
1756-1760
1761-1765
1766-1770
1771-1775
1776-1780
1781-1785
1786-1790
1791-1795
1796-1800
1801-1805
FUENTE: Morineau.
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to de flotas, sin disparar una bala… sin labrar minas, sin penetrar abismos…» Su casi
contemporáneo, el economista francés Antoine de Montchrétien lo dice aproximada-
mente con las mismas palabras, el hablar de la producción textil de telas de Bretaña y
Normandía y su relación con el mercado americano «Ainsi il demeure constant que
ceste fabrique est l’ une des principales mines de la France; que pour elles le Poutos-
si vomit presque toute sa plate», «De este modo, resulta evidente que esta fábrica es
una de las principales minas de Francia; [y] que gracias ella el Potosí vomita casi toda
su plata».Otro español, coetáneo de Baltasar Gracián, Francisco Martínez de la Mata,
uno de los llamados «arbitristas», diría casi exactamente lo mismo en su Sexto Dis-
curso I: es inútil traer tanto oro y plata de las Indias, si después toman el camino de
Francia y Génova en pago de las mercancías de ese origen enviadas a América… Lo
mismo afirmarían en esos años González de Cellorigo, Sancho de Moncada y otros.
Los versos que Francisco de Quevedo dedicó al «poderoso caballero Don Dinero»
recuerdan muy bien el periplo de aquel que nacía «en las Indias honrado», moría en
España y terminaba «en Génova enterrado». Por supuesto, muchos estudios modernos
confirman ampliamente esta creciente presencia extranjera y en especial francesa,
como veremos más adelante. Recordemos ahora sólo un ejemplo: el volumen del
tonelaje del puerto de Saint Malo —uno de los puertos claves en el tráfico con Espa-
ña y sus colonias— se duplicó entre 1664 y 1683. Pero, asimismo, el otro efecto de la
esa situación crítica fue —hecho realmente paradójico en un período que ha sido con-
siderado de crisis— el crecimiento económico de las regiones coloniales que produ-
cían sobre todo para el mercado interno.
Veamos algunos aspectos de estos dos problemas. Una primera constatación: la evo-
lución de la población americana tocó su sima alrededor del primer tercio del siglo XVII
(siempre recordando que un cuadro general de este tipo debe obligatoriamente poseer
muchos matices regionales). En todo caso, desde los años cuarenta, la mayor parte de
las parroquias indígenas de Nueva España registraron un lento proceso de recupera-
ción que se acentuó a partir de las décadas centrales de esa centuria. Hasta casi media-
dos del siglo siguiente —también con modulaciones regionales harto variadas— el
movimiento de la población novohispana fue positivo. De todos modos, hasta el fi-
nal del período colonial persistieron las olas epidémicas y desde la década de 1750 se
estableció una meseta en la evolución demográfica que preanuncia nuevos momentos
difíciles para la población indígena. En América Central —incluyendo aquí a Chiapas
y Yucatán— y en el área andina, la recuperación de la población indígena parece mu-
cho más dificultosa y tiene fechas más tardías. En el área maya de América Central
ese proceso positivo se puso ya manifiesto en 1684, mas en los Andes, como confir-
man las cifras del recuento de tributarios ordenado por el virrey duque de la Palata, el
ritmo de crecimiento apenas era perceptible en 1683. De todos modos, el incremento
del rubro «forasteros», bien visible ya desde este mismo padrón, está indicando cam-
bios sensibles en la organización de los pueblos indígenas en esa centuria y la acen-
tuación del proceso llamado «de desinscripción étnica» (varones jóvenes y con fre-
cuencia, familias enteras, parten de los pueblos en búsqueda de horizontes más
propicios). En esos nuevos horizontes no es raro que estos emigrantes se integrasen
en medios urbanos, reales de minas o incluso actividades rurales, que los pondrían en
contacto con otros grupos de la población.
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En efecto, uno de los fenómenos más destacados de este período fue el creci-
miento de los sectores no indígenas de la población americana. Ante todo, la población
esclava y de negros libres fue en aumento al calor de las crecientes introducciones de
esclavos africanos realizadas por los europeos en función de una serie de actividades
productivas que exigían el concurso de una fuerza de trabajo abundante y accesible.
También creció la población tenida por «blanca», bien como efecto de las migracio-
nes llegadas desde Europa, o bien a causa del incremento natural. No obstante, y éste
es uno de los capítulos más fascinantes en la historia de la población en la América
ibérica, el incremento demográfico de las «mezclas» entre los más diversos grupos fue
el que creció de forma más evidente. Así, la mayor parte de los censos, padrones y
recuentos de población mencionan el incremento de los grupos que serían llamados
«castas» (que paradójicamente quiere decir «grupo no mezclado»), o sea, mestizos,
mulatos, pardos… En Nueva España, por ejemplo, los españoles y las «castas», que
representaban alrededor del 2 por 100 de la población a finales del siglo XVI, pasan a
superar ya el 25 por 100 un siglo más tarde.
Sea como sea y en lo que a nuestro problema se refiere, lo importante a señalar
aquí es que este movimiento positivo de la población — y mucho más cuando se tra-
ta de sectores que escapan al marco de relaciones sociales y económicas de los pue-
blos de indios, que, casi por definición, se suponen más alejados de la esfera de los
intercambios mercantiles— indicaría un incremento paralelo de los consumidores
potenciales. Poco a poco, la población americana se fue consolidando como un mer-
cado cada vez más importante. Esa población, por supuesto, estaba recorrida por
todas las fracturas sociales que hemos enumerado y así este mercado tuvo, evidente-
mente, sectores muy diversos orientados hacia distintos tipos de mercancías.
Veamos ahora, cuál fue en los territorios americanos de las potencias ibéricas
(recuérdese que España y Portugal mantendrían entre 1580 y 1640 una unión de
ambas coronas bajo la égida del rey español), la evolución de algunos de los princi-
pales sectores productivos, tanto los orientados hacia el mercado mundial como los
que fabricaban para el mercado interno.
Como siempre, es indispensable comenzar por la minería, ese «primer motor» de
la economía colonial. Como hemos dicho, se produjeron importantes mutaciones en
los centros productivos más relevantes de la minería americana. Potosí (es obvio que
cuando decimos «Potosí», no nos estamos refiriendo exclusivamente a la producción
del Cerro Rico, sino a toda la región, en donde había varios reales de minas) fue hasta
aproximadamente 1660 el núcleo más relevante de la producción de plata america-
na —aunque con promedios anuales cada vez más disminuidos a partir de aquella
cúspide alcanzada en la década de 1580— y desde la década de 1670 fueron las
minas novohispanas (y, sobre todo, Zacatecas, incluido Sombrerete) las que comen-
zaron a dominar la producción argentífera. Entonces y hasta finales del período colo-
nial —aunque Potosí inició un nuevo movimiento de recuperación en la década de
1730— Nueva España fue el centro más relevante de la producción mundial de plata
y desde mediados de esa centuria, Guanajuato reemplazó a Zacatecas como área de
producción dominante. El oro neogranadino sufrió a mediados del siglo XVII un
momento de fuerte depresión en las dos regiones (Antioquia y Santa Fe) que habían
sido desde el siglo precedente las dos áreas productivas más destacadas, y la pro-
gresiva reorientación hacia Popayán (y un poco más tarde el Chocó), tardó unas déca-
das en hacerse sentir y nunca alcanzó las cifras anteriores hasta el último decenio del
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siglo XVIII. La producción aurífera brasileña no tuvo casi ninguna influencia hasta
finales del XVII, al igual que la chilena, bastante más humilde en sus cantidades que la
originaria de Minas Gerais y que no tuvo mayor relevancia hasta bien entrado el si-
glo XVIII. En resumen: si calculamos una media decenal a partir de los registros ofi-
ciales, observaremos que la cantidad total de metales preciosos producidas a lo largo
del siglo XVII resulta inferior a los promedios de las últimas tres décadas del siglo pre-
cedente, pero, incluso guiándonos por la documentación legal — y ya sabemos que
poco fiable resulta esa fuente en este período— estamos muy lejos de esa debacle total
que presupone el reflejo mecánico de la crisis europea del XVII en la economía mine-
ra iberoamericana. Incluso si aceptásemos totalmente las cifras oficiales, veríamos
que el descenso de la producción minera puede tener efectos complejos y hasta con-
tradictorios en las economías regionales, como examinaremos seguidamente.
Veamos dos ejemplos situados realmente en los dos extremos del Imperio hispa-
no americano. Las minas de Zacatecas comenzaron a ser explotadas en 1546, pero fue
en el siglo XVII, después de una fuerte depresión en los años 1640-1670, cuando pasa-
ron a dominar la producción argentífera de Nueva España (encabezando la producción
de los restantes centros mineros del norte y del centro). La producción de plata de
Zacatecas había integrado en torno al mercado de las minas y de la propia ciudad un
vasto tejido de regiones económicas que dependían de forma estrecha de la provisión
a esos dos mercados: el Bajío para el trigo, los valles más cercanos para el maíz, los
ganados mayores y menores abundaban en las herbosas estepas del altiplano zacate-
cano —sobre todo al occidente de la ciudad—, el vino llegaba desde el más lejano
Parras, en el límite con la Nueva Vizcaya, etc. Si bien no hay series de larga duración
acerca de las cantidades mercantilizadas de todos estos productos, parece —según
Peter Bakewell que ha realizado el estudio más profundo sobre la economía minera
regional— que las regiones supieron adaptarse rápidamente a las alternativas de los
diversos ciclos mineros y, si bien los datos no son concluyentes, todo indica que de
ello resultó un ligero descenso de los precios de los productos comercializados; si un
estudio más detallado a partir de una serie de precios confiable confirmara ese des-
censo, tal comportamiento no sería ajeno a un fenómeno más general.
Vayamos ahora a Córdoba de la Nueva Andalucía, en la otra punta de imperio ibé-
rico, en la región mediterránea del Río de la Plata. Esta región se había conectado con
el lejano mercado potosino a través del envío de piezas textiles en un primer momen-
to, pero rápidamente esta producción fue reemplazada por la de otras regiones mucho
más aventajadas. Así, Córdoba se transformó en un área de producción y de comer-
cialización de ganado para los mercados mineros altoperuanos, con el envío de vacas:
en los años finales del siglo XVI con cantidades que no llegaban a los 10.000 anima-
les por quinquenio, para pasar a mediados del XVII a unas 40.000 cabezas, llegando a
fines de ese mismo siglo a casi 70.000 reses por quinquenio. Otro tanto ocurre con las
mulas (este híbrido fue utilizado en la producción minera, pero sobre todo, era indis-
pensable para el transporte en las alturas andinas) que pasaron de unas 2.000 mulas a
principios del siglo XVII a casi 35.000 a mediados de él, tocando la cifra máxima de
65.000 cabezas a finales del XVII. De este modo y en plena crisis de producción poto-
sina, las cantidades de reses y mulas fueron en progresivo aumento, pero (y este hecho
debe ser señalado) los precios cayeron de forma progresiva hasta el final de la centu-
ria. Amén de otro hecho evidente que contribuye a explicar este fenómeno —varias
regiones ganaderas concurrían ahora al mismo mercado, acentuando la caída de los
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BIBLIOGRAFÍA
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