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Numerosos estudios previos distinguen entre una "etapa prelingüística" y una "etapa
lingüística", produciéndose la separación entre ellas en el momento en que el niño
adquiere su primera palabra. Esta distinción entre ambas etapas se basa de manera
arbitraria en el criterio que aplican los propios adultos con respecto a una manifestación
para ellos “evidente” a la que se le puede otorgar una cierta explicación en términos de
su propio habla, aunque no aplica necesariamente a la capacidad lingüística que el niño
posee. Según Moskowitz, el niño comienza su desarrollo lingüístico poco después de
nacer, por lo que no manifiesta ninguna etapa prelingüística como tal. Jakobson, sin
embargo, sí aplica esta etiqueta. Esta etapa preverbal es muy breve y va seguida del
balbuceo, crucial para el desarrollo lingüístico. Este periodo comienza con la
producción de enunciados cortos y progresa hasta incluir la producción de enunciados
bastante largos que pueden caracterizarse por sonar subjetivamente mucho más
parecidos al lenguaje de los adultos.
Asimismo, se ha observado que el niño puede producir durante este periodo todos los
sonidos posibles del lenguaje. Esto no significa que todos los niños produzcan todos los
sonidos posibles, sino que cada uno de ellos es capaz de hacerlo y, de hecho, la mayoría
de los niños balbucean un gran número de ellos. En este período es capaz de acumular
articulaciones que no se pueden encontrar en una lengua o grupo de lenguas, es decir,
sus capacidades fonéticas son mucho mayores de lo que volverán a ser nunca. Sin
embargo, más adelante comienza a perder esta capacidad según va entrando en la
primera etapa del lenguaje tras adquirir su primera palabra. Los sonidos que no existen
en el mundo que le rodea desaparecerán de su repertorio. Un interesante fenómeno que
Jakobson señala es que se ha observado que el niño descarta sonidos que sí están
presentes a su alrededor y que después puede tardar incluso años en recuperar.
Poco después de que el niño empiece a extraer segmentos de sus sílabas, está en
condiciones de comparar los segmentos y derivar de ellos una unidad aún más
elemental. Esta unidad representa para ellos el rasgo distintivo, y sus primeras
apariciones serán de carácter general, por ejemplo, consonántico frente a vocálico. Más
adelante, este proceso se refinará, resultando en la división de un rasgo en dos:
consonántico frente a no consonántico y vocálico frente a no vocálico. Dado que estos
rasgos representan las unidades finales que el niño ha estado buscando, no se anhela
ningún otro aprendizaje más allá del perfeccionamiento de este sistema en sí. Ahora la
atención del niño se centrará en descubrir la estructura que subyace al sistema
fonológico.
Las afirmaciones teóricas previamente expuestas han surgido de experimentos como los
que implican la técnica de succión de gran amplitud (HAS). Es un método experimental
utilizado para evaluar a lactantes desde el nacimiento hasta aproximadamente los cuatro
meses de edad aprovechando el reflejo de succión de estos. Las pruebas consisten en
someter al niño a un estímulo continuo donde el infante escucha repetidamente las
mismas sílabas, su ritmo de succión es constante, así como el cardíaco. Sin
embargo, si el estímulo auditivo se cambia a otra sílaba a la que no está habituado, su
tasa de succión aumenta, lo que sugiere que el bebé puede reconocer la diferencia entre
ambas sílabas. El número de succiones de gran amplitud producidas se utiliza como
índice de interés. Se pueden utilizar variantes del procedimiento para evaluar la
discriminación y preferencia de los niños por diversos estímulos lingüísticos. Esta
técnica ha sido fundamental para comprender la percepción del habla en bebés muy
pequeños. Sin embargo, la popularidad de esta técnica ha disminuido recientemente
para dejar paso a nuevas técnicas cerebrales que no requieren una respuesta conductual
manifiesta. Estos experimentos han probado que la percepción auditiva se basa en
contrastes binarios, tal y como había sido previsto por la corriente del estructuralismo.
Todos los niños, sin importar cuál sea su lengua materna, siguen el mismo orden en la
adquisición de distinciones fonológicas, lo que provoca que sean sensibles a todas las
distinciones posibles que se puedan producir con el aparato fonoarticulador. Sin
embargo, existe la posibilidad de que más adelante el niño descarte las distinciones que
no considere útiles para el modelo fonológico que está construyendo, lo que parece
indicar que el bebé dispone de funciones cognitivas correspondientes a la memoria y al
pensamiento desde muy temprano.
En definitiva, el discurso del niño tiene una estructura propia que muestra
correspondencias con el de un adulto. El niño busca responder y a adaptar su discurso
en base a la persona con la que esté hablando, notando incluso cambios en el volumen.
El infante modifica su modelo lingüístico y normalmente persevera en estas
desviaciones y se resiste los intentos de ser corregidos, conduciéndole a adoptar un tipo
de lenguaje separado. Sin embargo, son capaces de reconocer e intentar corregir errores
en el habla de un adulto y seguir cometiéndoles ellos mismos.
El proceso por el cual los niños adquieren los fonemas o sonidos “ideales” no tiene
lugar de forma excepcional, sino que sucede de forma gradual y durante extensos
periodos en los cuales los sonidos van siendo perfeccionados, desde los más fáciles
hasta los más difíciles y tardíos en lo que respecta a su articulación. Este fenómeno fue
mencionado en la década de los cincuenta por Fritz Schultze en su “principio del
mínimo esfuerzo”, según el cual los niños producen en primer lugar los sonidos que
requieren menos esfuerzo por su parte. No obstante, esta teoría se ha puesto en
entredicho puesto que determinar qué sonidos suponen un menor o mayor esfuerzo es
bastante subjetivo.
A modo de conclusión personal, considero la adquisición del sistema fonológico una
cuestión extremadamente intrigante, pues antes de ahondar en las teorías de
renombrados lingüistas como los mencionados en este comentario, me imaginaba el
proceso de adquisición completamente a la inversa, es decir, que partiendo de unos
conocimientos nulos, el niño iba adquiriendo los fonemas de su lengua a partir del
discurso de los adultos. Sin embargo, la realidad es completamente contradictoria
considerando que desde el nacimiento contamos con una capacidad innata que nos
permite producir cualquier tipo de sonido existente. Asimismo, disponemos de
numerosos estudios que aluden al orden específico en el que los niños adquieren cada
tipo de fonema dependiendo de su lengua materna, aunque he preferido no adentrarme
en ese tema, las conclusiones que he descubierto me resultan sin duda muy sugerentes.
En general, las nociones sobre adquisición del lenguaje (más allá del propio sistema
fonológico) son cruciales en el proceso de la enseñanza de lenguas y a mi parecer
deberían estar siempre presentes de alguna forma en los cursos de formación del
profesorado.
FUENTES