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Universidad del Valle

Licenciatura en Literatura
Seminario Taller de Teorías Literarias
Andrés Cárdenas Código:
Alejandra Taborda Código:
Alexandra Caicedo Ríos Código: 1923649

Palabras: enigma, popular, trébol.

No hay bien que por mal no venga

En el barrio El Trébol hay zancudos hasta pa ́ barrer replicaba la edición del


periodico El País que vende don Lucho en el granero de la esquina. ¿Diez de octubre
del…del 2023? ya no recuerdo ni en dónde estoy parada; al menos no desde aquel sábado en
la tarde. Si, el día en que el enigma empezó. —Disculpe si le quito el tiempo, yo simplemente
me proponía esperar la ruta que me deja en la esquina de mi casa, ese era mi único objetivo
pero usted me preguntó la hora y revisando la demora del bus en la pantalla, tiempo es lo que
vamos a tener. Ya sabe cómo funciona el asunto en este barrio popular, aquí ni la mano de
Dios llega—. Resulta que yo no era yo, estuve enferma por más de cinco años y los médicos
no apostaban por mi. No tiene idea de cuánto traté de buscar ayuda asistiendo a cultos,
ceremonias indígenas, le oré a San Gregorio y hasta intenté invocar el diablo al frente del
espejo. Nada sirvió. Fue tan dura mi batalla que me esforcé por perderle sentido a la vida, ya
sabe, para resignarme a lo que ya era inevitable. Excepto que Daniel, ese muchacho de cejas
pobladas, no me permitió desfallecer. Resulta que un día llegó al apartamento con el cuento
de una vieja milagrosa que vivía en el Trébol, si, si, ese barrio por el que se desvía la ruta
cada vez que hay partidos locales, allí fui a dar.
Daniel ha sido mi novio por siete años, estábamos por casarnos y vivir la vida loca
pero sabrá usted que la enfermedad y el amor juntos, son ave de mal agüero. El caso es que
convencida por su entusiasmo, fuimos hasta donde la señora aquella. Cuando llegamos, una
casita amarilla con flores blancas brotando del asfalto, nos recibió; Daniel más empecinado
que yo en curarme, gritó: “Doña Gertru, ya estamos aquí”. Minutos más tarde, una mujer
robusta con cara de matrona y manos de lavandera, abrió la puerta; el aire se impregnó de
regaliz y eucalipto propios de la doña disque para purificar el ambiente de tanto zancudo que
rondaba por ahí. —Ya va seño, ya le cuento qué pasó—. Sin cruzar palabra nos hizo seguir
hasta el último cuarto, en el que despidió a mi acompañante mientras yo y mis quinientos
temores, nos quedamos a solas con ella. “Gracias por recibirme, no sabe lo desesperada que
estoy” le dije pero ella solo suspiró tomando unos paños que tenía en agua fría y contestó:
Shhh, siéntate niña que trabajo nos espera.
Puedo asegurarle que no supe qué pasó. Me puso uno de sus paños en los ojos,
prendió el sahumerio y yo caí como una piedra. Solo sé que al despertar me dio tres palmadas
en la espalda, de esas que le damos a la gente cuando pretendemos dar aliento. Me ayudó a
parar en medio de la oscuridad y mirándome con ojos de murciélago dijo: cuidate de no tocar
a nadie en la siguiente hora. El mal se transmite muy rapido niña y no hay bien que por mal
no venga. Luego abrió la puerta abatida por el comején y me despachó de su casa. La verdad
es que hasta ese momento no entendí el dramatismo de sus palabras, solo me refugié en
Daniel que tras la extraña sesión, me recibió en la salita con una sonrisa. Abandonamos el
lugar y yo me sentía dichosa por la promesa de dejar atrás la pesadilla de la enfermedad, o lo
estaba al menos hasta que mi mano aterrizó en un ruido seco sobre el brazo de Daniel.
Pequeñas gotas de sangre aún se derramaban sobre la tez enrojecida por el alado y diminuto
cadáver ahora pegado a su piel. ¡Qué maldito zancudero! gritó Daniel…que maldito
zancudero.

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