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Segunda Edición:

Caracas, marzo, 2024


Mi vida eres tú, 2021

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ÍNDICE
Parte 1
Parte 2
Parte 3
Parte 4
¿Te gustó?
Parte 1
Tenía diecisiete años cuando conocí a Duncan.
En esos tiempos mis padres habían muerto, vivía con mi abuela
enferma, y tuve que, además de estudiar y ayudar en la casa, conseguir un
trabajo para contribuir con los gastos.
Estaba trabajando como barista en un café cuando Duncan entró con su
chamarra de cuero y su casco para la moto. Sus cabellos castaños hasta los
hombros ondeaban con cada uno de sus movimientos, y sus preciosos ojos
grises me conquistaron desde el momento en que me sonrió. No me importó
que tuviera veintiocho años, las atenciones de un hombre como él fueron
suficientes para que cayera rendida a sus pies.
Duncan era el gerente de una tienda de muebles para el hogar, ganaba un
buen sueldo, y a los dos meses de conocerlo me mudé a vivir con él. Poco
tiempo después me convenció para que abandonara la escuela y mi trabajo.
Al principio me daba dinero para mi abuela, pero gradualmente fue
disminuyendo el monto porque me hizo creer que necesitábamos todos los
recursos para nosotros, por lo que tuve que solicitar la ayuda de mis
antiguos vecinos para que la atendieran.
De pronto me convertí en su prisionera, controlaba cada uno de mis
movimientos: lo que comía, vestía, y hasta a dónde iba. Tenía prohibido
salir de la casa sin él, lo que dificultaba que visitara a mi abuelita, y tenía
que soportar su mal humor en cada ocasión porque detestaba ir a verla.
Además, todo debía estar limpio, cena lista incluida, para cuando él llegara
en las noches.
Mi inmadurez y falta de experiencia me hizo pensar que así eran las
relaciones adultas, creí que era normal que fuera rudo en la cama y que yo
debía obedecerle.
Cuando recibí la primera bofetada, me convencí de que fue mi culpa,
que yo lo había provocado. Luego vinieron los puñetazos, los halones de
cabello, y las patadas. No eran constantes, quizás una vez cada dos o tres
meses, pero por mucho tiempo pensé que yo era responsable de que él me
pusiera la mano encima de forma violenta, que lo merecía.
A pesar de que controlaba mi teléfono y mis redes sociales, no podía
controlar lo que yo veía en la televisión cuando no estaba en casa. Fue así
cómo descubrí, gracias a un programa de entrevistas donde en ocasiones se
hablaba de violencia de género, que no era normal lo que yo vivía, y que lo
mejor para mí era huir de esa situación.
Denunciarlo no era una opción, su padre era jefe de policía y lo había
rescatado en más de una ocasión de situaciones comprometedoras. Sabía
que si abría la boca lo más probable es que fuera yo quien terminara en la
cárcel, o muerta por una golpiza, así que estaba consciente que desaparecer
era mi mejor opción.
Para ese momento ya era mayor de edad, pero mi abuela había muerto,
no tenía un título de la escuela ni el dinero para independizarme, así que un
paso a la vez, fui creando circunstancias para escapar.
Investigué precios de boletos para irme de la ciudad, posibles trabajos
en pueblos lejanos, y manipulé situaciones para poder reunir dinero. Fue un
proceso lento, y aterrador, porque sabía lo que me podía ocurrir si él
descubría que estaba acumulando recursos para alejarme de la espantosa
vida que vivía.
Una noche, luego de que Duncan se emborrachó hasta perder el
conocimiento, aproveché la oportunidad para huir, corrí con todas mis
fuerzas hasta tomar el transporte público que me llevó a la estación de
autobús que me sacaría de la ciudad.
Las películas o historias que muestran casos como el mío, hablan del
sociópata obsesivo que te persigue por todo el país, sin embargo, eso no fue
lo que me pasó a mí. Ese día fue la última vez que lo vi. Mi ex era
demasiado egoísta y lleno de sí mismo para correr detrás de una mujer.
Supuse que se molestó y rompió unas cuantas cosas, y que era probable
que al poco tiempo consiguiera otra chica a quien utilizar de saco de boxeo.
Nunca lo supe con seguridad, porque jamás me acerqué a la ciudad de
nuevo, ni lo contacté a él, ni a sus conocidos.
Lo único que pude hacer los meses siguientes, fue denunciarlo
anónimamente en foros virtuales utilizando VPNs con la esperanza de que
otras chicas se ocuparan de esparcir la información. No podría asegurar si la
información que compartí funcionó o tuvo algo que ver, pero me enteré de
que en algún momento su padre no pudo salvarlo de sí mismo y terminó
encerrado un tiempo en la cárcel.
Sin embargo, eso pasó mucho tiempo después. Esa noche, luego de
escapar, no pude respirar con tranquilidad hasta que llegué a mi nuevo
destino, donde la suerte se negó a sonreírme. Asustada todavía, en un lugar
desconocido, y con la paranoia carcomiéndome al imaginar que Duncan
podía averiguar dónde estaba, un ladronzuelo me asaltó robándose mi
pequeño equipaje y bolsa con todo mi dinero, y para cerrar la noche con
broche de oro, una lluvia torrencial cubrió la urbe y me encontré perdida y
sin saber qué hacer. No valía de nada que hubiera averiguado la existencia
de un motel cercano para quedarme unos días mientras conseguía trabajo,
porque no tenía cómo pagarlo.
Con los pies adoloridos, sin tener a nadie a quien acudir, agotada y
desesperada, me apoyé en la pared de un callejón junto a un restaurant de
un distrito lujoso, suponiendo que sería una zona segura para tomarme un
momento y decidir un plan de acción.
La angustia se apoderó de mí. Por más que mi cabeza daba vueltas no
conseguía una solución, tenía pensando comprarme un celular al llegar a la
ciudad, por lo que no tenía ni siquiera cómo investigar la ubicación de un
albergue para indigentes. Desconsolada comencé a llorar, mordiendo la tela
que cubría mi brazo para evitar hacer una escena, no deseaba llamar la
atención, solo desahogarme.
—¿Estás bien?
Esas fueron las primeras palabras que escuché de Teo, la voz más
hermosa que he oído en mi vida; profunda y carrasposa, tuvo la habilidad
de despertar cada célula de mi cuerpo.
Traté de secar mis lágrimas para no poner en evidencia qué tan
desgarrador era mi llanto, aunque era algo difícil de ocultar considerando la
hinchazón de mi rostro.
Debía enfocarme en el extraño hablándome, ya que mi experiencia con
Duncan me decía que no confiara en nadie, mucho menos en una voz que
era capaz de hacerme sentir de la manera como la suya lo estaba haciendo.
Verlo no mejoró la situación, esos ojos verdes, rostro perfilado como
una escultura, piel bronceada y cuerpo de atleta, me hizo maldecir la
existencia de los hombres, no podía volver a caer en las redes de una cara
bonita, así que con seriedad le dije:
—Estoy bien, gracias.
—No pareces estar bien, ¿puedo ayudar en algo? —preguntó él.
—No, gracias —contesté de manera tajante.
Quise girarme e irme de manera teatral, pero la verdad era que no tenía a
dónde ir, así que solo esquivé su mirada dirigiendo la mía hacia la oscuridad
del callejón.
—¡Teo! ¡Vamos! —llamó un chico que parecía ser su amigo. Otros dos
lo acompañaban.
—Nos vemos allá —aseguró Teo dando un par de pasos hacia atrás,
dándome espacio, lo cual percibí como una señal de que no debía sentirme
amenazada, pero de igual forma no podía evitar sentir desconfianza.
Comencé a caminar hacia el final de callejón, aunque sabía que era
absurdo ya que no tenía salida, pero debía indicarle con algún gesto que no
lo quería cerca de mí.
—Oye —me llamó sin moverse—. Solo quiero ayudar, ¿necesitas ir a
un hospital? ¿Quieres llamar a la policía? ¿Te gustaría que llame un taxi
para que te lleve a algún lado?
Comencé a sollozar en silencio, sus preguntas me recordaron lo sola y
desamparada que estaba, giré para rechazar su ofrecimiento una vez más,
pero su postura me calmó de repente, se encontraba de pie bajo la lluvia con
una mirada bondadosa, y quise creer que de alguna manera la vida lo había
enviado como un salvavidas en medio de un mar tempestuoso.
—¿Conoces algún albergue público donde pueda pasar la noche? —
pregunté avergonzada.
Él me miró durante un par de segundos procesando mi petición.
—No, pero puedo averiguar. Estas empapada, ¿quieres entrar a secarte
un poco mientras descubro dónde queda uno? —invitó señalando el
restaurant.
La puerta lateral del local se abrió, y un empleado salió con unas bolsas
de basura.
—Teo, ¿sigues por aquí? —preguntó el trabajador.
—Sí, necesito entrar un rato —replicó el aludido tomando la decisión
por mí.
Aprecié el gesto, me estaba congelando y necesitaba calor. También
tenía hambre, pero decir algo al respecto sería demasiado pedir; un techo y
calefacción sería suficiente por los momentos, quizás al salir el sol tendría
la cabeza más despejada para decidir el siguiente paso a dar.
Sin cruzar palabras ambos supimos que había aceptado su ayuda,
entramos, y Teo me guio hacia una parte de la cocina del restaurant que
tenía una pequeña mesa con un par de sillas. Con un elegante gesto me
pidió que me sentara, yo lo hice sin rechistar.
—¿Puedes traer un plato de minestrone bien caliente, por favor? —dijo
mi salvador hablando con el empleado, luego se dirigió a mí—: Ya regreso.
A pesar del calor del ambiente, la ropa mojada no ayudaba, lo ideal era
cambiarme, pero no tenía nada que ponerme. Cuando Teo volvió, llevaba
una chamarra en las manos, y al mismo tiempo llegó la sopa. No estaba en
posición de avergonzarme por necesitar abrigo y comida, di las gracias, me
quité mi suéter mojado poniéndome la prenda seca, y comencé a comer. Fue
el mayor de los alivios, de pronto me sentí llena de vida de nuevo.
—¿Estás en peligro? —preguntó Teo.
Estuve a punto de ahogarme con el líquido caliente en mi boca al
escucharlo.
—Ya no —repliqué con la intención de retribuirle su generosidad con
honestidad.
Él me observó pensativo, obviamente sintió curiosidad, pero supo que
debía ser cauteloso con sus preguntas. Esa fue otra razón por la cual
sentirme agradecida.
—¿Estás segura? ¿Necesitas informar a la policía de algo, o de alguien,
que pueda hacerte daño?
—Sí, estoy segura —afirmé—. Acabo de llegar a la ciudad, no hay nadie
aquí que quiera perjudicarme, por lo menos no premeditadamente.
Teo hizo una mueca con su boca que me pareció una sonrisa, su mirada
era hipnotizante, no me observaba como si sintiera compasión hacia mí,
más bien, era como si estuviera intrigado, como si yo fuera un objeto que
debía descifrar, estudiar o algo así; no podía asegurar nada, así que de
pronto me sentí incómoda y él pareció notarlo.
—Dices que acabas de llegar, ¿dónde está tu equipaje?
Pausé mi ingesta de comida por unos segundos, me daba vergüenza
admitir que me sentía inútil por todo lo que había pasado, pero mentir no
tendría sentido, y ya había decidido ser sincera, no había motivos para
echarme para atrás.
—Me asaltaron y robaron todo —admití.
Vi como la cabeza de Teo fue juntando las piezas, había escapado de
algo, era nueva en la ciudad y no tenía dónde caer muerta.
—Mi familia es dueña de un hotel cercano, puedes quedarte ahí hasta
que puedas resolver tu situación —ofreció él.
Un miedo irracional me invadió, o quizás no era tan irracional. Duncan
fue amable y encantador cuando lo conocí, tal y como lo estaba siendo Teo,
no podía ser tan idiota y volver a caer en la misma trampa.
—No, gracias. De verdad, con saber la existencia de un albergue
cercano y las indicaciones para llegar es más que suficiente. Muchas gracias
por la ayuda, el abrigo, la comida…
—No, no es suficiente. Permite que te ofrezca todo lo que puedo dar,
tengo un techo que puedes utilizar y donde puedes quedarte por un tiempo
—dijo Teo interrumpiéndome.
—¿Por qué quieres ayudarme? —escupí con desconfianza.
Él guardó silencio por un momento antes de contestar encogiéndose de
hombros:
—Porque puedo.
En ese momento sentí que nuestra atracción era mutua y que eso era el
verdadero trasfondo de lo que pasaba: yo era una chica bonita que él podía
ayudar. El problema estaba en que no estaba dispuesta a arriesgarme a que
me engañaran de nuevo.
—Gracias por el ofrecimiento, pero no hace falta. Yo solo necesito un
albergue durante las noches mientras busco trabajo de día —dije de manera
tajante.
—¿Qué trabajo tienes en mente? —interrogó él.
Estaba realmente agotada y no deseaba seguir hablando, pero no había
motivos para ser mal educada solo porque existía una probabilidad
incalculable de que él fuera otro patán como Duncan.
—No tengo mucha experiencia, trabajé hace unos años como barista en
un café, y ayudé un poco con la administración. Tal vez pueda hacer algo
relacionado con limpieza o cocina, realmente estoy dispuesta a aceptar
cualquier oportunidad que me ofrezcan.
Teo se disculpó para hacer una llamada, yo terminé mi comida y acepté
gustosa el café que me ofrecieron. Me sentí incómoda y fuera de lugar, pero
no tenía otra opción que esperar por él. Unos minutos después regresó a la
mesa y comenzó a conversar conmigo sobre el restaurant donde estábamos,
sobre la amistad de sus padres con el dueño y los famosos que eran sus
platillos. Sabía que estaba haciendo tiempo, pero no sabía para qué. Con la
barriga llena, y el calor confortándome, no quise preguntar mucho, solo
dejar que las cosas fluyeran.
—Teo —llamó una mujer mayor entrando por la puerta lateral.
—¡Raquel! —gracias por venir—. Te presento a… Lo siento, no he
preguntado tu nombre.
Sentí compasión por él, realmente se veía avergonzado.
—Zuri. Zuri Zamorano —dije.
—Zuri, mucho gusto —saludó Raquel con una seria sonrisa que me hizo
sentir intimidada.
—Raquel trabaja para mi familia, ella puede acompañarte para el hotel y
mañana se encargará de acordar una reunión con el departamento de
Recursos Humanos y así conseguirte un trabajo en uno de los restaurantes.
Tenemos varios hoteles, cada uno con diferentes establecimientos, por lo
que estoy seguro de que encontraremos algo para ti, podrás quedarte en
alguna habitación hasta que consigas un lugar que puedas costear. El resto
de los detalles podemos ir resolviéndolos a medida que vayan apareciendo
—dijo Teo haciendo que mi cabeza diera miles de vueltas, no podía creer
mi buena fortuna.
—Muchas gracias —balbuceé con lágrimas en los ojos. Utilicé la poca
fuerza de voluntad que me quedaba para evitar que se escaparan.
—No hay nada que agradecer, podía ayudar y lo hice —replicó él con
una sonrisa que me sacudió por completo.
—Vamos, Zuri —ordenó la mujer, quien, a pesar de su seriedad,
desprendía una amabilidad difícil de ocultar.
—Hasta luego —se despidió Teo sorprendiéndome, pensé que vendría
con nosotras.
Supuse que quiso garantizar que me sintiera segura y por eso se encargó
de que la mujer se ocupara de llevarme al hotel y de todo lo demás. Me giré
para decirle:
—No creo que pueda encontrar las palabras para decir cuán agradecida
me siento.
—Me sentí inspirado —confesó.
Parecía que quería decir algo más, me miraba fascinado y eso me causó
escalofríos. Él pareció percatarse porque desvió la mirada hacia Raquel, le
hizo una seña de despedida y se alejó de nosotras.
Parte 2
Mis días mejoraron de una manera extraordinaria, me hospedaron en un
hotel donde me ofrecieron un puesto de barista en una de sus áreas de
restauración. Unos meses después conseguí un pequeño apartamento en las
cercanías, y al poco tiempo me ascendieron a anfitriona en uno de los
restaurantes más lujosos de la franquicia de hoteles de la familia de Teo.
Por primera vez en mi vida era independiente, y poco a poco fui
reconstruyendo mi autoestima, me encantaba trabajar y procuré tener una
ética laboral impecable, era puntual, amable, y procuré demostrar iniciativa
e ingenio. Me gané el cariño y respeto de mis compañeros, pero eliminé por
completo mi vida social, me desplazaba del trabajo a la casa y de la casa al
trabajo, nada de citas ni salidas. Sabía que en algún momento debía
comenzar a confiar en las personas, pero no estuve preparada para ello por
mucho tiempo.
Luego de aquel día que conocí a Teo lo vi pocas veces, nos cruzábamos
cuando él visitaba los establecimientos y siempre me regalaba una sonrisa y
una mirada especial. A veces me preguntaba cómo estaba o simplemente
inclinaba su cabeza a forma de saludo. Era como si quisiera convencerme
de que realmente me ayudó porque podía, no porque se sintiera atraído en
mí. Probó muy bien su punto, si hubo algo en lo que estuve clara es que no
estaba interesada en mí como mujer.
Más de un año después de haber llegado a la ciudad, me encontraba
trabajando el turno de cierre cuando Teo apareció con un grupo de personas,
fue evidente que era una reunión de trabajo. Me sorprendió verlo tan serio y
actuando profesional considerando que no debía tener más de veinticuatro o
veintiséis años. Se veía muy joven para ser un ejecutivo hotelero.
El encuentro se extendió, y cuando llegó la hora de cerrar me dieron
órdenes de quedarme. Eran las dos de la mañana cuando terminaron, y
llamé a un taxi porque no quería probar mi suerte e irme caminando a mi
casa como estaba acostumbrada.
—¿Necesitas un aventón? —preguntó Teo junto a su auto de lujo donde
lo esperaba un chofer.
—No, gracias. Acabo de llamar…
—Cancélalo, vamos —me interrumpió. Sus palabras sonaron más a una
súplica que a una orden y accedí de inmediato.
Durante el trayecto Teo fue respetuoso y amable, pero descubrí que
había una atracción fascinante entre ambos, y por ese motivo me molesté
conmigo misma, ¿acaso no recordaba que las apariencias engañaban? No
pudimos conversar mucho porque el camino era corto, tampoco pude
concentrarme mucho en lo que decía, él era realmente hermoso.
Sus ojos verdes brillaban de una manera cautivante, sus cortos cabellos
rubios caían descuidadamente sobre tu frente y orejas, era perfecto y ni
siquiera lo intentaba, su naturalidad era seductora. Aquel ser frente a mi
parecía perfecto, decía las palabras adecuadas en el momento adecuado,
tenía una energía que transmitía confianza.
No deseaba compararlo con Duncan, pero fue inevitable. Teo me
gustaba y me horrorizaba cometer el mismo error.
Lo mejor que podía hacer era evadirlo e ignorar cuánto me atraía,
porque me gustaba la ciudad, mi trabajo y apartamento, no podía cometer la
estupidez de perderlo todo por volverme a fijar en un hombre que
aparentara una cosa y resultara ser otra. Estaba bien así, apreciaba mi
soledad, llegar a la hora que quisiera, limpiar y cocinar cuando lo
necesitara, ordenar las cosas a mi gusto, era dueña de mi vida y no
renunciaría a eso por nadie.
Poco podía imaginarme lo que pasaría unos minutos después, Teo se
ofreció acompañarme hasta la puerta, no le gustó la zona donde vivía, le
pareció que la calle era muy oscura y no aceptó mi negativa, caminó junto a
mí hasta la puerta del edificio.
Cuando introduje la llave en la cerradura y me giré para despedirme, una
magia nos rodeó. Sé que podía sonar infantil y tonto describirlo así, pero no
sabía cuáles otras palabras utilizar, fue como si el mundo a nuestro
alrededor desapareciera y solo existiéramos nosotros. También sabía que
muchas personas describen momentos de la misma manera y no estaba
siendo muy original, pero como dije, no encontré palabras para explicar la
manera cómo nuestras miradas se engancharon, mis ojos como el ámbar y
sus ojos como el jade contemplaron la boca del otro, invitándonos a
acercarnos y eso hicimos.
Solo un hombre me había tocado antes que él, y siempre pensé que su
rudeza, y la incomodidad que me hacía sentir en muchos momentos que
debían ser románticos, eran un problema mío y no de nuestra relación.
Esa noche descubrí lo que era un beso de verdad, esa sensación de
pertenecer en los brazos del otro, de llenarte de euforia y placer
simplemente por un contacto de labios que se fueron abriendo hasta darle
paso a nuestras lenguas. Ambas parecían conocerse de toda la vida y sabían
exactamente qué hacer para provocar una urgencia por las caricias del otro.
Nos abrazamos con fuerza dejando que el beso continuara su curso.
Supe que lo quería en mi cama, pero al mismo tiempo me espeluznaba
la idea de repetir la historia, sin embargo, con aquel pánico que luchaba con
mi excitación le pregunté:
—¿Quieres subir a mi casa?
Él abrió sus ojos y sonrió, ¡por supuesto que quería! Sin embargo, su
mirada cambió cuando notó mi miedo, no pude ocultarlo porque estaba
temblando.
—En otra ocasión —replicó él acariciando mi mejilla con su pulgar
antes de rozar mis labios con los suyos y desaparecer en la noche.
Me sentí aliviada y triste al mismo tiempo. Esa noche dormí
profundamente feliz.
Al día siguiente hice todo lo posible para no pensar en Teo, me
concentré en mi trabajo hasta que llegó el final de mi jornada. No supe nada
de él, y me convencí de que lo de nosotros fue un solo un beso y nada más,
por lo que fue una bendición para mi vida que él no hubiera aceptado mi
invitación.
Pasaron dos días más sin saber nada de él. La tercera noche luego de
nuestro encuentro, me estaba esperando a las afueras del restaurant con una
rosa roja en sus manos:
—¿Te puedo acompañar a casa? —preguntó.
Yo asentí aceptando la rosa, los dos nos miramos, las ganas de besarnos
podían respirarse en el ambiente, pero lo evitamos, simplemente caminamos
en silencio por unos minutos.
—Tengo ganas de verte desde aquella noche —confesó Teo de pronto.
—¿Por qué no lo hiciste? —curioseé.
—Por dos razones —dijo él.
Parecía que se debatía sobre qué decir y qué no, y yo no podía apaciguar
las ganas de saber todo sobre él, su voz era un bálsamo para mi alma y
escucharlo se sentía divino.
—¿Cuáles razones? —pregunté animándolo a hablar.
—Por una parte, no quiero presionarte. No sé nada de tu pasado, pero la
noche que te conocí me dijiste que ya no estabas en peligro, lo que me
indicó que alguna vez lo estuviste. Quiero que te sientas segura conmigo,
por eso he tardado tanto en acercarme. No puedo ocultarte que me gustas
desde la primera vez que te vi.
Su confesión provocó cosquilleos en todo mi cuerpo, me sentí feliz por
sus palabras, sin embargo, preferí mantenerme cautelosa.
—¿Y por otra parte? —interrogué.
—Me encuentro en una posición de poder. Mi familia es dueña del lugar
donde trabajas, y así como quiero que te sientas segura conmigo, no quiero
que sientas que debes corresponderme porque tengo la potestad para
despedirte —explicó.
Me sorprendió oír su razonamiento, porque no sabía mucho sobre los
comportamientos de los hombres. Duncan, sus amigos, y primos, eran como
cavernícolas que pensaban que las mujeres eran una posesión que debían
obedecer todas sus peticiones. Sus palabras me confundieron y no supe qué
decir, estaba tan ensimismada en mis pensamientos que el sonido de su voz
me erizó cuando agregó lo siguiente:
—Así que te estoy hablando con la verdad para que tú lleves las riendas
de nuestra atracción. Me gustas, quisiera compartir más tiempo contigo,
pero si no sientes lo mismo, o prefieres que guardemos las distancias, lo
respetaré. Solo puedo darte mi palabra con dos cosas; la primera, es que tu
trabajo nunca será afectado por mí sin importar lo que pase, y lo segundo,
es que si me das una oportunidad, siempre seré honesto y respetuoso.
Aunque supongo que como no me conoces, no puedes garantizarlo, solo
puedes dar un salto de fe, y yo aceptaría intentarlo a la velocidad que tú
decidas.
Mantuve mi silencio mientras procesaba sus palabras, no podía negar
que me intrigaba y deseaba explorar lo que él me hacía sentir, como
tampoco podía negar mis traumas y miedos. Dar un salto de fe parecía la
expresión correcta para definir el confiar en su palabra e intentar tener una
relación con él.
Al detenernos en mi edificio lo miré, y me conmovió el gesto de su
rostro, mi silencio le estaba afectando, su ceño fruncido mostraba cuán
desesperado estaba por conocer mi respuesta.
Tomé la iniciativa de besarlo, y él me estrechó con determinada pasión.
Nuestras bocas se unieron manifestando el júbilo de volver a encontrarse, y
mis involuntarios gemidos provocaron que él me apretara aún más.
—Vamos a conocernos primero —susurré sobre sus labios.
—Por supuesto, ¿hay algo que quieras saber ahora mismo?
Solté una carcajada que pareció satisfacerle por su reacción al sonido.
—Quisiera saberlo todo, pero estoy cansada —admití.
El me besó de nuevo, prometiéndome encontrarse conmigo al día
siguiente.
Parte 3
Lo fui conociendo poco a poco, descubriendo que cada una de sus
palabras resultaron ser ciertas. Era una persona responsable y trabajadora, y
yo no entendía por qué se había fijado en mí, eso era lo que no me permitía
ser feliz por completo, el pensar que en cualquier momento descubriría que
yo no valía la pena.
Creo que nunca conocí a alguien tan paciente como Teo, cada encuentro
estuvo cargado de besos, y cada avance era dado con mi aprobación. La
primera vez que entró a mi pequeño apartamento, quedó encantado de la
sencillez de mi decoración ecléctica. Esa noche nos besamos en el sofá
donde les rindió adoración a mis senos como si fueran dos diosas que
salvarían su vida, cuando le pedí que se detuviera, lo hizo de inmediato.
Sonrió, me besó, y prometió que nos veríamos al día siguiente.
Y así fuimos estrechando nuestra relación, con palabras y caricias
desnudamos nuestras almas y nuestros cuerpos, y dos años después
estábamos locamente enamorados. A veces nos quedábamos en su casa, a
veces en la mía, él parecía no tener distinción entre mi fortuna y la suya,
siempre me hizo sentir que era un suertudo por haberme conocido.
A pesar de que discutíamos por tonterías, como todas las parejas lo
hacen, solo una vez pude vislumbrar la ira que era capaz de sentir: la vez
que le conté mi historia con Duncan.
Realmente me aterrorizó verlo tan molesto, sobre todo cuando comenzó
a trazar planes para darle caza y caerle a golpes, lo quería en la cárcel
siendo el juguete sexual del algún prisionero violento. Todo lo que dijo me
hizo cuestionarme estar con él. Cuando le expliqué que prefería que las
cosas se mantuvieran como estaban, que ya yo estaba tomando medidas
anónimas para denunciarlo, y que saber que iba a tener contacto con él me
estresaba e iba a ahondar más mi trauma, se tranquilizó de inmediato.
Se disculpó mil veces aquella noche, me dijo que estaba pensando en su
indignación y no en el dolor que yo pudiera estar sintiendo, y fue así como
descubrí que defendía a los suyos con su vida, que podía lidiar con
cualquier daño que le hicieran a él, pero que no sabía cómo manejar que
hirieran a alguien que él quería.
Nos besamos confesándonos cuánto nos amábamos, sabíamos que
estábamos hechos el uno para el otro, y que era nuestro destino estar juntos.
Una noche me llevó a la azotea de su edificio, pequeñas luces blancas
estaban guindadas como si fueran luciérnagas iluminando el ambiente,
flores multicolores por doquier desprendían un aroma delicioso, y una
pequeña mesa de dos puestos con manjares junto a una manta con cojines,
fueron el escenario perfecto para pedirme matrimonio. Le dije que sí sin
dudarlo.
Me besó como nunca me había besado, acarició mi piel sin dejar ni un
solo espacio sin tocar, lamió y succionó las puntas de mis senos
arrancándome suspiros, trazó caricias con sus dedos en los pliegues de mi
entrepierna haciéndome gemir, luego su lengua continuó el trabajo de sus
manos provocando espasmos de placer, y al penetrarme, mirándome a los
ojos, le repetí que lo amaba cuando alcanzamos el orgasmo.
Poco podía saber yo lo que pasaría los días siguientes, hasta ese
momento no había sido presentada formalmente a su familia, yo no lo había
querido, me daba vergüenza porque no me sentía digna de su amor, y por lo
que pude atestiguar cuando los conocí, ellos estaban de acuerdo conmigo.
Durante semanas hicieron lo posible y lo imposible para convencernos
de que no nos casáramos: hablaron, lloraron, gritaron, y amenazaron. Me
ofrecieron dinero para irme del país, me despidieron del trabajo, y fue tan
agotadora la batalla que decidí complacer sus deseos.
No tomé su dinero, solo empaqué mis cosas y me fui de la ciudad. Ya lo
había hecho una vez siendo más inexperta, y en esta ocasión contaba con
unos ahorros y con la planificación de pagar por adelantado un hospedaje
en mi nuevo destino: un pequeño pueblo costero del este donde podría
conseguir trabajo en cualquier restaurant de los muchos que existían para
los turistas. El lugar tenía un poco más de ocho mil habitantes, y la
corriente de visitantes era extensa, por lo que podría llevar una vida
tranquila sin perder la costumbre de atender comensales que era lo que
realmente me gustaba hacer.
No iba a cometer la bajeza de irme sin despedirme, y a pesar de que
tenía rota el alma por terminar mi relación con Teo, más me dolió que él no
pusiera resistencia, incluso parecía aliviado de que yo desapareciera de su
vida. Me alejé de aquel lugar para recomenzar mi vida por última vez,
porque si de algo estaba segura, es que no me enamoraría de nuevo.
Parte 4
Brizo resultó ser un lugar encantador, sus habitantes me recibieron como
si fuera uno de ellos de toda la vida, me protegían como lo harían por un ser
querido cercano, y a pesar de que intenté llevar una vida privada rentando
una pequeña cabaña a las afueras, era inevitable que estuvieran pendientes
de que nada me faltara; eran así, como una gran familia.
Conseguí trabajo como anfitriona y mesera en el restaurant de mariscos
más famoso de la zona, el sueldo era modesto pero las propinas de los
turistas eran sustanciosas, así que comencé a ahorrar considerando la
posibilidad de comprar el lugar que rentaba y, quizás en un futuro, abrir mi
propio restaurante. Mis metas se enfocaron en mí y lo que haría con mi vida
el resto de mis días.
Jonás cambió las cosas cuando tenía un poco más de un año en Brizno,
él era dueño de varios botes pesqueros y se encargaba de surtir a varias
tiendas y restaurantes de la región. Era una persona humilde a pesar de su
éxito, y no ambicionaba más que una vida tranquila. Se fijó en mí, pero yo
no en él, y así comenzó su conquista.
Fue paciente y estratega, no me acosó ni exigió nada, solo fue
adentrándose en mi vida de forma progresiva. Inicialmente lo comencé a
considerar como un amigo, no sentía atracción por él, ni deseaba una
relación romántica, pero con el pasar de los meses ese cariño comenzó a
evolucionar, lo conocí bien, a él y a su extensa familia, y muchos
comenzaron a promover una posible unión.
Tres años después de haber llegado a lo que consideraba mi hogar
definitivo, estaba comprometida por segunda vez. No estaba enamorada, lo
admitía, pero sus besos no me molestaban, y hacer el amor se sentía
agradable, aunque no provocara fuegos artificiales.
Luego de lo vivido con Teo dudaba de que alguien me hiciera estallar de
placer como él lo hacía, sobre todo porque nunca lo dejé de amar, sin
embargo, Jonás podía darme estabilidad y compañía, y su amistad lo era
todo para mí.
Vivimos separados durante nuestro periodo de noviazgo y compromiso.
Había accedido a ser su esposa, pero me gustaba mi privacidad y deseaba
vivirla por el tiempo que me quedara como soltera. Mi prometido era un
hombre calmado, por lo que sabía que la convivencia sería similar, y esa
noción me agradaba. Además, tener unas semanas más de soledad antes de
casarme me permitiría ajustar mis expectativas para la nueva etapa que iba
a comenzar.
Sé que podía parecer calculadora y fría, pero en el fondo me agradaba la
idea de nuestra relación a largo plazo. La primera que tuve fue
dolorosamente tormentosa, y la segunda extremadamente caliente, ambas
me dejaron destruida, así que estar con alguien predecible me garantizaría
la paz que deseaba vivir.
Era un cálido jueves en la noche cuando llegué agotada a mi adorada
casa: una pequeña estructura de madera pintada de azul y blanco con un
porche, tres habitaciones, dos sanitarios, una pequeña sala de estar, y la
cocina con su mesa y sillas para cuatro personas. Jonás me había dado carta
abierta para remodelar su casa como quisiera cuando nos casáramos, pero
yo estaba considerando que viviéramos en la mía. Sabía que era más
pequeña que la suya, pero como él era capaz de hacer lo que fuera por mí,
estaba consciente de que podría salirme con la mía si así lo quería.
Mi calle, junto a la orilla de la playa, era poco iluminada por su lejanía,
por lo que utilicé la linterna de mi celular para guiar mis pasos.
—Zuri —llamó la voz inconfundible de Teo desde la oscuridad donde se
ubicaba el balancín de mi porche.
Pensé que me iba a desmayar al oírlo, me pregunté inmediatamente qué
hacía ahí.
—¿Podemos hablar? —suplicó él con ese tono profundo que tanto
conocía.
—No hay nada de qué hablar, Teo. Nos enamoramos, nos
comprometimos, tu familia se negó, permitimos que ellos decidieran por
nosotros, y nos separamos. ¿Qué más se puede decir al respecto? —repliqué
encendiendo la luz externa de mi casa con el interruptor cerca de la ventana
que daba al frente.
Me sorprendí al detallarlo, estaba delgado, pálido y demacrado, unas
profundas ojeras hacían ver como si sus ojos estuvieran hundidos, y a pesar
de eso, me pareció tan hermoso como el primer día. Lo amaba, nunca lo
había dejado de amar. Mis ojos se llenaron de lágrimas y con firmeza me
sacudí las ganas de llorar.
—Sé que tienes todo el derecho de pedirme que me vaya, pero, ¿puedes
escucharme primero?
Ahí estaba su voz de súplica de nuevo, esa que cualquier otra persona
podría considerar como una manipulación pero que yo sabía que era
sincera.
No dije nada, solo lo invité a pasar con un gesto, él suspiró agradecido y
se detuvo en medio de la sala de estar a esperar a que yo le ofreciera
asiento. Lo vi ojear los alrededores con aprobación, siempre apreció mis
gustos para la decoración y pude notar en su mirada que le agradaba el
lugar donde vivía.
—¿Quieres café? —pregunté entrando a la cocina para preparar un poco
para mí, acostumbraba a tomar uno con leche y galletas dulces al llegar a
casa.
—No, muchas gracias —negó él siguiéndome.
Le indiqué que se sentara en la mesa y él lo hizo.
—¿Cómo me encontraste? —curioseé intrigada.
—Le pagué a un detective privado —admitió sin miramientos. No debía
extrañarme, tenía los medios para eso y mucho más.
—Supongo que es muy importante lo que tienes que decir —dije sin
encararlo.
Pretendí una calma que no sentía, en realidad estaba mareada con la
cabeza dando vueltas y el cuerpo temblando. Traté de esconder mi reacción
a su presencia mientras preparaba mi acostumbrado bocadillo.
—Sí, y ahora que te tengo en frente, no sé cómo decirlo —confesó él.
—Siempre fuiste una persona honesta, no tienes por qué dejar de serlo.
Di lo que quieres decir y ya —repliqué deteniendo lo que hacía.
Estaba actuando de manera automática en la cocina porque era una
rutina, pero realmente tenía el estómago revuelto, y tanto el café como los
dulces me caerían mal sin intentaba consumirlos.
—Te amo, Zuri, no he dejado de amarte ni un segundo desde que te
fuiste —escupió sin anestesia.
Yo me giré y lo fulminé con la mirada, mi respuesta llegó a mis labios
sin filtro:
—¿Cómo te atreves a aparecerte y decirme que todavía me amas? Han
pasado más de tres años, Teo, ya yo pasé la página, no tienes ningún
derecho a venir a importunar mi vida. Cuando me despedí no hiciste nada
por detenerme, ambos dejamos que tu familia nos separara, y ya es
demasiado tarde.
—Lo siento, Zuri, realmente lo siento. No puedo justificar mi
comportamiento, no puedo justificar mi sumisión, no puedo justificar no
haber luchado por ti. No puedo justificar nada, solo me queda suplicar por
tu perdón —dijo él dejándome más anonadada de lo que estaba, intentó
acercarse, pero lo detuve con un gesto de mi mano.
—No hay nada que perdonar, Teo. No te odio ni te guardo rencor,
puedes estar tranquilo en ese sentido —admití obviando el hecho de que
todavía lo amaba.
—Solo estando contigo es que he sentido que la vida vale la pena, que
cualquier contratiempo y obstáculo es insignificante, muchas veces me he
preguntado si fuiste un sueño porque me cuesta creer que alguien tan
maravilloso se fijó en mí.
—¿De qué hablas, Teo? No hacen falta palabrerías sin sentido, sabes
muy bien que soy una chica sencilla sin educación ni talentos especiales,
llamarme maravillosa es una zalamería desalmada —lo interrumpí
contrariada.
—No sabes lo que dices, Zuri, eres la persona más especial que
conozco, la más bondadosa, resiliente y valiente. Cuando amanecíamos
juntos, no podía creer mi fortuna por tenerme a mi lado, solo me he sentido
realmente vivo estando contigo, para mí no ha existido ni un antes, ni un
después. Mi vida fuiste y eres tú —insistió.
—Teo, por favor, no entiendo qué haces aquí diciendo estas cosas, ha
pasado mucho tiempo y es demasiado cruel que vengas a irrumpir mi paz.
Por favor, basta. Si eso es todo lo que querías decir ya lo hiciste, ahora, te
agradecería que te fueras —dije sin poder evitar que un par de lágrimas
escaparan de mis ojos.
—Cruel ha sido el tiempo que he estado sin ti, no me he perdonado
haberte dejado ir, me ha destruido por completo. No importa cuánto dinero
tenga, solo tú has sido lo más valioso de mi existencia —replicó él
provocando que mis piernas flaquearan, por lo que tuve que buscar asiento.
Él se apresuró a arrodillarse frente a mí.
—No —le ordené—. Levántate, no te quiero de rodillas.
Teo ignoró mis palabras y tomó mis manos entre las suyas.
—Perdóname, por favor. Te necesito, necesito tu voz, tu aroma, tus
besos. Daría mi vida por sentir tus brazos rodeándome una vez más, que me
estreches con toda tu fuerza y me mantengas a tu lado, congelar el tiempo y
permanecer juntos para siempre —dijo besando el dorso de mis manos.
Sus palabras me estaban rompiendo el alma, mis lágrimas se
convirtieron en cascadas indetenibles, y él continuó hablando:
—No creo que puedas imaginar lo agradecido que me siento de haberte
conocido, por enseñarme a ver la vida a través de tus ojos optimistas, por
hacerme disfrutar cada detalle que ofrece la vida: el olor a pan recién salido
del horno, el sonido de una canción que conmueve, la brisa de un día cálido,
las estrellas brillando en la noche, el color del cielo al amanecer… No
quiero pasar ni un minuto más sin ti, no quiero y no puedo, nada huele, sabe
o se siente igual. Nuestra separación me está haciendo perder la razón, me
condena a días miserables, sin ti nunca podré ser feliz.
—Basta, Teo, por favor —supliqué yo—. Ya es tarde, es demasiado
tarde.
—No digas eso, te lo ruego, no me rechaces. Si me perdonas, me
dedicaré a agradecerte todos los días que aceptes que compense estos años
perdidos, me esforzaré en hacerte feliz. No puedo más con este dolor,
dejarte ir ha sido el peor error que he cometido, y no quiero que se me vaya
la vida lamentándome no poder estar contigo — suplicó él.
—¡Basta, te dije! —sentí la necesidad de gritar, y me levanté del asiento
para alejarme de él—. Hablas de ti, de tu dolor, de tu felicidad, de lo que tú
quieres, ni una sola vez me has preguntado si yo quiero estar contigo.
Teo se levantó y fue innegable que se encontraba devastado por mis
palabras, pero me conocía, mejor que nadie, siempre fuimos sinceros y nos
dijimos todo, supo que todavía lo amaba aunque tratara de aparentar que no
era así.
—Si me dejaste de amar, entonces te imploro que me des la oportunidad
de enamorarte de nuevo —solicitó con firmeza.
—Te dije que ya es tarde —repetí sacando el anillo de compromiso del
bolsillo de mi pantalón, el cual guardaba ahí mientras trabajaba para que no
se me perdiera.
Pude observar cómo el rostro de Teo se fue desfigurando mientras
observaba como me colocaba la alhaja en el dedo anular. Una flecha en el
pecho le hubiera hecho menos daño.
—No, por favor, no —dijo sentándose de nuevo—. ¿Quién es?
—¿Importa? —replicó.
—¿Lo amas? —quiso saber.
No le respondí nada, no quería mentirle, no podía.
Él supo la respuesta, mi silencio era todo lo que necesitaba para reunir el
valor e intentar besarme.
Por más que hubiera deseado que mi cuerpo reaccionara de otra manera,
fue inútil, no pude negarme. Lo extrañaba y necesitaba por más que lo
bloqueé de mi mente y espantaba su recuerdo de mi cabeza cada vez que lo
rememoraba.
Cuando me rodeó con sus fuertes brazos y unió sus labios a los míos, no
pude evitar suspirar extasiada y sentir como si hubiera estado perdida y
finalmente hubiera regresado a mi hogar.
Su delicioso aliento me envolvió e intoxicó como si él fuera una botella
de alcohol y yo una adicta, su lengua encontró la mía desesperada por
acariciarla de nuevo, y de esa manera nuestras ropas fueron volando por los
aires hasta que nos encontramos desnudos sobre el suelo de la cocina,
donde me penetró con fuerza al notar que mis fluidos prepararon mi
entrepierna para recibirlo. Mientras daba estocadas suaves y pacientes
buscando alargar el momento, me miró a los ojos, besó mi boca y cuello, y
susurró palabras de amor en mi oído.
Me juró amor eterno, me prometió que compensaría no haber luchado
por mí antes, y me aseguró que pasaría el resto de su vida haciéndome
sentir amada.
Extasiados y agotados, con nuestras respiraciones aceleradas todavía,
pensé en Jonás y en la traición que estaba cometiendo. Me levanté en
silencio y busqué mi ropa, mi sujetador estaba sobre el refrigerador, y mis
bragas dentro de una taza vacía. Sus calzoncillos aterrizaron sobre un
helecho que colgaba junto a la ventana, y de manera similar se encontraba
el resto de nuestras prendas regadas a nuestro alrededor.
—Esto no puede ser, Teo —dije de forma tajante—. Me gusta este lugar,
tengo planes y no puedo deshacerlos por ti. Este pueblo me ha acogido
como uno de los suyos, mi prometido es querido y respetado por todos.
Romperle el corazón sería devastador para muchos. No solo para él y los
demás, también para mi paz. Esto fue un error, lo siento, como te dije, ya es
muy tarde.
Teo se vistió sin pronunciar una palabra, lo conocía, estaba
reflexionando y maquinando una respuesta adecuada, no dudé de que la
conseguiría y que podría ser mi perdición:
—No quiero interrumpir tus planes, ni menoscabar tu paz y el hogar que
encontraste. Si me lo permites, hablaré con tu prometido y le explicaré que
vine para recuperarte, y también lo haré con cada persona del pueblo si así
lo quieres para que sepan que no quiero hacerle daño a nadie, solo quiero
recuperar a la persona que es capaz de hacerme sentir que vale la pena vivir.
—¿Estás loco? No puedes hablar con Jonás, ni con la gente del pueblo.
No puedes poner mi mundo de cabeza porque de pronto tuviste una
epifanía. Lo nuestro se acabó —repliqué realmente molesta.
Teo se acercó a mí como un huracán besándome como solo él sabía
hacerlo, haciendo que mis rodillas flaquearan al igual que mi voluntad, ¿a
quién quería engañar?
Cuando interrumpió nuestro beso, pude preguntar jadeante:
—¿Pretendes mudarte a este pequeño pueblo, chico de ciudad?
—Sí —replicó con firmeza—. Salí de casa con una maleta y con los
ahorros en el banco por mi trabajo. Le informé a mi familia que renunciaba
a la empresa y que no me buscaran, que te iba a recuperar y que me
quedaría donde tú estuvieras.
—Esto es una locura —dije apoyando mi frente en su pecho, él me besó
la coronilla diciendo:
—No, no lo es. Seremos felices juntos, ya lo verás. Mi vida eres tú, y
pretendo merecerte por el resto de mis días.
—No lo sé, Teo. Me perturba mucho hacerle daño a Jonás y a su familia,
me duele pensar que la gente del pueblo me va a rechazar y te va a rechazar
—susurré ansiosa.
—¿Dudas de mis encantos? —preguntó simulando un tono ofendido.
Solté una carcajada y lo abracé con fuerza.
—¿Dónde están tus cosas? —curioseé.
—En un hostal en el centro del pueblo.
—Creo que debes quedarte ahí hasta que afinemos los detalles, necesito
hablar con Jonás primero. Eso debo hacerlo yo —le dije.
—Yo también debería hablar con él, tomar responsabilidad del daño que
le vamos a causar —insistió Teo.
—Un paso a la vez —repliqué preocupada.
Sí, íbamos a causar mucho daño y eso me encogía el estómago.
Nos besamos durante un largo rato antes de que tuviera que obligarlo a
irse, lo cual hizo eventualmente de manera renuente.
Al final, las cosas no fueron tan difíciles como había pensado que
podían ser.
Jonás se comportó como un caballero, comprendió que siguiera
enamorada de Teo y deseaba mi felicidad. Todos fueron mucho más
complacientes de lo que hubiera podido imaginar, estuve convencida de que
ellos sabían que no lo amaba, y que apoyaron la relación porque no les
gustaba verme sola.
Teo se ganó los corazones de todos, habló de frente con Jonás y su
familia, y poco a poco fue conquistando el cariño de cada habitante que
conoció.
Por un tiempo trabajó en una posada como gerente, sus conocimientos
citadinos le vinieron como anillo al dedo a los dueños del establecimiento
más popular del pueblo, y luego, con sus ahorros y los míos, la compramos,
y mientras yo trabajaba en el área de alimentación, él en la de alojamiento.
Su familia intentó disuadirlo para que volviera a la ciudad asegurando
que aceptaban nuestra unión, pero ambos nos negamos, habíamos
conseguido un lugar donde éramos dichosos y respetados, donde tuvimos a
nuestros dos hijos y fuimos felices hasta el fin de nuestras vidas, y donde
nos reencontramos para amarnos como solo nosotros sabíamos hacerlo.

FIN.
¿Te gustó?
Primero que nada, quiero agradecerte por leer MI VIDA ERES TÚ. Si
te gustó, me encantaría que publiques un comentario sobre ella en Amazon
o Goodreads; conocer la opinión de los lectores es una de las principales
motivaciones para seguir escribiendo.

También tengo publicadas otras historias, y si me permites sugerirte una,


te propongo REFUGIO, un romance sobre segundas oportunidades
condensado en un corto relato.

Aquí te dejo su sinopsis y su primera parte.

Sinopsis:

Mara y Joshua fueron la pareja ideal para todas sus amistades hasta
que terminaron su relación. Luego de meses sufriendo por un rompimiento
doloroso, un encuentro casual en el Club Nocturno Refugio despertará los
recuerdos de una pasión que nunca murió.

Parte 1

Joshua siguió las indicaciones de su mejor amigo y se dirigió a una de


las puertas laterales para evitar la exasperante multitud que intentaba con
desesperación entrar en el club nocturno.
Envió un mensaje desde su celular como habían acordado, y un inmenso
guardaespaldas lo recibió para dejarlo pasar. La modelo que lo acompañaba
pasó meneando sus caderas seductoramente.
—¡Llegaste! —exclamó Alejandro—. Pensé que no vendrías.
—Te lo había prometido —replicó Joshua irritado.
A pesar de que estaban en el área de las oficinas, podía oír el estruendo
de la música en el fondo. Detestaba las aglomeraciones y los sonidos
ruidosos. Siempre había sido un hombre de espacios abiertos y de las
melodías que ofrecía la naturaleza.
—¿Y esta hermosa dama quién es? —preguntó Alejandro tomando la
mano de la chica para besar su dorso.
Ella sonrió de forma felina; embrujar a los hombres era su pasatiempo
favorito.
—Catrina, él es Alejandro Armas, mi hermano del alma. Alejandro, ella
es Catrina —introdujo Joshua intento ocultar el hecho de que no recordaba
su apellido.
Su hermano le había coordinado una cita a ciegas con ella, no porque
pensara que podrían congeniar, sino porque, según él, la chica era fácil.
Joshua tuvo que aceptar salir con la modelo para que Adam lo dejara en
paz, ya que durante semanas lo atormentó para que aprovechara un polvo
seguro.
Él detestaba lo fácil, le gustaba trabajar lo que obtenía, los retos, lo
difícil. Catrina le resultaría aburrida, y lo confirmó desde el momento que
se introdujo en su auto y puso sus manos sobre su cuerpo para saludarlo;
todo lo que decía era un reflejo de una cabeza hueca. Sintió lástima por ella,
muy lejos de desearla en su cama.
—¡Vengan! —invitó Alejandro a su amigo y acompañante—. Nos
espera una botella de Lagavulin 16 años.
—¡Qué buen recibimiento! —replicó Joshua agradecido de que su
amigo recordara su güisqui favorito.
Catrina frunció el ceño, detestaba el güisqui.
—¿Y la señorita? ¿Nos acompaña o desea otro tipo de bebida? —
preguntó Alejandro al notar el gesto de rechazo de la chica.
—Champaña, por favor —exigió entrando al lugar que le indicaban.
La habitación estaba ubicada en una zona privilegiada en la planta alta y
una de sus paredes era de cristal templado, podían ver fácilmente el local
aunque los asistentes no podían verlos a ellos.
—¡Guao! ¡Qué vista! —exclamó la modelo acercándose al ventanal.
Alejandro utilizó un pequeño radio intercomunicador para solicitar una
costosa botella del vino espumante solicitado por Catrina, y se dispuso a
acercarse al pequeño bar que se ubicaba en una de las esquinas de la lujosa
oficina.
Otra de las paredes estaba forrada de más de veinte pantallas que
mostraban cada ángulo del club. Cuando Joshua se iba a disponer a
observarlas, Alejandro preguntó con la botella de güisqui en la mano:
—¿Puro?
—Como siempre: seco sin hielo —respondió Joshua.
El hombre sirvió dos vasos y le extendió uno a su amigo. La chica
bailaba contemplando el público ubicado a sus pies.
—¡Qué bien! —chilló la modelo sobresaltando a sus acompañantes—.
¡Melania y Teresa están aquí! ¿Podemos bajar?
—Tengo meses que no veo a mi amigo —replicó Joshua—. Quisiera
conversar con él en la tranquilidad de un lugar relativamente callado, y la
música estorbaría, ¿te importa que nos quedemos un rato aquí?
La modelo puso mala cara sin ninguna intención de ocultar su
decepción, Joshua comprendió que era una niña malcriada que estaba
acostumbrada a salirse con la suya. Eso no cuadraba con él, inmediatamente
se arrepintió de haberla llevado.
—Este perro malagradecido no había venido a conocer mi club desde
que lo inauguré, y mi trabajo no me ha dejado compartir con él —agregó
Alejandro tratando de disculpar a su amigo y limar asperezas con la chica,
pero ella mantuvo una actitud altiva.
—¿No conocías Refugio? Todo el que es alguien ha venido. Este es el
lugar donde se reúne quien quiera ser visto y reconocido en esta ciudad —
declaró ella provocando más rechazo de parte de Joshua
—Supongo que Alejandro puede ubicarte en un palco VIP para que
compartas con tus amigas, ¿correcto? —preguntó Joshua ignorando su
declaración al clavar la mirada en su amigo.
—¡Por supuesto! El mejor de toda la sección de personas importantes.
Puedes invitar a quien quieras a unirse contigo —corroboró Alejandro.
La actitud de la chica cambió de inmediato, sus ojos brillaron de
emoción y dio unos brinquitos de alegría.
Un mesero entró con una bandeja con champaña, una hielera y varias
copas. Alejandro, amablemente, le indicó que guiara a Catrina a cierto
palco. El empleado asumió que la chica era importante, ya que aquel lugar
de la sección VIP era el reservado del jefe y el más privilegiado por su
espacio y ubicación, así que con gestos halagadores se retiró con la modelo.
—¿De dónde la sacaste? —preguntó Alejandro al encontrarse a solas
con su amigo.
—Adam —fue la respuesta de Joshua.
—Tu hermano conoce a cada espécimen…
—Lo sé —admitió Joshua.
—Tienes que dejar ese empeño de regodearte en tu miseria, la vida
continúa, no puedes seguir aislándote, hay buenas mujeres por ahí… y salir
con chicas como Catrina…
—No vine para que me sermonearas, Alejandro, estoy bien —cortó
Joshua bebiéndose el contenido de su vaso de un tirón, para luego ir a
buscar otro trago a la esquina donde se ubicaba la botella. Supo que había
sido grosero con su amigo, así que se propuso aligerar el ambiente—: El
lugar es increíble, te felicito.
—Es lo que siempre soñé —replicó Alejandro sirviéndose más güisqui.
Ambos se colocaron frente a los cristales para observar a cientos de
personas bailando y conversando, todos parecían estar pasándola bien.
El local era gigantesco, varios niveles permitían la ubicación de tres
bares, una gran pista de baile y varios espacios con asientos. Del techo
colgaban unas telas, y hermosas mujeres danzaban en el aire entrelazándose
con los lienzos colgantes. Todos los empleados eran atractivos y vestían un
uniforme elegante, el ambiente olía a riqueza y glamur.
—De verdad te felicito —repitió Joshua palmeando con candidez la
espalda de su amigo, en seguida terminó su segundo trago, y fue por el
tercero.
Alejandro le habló a su amigo sobre datos operativos del lugar, quien
escuchaba con interés agradeciendo la distracción luego de varios meses de
soledad y miseria; realmente era admirable lo que su cómplice de aventuras
de infancia había logrado. Refugio era el club nocturno más cotizado de la
ciudad, el más exitoso.
Joshua disfrutaba del amargo líquido de su vaso cuando siguió al
interlocutor hacia las pantallas.
—Mis equipos son de última generación, tengo un personal de seguridad
de más de 30 empleados que garantizan que todo marche sobre ruedas… —
explicó Alejandro.
Joshua comenzó a detallar la multitud; y una mujer, de cabellos oscuros
que vestía un despampanante vestido rojo ajustado, llamó su atención.
Su cabeza estaba gacha mientras bailaba, parecía que le decía algo a su
acompañante sobre sus sexys zapatos de tacón rojo, el hombre frente a ella
la observaba con fascinación, como si estuviera embrujado por su
compañera de baile y aprovechaba los sonidos de la música para moverse
de manera que rozaran sus cuerpos de vez en cuando. Él se sintió
identificado, una vez fue hechizado por una mujer como ella.
Entonces la chica levantó casualmente la cabeza hacia la cámara.
—¡Mierda! —exclamó Joshua.
—¿Qué ocurre? —preguntó Alejandro intrigado.
—Mara está aquí —replicó Joshua.
—Te juro que no sabía —admitió su amigo.

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