Está en la página 1de 12

Soñé conmigo mismo.

(Inspirada en Ett drómspel, de August Strindberg)


Escrita por Adela Onilde.

Renacer.
¿Por qué muero y vuelvo a nacer una y otra vez? Duermo; desaparezco. Abro los ojos y
soy yo, otra vez. Máquina soñante. Máquina duermevela…

Nadie sabe que existimos… y aun así, aquí estamos, entre océanos de acero y montañas de
cristal recuperando los hilos de nuestros padres y madres, perdidos por centurias entre las
sombras de la fe y la dulzura; dulzura que se estira como una mano muriente tratando de
tocar el cielo o la Luna… Yo aquí oculto por el humo del cigarro; guarecido por el castillo
de hielo que lo gobierna todo desde este vaso de whisky sagrado… Mis manos sucias, mis
zapatos desgastados. Mi corazón hoja seca flotando sin rumbo en el aire, soy una centella
que se apaga lejos de la hoguera; un día de verano; otro de invierno… viene a mí la oración
perfecta, mañanas inaccesibles, ayeres perdidos en el presente espejismo, ese instante que
nunca ha ocurrido, que jamás ocurrirá…

Esta fue nuestra historia, y así comienzo a producir el infinito…

Hay un hombre mirando por la ventana. Tiene un cigarro en una mano y un vaso de whisky
en la otra. Su rostro se pierde en el humo, sus ojos brillan entre el humo, como si fueran dos
linternas de fuego… a donde me muevo, me sigue, igual que la Luna. Alguien abre la
puerta.

Entra la claridad.
Entra, y recorre los libros del consultorio. Toma uno y sin abrirlo, pasa sus dedos por la
cubierta.
Robinson Crusoe.
Me da gusto verte. Toma asiento. ¿Quieres algo de beber?

1
Tuve un sueño. Soñé conmigo. Me seguía a mí mismo, como si yo fuera la sombra que
proyecta mi cuerpo. Me cuestionaba si yo era el soñante o el sueño…
Cuando soñamos nunca somos el director de escena. Siempre somos un personaje más.
Habitamos espacios sin saber por qué estamos ahí, iniciamos diálogo con gente sin saber
por qué lo hacemos. Decimos los parlamentos de un guion desconocido… Cuando soñamos
no soñamos, estamos siendo soñados… por otro.

Estoy buscando a Daniel de La O.


No nos conocemos… ¿o sí?
¿Quién eres?
Soy Daniel de La O, ¿y usted?
Yo también soy Daniel de La O
Tenemos el mismo nombre.
No.
¿No?
No. Yo soy tú. Tú eres yo…
Lo mejor será que detengamos aquí. Lo mejor será que usted se vaya.
¿Ir a dónde?
Váyase, por favor. (Pausa.) ¡FUERA!
Te sigo constantemente. Lo he hecho por meses.
No. Nunca te he visto.
He estado en tu departamento. Me bañé en tu regadera, con la cortina de plástico de
flores.
Eso cualquiera puede adivinarlo.
Le faltan dos anillos. Como si alguien la hubiera jalado al resbalar y caer. En el segundo
cajón de tu cómoda hay un suéter de cuello de tortuga, rojo, grande. Huele a ti. Lo
enrollé sobre mi rostro para dormir en tu cama, por un rato.
(Pausa.)
¿Qué quieres? ¿Por qué me sigues?

Nadie sabe que existimos, que nunca se está verdaderamente solo, que la muerte pertenece
al dominio de la fe. Y hacen bien ustedes al creer que morirán. Si no lo creyeran, ¿acaso
podrían resistir? Si no tuvieran la certeza del fin, ¿cómo tolerar la vida natural? La muerte

2
es un acto de fe. Fe en la nada. Fe en el todo. Cuando pregunté al Otro cuándo habíamos
nacido, respondió: nunca. Sencillamente. Pero, ¿cómo es eso? ¿Y entonces? ¿Dónde nací?
En ninguna parte, dijo con los párpados cerrados.

Querido amigo: Te escribo por este medio porque aunque se ha perdido el hábito de llamar
por teléfono, aún resta el ánimo de enviarnos mensajes. Hay cierto tipo de cosas que no
pueden comunicarse de otro modo, que suelen requerir del tiempo y de la pausa adecuada
para escoger las palabras correctas… Caminaba sobre la nieve mientras reflexionaba acerca
de un paciente nuevo que apareció por la mañana en mi oficina. No obstante tuve que
detenerme por un momento para… Qué extraño. En esta ciudad nunca nieva…
Disculpe, ¿había usted visto nevar en la ciudad?
Por supuesto, nieva toda vez que es temporada. Cuando no es temporada, solo llueve.
Esos niños, ¿a dónde lleva esos niños?
Son mis hijos. Son siete. Los llevo a casa para que aprendan a repetir lo que aprendieron.
¿Conoce usted a Daniel de La O?
Sí, soy yo.
Voy a quedarme un tiempo. ¿Puedo visitarle?
Vivo en aquella casa, blanca de techo verde. La que parece como de bruja. Solo toque la
puerta de madera.
Dijo que eran siete, pero yo alcanzo a contar ocho…
Casi lo olvidaba. Tenga, es para usted.
(Abre la carta.)
Querido amigo: Hay cierto tipo de cosas que no pueden comunicarse de otro modo, que
suelen requerir del tiempo y de la pausa adecuada para escoger las palabras correcta.
Apareció un paciente nuevo por la mañana en mi oficina…

Mi obsesión por ella.


La he buscado y seguido hasta el cansancio. ¿Es por su cuerpo? ¿La belleza de su cuerpo?
Siempre me han gustado las mujeres con cuerpo de gimnasio… ¿Por ser atléticas? ¿O es
porque en el fondo, me hacen pensar en otro hombre?
¿Por qué traes puestos esos lentes…?
Son mis lentes.
Tú no necesitas lentes. Esos son mis lentes.

3
No; tú traes puestos los míos. ¿Quién eres?
Daniel de La O
No. Yo soy Daniel de La O. ¿Por qué me sigues?
Me gustas. Me excitas…
Tú no eres Daniel de La O.
¿Ah, no?
Mi padre se llama Daniel de La O. Mi abuelo también. Y también…
Te veo y no puedo dejar de tragar saliva… Yo…

(Acción.)

¡AGARRA! ¿ESTO ES LO QUE QUERÍAS, NO? ¡O NO! PON TUS MANOS AQUÍ.
¡AQUÍ! ¡AGARRA TODO LO QUE TANTO DESEAS! ¿QUÉ? ¿NO…? ¿Por qué no
solo dices lo que quieres? Hombres, ¡por qué son tan complicados…!

Ella me pidió que la siguiera, me mostró lo que hace con los ancianos que se encuentra por
la calle.
(Acción.)
¿Por qué los bañas?
El aroma…
¿Del jabón?
La espuma. El sonido del agua. La sensación de estar sumergido en el agua. ¿Has visto
quién es? Es ella…
Me sigue todo el tiempo. Mira… Creo que ahora quiere que yo la siga…
Ve…

Es nuestro. Nuestro pequeño Daniel de La O.

El bebé está en la cuna, lo acaba de bañar, de secar, y ahora lo prepara para dormir.

4
Ella me mira, el sudor que recorre su cuello se ha escurrido por encima de una de sus
clavículas; la luz de la calle hace que la humedad delimite el contorno de su pecho;
destellan sobre su piel pequeñas gotas.
Mientras la admiro, empiezo a tocarme.
Ella tiene al bebé en sus brazos. Me mira tocándome.
Juega un momento con el niño, lo hace reír, se inclina, lo besa en la frente, luego en el
vientre…
(Acción.)
Entonces, toma su pene, y lo besa una y otra vez… Con amor.
Estoy endureciendo rápidamente en mi mano, empiezo a bombear más y más.
La descarga borbotea, se desliza con lentitud, cubre mis dedos…

Sólo eres un niño, Daniel de La O…


No quise pensar mucho en ello, era como si me hubieran despertado de un sueño.
Uno en el que se descubrió tomado de la mano de un extraño, frente a la entrada de una
casa que parecía la casa de una bruja. Tocaron a la puerta. Abrieron. Allí su mano
cambiaría de dueño mientras escuchaba la voz del desconocido decir adiós.
La piel de la persona nueva tenía una aspereza muy agradable; no apretaba con tanta fuerza.
En el piso, los mármoles llevaban a la estancia principal desde cualquier dirección; eran
como los huesos de un esqueleto, colocados en círculo con el único fin de exaltar el centro
de aquella estancia. Petrificada en el sofá, como hecha del mismo hueso de los pasillos, la
esfinge lo contemplaba sumergida en una interminable quietud.
Él no quería, pero lo acercaron hasta quedar al alcance de su mano…
¿Sabes lo que le ocurrió a tus padres…? Se los tragó el mar. Te has quedado
absolutamente solo. Yo cuidaré de ti. Y este será tu hogar…
Daniel se quedó por largo rato mirando una puerta de madera, en el fondo del pasillo.
(Pausa.)
¿Quién vive adentro de esa habitación?

5
La até sobre el sillón. Frente al espejo. La amordacé. Su familia afuera, gritando su
nombre.
¿Su nombre? ¿Cuál era su nombre?
La violé. Tuve que violarla. Y mientras la violaba, su cara se golpeaba contra el espejo.
¿Y ella qué hizo?
Lloraba.
Lloraba.
Y mientras la estaba violando. Su cara se manchaba con sus lágrimas. Pasé mis manos
por mis ojos. Mezclé sus lágrimas con las mías… el aroma. Me gusta el aroma.
Su familia afuera, seguía gritando su nombre.
¿Qué piensa hacer con ella, Sr?
¿Es usted su madre?
Está confusa por tanta felicidad y desgracia.
¿Por qué no deja que seamos nosotros los que lo decidamos?
¿Por amor? ¿O por compasión?
Yo no puedo compadecer a nadie. Soy un Psicólogo. Mi ropa apesta a la miseria de los
demás. Hiede a egoísmos y dolores ajenos. A veces trato de desinfectarla, dándole a la
gente alguna esperanza, hablo con elocuencia, pero ellos saben en el fondo que es falsa…
Vivo y como de la tristeza ajena.
Si la tristeza ajena es la fuente de sus ingresos, entonces gana lo suficiente para darle
una vida buena a mi hija.
Lo veremos después. Tengo una cita importante.
Ella le tiene tanta confianza que yo no puedo hacer nada.
Son ocho los niños que debo visitar.
¿Usted, cómo se llama?
¿Está nevando afuera?
Hombre ingrato. Testarudo. Ella se ha sacrificado tanto por usted.
Yo le he dado un techo.
Usted vive de los demás, jamás se ha ganado nada, y en cuanto a mi nieto, solo lo veo en
sueños. Él es un sueño que tengo recurrentemente…
¿Está nevando afuera? Conozco a ese hombre. (Acción.) Cuando regrese todo estará
arreglado.

6
Si lo sigues, terminarás muerto en la calle.
¿Tiene usted miedo de la calle?

Voy a esperarlo afuera de donde vive. A lo mejor puedo inventar algún pretexto para
detenerlo y pedirle que baje su ventanilla. Buenas, usted no me conoce, (no, no, mejor de
tú, uno de esos tú que parecen usted), hola, no me conoces, pero, en fin, esto te parecerá
muy raro o interesante, pero me llamo Daniel de La O.
Igual que tú.
Sí, sí, nuestros nombres son idénticos.
¿Curioso, verdad?
No son nombres muy comunes, mucho menos el apellido y todavía menos la combinación.
¿Raro, verdad?
Cierto, Daniel, muy cierto.
Daniel.
Entonces él me invitará a comer para platicar, inventaremos algunas bromas con sus
amistades:
¡Somos los dos de La O!
Le vendrá entonces como una ocurrencia, me dice que me presentará con su mujer:
¿Por qué no mejor coges con él? Imagínate que él soy yo.
Que yo soy él.
O que somos la misma persona.
O mejor cogemos los tres.
Así tú coges con dos Daniel de La O, al mismo tiempo.
Ella acepta, cogemos súper rico toda la tarde, y, luego, en secreto, bañada en sudor, me
confiesa que me prefiere a mí…
¡A mí!
Todo es posible...

7
Veo mi reloj. Según mis cálculos, todavía faltan unos veinticinco minutos antes de que
salga de la cochera en su automóvil.
Decido esperar. El otro Daniel aparece vestido con unos pants gris y una toalla colgando
del hombro izquierdo. Trae consigo una maleta deportiva.
Mira su reloj y apura el paso.
Pasa junto a mí, por poco menos de un segundo nos cruzamos.
Percibo como si aquello fuera un evento cósmico inusual, una anomalía en la
continuidad tiempo-espacio.
Dos objetos a punto de ocupar el mismo lugar en el mismo momento.

El otro Daniel lleva prisa.


¡Por qué me sigues!
¡Por qué me sigues!
¡Detente!
¡Detente!

Hace un movimiento incómodo con su cuerpo y comienza a trotar hacia la esquina.


Lo sigo.
Va muy rápido, estoy a punto de perderlo, pero acelero mi paso casi al mismo ritmo que el
suyo.
Daniel para ese momento ya no trota, corre, está huyendo.
Huye de mí con todas sus fuerzas.
Mi corazón late con una velocidad molesta, golpea mi pecho y las orejas me pulsan
llenas de sangre.
Entra en la estación del metro, baja las escaleras.
Llegamos al andén. Estamos nadando en un mar de personas, es hora pico y por algún
motivo el tren se ha retrasado.
Toda esa gente lleva minutos acumulándose a lo largo de la plataforma.
Daniel se abre paso entre la multitud, trata de escabullirse entre ellos.
Quiere esconderse de mí.

8
No, no es así.
Caigo en cuenta de que lo que quiere es llegar hasta donde está el policía.
Pero una mujer de vestido negro le cierra el paso y lo obliga a rodearlo. Es ella…
Lo hace, pero del lado del borde.
¡Estás demasiado cerca del borde!
El otro Daniel cierra los ojos apretando los párpados con fuerza, pierde el equilibrio y cae a
las vías.
¡Está ahí, todavía respira!, ¡hagan algo!
Logro atravesar el muro de gente hasta el sitio donde alcanzo a ver algo que parece la mitad
de un hombre. No sé si se mueve o no, si seguía o no, en realidad, ya no importa.
Todos están distraídos con aquella imagen.
Salgo de la estación con tranquilidad, sin llamar la atención.
La ambulancia se estaciona enfrente.
Bajan los paramédicos sin prisa.
Saben que nadie puede hacer nada.

Siguen siendo ocho niños.


Son siete.
Creo que maté a alguien.
¿A quién?
A Daniel de La O
Iban a ser ocho, pero son siete.

(Acción.)

¿Qué te dijo?
Ella mandó a buscarte. Tienes que volver para cuidarla.
¿Hay alguna otra salida?

9
Sí. Esa. (Pausa.) Creí que no querías que te descubrieran… ¿No prefieres esperar a que
deje de nevar?
Ya deben estar buscándome.
¡Espérate! (Acción.) Sí son ocho. No los había contado bien.
(Pausa.)
Siempre hay un hijo al que pasamos por alto.

Te traeré una silla.


No necesito una silla.
(Acción.)
Tú… ¿esperabas otra cosa de mí? En el fondo, todo es tu culpa. Siempre será tu culpa.
Te quejas de mi padre, pero por lo menos, él guardaba mis secretos. A ti te pagaba por
guardar los míos, ¿y qué hiciste con ellos? Una vez por semana yo sentía alivio de verte,
salía con la sensación alegre de que algo estaba pasando, sin saber que estaba siendo
llevada al centro de una telaraña. Que los hilos de los que yo creía que me estaba
liberando, eran en realidad los que tejía en secreto un bicho oscuro y sombrío… Me
entregué a ti y tú me hiciste creer que era algo natural. Que mis dudas eran parte de mis
síntomas. No pude oponer resistencia. (Pausa.) ¿Crees que él se hubiera atrevido a
secuestrarme? ¿A tenerme así, sin dignidad? Ya no temo a nada ni a nadie.
¿Por qué él y no yo?
Nos dejaste solos. Nuestra pequeña familia te extrañó todo ese tiempo…
Es porque es más joven.
Nos abandonaste.
Es guapo y joven.
No cerré bien la puerta. Rompió el cristal de la ventana y me sacó.
Si tu fidelidad depende de una ventana, entonces está bien que haya finalizado.
Todo ha terminado.
Toda relación tiene sus defectos… pero la nuestra no fue tan mala. Somos de mundos
distintos. Nuestras vidas han cambiado, pero aún podemos aprender. Todo es muy nuevo
para nosotros, pero todavía podemos aprender… (Pausa.) Desde la primera vez que
recorriste mi rostro con tus ojos…
Si la naturaleza del mundo no fuera la injusticia. Si la existencia no fuera esclava de la
miseria… podríamos estar seguros aquí, abajo, en lo oscuro, juntos. Siempre juntos, sin

10
despertar. Con tu mano siempre cerca de la mía. Necesito tu presencia. Me siento
perdida sin tu presencia.

¿A quién buscas?
(Acción.)
¿A ti?
¿Por qué vienes así?
Me lastimé cuando me caí.
¿Te caíste?
Me caí en el andén del metro y me lastimé una rodilla.
Vete.
No.
Dile que no habrá boda.
¿No la habrá?
Su padre abusa de ella. Lo hace desde los cinco años. No. No habrá boda. (Pausa.) ¿Y tú?
Sí, yo me casaré con ella. Es lo mejor para ella.
La vida ha sido injusta.
Lo es. ¿A dónde vas?
Tengo que encontrar a Daniel. Debo encontrar a Daniel de La O…
(Acción.)
¡Allá!
¿Ha parado de nevar…?
En el balcón del castillo. No sé qué mira con tanta preocupación. Creo que es… polvo.
Ha parado de nevar.

Edipo responde la pregunta de la Esfinge: ¿Qué camina en cuatro patas por la mañana, en
dos a mediodía y en tres durante el ocaso? Nosotros. Los seres humanos. La Esfinge
pregunta un qué. Hamlet pregunta ¿quién? Con eso inicia la obra: ¿Quién anda ahí…?

11
Hay dos formas de existir en este universo. Una es ser sencillamente una cosa, un qué, y ser
gobernado por las leyes de la materia. El otro es ser alguien, un quién, y vivir bajo las leyes
de la identidad.
¿Quién anda ahí?
¿Quién es ese niño llorando?
¿Quién es el padre o la madre de ese niño llorando?
¿Quién vive adentro de esa habitación?
¿Quién es Daniel de La O?
¿Quién mató a Daniel de La O?
¿Qué pensaba Daniel de La O mientras lo estaban matando?

¡Por fin estás despierto! Ven. Sígueme.


¿A dónde?
Ven te digo.
Debo ir a mi oficina.
Olvídate de ese trabajo inútil. Daniel te ha esperado todo el día. Está en el balcón.
¿Daniel?
Sí.
Pero…
Vamos. Mi mamá, mis hermanos; todos están preguntando por ti.
Yo también soy Daniel de La O.

Lo llevó hasta el castillo. Un castillo ardiente que crecía sobre la tierra a cada instante
que pasaba. Él lo esperaba dándole la espalda, con las manos apretadas en el borde del
balcón. Sintió como su corazón se escindía en dos mitades que se miraban la una a la
otra, pero en direcciones opuestas. Se acercó hasta él, y puso su mano temblorosa en el
hombro de Daniel. Cayó en sus brazos. Le hizo acercarse a sus labios. Hablaba con
esfuerzo. Apenas podía entender lo que le decía, pero lo que le decía (Oscuro final.)…

12

También podría gustarte