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Bestia Elisa D’ Silvestre

Bestia
(La Réplica 1.5)
Bestia Elisa D’ Silvestre

Sinopsis

No he sido un buen hombre.


He vivido en la oscuridad por casi toda mi vida, y nunca
me replanteé mis decisiones. Nunca.
Pero siempre hay una primera vez, porque el destino
nunca esconde por mucho tiempo su az bajo su manga.
La vi sólo una vez y algo dentro de mí se derritió.
Ella derribó todos mis muros, y entró en el único lugar
que yo había estado resguardando muy bien todos esos años.
Y es una montaña de mierda apestosa que la única
opción que me queda sea matarla.
Parece que no siempre se consigue lo que se quiere de
verdad.
¿O sí?
Bestia Elisa D’ Silvestre

Antes de ella

Hacía ya dos meses que decidí dejar de jugar maliciosamente con la


ley. Más de sesenta días que he dejado los coches caros en paz, y no he
entrado de nuevo en el callejón oscuro, escondido en aquel barrio de mala
muerte, para emborracharme y drogarme. Dos meses que me desprendí de
ciertas amistades que premiaban mi delincuencia y me inducían a más.
Era el mejor. No había dudas.
Pero ser el mejor de ese lado de la línea no era merecedor de un
premio. Estar allí significaba sacrificar tu vida y dejar de lado muchos
principios. No es que tuviera muchos, pero no era tan malo como todos
creían.
Hacía dos meses que abandoné mi lugar en el lado oscuro para tratar
de ser un buen hombre. Y ahora sé, también, lo que querían decir muchos de
mi círculo cuando aseguraban que no era fácil salir una vez que estabas
metido hasta el nacimiento del cabello en el lado equivocado. Tener
antecedentes lo complicaba todo. Nadie aceptaba un trabajador con la
honestidad dudosa y un pasado tormentoso.
Deambulé perdido, subsistiendo con algunos de mis ahorros de mi
vida pasada. Necesitaba un trabajo, y lo necesitaba ya. No por mí, sino por
ella.
Lucrecia. Mi hermanita. La única persona en el mundo que creía que
el infame “Gio” tenía un corazón detrás de toda esa piedra gris y helada que
habitaba en mi pecho. Y, puede que, después de todo, tuviera cierta razón en
pensarlo, porque no quedaban dudas de que mataría por ella. De que moriría
por ella.
Fue por Lucrecia que decidí salir del agujero. Fue porque la hice sufrir
demasiadas veces poniéndome a mí mismo en peligro. Yo era todo lo que le
quedaba y era irresponsable de mi parte correr esa clase de riesgos.
Esa noche, cuatro meses atrás, había terminado de hacer mi trabajo,
como siempre sin ningún tipo de inconvenientes. Y fue mi mayor récord, robé
seis autos en cuatro horas. Mis compañeros estaban eufóricos porque les
encantaba todo lo que yo hacía. Y el jefe me tenía en un pedestal. Todos
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quisieron festejar por mí, y no puse trabas a eso, seguí en juego porque, era
parte de él. Siempre había sido parte de él.
Bebimos hasta ver todo multiplicado por tres y nos drogamos hasta
las cejas. Mezclé mucho esa noche, y generalmente era responsable con las
sustancias, pero esa vez perdí el control y no me importó. Brindé alzándome
tambaleante en las plantas de mis pies, grité como un condenado y aspiré
toda la mierda que tuve en frente.
Quizás lo hacía porque era demasiado débil para negarme. O porque
me sentía vacío la mayor parte del tiempo. O porque me culpaba por la
muerte de mi madre y la enfermedad de mi hermana. O sólo porque era un
chico perdido que no valía más que la nada misma.
No valía nada, aun teniendo un padre que sudaba y cagaba dinero a
diario.
La verdad, no importaba el por qué. Lo hice, me excedí y punto. No
hay lugar para excusas. Llegué a casa en la mañana, con el sol ya arriba
filtrando la luz en mis ojos, se sentía como una espada atravesándome de sien
a sien. Mi estómago se estrujaba en sí mismo y los mareos me daban náuseas.
Fui directo a mi cama, que quedaba aislada al final del pasillo y sin siquiera
desvestirme o quitarme mis zapatillas caí sobre la almohada boca abajo.
Inconsciente en un único parpadeo.
Lo siguiente que supe fue que Lucrecia gritaba mi nombre a través de
una neblina espesa. Podía oír su llanto desconsolado filtrando a través de
otras voces susurrantes. Alguien me levantó en el aire y volvió a recostarme
en una superficie más dura. Recuerdo que quería despertar pero me era
imposible, mi cuerpo no respondía.
Y, cuando al fin logré separar mis pestañas, lo único que sentí fueron
ganas de volver a cerrarlas y morirme. Mi hermana se encontraba deshecha
en mi lado izquierdo de la cama. Pálida y debilitada a más no poder. Apenas
podía mantener su cabeza erguida sobre sus hombros. Sus ojos azules me
observaron tristes a través del grueso manto de humedad.
Estaba en una habitación de hospital porque ella me había encontrado
sobre mi cama, boca abajo, inconsciente, cubierto de vómito asqueroso y a
punto de tener un paro cardíaco. Yo me había provocado una puta sobredosis.
¿Qué decía eso de mí?
Exactamente, no decía que era un buen chico que trabajaba
decentemente para darle lo mejor a su única familia. No decía que llegaba a
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casa temprano y arropaba a mi hermanita todas las noches. No decía que


cuidaba de ella debidamente. Y Lucrecia estaba gravemente enferma. Ella
tenía leucemia.
Y lo único que estaba dispuesto a hacer era robar coches en las
madrugadas. Buscar y asesinar gente por dinero de vez en cuando. Y ser un
drogadicto hijo de puta que no valía más que la mierda.
Eso decía de mí. Todo eso. Nada respetable.
Los ojos de mi hermana destrozaron algo dentro de mí, ellos abrieron
los míos. La decisión estuvo tomada al segundo siguiente. No más asuntos de
ratas de alcantarillas.
Pero nadie creyó en mí lo suficiente. Y, la verdad es que no culpaba a
la gente que no me quería cerca. Era un ladrón. Y lo peor de todo: un asesino.
Mis suministros se agotaban y no quería recurrir al robo de nuevo.
Sólo me quedaba una única opción.
—Sabes que, cuando lo necesites, podés recurrir a mí—dijo varias
veces a lo largo de los años el malnacido que me engendró.
Las venía escuchando desde que tenía dieciocho. Y no eran sus
palabras las que me jodían, era su tono al pronunciarlas. Yo no era su hijo a
sus ojos, él ya tenía una familia. Una grande, adinerada. De esas que salían
como ejemplos en las revistas.
Y yo era un peón más al que manejar. Uno muy bueno.
El día que llamé a su puerta hice todo mi esfuerzo por enterrar mi
disgusto y resentimiento. Lo enfrenté y cuando me vio a la cara sonrió. No
con bienvenida ni alegría, sino como si acabara de ganar un juego enfermizo.
Me tenía y se relamía con anticipación. No hacía falta aclarar que estaba muy
al tanto de mis andanzas a lo largo de mi vida, era una buena adquisición para
su ambiente.
El problema fue que… no lo supe hasta que fue demasiado tarde.
Dejé atrás un agujero negro, para adentrarme en otro más ancho, más
profundo. Más oscuro.
***
— ¡Por favor!—gritaba el pobre diablo, su piel pálida, su saliva
chorreando por su barbilla temblorosa y sus lloros sucesivos— ¡No lo hice!
¡Lo juro! No traicioné a nadie…
Le rodeé, yendo y viniendo, creando un círculo invisible a su
alrededor. Se encontraba inmovilizado, sujeto de tobillos y muñecas a una
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silla, sus ojos vendados. La sangre caía por su nariz sin freno, me había
costado sólo un pequeño movimiento para destrozarla. La verdad es que esta
clase de situaciones no provocaban nada dentro de mí, él era un hombre rata,
al igual que yo. Con la diferencia de que yo era más fuerte, letal, y menos
ingenuo. El pobre no había tenido mejor idea que traicionar a sus superiores
y eso, en este submundo, se pagaba con la muerte.
¿Quién era la muerte en este caso?
Claro que no hace falta pensar mucho. Ese sería yo.
Mi padre, mejor dicho, el hijo de puta que mi mamá amaba hasta la
locura, me contrató para esto. Para ser su máquina, su robot asesino. Y lo
hacía aunque hubiese jurado dentro de mí mismo que dejaría de ser así porque
esto le brindaba mejores tratamientos a Lucrecia. Y además mis antecedentes
desaparecieron de las oficinas de las autoridades del país. Ya no era un
delincuente buscado por la justicia. Pero seguía siendo una rata sucia de
alcantarilla, y ésta era aún más apestosa que la anterior.
Miré al tipo que se atragantaba con su miedo y lloriqueaba como un
bebé. Decidí que ya había terminado con él. Ya se había confirmado lo de su
traición, existían pruebas, no tenía que hacerle confesar nada. Sólo debía
proceder. Saqué mi navaja del bolsillo de atrás del vaquero rasgado y
manchado de sangre y sólo di un paso hacia él. De un solo corte abrí su
garganta. Me di la vuelta y salí, lo dejé allí, sabiendo que alguien después
limpiaría el desastre.
Si de algo servía aclarar, yo no mataba gente inocente. Todos los
títeres que se despedían de su cabeza eran manzanas podridas dentro del
cajón. Quizás es por eso que no sentía culpabilidad. O quizás era porque,
simplemente, estaba enfermo de la cabeza.
No existía perdón alguno para mí, y tampoco me interesaba.
Me alejé del edificio imponente que era utilizado como hospital
clandestino y que se hacía pasar por fábrica de mierdas que ni me interesaba
saber. Me subí a mi moto y partí hacia la casita que alquilaba de forma
temporal a las afueras, en un barrio en construcción.
Mi hermana ya no vivía conmigo, ella estaba a resguardo en un
departamento en el centro de la ciudad, tenía una enfermera a cargo las
veinticuatro horas al día. Yo no me acercaba seguido por allí, la quería lejos
de mi vida y de cualquier peligro. La llamaba y hablábamos todos los días,
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nunca le confirmé en donde trabajaba, pero sabía que detrás de cada palabra
que ella me dedicaba sabía a la perfección la clase de vida que yo arrastraba.
Entré y encendí una única luz, pasé directo a la habitación en busca de
una toalla para darme un baño. Abandoné la ropa sucia en un rincón y entré
en la ducha, rodeado de vapor. Decidí que esa noche buscaría a Johny y
saldríamos en busca de diversión.
***
Después de tres cervezas y unas cuantas risas con Johny, un ex
compañero de andanzas nocturnas de mi agujero anterior, el único con el que
seguía en contacto después de todo, decidí que tenía suficiente. Salí por la
puerta del bar de mala muerte sonriendo al ver cómo mi amigo quería
conquistar a una de las meseras del lugar y fijé la mirada en mi moto unos
metros más allá estacionada.
Johny era un buen muchacho. Un delincuente, sí, pero no salía de eso.
Sólo robaba coches, no lastimaba a nadie. No era como yo. Estaba seguro de
que si le decía las cosas que había estado haciendo últimamente, luego de que
él se separara del grupo hace un par de años porque quería seguir por su
cuenta, me miraría horrorizado y se alejaría de mí sin pensárselo dos veces.
Pero no se lo diría porque me gustaba su compañía, me relajaba y me llevaba
a bajar la guardia.
Me gustaba su mente brillante y su sentido del humor. Él era
subestimado la mayoría de las veces, pero nadie sabía que se estaba labrando
un imperio de desarmaderos de autos. Sólo veían a un jovencito que
aparentaba quince años, con gorra de skater y sonrisa aniñada, no veían su
inteligencia e ingenio. Por eso era bueno en lo que hacía.
Me paré a un lado de la moto, buscaba mis llaves en el bolsillo cuando
tres grandotes con chaquetas de cuero negro de motociclistas me rodearon.
En sus ojos no pude augurar nada bueno, mi columna vertebral se irguió
sobre sí misma, preparado para actuar. En el primer intento de reducirme
alcancé mi navaja con un movimiento casi invisible y sin preguntar, luché con
ellos hasta que cayeron, uno a uno, en mis pies.
No hice más que levantar la cabeza que aparecieron seis más.
Entrecerré los ojos. Yo era bueno, lo sabía, pero era lo suficientemente
inteligente para saber que no podría contra todos. Pinché a los que pude en el
camino, unos cuántos más terminaron en el suelo, heridos de muerte o ya sin
vida.
Bestia Elisa D’ Silvestre

Me daba igual.
No mantuve mi suerte por mucho tiempo, un pequeño ejército se
terminó por presentar y terminé inmovilizado en el suelo maloliente del
lugar. Apreté los dientes cuando me alzaron, ataron mis muñecas y pies,
taparon mis ojos y me metieron en el maletero de un coche.
No pensé demasiado en lo malo que era todo lo que me estaba
pasando. Podría no salir vivo de ésta. Pero ni me inmuté.
Será porque siempre asumí que mi final sería más temprano que tarde.
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Órdenes inesperadas

— ¿La conoces?—preguntó soberbiamente el tipo frente a mí.


Observé sus ojos oscuros con detenimiento, tratando de ignorar la
forma en la que me encontraba atado a unos grilletes en la pared, rodeado de
diez gorilas innecesarios, atentos a la escena. El hombre que sostenía la foto
era de estatura media, con el pelo rubio oscuro peinado hacia el costado y
estaba pulcramente vestido con un traje de tres piezas gris oscuro. Su mirada
penetrante me apuró para responder.
No me quedó otra opción que echarle un vistazo a la foto. Era una
niña, no, más bien una adolescente. Unos dieciséis quizás, o diecisiete. La
imagen la mostraba caminando por la calle con un caro uniforme de alguna
escuela cheta. Sonreía a alguien a su lado, vaya a saber quién. Mis ojos se
detuvieron en los brillantes de ella, tan parecidos a esmeraldas iluminadas
por el sol. Su pelo estaba suelto, volando al viento enmarcando su rostro de
niña dulce. Era bonita.
No. Más que eso. Era preciosa. Lo más parecido a un ángel que había
visto jamás.
Quité los ojos de ella y negué inescrutablemente al tipo.
—Ella está bajo la seguridad de Rodrigo Fuentes, tu jefe…—clavó
sus ojos en los míos—. A los ojos del mundo es su hija, pero nada está más
lejos que aquello de la realidad…
Se separó de mí y abandonó la foto sobre una mesa. No sé por qué
sentí una fuerte necesidad de tomarla y ponerla a resguardo en mi bolsillo.
—Tengo entendido que hace poco más de un mes comenzaste a
trabajar para ellos… mejor dicho tu padre te metió en esto… He averiguado
mucho sobre tu vida, tus manos no pueden estar más manchadas de rojo…
Apreté los dientes, pero no podía replicar porque llevaba la razón.
—Necesito que me pases información sobre todo lo que ellos hacen y,
cuando llegue el momento, recibirás la orden de matar a la chica…
Fijé mis ojos en él sin entender nada al principio, pero
inmediatamente después solté una seca carcajada.
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— ¿Y quién carajo te crees para ordenarme algo?—pregunté


entrecerrando mis ojos.
El tipo, Brown, así se había hecho llamar ante mí, le envió un claro
mensaje con sus ojos a uno de sus súbditos. Éste dio un paso hacia él y le
tendió una cámara de video digital.
—Sabía que no iba a ser fácil doblegarte—comentó mientras encendía
la cosa—. Ahora mira bien esto, y no hará falta que sigas haciéndote el duro
ante nosotros.
Le dio play al video ante mis ojos y la pantallita se iluminó. Lo
primero que distinguí fue una cortina de cabello rubio casi blanco, largo y
sedoso. Mi estómago se revolvió y mi corazón se retorció en mi pecho. El
rostro ceniciento de Lucrecia se mostró después, alguien la obligaba a fijar la
mirada hacia la cámara.
—Sonríe—decía el hijo de puta que filmaba—. Sonríe a tu hermano
mayor…. Vamos… mándale un saludo...
Los ojos de mi hermana pestañearon débiles y luego se deslizaron
hacia el suelo. Estaba cubierta de sudor, y podía transmitirme sin
inconvenientes su sufrimiento.
Brown apagó el aparato con un seco click y yo me precipité hacia
adelante tirando de mis ataduras con fuerza, gritando como un animal. Él
tuvo la desfachatez de sonreír ante mi rabia.
—Dejala en paz—le gruñí.
Él alzó las cejas simulando inocencia.
—Lo haré…—soltó sonriendo—. Lo haré… siempre y cuando hagas
tu trabajo decentemente.
Aspiré aire con fuerza, sintiendo el ataque de violencia acercarse en
pequeñas pero intensas oleadas. Perdería el control en cualquier momento.
— ¿Por qué yo?—pregunté agitado.
—Porque sos bueno, inteligente…Tu sangre es fría como el hielo…
Y porque quiero verles las caras a Godoy y Fuentes cuando se enteren de que
su mejor adquisición les traicionó sin pestañear…
Ese tipo estaba enfermo.
Y yo sabía que con esa clase de personas no se podía joder.
***
Me llevaron con mi moto inmediatamente después de aceptar el
chantaje de Brown. Cuando al fin estuve solo no pude retenerme más,
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exploté. No podía sacarme de la cabeza la imagen de mi hermana secuestrada,


de lo débil que estaba, lo frágil que se veía junto a aquel gorila que la obligaba
a mirar la cámara. Brown me prometió que nada le pasaría mientras estuviera
con él, pero yo no podía creerlo. No podía aceptar que la mantuviera cautiva
sin su consentimiento. Lucrecia debía de estar aterrada.
Llegué a la solitaria y pequeña casa de barrio después conducir casi
por una hora. El aire de la velocidad pegaba contra mi rostro y eso
desaceleraba mi ataque de violencia. Pero no por mucho tiempo, yo lo sabía.
Entré y me quedé de pie en medio del saloncito vacío, la oscuridad
rodeándome.
Mi respiración se alteró y mis manos temblaron incontenibles, quería
hacer daño. Deseaba con todas mis fuerzas destrozar a Brown. Hacerlo
papila, a él, a sus gorilas. También a Godoy y a Fuentes. ¿Cómo era posible
que me adentrara en arenas movedizas como estas? ¿Cómo dejé que me
hundieran más de lo que ya estaba?
Las llaves se escurrieron de entre mis dedos y repiquetearon contra el
suelo, justo segundos después caí de rodillas junto a ellas respirando con
dificultad. Era de vida o muerte para mí que mi hermanita estuviera a salvo.
Necesitaba saber que estaba bien.
—Lucrecia—susurré al piso de baldosas blancas.
Náuseas siguieron su curso. Siempre las tenía cuando trataba de
negarme a caer en el pozo oscuro del ataque. Tragué y gruñí desde mi
garganta. Los ruidos que salían de mí siempre ponían mi carne de gallina.
Sabía que era un animal, y tenía la certeza de que lo sería por siempre. Lo
monstruos no sanaban.
Clavé la vista en una de las tres sillas de madera que acompañaban la
mesa en el comedor y gateé hacia ella con movimientos lentos y forzosos. El
aire se precipitaba hacia mis pulmones, recorriendo mis conductos con
aceleración. La madera se sintió blanda contra la palma de mi mano, ajusté mi
agarre. Ignoré las gotas de sudor que corrían por mi frente y mi espalda,
empapando mi ropa. Ajusté los dientes en un seco clic y la silla salió
despedida por el aire, estrellándose después contra la pared. El ruido de la
madera quebrándose fue música para mis oídos.
Me arrastré hacia ella y la terminé de convertir en inútiles pedazos de
madera vieja.
***
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“Te quiero acá a las diez en punto” leí que decía el mensaje de texto
impersonal enviado por Godoy, dos mañanas después. No respondí, nunca lo
hacía. Sin embargo eso no quería decir que desobedeciera. Verifiqué la hora
con ojos entrecerrados y sólo me quedaba media hora para prepararme y salir
a su encuentro.
—Te presento a mi esposa, Carmela Fuentes Rinaldi—me encaró
Rodrigo, ni siquiera pasados los dos segundos de ingresar a su despacho.
Clavé mi atención en la temblorosa mujer que estaba sentada en una
de las butacas acolchonadas de la estancia. Llevaba su cabello negro trenzado
en la espalda, le llegaba hasta la cintura, una bata larga la cubría por
completo. La mitad de su rostro estaba quemado y arrugado, cualquiera que
la viera reaccionaría con impresión pero yo ni me inmuté. Sin decir una sola
palabra como saludo, sostuve mi mirada fija en ella. Penetrante. Sólo porque
sabía que la ponía mucho más nerviosa de lo que ya estaba.
Cuando bajó la mirada, amilanada o quizás avergonzada de que mirara
tan fieramente sus heridas, me centré en Rodrigo que estaba apoyado en su
escritorio y en Godoy que no paraba de estudiarme con sequedad. No era un
secreto que nos aborrecíamos mutuamente.
—Tenemos un nuevo trabajo—dijo Fuentes enviándome dagas con
sus hundidos ojos negros.
Aspiré aire por la nariz con serenidad fingida. Odiaba estar en la
misma habitación que ese par de mierdas. Yo era mierda, no podía negarlo,
pero ellos eran incluso más nauseabundos.
—Tengo a la réplica de mi mujer viviendo en mi casa—largó sin más
preámbulos Rodrigo, yo entrecerré los ojos con reserva—. Lucía Fuentes, así
la llamé, y se ha criado bajo mi techo creyendo durante toda su vida que es mi
hija. A los ojos de todos lo que la rodean es mía. Creí que estaría bien que se
criara como una chica normal, sin sospechas de nada raro. Nos pareció injusto
que creciera encerrada, sobre todo, porque queríamos que tuviera una vida
saludable…
Un gusto amargo pobló mi boca, tragué saliva sonoramente sintiendo
correr mi sangre con fluidez hirviente. ¿De qué carajo me estaba hablando
este tipo? ¿Qué clase de hijo de puta le hacía eso a una niña?
—Sabes que si alguien se entera de lo que en realidad ella es se
desataría un caos… ya que es el primer clon de ser humano en el mundo…
Pero sólo la creé para darle a mi mujer lo que siempre le perteneció:
Bestia Elisa D’ Silvestre

normalidad y belleza. Cuando esté cerca de cumplir dieciocho la


sacrificaremos…
Mi respiración se descontroló un poco. Estaban hablando del ángel de
ojos esmeraldas que había visto días atrás en una foto. Me giré para mirar a
Carmela que seguía con la vista baja y sus hombros flacos temblorosos. No
podía creer que alguien, en especial ella, estuviese de acuerdo con esta mierda.
—En fin… he recibido un aviso de alerta y resulta que ella está en
serio peligro… Lucía tiene una vida normal, y es un blanco fácil. Se crio en
esta tranquila ciudad, ha tenido choferes y criadas, pero nunca un
guardaespaldas—se hundió de hombros como si estuviera hablando del
pronóstico.
Godoy se puso de pie y se acercó a mí.
—Ha llegado el momento de que tenga uno—me palmeó el hombro.
Le repase de reojo, degustando mi rabia en mi lengua y encajando con
dureza mi mandíbula. Esto no me estaba gustando nada.
—Haz lo que tengas que hacer, tenés tiempo hasta dentro de una
semana, luego te quiero convertido en su sombra, día y noche… ¿está claro?
Arrugué mi entrecejo, desconforme.
—Este trabajo no pega nada con mi perfil…
—Hijo, es perfecto para vos… estás hecho para esto… sos inteligente,
rápido y no dudas a la hora de matar… Sos el protector ideal para nuestra
querida réplica.
—Además, no tenés derecho a replicarnos nada…—interrumpió
Rodrigo—. Cuando viniste a nosotros, te pusiste entero a nuestra
disposición… por lo tanto vas a llevar a cabo cada maldita cosa que
queramos… Después de todo te estamos pagando una fortuna… ¿no es así?
Me engullí las gigantes protestas que punzaban por salir de mi boca,
di media vuelta y fui directo a la puerta.
—Nos vemos en una semana—aseguré cortante y abandoné el lugar
con la espalda tiesa.
Estaba entre la espada y la pared. Por un lado tenía que cuidar a Lucía
Fuentes como si fuera un cofre repleto de oro macizo, y por otro, debía
asesinarla cuando obtuviera la orden.
No tenía que pensar dos veces para qué lado debía proseguir. Mi
hermana estaba en peligro, por lo tanto, la réplica debía morir cuanto antes.
Bestia Elisa D’ Silvestre

El primer contacto

Pasaban los días y no recibía llamadas ni avisos de Brown. Se había


esfumado. Hasta quise convencerme por un momento que mi encuentro
forzado con él ni siquiera había existido. Pero lo más inteligente era estar
alerta, porque así como había aparecido una vez, lo haría dos veces.
En cuanto a Fuentes y Godoy, todo seguía igual. Ya me habían
designado el día que empezaría a trabajar como cuida espaldas del ángel.
Ahora mismo alguien se estaba encargando de eso porque yo necesitaba
completar ciertos trabajitos aparte que no podían retrasarse más.
“Gio” nunca le había temido a nada, sólo al sufrimiento de los que
amaba. Pero ahora mismo me encontraba temeroso de empezar cualquiera de
los dos encargos que tenía planteados para el futuro. No pensaba en fallarles
a uno o a otro bando, sólo pensaba en ella. En que no tenía ninguna opción.
Todo culminaría en su muerte.
Procuré todo el tiempo de que cada vez que me entrara este tipo de
dudas y remordimientos metería en mi cabeza la imagen de Lucrecia, ella
estaba en verdadero peligro. No conocía al ángel, podría matarla, cuánto
antes mejor. Lo sabía. Todo por el bienestar de mi hermana.
No la miraría a los ojos cuando llegara el momento.

***
Era sábado y por lo tanto, mi noche libre de oscuridad. Entré en mi
bar preferido, últimamente lo frecuentaba mucho porque no encontraba a
nadie allí que perteneciera a mi pasado. Ni a mi presente. Sólo me mezclaba
con desconocidos que lo único que querían era divertirse. Busqué la butaca
del final de la barra, justo en un rincón, generalmente estaba siempre
desocupada. No hice más que sentarme y encender un cigarrillo cuando el
barman se acercó, con solo una mirada supo entender lo que quería. Una
cerveza bien fría.
No podía negar que estaba nervioso, cada vez más. Era la primera vez
que tenía reservas en cuanto a un trabajo, nunca tenía inconvenientes. Pero
esta vez me sentía entumecido cada vez que pensaba en la niña de la foto.
La cerveza fue puesta frente a mí y de inmediato la pagué. Otro
cigarro le siguió al primero. Había dejado de consumir drogas, nunca fui un
Bestia Elisa D’ Silvestre

adicto, sólo lo hacía por diversión. No siempre, de vez en cuando. No tenía


demasiada tolerancia, por eso fui un idiota cuando me provoqué la sobredosis.
No, un idiota no, un hijo de puta inconsciente. Ahora fumaba de vez en
cuando, sobre todo cuando estaba al borde de un ataque en cada minuto.
Necesitaba apaciguarme, mantenerme a raya. Un cigarro, una cerveza, el club
de boxeo casi a diario. Al menos eso creaba una jaula alrededor de mi animal
rugiente interior. Eso no quería decir que él se escapara por entre los
barrotes en algunas ocasiones.
Observé la muchedumbre amontonada por todo el lugar, la mayoría
adolescentes o adultos jóvenes. Yo me sentía fuera de lugar aun teniendo la
misma edad. Los veinticinco se consideraban jóvenes, pero no cuando has
visto y hecho demasiadas cosas sombrías.
Justo en el lugar donde tenía clavada la mirada la gente comenzó a
correrse y permitir el paso a una rubia alta, con sonrisa malvada y ojos que
cantaban canciones sobre problemas. La chica era una beldad, si te gustaban
del estilo modelo de pasarela. La observé llamar la atención del joven detrás
de la barra, enseguida él se olvidó de quienes estaba a punto de atender y se
enfrascó en el coqueteo de ella.
Después de dejarla pasar, la muchedumbre volvió a amontonarse,
apenas registrando al duendecillo que trataba de alcanzar a su amiga.
Enseguida me divirtieron sus movimientos molestos al pedir permiso. Era
tan pequeña que podías confundirla lo una chica de quince años o menos.
Aunque las curvas de su cuerpo insinuaban otra historia.
Me resultó más atrayente que la rubia alta.
Llevaba el pelo oscuro muy corto, apenas sobrepasando el mentón. Su
falda se advertía muy ajustada, asumí que nunca en mi vida había visto un
culo más redondo y perfecto que ese. Su camisa era levemente transparente y
dejaba entrever su sujetador negro alzando sus pequeños pechos, y,
descendiendo, su ombligo en su vientre plano y pálido. No pude descorrer la
mirada. Tampoco quería hacerlo.
Se plantó justo al lado de su amiga y llamó al mozo, pidió dos tequilas.
Yo a esas alturas deseaba verle el rostro enmarcado con suaves mechones de
cabello oscuro. Pero sólo podía tomar nota de su perfil: su nariz pequeña y
respingona, sus labios carnosos y su mentón elegante.
Definitivamente, ella era mucho más interesante que su amiga
modelo.
Bestia Elisa D’ Silvestre

Encendí otro cigarrillo mientras le entregaban su pedido, enseguida


ella se tomó el primero, me divirtió que ignorara la sal. Me pregunté si sabía
lo que estaba haciendo o simplemente no tenía ni idea. Quería acercarme,
hablar con ella como haría cualquier chico con una chica que le interesaba.
Hablarían y si existía química darían un siguiente paso, sea cual sea. Pero yo
no era hablador y mucho menos normal. Destilaba dureza. Y hacía tiempo
que había dejado de perseguir chicas, simplemente porque me sentía sucio al
desearlas. No merecía que alguna de ellas me mirara siquiera. Y menos esta
muchacha dulce, que parecía más indefensa que cualquier otra.
La observé como un halcón hambriento tomar con sus fijos dedos el
segundo vaso y pedir más rodajas de limón. No quedaban dudas, ignoraba la
sal porque quería, no porque no supiera cómo se ingería el trago. Una leve
media sonrisa se pegó en mi boca, apenas fui consciente de ella. Yo pocas
veces sonreía. Casi nunca me topaba con algo que me interesara o me
divirtiera.
Ella estuvo a punto de llevar el trago a sus labios pero evidentemente
algo la detuvo. Noté cómo su espalda de tensaba y todos sus sentidos se
agudizaban.
Al segundo siguiente me estaba mirando.
La sangre en mis venas se heló y una áspera pelota de tenis pareció
atascarse en mi garganta. No podía ser ella, era completamente imposible
tenerla en frente tan prematuramente. Aspiré aire entrecortadamente. Claro
que era posible, no confundiría esos ojos ni estando drogado. Ni moribundo.
Ella era Lucía Fuentes.
La famosa réplica.
La chica que debía asesinar en cuestión de días.
Sin estar al tanto del por qué, mi mirada no se desvió del objetivo. Y
ella clavó esos magníficos ojos en los míos, envueltos en un nuevo brillo
espejado. Me embrujó. Su mirada me engulló. Era incluso más preciosa de lo
que la recordaba desde la foto.
Un ángel puro, divino. Tan inocente como reflejaba su rostro
ruborizado.
Tan intenso era mi repaso que ella se sintió inhibida, quizás asustada
de mí. Me veía como un loco a punto de saltarle encima, podía imaginarlo.
Lucía dejó de observarme y enseguida tragó su tequila, levantando una mano
Bestia Elisa D’ Silvestre

temblorosa. Después se acercó a su amiga y la obligó a marcharse lejos de la


barra.
No sé por qué me sentí tan vacío cuando la perdí de vista entre la
gente. Pero hacía lo correcto al correr hacia el lado opuesto, indudablemente.
Me quedé muy quieto los minutos que siguieron, como procesando la
idea de haberla visto frente a mí. Y tratando de desacelerar la sangre caliente
en mis venas. Sentía este picor, estas ansias de tocarla. Tan, tan
desesperadamente que mis manos se apretaban en puños.
Casi una hora pasó hasta que decidiera que tenía suficiente alcohol y
despeje por esa noche. Hice ademán de levantarme de la butaca pero en un
fuerte latido al corazón me quedé inmóvil. El ángel estaba de nuevo a mi lado.
Sola.
Y cavaba mi mirada con la suya, con desvergüenza.
Ahora ella creía verse más desinhibida, supuse que por los dos
tequilas que tomó antes. Se paraba tan cerca que pude distinguir sus pupilas
comiéndose el verde esmeralda. Tan dilatadas. Tragué fuerte cuando me
pregunté si era porque me deseaba. Debía reprenderme a mí mismo, salir de
la banqueta y dejar atrás el bar sin echar ni una sola mirada en dirección a
esta chica de nuevo, pero me hipnotizaba, me mantenía detrás de un manto
oscuro de deseos que agujereaban mis entrañas.
Ambicioné poseerla desde la primera mirada.
Pidió dos de lo mismo que antes y vi al mozo colocar el salero y el
plato con rodajas de limón frente a ella. Yo ya sabía lo que venía, nada de sal.
Y debía rascarme el picor, por eso me puse de pie, alzándome sobre ella. La
noté temblar cuando me acerqué más.
“Sólo un roce”, me advertí. Sólo uno y saldría.
Se quedó de piedra cuando me pegué a ella desde atrás, el aliento me
abandonó de un golpe seco, jamás me había sentido de esta forma tan tensa y
a la vez liberada. Me transmitió su ansiedad y duda cuando me soldé más
contra ella. ¿Estaba siendo grosero? La pregunta estaba de más porque si lo
estaba siendo o no, no me echaría para atrás.
No cuando podía al fin tocarla.
Alcé su muñeca de la superficie de la barra y la acerqué despacio a mis
labios, la bese y no puse reparos en saborear su piel con mi lengua.
Necesitaba eso como el mismísimo aire que respiraba. En su otra mano el
tequila se derramó, corriendo entre sus dedos, ansié limpiarlos uno a uno,
Bestia Elisa D’ Silvestre

meterlos en mi boca y verle los ojos grumosos. Mas nublados de lo que podía
verlos ahora mismo. La oí soltar un suspiro y mojar sus labios llenos con su
sedosa y rosada lengua.
Me deseaba. Y me encantó el hecho de que estuviera tan entregada a
mí que se frotara contra mi frente sin timidez. Tomé el salero con rapidez y
lo volqué sobre la humedad que provoqué en el dorso de su mano. No quería
irme y dejarla allí tan perdida, con sus pupilas negras y el sudor de su cuello
y el valle entre sus pechos. Pero no debía retrasar más el momento de
alejarme, así que lo hice. En un abrir y cerrar de ojos me encontraba
buscando la puerta sintiéndome sofocado por el calor y el contacto de la
gente.
Me molestó que una gran parte de mí quisiera volver y secuestrar al
ángel, alejarla de todo peligro y mantenerla a mi lado para siempre.
Y no podía dejar que esos sentimientos entraran, porque un adicto
jamás debe probar ni una pizca de ninguna de las sustancias que lo llevarían a
la perdición. Y Lucía Fuentes contenía todos los ingredientes explosivos.
Bestia Elisa D’ Silvestre

Adicto

Me retrasé una semana más, mejor dicho, ellos me dieron más días.
Estaban esperando una confirmación, y preparando todos los últimos detalles
para que al fin me convirtiera en la sombra de la réplica.
En mi mente odiaba llamarla así, pero me obligaba a hacerlo.
Llamarla por su nombre la volvía más real para mí. Más deseable. Más… ni
siquiera sabía qué sentía por ella y hacia el hecho de tener que asesinarla
tarde o temprano sin importar mis consecuencias después, cuando Godoy y
Fuentes pusieran las manos sobre mí al perder su tan delicada creación.
Nunca quise tanto retrasar una orden, nunca estuve tan apretado
entre la espada y la pared.
Pensaba que era mejor por matar a los malos, y después de que todo
terminara, tendría otro gran remordimiento en la lista. ¿Podría vivir después
de quitarle la vida a alguien inocente? No tenía otras opciones, estaba sujeto
de las pelotas con fuerza. Y mi hermana importaba más que cualquier chica
desconocida por más dulce e inocente que fuera.
El viernes entramos en el bar con Johny, era la primera vez que me
acompañaba por esta zona de la ciudad. Como siempre estaba abarrotado de
punta a punta, lo llevé hacia mi lugar preferido, al final de la barra y pedimos
las bebidas. Me sentí animado por primera vez en la semana, agradecía eso.
Cada vez más estresado a medida que pasaban los días.
En medio de nuestra charla él me pidió mi nueva dirección, yo tenía
reservas siempre a la hora de dejar saber mi lugar actual, pero sin dudar le
pedí una lapicera al barman anoté la dirección en un billete de veinte pesos
que encontré perdido entre mi bolsillo.
Nunca alcancé a dárselo, ya que Johny enseguida atrajo un par de
muchachas con solo una ojeada en su orientación, tal como la comida a las
moscas. Todo el mundo lo encontraba encantador e irresistible.
Una de ellas se acercó a mí, no parecía importarle en lo más mínimo
mi cara de pocos amigos, se propuso seguir insistiendo en llamar mi atención.
Johny no paraba de enviarles cumplidos a ambas, tratando de acapararlas.
Sabía que no quería a ninguna chica cerca, y trataba de quitarme de encima a
la morena de cabello largo.
Bestia Elisa D’ Silvestre

Por un momento me reprendí a mí mismo por no acceder a sus


insinuaciones, eso era algo que cualquier hombre haría. La chica era
despampanante. Pero, justamente, no me apetecía ella. Y yo no era cualquier
hombre. Si la pobre lo supiera saldría corriendo espantada y jamás volvería a
acercarse en busca de solicitud.
No pasó ni siquiera una hora cuando Johny decidió marcharse con su
chica, se ofreció a llevar a la que quedaba sola a su casa. Los tres
desaparecieron, dejándome solo. No me importaba, conocía a mi amigo lo
suficiente como para no ofenderme cada vez que me dejaba para irse con
alguien. Yo no sería quien le aguara la fiesta. Además me consideraba un
chico solitario.
A cierta hora el lugar comenzó a vaciarse lentamente. Quedaban
huecos entre los grupos de personas y fue en uno de ellos que distinguí unas
nalgas redondas enfundadas en un vaquero que no podría ser más
provocativo ante los ojos de cualquier hombre. No pude correr la mirada por
un largo tiempo, hasta que la rubia modelo se interpuso en mi camino y
tironeó al ángel más cerca de la barra.
Tragué saliva.
El instinto me confirmaba arduamente que la réplica estaba allí
buscándome sólo a mí. Y si con eso no alcanzaba, su amiga me estudiaba con
detenimiento, como una madre midiendo mis intenciones. Y yo no tenía
ninguna, al menos para ese entonces.
Lucía se daba la vuelta de vez en cuando, intercaladamente,
disimulando su interés en mi territorio. Quise varias veces dejar de devorarla
con los ojos, tratar de ignorarla, evitar crearle falsas expectativas, pero me
fue imposible. Me atraía de una forma devastadora. No podía resistirme a ella
y su inocente actitud.
Y en un instante dado ella se volteó por completo para verme a la
cara, la tímida niña de aquella noche, semana atrás, parecía haber
desaparecido para dar lugar a una chica decidida que me envió claros
mensajes con sus ojos verdes, encerrando sensualidad y ansias prohibidas. Ya
no demostraba tenerme miedo, más bien, estaba tratando de cautivarme. Me
quede muy quieto, pero sin mover lejos mi contemplación. Ya estaba
cautivado de muchas maneras.
Anhelaba consumirla de todas las formas posibles, pero sólo me
conformé en hacerlo con mis ojos.
Bestia Elisa D’ Silvestre

Vino a mi mente el típico dicho: Se mira y no se toca.


Pero el mensaje no fue captado con conformismo en mi cabeza, porque
al ver que ella daba una media vuelta y se deslizaba fuera de mi campo de
visión, adentrándose a la parte más oscura del pub, todos mis nervios se
tensaron y se activaron. Alerta. Me até mentalmente a la butaca, me aferré a
ella como si mi vida dependiera de ello. Pero sólo duré dos miserables
minutos.
Me alcé sobre mis pies, lo ilícito resaltando entre mis ideas. No pensé
en otra cosa que en la necesidad de tocarla de nuevo, marcarla más
irreversiblemente con mis manos y mi calor. Fui tras ella con decisión,
enterrando en lo más profundo las alarmas detectoras de complicaciones en
mi cerebro.
Mi cuerpo era más fuerte, mi codicia más incontrolable que nunca.

***
La empujé de nuevo a las penumbras cuando se proponía salir, sin
darle tregua alguna la arrinconé contra la pared sin decir ni una sola palabra.
Si antes, al besarle el dorso de la mano había sido grosero, entonces ahora lo
sería más, porque definitivamente quería consumirla entera. Y lo haría,
porque ya había perdido la batalla en mi mente, ganando la parte más
insensata de mí.
En su primer suspiro apresé sus labios entreabiertos en los míos,
despacio, atrayéndola, envolviéndola para evitar así su negación. Pero no
necesité mucho de eso con ella, enseguida se aferró a mi cuello, como si
tenerme fuera de vital importancia.
Esta chica iba a matarme.
Me dio permiso para adentrarme más, sus gemidos golpeando contra
mi rostro, sus dedos clavándose en mi nuca con fervor. No tuvo reparos en
pegarme más a ella, y en restregarse con entrega. ¿Dónde estaba la tímida
niña ruborizada?
Abandoné su boca roja e hinchada para descender por su cuello,
quería probarla, olerla, lamerla. Necesitada aspirarla, obtener la sobredosis
justa de su esencia en mi sistema. Mordí su garganta y lamí en el mismo
lugar, ella soltó aire de golpe y se estremeció como si fuera otra parte más
íntima y escondida la que estuviera besando.
Bestia Elisa D’ Silvestre

Volví a su deliciosa boca, y al mismo tiempo que me entrometía en


ella con mi lengua apreté sus nalgas enfundadas en el vaquero, firmes.
Resolló contra mis labios cuando la atraje para frotarla contra mí. Sintió mi
dureza contra su centro, sus ojos se espesaron y entrecerraron aún más con
deseo. La secuencia se me estaba escapando de las manos, pero no podía
preocuparme menos en ese momento.
Tracé un camino por su delicada mandíbula, hasta llegar al lóbulo de
su oreja, enterré mis dientes en él al tiempo que acariciaba lentamente uno de
sus redondos y pequeños montículos en su pecho. No podía desacelerar ahora,
quería más.
Me di cuenta de que con ella lo pretendía todo. Nunca se podía tener
una leve pisca de algo tan increíble.
La excitación la estaba amoldando, volviéndola más despreocupada y
audaz, y al verla estirar el brazo para frotar mi centro más necesitado de ella,
le di la vuelta hasta que quedó mirando directo a la pared. Lucía no haría
nada por mí, yo lo haría todo por ella. Ahora o nunca.
Desprendí el botón de su apretado vaquero, y de un tirón casi
inadvertido deslicé hacia abajo el cierre. Su columna se tensó un segundo y
volteó su cabeza para tratar de verme a la cara, no se lo permití, aspiré sin
alieno contra su oído embebiéndome con su olor.
— ¿Qué estás haciendo?—preguntó con voz ahogada y necesitada, un
poco preocupada.
No le permití pensar en nada más.
—Lo que estas deseando—le solté e introduje mi mano en sus bragas.
No existía ya nada que me reprendiera por hacerlo, jamás me sentí tan
vivo. Froté mi dedo medio contra su humedad y oí como dejaba de respirar.
Pude ver cómo se mordía el labio inferior y dejaba una profunda marca. Echó
la cabeza hacia atrás contra mi hombro en el instante siguiente y se aferró a
mi muñeca, hundiendo más mis dedos en ella.
El sudor corría por nuestros cuerpos, y nos encontrábamos demasiado
extasiados como para tomar nota de aquello. Cuando molió su culo contra mi
entrepierna me atraganté, olvidándome del oxígeno que necesitaba. Todo en
lo que lograba estar centrado era en ella, en lo exquisito que se sentía tocarla
y llevarla por los caminos del placer. No importaba qué tan extraños éramos
el uno del otro, no se necesitaban más palabras o un intercambio de nombres
Bestia Elisa D’ Silvestre

para entregar la confianza y el cuerpo de manera tan abandonada e


incondicional.
Y Lucía se estaba abandonando a mí, sin reservas, confiando lo
suficiente como para dejarme tenerla de esta forma tan espectacular. Su ciego
sometimiento ablandó y desencajó piezas en mi interior, y estuve seguro de
que nunca podrían volver juntarse de nuevo. Hizo latir mi corazón al borde
de un paro cardíaco. No podía negar por más tiempo que estaba totalmente
prendado de ella.
Su espalda formó un arco perfecto, sus nervios se atiesaron y un
alarido brusco y profundo se escapó de su garganta cuando explotó. La sentí
contraerse una y otra, y otra vez contra las yemas de mis dedos, mis latidos
se acompasaron a los movimientos.
Se quedó blanda e inerte, recibiendo apoyo de mi cuerpo, rodeaba de
mis brazos. Los mechones de cabello corto oscuro estaban todos contra sus
mejillas rosadas y acaloradas, sus pestañas escondían sus ojos y sus labios
entreabiertos despedían pequeños suspiros agotados.
Estuve, a un extremo doloroso, seguro en ese momento: me había
enamorado irremediablemente de la réplica.
Bestia Elisa D’ Silvestre

El primer día

Los augurios no eran algo en lo que yo creyera, pero últimamente


podía presentir que todo esto terminaría mal de una o de otra forma. Y no
estaba preparado para nada de lo que viniera de ahora en adelante. Me
encontraba al borde de un nuevo ataque en todo momento, rosando la línea
final. No podría retenerlo en mi interior por más tiempo.
Y no tenía éxito a la hora de dejar de pensar en ella.
Me sentía culpable por mi hermana, porque ella lo estaba pasando mal
y yo lo único que mantenía en mente era el intento de retrasar todos los
planes que indicaran quitarle la vida a la réplica.
Mientras atravesaba mi primer día como su sombra oculta, no podía
dejar de asumir que aquello era más fácil de lo que pensaba en un sentido.
Lucía era una chica muy hogareña, no salía mucho de su casa y se mantenía
ocupada. Era responsable, divertida y muy adulta para su edad. Incluso, a
veces, parecía que estaba al tanto de todo lo que ocurría en su vida. Se
quedaba viendo al vacío, con ojos ausentes, mostrando cierta preocupación en
sus ojos redondos y dulces. Yo hubiese pagado fortuna por saber qué pasaba
por su mente.
Recordé nuestro caliente momento en el bar, cada vez que lo
rebobinaba en mi mente se me ponía la piel de gallina. Y después pensé en lo
fácil que había resultado que me encontrara. Estaba perdiendo el control, lo
supe cuando coloqué en su bolsillo la dirección de mi lugar que había estado
dirigido para mi amigo. En ese momento no dudé en que ella me buscaría, y
no me importo que tan fuera de lugar estuviera mi avance.
Todo lo que deseaba era tenerla entre mis brazos tantas veces como
fuera posible. Y había obtenido más besos y roses de lo que esperaba para
estas alturas. Pero existía ese maldito inconveniente: ansiaba más, ansiaba
todo lo que ella estuviera dispuesta a darme.
No conseguía identificar cómo me sentía con respecto a estar todo el
tiempo observándola. Me sentía como un inepto cuando debía hacerlo a
través de las cámaras que había en la casona. Cuando no podía vigilarla por
mí mismo. Cuando, confiada, en su habitación comenzaba a probarse prendas
Bestia Elisa D’ Silvestre

de su vestidor o a andar de acá para allá sólo en ropa interior. Trataba con
todas mi fuerza de voluntad no repasarla con los ojos.
Me creía un cretino espiándola. Un acosador de la peor calaña. Me
incomodaba, porque me colocaba en su lugar, y a nadie le gustaría que lo
merodeen de esta forma tan… directa. Agradecí profundamente que no
hubiese cámaras en el baño, ya estaba demasiado expuesta la mayor parte del
tiempo.
Godoy y Fuentes estaban enfermos. Eran demasiado crueles por hacer
esto a una niña indefensa e inocente. Y yo no era mejor por aceptar sus
órdenes de mierda y seguirles el juego. Pero debía hacerlo, ya que gracias a
este trabajo Lucrecia se estaba curando día a día. ¿Cómo podía pasar las
veinticuatro horas del día culpándome de esta forma cuando con esto lograba
darle una mejor vida a mi propia hermana?
Sí, éste era mi primer día como una sombra, y ya estaba deseando
terminar.
En la noche pude verla salir de la casa en su coche, vestida para una
fiesta, demasiado deseable como para mostrarse al mundo entero. No
entendía cómo triunfaba a la hora hacerme sentir todas estas cosas raras por
ella, debía detenerme a mí mismo. Debía golpearme con potencia para quitar
todo este peso de mis hombros.
Dejé la camioneta escondida una cuadra atrás y tomé mi moto,
siguiéndola de manera discreta hasta que se detuvo no muy lejos de su casa,
en otra enorme bastante concurrida. Autos colmaban el patio delantero, no
fue difícil adivinar que dentro se encendía una fiesta.
Estuve allí por horas, como una inmóvil e invisible estatua. Atento a
todo el descontrol que había dentro. Me pregunté si de todos esos chicos
universitarios que acompañaban al grupo de amigas existía uno que le
llamara la atención a la réplica. O si había alguien que la quería para él.
Indudablemente lo había. Alguien tan única como ella llamaría la
atención de cualquier chico que quisiera.
En el mismo instante en que apreté los dientes con negación hacia mis
pensamientos, la puerta enorme se abrió y todos comenzaron a salir como
expulsados violentamente del interior. La mayoría estaban borrachos.
Corrí hacia mi moto y me entretuve manteniendo ambos ojos en Lucía
como un halcón. Nada iba a permitir que la perdiera de vista.
Bestia Elisa D’ Silvestre

***
En la disco merodeaba a pocos metros de ella, la vi bailar con sus
amigos, saltar y reír. Se notaba alegre haciendo cosas simples de
adolescentes. Uno de los universitarios la seguía como la mosca a la comida.
Y me suministraba intensos apetitos casi irrefrenables de patearle el culo, de
marcar territorio. Porque una enorme parte de mi ser reclamaba a Lucía
como propia, y no le divertía nada verla rodeada de lobos hambrientos.
Ya no era el guardaespaldas escondido que no la perdía de vista, era
yo mismo tratando de cuidar lo que me interesaba. Por un momento sonreí
oscuramente para mí mismo, pensando en lo patético que estaba siendo
convirtiendo todo este circo en algo tan personal.
La vi escurrirse por entre la gente para ir al baño y luego la
acompañé, sin que sospechara, hasta su auto para dejar su chaqueta. A
continuación volvió a entrar, luciendo el corto vestido dorado de tirantes que
la convertía en la chica más bella del lugar. Cautivaba.
Me cautivaba. Me dejaba sin habla.
Me sostuve contra la pared sin poder despegar mi atención de ella,
mis manos dentro de los bolsillos de mi gastado vaquero. Ladeé mi cabeza y,
casi inconscientemente, esperé que me viera. No tardó mucho, se volteó
buscando algo entre la multitud y sus ojos se tropezaron con los míos. Mi
corazón se alteró en mi pecho haciéndose notar.
Y yo que pensaba que no tenía corazón.
Sus labios se entreabrieron con sorpresa y confusión por encontrarme
allí. Pero inmediatamente sus pupilas brillaron sonrientes por verme. La vi
dar un pequeño paso vacilante hacia mi terreno, pero no llegó muy cerca. El
universitario de cabello negro la interceptó equiparando todo su interés. Mis
manos se cerraron en puños y me perdí entre la gente antes de que volviera a
verme. No necesitaba esto. No debía enredar más las cosas, ¿No había tenido
suficiente con los furtivos encuentros anteriores? ¿Por qué quería más de
ella?
“Tendrás que matarla tarde o temprano, acéptalo” me dije por dentro. Era
algo que tendría que repetirme seguidamente. Y tan sólo el hecho de causarle
daño me estremecía, transformándome en un enorme padecimiento.
—Hola, lindo—se me acercó una rubia de pechos enormes y labios
pintados de un chillón rosa chicle.
Bestia Elisa D’ Silvestre

Entrecerré mis ojos demostrándole impaciencia y luego revolví la


zona en la que estaba en busca de Lucía, no podía detectarla. La rubia no
pareció darse cuenta de mis inexistentes ganas de prestarle mi tiempo, se
pegó a mi torso aplastando sus globos falsos contra mí. Le clavé los ojos al
tiempo que encajaba mi mandíbula con fuerza. Le hundí mis dedos en sus
brazos y la alejé lo más que pude de mí, ignorando su mueca de dolor y
resentimiento por hacerla a un lado tan fríamente.
Caminé lejos, sabiendo que había perdido el rastro de la réplica. Y mi
instinto se activó con alarma, haciéndome tragar con fuerza. Recorrí las
instalaciones casi a oscuras del local, echando un vistazo donde se
amontonaban las amigas de Lucía. No estaba.
Ni ella ni el universitario.
Mi sangre hirvió y se hizo demasiado líquida en mis venas.

***
—No—alguien se quejó entre la oscuridad del callejón.
No recuerdo cómo llegué a él, sólo había comenzado a recorrer la
acera con rigor ciego. Como un loco al que le habían robado algo. Cada uno
de mis pasos encendía a fuego abrazador algo en mi interior. Una bola de
violencia.
Entré en el callejón sin hacer ni un mínimo ruido, distinguiendo a lo
lejos un bulto que se movía, el inconfundible susurro de ropas rasgándose me
llegó a los oídos. El aire se escapó de golpe por mi garganta, atravesando mis
dientes apretados. Los sollozos que siguieron apretaron un botón de
activación en mí, y en lo que dura un pestañeo estuve sobre la escena.
No tenía que preguntarme quién era la chica debajo del universitario,
lo tenía bien sabido. Y también tenía sabido lo que iba a pasarle a él al
segundo siguiente.
Sin apenas esfuerzo cacé al hijo de puta del cuello de su camisa cara y
lo arrastré lejos. Sus pantalones cayendo por sus rodillas mientras soltaba un
aullido de miedo. Lo levanté hasta que sus pies abandonaron el suelo y lo
estampillé contra la sucia pared de ladrillos mohosos.
— ¿Te gusta aprovecharte de niñas indefensas?—escupí en su cara
pálida.
Noté cómo todo su asqueroso cuerpo temblaba, no me sorprendería
que se meara encima en cualquier momento. Lo aplasté, haciendo resonar los
Bestia Elisa D’ Silvestre

huesos de su espalda. Estaba tan paralizado que apenas se podía mover, ni


siquiera intentaba defenderse. Le solté y cayó al suelo, indefenso. Tuvo la
desfachatez de lloriquear como el cobarde que era.
—Levántate—le ordené con rudeza.
Él no se movió más que para hacerse un ovillo en sí mismo.
—Levántate o te juro que voy a cortarte las pelotas—carraspeé sin
apenas lograr pronunciar bien mis palabras por la ira avanzando en mi
faringe.
El gusano se fue alzando sobre sus pies con lentitud, sus ojos
destilando horror al posarse en mí. Sabía con sólo verme a la cara que yo
estaba hablando muy seriamente. Di un paso hacia adelante y levanté mi puño
con tanta fuerza que cuando se estrelló en su cara algo se rompió. Y no fue su
nariz. Gritó por el intenso dolor y más lágrimas cayeron al suelo desde su
rostro, acompañadas de sangre. Abundante sangre.
—Por favor—pidió.
Sonreí mostrando mis dientes con más sed. Lo obligué a enderezarse
y volví a asestarle otro golpe con mi puño opuesto, el otro pómulo resonó aún
más. El monstruo en mi interior se degustaba en risas tenebrosas, tan
encantado con lo que estaba haciendo. Tan feliz de obtener su cuota de
violencia.
“Para”, sopló una voz dentro de mi mente, “ya ha tenido suficiente”. No,
negué con la cabeza, uno como él jamás tendría suficiente.
Le pateé las costillas cuando cayó al suelo acurrucándose, llorando
como un niño pequeño.
— ¿Ahora lloras?—le pregunté lo agarré del pelo para que me viera a
la cara.
Estaba desfigurado, quizás nunca sería capaz de volver a ser el de
hace unos pocos minutos atrás. Lo solté con asco y le dejé allí hecho una
montaña de basura. Fui hacia Lucía y me apoyé en mis talones junto a ella,
hurgando en sus ojos redondos de cachorrito que tanto amaba. Me di cuenta
de que sus pupilas se encontraban anormalmente dilatadas y que todo su
cuerpo se estremecía sin cesar, intentó hablar cuando logró enfocarme pero
sólo salió de ella un mísero lloro, dando lugar a lágrimas desesperadas que
me dediqué a limpiar con mis pulgares.
La había drogado. El muy degenerado la había drogado para
aprovecharse de ella.
Bestia Elisa D’ Silvestre

Mis orificios nasales se agrandaron cuando busqué aire, volviendo a


sentir el animal rosando la superficie. No supe cómo fue que volví hacia él y le
seguí pateando hasta que quedó inconsciente. Metí la mano en mi bolsillo,
encontrando el frío metal que recubría la navaja. Deseaba tanto cortarle la
garganta, o castrarlo de un solo movimiento. Iba a hacerlo, estaba justo
agachándome junto al cuerpo inmóvil cuando me avisé a mí mismo que no
valía la pena. Mejor que viviera y recordara toda su vida esta paliza cuando se
viera en el espejo. Cuando fuera un viejo infeliz y todo lo que tuviera en su
miserable vida fuera esto.
“Ella te necesita más, ahora mismo” me dijo esa suave voz y me levanté
para ir a buscarla.
La llevé a mi lugar sin tomar tiempo en pensarlo siquiera, sintiendo
en mis huesos su pequeño peso. No logré ordenarme a mí mismo ignorar la
forma en la que su rostro se escondía en el hueco de mi cuello, la forma en la
que se aferraba a mis hombros. Su mirada llena de anhelos y confianza.
Mi ángel.
Mientras ella se entre dormía en el asiento del acompañante de su
auto, yo vagaba por las calles lentamente vigilando cualquier mala reacción a
la droga que tuviera. En un semáforo en rojo, me detuve y busqué sus ojos.
Ella me veía con adoración tatuada en ellos.
—Al principio… cuando te vi por primera vez, me parecías más un
demonio…—sonrió perdida.
No sonreí de vuelta porque no podía dejar de ver lo afectada que
todavía estaba. De vez en cuando caía una lágrima perdida de entre sus
pestañas. Estaba en shock.
—Un demonio… muy tentador…—suspiró.
Avancé cuando el color verde me lo indicó y cuando volví a observarla
estaba dormida. O mejor dicho, inconsciente.

***
La recosté en mi cama con sumo cuidado, y traté de acomodar lo
mejor posible su ropa arrugada y retorcida. Abrió los ojos vidriosos cuando le
quité los zapatos, y me estudió con detenimiento. La cubrí con las sábanas y
me retiré un paso, entonces ella se aferró a los dedos de mi mano, enviándome
una súplica desesperada en un apretón. Acomodé sus almohadas tratando de
pasar desapercibida la suavidad y pequeñez de su mano en la mía.
Bestia Elisa D’ Silvestre

Pero no hice más que inclinarme sobre ella que capturo ambos lados
de mi rostro con apego, aguijoneando el centro de mi pecho con su toque tan
perfecto.
— ¿No vas a besarme?—preguntó con tono sedoso y esperanzado.
Solté un largo y afectado suspiro, tratando de quitarme de encima esta
sedosidad que me era provocada cada vez que sus manos me tocaban.
—Estas drogada y en shock—le expliqué pacientemente.
Obtuve en sus pupilas la decepción, pero yo no haría nada de eso, sólo
prometía cuidarla con todo lo que podía entregar de mí. Intenté irme de
nuevo de su lado para que al fin pudiera dormir pero siguió sujetándose a mis
dedos, entrelazándolos con los de ella para que no la dejara.
—Quiero que duermas conmigo—suplicó con sus esferas de
esmeralda brillando.
Piezas dentro de mí comenzaron a ablandarse y no pude negarme. No
cuando yo quería encerrarla en mis brazos y mantenerla allí para toda la vida.
Rodeé la cama y me acomodé a su lado sin tocarla, pero reteniendo su mirada
con la mía. Me sonrió levemente por aceptar su pedido y sus párpados se
fueron cerrando levemente. Supe que ella no quería dormirse, sino que quería
seguir mirándome por más tiempo, pero el cansancio la invadió y se la llevó
de mi lado.
Corrí los mechones oscuros de su cabello que descansaban en sus
mejillas y me acerqué más a su cuerpo. La escuché respirar lentamente por
horas y no perdí de enfoque su rostro aniñado profundamente dormido.
Me pregunté si podría dejar de adorarla de esta forma algún día.
Bestia Elisa D’ Silvestre

Fuera de control

Estaba perdiendo el control.


No solo la había salvado y cuidado, sino que también tuve la
ocurrencia de meterla en mi cama. De reclamar de una buena vez lo que
sentía como mío. Y ella me lo había dado todo.
Jamás iba volver a ser el mismo después de haber estado tan en lo
profundo de su cuerpo.
No hizo más que insinuar que se quería quedar conmigo que me voló
los sesos y detuvo los latidos de mi corazón, transformándolos en un ruido
seco y desbordante. No tuve más ímpetu que ese, la besé y todo se fue al
carajo.
Y nunca me sentí tan completo.
La réplica llenaba ese vacío que yacía en mí, le daba vida a la parte de
mi pecho que parecía estar deshabitada desde siempre.
Después de adorar su cuerpo y ella el mío, no hice más que
revolverme en un mar de culpa. ¿Cómo había sido posible que me hubiese
metido en la cama con mi próximo objetivo? ¿Cómo podía luego mirarla a la
cara sabiendo todo lo que sabía de ella y de mí mismo? El malestar se me hizo
insostenible, y la obligué a irse a casa sin una pizca de consideración.
La dejé en su vereda, en su coche sin siquiera un adiós como
corresponde, sin poder dirigirme a sus ojos y despedirme. Y quería tanto
decirle cómo me había sentido, la forma en la que me hacía querer ser un
mejor hombre. Yo no la merecía.
Y con ese último pensamiento la dejé tirada minutos después de toda
la avalancha de sentimientos y sensaciones que sentí gracias a ella y su dulce
entrega.
Me desvié, alterado y de un humor negro y aterrador deslizándose
por mis venas. Fui directo a encarar a Godoy. Lo encontré en el despacho de
Fuentes, ambos enfrascados en algún papel ilegal, de seguro. Me dejaron
pasar sin apenas levantar las miradas y me invitaron a tomar asiento frente a
ellos. No lo hice, nunca me sentaba. Me quedé clavado en el suelo esperando
que se dignaran a prestarme atención. Cuando al fin lo hicieron sólo dije una
palabra.
Bestia Elisa D’ Silvestre

—Renuncio—mi voz cortó el aire como un cuchillo.


Ellos sólo me estudiaron con detenimiento como a un raro insecto
posado frente a sus narices.
— ¿Qué estás diciendo?—preguntó Godoy, casi riéndose de mí.
—No puedo cuidar a la réplica—expliqué sintiendo nauseas sólo por
estar hablando demasiado con ellos—. Busquen a otro.
Rodrigo se puso de pie y se acercó, taladrando dentro de mi cabeza
con su oscura y perspicaz mirada. Él era un tipo inteligente, intuitivo y nunca
perdía detalle de nada que pasara frente a sus ojos. Por eso era bueno
haciendo todo esto, no salía de su papel de respetado y serio doctor. No
importaba que detrás de la fachada escondiera a un villano que lo único que
quería era aumentar su cuenta bancaria hasta que explotara.
Yo hasta dudaba de su amor por su esposa.
—Te acostaste con ella—cavó profundo en mi expresión.
Godoy rio divertido y Fuentes se alejó para volver a sentarse.
— ¿Crees que no lo sospechábamos?—se retorció Godoy sobre su
asiento como si hubiese ganado la lotería.
Rodrigo sólo demostró indiferencia.
—La chica es hermosa, y ambos son jóvenes y están saludables, no
nos importa qué pase entre ustedes… Lo único que nos interesa es que la
protejas, el resto me tiene sin cuidado—se hundió de hombros con
despreocupación.
Godoy se acercó a mí y apoyó sus manos en mis hombros, su toque
hizo rugir al animal que se escondía en mis profundidades.
—Nos basta con que no la desfigures, todos sabemos la clase de bestia
que sueles ser…
Eso dio en el punto exacto, me quitó el aire como una inesperada
patada en la boca del estómago, dejándome tembloroso y sudoroso.
“Bestia…”
Me di media vuelta y salí por donde vine, jadeante y empapado. Subí a
mi moto y avancé a toda velocidad, derrapando varias veces sobre la calle de
arena seca.
“Bestia…”
Entré en la casa sin siquiera conectar la alarma de la moto, me apoyé
contra la pared boqueando, las gotas saladas de transpiración forzosa pegadas
en mi frente, la nuca y espalda.
Bestia Elisa D’ Silvestre

“Bestia…”
“No la mereces…”, afirmó otra voz que venía enteramente de mis
entrañas.
Corrí por el pasillo hasta el baño y me lancé de rodillas contra el
inodoro. Vomité toda mi mierda y pasé el resto del día inquieto.
“Bestia…”
Esa misma noche recibí la llamada que contenía nuevas órdenes de
Fuentes. Me querían viviendo bajo el mismo techo que ella.
El verdadero juego macabro había comenzado.

***
Días después me encontraba viviendo con Lucía Fuentes. Respirando
el mismo aire que ella y rosándonos con inquietud. Yo estaba al tanto de que
la había herido al abandonarla después de habernos enrollado y buscarla con
intenciones dudosas al tiempo, por eso me mantenía en el borde, sin
acercarme demasiado realmente.
Había ido hacia ella a mi manera, nada de historias sobre
guardaespaldas. ¿Qué pensaría si le contaba aquello? Me vería de otras
formas, y una pequeña parte sombría de mí necesitaba saber si ella estaba
dispuesta a creerme y tenerme cerca por quien yo era. No por quien otros
querían que fuera.
Le conté algo lo más parecido a mi historia, nunca dicha a nadie. No
quería que me viera como un salvador, sino como la persona que estaba
tratando de salir de un agujero. Me sorprendió mucho que ella decidiera
ayudar al chico perseguido, aun cuando admití haber asesinado personas.
Ella estaba loca.
Estaba demente por creer que algo de luz existía en mí, que valía la
pena que tuviera una oportunidad. Lo estaba, porque aún me seguía deseando,
sabiendo todas las cosas malas que me rodeaban. Lo estaba porque me
ayudaba a resguardarme de la policía, con todas las complicaciones que ello
atraería si fuera verdad. Y lo estaba porque no me temía. Ni un poco.
Esta chica criada dentro de un capullo lleno de mentiras, y
resguardada del mundo entero no le temía a un asesino.
¿Qué decía eso de la réplica?
Simple. Que estaba loca. Y eso me hacía quererla más.
Y me volvía loco, no hacía falta aclararlo.
Bestia Elisa D’ Silvestre

No pasó demasiado antes de que volviéramos a acostarnos. Ocurrió en


la sala de estar, sobre un sofá. Nos entregamos de nuevo, sin dudarlo, con
devoción. La atraje a horcajadas sobre mí y sus enormes ojos de cachorrito
me devoraron brillantes, llenos de ansia por mí. No podría negarme más, no
cuando la tenía así, entre mis brazos dispuesta a todo.
Le revelé mi nombre verdadero y pequeñas partes de mi vida. No
mucho, pero siempre me sentía en deuda con ella por ocultarle tantas cosas.
¿De dónde había salido? Era de otro mundo, nadie confiaría tanto en
mí sabiendo lo poco que ella sabía. La forma en la que me miraba cavaba cada
vez más profundo un hoyo en mi alma, se estaba colando en ella.
Me abrió las sábanas de su cama cada noche y no me interesó ser lo
suficientemente sólido para negarme. Porque la quería, y la tendría sin dudar.
Una madrugada, recostado sobre mi espalda con ella pegada a mi
pecho no pude dejar de preguntarme como es que se concedía tan fácilmente a
mí, sin discreción alguna. Tuve un momento de grieta en mis pensamientos y
le susurré:
— ¿No te importa estar haciendo esto conmigo… con alguien como
yo?—me sorprendió la duda y la forma temblorosa en la que hablé.
No podía negar más que me afectaba todo lo que ella pensara de mí.
— ¿Qué querés decir?—como si fuera posible se soldó más contra mi
piel.
— Digo… por todo eso que te conté de mi pasado… las cosas que
hice…
Me acarició y terminó por provocar que creciera un enorme nudo en
el conducto de mi garganta. Traté de evitar llorar como un bebé.
— Cuando te miro… cuando me tocas y me besas… yo no puedo…
no logro imaginarte haciendo nada malo…
Lentamente desvié mi atención hacia el techo, evitando a toda costa
sus redondos ojos verdes que me transmitían tanto afecto, ternura y
serenidad que mi corazón detonó en mi pecho, retumbando en mis oídos. No
pude decir más nada, porque me quedé sin palabras ante las suyas.
Era un ángel. Mi ángel.
El ángel de un vil demonio nacido de la oscuridad y destinado al
infierno.
Bestia Elisa D’ Silvestre

Infierno personal

—Quiero el encargo para hoy mismo—fue lo primero que soltó


Brown cuando atendí el teléfono esa tarde.
Me quedé muy quieto escuchándolo, asimilando las palabras que más
temía. Por supuesto, sabía que tenía que haber aprovechado todo ese tiempo
para prepararme. Para asumir que debía hacer mi trabajo.
—Bien—respondí y corté la comunicación mientras se aceleraba mi
pulso.
Me senté en la cama improvisada que creamos semanas atrás con
Lucía, mis músculos más tensos que nunca. Iba a hacerlo. No tenía otra
opción.
Cerré los ojos con fuerza y estuve seguro en ese entonces: este era mi
infierno personal. Mi castigo por todas las cosas horribles que hice a través de
los años. Ahora tenía que pagar, porque alguien como yo no merecía sentir
cosas buenas. No merecía tener sobre mí la verdosa y deslumbrante mirada
de sus ojos redondos y expresivos. Alguien como yo no merecía yacer entre
sus pálidas piernas y obtener placer con sólo tocarla.
No la merecía, pero la quería. Y debía matarla.
Y merecía vivir con ese tormento por el resto de mis días, fueran
muchos o pocos. Me ganaba este castigo, pero no podía aceptar que ella fuera
parte de este infierno. Mi infierno personal.
La hundiría, y jamás podría mirar dentro de ella de nuevo. Jamás la
sentiría retorcerse entre mis brazos o besarme con adoración.
El celular sonó de nuevo, desajusté mi mandíbula para poder hablar
normalmente. Y para no hacer notar mi miseria.
—No se te ocurra cortar la llamada de nuevo…—gruñó Brown en mi
oído—. ¿Sabes que…?
Tomé aire con fuerza.
— ¿Qué?
—Tráela conmigo… yo voy a encargarme de ella… necesito
entretenerme un rato, estoy tan aburrido… ¡Tráemela!—ordenó en tono
rotundo y esta vez fue él el primero en cortar.
Bestia Elisa D’ Silvestre

Solté el aparato que cayó a mis pies, parpadeando. El asco se hizo


notar en mi boca. Fue entonces que perdí el norte y me vi lanzar una lámpara
contra la pared. Y se desató el caos. La necesidad de asesinarlos a todos, de
terminarlo de la peor manera me apresaba. Lo único que podía hacer era
revolear cosas y oír desprenderse aullidos de ira desde mi garganta.
Yo era esto. Esto me definía.
Y por eso no debía desear a un ángel. Ni siquiera tenerla a dos metros
de distancia. Ni mirarla. Ni conseguirla.
Alguien se asió de mi brazo, fue un suave toque, pero hizo que mi
reacción se escapara violentamente. No enfoqué bien la vista hasta que la vi
tirada sobre unas bolsas de cacharros viejos. Se cubrió el rostro y comenzó a
llorar, temblando de miedo. Di un paso hacia atrás de inmediato y otro, luego
otro. Hasta que me di cuenta de que estaba huyendo de su turbación.
Corriendo lejos para no lastimarla más de lo que ya estaba hecho.
Me subí a mi moto dejando que la velocidad secara el manto de
resentimiento ciego que cubría mi vista. No tardé demasiado en llegar al
gimnasio. Me introduje por la puerta sin saludar ni advertir a nadie, en los
banquillos me quité la ropa empapada de sudor y un par de guantes enfundó
mis manos casi sin notarlo.
No tardaron ni dos segundos en retarme. Me veían, sabían que estaba
necesitando una fuerte dosis de pelea. Y uno de los gigantes estaba encantado
de hacerme comer el polvo.
Y le dejé. Permití que me bajara los decibeles de energía. Mi sangre se
estabilizó en mis venas a medida que el grandote me golpeaba y derribaba. Y
cuando estuve cuerdo, en mis cabales, de nuevo di vuelta la pelea y le noqueé
sin nada de esfuerzo. Su arrogancia pagó el precio y mi cólera también.
Pero seguía sin tener liberación.
Recibí unos cuántos comentarios de aceptación y muchas invitaciones
a unirme al boxeo profesional, todos los entrenadores querían tenerme. Pero
yo sólo luchaba para mantener contento y satisfecho al monstruo que roncaba
dentro, no necesitaba dinero ni éxito.
Sólo la porción justa de brutalidad.
La noche me envolvió cuando dejé atrás el local después de una ducha,
una revisión a mis pequeñas heridas y algún que otro analgésico. Llegué a la
casona de lujo, que no transmitía nada más que antipatía y tenebrosidad.
Entré sin hacer ruidos y me dirigí directo a la habitación de ella.
Bestia Elisa D’ Silvestre

Dormía.
E incluso dormida me demostraba lo deprimida que se sentía, me
acerqué ignorando esa insistente voz que me rogaba dejarla en paz. Vi el
brillo de humedad bajo sus ojos y el pecho me dolió tanto, tanto que no sé
cómo fue que no caí de rodillas allí mismo, junto a su lecho.
“Junta tus cosas y andate” me ordenaba la voz.
“No te acerques más, deja de lastimarla”
“Estás obsesionado, enfermo. ¡Dejala en paz!”
Me quité la ropa más gruesa y me metí en las sábanas con ella, nada
era más fuerte que mi necesidad de rosarla. Me aferré a su pequeño cuerpo y
la besé en el cuello con reverencia.
—Perdón—susurré contra su cabello y piel—. Perdón. Perdón.
Ella tardó, pero terminó por darse la vuelta y enfrentarme con sus
pupilas destellantes de dudas y tristeza. Tenía bien en claro que la había
lastimado antes, pero ahora, viéndola tan susceptible se sentía más real. Más
punzante y agudo el sentimiento de culpabilidad.
Esperé que hablara.
“Aléjame, échame de tu vida, lo entenderé, lo juro. Lo entenderé” repetí
entre mis sienes, pero era demasiado cobarde en lo que a ella atañía. Yo lo era
todo, pero junto a ella me sentía débil. Débil de una forma maravillosa.
“Sólo decime las palabras y me iré. Para siempre” la voz en mi mente
sonaba casi apagada, sin vida. Porque al ver la forma en la que Lucía me
estudiaba supo que perdería.
—A veces pierdo el control—expliqué con voz frágil—. Cuando me di
cuenta de que te había lastimado, me sentí tan culpable que salí corriendo. Te
juro que no fue intencional, lo juro.
Supliqué a través de mis palabras, con una desesperación nueva e
intensa. Asintió en silencio y mis pulmones se desinflaron con un alivio que
jamás pensé que sentiría en la vida. Nunca dejaba de sentir el peso en mis
hombros, y ella tuvo el poder de quitarlo sólo con un movimiento.
Rosó la herida de mi ceja con su pulgar, cerré los ojos sintiendo su
caricia profundamente.
—Tenés que curarte esto—me dijo con un contraste sedoso en su voz.
Asentí.
—Ya sé—estuve de acuerdo—. Pero ahora te necesito—expulsé fuera
mi más apremiante anhelo.
Bestia Elisa D’ Silvestre

Ella siguió inmóvil pero pude distinguir un brillo instantáneo en esas


dos enormes esferas clavadas en las mías. Despegó su nuca de la almohada y
siguió el camino hacia mis labios con los suyos, al besarme, aspiró entre los
dos, como tomando todo de mí. No me eché atrás, esto era todo lo que quería.
Me adentré en su boca, con hambre y fervor, la comí entera, y me llevé todo
lo que me entregaba.
Con la palma de mis manos ascendí, llevándome el dobladillo de su
camisón, dejándola solo en bragas. Bajé y probé cada parte de su piel,
drogándome con premura. Atiborrándome. Mi respiración alterada golpeo
con cada centímetro que chupaba y rosaba, y la de ella se encendió a la par.
Sin más vueltas, quité su ropa interior y me colé sobre ella.
No despegué mis ojos de los suyos cuando me adentré en su interior,
mientras me acogía, gemía y entrecerraba sus párpados con placer. Hacía que
cada parte de mí latiera con potencia, sintiéndola a la perfección.
Sus paredes latieron cuando empecé a bombear mis caderas,
pegándolas a las de ella, penetrando más profundo y más duro. Y ella se
acopló a mi ritmo aceptándome.
Mientras adoraba su cuerpo caí en la cuenta de que desde el
mismísimo principio Lucía me había aceptado. Había abierto sus brazos a un
desconocido, abriéndolo en canal de pies a cabeza para poner de patas arriba
su mundo entero y colmar de luz todos esos rincones negros.
Llegué a la cima acompañado de sus gemidos de éxtasis. Y no hice
más que caer en el espiral, me quedé allí anclado en ella, respirando con
dificultad pero notándome completo de muchas formas diferentes.
No dejé entrar ese feo presentimiento de que todo era erróneo hasta
que se durmió debajo de mi calor, tan despreocupada y sosegada. Otra vez
dejándose llevar por una ciega confianza.
La observé por largos minutos detrás de mis parpados caídos, casi
cerrados. Descubrí su rostro sonrosado de cabellos oscuros y lisos, sus labios
se encontraban entre abiertos, y en sueños frotó su mejilla contra mi
antebrazo. Suspiró inconsciente cuando salí de su interior lentamente.
Enterré mi nariz en el hueco de su clavícula e intenté inhalarla con
frenesí, impregnándome de su esencia para no olvidarla nunca más. Me
separé un poco apoyándome en mis rodillas, cerniéndome sobre su pacífico
letargo.
Bestia Elisa D’ Silvestre

“Ahora o nunca” apremió la voz, reviviendo con avidez después de la


conmoción.
Un gusto agrio llenó el interior de mi boca cuando llevé mi mano a su
cuello y aferré mis dedos. Mi pulgar se negó, acariciándola de la manera más
tímida. Mi otra mano se unió.
“Ahora”.
No. No de esta forma.
Me alejé, estirando mi cuerpo a su lado en la cama, la atraje para que
encajara su espalda en mi pecho. Pasé mi antebrazo por medio del cuello y la
almohada, con movimientos pausados formé una llave letal. Con eso sólo
quedaba por hacer el último click. La última maniobra.
Sólo un tirón seco. Sólo uno y todo terminaría.
Apreté mis párpados con fuerza cuando la escuché suspirar entre
sueños. Dejé salir el aire como si retenerlo me quemara por dentro. Me
estremecí con negación.
“Sólo un paso más y Lucrecia estará a salvo”.
Pegué mis labios en su delicado hombro desnudo y sollocé inestable
contra su piel. Ella no se enteró, estaba profundamente dormida. Perdida en
otro mundo, lejos de donde yo me encontraba a punto de hacerle un daño
irreversible.
Abrí mis pestañas al mismo tiempo que mis nervios se agarrotaban y
lograban meterme más adentro de un estanque lleno de convulsiones. Me
atraganté con el áspero nudo que creció en mi faringe.
“No puedo” me advertí. “No puedo”.
Una gota se desprendió desde el rabillo de mi ojo derecho cuando
aflojé la llave. Tomé aire por la nariz y caí contra el colchón, derrotado. Al
segundo siguiente me encontré a mí mismo encerrándola entre mis brazos,
aferrándome a ella como si mi vida dependiera de ello.
Me dormí con los ojos húmedos y el corazón estrujado. Ignorando el
hecho de que había sido la primera vez que lloraba desde hacía, mucho,
mucho tiempo.
No existía lugar para más negación. La voz me había dado a elegir,
“ahora o nunca” y yo elegí de una vez por todas.
Nunca.
Bestia Elisa D’ Silvestre

La decisión

Al despertar por la mañana estaba al tanto de que tendría que darle


una explicación. Traté de hundir los escalofríos en lo profundo, el
sentimiento con el que me dormí y hasta soñé. Elegí no lastimarla. Nunca.
—Tenemos que hablar—fue lo primero que dejó ir.
Y estaba de más, porque ya estaba dispuesto a contarle más sobre mí.
Lo suficiente como para que entendiera ciertas reacciones. Procedí, yendo
hacia atrás, describiendo no muy detalladamente el infierno que fue mi
infancia. No le mentí, pero omití ciertos detalles, como el hecho de que me
volvía un animal rabioso y que muchas veces terminé agrediendo a mi madre
por querer ayudarme. O que casi asfixio al doctor que trataba mi problema,
tan fuerte que estuvo días sin poder hablar. Tan grave era mi problema que
pasé casi un mes en un manicomio, recomendado por mi padre.
Cuando estaba cuerdo me parecía bien estar allí encerrado, era
peligroso para la gente que me rodeaba y amaba. Mi hermana pequeña no
tenía por qué crecer viendo eso. Así que no me resistí, dejé que me aislaran, y
concuerdo en que me ayudó.
Y cuando me hice lo suficientemente mayor como para decidir, dejé de
medicarme, abandoné todas las drogas que me mantenían estático e hice mi
propio camino para vencer a la bestialidad que crecía en mí. No lo hice tan
mal, sólo que me adentré en lugares a los que un adolescente nunca debió
haber entrado. Me hice fuerte bajo influencias equivocadas y aproveché la
destreza que la vida me había dado para hacer cosas muy malas,
Me desvié del camino.
Y ahora, pensándolo bien, no sabía si cambiaría mi pasado. Porque
cada camino equivocado recorrido me trajo hasta acá. Y quizás este fuese mi
infierno, mi manera de pagar mis pecados, pero no podría cambiarlo. Ella
estaba aquí. Mitad sufrimiento mitad éxtasis. Mitad dolor mitad placer.
Conté todo lo que pude sacarme, pero yo era un hombre duro con las
palabras. No me llevaba bien a la hora de demostrar cosas o abrirme a otra
persona. Y temía ver los ojos de Lucía con destellos de prejuicios. Aun
mereciéndolos, ello terminaría por matar la poca humanidad que sentía que
me quedaba.
Bestia Elisa D’ Silvestre

Terminé por descubrir que sólo mi hermana y la réplica eran capaces


de hacer latir mi corazón y demostrar que sí tenía uno. Uno que era capaz de
sentir amor.
Lucía empezó a preguntar sobre las dosis casi diarias de boxeo. Justo
después empecé a sentir que todo se me escapaba de las manos. ¿Cómo
pedirle que crea en mí sin esperar explicaciones? Entendía que era imposible
hacerlo. ¿Cómo dar ese enorme paso, y abrirme a ella?
— Sé que te estoy dando motivos para echarme lejos, para alejarme de
tu vida, pero te necesito—aseguré con mi corazón pendiendo de un hilo.
La besé tratando de trasmitirle mis súplicas, pero ella sólo fue capaz
de tensarse y no entender. Y no podía culparla. El único que estaba haciendo
todo mal era yo.
— Tenés que entender mi situación, Lucas—dijo, buscando
distancia—. Apenas sé nada de vos, no te conozco y me encuentro dividida.
Sólo podía describir su estado como frustración. La estaba lastimando
con mis idas y venidas. Mis dudas, mis incapacidades para ser claro me
estaban jugando una mala pasada. Y sólo fui capaz de observarla y escuchar,
clavado en el piso de baldosas caras, sin ninguna estrategia en mente para
superar este problema.
— No me entiendo ni a mí misma, accedo a que un desconocido viva
en mi casa y dejo que me haga… yo… tengo relaciones sexuales con él y…
Caminó de un lado a otro nerviosa, tratando de buscar las palabras
correctas. Lo que más fuerte me pegó fue que rehuyera mi mirada, impidiendo
conectarnos como lo hacíamos mejor.
— No puedo explicarme siquiera, confío en vos—se paró en seco y me
miró directo al pecho, sus ojos vidriosos—, confié en vos desde el primer
momento y es eso lo que me tiene confundida. ¿Cómo alguien puede confiar
en otra persona cuando ni siquiera la conoce? Percibo que algo anda mal,
pero a la vez se siente tan bien y…
Algo parecido a la esperanza creció en mi pecho para después reventar
como una piñata de cumpleaños, haciendo volar todo lo bueno por los aires,
fuera de mi alcance. Antes de que hiciera un solo mínimo movimiento hacia
ella, se encerró en el vestidor dejándome fuera de toda discusión y necesidad
de arreglo de esta terrible situación.
¿Qué mierda estaba mal conmigo?
Bestia Elisa D’ Silvestre

Lo único que me correspondía hacer para que se sintiera mejor era


darle más seguridad. Ella demandaba más de mí, y sólo debía abrirme. ¿Acaso
no confiaba lo suficiente en ella? Todo este tiempo amándola en secreto me
daba infinitos medios para hacerlo, pero no sabía cómo carajo aprovecharlos.
Vivía hermético. Si me abría, me rompería para siempre y dejaría de ser el
mismo.
Y puede que ese fuera mi mayor terror, porque… yo no conocía otra
versión de mí que esta.
Mis hombros se hundieron con fracaso y salí con pasos lentos de la
habitación. Fui en busca de mis cosas después de vestirme y me fui de allí.
Sí, estaba huyendo.
Huía porque no era capaz de matarla, pero tampoco de dejar de
amarla. Y ella merecía algo mejor que esto. Yo pertenecía a un agujero negro,
y ella a la superficie de césped verde encandilado por el sol. No era justo que
llevara más oscuridad y enredos a su vida.
Tomé mi celular y marqué.
— ¿Rolo? Necesito que me cubras… Ahora…—escuché su
afirmación—. Gracias.
Busqué mi moto y me alejé.
No fue hasta que, horas después, las ideas, las realmente importantes,
se instalaron a acosarme. Si yo me iba, Brown mataría a mi hermana y
después iría por Lucía. Podía salvar a Lucre, estaba seguro, pero a nadie más.
Y, de pronto, el verdadero destino de la réplica me golpeó en medio de la
cara. Ella moriría tarde o temprano en manos de Rodrigo, pues para eso había
sido creada.
El aire me abandonó de improvisto.
No había salvación alguna para Lucía Fuentes, sólo muerte.
No podía irme, como no pude matarla en la noche tampoco permitiría
que otro lo hiciera.
Y Lucrecia… a ella tampoco podía abandonarla.
Hecho un manojo de pensamientos enredados y mitades de mí mismo
enfrentadas llegué al taller de Johny. No hicimos más que abrazarnos que le
ataqué desesperado.
—Necesito ese contacto tuyo, el clan de moteros, los que… trafican
armas…
Bestia Elisa D’ Silvestre

Él entrecerró los ojos con sospecha, y se quedó callado. No era buena


idea contactarlos, pero esto ya formaba parte de un plan de apoyo. Y no tenía
otro. No tuve otra opción que contarle todo, absolutamente todo, con tono
jadeante a punto de perder el control.
—Está bien, amigo—me palmeó el hombro—. Respira, todo está bien.
Me llevó a su reservado, lejos de los ojos curiosos de sus mecánicos y
me tendió una botella de agua fresca.
—Los contactaré por vos—estuvo de acuerdo—. Lo voy a hacer
porque es un asunto de vida o muerte, y puedo ver en qué medida te afecta…
pero tenés que saber que endeudarse con ellos no es buena idea… si el clan te
ayuda, esperarán mucho a cambio…
Asentí sin dudar.
—Estoy dispuesto a todo… a todo—aseguré firme en mi decisión.
Él se alejó de mí y marcó desde su teléfono móvil, me miró de reojo
cuando alguien atendió desde el otro lado y empezó a explicarse. Trazamos
un plan, un buen plan. Y me encontré rezando con el corazón en la boca para
que funcionara.
—Ellos van a sacar a tu hermana del lugar donde Brown la tiene… y
se la llevarán con ellos, y cuando todo se calme por estas aguas iras a buscarla
¿suena bien?—preguntó.
Pestañeé casi en el borde, mis nervios a punto de explotar.
— ¿Ellos… ellos son de fiar? No q-quiero dejar a L-lucrecia con
alguien que sea capaz de…
—Tranquilo, respira hondo—me indicó y masajeó mi espalda—. Ellos
son de fiar… sólo son traficantes de armas, no se meten con chicas
indefensas, ni lastiman a inocentes… rompen la ley de otra forma…
Afirmé de un tirón de cuello, si él confiaba yo también lo haría. Me
enfoqué en respirar, el ataque volviendo a su lugar inicial, apagándose como
una pequeña llama entre la arena.
—Sólo espero que endeudarte con ellos no sea un problema
grave…—divagó Johny con preocupación pero luego lo dejó pasar.
Nos quedamos en silencio, mientras yo nivelada de nuevo los latidos
de mi corazón. Él me sobresaltó con un aplauso al aire.
—Ahora, ¿por qué no te das una ducha, te calmas, y después vas a
buscar a la chica de ojos verdes que te tiene tan atado de las pelotas?—rio.
Nunca estuve más agradecido en mi vida con una persona.
Bestia Elisa D’ Silvestre

Me fui a la ducha sabiendo a la perfección que, si todo salía bien, sólo


existía un único objetivo para mí: salvar a la réplica.
Bestia Elisa D’ Silvestre

Complicaciones

No me quedó otra opción que tirar la puerta abajo, y fue todo lo que
hice al escuchar el ruido de pequeños chapuzones en el agua. Lucía no estaba
por ningún lado en la casa, y fue cuando vi rastros fuera de lugar en el pasillo
que el chip se activó.
No me costó demasiado derribar la gruesa puerta de madera que
separa el resto de la casa con la piscina. No hice más que entrar allí que
comencé a ver todo rojo. La amante de Rodrigo Fuentes estaba tratando de
matarla, ahogarla bajo el agua, sus ojos desquiciados fijos en Lucía con
determinación.
Fui hacia Malvina como un toro enfurecido, pero más que eso, estaba
aterrado porque Lucía ya no luchaba por salvarse de las garras de esta loca.
Sin pensarlo levanté mi brazo izquierdo, mi mano en un puño, le di un seco
golpe en el punto justo para que cayera redonda al suelo. Me permití tirarla
al agua, no me importaba si moría, ella había querido matar a la réplica. No
estaba dispuesto a sentir misericordia.
Tiré de Lucía fuera del agua, colgando de sus brazos como una
marioneta ausente. Sus párpados cerrados, sus labios morados y piel pálida
hicieron que temblara de miedo por perderla. La recosté en el suelo y empujé
oxígeno en su boca, no necesité de mucha reanimación, ella tosió al instante
siguiente y escupió. Las pestañas oscuras que bordeaban esos ojos hermosos
aletearon para mí, y enfocaron mi rostro.
Dentro de mis costillas se vació la aprensión.
Le prometí que jamás me iría. Gio no hacía promesas a ninguna chica,
pero Lucas no lo dudó. No me iría nunca, a no ser que fuera acompañado de
ella.
La levanté en mis brazos, acunándola y sintiendo contra mí el
estremecimiento de sus huesos. La llevé al baño y la desnudé, ella no opuso
resistencia, sólo se dejó hacer, inmóvil con la mirada perdida. Estaba en
shock. Al terminar de secarla fuimos a su habitación y la vestí con lo primero
que pude encontrar, y la envolví con su cobertor color lila. La dejé acurrucada
mientras juntaba más ropa en una bolsa.
Bestia Elisa D’ Silvestre

Me la llevaría. Lejos. Nadie la tendría además de mí. Nadie nunca le


haría daño.
Me introduje en el vestidor y marqué números en mi celular. Johny
atendió a la segunda.
—Dejo mi moto en la entrada de su casa—le advertí, dándole después
la dirección—. Tomaré su auto, es un Audi A4 rojo, no es muy conveniente
para lo que quiero hacer, así que sólo encuéntrame a las afueras del pueblo…
—En el monte a cinco kilómetros de la ciudad, ¿te parece?—propuso.
—Sí, ese lugar está bien, queda en el sentido opuesto al que quiero
ir… y estoy seguro de que el coche tiene un dispositivo de rastreo…
Él estuvo de acuerdo, me deseó suerte y abandonó la línea para
ponerse en marcha. Tuve todo listo al minuto siguiente. Subí a Lucía en su
auto, en el asiento del acompañante y tirando la bolsa al de atrás me acomodé
contra el volante.
Tomé la carretera correspondiente sin dejar de perder sus reacciones
junto a mí. Ella se acurrucaba en el edredón, temblaba y supe que estaba a
punto de perderlo. Cuando comenzó a llorar y decir cosas horribles sobre ella
me detuve a un lado del camino y la atraje contra mí, la envolví en mis brazos
hablándole en susurros cariñosos y ella suspiró, sus nervios bajando de
niveles.
No sé realmente cuánto tiempo la tuve pegada, sintiendo cómo se
acompasaban sus sollozos y se secaban sus lágrimas. Su respiración se fue
amedrentando, y pronto se quedó inmóvil, apretándose a mí como si fuera su
salvavidas en medio del océano. Le permití relajarse y dormirse, entonces la
acomodé de nuevo a mi lado y seguí avanzando por la ruta.
Bajé la velocidad al ver un auto oscuro estacionado a un lado del
monte. Frené y enseguida bajé, rodeé el Audi y saqué a Lucía, que ni siquiera
despertó cuando la cargué en brazos, para llevarla al otro coche. Johny nos
observó atento.
—Es pequeña—se animó a decir.
No respondí, estaba enfrascado en cambiarme de coche lo más rápido
posible. Me tendió sus llaves.
—Voy a quedarme y sacarle cualquier cosa extraña que tenga, antes
de llevarlo al taller…—aclaró acompañándome a subir detrás del volante del
Bora.
Bestia Elisa D’ Silvestre

—Gracias… no sé cómo agradecerte todo esto que estás haciendo por


nosotros…
Él sonrió con picardía.
—Nosotros, ¿eh?—rio, pero enseguida se puso serio—. Mira, sólo
manténganse a salvo… Y ya sabes que si la casita abandonada del abuelo deja
de servir yo tengo mis métodos secretos para ayudarlos—guiñó un ojo,
torciendo la boca en una media sonrisa de niño travieso.
Asentí, enviándole lo más parecido a una sonrisa que me quedaba.
Estaba muy al corriente de sus métodos secretos, Johny era un genio a la
hora de despistar policías.
En el camino recibí la llamada de Brown, confirmando que me tenía
en su lista negra por evitar sus planes.
— ¿Crees que has logrado burlarte de mí?—rio con crueldad—.
Ahora… escúchame bien, bastardo. No vas a vivir mucho tiempo, y a ella le
va a llegar el peor final que podrías imaginarte.
Hizo un sonido escupido y cortó la llamada. Acababa de ratificar, sin
querer, que mi hermana se encontraba ya a salvo con el clan de moteros,
mucho antes de lo que yo imaginaba. Y también me advirtió que no
estábamos a salvo. Lancé el celular por los aires, ya no lo necesitaba.
Fuéramos a donde fuéramos Brown estaría unos pasos detrás,
siempre. Y Fuentes también. Nunca dejaríamos de ser acechados, cazados por
depredadores. Al menos que estuvieran muertos. El pensamiento me dio aún
más determinación que nunca, los vencería, algún día lo lograría.
Algún día, lejano o no, vería cómo la repugnante vida de cada uno de
ellos se desvanecía en sus ojos, por las propias manos de la bestia.

***
La situación se me estaba escurriendo de los dedos como arena fina.
Otra vez. Lucía desconfiaba de mí. Y con toda razón.
Reparé en sus reservas cuando llegamos a la casita en la mitad de la
nada, y supe que había llegado el momento en el que todas las dudas que fui
plantando a lo largo de los días se unirían en una sola y más enorme. Me
reprendí a mí mismo por haber retrasado tanto mis verdaderas explicaciones,
ahora estaba haciendo todo esto más difícil.
Intenté contarle la verdad pero empecé de la forma incorrecta y todo
se terminó por descarrilar ante mis propios ojos, vi cómo su semblante pasaba
Bestia Elisa D’ Silvestre

de la duda al aborrecimiento de una sola toma. La estaba perdiendo. Y me


puse aún más ansioso.
Mis palabras la afectaron tanto que cayó inconsciente por tanta
presión. No estuve seguro al principio, pero… luego lo descifré: el último
repaso que me dedicó antes de perderse estuvo repleto de pura desilusión por
mí.
No duró mucho su desvanecimiento, cerca de la media hora después
volvió a abrir los ojos. En la cama, donde yo la había colocado con cuidado,
me acosté junto a ella creyendo poder detener el mal sentido que parecía
tener todo esto ante su percepción. Me esforcé para que me creyera y volviera
a confiar como antes, pero sólo fue capaz de apartarse como si yo le fuera a
contagiar algo.
Mis entrañas se retorcieron como si las hubieran molido fieramente.
Dije su nombre entre suspiros llenos de ruegos.
—Soy yo…
No se movió.
—No… no sé quién sos—sollozó sintiéndose acorralada.
—No voy a hacerte daño—me costaba hablarle sin caer en la
desesperación.
— ¿Entonces por qué estoy acá?—preguntó, dolida.
Lágrimas punzaban detrás de sus pestañas para poder salir.
—Porque quiero protegerte de ellos…
Tragué fuerte, nervioso a más no poder.
— ¿Quiénes son ellos?
¿Quiénes eran ellos? Eran muchos, la querían lastimar de muchas
maneras. Y el poder que ostentaban sobre el entorno sería aterrador para
alguien como ella. Tan pequeña e indefensa.
—El mundo…
No estuvo contenta con mi respuesta, y otro paso en falso se unió a la
lista. A estas alturas no podía hacer más que darme la cabeza contra la pared.
“¡Habla claro, maldita sea!” Pretendí inmovilizarla cuando me empujó para que
me separara de ella.
—Mi padre va a encontrarte, va a matarte—se agitó entre forcejeos.
— ¡Él no es tu padre!—grité y terminé por perder todo el control.
Bestia Elisa D’ Silvestre

El resto de mis esfuerzos por convencerla y envolverla de vuelta en


mi manto fue inútil. Ya era tarde, había perdido por mi incapacidad de
expresarme con corrección.
Tanto se recelaba en cuanto a mí y mis palabras que me golpeó en la
ingle con su rodilla, aclarándome que había tenido el desliz más grande de la
historia al subestimarla.
Corrió directo a la intemperie, perdiéndose entre los árboles, a
oscuras por la noche. Prefería perderse allí que estar a salvo conmigo. Era un
inepto. La perseguí y la retuve contra mi cuerpo cuando cayó al suelo de
rodillas y la alcé entre mis brazos.
Se habría rendido a mí en ese momento si Rodrigo Fuentes no hubiese
hecho acto de presencia, rodeado de matones y oscura elegancia.
Bestia Elisa D’ Silvestre

Rescate

No podía hacer nada más que dignarme a dejarla correr hacia los
brazos de su supuesto padre. Después de todo el embrollo que tejí en su
mente era entendible que buscara la solidez de su progenitor, por más frío o
mentiroso que fuera. Ella creció con esa idea en la cabeza.
No me descubrí, de hecho me adentré más en el frondoso y espeso
monte por si los matones salían a buscarme. Si me descubrían ahora jamás
podría salvarla después. Permanecí oculto hasta un buen rato después que se
fueron.
Volví a la casa agotado, y completamente aniquilado emocionalmente.
Jamás en mi vida me equivoqué tanto, cometí tantos errores, uno tras otro. El
asunto de salvar a alguien no se me daba bien, de ninguna manera. Pero no
me rendiría. Tendrían que matarme para lograr ver la bandera blanca desde
mi terreno.
Ahora tenía que trazar un plan, un buen plan. Uno que no se
entorpeciera por la consternación de saber a Lucía en manos del enemigo. Se
me necesitaba frío y letal como antes de conocerla. Me prohibí dejar alguna
mínima entrada entornada para darle la bienvenida a los inconvenientes.
Llegaría hasta el final y saldría victorioso. Ya que esta vez dejaría de
ser Lucas, víctima de debilidades, y sería Gio, el asesino, el que cortaba las
gargantas de desconocidos sin apenas pestañear.

***
Me desconcertó unos momentos que Rodrigo nos haya encontrado
tan rápido, pero enseguida caí en la cuenta de otro descuido que cometí en mi
apuro por llevármela. Ella llevaba un chip de rastreo, seguramente en alguna
parte de su cuerpo. Otra cosa que debía tener en cuenta cuando la alejara de
todo.
Las heridas de Lucía por el ataque de Malvina me dieron la creencia
de que gozaba de tiempo. Me llevó un par de días conseguir un plano del
lugar y estudiarlo a la perfección. Rolo, mi reemplazante ocasional en el
seguimiento de la réplica, creía que yo todavía continuaba trabajando para
Bestia Elisa D’ Silvestre

Fuentes. No me costó nada sonsacarle información sobre las movidas de


vigilantes y cámaras en el edificio.
No era tonto, sabía que aquel no era el único lugar dónde ella podía
estar, Rodrigo tenía muchas sedes repartidas por todo el país, incluso
internacionalmente. Pero me arriesgué, sobre todo porque me guiaba por mis
intuiciones. Ellas me corroboraban que estaba cerca.
Cuando logré estar preparado, llegó el día del golpe.
Me interné por la segunda salida de emergencia, la menos usada, del
lateral más escaso de movimiento. Rolo explicó que en ese mismo lugar se
encontraba la morgue, y por eso casi nadie optaba por acercarse demasiado.
Traté de no pensar demasiado en si alguna vez había sido usada, o que
estuvieran pensando en hacerlo.
El recorrido en esa zona estaba totalmente desprovisto de luz, por eso
cada vez que me encontraba con uno de los gorilas me era fácil mezclarme,
luchar y derribarlos en un santiamén. No por nada se rumoreaba que mi
sangre corría atravesando glaciares en mis venas.
No tuve que matar a muchos, no fueron más de tres. Y fue de manera
silenciosa, nadie podría sospecharlo hasta mucho más tarde.
Al pisar la parte más concurrida me crucé con algunas enfermeras y
me apresuré a hacerles preguntas que no fueran del todo sospechosas, ellas
sólo me miraron de reojo, respondieron y siguieron su camino, sólo apenas
acostumbradas a verme deambular cada vez que venía a recibir órdenes de los
“jefes”. Nunca le presté verdadera atención a este lugar, sobre todo porque me
sentía asqueado cada vez que tenía que poner un pie en él.
Fui directo a la sala de observaciones que, tenía claro, se encontraba
en el segundo piso. Allí estaban. Justo antes de tantear el picaporte tomé
firmemente en mi palma mi pistola. Y en un solo movimiento me vi adentro, a
centímetros de la espalda de Carmela, que se veía muy afectada.
Rodrigo estaba a punto de inyectarle algo a Lucía que estaba postrada
y atada en una litera. Desnuda, indefensa y pálida hasta un punto alarmante.
Mantuve mi respiración en el límite tragué saliva, sintiéndome afectado, pero
no lo dudé, apunté mi arma a la nuca de la mujer y me hice notar,
transmitiendo el frío que me recorría entero. Todo el mundo se quedó
inmóvil en su sitio. Alarmados.
La bestia ya estaba presente y no se iría sin lo que había venido a
buscar.
Bestia Elisa D’ Silvestre

No me permití estudiar demasiado el estado en el que ella se


encontraba, me aterraba perder el control, sería letal para ambos. Pero podía
oírla respirar agitada por el miedo, el terrible shock que le producía la
situación en la que se encontraba. Nunca odié tanto a una persona como lo
hacía con ellos. Cada uno merecía morir en mis propias garras.
Ordené que la dejaran libre mientras enfatizaba mis palabras con más
amenazas hacia Carmela. Sabía que ella era la clave, que sin la mujer
desfigurada no tendrían nada por lo que hacer valer toda esta mierda. Ni era
ella la que les importaba en verdad, descubrí hace tiempo, sólo le atraía el
prestigio que les daría si quitaban la piel de Lucía y la trasplantaban en
Carmela. Eso les traería dinero y respeto en el ambiente negro que
frecuentaban.
Sin contar con que Lucía era el primer clon de ser humano en el
mundo.
Terminé de divagar cuando la soltaron, y enseguida obligué a
Rodrigo a quitarle el chip rastreador, sea como fuera. Pedí al cielo que para
hacerlo le creara solo una herida superficial. Lucía corrió lejos del hombre
que se hacía llamar su padre y se refugió a sí misma en sus propios brazos.
Intervine para tranquilizarla prometiendo que estaba a salvo. El chip estuvo
fuera en segundos y pude respirar aliviado.
Hice que la chica se vistiera y la saqué de allí como una tromba,
arrastrando como rehén a la original. No estaba siendo cuidadoso con ella, de
hecho la traté como basura sólo por todas las situaciones horribles que le
habían provocado a Lucía. Y no me importaba ser sensible ante ella, no
merecía un trato sedoso y amable.
Corrimos al coche que yo traía conmigo y emprendimos viaje
derrapando en la calle de arena.
No quería escuchar a nadie y menos a la maldita Carmela, pero ella
intentaba comunicarse con Lucía y me quitaba la paciencia a grandes
mordiscones. No merecía siquiera tener ojos para mirarla. La posesividad que
apresaba mi pecho me golpeó de lleno en la cara. No quería que nadie,
absolutamente nadie que no fuera yo se le acercara, le hablara o la tocara.
Pisé el freno violentamente y nos detuvimos con fuerza. Al pestañeo
siguiente estaba sacando de un tirón a la mujer del coche, asustándola más de
lo que ya estaba. Sentía enormes deseos de sangre relamer mis extremidades.
Estaba a punto de estallar.
Bestia Elisa D’ Silvestre

De pronto Lucía fue todo lo que alcancé a enfocar frente a mí, con sus
ojitos redondos y grandes de cachorrito que tan loco me ponían. Mi actitud la
estaba asustando, y vi el destello de lágrimas a punto de caer por sus mejillas.
Me rogó que no le hiciera daño a Carmela y con eso tuve que alejarme para
no romperme y romperlas a ambas.
Tomé distancia al mismo tiempo que mi respiración se alteraba. Tenía
que detener el torbellino de adrenalina que transitaba por mis venas. Debía
ganarle a este ataque.
A medida que creaba un plan para rescatar a la réplica no había
existido lugar para que un ataque de violencia se me viniera encima. Pero
ahora que la tenía conmigo toda la tensión acumulada en los días anteriores
me pasaba la factura.
Sentí un pequeño cuerpo pegarse al mío, sosteniéndome, tirando de la
soga fuera del infierno que se estaba adueñando de mi cabeza y mi cuerpo. Se
apretó contra mí y en un dulce silencio me fue envolviendo, haciendo que sólo
pudiera estar pendiente de ella y nada más. Los sudores fríos se echaron atrás
incluso antes de llegar y los erráticos silbidos de mi garganta se detuvieron,
sólo para corresponder el abrazo y encerrarla más cerca de mí.
La apreté con fuerza como si fuera un sueño y yo estuviese a punto de
despertar sin quererlo. Nos aferramos el uno al otro y en ese momento lo
supe: ella era mía. Ya no la perdería, ni la alejaría de nuevo por culpa de
míseros errores.
La réplica era mía y haría hasta lo imposible por mantenerla a mi lado
para siempre.
Bestia Elisa D’ Silvestre

Seguridad

Nos libramos de Carmela en un pueblo de mala muerte, unos cuántos


kilómetros lejos, después de horas y horas de conducir. No hablamos cuando
estuvimos solos, Lucía estaba muy metida en su cabeza y yo miraba al frente
como un poseso. Atento.
Nos cruzamos un par de gitanos que me ofrecieron buen dinero por el
coche, y sólo estuve de acuerdo en cambiarlo mano a mano por otro modelo.
Nos vino de maravilla la oferta, para ir eliminando pistas a nuestras espaldas.
Nos asenté en un hotel de los caros, con una de mis identificaciones
falsas que tanto había usado en mis años anteriores. Rápidamente nos hicimos
con la habitación.
El silencio, el peso intenso de todo lo que había pasado nos aplastó.
Había deseado tanto esto, salvarla y tenerla conmigo que ahora no sabía
cómo proseguir. Ella esquivaba mis ojos, haciéndome sentir inseguro. Quizás
todavía seguía pensando que yo era el malo, que quería hacerle daño aún. No
pude soportar que ella pensara así de mí, no cuando estaba dispuesto a morir
por lo nuestro. Lo que sea que fuera lo que teníamos.
¿Una simple conexión?
Desde mi lado no, ¿pero desde el suyo? ¿Me quería tanto como yo a
ella? ¿Sentía esta ola gigante arrastrándonos más y más cerca entre nosotros?
Quise comunicarme, abrí la boca para decir algo. No sabía realmente
qué, pero tenía esta fornida urgencia de moler ese momento de quietud
incómoda. No me lo permitió, sólo corrió a refugiarse en el baño con la pobre
excusa de una ducha. Entendí que necesitaba tiempo a solas para digerir todo,
pero me dolió que no se cobijara en mí.
Me di cuenta de que si yo quería que supiera que podía tenerme, debía
demostrárselo. Hacerle saber que mis brazos estaban abiertos. No titubeé
cuando mi cuerpo enfiló hacia la puerta del baño, seguí y me adentré con toda
la intención de arroparla. Ella me necesitaba, yo lo sentía.
Se encontraba clavada frente al espejo del lavabo, intentando borrar
todas las marcas que le habían hecho a su torso, frenética, al borde del
colapso. Su piel estaba tan enrojecida en el punto donde no paraba de frotar
que creí que sangraría.
Bestia Elisa D’ Silvestre

Le di la vuelta para que me enfrentara, ella sólo depositó la vista en


mi pecho, esquivando mis ojos porque no pretendía que yo fuera testigo de lo
mal que lo estaba perdiendo. Sus manos se asieron, tensas, cubriendo sus
pechos pálidos, su labio inferior temblando dándome claras señales de que el
control saldría por la ventana de un segundo a otro.
Hice correr la ducha de agua caliente y la atraje a mi cuerpo, la
desnudé despacio, con tranquilidad, transmitiéndole seguridad con mi toque.
La llevé bajo el agua y después de quitarme la ropa más gruesa me uní. Me
enjaboné las manos y la lavé, como a una niña indefensa. La pegué a mi
cuerpo y poco a poco, en suaves y susurrantes movimientos circulares de las
yemas de mis dedos fui borrando la prueba visible de su turbación.
A medida que la envolvía en mi calor fue cerrando los ojos y
suspirando agradecida por mis atenciones. Pronto estuvo laxa y
completamente entregada en mis brazos. La noté buscar mi contacto,
acercándose tanto como pudo, se terminó por aferrar a mí, pasando las manos
por mi espalda, haciéndome apreciar su respiración acompasada contra la piel
de mí pecho.
Cuando estuvo libre de huellas indeseables y relajada, la alejé del agua
y la sequé, dejándola ir, después, a la habitación. Le di su tiempo a vestirse y
meterse en la cama mientras me secaba y buscaba ropa seca.
La encontré recostada, con la atención fija en el techo. Tan lejana y
sigilosa que se me retorció el corazón. Me metí bajo las sábanas con ella y
esperé a que se sintiera segura y capaz de hablar. Como no lo hizo por un
tiempo me decidí a empezar.
— Puede que… no creas ni una sola palabra de lo que…
Todavía no me creía seguro, quizás a ella le quedaban reservas en
cuanto a mi credibilidad o…
No me dejó seguir divagando en arenas movedizas.
— Voy a creer todo lo que me digas, Lucas—me corrigió, sin moverse
siquiera—. Voy a creerte siempre…—terminó por murmurar.
Cerré los ojos un momento sabiendo que mi corazón acababa de
hincharse de consuelo, dejando fuera su parte insegura.
—Es mejor que empiece desde el principio—avisé, dispuesto a dejar ir
todo lo que sabía sobre este horrible enredo.
— ¿Qué soy, Lucas? Somos idénticas, y no soy su hija—se precipitó
en busca de una explicación directa.
Bestia Elisa D’ Silvestre

Sin embargo, seguí mi plan y empecé desde el principio. La historia


había sido escuchada por la mayoría de los matones que trabajaban y juraban
lealtad eterna hacia Fuentes. Le conté todo lo que sabía de Carmela y
Rodrigo. Hasta que ella sola llegó a la obvia conclusión final.
Odié ese instante justo en el que ella aceptó quién era en realidad. El
entendimiento cruzando su rostro, empalideciéndolo, creando una espesa
nube opaca en la profundidad verde que tanto amaba de sus ojos. Parecía que
una parte de Lucía Fuentes estuviera muriendo, allí mismo, frente a mi
contemplación.
—Soy…—engulló aire de una bocanada atormentada—soy su clon.
Algo se rompió dentro de ella cuando logró decirlo en voz alta.
—Soy un clon…—repitió ahogada.
Entonces lo perdió. Por completo. Su pecho se cerró herméticamente
para no suministrarle aire. El pánico nubló sus pupilas y toda ella se pasó de
blanco a translúcido. Me puse sobre mis rodillas y de inmediato la incorporé,
sentándola sobre el colchón. Incliné su cabeza entre sus rodillas levantadas,
sabiendo que ello le ayudaría a superar el ataque. Le susurré palabras dulces
en el oído mientras veía como atravesaba la peor parte.
Minutos después al fin todo se aquietó, y ella pudo dejar entrar aire
sin dificultad alguna. La hamaqué en mis brazos lentamente, a un ritmo
tranquilizador. Se apoyó en mí, y cerró los ojos abandonándose a mis
atenciones.
Nunca creí que yo sería capaz algún día de ser tan suave con alguien.
Pero supuse que así se era naturalmente con la gente que se encerraba en tu
corazón. No existía lugar para lo malo cuando se amaba tan loca e
intensamente.
Nos recosté a ambos de nuevo, dejando que un bienvenido y dulce
silencio nos invadiera. Le acaricié el cabello, parecía que jamás podía dejar de
hacerlo cuando la tenía cerca. Era tan sedoso, fino, maleable, se escurría
fácilmente por entre mis dedos. No conseguiría nunca renunciar a tocarla de
esta forma.
Apagué las luces, permitiendo entrar sólo la de la luna, y nos envolví
con las sábanas. Pegué su espalda diminuta contra mi pecho y apoyé mis
palmas en su vientre liso. Asumí que estaba dormida hasta que se estremeció
contra mí, su piel de gallina al punto siguiente. Le aseguré que me hablara,
que me contara todo lo que la atemorizaba.
Bestia Elisa D’ Silvestre

— Pasa que soy como…—tragó su voz en un nudo—como… un


experimento.
Sus lágrimas se derramaron contra la almohada, demostrando lo
afligida y rota que se sentía interiormente.
— Nací para ser desechada—murmuró con toda la agonía en carne
viva destruyendo su garganta.
Me atiesé contra su cuerpo, completamente en negación. En un latido
ensordecedor le di la vuelta para que me mirara a los ojos de una vez y
enfrentara mi verdad. Esta vez mis cuerdas vocales no fallaron, ni me sentí
nervioso o acorralado. Esta vez realmente dije lo que sentía y quería que
supiera a toda costa.
—Naciste para ser mía—acerqué mis labios a su boca, y la abracé con
fuerza.
Quería demostrarle que no la dejaría ir nunca, y que estaba hasta el
nacimiento del cabello metido en esta única misión que sólo significaba
mantenerla a salvo.
La oí retener el aire de un sofoco, como si no se esperara semejante
declaración. No le di tiempo a pensar demasiado, la apresé y ella escondió su
rostro en mi cuello, humedeciéndolo.
Su llanto cesó enseguida, dando lugar a un calor nuevo entre los dos.
Me acarició con sus palmas abiertas y sus dedos sensibles, aspiró
ansiosamente contra mi piel, poniendo la mía de gallina. Todo el vello de mi
cuerpo se erizó al sentirla derretirse contra las sensaciones que
desprendíamos. Se acurrucó más, buscando más contacto.
Me besó lánguidamente en la mandíbula al tiempo que enredaba sus
piernas entre las mías más largas. Se separó apenas para poder mirar a través
del conducto de nuestras miradas y comenzó a rosar sus dedos delicados por
mi rostro, su pulgar venerando mis labios. Mi respiración se fue
descarrilando en medida que seguía descubriéndome, y la de ella no se quedó
atrás.
Alzó su cabeza de las almohadas e inició un beso. Incitándome a ceder
ante su iniciativa, pero yo no estaba seguro de si este era un buen momento
para avanzar más allá.
—Necesitas descansar—le avisé atento a sus facciones.
Negó de inmediato y soltó un suspiro anhelante.
—Te necesito—soltó.
Bestia Elisa D’ Silvestre

Mi corazón subió hasta mi garganta y se agrandó, provocándome casi


un paro respiratorio. Sus palabras taladraron mis nervios, destrozándolos en
pedazos.
Me necesitaba…
—Ahora…—agregó—. Te necesito, Lucas, necesito que me hagas el
amor.
No requería más súplicas, en mis venas la sangre se aceleró, haciendo
que mi pulso saltara imparable. Incliné mi mentón y apresé sus labios en los
míos, de pronto más hambrientos que nunca. Encendí el interruptor entre
nosotros, tomando todo lo que ella me brindaba. Aceleré mis movimientos,
hasta que me vi a mí mismo encima de ella, con sus piernas acunándome.
Abandonada a mí, sedienta.
Enroscó sus dedos en una de mis manos y la llevó directo a la
elevación de su pecho derecho, rogando que la tocara como siempre lo había
hecho. Con ardor, necesidad y locura. Lo hice, olvidando que tan rotos
estábamos. Sólo teniendo la certeza de que juntos sanaríamos. Nos
glorificaríamos.
Sobreviviríamos.
Bestia Elisa D’ Silvestre

A salvo

La observé dormir con la mejilla en el lado derecho de mi pecho, su


palma descansando en el izquierdo. Su rostro levemente inclinado hacia el
mío, las pestañas creando sombras debajo de sus ojos. Sus labios suaves y
rojos juntos pero no apretados. Ella estaba serena, y me convencí totalmente
de que su estado era por mí.
Llevé la mirada al techo sin perderla en el contacto, rosando mis
dedos casi inconscientemente por su columna y cuello. La escuché suspirar
entre sueños pero no despertó.
Armé en mi cabeza la secuencia que vendría una vez que la despertara
para emprender camino. Le contaría todo, no me guardaría nada. Se había
acabado el tiempo como para seguirle el juego a mis dificultades. Lo haría,
por más que me costara horrores hablar sobre todo el asunto que nos atañía.
El amanecer no había sucumbido cuando me despegué a
regañadientes de su cuerpo enroscado. La dejé dormir un poco más y me metí
en el baño para asearme. No salí cuando terminé, busqué mi nuevo móvil y
marqué un número.
— ¿Sí?—dijo la voz adormilada de Johny desde el otro lado.
—Soy yo—murmuré quedamente, tratando de no despertar a Lucía.
Lo escuché moverse.
—Al fin das señales de vida—respondió, pude imaginar la media
sonrisa dormida que acababa de plantar.
—La casa del abuelo no funcionó…—expliqué enseguida—. Las cosas
se complicaron y Fuentes se la llevó con él, me costó varios días ponerme en
marcha e ir en su busca…
—Hombre…—suspiró—. Vas a terminar muerto por ella… ¿qué más
estás dispuesto a hacer?…
No había malicia en su tono de voz, sólo preocupación por un amigo.
Johny era tan leal, a veces no me sentía merecedor de su respeto y amistad.
—Ella lo vale—respondí y entre abrí la puerta del baño para
observarla inmóvil entrelazada en las sábanas.
—Te creo—sonrió.
No quería hacer esto, pero era la única forma de salir, o retrasar
complicaciones. Tenía que pedirle ayuda, y yo sabía que me la daría, el
Bestia Elisa D’ Silvestre

problema era que no deseaba meterlo en problemas. Si nos ayudaba era otra
persona más en la lista que podría pagar el precio.
—Sabes… quiero que vengan a mi lugar—saltó él sin darme tiempo a
nada—. Es muy seguro, nadie sospecharía, lo prometo. No pueden pasar de
hotel en hotel, gastando dinero y aun así no estando del todo a salvo… No te
pido que vengas, te ordeno que lo hagas…
Tragué saliva y cerré los ojos, era tan egoísta de mi parte meterlo en
esto.
—Sabes que todo puede explotar en cualquier momento… no quiero
que te veas invol…
—Shhh—me cortó, exasperado—. Peligro corro todos los días,
amigo… Y además, cito tus palabras, lo vales… te debo la vida, yo no me
olvido de esa noche cuando le salvaste el pellejo a un pobre chico de quince
años…
La noche que lo conocí estaba metido en una pelea con cuatro
grandotes en uno de los callejones perdidos que frecuentaba seguido. Él
estaba haciéndolo por su cuenta, y supe con sólo mirarlo que no saldría bien
parado. Era demasiado pequeño de cuerpo y tenía cero habilidades. Así que
me uní a la lucha y saqué al niño arrastrándolo lejos. Tuve que llevarlo al
hospital por varios golpes y una puntada en el costado. Después de eso se
convirtió en mi sombra, lo introduje en mi mundo y le enseñé a robar. Johny
era un tipo muy agradecido. Sobre eso no cabían dudas.
—Está bien…—asentí un poco dudoso, pero sabiendo bien que era lo
único que podía darle a Lucía—. Estaremos allá lo antes posible…
Suspendí la comunicación y me quedé allí dentro convenciéndome de
que estaba bien tomar ofrecimientos de buenos amigos.
Desperté a la preciosa chica que dormía después. Mientras se vestía al
estilo zombie, ya que había dormido no más de tres mínimas horas, llamé
para que nos trajeran un potente desayuno. Cuando estuvo lista esperé en
silencio, viéndola comer, seguro de que si empezaba a hablar ahora ella
perdería el apetito.
La señal llegó cuando me miró esperando a que dijera algo, que
rompiera el silencio. Y lo hice, comencé a contarle todo desde el comienzo.
Que deseaba ser un mejor hombre y por eso recurrí al despreciable de
Godoy para que me diera un trabajo decente, pensando que él llevaba una
vida digna. Había estado cometiendo errores mi vida entera, pero creer que él
Bestia Elisa D’ Silvestre

era un hombre modesto, había sido uno de los más grandes. ¿Cómo podía
creer siquiera que el mismo hombre que hacía llorar noches enteras a mi
madre era bueno? ¿Qué el mismo hombre que tenía una familia escondida era
honorable? Debí haberlo sabido, si con sólo mirarlo transmitía impresiones
turbias.
Seguí por el camino, llegué a mis órdenes, ambas, las de Rodrigo y
Brown. La vi perder el color más y más en medida que avanzaba. Y sus ojos
se aguaron al saber qué tan en peligro se encontraba. La cantidad de gente
poderosa que quería dañarla.
Entonces me preguntó por mi hermana y en lo que había hecho para
salvarla y… mentí. Mentí descaradamente diciendo que el clan me debía un
favor cuando era todo lo contrario: yo estaba en deuda con ellos. Pero si se lo
apuntaba se escandalizaría y se culparía por obligarme a conectarme con esa
gente. Preferí ocultarle el hecho de que en cualquier momento tendría que
pagar una gran deuda, vaya a saber de qué manera.
Ella se abrazó a mí y me besó, quizás con agradecimiento o con
cariño, no lo sabía… pero todo en ella me demostraba que sentía lo mismo
que yo. Y así lo creí.
—Santiago…—murmuró titubeante, sin saber cómo seguir—.
Guillermo…
Asentí, entendiéndola. Escuchó cuando Rodrigo se dirigió a mí como
el hijo de Guillermo en la sala de observaciones. Además acababa de afirmar
que Godoy era mi padre. Vi cómo su mirada se nublaba al nombrar a su
amigo de la infancia, su novio antes de morir.
—Él era mi hermano…
Algo después de decirlo me retumbó entre las sienes. Era indudable
que ella sabía que estaba muerto, pero me pregunté si estaba al tanto de cómo
había sucedido todo. No, claro que no. Los rumores volaban si conversabas
con la gente correcta y Rolo había sido más que una ayuda.
Rodrigo lo había asesinado, todo porque el chico descubrió qué era lo
que estaban haciendo con su novia de casi quince años. Corrió en su coche a
buscarla, con la intención de llevársela lejos y ayudarla, porque la amaba y
eso era algo que teníamos en común. Lo único, más bien dicho. Fuentes lo
persiguió y le disparó. Me preguntaba si Guillermo también lo sabía y si
había estado de acuerdo con todo.
Bestia Elisa D’ Silvestre

¿Estaba dispuesto a matar a su hijo privilegiado con tal de salvar un


proyecto que les traería millones de dólares? No dudé, la respuesta fue un sí
rotundo. Esperaba cualquier peor propósito de su parte.
No dije más sobre Santiago, no le comentaría nada de lo que sabía, por
lo menos ahora. No era un buen momento después de haberle relatado tanta
información pesada y cruel.
Emprendimos camino y después de otras horas llenas de expectativas
y ansiedad, llegamos a lo de mi amigo. Él nos refugió en su escondite secreto,
debajo de su taller mecánico, fue entonces que pude respirar tranquilo,
aliviado.
Ella estaba a salvo.

***
Fue el día después cuando decidí ir con la verdad, no hacía mucho que
había despertado y desayunado lo que le dejé sobre la mesita. Me recibió con
una sonrisa apaciguada y enseguida me atrajo a sus brazos, besándome como
si no hubiera un mañana. Dudé por un momento, cuando ella se apretó contra
mí y se aferró a mis hombros, pero enseguida me aseguré que debía
contárselo. Y más después del episodio en el coche, cuando su mente se
enterró en el pasado y le provocó un ataque de nervios. Hablar de él le había
traído recuerdos, y era hora de terminar con los sucios secretos de esos viles
hombres.
Mi expresión debió de haberse oscurecido porque ella me observó con
algo de miedo cruzando sus facciones. Alertada.
—Tengo…—me aclaré la garganta—. Tengo que contarte algo.
Su rostro cayó y negó desesperada, intuyendo que sería algo malo, de
seguro.
—No…—murmuró aterrada—. No tenés que hacerlo…
Apresó mi rostro en sus manos, obligándome a ver sus súplicas
silenciosas. Me dolía tener que hacerle esto, más que a nada, porque la
lastimaba y no dejaba que sus heridas interiores terminaran de sanar del todo.
—Es sobre Santiago…
—No…—se quedó sin aire—. No quiero saber…
Sus dedos apretaron mis labios tan fuerte que sentí dolor, pero no me
detuve. Ella necesitaba saber la verdad. Me rogó que no se lo dijera.
—No fue un borracho…—solté.
Bestia Elisa D’ Silvestre

— ¡NO!—gritó.
Su mano se levantó instantáneamente y me golpeó un lado del rostro.
Está bien, quizás me lo merecía por ser tan insensible. Le permití
desahogarse. Y pronto estuve hablando de nuevo.
—Fueron ellos…
Me sacó fuera de la cama a empujones inestables, gritando,
soportando todo el dolor que le provocaban mis palabras. Me siguió sin parar
de golpearme el pecho, con sus ojos inyectados en sangre, las lágrimas
cayendo por sus mejillas incoloras. Sus puñetazos no me dolieron, aunque por
dentro me estaba matando el verla tan rota.
Cayó al suelo boqueando, intentando tomar aire entre tantos sollozos.
Apenas tenía fuerzas para ponerse en pie. Me agaché junto a ella y la envolví
en mis brazos asiéndola contra mí. La levanté del suelo y nos trasladé a
ambos hasta la cama, nos quedamos allí por más de una hora. Su rostro se fue
secando, aunque su mirada siguió perdida en otro lugar, quizás en el pasado.
—Fui un insensible—dije despacio contra su oído—, tendría que
haber tratado de decírtelo de una forma menos…
—Shhh—me silenció y se abrazó más fuerte.
Entonces comenzó a decir algo que me alertó y me convirtió en
piedra.
—Lucas—tragó antes de seguir y recorrió con su palma mi torso—.
No quiero esto para nosotros… no quiero esto para tu vida…
Sus pestañas volvieron a filtrar gotas de agua salada.
—No quiero que termines como Santiago—se alzó para buscar mis
ojos.
— ¿Qué estás diciendo?—mi voz terminó de helar la habitación.
—Voy a entregarme, y a cambio voy a pedirles que te dejen en paz.
Salté fuera de su contacto como si me hubiera quemado. ¿Qué carajo?
La rabia carcomió todo lo bueno que quedaba de mí en ese momento. Intentó
retenerme, susurrando mi nombre con temblor.
—No me toques—casi le grito—. ¡Estás loca!
Mi respiración ya era un caos para ese entonces, tratando de
apaciguar la ira creciendo en mi estómago.
— ¡Es-tas lo-ca!—repetí con fuerza—. Si pensás que voy a dejarte ir
con ellos, estás muy… muy equivocada…
Bestia Elisa D’ Silvestre

¿Y qué quedaba de todos los esfuerzos por mantenerla conmigo? ¿De


todas las decisiones que tomé por ella? No la dejaría ir, no ahora que estaba
seguro que no podía vivir sin ella.
Quiso replicar.
—Cállate, ¿sabes de lo que soy capaz?—no, estaba claro que no lo
sabía— .Voy a atarte si es necesario… voy a encadenarte a esa puta cama…
La oí llorar y limpiarse la cara antes de intentar volver a acercarse a
mí. La esquivé, porque no estaba seguro de lo que era capaz de hacer ahora
mismo. Yo no confiaba en mí.
Balbuceó algo sobre no poder ser salvada y que no podría soportar
que me pasara algo… Realmente no la escuché del todo porque un fuerte
retumbar se instaló en mis oídos.
— ¡Entonces podrás entenderme también!—exploté—. ¿No podés
soportarlo? ¿Y qué me queda a mí? ¿Cómo crees que voy sentirme si también
te hacen daño?
“Voy a morirme si me dejas…” suspiró tristemente una voz en mi
interior.
Logré convencerla al tiempo que le decía todas esas cosas que, estaba
al tanto, necesitaba oír. Claro que tenía miedo, nadie era inmune a él. Ni
siquiera yo, que había vivido en la oscuridad por demasiado tiempo, podía
escapar del miedo que me provocaba el perderla a ella y a la única familia que
me quedaba.
Decidimos que estábamos ambos dispuestos a acabar con quién sea
que amenazara nuestras vidas. Y ella finalmente terminó por aceptar que
podíamos tener un futuro, siempre y cuando lucháramos contra todo lo que
iba en nuestra contra.
Bestia Elisa D’ Silvestre

Acontecimientos inesperados

Una mañana salí del taller sin apenas avisar, con el plan de volver
antes de que Lucía despertara. No quería dejarla sola mucho tiempo, pero
tenía que buscar algunas cosas que me dejé en la casita, más ropa y otras
armas de fuego que casi no usaba, pero pensaba hacerlo.
Estos días me la pasé enseñándole a Lucía a disparar, y ella estaba
aterrada con la idea. Pero esperaba obtener buenos resultados dentro de poco.
Llegué a la casa en uno de los autos que Johny me había prestado, mi
moto ya había sido vendida y la plata del negocio estaba en mi cuenta.
Necesitaba más dinero. No estaba en quiebra pero cualquier monto extra era
bienvenido. Entré sólo para ver que todo seguía igual que siempre, silencioso
e inmóvil. Nada fuera de lugar. No era lo que había esperado, la verdad, vine
con la intención de ver todo dado vuelta, destrozado.
Era difícil saber que aquella casa era mía, bueno, antes fue de mi
madre, pero la gente que me perseguía podía conseguir cualquier
información. No me habría afectado encontrar todo convertido en basura, allí
no había nada de valor. Pero la casa había sido un deseo constante de mamá,
un lugar fijo, nuestro, que nadie nos podría quitar. Cuando murió, todos sus
ahorros pasaron a mis manos y en una carta me rogó que creara un lindo
lugar para Lucrecia.
Todavía estaba en deuda con las dos. Pero tarde o temprano lo haría,
le daría a mi hermana todo lo que merecía.
Di un paso hacia el pasillo y pisé algo que me llamó la atención. Un
papel doblado a la mitad. Me incliné para tomarlo y desdoblarlo.

“Tengo la cura para la leucemia de tu hermana. Pensalo.”


Brown.

Mi mano formó un puño y arrugó el papel hasta convertirlo en una


bola inservible. ¿Acaso no podía dejarme en paz? ¿Qué carajo quería de mí?
Bestia Elisa D’ Silvestre

Mis dudas no permanecieron por mucho tiempo, porque me di la


vuelta sintiendo una presencia y él estaba allí de pie en el vano de la puerta
principal, tan pulcro como lo recordaba con su traje de tres piezas color gris
oscuro. Enseguida me hice con mi 9mm y le apunté.
—Vengo en son de paz—alzó ambas palmas al aire, acompañadas de
sus cejas.
—Usted me quiere muerto…—dije con mis dientes apretados.
Negó.
—No… sólo quiero que seas parte de mi equipo…—aclaró, sereno.
Arrugué mis ojos con desconfianza, sin mover ni un centímetro el
arma que le apuntaba al pecho.
— ¿Qué mierda quiere de mí?—casi grito, perdiendo los nervios.
Dio un paso y luego otro adentrándose en la casa, como si fuera la
suya propia.
—Sé todo de tu vida, Giovanni, absolutamente todo—advirtió,
sonriendo—. Sólo quiero que te unas a mí…
No me moví, sólo me mantuve sin perderle de vista ni un segundo.
Como un gato a un ratón. Tuvo el descaro de tomar asiento en una de las
sillas, relajado.
—Sólo tienes que asesinar a la chica, tendrás la cura para tu
hermana…
—No existe la cura para el cáncer—mi voz sonó helada y sin una
pisca de ninguna emoción.
Alzó una ceja, arrogante. Como si supiera algo que el mundo entero
no.
— ¿Eso crees? Después de todo lo que has visto, ¿crees que la cura
para el cáncer no existe?
Mi corazón aleteó apenas, como si el escuchar sus palabras le diera
algo de esperanza. Lucrecia estaba sufriendo demasiado. Ella merecía curar.
Tragué saliva, negándome cualquier duda, tenía que demostrar que no le
creía y no me interesaba, no podía permitir que jugara conmigo.
—Salga de mi casa…—vociferé rosando la violencia.
—Sólo tienes que matarla, Gio… Sabes que tu vida sería mejor sin
ella… Tu hermana curaría y tu contrato conmigo sería por el resto de tus
días, no tendrás que preocuparte por nada…
Negué una sola vez.
Bestia Elisa D’ Silvestre

—No voy a unirme a nadie, ahora sólo estoy por mi cuenta… Váyase.
Él siguió sentado, podría tener un whisky en sus manos y sería la
escena perfecta de un hombre rico descansando. O negociando.
— ¿Por qué me quiere a mí? Hay otros... El mundo está lleno de
asesinos sin piedad, enfermos…
Me interrumpió de inmediato.
—No estás enfermo, y tienes piedad, sino no se puede explicar lo que
estás haciendo al cubrir a la réplica… El caso es que… si la matas terminarías
con la poca humanidad que te queda y eso, para nosotros, los dueños de este
ambiente, es un don…
La confusión y el asco me hicieron sujetar más fuerte la pistola.
Dispara. Dispara. Dispara.
La voz resonaba en mi cabeza, retumbando dolorosamente.
—Estás encaprichado con ella, crees que tienen una conexión… pero
no es más que eso…
Se puso de pie y caminó con letargo más cerca de mí, yendo hacia la
puerta.
—Hay un precio, ya lo sabes, si logras sacarte de encima el último
vestigio de clemencia que te queda tendrás la cura para tu hermana…
Me dio la espalda y se adelantó más. No pude evitar soltarle mi duda.
— ¿Qué le hizo Rodrigo para que pierda el tiempo con esto?
Volteó sólo para mirar directo a mis ojos, mi pregunta hizo que sus
ojos se volvieran peligrosos.
—Rodrigo Fuentes y Guillermo Godoy se quedaron con todo lo
mío—respondió con resentimiento grabado en sus facciones—. Absolutamente
todo.
Cuando estuve solo, bajé los brazos lentamente y me invadió un sudor
frío. Él estaba mintiendo, sólo quería envolverme en su mierda. Estaba
tratando de jugar con mi cabeza.
Recogí todo lo que había venido a buscar y me fui enseguida, mirando
en todas direcciones por si alguien estaba siguiéndome. Sorprendentemente
nadie merodeaba cerca, ni me siguió hasta el almacén donde me estacioné
para comprar comida.
Me terminé de dar cuenta de que había tardado demasiado, mucho
más de lo que planeé. No hice más que entrar en la pequeña habitación que
Bestia Elisa D’ Silvestre

Lucía se lanzó a por mí, golpeándome con ira y dolor, vaciando su


desesperación. Intenté separarme pero se enzarzó más en lastimarme.
— ¡Idiota!—gritó perdiendo el control de sus sollozos.
Me dio una cachetada, que picó como la mierda y la detuve de los
hombros.
— ¡Basta!—grité, advirtiéndola.
La inmovilicé contra la pared, escuchando sus jadeos entrecortados.
Me envió un vistazo dolido desde los mechones gruesos de su cabello en su
rostro.
—Creí que me habías dejado—musitó derrotada, desviando la mirada
lejos de mí.
El pecho me dolió considerablemente, tragué duro para no dejarme
alcanzar por la punzada de hacerla sentir abandonada. Había sido mi error,
debería haberle avisado que me iba y que volvería más tarde.
—No me dijiste que te ibas, y nadie supo decirme dónde te habías
metido… Estaba aterrada de que no volvieras—explicó con voz lenta y ronca
por el llanto.
Corrió la mirada pero enseguida me acerqué, despejé el pelo de su cara
y le obligué a mirarme. Enganché mi mano en su nuca y la acerqué, la besé en
los labios, apenas un roce, tratando de calmarla y hacerla sentir mejor.
Olvidé todo lo que Brown me había asegurado, enterré todo eso en un
pozo ciego en mi cabeza. Nunca consideraría algo así, pero si existía una cura,
tenía que crear un plan para conseguirla.
Dejé de pensar cuando se relajó y llevó mis manos por mis costados
hasta mi espalda, buscando más contacto. Profundicé el beso en una fuerte
respiración, calentando mis venas.
—Perdón—susurré, a un milímetro de su boca, mezclando nuestros
alientos jadeantes.
Seguí adentrándome más allá de sus labios, encontrando su lengua,
jugando con ella. La dirigí a la cama y la lancé sobre el colchón, cayendo
después encima para sentirla debajo de mí. Necesitaba tanto esto, tocarla,
empaparme con su esencia. Perder el control tan dulcemente.
Le quité su camiseta seguida de la mía, suspiramos con ardor cuando
nuestros torsos desnudos se soldaron en uno solo. Retuvo el aliento cuando
descendí sobre ella y besé sus pechos, tomando un pezón suavemente entre
Bestia Elisa D’ Silvestre

mis dientes amansándolo con la lengua. Amaba el sonido de su disfrute, la


perdición con la que se arqueaba para entregarme todo de sí.
Fui bajando más y más, en busca de un nuevo objetivo. Moría por
deslizar mi boca por su húmedo recoveco, llevarla a lo más alto sólo
catándola y besándola con devoción. Deslicé un centímetro de sus bragas y
no pude seguir con ello porque mi celular se puso a sonar, insistente. Y sabía
a la perfección que ignorarlo estaba fuera de mis opciones.
Rebusqué entre mis ropas amontonadas y miré la pantalla cuando lo
tuve en mis manos, atendí con mi corazón latiendo violentamente.
— ¿Lucre?—mi tono de voz bastante afectado por el miedo.
Ella nunca llamaba, sólo era yo el que me comunicaba con ella cada
día.
—Está dormida—dijo la voz blanda de una mujer, sonaba bastante
mayor—. No se encuentra bien, creímos que era mejor avisarte… no está
aceptando del todo el tratamiento… Y está completamente negada a la
quimioterapia.
Mi hermana nunca había tenido reparos en probar cualquier cosa que
la curara.
— ¿Estás segura?—pregunté, por lo raro de la situación.
—Tu hermana es muy testaruda, puede que lo haga porque quiere
verte. Quizás sea una técnica para atraerte… Todos creemos que deberías
venir a verla y tratar de convencerla… ella te necesita…
Me sentí culpable, incluso más de lo que soy capaz de sentirme
diariamente. Había abandonado a mi hermana en manos de desconocidos,
apenas nos habíamos visto en meses y pretendía que estuviera bien con ello.
Yo no tenía perdón alguno de su parte.
——Yo… sí… voy para allá—aseguré.
La mujer me avisó que recibiría la dirección del lugar a través de
Johny, por más seguridad. Cortó la llamada inmediatamente después, cosa
que agradecí porque me estaba volviendo loco.
Todo mi cuerpo se tensó, tanto que mis músculos se marcaron por
todos lados. Oí hablar a Lucía, preguntarme qué estaba pasando y a duras
penas logre explicarle. El sudor frío hizo acto de presencia cuando los
temblores empezaron. No sé en qué momento me puse de pie y me apoyé en
la pared sintiéndome mareado.
Bestia Elisa D’ Silvestre

Ella enseguida estuvo conmigo, colándose entre mi cuerpo y la pared,


reteniendo mi ataque en sus ojos. Me acarició y cantó palabras hipnóticas que
me hicieron pestañear fuera a cada minuto que avanzaba. Me arrastró hasta la
cama y se arrodilló entre mis piernas desnudas. Comenzó a besarme el rostro
con paciencia, derrotando los sudores con cada roce de labios. Pero aún por
dentro estaba frenético.
Me paré de golpe, buscando mi mochila. Tenía que salir cuanto antes
de allí. Lucía me detuvo de nuevo, insistiendo en que me tranquilizara, ella
misma empacó mis cosas dándome tiempo a reaccionar con menos
inestabilidad.
Una hora después estuve mucho más tranquilo y cuerdo al tomarme
mi tiempo en reposar en la cama con ella abrazaba a mí, metiéndome en una
burbuja de paz que nunca había sentido.
Me levanté y terminé de vestirme, tomé mi mochila colgándola en mi
hombro. Me incliné para besarla, sabiendo que se sentía mal por dejarme ir
solo, pero a la vez entendiendo que existía menos peligro para ella
permaneciendo allí.
Tomé un avión privado, todo gracias a Johny y sus contactos, otra
hora después de dejarla.
Bestia Elisa D’ Silvestre

Lucrecia

Si mi infancia había sido dura, entonces la de mi hermana pequeña fue


peor. Se quedó sin su madre desde muy niña, a cuidados de mujeres extrañas
y con un hermano que se desviaba del camino cada vez más. A medida que
crecía me fue viendo menos, a veces ni siquiera pasaba las noches en casa.
Aun así ella se apegaba a mí con locura, porque yo era lo único que le
quedaba.
Entré en un bar con escasa luz, en un pueblo extraño del que ni
siquiera sabía el nombre. Apenas entraba el sol por las estrechas ventanas.
Una larga, casi interminable, barra de madera tallada me recibió, y detrás de
ella un chico de no más de veinte años le estaba sirviendo cervezas a tres
grandotes con barbas infinitas y cabello largo. Dos de ellos llevaban vaqueros
con cadenas colgantes y el otro tenía un apretado pantalón de cuero negro
que, con solo verlo, me hizo hacer una mueca.
Avancé con seguridad hasta llegar a ellos, sin amedrentarme por sus
oscuras miradas de advertencia. Se veía que no eran muy propensos a recibir
visitas de extraños. Arrastré una banqueta alta y me senté como si fuera el
dueño del maldito lugar.
Miré al chico de ojos verdes.
— ¿Qué?—me dijo, engreídamente.
Arrugué los ojos y enseguida mis labios se apretaron en una fina línea
recta.
—Vengo a ver a mi hermana—solté, clavando mis pupilas
impacientes en él.
La expresión del chico cambió, sus ojos volviéndose más vibrantes. El
grandote de barba trenzada y pantalón de cuero se puso de pie y vino hacia
mí. Muy serio, el resto parecía querer problemas, pero él sólo se limitó a
acercarse y tenderme una mano.
—León—se presentó—. Al fin nos conocemos “Gio” Giovanni—
agregó luego con una pisca de picardía en los ojos marrones.
Asentí, tomando la mano ofrecida, un poco aliviado porque me
reconocieran enseguida.
Bestia Elisa D’ Silvestre

—Servile una bien fresca, Medina y deja de hacerte el peligroso—le


ordenó al chico que seguía mirándome fijo como si fuera a comerme.
Negué enseguida poniéndome de pie.
—No… gracias. Pero quiero verla ahora mismo…—avisé esperando
que alguien me dijera dónde se encontraba.
León lo entendió y miró a Medina que enseguida salió de detrás de la
barra y sin siquiera mirarme atravesó el local, los demás me instaron a
seguirlo.
El chico en realidad no lo era tanto, pensé mientras lo seguía a través
de la acera, llegando a un par de complejos de departamentos. Era de mi
misma estatura, se movía como un guerrero a punto de atacar y su espalda
incluso era más ancha que la mía. Si había calculado bien su edad, él no había
perdido el tiempo a la hora de ejercitarse.
No necesitaba pensar más, él ya me había caído mal en el bar.
Entramos en uno de los complejos y fuimos directo a la puerta once,
él metió una llave en la cerradura y me invitó a entrar silenciosa y
malhumoradamente. De forma cautelosa me dirigió a una de las habitaciones
y entró sin siquiera llamar.
La voz de mi hermana explotó al verlo.
—Te dije que me dejaras en paz, imbécil—casi le gritó— ¿Y nunca
tocas? Maleducado, seguro que querés verme en ropa interior, deg...
¡¿Qué carajos?!
Ella calló y se ruborizó de inmediato cuando me vio pasar la puerta
detrás de él. Traté de mantener una expresión impasible pero su forma de
actuar y sus palabras me dejaron muy sorprendido. Ella jamás había insultado
a alguien. Medina la observó serio, pero en su mirada se revolvía la malicia.
Sí, maldito degenerado.
Tendría que arreglar asuntos con este desgraciado. Lo miré fijamente
hasta que se dio cuenta de que debía salir antes de que le rompiera la cabeza
en pedacitos.
—Lucas—murmuró ella cuando estuvimos solos.
Se seguía viendo pálida, y sus labios se tornaban en una tonalidad
morada. Como siempre su pelo largo y rubio casi blanco estaba entrelazado
en una trenza en forma de espiga que siempre pasaba sobre su hombro y le
llegaba casi a la altura del ombligo. Las pecas resaltaban más sobre su nariz,
Bestia Elisa D’ Silvestre

y sus enormes ojos redondos y azules se comían su rostro en forma de


corazón.
Era encantadora aun viéndose débil.
Me senté a su lado en la cama y tomé la punta de su trenza con los
dedos. Ella buscó el contacto de nuestras manos, sus ojos a punto de
derramar gotas de emoción.
—Te extrañé—soltó en un suspiro.
Asentí, tragando saliva, apenas tenía palabras para disculparme.
—Lo siento…
Bajó la barbilla y miró nuestras manos juntas.
—Siempre decís lo mismo, te disculpas conmigo todo el tiempo… A
veces, siento que me llamas sólo para eso… ya deja de sentirte tan
culpable…. Estoy bien… y aunque me gustaría que estuviéramos más cerca,
lo acepto y entiendo las cosas…
Me miró directo a los ojos transmitiendo cómo se sentía.
—Me tocó un hermano complicado…—sonrió y sus ojos brillaron
más azules que nunca—. Pero no puedo evitar amarlo… y quererlo cerca.
Le acaricié la mejilla con mi pulgar, mi corazón retorciéndose
mientras ella cerraba los ojos para sentir mi roce. Dios, la quería tanto. Y me
había equivocado tanto con ella. Apenas sabía cómo comunicarme después de
meses sin vernos. ¿Cómo decirle que la amaba y que no quería provocarle
todo este daño?
Abrió los ojos y se recostó encima de las almohadas, acostumbrada a
mis silencios.
—Contame sobre ella—ordenó dulcemente.
Mis cejas se arrugaron.
— ¿Ella?
Ella entrecerró sus párpados con insistencia y travesura.
—Ella—repitió—. La chica por la que te estás arriesgando tanto…
Johny me lo dijo, sabes a él le gusta el chisme…—me envió una media
sonrisa—. Además es tan raro todo el asunto, que entendí por qué él
necesitaba decírselo a alguien. Estaba loco por gritarle al mundo entero que
Gio estaba hasta los huesos por una chica. Loco.
Se rio con alegría, y por la gracia que le daba mi expresión torturada
también.
Bestia Elisa D’ Silvestre

—Siempre supe que llegaría… te haces el duro pero ahí dentro hay un
corazón tan blando como una gelatina…—me tocó el pecho con un dedo.
Ella no paraba de hablar, parecía estar destapando sus cuerdas vocales
conmigo por tantos meses de silencio.
— ¿Hablas con Johny?—fue lo único que pregunté.
Ella puso los ojos en blanco.
—Sí, seco, él me llama de vez en cuando—inclinó la cabeza sin dejar
de estudiarme—. A ver… sé que tiene unos ojos verdes preciosos y un cabello
lacio negro divino… y…—se mordió el labio tratando de pensar—. Ah, y es
súper chiquita, como una niña… mucho más que yo… y…
—Ya…—suspiré.
No quería hablar de Lucía, no sabía muy bien el motivo. Pero hablar
de ella con mi hermana era raro. Y nuevo.
—Y…—repitió, volviéndose seria de repente—te mira como si fueras
lo único en su mundo… no—negó—, como si fueras su mundo…
Se quedó pensativa, atravesando mi silencio. Los latidos de mi
corazón aumentaron tanto que creí que los escucharía. Me recuperé pronto y
cambié de tema, transformando mi semblante, más oscuro.
— ¿Y ese tal Medina?—le solté, serio.
Lucrecia pestañeó ante la pregunta y sus mejillas se pusieron rojas.
—Es el nieto de Lana, ella es la que me cuida y otro par de enfermeras
más jóvenes vienen durante el día… —se detuvo un momento, y miró por la
ventana—. Max se queda conmigo cuando Lana no puede cuidarme, ella sufre
de osteoporosis, a veces sus huesos no aguantan…
Me mira y al segundo siguiente sonríe de nuevo, como una niña a
punto de hacer una fechoría. Baja el tono de voz, más confidente.
—Max no cocina muy bien, se la pasa haciéndome fideos—aguantó
una carcajada—. Y, la mayoría de las veces, están pegajosos… y es tan
arrogante que no lo reconoce… pero no me quejo, él me llena la bañera y me
compra sales con olor a vainilla, son mis preferidas… Y me deja quedarme en
el agua todo el tiempo que quiero… eso le suma puntos…
¿Cuándo fue que creció tanto? ¿Cómo fue que se hizo tan habladora y
simpática? Me había perdido tantas etapas de su vida que por un momento
me sentí aquí sentado hablando con una extraña. Y era mi hermana, una
adolescente, que sin importar lo enferma que se encontraba, no dejaba de
tener actitudes adecuadas a su edad.
Bestia Elisa D’ Silvestre

Me pregunté si tenía amigas, o si sus únicos contactos eran ese torpe


de Max y su abuela. Alguien como ella necesitaba amigas. Enseguida pensé
en llevarla conmigo para que conociera a Lucía, pero era imposible, jamás la
volvería a poner en peligro. Y unirla a nosotros era meterla en la cueva del
lobo. Debía mantenerla escondida aquí, a salvo, hasta que todo terminara y
pudiera brindarle un buen hogar.
Lucrecia al fin de quedó callada, mirándome fijamente como tratando
de convencerse a sí misma que su hermano estaba a su lado por una vez en la
vida.
— ¿Qué pasa con la medicación? ¿Ya no funciona?—le solté, tratando
de sonsacarle cómo estaba yendo el tratamiento.
Se hundió de hombros, quitándole importancia.
—Tengo mis días… ayer no me sentía demasiado bien y por eso te
llamaron… y cuando dijeron de cambiar el tratamiento a la quimioterapia no
me gustó nada… me puse un poco violenta…
— ¿Por qué no a la quimio?
—Porque a eso ya lo pasé y además, vi a mamá pasar por eso y
prefiero morir antes de sufrir así de nuevo…
Apreté los dientes cuando sentí subir el nudo de emociones hasta mi
garganta. Desvié la vista hacia otro lado.
—Vos lo recordás todo mejor que yo… pero hay cosas que
simplemente se te quedan grabadas para siempre… no pasaré por eso…
Seguí sin mirarla.
—Igual hay buenas noticias… están dispuestos a probar con una
droga experimental… quizás eso me cure…
“Tengo la cura para tu hermana”
“Tengo la cura para tu hermana”
“Pensalo”
“Pensalo”
El eco se instaló insistentemente en mi cabeza.
No dudé en ese momento. Tenía que trazar un plan para robarle la
supuesta cura a Brown.
Cuanto antes.
Bestia Elisa D’ Silvestre

Emboscada

El resto de los días que estuve allí, deambulé entre la habitación de mi


hermana y el bar. Me mezclé con los integrantes del clan, que se parecían
más precisamente a un batallón de regimiento, había de ellos por todos lados.
Era como si hubiesen tomado el pueblo. Su sello característico era un chaleco
de cuero con un León bordado en el lado del corazón. León era el jefe, no
quedaban dudas.
Él y doce hombres más se habían aventurado en las fortalezas de
Brown, llevándose a mi hermana con ellos en un abrir y cerrar de ojos. Eran
organizados, directos y no daban puntadas sin hilo. Un verdadero clan, con
leyes dentro y todo.
Al principio, al verlos tan rudos y brutos, no me pareció una buena
opción para tener allí a Lucrecia. Pero terminé por descubrir que no existía
una mejor, supe a la perfección que ellos la cuidarían como si fuera una pieza
más del clan. Eran hermanos, una gran familia. No pude evitar quedarme
encantado con ello.
Una noche, mientras tomábamos unas cervezas con León en la barra,
saqué a relucir el tema más delicado: mi deuda.
—Eso, querido amigo, se verá cuando se tenga que ver… —respondió
perezoso.
Está bien. Se trataría cuando llegue el momento, y al ser testigo de su
forma de vida y su trabajo tan limpio, no me pareció preocupante de verdad
deberles un favor. Esta gente no era cruel, sólo trabajaba del otro lado de la
línea que dividía la ley. Si tenían que matar, mataban, pero siempre y cuando
fuera inevitable.
Pasar tiempo con mi hermana significaba escucharla hablar tanto
hasta que se cansaba y se ponía a dormir. La mayoría del tiempo estaba bien,
pero hubo noches en las que las cosas se pusieron bravas. Tomé nota de la
forma en que la cuidaba el tal Max. Y, tenía que reconocer, lograba
provocarme algo de envidia. Yo jamás habría sido tan paciente, delicado y
dedicado.
Una tarde entré a la habitación para encontrármelo observando
fijamente el sueño de Lucrecia. Me preocupaba que la mirara de aquella
manera tan… posesiva.
Bestia Elisa D’ Silvestre

—Ella tiene sólo quince—se me escapó sin siquiera cruzar el filtro en


mi cabeza— y está muy enferma.
Sólo para dejarle claro, yo tenía un punto: que se mantuviera a
distancia. Él se me acercó para llegar a la puerta.
— ¿Qué clase de animal crees que soy?—carraspeó ofendido.
Lo miré a través de una leve rendija entre mis pestañas, mi mandíbula
volviéndose granito.
—No necesitas ser un animal, con sólo ser un hombre basta, ¿cuál es
tu edad?
Me picaba la curiosidad, porque, a veces, su rostro reflejaba a un niño,
pero otras, como en ese mismo momento, mirándome fríamente, se parecía
más un hombre. Un hombre con un brillo indiscutiblemente indomable en los
ojos.
—Tengo veintitrés… pero ni mi edad ni yo somos el problema…—
sentenció—. El verdadero problema es que crees que puedes venir a
advertirme sobre ella cuando no mereces tener ese privilegio… sin dudas, la
estoy cuidando mejor de lo que vos podrías…
Mi primer instinto fue aferrar ese cuello en mis manos y retorcerlo
hasta que sus ojos saltaran de su cráneo, pero me quedé inmóvil, sabiendo que
me había vencido. Yo había perdido todos los derechos sobre mi hermana. Y
él se hallaba llevando a cabo una labor que yo debería tener. Sus ojos verdes y
dorados se amansaron al verme derrotado.
—Entiendo que no puedas estar ahí para ella…—suavizó su voz—,
mientras tanto mi abuela y yo la mantendremos saludable.
Se fue, dejándome allí sólo, con una sensación apretada en el vientre.
Me dirigí a la silla junto a la cama donde mi hermana dormía profundamente
y me quedé mirándola por horas.
Esa misma noche llamé a Johny esperando hablar con Lucía, me
sentía tan vacío, la necesitaba tanto, que le dije que la extrañaba. Ella retuvo
el aire de golpe por mis palabras inesperadas, luego confirmó que también lo
hacía. Su voz parecía sentirse débil por el hecho de tenerme lejos. Hablar con
ella me estabilizó por dentro, más tarde pude dormir profundamente, lejos de
pesadillas e inseguridades.
Avanzó la semana, y después de decidir que probarían en Lucrecia las
drogas experimentales y, si no funcionaban, iríamos directo a la quimio
Bestia Elisa D’ Silvestre

comencé a prepararme para mi vuelta. Me iría justo después de la primera


prueba.
Cuando el día llegó, Max parecía más preocupado que yo o la misma
Lucrecia. Nos quedamos ambos en la cocina mientras procedían en la
habitación, y cuando todo terminó corrimos a verla. Lucrecia se veía peor si
eso podía ser posible. Pero a medida que pasaron las horas pareció tolerar
bien la dosis. Tendría efectos secundarios, por supuesto, pero mi hermana era
fuerte y vencería.
Y lo hizo.
Al día siguiente me acerqué a despedirla.
—Mantenela fuera de peligro—susurró cuando la abracé, me atrapó
con fuerza—. Quiero conocerla algún día.
Sonrió con lágrimas en los ojos mientras la soltaba. Asentí,
acariciándole el pómulo con mi pulgar, besé su frente y almacené en mis
sentidos su olor para que se me quedara grabado durante el viaje.

***
Descendía las escalerillas del avión cuando vi una cantidad alarmante
de autos oscuros de ventanillas tintadas a mí alrededor. Ellos no me
permitirían llegar al coche que había dejado estacionado cuando me fui. Los
observé sin inmutarme, sabiendo que todos esos grandotes con chalecos de
motoqueros eran piezas de Brown.
Supuse que quería una confirmación, por más que yo me hubiera
negado ya muchísimas veces a servirle.
Lo encontré parado junto a un tipo gigante con un diente de oro. Hice
todo un esfuerzo para no arrugar la cara con desagrado.
— ¿Has decidido ya si quieres curar a tu hermanita?
Maldito fuera el desgraciado, no me cabía en la cabeza el motivo por
el que era tan persistente. No tenía un plan elaborado todavía, y lo único que
quería ahora era correr a envolver a la réplica en mis brazos y jurarle cosas
que jamás creí que juraría. No tenía el más mínimo deseo de lidiar con ellos.
— ¿Sabes? Creo que se te está acabando el tiempo, vas a matarla esta
noche, si te niegas, no saldrás con vida de este estacionamiento.
Apreté mis dientes hasta que chirriaron. ¿Qué se creía ese hijo de
puta? ¿Pensaba que yo era estúpido? Un poco más y no se arrastraba para
Bestia Elisa D’ Silvestre

poder conseguirme para su colección de matones y ¿pensaba que me comería


el cuento de que podría matarme?
—Cuenta otro chiste, Brown—dije su nombre con demasiada
fanfarronería.
Sus secuaces enseguida me colocaron en sus líneas de fuego. Ni me
impresionó la fidelidad de los valientes.
—Tengo vigilancia justo en la puerta del taller de tu amiguito—dijo y
la sangre abandonó mi rostro.
Me sentí frío de repente. ¿Cómo era posible que él lo supiera todo?
Había alguien que nos había vendido, seguro como la mierda. Uno de los
mecánicos de Johny, apuesto a que estaba disfrutando de un buen fajo de
dinero o, quizás, comiendo gusanos bajo tierra. Inmundo miserable, fuera
quien fuera.
—Lo haré—me escuché decir—. Lo haré yo mismo, siempre y cuando
me asegure la cura… ahora.
Brown sonrió de lado.
—No te apures, amigo—carcajeó—. Yo tengo el poder aquí.
Se me estaba acabando toda la paciencia. Me enojaba a más no poder
que interrumpieran mi vida de esta forma y me impidieran ir en busca de lo
que ansiaba. Me jodía que este maldito sabelotodo fuera tan inteligente y
arrogante. ¿De dónde había salido? ¿De qué agujero?
Estaba cansado de luchar contra todo.
Mientras el elegante jefe le tendía un pequeño tubo de ensayo al
grandote con diente de oro yo me prometí a mí mismo que más pronto que
tarde Brown acabaría bajo cemento. El tipo se fue llevándose un coche, y dos
más me escoltaron hasta otro para seguirlo. Brown, sonriendo tan
autosuficientemente, se fue con su chofer de ciento treinta quilos. Quizás por
su cabeza transitaba la idea de la victoria.
Si él estaba seguro de que tres hombres eran suficientes para mí,
entonces realmente no sabía una mierda de mi vida.
Llegamos al taller, y me rodearon al bajar del vehículo apuntándome
ambos con sus pistolas. No tuve dudas de que si me movía sería liquidado en
un solo respiro, a ellos no les importaba que Brown no lo quisiera, sólo
querían vivir.
Bestia Elisa D’ Silvestre

El gigante parecía haberse adelantado, atravesando la puerta. Me


pregunté cómo convenció a Johny para que le abriera. Un disparo se escuchó
y lo siguiente que supe fue que estaba realmente jodido.
No había sido del todo inteligente, parecía que desde que había
conocido a Lucía estaba siendo descuidado y peligroso para nosotros mismos.
Me volvía débil cada vez que pensaba que podía pasarle algo, ya no obtenía
beneficios de esa frialdad tan característica en mí.
En un abrir y cerrar de ojos la furia me atacó, y logré darme la vuelta
para golpear a un matón, dejándolo atontado en el suelo. El otro disparó a mi
cabeza fallando, pude reducirlo a duras penas y quitarlo de mi camino, le
quité el arma de las manos y corrí hacia adentro, al tiempo que escuchaba
frenar otro coche afuera. Refuerzos, seguramente.
Cuando entré a la pequeña habitación del fondo en el taller
subterráneo, un agónico dolor apresó mi pecho al ver a mi mejor amigo sin
vida en el suelo. Quise agacharme junto a él y gritar por horas, aullar con
rabia y desesperación. Pero, tragándome el nudo de tristeza, me obligué a no
volver a mirarlo.
El gigante oloroso tenía a Lucía apretada contra la pared, apuntando
la pistola en su frente. Traté de pasar desapercibida la translucidez se su
pequeño rostro y sus párpados cerrados con horror. Debía ser frío, teníamos
que lograr sortear esta fase. Me acerqué lentamente, al tiempo que el tipo
decía cosas que ignoré, ella me tenía obnubilado con su diminuto cuerpo
tembloroso, y su expresión derrotada.
Cuando abrió los ojos y me vio frente a ella con un arma en mi mano,
distinguí el amargo disgusto que esto le provocaba. Sus ojos se bloquearon
con falso entendimiento, abatimiento y rencor. Ella realmente creía que yo la
mataría.
Ese fue el golpe más duro, que casi detuvo los latidos de mi corazón.
El matón me instó a apuntarle en la cabeza, hasta me obligó a adherir
con crueldad la boca de mi arma en su delicada entre ceja. Si él no estuviera
apuntando al mismo lado también, ya le habría volado los sesos por sádico y
enfermo. Disfrutó cuando Lucía me ordenó con voz cortada y resignada que
le disparara, que terminara con todo de una buena vez.
No se siguió riendo cuando me moví como un rayo y le disparé a lo
primero que pude: su bota de cuero. Él fue rápido también a pesar del dolor,
su bala perforó mi hombro izquierdo. Apenas sentí el ardor, vi a Lucía
Bestia Elisa D’ Silvestre

dispararle en el abdomen, y cuando él infeliz apuntó hacia ella con resolución


le hice un agujero en medio de la frente. Con gusto.
El tubo de ensayo rodó hasta mis pies como por arte de magia y lo
sujeté en mis manos como si fuera mi propia vida y la de Lucía. Lo guardé en
mis pantalones, instándola a abandonar lo más rápido posible el lugar. Más
gorilas rondaban por allí. No hicimos más que salir de la pieza que llovieron
los disparos, se podían oír dos voces, quizás más. No lo pensamos, nos
arrastramos entre los coches.
Terminamos saliendo del lugar matando a todos los que pudimos, ella
intacta y yo con dos orificios en mi cuerpo. Pero lo más importante era ella y
la tenía conmigo. Lucía lo era todo en ese momento.
Nos subimos a la camioneta de Johny tan rápido como pudimos y la
presioné para conducir. Yo me encontraba entumecido ya, a punto de
sucumbir y dejarme caer al pozo oscuro, pero completamente capaz de
voltear el coche que nos seguía, sin darnos tregua alguna.
Lo llevé a cabo mientras nos deslizábamos a toda velocidad sobre la
carretera que nos llevaba fuera de la ciudad. El coche rodó y rodó hasta
quedar inmóvil.
Fuera de juego.
Tal como estuve yo al minuto siguiente.
Bestia Elisa D’ Silvestre

Planes

Incluso minutos antes de estar al completo consciente, comencé a


escuchar los sollozos. Eran desgarradores, transmitían un dolor insano. Traté
de conectarlos a alguien que conociera pero fue inútil. Jamás había escuchado
a alguien llorar de ese modo, ni siquiera a Lucía, que tenía demasiados
motivos para hacerse un ovillo y abandonarse hasta desaparecer.
Me percaté, segundos después de despertar del todo, de que alguien se
encontraba muy cerca de mí, tanto que casi me tocaba. Intenté abrir los ojos,
mis párpados pesaban demasiado pero pude con ellos. La habitación era
elegante, pequeña, pero acogedora. El respaldo alto de la cama donde me
encontraba tenía un tallado a mano en interminables diseños florales. No
había mucha luz, sólo la suficiente para poder ver alrededor.
Busqué la fuente de lloros, que se encontraba a mí lado, de pie. El
cabello rubio oscuro largo, atado en una coleta en la nuca, muy apretado. El
cuerpo esbelto, refinado pero fuerte se sacudía. Ella estaba vestida
completamente de negro y aferraba una prenda de ropa contra su pecho.
Volteada hacia mí, si abría las pestañas empapadas podría ver que yo la estaba
estudiando, un poco perdido. Me quedé muy quieto, sin saber muy bien cómo
reaccionar.
¿Dónde estaba Lucía?
Ella se secó un poco la cara y se inclinó sobre mí, hizo ademán de
acomodar mis almohadas pero no llegó muy lejos en su obra porque mi mano
emergió disparada y la capturó del cuello, con bastante fuerza. Los ojos cafés
aguados se abrieron con sorpresa, mirándome con cautela. No se movió
tratando de zafarse.
Y yo apreté más mi agarre hasta escuchar cómo retenía el aire con
esfuerzo.
— ¿Dónde está?—hablé con un tono de voz pastoso pero firme.
Ella derramó más lágrimas, sin responder, seguí apretando, mis dedos
flexionándose, persistentes. Levantó sus manos temblorosas para sujetar mi
muñeca y apartarme. No pudo. El color de sus mejillas se fue aclarando hasta
que se perdió definitivamente.
— ¿Dónde está?—casi grité.
Bestia Elisa D’ Silvestre

La solté de golpe, porque era claro que no podría responder, y su


largo cuerpo cayó al suelo de rodillas, sonidos inconfundibles por la búsqueda
de aire saliendo de su garganta. Esperé a que se estabilizara, mis venas
acumulando desenfreno. Si no hablaba de una vez por todas ahora mismo la
habitación se convertiría en un nido de caos.
—Tuve que entregarla…—dejó ir, su llanto volviendo a crecer—.
Tuve que hacerlo… y tuve que golpearla, tan duro… Oh, Dios… le hice
tanto daño…
Ella no se puso de pie enseguida, estuvo lamentándose allí, con los
brazos enroscados en su vientre como si sus entrañas dolieran hasta hacerla
querer morir. En un arrebato de furia arranqué la aguja del suero enganchado
a mi brazo, e intenté ponerme de pie, el dolor cruzó mi muslo y no pude ir
más allá. Yo quería sacudir a la rubia con todas mis fuerzas.
— ¿A quién se la entregaste?—la interrogué, casi al borde de la
impaciencia—. ¡Maldita seas si es lo que creo que es!
Mi respiración se alteró y el sudor helado transitó por mi espalda
hasta mi nuca. Una mujer de pelo castaño y ojos azules muy grandes entró en
la habitación. Su semblante se preocupó al verme tan fuera de control, con la
chica a mis pies llorando hasta secarse.
— ¡Se tranquilizan los dos!—ordenó yendo directo hacia mí y
obligándome a colocar la aguja de nuevo en su lugar.
Me atendió con movimientos pulcros, me dejé y no me moví porque el
instinto no me advertía nada peligroso sobre ella. Flor se levantó del piso y
se sentó abatida en el sofá del rincón. Su rostro estuvo seco enseguida pero
los rastros que dejó el llanto se mantuvieron vigentes por un rato.
—Rodrigo descubrió que ella estaba acá—explicó con tonalidad
ronca—. No podía impedir que se la llevaran… yo—tragó saliva y siguió
cuando creí que se venía otra explosión de lágrimas—… tuve que darle una
paliza, una que le dejara marcas… necesitamos tiempo para ir a buscarla…
Me estremecí al escucharla, e imaginar de qué manera la golpeó.
Enseguida me obligué a sacarlo de mi mente, era una buena estrategia, a
pesar del sufrimiento que debería de haberle causado.
Cerré los ojos.
“Otra vez”, suspiré en mi interior con terror. Otra vez la tenían esos
hijos de puta. Me lamenté por dentro, carcomiendo mis nervios.
Bestia Elisa D’ Silvestre

—Por favor—me pidió la mujer que tenía pinta de doctora—, no te


exaltes demasiado.
Lo que me sugería era imposible, estaba demasiado alterado y si había
algo que odiaba era el hecho de sentirme inmovilizado e incapaz. Mis heridas
dolían mucho como para actuar con normalidad. Y quería ya salir de esta
cama e ir a sacarla del agujero.
— ¿Cómo se enteró Rodrigo?—pregunté, frotando mi frente, un
dolor de cabeza llegando en pequeñas olas.
Ellas se miraron, dudosas. Entonces la mujer se dio la vuelta y clavó
sus ojos celestiales en mí.
—Mi marido—largó, tensa—. Él se encarga de la seguridad de
Rodrigo, la vio y dio el aviso…
—Papá siempre trabajó para él, incluso intentó obligarme a hacerlo
también…
Arrugué el entrecejo sin lograr entender. Parecían sentirse rencorosas
contra el hombre, pero ¿aun así vivían con él?
—No parecen tenerlo en muy alta estima…—murmuré, inquieto en la
cama.
La mujer bajó la cabeza, por un momento me pareció ver tristeza en
su mirada.
—Rodrigo le fue comiendo la cabeza todos estos años, Julio llegó a
golpear a Florencia con tal de obligarla a hacer cosas…—explicó con derrota.
Llevé mi atención hasta la chica sentada en el sofá tan pálida y
culpable por intentar hacer lo correcto con su mejor amiga.
—Mi hermano le sigue los pasos—continuó ella por su madre, y bajó
la vista a su regazo—. Esta familia está dividida y en guerra por culpa de esa
gente… mamá y papá empezaron los trámites de divorcio hace unos meses…
pero siguen viviendo juntos…—el rencor se presentó en su rostro— todo por
las apariencias…
No miró a su madre cuando salió para dejarnos solos. Se veía el
sufrimiento de la mujer a leguas de distancia. Y la rabia, también, por la gente
que había destruido a su familia.
— ¿Por qué me cuentan todo esto?—traté de ignorar el ardor en mi
hombro.
Ella tomó aire lentamente, viéndose agotada.
Bestia Elisa D’ Silvestre

—Porque sé con sólo mirarte que no confías en nadie, y ahora estás en


nuestras manos…—inclinó la cabeza y casi sonrió—. Gracias a alguna
justicia divina papá no se enteró de tu presencia en la casa. Anoche él se
encontraba de viaje, por eso no se enteró del jaleo, y nunca viene por este
pasillo, creemos que podemos ayudarte a curar… para después ir a buscar a
Lu…
Le creí. Lo hice porque fui testigo, al despertar, de cómo le desgarraba
hacerle daño a su amiga, y porque cuando hablaba de ir a salvarla sus ojos
brillaban con determinación. Admiré a esa chica por su dureza y valentía, y
no tenía nada de modelo de pasarela como aparentaba.
—Mi plan es directo y claro—comenzó, poniéndose de pie,
acercándose a mi lugar—. Te mantienes en la cama hasta curar debidamente,
cuando puedas moverte sin problemas, iremos, pero seré yo la que la saque de
allí, vos estarás esperando en la terraza…
Me tensé y mi rostro se frunció desconforme con todo. Era yo el que
quería entrar y, después de sacar a mi chica, volar el lugar en pedazos.
Flor me notó.
—Soy yo la que puede entrar, observar las cámaras para saber en qué
parte y habitación se encuentra… y soy yo la que sabe congelarlas hasta que
posamos salir… no vas a ganar en esto, yo tengo el control…
Me la quedé mirando fijamente, mitad enojo mitad sorpresa. De
pronto comencé a sentirme pesado y me apoyé contra las almohadas,
sintiendo el leve tirón en mis heridas. Me convencí de que ella tenía un buen
punto, y dejé que se encargara de todo.
Confié a ciegas por una vez en mi vida.

***
Durante los días siguientes sólo me ocupé en curarme lo más rápido
posible, hice todo, absolutamente todo, lo que la doctora Carla me indicó. Por
más frustrante que fuera. Ellas me conservaron en secreto en la habitación, y
aguardaban a que el maldito Julio saliera de la casa para dejarme tomar una
ducha cada día, cuando comencé a poder ponerme en pie sin ayuda.
El objetivo seguía siendo el mismo, nos encargamos de tener todo
especulado perfectamente para poder entrar sin ser rastreados, Flor tenía el
az bajo la manga, y era buena. Inteligente y práctica, nada de vueltas y más
contundencia.
Bestia Elisa D’ Silvestre

Un par de días antes del golpe, Ambas entraron en la habitación, muy


serias, dispuestas a hablar sobre algo.
Las seguí con los ojos incrustados en cada una, atento.
—Las dos coincidimos en que, una vez que todo haya acabado,
tendremos que llevarla fuera del país…—habló primero Carla con los brazos
cruzados.
Estuve de acuerdo, totalmente.
—Yo lo haré—ni lo dudé.
Asintieron, conformes.
—Pero… —vacilé.
Ellas esperaron, pacientes a que me aclarara.
—Necesito un favor…—me rasqué la sien, nervioso, pero tenía que
hacer eso—. En el bolsillo de mis pantalones—señalé el lugar donde
descansaban, doblados y Carla enseguida se dispuso a buscar, sacando el tubo
diminuto—… supuestamente es la cura para la leucemia de mi hermana…
Ambos pares de ojos se abrieron escandalizados, Carla empalideció.
—Realmente no estoy seguro y no confío del todo, pero… si tengo
que salir del país de inmediato, no podré ir a buscar a mi hermana… y si esa
es la verdadera cura me gustaría saberlo… y…—no supe cómo seguir.
Carla se me acercó y me sonrió un poco.
—Podré mandarlo a analizar…—susurró, enviando un tirón de
gratitud a mis sentidos.
Asentí.
—Si es confiable, ¿podrían ir en busca de Lucrecia? O sólo llevarle el
medicamento… si voy a estar fuera un buen tiempo necesito seguridad para
ella…
—Lo haremos—me interrumpió Flor—. Sí, lo haremos. No te
preocupes.
Mis pulmones se desinflaron con sosiego, volviendo a respirar con
normalidad. Ellas me miraron con afecto, entendiendo mis inquietudes.
—Ahora entiendo por qué Lucía estaba tan apegada a vos—murmuró
Flor, con ese par de esferas cafés brillantes—. Entiendo por qué te
convertiste en todo para ella… te agradezco que hayas sabido tenerla sana y
a salvo… significa mucho para mí…—terminó con un hilito de voz.
Bestia Elisa D’ Silvestre

Su madre apretó sus hombros con inmenso amor. Al mismo tiempo mi


corazón se estrujó en mi pecho con ansiedad, avivando en mi mente el
momento en el que tendría a Lucía en brazos nuevamente.
Bestia Elisa D’ Silvestre

Consumación

Esperar en la terraza fue una lenta e insoportable tortura. Cada


minuto que pasaba se me hacía infinito. Vi a Flor entrar al edificio como si
realmente fuera de su posesión, sonrió a los guardias como si fueran su
familia, y ellos respondieron embobados por su sonrisa chispeante.
Solamente yo pude reconocer el asco en sus ojos cafés.
Me senté en el suelo, oculto, y aguardé. Cuando comencé a desesperar
me puse de pie y caminé de un lado a otro, frotándome la nuca y acariciando
mi 9mm ajustada en la cintura de mi vaquero, tratando de convencerme de
entrar de una vez y terminar con esto. Pero me clavé allí, no abatataría los
planes, podría arruinarlos muy mal si me salía de mi papel.
Cuando la abertura de chapa oxidada se levantó del suelo, abriéndose,
mi estómago se espesó y retuve el aliento.
Lucía fue la primera en aparecer. Me quedé helado, un deja vu de la
última vez que estuvimos aquí, vestida de blanco y descalza. Las sombras de
los moratones en su rostro, su nariz un poco hinchada. Mi corazón dio un
vuelco sobre sí mismo y dejó de latir por al menos tres segundos, volviendo a
la vida retumbando cuando apresé su delgado y pequeño cuerpo contra mí.
Aspiré la esencia de su cabello, y recordé lo duro que había sido para
mí la falta de su olor en mi entorno. Me miró con el verde nublado de sus ojos
redondos de cachorrito que tan loco me ponían. La acaricié, dándole a mi piel
la vitalidad que sólo la suya brindaba.
Entonces la besé con vigor, tan, tan duramente. Quizás hasta la causé
dolor en mi arrebato, pero sólo podía sentir cómo mi cuerpo revivía desde
dentro, después de lo anímico que me había sentido por tantos días encerrado
en su ausencia. La sentí estremecerse y devolverme el beso, entregándose a
mí como desde el principio.
Lo entendía. Esta conexión, la necesidad de tenernos el uno al otro.
Lo entendía. No había creído nunca en este tipo de sentimientos hasta que la
vi a los ojos por primera vez en ese bar. Lo entendía todo ahora.
Sin ella yo no era absolutamente nada.
Fue cuando nos desprendimos que noté a Flor, y, más allá, a una
Carmela fuera de sí. Me costó entender del todo lo que estaba pasando. En un
Bestia Elisa D’ Silvestre

segundo me estaba embebiendo con la presencia de Lucía, y al siguiente toda


la brillantez del momento de hundió para dar paso a otra escena escalofriante.
Lucía se desprendió de mí cuando notó el zumbido del aire a su
alrededor. Enseguida el rubor que mi tacto le había creado se convirtió en
palidez total.
Carmela estaba al filo de la terraza, claramente con intenciones de
saltar. Y Lucía no iba a permitirlo, porque era un ángel y los ángeles no
deseaban el mal a ninguna persona, por más dolor que le hubiese causado.
Ellas parecían entenderse, las palabras de la mujer al borde del abismo
iban dirigidas a través de gemidos lastimeros a su réplica.
Palabras de perdón, dolor, arrepentimiento.
Terminé por comprobar que la pobre sólo había sido un conejillo de
indias más en la lista. Primero ella, luego Lucía, y ¿quién sabía cuantos más
antes y después? Estos doctores con segundas y oscuras intenciones habían
jugado con las personas por mucho tiempo, queriendo llenar sus bolsillos con
dinero que chorreaba porquería, y prestigios inmorales.
El amor de Carmela fue traicionado. Ella había esperado veinte años
para volver a ser normal, pasando a través de mentiras. Creyendo cuentos
chinos. Si ella hubiese sido otra persona menos entregada habría corrido en
busca de otras opciones, porque era claro que no valía la pena esperar tanto,
pausar por todo ese tiempo su vida para esto. Le habían mentido y había
reaccionado demasiado tarde.
Estaba ya muerta espiritualmente, por eso no tuve ninguna duda de
que saltaría.
Lucía gritó, se deshizo en lágrimas, y me suplicó, pero nadie fue a su
rescate, porque la mujer herida no quería que la salvaran. Quizás nunca lo
había querido de verdad. Quise deslizar mis palmas contra los ojos de Lucía
para que no lo viera, porque no necesitaba más mierda aplastando su vida
pero ni siquiera tuve tiempo, Carmela se dejó caer al mismo tiempo que mi
chica se desvanecía contra el suelo sobre sus rodillas.
La culpabilidad atrapándola en estremecimientos.
Nos culpó a mí y a su amiga entre el mar de lágrimas, pero sabíamos
que no estaba siendo realmente sincera. Sólo acababa de romperse porque
este asunto se cobraba un inocente más. Porque eso es lo que Carmela había
sido todo el tiempo, una inocente. Traté de no pensar en lo duro que fui con
ella todo este tiempo, culpándola junto a los otros por todo lo que le habían
Bestia Elisa D’ Silvestre

hecho a Lucía. Tarde me di cuenta de que los verdaderos criminales eran los
monstruos con cerebros calculadores de allá dentro.
Levanté a mi chica del suelo y despacio, con palabras amables y dulces
la calmé para poder irnos. Preferíamos no estar aquí cuando descubrieran el
cuerpo de Carmela. La llevé en brazos todo el camino mientras le permitía
desahogarse contra mi pecho, empapando mi camiseta.
Llegamos al auto y la recosté en el asiento trasero para después salir
despedidos con increíble rapidez. Sentí que el apretón que se aprisionaba a mi
corazón se desprendía cuando la vi dormirse entre sollozos.
Dormir le haría bien, le quitaría algo de peso a sus diminutos
hombros.

***
Verla arrojada en la cama, inmóvil e incolora arremetía contra mis
entrañas tan fuerte que me mareaba. Necesitaba encenderla, iluminarla,
revivirla. Me recosté a su lado expresando por una vez en mi vida mis
sentimientos de forma clara. Dejándole saber lo que me hacía tenerla allí de
ese modo. Le prometí que pronto todo cambiaría, que cuando nos alejáramos
de esto todo terminaría. Porque así lo creía, con toda la potencia de mi ser.
Rodó contra mí, soldándose contra los latidos de mi corazón,
aceptando mis promesas, admitiendo que no eran vacías. Al separarse y
mirarme a los ojos al fin habló y se llevó todo de mí.
—Te amo—dijo, arrasando con la poca dureza que aún me quedaba
dentro—. Te amo desde hace demasiado, demasiado tiempo. Incluso creo que
comencé a amarte mucho antes de escucharte hablar o incluso besarte.
Creo… creo que te he esperado todos estos años, y puede que hayas llegado a
mí en el momento equivocado. ¿Qué habría pasado si nos hubiéramos
conocido en circunstancias normales? ¿Qué habría pasado si llegabas a mi
vida por casualidad y no por caminos oscuros?
Encerré su rostro en mis manos en un arrebato atormentado por sus
divinas, pero algo injustas, palabras. Yo no lo sentía así. Abrí la boca para
replicar y ya no pude detenerme, vaciando mi núcleo a borbotones.
— No llegué en el momento equivocado, llegué en el momento justo.
Te vi en el momento justo aquella noche en el bar, te deseé en el segundo
indicado y te tomé en el instante correcto. Nada de esto es un error, ni algo
oscuro, lo que tenemos es la luz entre tanta negrura. Si yo no te tuviera ahora
Bestia Elisa D’ Silvestre

en mis brazos significaría que la bombilla habría muerto, que habría dejado de
funcionar para siempre. Sin embargo, te tengo y ¡te amo!—enfaticé con falta
de aire—… Y jamás dejaré que el destello se apague, porque lo único que
quiero para tu vida es luz, calidez y felicidad…
Mi voz vaciló y me detuve un pequeño mini segundo para tragar
saliva y pausar mi respiración. Realmente me estaba abriendo a mí mismo en
canal, pero sabía por única vez en lo que llevaba de existencia que esto valía
la pena, enormemente. Mientras empapaba mis manos con sus gruesas
lágrimas seguí mi camino.
— Te amo… —repetí, enfatizando ese par precioso de palabras que
nunca había cruzado más allá de mis labios—…como jamás amé a nadie en el
mundo. No hice más que verte a los ojos que mi pecho se cerró para así no
permitir entrar a nadie más… Estaba seguro de que nunca más vería algo tan
hermoso, inocente y delicado como tu mirada verde esmeralda… Tu pureza
me atrajo y me encerró en una jaula para no permitirme salir, y no me
importa el exterior si dentro estamos los dos… Te amo… Y por favor, ya no
digas que este amor se encuentra en el tiempo y espacio equivocados…
Porque no lo siento así… Es lo más auténtico y potente que he sentido en
toda mi vida. Me niego a que sea erróneo.
No me perdí ni una milésima de segundo cómo fue cambiando su
mirada: asombro, entendimiento, amor puro. Alivio. Porque posiblemente,
después de todo, aun dudaba de mi amor. Tan perdida en sus sentidos como
se encontraba, quizás todavía ni había notado que daba hasta lo que no tenía
por ella. Fui testigo de cómo la cerilla se encendía, y sus ojos verdes
esmeralda fueron iluminados por el sol, aun cuando estábamos atravesando la
noche.
Sin siquiera esperarlo ella buscó mi boca y la estrelló con la suya,
gimió dejando ir cualquier malestar anterior. No me alcanzó con eso, levanté
mi mano y la enterré entre los cabellos suaves de su nuca, para que ni siquiera
se alejara para buscar aire. Ninguno de los dos. Me entregué entero, como
tantas veces ella lo hizo.
Ahora teníamos mucho más por lo que luchar, porque queríamos que
el futuro fuera por entero nuestro. Y lo lograríamos.

***
Bestia Elisa D’ Silvestre

Por la mañana abrí mis ojos al oír la ducha retumbar en el baño, y me


salí de la cama de un salto dispuesto a unirme. Ignorando los aguijonazos en
mis heridas. No quería perder tiempo, la quería para el desayuno, el almuerzo,
la maldita cena. No me importaba nada más que tenerla.
Me pegué a su espalda húmeda y caliente, escuchándola reaccionar
con un anhelante gemido de bienvenida. Mis palmas abarcaron su torso,
rosando y avanzando en su tersa piel. Descendiendo, hasta que una de ellas se
coló entre sus piernas obteniendo un jadeo, sus piernas se separaron para
darme acogida en su resbaladiza incandescencia.
La acaricié asaltando sus nervios, disfrutando su inquietud y
necesidad de más. El punto justo de su ardor esperándome ansioso y
abandonándose a mis atenciones. Su espalda se arqueó indagando más en mi
piel.
Saboreé su cuello con rastros de jabón floral, y la mordí cuando fui
más allá de sus profundidades, internándome contra sus paredes palpitantes
rogando más esmero de mi parte. Lo hice, la provoqué todo cuanto pude sin
perder el control, ejerciendo todo el poder en sus terminaciones.
—Te amo—susurré.
Ahora se lo diría en cada oportunidad, jamás le posibilitaría olvidarlo.
Le di la vuelta para tener un primer plano de sus pómulos ruborizados
en carmín, sus ojos ahumados de deseo y sus labios llenos a la espera de los
míos. La besé, con la boca abierta, abarcándola toda sin dar escape alguno.
Pero ella no quería escapar, se enfrascó al responderme con devoción.
Sucedió cuando intentó ponerse de rodillas ante mí con intenciones de
probarme que perdí el norte. La imagen de mi madre, con su pelo rubio tan
parecido al de mi hermana, de rodillas por completo entregada al hombre
equivocado. Dándole placer cuando todo lo que merecía era dolor y muerte.
Volví a ser un niño de diez años viéndolo todo, sin entender aún, pero
sabiendo que era injusto.
Alcé a Lucía enganchando sus brazos, sin siquiera caer en la cuenta de
que podía lastimarla. Buscó algo en mis ojos, no supe qué, pero no nos di
tiempo a indagar más. Clavé mis dedos en sus muslos y la levanté contra mí,
ordenando con movimientos, sin palabras, que me rodeara con sus piernas.
En un irrefrenable impulso la estrellé contra los azulejos de la ducha y entré
hondamente en ella.
Bestia Elisa D’ Silvestre

De inmediato se perdió en mis estocadas, profundas, sin tregua


alguna, sin ningún freno. Cada vez que me encontraba de un golpe con sus
sitios más profundos, ella gritaba y sus pulmones extraviaban el oxígeno que
necesitaban. Cerró los ojos y la sentí apretarse, se aferró con fuerza a mis
hombros mientras estallaba, no sin repetirme las palabras.
—Te amo—apenas susurrantes.

***
Tuvimos una pequeña discusión una vez que todo se estabilizó y nos
secábamos la humedad caliente del cuerpo. Su insistencia en el tema me puso
violento. No podía aceptar verla de rodillas frente a mí, ni siquiera deseaba
verle la cara cerca de esa zona. Era insultante tanto para ella como para mí, al
menos yo así lo veía. No era normal, claro que no. Ella ansiaba hacerlo, lo vi
en sus ojos y en su desilusión instalada en su cara. Pero no estaba preparado,
quizás nunca lo estaría.
Pero, de todos modos, le prometí que algún día pasaría.

***
Salir de la habitación de motel significaba enfrentar la realidad de
nuevo. Y después de los momentos vividos dentro, desesperadamente quería
volver a entrar y no salir nunca más.
Le entregué mi mochila y la colgó en su hombro, cerrando los ojos
con dulzura cuando la besé en el cuello, aspirando una vez más su olor.
De verdad quería quedarme dentro y olvidar todo. Pero me avisé que
ese momento de paz y despreocupación no tardaría en llegar, eso me dio
motivación que me faltaba.
Carla no tardó en llegar con su camioneta tamaño familiar, y me dirigí
hacia allí enseguida para cargar nuestras pocas pertenencias. Ella y Flor se
habían encargado de la mayoría de los trámites y teníamos reservado un
vuelo privado a México. Ese, por supuesto no sería el único paradero,
pasaríamos por muchos lugares hasta asentarnos en uno finalmente, cuando
todo estuviera en calma. Estábamos seguros de que no cesarían de buscarnos
tan fácil.
Y es precisamente por eso que algún día tendría que volver y
matarlos a todos. Lucía merecía una vida en paz, y no podría dársela con
gente tan poderosa detrás, cazándonos.
Bestia Elisa D’ Silvestre

Florencia salió de su habitación y mi chica corrió a abrazarla como si


hicieran meses que no la veía. Entendí que para ella seguramente lo parecía.
No gozaban de buenos momentos desde hacía tiempo. Su amiga dijo algo de
devolver la llave y se volvió hacia las oficinas.
Carla me estaba diciendo algo sobre los boletos cuando el chillido
inconfundible de frenos a alta velocidad cortó el aire, la orden aguda de Flor
para que nos tiráramos al suelo me golpeó y los disparos resonaron por todos
lados. Lo primero en que pensé fue en Lucía. Me gire a por ella, echando a
correr a través de las balas desgarrando el espacio a mí alrededor, zumbando
en mis oídos una tras otra.
Mi único objetivo era derribarla y cubrirla.
Ignoré cada uno de los pinchazos que se impulsaron en mi cuerpo,
cortando mi carne. Cuando caí sobre su cuerpo violentamente mi vista se
borroneó y vi caer gotas rojas desde mi sien hacia su rostro ceniciento y
horrorizado.
Sostuvo mi cabeza entre sus manos y pronunció mi nombre. Lo
último que divisé antes de cerrar mis párpados inútiles fueron sus ojos
verdes, opacos, preocupados y llorosos.
Posteriormente, sólo un pensamiento me atrapó sobre la superficie:
por ella valía la pena esta muerte.

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