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Bestia
(La Réplica 1.5)
Bestia Elisa D’ Silvestre
Sinopsis
Antes de ella
quisieron festejar por mí, y no puse trabas a eso, seguí en juego porque, era
parte de él. Siempre había sido parte de él.
Bebimos hasta ver todo multiplicado por tres y nos drogamos hasta
las cejas. Mezclé mucho esa noche, y generalmente era responsable con las
sustancias, pero esa vez perdí el control y no me importó. Brindé alzándome
tambaleante en las plantas de mis pies, grité como un condenado y aspiré
toda la mierda que tuve en frente.
Quizás lo hacía porque era demasiado débil para negarme. O porque
me sentía vacío la mayor parte del tiempo. O porque me culpaba por la
muerte de mi madre y la enfermedad de mi hermana. O sólo porque era un
chico perdido que no valía más que la nada misma.
No valía nada, aun teniendo un padre que sudaba y cagaba dinero a
diario.
La verdad, no importaba el por qué. Lo hice, me excedí y punto. No
hay lugar para excusas. Llegué a casa en la mañana, con el sol ya arriba
filtrando la luz en mis ojos, se sentía como una espada atravesándome de sien
a sien. Mi estómago se estrujaba en sí mismo y los mareos me daban náuseas.
Fui directo a mi cama, que quedaba aislada al final del pasillo y sin siquiera
desvestirme o quitarme mis zapatillas caí sobre la almohada boca abajo.
Inconsciente en un único parpadeo.
Lo siguiente que supe fue que Lucrecia gritaba mi nombre a través de
una neblina espesa. Podía oír su llanto desconsolado filtrando a través de
otras voces susurrantes. Alguien me levantó en el aire y volvió a recostarme
en una superficie más dura. Recuerdo que quería despertar pero me era
imposible, mi cuerpo no respondía.
Y, cuando al fin logré separar mis pestañas, lo único que sentí fueron
ganas de volver a cerrarlas y morirme. Mi hermana se encontraba deshecha
en mi lado izquierdo de la cama. Pálida y debilitada a más no poder. Apenas
podía mantener su cabeza erguida sobre sus hombros. Sus ojos azules me
observaron tristes a través del grueso manto de humedad.
Estaba en una habitación de hospital porque ella me había encontrado
sobre mi cama, boca abajo, inconsciente, cubierto de vómito asqueroso y a
punto de tener un paro cardíaco. Yo me había provocado una puta sobredosis.
¿Qué decía eso de mí?
Exactamente, no decía que era un buen chico que trabajaba
decentemente para darle lo mejor a su única familia. No decía que llegaba a
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silla, sus ojos vendados. La sangre caía por su nariz sin freno, me había
costado sólo un pequeño movimiento para destrozarla. La verdad es que esta
clase de situaciones no provocaban nada dentro de mí, él era un hombre rata,
al igual que yo. Con la diferencia de que yo era más fuerte, letal, y menos
ingenuo. El pobre no había tenido mejor idea que traicionar a sus superiores
y eso, en este submundo, se pagaba con la muerte.
¿Quién era la muerte en este caso?
Claro que no hace falta pensar mucho. Ese sería yo.
Mi padre, mejor dicho, el hijo de puta que mi mamá amaba hasta la
locura, me contrató para esto. Para ser su máquina, su robot asesino. Y lo
hacía aunque hubiese jurado dentro de mí mismo que dejaría de ser así porque
esto le brindaba mejores tratamientos a Lucrecia. Y además mis antecedentes
desaparecieron de las oficinas de las autoridades del país. Ya no era un
delincuente buscado por la justicia. Pero seguía siendo una rata sucia de
alcantarilla, y ésta era aún más apestosa que la anterior.
Miré al tipo que se atragantaba con su miedo y lloriqueaba como un
bebé. Decidí que ya había terminado con él. Ya se había confirmado lo de su
traición, existían pruebas, no tenía que hacerle confesar nada. Sólo debía
proceder. Saqué mi navaja del bolsillo de atrás del vaquero rasgado y
manchado de sangre y sólo di un paso hacia él. De un solo corte abrí su
garganta. Me di la vuelta y salí, lo dejé allí, sabiendo que alguien después
limpiaría el desastre.
Si de algo servía aclarar, yo no mataba gente inocente. Todos los
títeres que se despedían de su cabeza eran manzanas podridas dentro del
cajón. Quizás es por eso que no sentía culpabilidad. O quizás era porque,
simplemente, estaba enfermo de la cabeza.
No existía perdón alguno para mí, y tampoco me interesaba.
Me alejé del edificio imponente que era utilizado como hospital
clandestino y que se hacía pasar por fábrica de mierdas que ni me interesaba
saber. Me subí a mi moto y partí hacia la casita que alquilaba de forma
temporal a las afueras, en un barrio en construcción.
Mi hermana ya no vivía conmigo, ella estaba a resguardo en un
departamento en el centro de la ciudad, tenía una enfermera a cargo las
veinticuatro horas al día. Yo no me acercaba seguido por allí, la quería lejos
de mi vida y de cualquier peligro. La llamaba y hablábamos todos los días,
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nunca le confirmé en donde trabajaba, pero sabía que detrás de cada palabra
que ella me dedicaba sabía a la perfección la clase de vida que yo arrastraba.
Entré y encendí una única luz, pasé directo a la habitación en busca de
una toalla para darme un baño. Abandoné la ropa sucia en un rincón y entré
en la ducha, rodeado de vapor. Decidí que esa noche buscaría a Johny y
saldríamos en busca de diversión.
***
Después de tres cervezas y unas cuantas risas con Johny, un ex
compañero de andanzas nocturnas de mi agujero anterior, el único con el que
seguía en contacto después de todo, decidí que tenía suficiente. Salí por la
puerta del bar de mala muerte sonriendo al ver cómo mi amigo quería
conquistar a una de las meseras del lugar y fijé la mirada en mi moto unos
metros más allá estacionada.
Johny era un buen muchacho. Un delincuente, sí, pero no salía de eso.
Sólo robaba coches, no lastimaba a nadie. No era como yo. Estaba seguro de
que si le decía las cosas que había estado haciendo últimamente, luego de que
él se separara del grupo hace un par de años porque quería seguir por su
cuenta, me miraría horrorizado y se alejaría de mí sin pensárselo dos veces.
Pero no se lo diría porque me gustaba su compañía, me relajaba y me llevaba
a bajar la guardia.
Me gustaba su mente brillante y su sentido del humor. Él era
subestimado la mayoría de las veces, pero nadie sabía que se estaba labrando
un imperio de desarmaderos de autos. Sólo veían a un jovencito que
aparentaba quince años, con gorra de skater y sonrisa aniñada, no veían su
inteligencia e ingenio. Por eso era bueno en lo que hacía.
Me paré a un lado de la moto, buscaba mis llaves en el bolsillo cuando
tres grandotes con chaquetas de cuero negro de motociclistas me rodearon.
En sus ojos no pude augurar nada bueno, mi columna vertebral se irguió
sobre sí misma, preparado para actuar. En el primer intento de reducirme
alcancé mi navaja con un movimiento casi invisible y sin preguntar, luché con
ellos hasta que cayeron, uno a uno, en mis pies.
No hice más que levantar la cabeza que aparecieron seis más.
Entrecerré los ojos. Yo era bueno, lo sabía, pero era lo suficientemente
inteligente para saber que no podría contra todos. Pinché a los que pude en el
camino, unos cuántos más terminaron en el suelo, heridos de muerte o ya sin
vida.
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Me daba igual.
No mantuve mi suerte por mucho tiempo, un pequeño ejército se
terminó por presentar y terminé inmovilizado en el suelo maloliente del
lugar. Apreté los dientes cuando me alzaron, ataron mis muñecas y pies,
taparon mis ojos y me metieron en el maletero de un coche.
No pensé demasiado en lo malo que era todo lo que me estaba
pasando. Podría no salir vivo de ésta. Pero ni me inmuté.
Será porque siempre asumí que mi final sería más temprano que tarde.
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Órdenes inesperadas
“Te quiero acá a las diez en punto” leí que decía el mensaje de texto
impersonal enviado por Godoy, dos mañanas después. No respondí, nunca lo
hacía. Sin embargo eso no quería decir que desobedeciera. Verifiqué la hora
con ojos entrecerrados y sólo me quedaba media hora para prepararme y salir
a su encuentro.
—Te presento a mi esposa, Carmela Fuentes Rinaldi—me encaró
Rodrigo, ni siquiera pasados los dos segundos de ingresar a su despacho.
Clavé mi atención en la temblorosa mujer que estaba sentada en una
de las butacas acolchonadas de la estancia. Llevaba su cabello negro trenzado
en la espalda, le llegaba hasta la cintura, una bata larga la cubría por
completo. La mitad de su rostro estaba quemado y arrugado, cualquiera que
la viera reaccionaría con impresión pero yo ni me inmuté. Sin decir una sola
palabra como saludo, sostuve mi mirada fija en ella. Penetrante. Sólo porque
sabía que la ponía mucho más nerviosa de lo que ya estaba.
Cuando bajó la mirada, amilanada o quizás avergonzada de que mirara
tan fieramente sus heridas, me centré en Rodrigo que estaba apoyado en su
escritorio y en Godoy que no paraba de estudiarme con sequedad. No era un
secreto que nos aborrecíamos mutuamente.
—Tenemos un nuevo trabajo—dijo Fuentes enviándome dagas con
sus hundidos ojos negros.
Aspiré aire por la nariz con serenidad fingida. Odiaba estar en la
misma habitación que ese par de mierdas. Yo era mierda, no podía negarlo,
pero ellos eran incluso más nauseabundos.
—Tengo a la réplica de mi mujer viviendo en mi casa—largó sin más
preámbulos Rodrigo, yo entrecerré los ojos con reserva—. Lucía Fuentes, así
la llamé, y se ha criado bajo mi techo creyendo durante toda su vida que es mi
hija. A los ojos de todos lo que la rodean es mía. Creí que estaría bien que se
criara como una chica normal, sin sospechas de nada raro. Nos pareció injusto
que creciera encerrada, sobre todo, porque queríamos que tuviera una vida
saludable…
Un gusto amargo pobló mi boca, tragué saliva sonoramente sintiendo
correr mi sangre con fluidez hirviente. ¿De qué carajo me estaba hablando
este tipo? ¿Qué clase de hijo de puta le hacía eso a una niña?
—Sabes que si alguien se entera de lo que en realidad ella es se
desataría un caos… ya que es el primer clon de ser humano en el mundo…
Pero sólo la creé para darle a mi mujer lo que siempre le perteneció:
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El primer contacto
***
Era sábado y por lo tanto, mi noche libre de oscuridad. Entré en mi
bar preferido, últimamente lo frecuentaba mucho porque no encontraba a
nadie allí que perteneciera a mi pasado. Ni a mi presente. Sólo me mezclaba
con desconocidos que lo único que querían era divertirse. Busqué la butaca
del final de la barra, justo en un rincón, generalmente estaba siempre
desocupada. No hice más que sentarme y encender un cigarrillo cuando el
barman se acercó, con solo una mirada supo entender lo que quería. Una
cerveza bien fría.
No podía negar que estaba nervioso, cada vez más. Era la primera vez
que tenía reservas en cuanto a un trabajo, nunca tenía inconvenientes. Pero
esta vez me sentía entumecido cada vez que pensaba en la niña de la foto.
La cerveza fue puesta frente a mí y de inmediato la pagué. Otro
cigarro le siguió al primero. Había dejado de consumir drogas, nunca fui un
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meterlos en mi boca y verle los ojos grumosos. Mas nublados de lo que podía
verlos ahora mismo. La oí soltar un suspiro y mojar sus labios llenos con su
sedosa y rosada lengua.
Me deseaba. Y me encantó el hecho de que estuviera tan entregada a
mí que se frotara contra mi frente sin timidez. Tomé el salero con rapidez y
lo volqué sobre la humedad que provoqué en el dorso de su mano. No quería
irme y dejarla allí tan perdida, con sus pupilas negras y el sudor de su cuello
y el valle entre sus pechos. Pero no debía retrasar más el momento de
alejarme, así que lo hice. En un abrir y cerrar de ojos me encontraba
buscando la puerta sintiéndome sofocado por el calor y el contacto de la
gente.
Me molestó que una gran parte de mí quisiera volver y secuestrar al
ángel, alejarla de todo peligro y mantenerla a mi lado para siempre.
Y no podía dejar que esos sentimientos entraran, porque un adicto
jamás debe probar ni una pizca de ninguna de las sustancias que lo llevarían a
la perdición. Y Lucía Fuentes contenía todos los ingredientes explosivos.
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Adicto
Me retrasé una semana más, mejor dicho, ellos me dieron más días.
Estaban esperando una confirmación, y preparando todos los últimos detalles
para que al fin me convirtiera en la sombra de la réplica.
En mi mente odiaba llamarla así, pero me obligaba a hacerlo.
Llamarla por su nombre la volvía más real para mí. Más deseable. Más… ni
siquiera sabía qué sentía por ella y hacia el hecho de tener que asesinarla
tarde o temprano sin importar mis consecuencias después, cuando Godoy y
Fuentes pusieran las manos sobre mí al perder su tan delicada creación.
Nunca quise tanto retrasar una orden, nunca estuve tan apretado
entre la espada y la pared.
Pensaba que era mejor por matar a los malos, y después de que todo
terminara, tendría otro gran remordimiento en la lista. ¿Podría vivir después
de quitarle la vida a alguien inocente? No tenía otras opciones, estaba sujeto
de las pelotas con fuerza. Y mi hermana importaba más que cualquier chica
desconocida por más dulce e inocente que fuera.
El viernes entramos en el bar con Johny, era la primera vez que me
acompañaba por esta zona de la ciudad. Como siempre estaba abarrotado de
punta a punta, lo llevé hacia mi lugar preferido, al final de la barra y pedimos
las bebidas. Me sentí animado por primera vez en la semana, agradecía eso.
Cada vez más estresado a medida que pasaban los días.
En medio de nuestra charla él me pidió mi nueva dirección, yo tenía
reservas siempre a la hora de dejar saber mi lugar actual, pero sin dudar le
pedí una lapicera al barman anoté la dirección en un billete de veinte pesos
que encontré perdido entre mi bolsillo.
Nunca alcancé a dárselo, ya que Johny enseguida atrajo un par de
muchachas con solo una ojeada en su orientación, tal como la comida a las
moscas. Todo el mundo lo encontraba encantador e irresistible.
Una de ellas se acercó a mí, no parecía importarle en lo más mínimo
mi cara de pocos amigos, se propuso seguir insistiendo en llamar mi atención.
Johny no paraba de enviarles cumplidos a ambas, tratando de acapararlas.
Sabía que no quería a ninguna chica cerca, y trataba de quitarme de encima a
la morena de cabello largo.
Bestia Elisa D’ Silvestre
***
La empujé de nuevo a las penumbras cuando se proponía salir, sin
darle tregua alguna la arrinconé contra la pared sin decir ni una sola palabra.
Si antes, al besarle el dorso de la mano había sido grosero, entonces ahora lo
sería más, porque definitivamente quería consumirla entera. Y lo haría,
porque ya había perdido la batalla en mi mente, ganando la parte más
insensata de mí.
En su primer suspiro apresé sus labios entreabiertos en los míos,
despacio, atrayéndola, envolviéndola para evitar así su negación. Pero no
necesité mucho de eso con ella, enseguida se aferró a mi cuello, como si
tenerme fuera de vital importancia.
Esta chica iba a matarme.
Me dio permiso para adentrarme más, sus gemidos golpeando contra
mi rostro, sus dedos clavándose en mi nuca con fervor. No tuvo reparos en
pegarme más a ella, y en restregarse con entrega. ¿Dónde estaba la tímida
niña ruborizada?
Abandoné su boca roja e hinchada para descender por su cuello,
quería probarla, olerla, lamerla. Necesitada aspirarla, obtener la sobredosis
justa de su esencia en mi sistema. Mordí su garganta y lamí en el mismo
lugar, ella soltó aire de golpe y se estremeció como si fuera otra parte más
íntima y escondida la que estuviera besando.
Bestia Elisa D’ Silvestre
El primer día
de su vestidor o a andar de acá para allá sólo en ropa interior. Trataba con
todas mi fuerza de voluntad no repasarla con los ojos.
Me creía un cretino espiándola. Un acosador de la peor calaña. Me
incomodaba, porque me colocaba en su lugar, y a nadie le gustaría que lo
merodeen de esta forma tan… directa. Agradecí profundamente que no
hubiese cámaras en el baño, ya estaba demasiado expuesta la mayor parte del
tiempo.
Godoy y Fuentes estaban enfermos. Eran demasiado crueles por hacer
esto a una niña indefensa e inocente. Y yo no era mejor por aceptar sus
órdenes de mierda y seguirles el juego. Pero debía hacerlo, ya que gracias a
este trabajo Lucrecia se estaba curando día a día. ¿Cómo podía pasar las
veinticuatro horas del día culpándome de esta forma cuando con esto lograba
darle una mejor vida a mi propia hermana?
Sí, éste era mi primer día como una sombra, y ya estaba deseando
terminar.
En la noche pude verla salir de la casa en su coche, vestida para una
fiesta, demasiado deseable como para mostrarse al mundo entero. No
entendía cómo triunfaba a la hora hacerme sentir todas estas cosas raras por
ella, debía detenerme a mí mismo. Debía golpearme con potencia para quitar
todo este peso de mis hombros.
Dejé la camioneta escondida una cuadra atrás y tomé mi moto,
siguiéndola de manera discreta hasta que se detuvo no muy lejos de su casa,
en otra enorme bastante concurrida. Autos colmaban el patio delantero, no
fue difícil adivinar que dentro se encendía una fiesta.
Estuve allí por horas, como una inmóvil e invisible estatua. Atento a
todo el descontrol que había dentro. Me pregunté si de todos esos chicos
universitarios que acompañaban al grupo de amigas existía uno que le
llamara la atención a la réplica. O si había alguien que la quería para él.
Indudablemente lo había. Alguien tan única como ella llamaría la
atención de cualquier chico que quisiera.
En el mismo instante en que apreté los dientes con negación hacia mis
pensamientos, la puerta enorme se abrió y todos comenzaron a salir como
expulsados violentamente del interior. La mayoría estaban borrachos.
Corrí hacia mi moto y me entretuve manteniendo ambos ojos en Lucía
como un halcón. Nada iba a permitir que la perdiera de vista.
Bestia Elisa D’ Silvestre
***
En la disco merodeaba a pocos metros de ella, la vi bailar con sus
amigos, saltar y reír. Se notaba alegre haciendo cosas simples de
adolescentes. Uno de los universitarios la seguía como la mosca a la comida.
Y me suministraba intensos apetitos casi irrefrenables de patearle el culo, de
marcar territorio. Porque una enorme parte de mi ser reclamaba a Lucía
como propia, y no le divertía nada verla rodeada de lobos hambrientos.
Ya no era el guardaespaldas escondido que no la perdía de vista, era
yo mismo tratando de cuidar lo que me interesaba. Por un momento sonreí
oscuramente para mí mismo, pensando en lo patético que estaba siendo
convirtiendo todo este circo en algo tan personal.
La vi escurrirse por entre la gente para ir al baño y luego la
acompañé, sin que sospechara, hasta su auto para dejar su chaqueta. A
continuación volvió a entrar, luciendo el corto vestido dorado de tirantes que
la convertía en la chica más bella del lugar. Cautivaba.
Me cautivaba. Me dejaba sin habla.
Me sostuve contra la pared sin poder despegar mi atención de ella,
mis manos dentro de los bolsillos de mi gastado vaquero. Ladeé mi cabeza y,
casi inconscientemente, esperé que me viera. No tardó mucho, se volteó
buscando algo entre la multitud y sus ojos se tropezaron con los míos. Mi
corazón se alteró en mi pecho haciéndose notar.
Y yo que pensaba que no tenía corazón.
Sus labios se entreabrieron con sorpresa y confusión por encontrarme
allí. Pero inmediatamente sus pupilas brillaron sonrientes por verme. La vi
dar un pequeño paso vacilante hacia mi terreno, pero no llegó muy cerca. El
universitario de cabello negro la interceptó equiparando todo su interés. Mis
manos se cerraron en puños y me perdí entre la gente antes de que volviera a
verme. No necesitaba esto. No debía enredar más las cosas, ¿No había tenido
suficiente con los furtivos encuentros anteriores? ¿Por qué quería más de
ella?
“Tendrás que matarla tarde o temprano, acéptalo” me dije por dentro. Era
algo que tendría que repetirme seguidamente. Y tan sólo el hecho de causarle
daño me estremecía, transformándome en un enorme padecimiento.
—Hola, lindo—se me acercó una rubia de pechos enormes y labios
pintados de un chillón rosa chicle.
Bestia Elisa D’ Silvestre
***
—No—alguien se quejó entre la oscuridad del callejón.
No recuerdo cómo llegué a él, sólo había comenzado a recorrer la
acera con rigor ciego. Como un loco al que le habían robado algo. Cada uno
de mis pasos encendía a fuego abrazador algo en mi interior. Una bola de
violencia.
Entré en el callejón sin hacer ni un mínimo ruido, distinguiendo a lo
lejos un bulto que se movía, el inconfundible susurro de ropas rasgándose me
llegó a los oídos. El aire se escapó de golpe por mi garganta, atravesando mis
dientes apretados. Los sollozos que siguieron apretaron un botón de
activación en mí, y en lo que dura un pestañeo estuve sobre la escena.
No tenía que preguntarme quién era la chica debajo del universitario,
lo tenía bien sabido. Y también tenía sabido lo que iba a pasarle a él al
segundo siguiente.
Sin apenas esfuerzo cacé al hijo de puta del cuello de su camisa cara y
lo arrastré lejos. Sus pantalones cayendo por sus rodillas mientras soltaba un
aullido de miedo. Lo levanté hasta que sus pies abandonaron el suelo y lo
estampillé contra la sucia pared de ladrillos mohosos.
— ¿Te gusta aprovecharte de niñas indefensas?—escupí en su cara
pálida.
Noté cómo todo su asqueroso cuerpo temblaba, no me sorprendería
que se meara encima en cualquier momento. Lo aplasté, haciendo resonar los
Bestia Elisa D’ Silvestre
***
La recosté en mi cama con sumo cuidado, y traté de acomodar lo
mejor posible su ropa arrugada y retorcida. Abrió los ojos vidriosos cuando le
quité los zapatos, y me estudió con detenimiento. La cubrí con las sábanas y
me retiré un paso, entonces ella se aferró a los dedos de mi mano, enviándome
una súplica desesperada en un apretón. Acomodé sus almohadas tratando de
pasar desapercibida la suavidad y pequeñez de su mano en la mía.
Bestia Elisa D’ Silvestre
Pero no hice más que inclinarme sobre ella que capturo ambos lados
de mi rostro con apego, aguijoneando el centro de mi pecho con su toque tan
perfecto.
— ¿No vas a besarme?—preguntó con tono sedoso y esperanzado.
Solté un largo y afectado suspiro, tratando de quitarme de encima esta
sedosidad que me era provocada cada vez que sus manos me tocaban.
—Estas drogada y en shock—le expliqué pacientemente.
Obtuve en sus pupilas la decepción, pero yo no haría nada de eso, sólo
prometía cuidarla con todo lo que podía entregar de mí. Intenté irme de
nuevo de su lado para que al fin pudiera dormir pero siguió sujetándose a mis
dedos, entrelazándolos con los de ella para que no la dejara.
—Quiero que duermas conmigo—suplicó con sus esferas de
esmeralda brillando.
Piezas dentro de mí comenzaron a ablandarse y no pude negarme. No
cuando yo quería encerrarla en mis brazos y mantenerla allí para toda la vida.
Rodeé la cama y me acomodé a su lado sin tocarla, pero reteniendo su mirada
con la mía. Me sonrió levemente por aceptar su pedido y sus párpados se
fueron cerrando levemente. Supe que ella no quería dormirse, sino que quería
seguir mirándome por más tiempo, pero el cansancio la invadió y se la llevó
de mi lado.
Corrí los mechones oscuros de su cabello que descansaban en sus
mejillas y me acerqué más a su cuerpo. La escuché respirar lentamente por
horas y no perdí de enfoque su rostro aniñado profundamente dormido.
Me pregunté si podría dejar de adorarla de esta forma algún día.
Bestia Elisa D’ Silvestre
Fuera de control
“Bestia…”
“No la mereces…”, afirmó otra voz que venía enteramente de mis
entrañas.
Corrí por el pasillo hasta el baño y me lancé de rodillas contra el
inodoro. Vomité toda mi mierda y pasé el resto del día inquieto.
“Bestia…”
Esa misma noche recibí la llamada que contenía nuevas órdenes de
Fuentes. Me querían viviendo bajo el mismo techo que ella.
El verdadero juego macabro había comenzado.
***
Días después me encontraba viviendo con Lucía Fuentes. Respirando
el mismo aire que ella y rosándonos con inquietud. Yo estaba al tanto de que
la había herido al abandonarla después de habernos enrollado y buscarla con
intenciones dudosas al tiempo, por eso me mantenía en el borde, sin
acercarme demasiado realmente.
Había ido hacia ella a mi manera, nada de historias sobre
guardaespaldas. ¿Qué pensaría si le contaba aquello? Me vería de otras
formas, y una pequeña parte sombría de mí necesitaba saber si ella estaba
dispuesta a creerme y tenerme cerca por quien yo era. No por quien otros
querían que fuera.
Le conté algo lo más parecido a mi historia, nunca dicha a nadie. No
quería que me viera como un salvador, sino como la persona que estaba
tratando de salir de un agujero. Me sorprendió mucho que ella decidiera
ayudar al chico perseguido, aun cuando admití haber asesinado personas.
Ella estaba loca.
Estaba demente por creer que algo de luz existía en mí, que valía la
pena que tuviera una oportunidad. Lo estaba, porque aún me seguía deseando,
sabiendo todas las cosas malas que me rodeaban. Lo estaba porque me
ayudaba a resguardarme de la policía, con todas las complicaciones que ello
atraería si fuera verdad. Y lo estaba porque no me temía. Ni un poco.
Esta chica criada dentro de un capullo lleno de mentiras, y
resguardada del mundo entero no le temía a un asesino.
¿Qué decía eso de la réplica?
Simple. Que estaba loca. Y eso me hacía quererla más.
Y me volvía loco, no hacía falta aclararlo.
Bestia Elisa D’ Silvestre
Infierno personal
Dormía.
E incluso dormida me demostraba lo deprimida que se sentía, me
acerqué ignorando esa insistente voz que me rogaba dejarla en paz. Vi el
brillo de humedad bajo sus ojos y el pecho me dolió tanto, tanto que no sé
cómo fue que no caí de rodillas allí mismo, junto a su lecho.
“Junta tus cosas y andate” me ordenaba la voz.
“No te acerques más, deja de lastimarla”
“Estás obsesionado, enfermo. ¡Dejala en paz!”
Me quité la ropa más gruesa y me metí en las sábanas con ella, nada
era más fuerte que mi necesidad de rosarla. Me aferré a su pequeño cuerpo y
la besé en el cuello con reverencia.
—Perdón—susurré contra su cabello y piel—. Perdón. Perdón.
Ella tardó, pero terminó por darse la vuelta y enfrentarme con sus
pupilas destellantes de dudas y tristeza. Tenía bien en claro que la había
lastimado antes, pero ahora, viéndola tan susceptible se sentía más real. Más
punzante y agudo el sentimiento de culpabilidad.
Esperé que hablara.
“Aléjame, échame de tu vida, lo entenderé, lo juro. Lo entenderé” repetí
entre mis sienes, pero era demasiado cobarde en lo que a ella atañía. Yo lo era
todo, pero junto a ella me sentía débil. Débil de una forma maravillosa.
“Sólo decime las palabras y me iré. Para siempre” la voz en mi mente
sonaba casi apagada, sin vida. Porque al ver la forma en la que Lucía me
estudiaba supo que perdería.
—A veces pierdo el control—expliqué con voz frágil—. Cuando me di
cuenta de que te había lastimado, me sentí tan culpable que salí corriendo. Te
juro que no fue intencional, lo juro.
Supliqué a través de mis palabras, con una desesperación nueva e
intensa. Asintió en silencio y mis pulmones se desinflaron con un alivio que
jamás pensé que sentiría en la vida. Nunca dejaba de sentir el peso en mis
hombros, y ella tuvo el poder de quitarlo sólo con un movimiento.
Rosó la herida de mi ceja con su pulgar, cerré los ojos sintiendo su
caricia profundamente.
—Tenés que curarte esto—me dijo con un contraste sedoso en su voz.
Asentí.
—Ya sé—estuve de acuerdo—. Pero ahora te necesito—expulsé fuera
mi más apremiante anhelo.
Bestia Elisa D’ Silvestre
La decisión
Complicaciones
No me quedó otra opción que tirar la puerta abajo, y fue todo lo que
hice al escuchar el ruido de pequeños chapuzones en el agua. Lucía no estaba
por ningún lado en la casa, y fue cuando vi rastros fuera de lugar en el pasillo
que el chip se activó.
No me costó demasiado derribar la gruesa puerta de madera que
separa el resto de la casa con la piscina. No hice más que entrar allí que
comencé a ver todo rojo. La amante de Rodrigo Fuentes estaba tratando de
matarla, ahogarla bajo el agua, sus ojos desquiciados fijos en Lucía con
determinación.
Fui hacia Malvina como un toro enfurecido, pero más que eso, estaba
aterrado porque Lucía ya no luchaba por salvarse de las garras de esta loca.
Sin pensarlo levanté mi brazo izquierdo, mi mano en un puño, le di un seco
golpe en el punto justo para que cayera redonda al suelo. Me permití tirarla
al agua, no me importaba si moría, ella había querido matar a la réplica. No
estaba dispuesto a sentir misericordia.
Tiré de Lucía fuera del agua, colgando de sus brazos como una
marioneta ausente. Sus párpados cerrados, sus labios morados y piel pálida
hicieron que temblara de miedo por perderla. La recosté en el suelo y empujé
oxígeno en su boca, no necesité de mucha reanimación, ella tosió al instante
siguiente y escupió. Las pestañas oscuras que bordeaban esos ojos hermosos
aletearon para mí, y enfocaron mi rostro.
Dentro de mis costillas se vació la aprensión.
Le prometí que jamás me iría. Gio no hacía promesas a ninguna chica,
pero Lucas no lo dudó. No me iría nunca, a no ser que fuera acompañado de
ella.
La levanté en mis brazos, acunándola y sintiendo contra mí el
estremecimiento de sus huesos. La llevé al baño y la desnudé, ella no opuso
resistencia, sólo se dejó hacer, inmóvil con la mirada perdida. Estaba en
shock. Al terminar de secarla fuimos a su habitación y la vestí con lo primero
que pude encontrar, y la envolví con su cobertor color lila. La dejé acurrucada
mientras juntaba más ropa en una bolsa.
Bestia Elisa D’ Silvestre
***
La situación se me estaba escurriendo de los dedos como arena fina.
Otra vez. Lucía desconfiaba de mí. Y con toda razón.
Reparé en sus reservas cuando llegamos a la casita en la mitad de la
nada, y supe que había llegado el momento en el que todas las dudas que fui
plantando a lo largo de los días se unirían en una sola y más enorme. Me
reprendí a mí mismo por haber retrasado tanto mis verdaderas explicaciones,
ahora estaba haciendo todo esto más difícil.
Intenté contarle la verdad pero empecé de la forma incorrecta y todo
se terminó por descarrilar ante mis propios ojos, vi cómo su semblante pasaba
Bestia Elisa D’ Silvestre
Rescate
No podía hacer nada más que dignarme a dejarla correr hacia los
brazos de su supuesto padre. Después de todo el embrollo que tejí en su
mente era entendible que buscara la solidez de su progenitor, por más frío o
mentiroso que fuera. Ella creció con esa idea en la cabeza.
No me descubrí, de hecho me adentré más en el frondoso y espeso
monte por si los matones salían a buscarme. Si me descubrían ahora jamás
podría salvarla después. Permanecí oculto hasta un buen rato después que se
fueron.
Volví a la casa agotado, y completamente aniquilado emocionalmente.
Jamás en mi vida me equivoqué tanto, cometí tantos errores, uno tras otro. El
asunto de salvar a alguien no se me daba bien, de ninguna manera. Pero no
me rendiría. Tendrían que matarme para lograr ver la bandera blanca desde
mi terreno.
Ahora tenía que trazar un plan, un buen plan. Uno que no se
entorpeciera por la consternación de saber a Lucía en manos del enemigo. Se
me necesitaba frío y letal como antes de conocerla. Me prohibí dejar alguna
mínima entrada entornada para darle la bienvenida a los inconvenientes.
Llegaría hasta el final y saldría victorioso. Ya que esta vez dejaría de
ser Lucas, víctima de debilidades, y sería Gio, el asesino, el que cortaba las
gargantas de desconocidos sin apenas pestañear.
***
Me desconcertó unos momentos que Rodrigo nos haya encontrado
tan rápido, pero enseguida caí en la cuenta de otro descuido que cometí en mi
apuro por llevármela. Ella llevaba un chip de rastreo, seguramente en alguna
parte de su cuerpo. Otra cosa que debía tener en cuenta cuando la alejara de
todo.
Las heridas de Lucía por el ataque de Malvina me dieron la creencia
de que gozaba de tiempo. Me llevó un par de días conseguir un plano del
lugar y estudiarlo a la perfección. Rolo, mi reemplazante ocasional en el
seguimiento de la réplica, creía que yo todavía continuaba trabajando para
Bestia Elisa D’ Silvestre
De pronto Lucía fue todo lo que alcancé a enfocar frente a mí, con sus
ojitos redondos y grandes de cachorrito que tan loco me ponían. Mi actitud la
estaba asustando, y vi el destello de lágrimas a punto de caer por sus mejillas.
Me rogó que no le hiciera daño a Carmela y con eso tuve que alejarme para
no romperme y romperlas a ambas.
Tomé distancia al mismo tiempo que mi respiración se alteraba. Tenía
que detener el torbellino de adrenalina que transitaba por mis venas. Debía
ganarle a este ataque.
A medida que creaba un plan para rescatar a la réplica no había
existido lugar para que un ataque de violencia se me viniera encima. Pero
ahora que la tenía conmigo toda la tensión acumulada en los días anteriores
me pasaba la factura.
Sentí un pequeño cuerpo pegarse al mío, sosteniéndome, tirando de la
soga fuera del infierno que se estaba adueñando de mi cabeza y mi cuerpo. Se
apretó contra mí y en un dulce silencio me fue envolviendo, haciendo que sólo
pudiera estar pendiente de ella y nada más. Los sudores fríos se echaron atrás
incluso antes de llegar y los erráticos silbidos de mi garganta se detuvieron,
sólo para corresponder el abrazo y encerrarla más cerca de mí.
La apreté con fuerza como si fuera un sueño y yo estuviese a punto de
despertar sin quererlo. Nos aferramos el uno al otro y en ese momento lo
supe: ella era mía. Ya no la perdería, ni la alejaría de nuevo por culpa de
míseros errores.
La réplica era mía y haría hasta lo imposible por mantenerla a mi lado
para siempre.
Bestia Elisa D’ Silvestre
Seguridad
A salvo
problema era que no deseaba meterlo en problemas. Si nos ayudaba era otra
persona más en la lista que podría pagar el precio.
—Sabes… quiero que vengan a mi lugar—saltó él sin darme tiempo a
nada—. Es muy seguro, nadie sospecharía, lo prometo. No pueden pasar de
hotel en hotel, gastando dinero y aun así no estando del todo a salvo… No te
pido que vengas, te ordeno que lo hagas…
Tragué saliva y cerré los ojos, era tan egoísta de mi parte meterlo en
esto.
—Sabes que todo puede explotar en cualquier momento… no quiero
que te veas invol…
—Shhh—me cortó, exasperado—. Peligro corro todos los días,
amigo… Y además, cito tus palabras, lo vales… te debo la vida, yo no me
olvido de esa noche cuando le salvaste el pellejo a un pobre chico de quince
años…
La noche que lo conocí estaba metido en una pelea con cuatro
grandotes en uno de los callejones perdidos que frecuentaba seguido. Él
estaba haciéndolo por su cuenta, y supe con sólo mirarlo que no saldría bien
parado. Era demasiado pequeño de cuerpo y tenía cero habilidades. Así que
me uní a la lucha y saqué al niño arrastrándolo lejos. Tuve que llevarlo al
hospital por varios golpes y una puntada en el costado. Después de eso se
convirtió en mi sombra, lo introduje en mi mundo y le enseñé a robar. Johny
era un tipo muy agradecido. Sobre eso no cabían dudas.
—Está bien…—asentí un poco dudoso, pero sabiendo bien que era lo
único que podía darle a Lucía—. Estaremos allá lo antes posible…
Suspendí la comunicación y me quedé allí dentro convenciéndome de
que estaba bien tomar ofrecimientos de buenos amigos.
Desperté a la preciosa chica que dormía después. Mientras se vestía al
estilo zombie, ya que había dormido no más de tres mínimas horas, llamé
para que nos trajeran un potente desayuno. Cuando estuvo lista esperé en
silencio, viéndola comer, seguro de que si empezaba a hablar ahora ella
perdería el apetito.
La señal llegó cuando me miró esperando a que dijera algo, que
rompiera el silencio. Y lo hice, comencé a contarle todo desde el comienzo.
Que deseaba ser un mejor hombre y por eso recurrí al despreciable de
Godoy para que me diera un trabajo decente, pensando que él llevaba una
vida digna. Había estado cometiendo errores mi vida entera, pero creer que él
Bestia Elisa D’ Silvestre
era un hombre modesto, había sido uno de los más grandes. ¿Cómo podía
creer siquiera que el mismo hombre que hacía llorar noches enteras a mi
madre era bueno? ¿Qué el mismo hombre que tenía una familia escondida era
honorable? Debí haberlo sabido, si con sólo mirarlo transmitía impresiones
turbias.
Seguí por el camino, llegué a mis órdenes, ambas, las de Rodrigo y
Brown. La vi perder el color más y más en medida que avanzaba. Y sus ojos
se aguaron al saber qué tan en peligro se encontraba. La cantidad de gente
poderosa que quería dañarla.
Entonces me preguntó por mi hermana y en lo que había hecho para
salvarla y… mentí. Mentí descaradamente diciendo que el clan me debía un
favor cuando era todo lo contrario: yo estaba en deuda con ellos. Pero si se lo
apuntaba se escandalizaría y se culparía por obligarme a conectarme con esa
gente. Preferí ocultarle el hecho de que en cualquier momento tendría que
pagar una gran deuda, vaya a saber de qué manera.
Ella se abrazó a mí y me besó, quizás con agradecimiento o con
cariño, no lo sabía… pero todo en ella me demostraba que sentía lo mismo
que yo. Y así lo creí.
—Santiago…—murmuró titubeante, sin saber cómo seguir—.
Guillermo…
Asentí, entendiéndola. Escuchó cuando Rodrigo se dirigió a mí como
el hijo de Guillermo en la sala de observaciones. Además acababa de afirmar
que Godoy era mi padre. Vi cómo su mirada se nublaba al nombrar a su
amigo de la infancia, su novio antes de morir.
—Él era mi hermano…
Algo después de decirlo me retumbó entre las sienes. Era indudable
que ella sabía que estaba muerto, pero me pregunté si estaba al tanto de cómo
había sucedido todo. No, claro que no. Los rumores volaban si conversabas
con la gente correcta y Rolo había sido más que una ayuda.
Rodrigo lo había asesinado, todo porque el chico descubrió qué era lo
que estaban haciendo con su novia de casi quince años. Corrió en su coche a
buscarla, con la intención de llevársela lejos y ayudarla, porque la amaba y
eso era algo que teníamos en común. Lo único, más bien dicho. Fuentes lo
persiguió y le disparó. Me preguntaba si Guillermo también lo sabía y si
había estado de acuerdo con todo.
Bestia Elisa D’ Silvestre
***
Fue el día después cuando decidí ir con la verdad, no hacía mucho que
había despertado y desayunado lo que le dejé sobre la mesita. Me recibió con
una sonrisa apaciguada y enseguida me atrajo a sus brazos, besándome como
si no hubiera un mañana. Dudé por un momento, cuando ella se apretó contra
mí y se aferró a mis hombros, pero enseguida me aseguré que debía
contárselo. Y más después del episodio en el coche, cuando su mente se
enterró en el pasado y le provocó un ataque de nervios. Hablar de él le había
traído recuerdos, y era hora de terminar con los sucios secretos de esos viles
hombres.
Mi expresión debió de haberse oscurecido porque ella me observó con
algo de miedo cruzando sus facciones. Alertada.
—Tengo…—me aclaré la garganta—. Tengo que contarte algo.
Su rostro cayó y negó desesperada, intuyendo que sería algo malo, de
seguro.
—No…—murmuró aterrada—. No tenés que hacerlo…
Apresó mi rostro en sus manos, obligándome a ver sus súplicas
silenciosas. Me dolía tener que hacerle esto, más que a nada, porque la
lastimaba y no dejaba que sus heridas interiores terminaran de sanar del todo.
—Es sobre Santiago…
—No…—se quedó sin aire—. No quiero saber…
Sus dedos apretaron mis labios tan fuerte que sentí dolor, pero no me
detuve. Ella necesitaba saber la verdad. Me rogó que no se lo dijera.
—No fue un borracho…—solté.
Bestia Elisa D’ Silvestre
— ¡NO!—gritó.
Su mano se levantó instantáneamente y me golpeó un lado del rostro.
Está bien, quizás me lo merecía por ser tan insensible. Le permití
desahogarse. Y pronto estuve hablando de nuevo.
—Fueron ellos…
Me sacó fuera de la cama a empujones inestables, gritando,
soportando todo el dolor que le provocaban mis palabras. Me siguió sin parar
de golpearme el pecho, con sus ojos inyectados en sangre, las lágrimas
cayendo por sus mejillas incoloras. Sus puñetazos no me dolieron, aunque por
dentro me estaba matando el verla tan rota.
Cayó al suelo boqueando, intentando tomar aire entre tantos sollozos.
Apenas tenía fuerzas para ponerse en pie. Me agaché junto a ella y la envolví
en mis brazos asiéndola contra mí. La levanté del suelo y nos trasladé a
ambos hasta la cama, nos quedamos allí por más de una hora. Su rostro se fue
secando, aunque su mirada siguió perdida en otro lugar, quizás en el pasado.
—Fui un insensible—dije despacio contra su oído—, tendría que
haber tratado de decírtelo de una forma menos…
—Shhh—me silenció y se abrazó más fuerte.
Entonces comenzó a decir algo que me alertó y me convirtió en
piedra.
—Lucas—tragó antes de seguir y recorrió con su palma mi torso—.
No quiero esto para nosotros… no quiero esto para tu vida…
Sus pestañas volvieron a filtrar gotas de agua salada.
—No quiero que termines como Santiago—se alzó para buscar mis
ojos.
— ¿Qué estás diciendo?—mi voz terminó de helar la habitación.
—Voy a entregarme, y a cambio voy a pedirles que te dejen en paz.
Salté fuera de su contacto como si me hubiera quemado. ¿Qué carajo?
La rabia carcomió todo lo bueno que quedaba de mí en ese momento. Intentó
retenerme, susurrando mi nombre con temblor.
—No me toques—casi le grito—. ¡Estás loca!
Mi respiración ya era un caos para ese entonces, tratando de
apaciguar la ira creciendo en mi estómago.
— ¡Es-tas lo-ca!—repetí con fuerza—. Si pensás que voy a dejarte ir
con ellos, estás muy… muy equivocada…
Bestia Elisa D’ Silvestre
Acontecimientos inesperados
Una mañana salí del taller sin apenas avisar, con el plan de volver
antes de que Lucía despertara. No quería dejarla sola mucho tiempo, pero
tenía que buscar algunas cosas que me dejé en la casita, más ropa y otras
armas de fuego que casi no usaba, pero pensaba hacerlo.
Estos días me la pasé enseñándole a Lucía a disparar, y ella estaba
aterrada con la idea. Pero esperaba obtener buenos resultados dentro de poco.
Llegué a la casa en uno de los autos que Johny me había prestado, mi
moto ya había sido vendida y la plata del negocio estaba en mi cuenta.
Necesitaba más dinero. No estaba en quiebra pero cualquier monto extra era
bienvenido. Entré sólo para ver que todo seguía igual que siempre, silencioso
e inmóvil. Nada fuera de lugar. No era lo que había esperado, la verdad, vine
con la intención de ver todo dado vuelta, destrozado.
Era difícil saber que aquella casa era mía, bueno, antes fue de mi
madre, pero la gente que me perseguía podía conseguir cualquier
información. No me habría afectado encontrar todo convertido en basura, allí
no había nada de valor. Pero la casa había sido un deseo constante de mamá,
un lugar fijo, nuestro, que nadie nos podría quitar. Cuando murió, todos sus
ahorros pasaron a mis manos y en una carta me rogó que creara un lindo
lugar para Lucrecia.
Todavía estaba en deuda con las dos. Pero tarde o temprano lo haría,
le daría a mi hermana todo lo que merecía.
Di un paso hacia el pasillo y pisé algo que me llamó la atención. Un
papel doblado a la mitad. Me incliné para tomarlo y desdoblarlo.
—No voy a unirme a nadie, ahora sólo estoy por mi cuenta… Váyase.
Él siguió sentado, podría tener un whisky en sus manos y sería la
escena perfecta de un hombre rico descansando. O negociando.
— ¿Por qué me quiere a mí? Hay otros... El mundo está lleno de
asesinos sin piedad, enfermos…
Me interrumpió de inmediato.
—No estás enfermo, y tienes piedad, sino no se puede explicar lo que
estás haciendo al cubrir a la réplica… El caso es que… si la matas terminarías
con la poca humanidad que te queda y eso, para nosotros, los dueños de este
ambiente, es un don…
La confusión y el asco me hicieron sujetar más fuerte la pistola.
Dispara. Dispara. Dispara.
La voz resonaba en mi cabeza, retumbando dolorosamente.
—Estás encaprichado con ella, crees que tienen una conexión… pero
no es más que eso…
Se puso de pie y caminó con letargo más cerca de mí, yendo hacia la
puerta.
—Hay un precio, ya lo sabes, si logras sacarte de encima el último
vestigio de clemencia que te queda tendrás la cura para tu hermana…
Me dio la espalda y se adelantó más. No pude evitar soltarle mi duda.
— ¿Qué le hizo Rodrigo para que pierda el tiempo con esto?
Volteó sólo para mirar directo a mis ojos, mi pregunta hizo que sus
ojos se volvieran peligrosos.
—Rodrigo Fuentes y Guillermo Godoy se quedaron con todo lo
mío—respondió con resentimiento grabado en sus facciones—. Absolutamente
todo.
Cuando estuve solo, bajé los brazos lentamente y me invadió un sudor
frío. Él estaba mintiendo, sólo quería envolverme en su mierda. Estaba
tratando de jugar con mi cabeza.
Recogí todo lo que había venido a buscar y me fui enseguida, mirando
en todas direcciones por si alguien estaba siguiéndome. Sorprendentemente
nadie merodeaba cerca, ni me siguió hasta el almacén donde me estacioné
para comprar comida.
Me terminé de dar cuenta de que había tardado demasiado, mucho
más de lo que planeé. No hice más que entrar en la pequeña habitación que
Bestia Elisa D’ Silvestre
Lucrecia
—Siempre supe que llegaría… te haces el duro pero ahí dentro hay un
corazón tan blando como una gelatina…—me tocó el pecho con un dedo.
Ella no paraba de hablar, parecía estar destapando sus cuerdas vocales
conmigo por tantos meses de silencio.
— ¿Hablas con Johny?—fue lo único que pregunté.
Ella puso los ojos en blanco.
—Sí, seco, él me llama de vez en cuando—inclinó la cabeza sin dejar
de estudiarme—. A ver… sé que tiene unos ojos verdes preciosos y un cabello
lacio negro divino… y…—se mordió el labio tratando de pensar—. Ah, y es
súper chiquita, como una niña… mucho más que yo… y…
—Ya…—suspiré.
No quería hablar de Lucía, no sabía muy bien el motivo. Pero hablar
de ella con mi hermana era raro. Y nuevo.
—Y…—repitió, volviéndose seria de repente—te mira como si fueras
lo único en su mundo… no—negó—, como si fueras su mundo…
Se quedó pensativa, atravesando mi silencio. Los latidos de mi
corazón aumentaron tanto que creí que los escucharía. Me recuperé pronto y
cambié de tema, transformando mi semblante, más oscuro.
— ¿Y ese tal Medina?—le solté, serio.
Lucrecia pestañeó ante la pregunta y sus mejillas se pusieron rojas.
—Es el nieto de Lana, ella es la que me cuida y otro par de enfermeras
más jóvenes vienen durante el día… —se detuvo un momento, y miró por la
ventana—. Max se queda conmigo cuando Lana no puede cuidarme, ella sufre
de osteoporosis, a veces sus huesos no aguantan…
Me mira y al segundo siguiente sonríe de nuevo, como una niña a
punto de hacer una fechoría. Baja el tono de voz, más confidente.
—Max no cocina muy bien, se la pasa haciéndome fideos—aguantó
una carcajada—. Y, la mayoría de las veces, están pegajosos… y es tan
arrogante que no lo reconoce… pero no me quejo, él me llena la bañera y me
compra sales con olor a vainilla, son mis preferidas… Y me deja quedarme en
el agua todo el tiempo que quiero… eso le suma puntos…
¿Cuándo fue que creció tanto? ¿Cómo fue que se hizo tan habladora y
simpática? Me había perdido tantas etapas de su vida que por un momento
me sentí aquí sentado hablando con una extraña. Y era mi hermana, una
adolescente, que sin importar lo enferma que se encontraba, no dejaba de
tener actitudes adecuadas a su edad.
Bestia Elisa D’ Silvestre
Emboscada
***
Descendía las escalerillas del avión cuando vi una cantidad alarmante
de autos oscuros de ventanillas tintadas a mí alrededor. Ellos no me
permitirían llegar al coche que había dejado estacionado cuando me fui. Los
observé sin inmutarme, sabiendo que todos esos grandotes con chalecos de
motoqueros eran piezas de Brown.
Supuse que quería una confirmación, por más que yo me hubiera
negado ya muchísimas veces a servirle.
Lo encontré parado junto a un tipo gigante con un diente de oro. Hice
todo un esfuerzo para no arrugar la cara con desagrado.
— ¿Has decidido ya si quieres curar a tu hermanita?
Maldito fuera el desgraciado, no me cabía en la cabeza el motivo por
el que era tan persistente. No tenía un plan elaborado todavía, y lo único que
quería ahora era correr a envolver a la réplica en mis brazos y jurarle cosas
que jamás creí que juraría. No tenía el más mínimo deseo de lidiar con ellos.
— ¿Sabes? Creo que se te está acabando el tiempo, vas a matarla esta
noche, si te niegas, no saldrás con vida de este estacionamiento.
Apreté mis dientes hasta que chirriaron. ¿Qué se creía ese hijo de
puta? ¿Pensaba que yo era estúpido? Un poco más y no se arrastraba para
Bestia Elisa D’ Silvestre
Planes
***
Durante los días siguientes sólo me ocupé en curarme lo más rápido
posible, hice todo, absolutamente todo, lo que la doctora Carla me indicó. Por
más frustrante que fuera. Ellas me conservaron en secreto en la habitación, y
aguardaban a que el maldito Julio saliera de la casa para dejarme tomar una
ducha cada día, cuando comencé a poder ponerme en pie sin ayuda.
El objetivo seguía siendo el mismo, nos encargamos de tener todo
especulado perfectamente para poder entrar sin ser rastreados, Flor tenía el
az bajo la manga, y era buena. Inteligente y práctica, nada de vueltas y más
contundencia.
Bestia Elisa D’ Silvestre
Consumación
hecho a Lucía. Tarde me di cuenta de que los verdaderos criminales eran los
monstruos con cerebros calculadores de allá dentro.
Levanté a mi chica del suelo y despacio, con palabras amables y dulces
la calmé para poder irnos. Preferíamos no estar aquí cuando descubrieran el
cuerpo de Carmela. La llevé en brazos todo el camino mientras le permitía
desahogarse contra mi pecho, empapando mi camiseta.
Llegamos al auto y la recosté en el asiento trasero para después salir
despedidos con increíble rapidez. Sentí que el apretón que se aprisionaba a mi
corazón se desprendía cuando la vi dormirse entre sollozos.
Dormir le haría bien, le quitaría algo de peso a sus diminutos
hombros.
***
Verla arrojada en la cama, inmóvil e incolora arremetía contra mis
entrañas tan fuerte que me mareaba. Necesitaba encenderla, iluminarla,
revivirla. Me recosté a su lado expresando por una vez en mi vida mis
sentimientos de forma clara. Dejándole saber lo que me hacía tenerla allí de
ese modo. Le prometí que pronto todo cambiaría, que cuando nos alejáramos
de esto todo terminaría. Porque así lo creía, con toda la potencia de mi ser.
Rodó contra mí, soldándose contra los latidos de mi corazón,
aceptando mis promesas, admitiendo que no eran vacías. Al separarse y
mirarme a los ojos al fin habló y se llevó todo de mí.
—Te amo—dijo, arrasando con la poca dureza que aún me quedaba
dentro—. Te amo desde hace demasiado, demasiado tiempo. Incluso creo que
comencé a amarte mucho antes de escucharte hablar o incluso besarte.
Creo… creo que te he esperado todos estos años, y puede que hayas llegado a
mí en el momento equivocado. ¿Qué habría pasado si nos hubiéramos
conocido en circunstancias normales? ¿Qué habría pasado si llegabas a mi
vida por casualidad y no por caminos oscuros?
Encerré su rostro en mis manos en un arrebato atormentado por sus
divinas, pero algo injustas, palabras. Yo no lo sentía así. Abrí la boca para
replicar y ya no pude detenerme, vaciando mi núcleo a borbotones.
— No llegué en el momento equivocado, llegué en el momento justo.
Te vi en el momento justo aquella noche en el bar, te deseé en el segundo
indicado y te tomé en el instante correcto. Nada de esto es un error, ni algo
oscuro, lo que tenemos es la luz entre tanta negrura. Si yo no te tuviera ahora
Bestia Elisa D’ Silvestre
en mis brazos significaría que la bombilla habría muerto, que habría dejado de
funcionar para siempre. Sin embargo, te tengo y ¡te amo!—enfaticé con falta
de aire—… Y jamás dejaré que el destello se apague, porque lo único que
quiero para tu vida es luz, calidez y felicidad…
Mi voz vaciló y me detuve un pequeño mini segundo para tragar
saliva y pausar mi respiración. Realmente me estaba abriendo a mí mismo en
canal, pero sabía por única vez en lo que llevaba de existencia que esto valía
la pena, enormemente. Mientras empapaba mis manos con sus gruesas
lágrimas seguí mi camino.
— Te amo… —repetí, enfatizando ese par precioso de palabras que
nunca había cruzado más allá de mis labios—…como jamás amé a nadie en el
mundo. No hice más que verte a los ojos que mi pecho se cerró para así no
permitir entrar a nadie más… Estaba seguro de que nunca más vería algo tan
hermoso, inocente y delicado como tu mirada verde esmeralda… Tu pureza
me atrajo y me encerró en una jaula para no permitirme salir, y no me
importa el exterior si dentro estamos los dos… Te amo… Y por favor, ya no
digas que este amor se encuentra en el tiempo y espacio equivocados…
Porque no lo siento así… Es lo más auténtico y potente que he sentido en
toda mi vida. Me niego a que sea erróneo.
No me perdí ni una milésima de segundo cómo fue cambiando su
mirada: asombro, entendimiento, amor puro. Alivio. Porque posiblemente,
después de todo, aun dudaba de mi amor. Tan perdida en sus sentidos como
se encontraba, quizás todavía ni había notado que daba hasta lo que no tenía
por ella. Fui testigo de cómo la cerilla se encendía, y sus ojos verdes
esmeralda fueron iluminados por el sol, aun cuando estábamos atravesando la
noche.
Sin siquiera esperarlo ella buscó mi boca y la estrelló con la suya,
gimió dejando ir cualquier malestar anterior. No me alcanzó con eso, levanté
mi mano y la enterré entre los cabellos suaves de su nuca, para que ni siquiera
se alejara para buscar aire. Ninguno de los dos. Me entregué entero, como
tantas veces ella lo hizo.
Ahora teníamos mucho más por lo que luchar, porque queríamos que
el futuro fuera por entero nuestro. Y lo lograríamos.
***
Bestia Elisa D’ Silvestre
***
Tuvimos una pequeña discusión una vez que todo se estabilizó y nos
secábamos la humedad caliente del cuerpo. Su insistencia en el tema me puso
violento. No podía aceptar verla de rodillas frente a mí, ni siquiera deseaba
verle la cara cerca de esa zona. Era insultante tanto para ella como para mí, al
menos yo así lo veía. No era normal, claro que no. Ella ansiaba hacerlo, lo vi
en sus ojos y en su desilusión instalada en su cara. Pero no estaba preparado,
quizás nunca lo estaría.
Pero, de todos modos, le prometí que algún día pasaría.
***
Salir de la habitación de motel significaba enfrentar la realidad de
nuevo. Y después de los momentos vividos dentro, desesperadamente quería
volver a entrar y no salir nunca más.
Le entregué mi mochila y la colgó en su hombro, cerrando los ojos
con dulzura cuando la besé en el cuello, aspirando una vez más su olor.
De verdad quería quedarme dentro y olvidar todo. Pero me avisé que
ese momento de paz y despreocupación no tardaría en llegar, eso me dio
motivación que me faltaba.
Carla no tardó en llegar con su camioneta tamaño familiar, y me dirigí
hacia allí enseguida para cargar nuestras pocas pertenencias. Ella y Flor se
habían encargado de la mayoría de los trámites y teníamos reservado un
vuelo privado a México. Ese, por supuesto no sería el único paradero,
pasaríamos por muchos lugares hasta asentarnos en uno finalmente, cuando
todo estuviera en calma. Estábamos seguros de que no cesarían de buscarnos
tan fácil.
Y es precisamente por eso que algún día tendría que volver y
matarlos a todos. Lucía merecía una vida en paz, y no podría dársela con
gente tan poderosa detrás, cazándonos.
Bestia Elisa D’ Silvestre