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Serge Leclaire **
No creo que la inscripción se realice necesariamente según el modo fonemática, y ésta es, para
mi, la oportunidad de utilizar por primera vez el concepto lacaniano fundamental de significante. El
704 significante es un rasgo singular que también puede ser de orden visual, de orden olfativo, de orden
táctil, con la condición de que el rasgo singular remita, posiblemente, a otros términos.
La noción de fuerza lmpulslva y del objeto del impulso
Se podrfa objetar que la búsqueda constante de una primera satisfacción mantendrfa al sujeto en un
estado profundamente regresivo. Pienso que esta objeción se funda en una concepción muy genética
del desarrollo libidinal. De hecho, la nostalgia de una satisfacción anterior es cotidiana; y no hay
ninguna necesidad de volver al mito de una satisfacción originaria para enfrentarse con el desequi-
librio constante que aparece en nuestra búsqueda de satisfacción: toda actividad amorosa se juega
siempre entre la nostalgia y la esperanza. Además, pienso que la sublimación consiste en desexualizar
el objeto sexual, dicho de otro modo: en dar al objeto del impulso un estatuto ideal, un estatuto
de Idea; ésta es una manera muy frecuente y fecunda de proceder.
705
Serge Leclaire
H~ una antinomia a la que no aludl y que, sin embargo, es muy importante para Freud, entre lo
que él llama lo psiquico y lo somático. Entre estos dos planos hay una antinomia constitutiva de lo
que Freud denomina tradicionalmente lo pstqulcc, pero que seria mejor llamar: "impulsivo".
Freud afirmó que él siempre habla sido dualista. Creo que esto quiere decir que todas las
oposiciones o conflictos se inscriben siempre en ese "suelo" impulsivo, es decir, en un texto
contradictorio.
Asegurar la castración es una locución que utilizo voluntariamente. Con ella quiero indicar que no
hay acceso posible al deseo sin que se marque en un punto un corte, sin que se reciba realmente
algo del tipo de una carencia, algo incompleto. Con esto quiero decir que la manera más sugestiva
de concebir esta función de la carencia, es considerar el caso en que esta carencia falta, es decir,
en las organizaciones psicóticas, en tanto alll no puede hablarse de organización.
Digo que la dimensión del deseo, la posibilidad de una organización impulsiva, es correlativa
con la instauración de la experiencia de la carencia, de una relación constituida con la carencia:
la castración es esa relación, que siempre debemos redescubrir. .
En términos freudianos, diré que en el, pstcótlco no hay diferencias entre dos tipos de orga-
nízación. Puede decirse que en el psicótico todo es inconsciente, o que todo es consciente, pero
lo que caracteriza esa "falta de carenci a" es que, hablando estrictamente, no hay sistemas distintos.
, Asegurar la castración es asegurar algo del orden de la represión originaria, de la distinción
de dos sistemas.
Además, la diferencia o la relación que existe entre una diferencia de tensión, terminolog la
que Freud utiliza espontáneamente para explicar el fenómeno del placer, y la utilización del concepto
de carencia o de diferencia, es que, en un caso, se alude especificamente a la cantidad del punto
706 de partida y a la cantidad del punto de llegada (o bien al estado del punto de partida y al estado
de la llegada), mientras que en el concepto de carencia el acento se coloca en la dlterencla misma.
La noción de fuerza impulsiva y del objeto del impulso
En el caso de la mirada a la que nos referimos, el término "ruptura" es el que se me ocurrió pre-
ferentemente para designar una brusca diferencia en el brillo de la mirada,
Cuando alud I al objeto del impulso oral, se me ocurrió, en efecto, el término "ruptura del
flujo", que también puede formularse como corte. Pero se trata, sob~e todo" de la alusión a una
discontinuidad, cuya naturaleza misma no puede reducirse. No se puede mtroducl.r nada entre. ese an!es
y ese después. Comprendo que estoy utilizando una imagen con una referencia temporal, pero solo
podrta expresar esta ruptura mediante una metáfora. La diferencia misma no es susceptible de cap-
taclón, y sIn embargo se tiende a eso, 'que es necesario para la realización del impulso.
710 A partir de esta perlfrasis sobre el objeto, se podrla plantear una pregunte sobre el concepto
de corle. No creo que sea necesario evocar precisamente en este punto la teoría de Lacan, es decir,
La noción de fuerza impulsiva y del objeto del impulso
a propósito de la función del objeto. En la teoría de Lacan el término "corte" o clivaje aparece prln-
cipalmente en el nivel de la conceptualización de la función del sujeto, en la linea abierta por Freud
con las ideas sobre el clivaje del Yo.
Sólo puede emplearse una metáfora o una perlfrasis sobre el objeto: la ruptura del flujo.
Esta. ruptura, de flujo puede ser provoceda o reproducida por cualquier sustituto de un objeto; no
está vinculada con una cualidad positiva del objeto, con cierta densidad de la leche o con cierta
consistencia del pezón; está vinculada con una ruptura en la continuidad del flujo de contacto, lo
cual hace que el Impulso oral pueda satisfacerse con cualquier Instrumento que permita producir 711
una ruptura en la continuidad del flujo sensorial.
Serge Leclaire
Trato, pues, de acentuar el hecho de que el problema, no consiste en imputar la diferencia a "al-
guien", sino que el objeto mismo es la diferencia. Con respecto a esta necesidad de imputación a
un sujeto, lo único que puede comprobarse es que ella se refiere siempre a la representactón de una
parte del cuerpo, de un trozo del cuerpo, pero ¿a quién pertenece ese trozo?
Por otra parte, el concepto, o más exactamente el no concepto del objeto, sólo puede sos-
tenerse en la medida en que mantengamos simultáneamente la fuerza del impulso de vida y la'
. fuerza absoluta que es el impulso de muerte.
712 Con respecto a la función del objeto como necesario para que la fuerza del lrnpulso culmine
en la satisfacción, si se retira el término "necesario", el impulso no alcanza su culminación.
La noción de fuerza impulsiva y del objeto del impulso
713
Comentarios y contribuciones,
Bernardo Arensburg
714 Freud, s., "Análisis terminable e interminable", O. C., B. N., 1, Madrid, pág. 568.
Comentarios y contribuciones
. riamos darle, un nombre al objeto, ni aun perifrásticamente. Leclaire tiene razón al afir-
mar que sólo es asible y enunciable en sus desplazamientos sustitutivos.
En el adulto neurótico, tanto en la transferencia como en su vida cotidiana, en-
o centramos un área en que sus relaciones con el objeto están signadas por algo que no
es, o que es en vez de, ese "objeto" (expresamente entre comillas). Ha accedido a su
condición de tal en virtud de ser apto para una satisfacción (frecuentemente masoquista).
El posee la capacidad de producir una cesación transitoria y/o repetitiva de la tensión
impulsiva.
Esto suena lejano de la clínica, si se lo piensa en los términos escuetos de los
enunciados teóricos, pero en el lenguaje del consultorio reviste frecuentemente formas
caricaturescas o dramáticas. Por ejemplo, un paciente aquejado por una crónica y total
impotencia sexual, que nunca ha logrado realizar o completar un coito, abre la sesión
diciendo con júbilo: "Comprendí claramente cómo logró ganar Fisher. [Oué paliza que
le dio! He pasado horas estudiando las jugadas, son' sensacionales, recuerdo muchas,
me siento capaz de aplicarlas".
Frases de este tipo podrían ser risibles si no evidenciaran siempre el doble en-
gaño en que se encuentra aprisionado el sujeto, a saber que lo que persigue como satis-
facción no está satisfecho en lo que presenta como tal, y que por ende aquello que
supone que podría satisfacerlo, se adecua a la función de objeto únicamente en un juego
de sustituciones en las cuales se articula provisoriamente el deseo.
El "objeto" en cuestión revoca, como un término diferencial para el sujeto, un
estado de' cosas que sin él seria intolerable o mal soportado.
Esa revocación puede ser ejercida por la posesión actual, supuesta, prospectiva
o fantaseada de una materialidad objetiva o de un saber supuesto o seudosaber enmas-
carador, que muchas veces es "saber analítico".
Esto no expresa seguramente todo lo que se refiere al objeto en la exposición
de Leclaire. Las palabras, algo del puro registro de lo significante verbalizado, puede
seguramente llenar esa función revocatoria del objeto. Esto lo encontramos no sólo en
análisis sino también en los rituales religiosos del rezo, en los exorcismos y, por qué
no, en la poHtica.
No es sin temor de correr el riesgo de error y mala lectura que introduzco una
pregunta para la cual -como observó Leclaire en su oportunidad- tengo un esbozo de
respuesta. Ella se refiere al papel que el problema del narcisismo podría desempeñar en
la segunda conferencia.
Mi impresión es que el tema del narcisismo está en la trama de su teorización
716 sobre el Objeto.
Comentarios y contribuciones
Freud, s., "Los instintos y sus detsinos", O. C., B. N., 1, Madrid, págs. 1052 y 1053.
Ibldeb, pág. 1053.
Leclaire, S., Ibidem, pég. 35, destacado mlo. .
**** Freud, S., "Introducción al narcisismo", O. C.,B. N.. 1, Madrid, pág. 1098. 717
Comentarios y contribuciones
Abraham, K., "Noles on the Psychoanalyllc Invesllgation and Trealment 01 Manlc-Depresslve Insanlty and
Allied Conditions", 1911; "The Inlluerice 01 Oral Erotlsm on Character Formallon", 1916.
718 •••
Freud. S., "Duelo y melancolla", O. C., B. N., 1, Madrid, pág. 1075.
Lacan, J., "La dlrection de la cure", en Ecrlts, pág. 642.
Comentarios y contribuciones
Willy .Baranger
Creo que ambas conferencias de Leclaire, muy estrechamente ligadas entre sí,
fueron pensadas por él, y expuestas en la forma brillante y rigurosa que le es habitual,
especialmente para nosotros, y después de empezar a conocernos.
En este sentido, constituyen algo asi como una "propedéutica para kleinlanos":
se refieren no a puntos específicos de la perspectiva lacanlana, sino a conceptos básicos
que, él por una parte y nosotros por la otra, sacamos de nuestra fuente común, Freud, e
interpretamos, o "leemos", en forma distinta. La propedéutica tenía por objeto llevarnos
hasta el umbral de la teoría lacaniana, nada más.
La pregunta sería entonces: ¿hasta dónde nos dejamos guiar por el rigor de
Leclaire? Contestando en mi propio nombre: el concepto de fuerza pulslonal, tal como
lo lee Leclaire en Freud, me resulta totalmente convincente. La fuerza pulsional no es
una fuerza flsica sino en forma analógica. La excitación orgánica no se transforma en
fuerza impulsiva sino cuando entra en juego una huella o una marca, cuando queda
inscripta una marca de la diferencia. La repetición de la experiencia de diferencia es
independiente de la necesidad orgánica. La revolución aportada por Freud -el descubrI-
miento de que "la insatisfacción acompaña el alivio de la necesidad"- no nos es ex-
traña, y menos aún el que "se torna más importante el hecho de conjurar la insatisfacción
que el de aliviar la necesidad". Esta última formulación nos resulta del todo familiar,
aunque la podemos sazonar con ansiedades paranoides y objetos persecutorios.
Todo esto apunta a una idea que comparto totalmente con Leclaire (y con su
lectura de. Freud), la de una discontinuidad radical entre el registro de la necesidad y
el registro del deseo, o entre el cuerpo biológico y el cuerpo erógeno. También concuerdo
con él en admitir que el impulso de muerte, tan fundamental en nuestras formulaciones,
no se ubica en el nivel del cuerpo biológico, sino del "otro" cuerpo.
Muy fecunda me pareció una observación final de la primera conferencia: "Lo
impulsivo es irreductible tanto a una biología como a una filosofía o a un sistema con-
ceptual. Lo impulsivo sólo puede ser concebido psicoanalíticamente". Nunca me planteó
problema la primera parte de esta afirmación. Pude haber pecado en contra de la se-
gunda, por no darme cabal cuenta de lo especifico, discriminatorio, ineludible da su
realidad. No es lo mismo ubicar el centro de nuestra búsqueda en conductas, vlnculos,
relaciones objetales, o considerar el impulso, tal como lo describe Leclaire, como centro
de nuestra práctica. El concepto de impulso tendía a desaparecer de nuestras teorizaclones
(por el sinnúmero de oscuridades y contradicciones que encierra, desde Freud en ade-
lante). Pero, dice Freud, estos "seres míticos" son al mismo tiempo "imprescindibles".
La primera conferencia de Leclaire, basada en una lectura determinada de Freud,
descarta cualquier lectura de Freud en términos prefreudianos. Sabemos que es incómodo
para el descubridor arreglárselas con su propio descubrimiento (y las vicisitudes de 719
Comentarios y contribuciones
Freud con el impulso de muerte son demostrativas de ello). Estamos de acuerdo que
lectura implica seleccionar lo fecundo y descartar el apego del descubridor a conceptos
descartados por él mismo.
Por ello, la segunda conferencia me plantea un problema, cuando podía aceptar
en pleno el rigor de la primera. No se trata de que el rigor de Leclaire sea diferente en
una y en otra, sino de que la segunda me parece descartar una línea del pensamiento
de Freud a la cual sigo considerando como novedosa e imprescindible.
El título mismo de la segunda conferencia marca una diferencia, que por el mo-
mento no podría pasar por alto. "El objeto del impulso". Entiendo el sentido que tiene
esta formulación, aunque mi tendencia sería suponer que alguien tiene un impulso hacia
determinado objeto. El título sería entonces: "El objeto del impulso de alguien". Esto
parece perogrullesco, pero no es.
Aqui también considero esencial la distinción entre objeto de la necesidad y
objeto del impulso. El punto en discusión es "alguien".
Alguien, el sujeto que ya renuncia a ser alguien, sino de prestado, porque es
esencial e irremisiblemente clivado en su ser. Esto último es el descubrimiento freudiano,
lo reconozco. Pero no por ello me reconocería el derecho de hablar de un objeto que sea
"del impulso", yaún menos de un objeto que sea "mera diferencia".
Lo que Leclaire expone en su segunda conferencia es, para nosotros, una di/u-
eren total del concepto de objeto. Ya recalqué en otro contexto el carácter ambiguo
y apóríco del concepto de objeto en la obra de Melanie Klein. Desde luego, hay aporras
y antinomias en nuestro concepto del objeto, como en el concepto de Freud acerca
de la pulsión.
Leclaire propone una teoría probablemente mejor formalizada que la nuestra (y por
cierto la formalización nos importa).
Pero la formalización de Leclaire nos parece echar por la borda una de las
líneas del pensamiento de Freud, que se inicia en "Duelo y melancolla" y sigue y se
enriquece en toda su evolución ulterior. Esta línea se caracteriza por el descubrimiento
de la existencia endopsíquica del objeto, primero en el fenómeno del duelo y en su co-
rrelativo patológico, la melancolía, y después en una forma mucho más general, hasta
el punto que el trabajo de Freud sobre "El desmantelamiento del complejo de Edipo"
(entre otros) atribuya a la introyección de las figuras parentales una importancia deter-
minante en la formación de la estructura psíquica.
Sí tomamos en serio la "segunda tópica" de Freud (la del Ello y del Yo, del
Superyó), y no veo motivo decisivo para no tomarla en serio, no podemos eludir el con-
cepto del objeto como estructura endopsíquica.
El punto que me resulta más difícil de tildar de "prefreudiano" en esto, es la
72Q' función estructurante del objeto introyectado con relación a la .estructura pslqulca,
Comentarios y contribuciones
Este punto, implícito en las conferencias de Leclalre, lo traigo como el punto esencial
de la divergencia entre nosotros.
Entiendo que la riqueza de nuestro concepto del objeto se reparte, en la pers-
pectiva de Leclaire entre el significante, por un lado, y el objeto "a", por el otro. Pero
la renuncia a admitir la función estructurante del objeto con relación a las instancias psl-
qulcas me parece entrañar consecuencias extremadamente graves tanto para nuestro
edificio teórico como para el fundamento de nuestra técnica.
David Liberman
Ler y medité las ideas del autor sobre "la nocron de fuerza impusiva" y "el ob-
jeto del impulso". Descubrí que el expositor y yo tenemos una inquietud común que se
refiere a la inserción de la lingüística estructural en psicoanálisis; no obstante, no se
me escapan las diferencias de nuestras formas respectivas de indagar y de operar con
el paciente en el proceso psicoanalítico.
La presentación de sus ideas en este trabajo destinado a la Revista de Psicoaná-
lisis ha sido efectuada con suma precisión y esto me permitirá cotejar nuestras ideas
en esta discusión.
Serge Leclaire sitúa en un comienzo el problema desde la vertiente del terapeuta
como receptor de los sentidos y significados del discurso del paciente. Considera que
en el consultorio analítico nosotros, los analistas, tratamos de hacer surgir y de captar,
por el juego de la transferencia, lo más verdadero de su vida amorosa. Pienso que tra-
bajamos sobre la fantasía (aquí creo que el autor y yo concebimos el término de una
manera diferente), que es un modo de organización de las fuerzas impulsivas.
Se pregunta qué efecto puede tener la palabra que nosotros, los analistas, pro-
nunciamos al interpretar sobre las fuerzas impulsivas a las cuales apelamos.
Aquí hay un cambio en el planteo del problema, puesto que ahora Leclaire se
refiere al analista como emisor de "interpretaciones - palabras" que éste envía a su ana-
lizando. Yo considero que establecemos un planteo con diferencias de fondo cuando nos
cuestionamos problemas acerca de la función de la palabra en el campo psicoanalítico;
es necesario distinguir si nos referimos al analista como emisor o como receptor del
código lengua.
El autor se propone examinar el concepto de fuerza impulsiva. Espera que plan-
teando el problema metapsicológico de la fuerza impulsiva podamos comprender mejor
cómo nuestro "habla" tiene el poder de modificar en algo la economía instintiva.
Leclaire efectúa una muy buena exposición metapsicológica de cómo se va cons-
tituyendo la huella, la inscripción de una experiencia de diferencia en el aparato pslqulco
y de cómo, a partir del momento en que se efectúa esta inscripcíón, se establece una
722 Independencia de la necesidad orgánica; toda esta parte de la exposición y también la
Comentarios y contrjbuclones
referida a la constitución del "objeto del impulso" tienen coherencia expositiva. Pero yo
me pregunto si es pertinente partir de esta metapsicología para teorizar sobre el diálogo
analítico.
A mi juicio, es necesario diferenciar entre el analista recibiendo las señales (sig-
nificantes, verbales y no verbales) de ese discurso que nos emite el paciente y del cual
somos receptores, de este otro paso que es el que se refiere a los momentos del diálogo
analítico en los cuales, gracias a nuestra capacidad de detectar los segundos sentidos
y significados del texto del discurso del paciente, somos emisores de palabras-interpreta-
ciones que efectivamente modifican la organización de los impulsos del paciente.
Cuando se estudia el diálogo psicoanalítico nos vemos llevados, por el cambio
de nivel de observación, a utilizar los modelos comunicacionales y lingüísticos como
instrumentos de observación del proceso psicoanalítico. Debemos entonces trascender
la metapsicología unipersonal, de profundas raices biológicas, y pasar a considerar la
importancia que tiene, .para conceptualizar sobre el diálogo analítico, la existencia de tres
subsistemas de comunicación (dos intrapersonales, uno del paciente y otro del terapeuta,
y uno interpersonal: el Intercambio de señales y mensajes entre pacientes y terapeuta).
En otros términos, hay una distancia entre "nuestro oido" y "nuestra boca", otro
tanto es válido para la boca y el oido del paciente, y además hay una tercera distancia
entre los sistemas "boca - oldo" de ambos participantes del diálogo psicoanalitico. Es-
tablecidas las cosas con este otro esquema referencial, existe una diferencia de fondo
entre una exposición psicoanalítica que parta de los datos de un diálogo pslcoanalltlco y
una exposición como la de Leclalre, cuando parte del ejemplo de un exhibicionista. No es
que yo cuestione en sí la validez de este ejemplo que solamente puede servirme como
una ilustración de la metapsicología freudiana a la que Leclaire nos remite. Lo que quiero
postular aquí es lo siguiente: que cuando introducimos en nuestra conceptualización del
proceso psicoanalítico la noción de significantes verbales, paraverbales y no verbales,
nuestras afirmaciones deben surgir deductivamente de los datos de la sesión misma.
Entonces este tipo de exposición, al pretender apoyarse como punto de partida en un
aspecto de la metapsicologia freudiana, también paga su precio por el descubrimiento.
Esta metapsicologia tan sistemática y coherente se transforma en un obstáculo epis-
temológico. Si el autor hubiese partido de un material en el cual puede inferirse que
se está desarrollando una fantasia exhibicionista del paciente en sesión y en la trans-
ferencia, y hubiese recogido en el nivel de fantasia inconsciente algún indicio de que
el paciente la satisfizo en forma ilusoria encontrando en el terapeuta algo que re-
presentase "esa diferencia" en el objeto, entonces podríamos organizar una' otra for-
ma de conceptualizar el deseo del paciente con datos más cercanos a la base empírica,
que quizá nos remitirian al modelo económico metapsicológico de Freud, pero enriquecido
con todas las hipótesis puente comunicacionales y lingüísticas que se detectan al estudiar
con detalle el diálogo analftico. 723
Respuesta a los comentarios y las contribuciones
Conviene que sea breve y, por lo tanto, no podré extenderme, tal como hubiese
deseado hacerlo con Bernardo Arensburg -sobre la historia de nuestro encuentro, la
red de nuestras amistades y el aura de nuestras afinidades. Cabe preguntarse, sin em-
bargo, si no se podría observar a través de todo ello lo que para cada uno constituye
el flujo fecundo de la historia del psicoanálisis, la de los antecesores y la nuestra, la
que seguimos descubriendo y viviendo.
Me contentaré entonces con aportar una indicación sobre el problema que planteas
sobre la función del narcisismo en relación con el objeto del impulso. En mi opinión
la carga del cuerpo propio como objeto es la condición necesaria y podriamos decir
primordial de toda posibilidad de carga libidinal de objeto. Pero la naturaleza de esta
carga "narcisista" es diferente, ya que no parece tener como meta la reducción de una
tensión (diferencia de tensión presente en la fuente), sino, por el contrario, poseer el
propósito de establecer una seguridad de permanencia, de arraigar paradójicamente
en el cuerpo la representación de un referente último, irreductible e inmortal. Si el con-
cepto "escandaloso" de "impulso de muerte" puede ser aprehendido clínicamente, lo
encontramos en primer lugar en esta carga del propio cuerpo como "muerto/inmortal"
de referencia. Pienso que el narcisismo "primario" es la condición necesaria (o el co-
rrelato obligado) de toda carga Iibidinal (por parte de los impulsos sexuales) de un
objeto. El carácter insuperable y absolutamente determinante del objeto en toda orga-
nización impulsiva se relaciona, creo yo, con su valor esencialmente narcisista o, para
decirlo de otra manera, con esta representación de la muerte/inmortalidad en nuestra vida.
Usted afirma con razón --lo cito textualmente-: "No podemos eludir el con-
cepto de objeto como estructura". El hecho de que usted agregue "endopsíqulca" no
modifica, en mi opinión, la situación. Lo importante es desentrañar el hecho estruc-
tural, lo que puede lograrse sólo mediante la diferenciación de los elementos especí-
ficos, propiamente constitutivos de un espacio o de un mundo del deseo; la estructura,
en efecto, es eso, la lógica minima que explica y no anula la realidad de la castración.
Si no nos proveemos de los útiles adecuados para mantener abierto el lugar de la
falta, elemento fundamental de una lógica del deseo (en la que no esté suturada la
dimensión de la castración), corremos el riesgo de que el descubrimiento psicoanalítico
724 se hunda en la banalidad de una filosofla o de una práctica médica.
Respuesta a los comentarios y las contribuciones
Lo que intenté sugerir (más que demostrar) es que el objeto, en el sentido es-
tructural, debe ser concebido como el punto imposible de aprehender, pero absoluta-
mente determinante, alrededor del cual se construyen "los roles y personajes" que
usted designa por lo común como objetos, objetos de fantasía, como usted, por otra
parte, lo admite. Pienso que se debe distinguir al objeto como término de la estructura,
del objeto considerado como un tipo de construcción de fantasía. Sin duda alguna, y
tal como usted lo señala, el objeto (en la estructura) debe ser situado en relación con
los otros términos de la estructura, significante y sujeto, y debe serlo como la causa
absolutamente determinante. Me parece entonces que, lejos de "renunciar a admitir
la función estructurante del objeto", toda mi intención se orienta en forma indeclinable
hacia un develamiento de esta función determinante del objeto en la estructura y hacia
la distinción de esta función del clivaje subjetivo, de las construcciones significantes
o, más en general, de las elaboraciones de fantasía.
Sin duda, deberíamos aun -y espero que tengamos la oportunidad de hacerlo-
precisar cómo se sitúa su concepto de objeto (altamente operatorio) en relación con
los elementos mínimos de la estructura, en primer lugar el significante (SI y S2)' pero
también el sujeto clivado ($) y el objeto ("a").