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La noción de fuerza impulsiva y del objeto del impulso *

Serge Leclaire **

1. La noción de fuerza impulsiva

Les agradezco las palabras de bienvenida y quiero comunicarles,


para comenzar, el placer que siento de estar con ustedes, y el extremo
interés que ya tengo por ello.
Hace cuarenta y ocho horas que comencé a trabajar con ustedes,
y hay una pregunta que se repite de manera absolutamente insistente:
"¿Cómo procede usted?" Ustedes me decían lo que habían hecho con
el paciente y me preguntaban: "¿Qué hubiera hecho usted en una si-
tuación semejante?"
En realidad, esta pregunta me la planteo todos los días: "¿Qué
hago yo en mi sillón de analista oyendo hablar al paciente?" Pero al
replantearme la pregunta cuando los oigo a ustedes, me sorprendo a mí
mismo por la paradoja que hay en nuestra función. El paciente está
allí para hablar de lo más vivo, de lo más verdadero de su vida (quiero
decir de su vida amorosa), y nosotros pensamos que, al hablar de ese
modo, por el juego de la transferencia, alguna cosa de su vida amorosa
se hará presente en la sesión misma.
Pero ¿qué e's esa vida amorosa que nosotros, en el consultorio
analítico, tratamos de hacer surgir y de captar? ¿Son simplemente pala-
bras? ¿Son simplemente emociones o sólo impresiones físicas que el
paciente puede sentir cuando está allí? Me pareció que podía sentir
como una especie de irrisión, por el hecho de que se le pida que diga
todo, mientras que no puede hacer nada, y que nosotros no tenemos
otra cosa que hacer salvo hablar.
¿Se trataría, entonces, de un juego totalmente artificial, al cual
nos dedicaríamos? En realidad, no lo creo. Al contrario, pienso que, en
el consultorio analítico, ocurre algo muy verdadero y muy real. Pero
¿cómo ocurre esto? Esa es la cuestión. ¿Cómo es posible que la reali-
Este es el texto de dos conferencias, tituladas "la noción de fuerza impulsiva" y "El Objeto del im-
pulso" y pronunciadas por el autor en la Asociación Psicoanalltica Argentina (1972). La versión escrita
ha sido revisada por el autor. Las' notas al pie son respuestas (también revisadas por el autor) a
preguntas planteadas luego de cada conferencia por algunos de los asistentes, y que hemos retor-
mulada levemente en cuanto a su forma para adecuarlas a este nuevo contexto.
Dirección: 101 Rue de Prony, 75017, Parls, Francia.
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Serge Leclaire

dad de su vida amorosa pueda realmente ser interrogada, y eventual-


mente cambiada, por el solo hecho de las palabras que se intercambian
en el consultorio psicoanalítico?
Pienso que estamos todos de acuerdo en partir de la hipótesis
de que trabajamos sobre la realidad impulsiva. Aun cuando preferimos
decir que trabajamos sobre la fantasía, pienso que podemos considerar
que la fantasía es un modo de organización de las fuerzas impulsivas.
Pero ¿acaso la palabra que pronunciamos en una interpretación
puede tener efecto sobre las fuerzas im,pulsivas a las que apelamos?
¿Estarían por un lado las fuerzas impulsivas y, por el otro, las palabras?
Aunque pensemos de este modo, aunque pensemos que las palabras
son una cosa, y la fuerza impulsiva otra, se plantea necesariamente
el problema de saber cuál es la relación que puede existir entre las
palabras y la fuerza impulsiva.
Me propongo, pues, para comenzar, examinar el concepto de
fuerza impulsiva. Quizás esto nos permita plantear el problema de un
modo diferente y comprender mejor cómo hablando podemos pretender
(pues todos lo creemos) tener el poder de modificar algo en la. econo-
mía de las fuerzas impulsivas.
Cuando hablamos de fuerzas, y Freud no se abstiene de ello,
ciertas imágenes, ciertas representaciones se nos presentan de un modo
totalmente natural. Por una parte, la noción de fuerza evoca en nosotros,
como en Freud, modelos de física elemental. Se trata de nociones de
energía, de cantidad de la energía, de acumulación, de cantidad; nocio-
nes de diferencias entre esas cantidades, que nos representamos como
un nivel en un recipiente de agua, más o menos alto o más o menos
bajo; nociones de tensión mayor o menor de energía eléctrica, de dife-
rencias de potencial. Ustedes saben que Freud permaneció siempre
fiel a esos modelos de la física de su tiempo. Y, sin embargo, el impulso
no es una fuerza física. Otra imagen que produce espontáneamente la
palabra "fuerza" es lo que se denominó el instinto, lo que Freud llama
702 la fuerza somática. Sin embargo, el impulso no es la fuerza biológica.
La noción de fuerza impulsiva y del objeto del impulso

¿Qué es, entonces, el impulso, y más precisamente, la fuerza del


impulso? Freud nos dice, en "Pulsions et destins des pulsions", que la
fuerza del impulso, su empuje, constituye la esencia misma del impulso.
Pero ¿qué especifica esta fuerza? Acabo de decirles que es insu-
ficiente pensarla según un modelo físico, y que no es justo pensarla
según un modelo biológico. ¿Cómo podemos, pues, cómo debemos pen-
sar esa fuerza del impulso, sobre la que creemos trabajar todos los días?
Propongo, para tratar de avanzar un poco en este problema,
partir de .10 que dice Freud. Nos dice que el impulso está constituido
por la representación en el psiquismo de una excitación somática. La
excitación somática no es el impulso; es el representante de la excita-
ción somática lo que constituye el impulso mismo; textualmente: "re-
presentante psíquico de las excitaciones provenientes del interior del
cuerpo y que llegan al psiquismo". ¿Qué es ese representante que cons-
tituye la vida psíquica, que constituye el impulso en la vida psíquica?
Por falta de tiempo, como lo hubiera querido para tomar un frag-
mentode análisis, les propondré un ejemplo absolutamente banal, de
un proceso somático acompañado de excitación. El término mismo de
"empuje" nos conduce, de un modo natural, a evocar el empuje, la pre-
sión, la tensión que preceden a la descarga anal, a la defecación. Se
trata, en efecto, de una excitación de origen somático. ¿A partir de qué
momento, o bien cómo puede pensarse que esta tensión somática, este
empuje, esta excitación, se transforma en "impulsiva"? Pues ustedes es-
tán de acuerdo conmigo en reconocer que la excitación somática no
es el impulso. Diré que esta excitación somática se transforma o puede
transformarse en impulsiva, en la medida en que el alivio de la necesidad,
en la medida en que la reducción de la tensión orgánica deje una
huella, un recuerdo, una marca; en la medida en que quede inscripto
algo de una experiencia de diferencia. Pues el alivio, es decir, esa brusca
diferencia de tensión, se inscribe como una experiencia de diferencia.
Digo como una experiencia de diferencia y no como una experiencia
de expulsión. Esto es importante. 703
Serge Leclaire

Pues a partir del momento en que algo se inscribe, eso puede


ser repetido, y sobre todo puede ser repetido independientemente de
la necesidad orgánica: la huella, el recuerdo de la diferencia, ocupa el
lugar de la experiencia de alivio.
Eso es el "representante psíquico": esa inscripción de una dife-
rencia. Para seguir en el nivel simple y muy trivial de nuestro ejemplo
de alivio de una tensión anal, poderriosfigLirarnos la inscripción según
el modo de una oposición de fonemas articulados al mismo tiempo que
el empuje. Ustedes recordarán el célebre ejemplo de Freud, del carretel
que e[ niño hace desaparecer y reaparecer, acompañando este juego
con esbozos de palabras opuestas: o (fort) ah (da). Eso es [a inscrip-
ción de una diferencia *. Y, como tal, puede repetirse independiente-
mente de la necesidad orgánica o de [a experiencia objetiva. Es decir
que aparece la posibilidad de hacer jugar la diferencia independiente-
mente de [a necesidad.
Para hacer comprender la revolución que se produce entonces,
[es recordaré que Freud observa que, a partir del momento en que entra
en juego e[ representante psíquico (es decir, [a marca o el recuerdo
de una experiencia de alivio de la necesidad), se introduce [a insatis-
facción al mismo tiempo que e[ alivio de la necesidad. Digo bien: la
insatisfacción acompaña al alivio de la necesidad. El texto de Freud
al cual me refiero es el capítulo séptimo de "La interpretación de [os
sueños", donde nos dice que, a partir del momento en que hay recuerdo
de un primer alivio real o mítico, el alivio de la necesidad se acompaña
siempre de [a insatisfacción de no encontrar el "primer" alivio. Sin em-
bargo, es una inversión radical de una manera de pensar todavía muy
habitual, el hecho de afirmar que el alivio de una necesidad puede
ser la ocasión de una insatisfacción. Toda la dimensión de la satisfac-

No creo que la inscripción se realice necesariamente según el modo fonemática, y ésta es, para
mi, la oportunidad de utilizar por primera vez el concepto lacaniano fundamental de significante. El
704 significante es un rasgo singular que también puede ser de orden visual, de orden olfativo, de orden
táctil, con la condición de que el rasgo singular remita, posiblemente, a otros términos.
La noción de fuerza lmpulslva y del objeto del impulso

cion se funda en ese punto en donde la insatisfacción se instala en el


nivel mismo del alivio de la necesidad, se origina en esa paradoja de
la insatisfacción que acompaña al 'alivio de la necesidad.
Con esta dimensión de la satisfacción, entramos en la dimensión
propia de la economía impulsiva. Se torna más importante el hecho de
conjurar la insatisfacción que el de aliviar la necesidad * ..
En realidad, toda nuestra experiencia nos demuestra que esta or-
ganización impulsiva, es decir, satisfacción/insatisfacción, placer/displa-
cer, es mucho más importante que la organización puramente biológica
resultante del alivio o del no alivio de la necesidad.
Está claro que yo pienso que, como dice Freud, la fuerza impul-
siva no carece de relaciones con la fuerza biológica. Pero esa relación
es la que acabo de manifestar. Por lo tanto, la realidad con la cual nos
enfrentamos con el paciente, lo que Freud llamó la "realidad psíquica",
es una fuerza que resulta del juego de los representantes.
Ser psicoanalista es reconocer la importancia primordial de la
fuerza impulsiva; debemos subrayar, al mismo tiempo, hasta qué punto
el orden biológico mismo está sometido a la primacía de la fuerza im-
pulsiva. Aunque ustedes se negaran a concebir que la vida del niño
ya está regida por una economía impulsiva organizada, nosotros pensa-
mos, y Freud lo dijo muchas veces, que aun antes de nacer ya está preso
en una red de fuerzas libidinales que son las de sus progenitores.
Pienso que no es necesario insistir en este punto. Y, a pesar de eso,
siempre nos vemos tentados, a pesar de que somos psicoanalistas, a
recurrir a la idea de que. habría algo más importante "por debajo" de
las fuerzas impulsivas, que habría un "suelo" biológico. Sostengo que,
cuando cedemos a esta tentación, nos transformamos en antianalistas.

Se podrfa objetar que la búsqueda constante de una primera satisfacción mantendrfa al sujeto en un
estado profundamente regresivo. Pienso que esta objeción se funda en una concepción muy genética
del desarrollo libidinal. De hecho, la nostalgia de una satisfacción anterior es cotidiana; y no hay
ninguna necesidad de volver al mito de una satisfacción originaria para enfrentarse con el desequi-
librio constante que aparece en nuestra búsqueda de satisfacción: toda actividad amorosa se juega
siempre entre la nostalgia y la esperanza. Además, pienso que la sublimación consiste en desexualizar
el objeto sexual, dicho de otro modo: en dar al objeto del impulso un estatuto ideal, un estatuto
de Idea; ésta es una manera muy frecuente y fecunda de proceder.
705
Serge Leclaire

Pues lo que descubrió el psicoanálisis, eso sobre lo cual se


funda toda su práctica, es el hecho de que existe una fuerza que rige
de un modo dominante todo lo que pertenece al hombre: el deseo; el
deseo concebido como efecto de la organización impulsiva. Para nos-
otros, analistas, el suelo es impulsivo. Si reintroducimos un "suelo"
biológico destruimos, al mismo tiempo, el aporte más esencial de nues-
tra práctica. Sin embargo, nos vemos constantemente tentados a hacer-
lo, y no sin razón, pues lo somático, la fuerza biológica, quizás más
todavía que la fuerza en el sentido físico del término, es una fuerza uní-
voca, que va en una sola dirección, la de asegurar la continuación de
la vida, de sobrevivir. Pero se olvida entonces la fuerza esencial del
impulso de muerte.
Cuando más unívoco, simple y, en ese sentido, descansado, es
lo somático, tanto más conflictivo, equívoco y hasta se podría decir
píurívoco, es lo impulsivo. La fuerza impulsiva es siempre contradicción
de vida y de muerte; su fin es, al mismo tiempo, mantener y destruir,
mantener juntos términos absolutamente antinómicos: la vida y la muer-
te, permitir simultáneamente el sobrevivir y el gozar *. Al mismo tiempo
que mantiene una representación de plenitud, asegura la castración * *

H~ una antinomia a la que no aludl y que, sin embargo, es muy importante para Freud, entre lo
que él llama lo psiquico y lo somático. Entre estos dos planos hay una antinomia constitutiva de lo
que Freud denomina tradicionalmente lo pstqulcc, pero que seria mejor llamar: "impulsivo".
Freud afirmó que él siempre habla sido dualista. Creo que esto quiere decir que todas las
oposiciones o conflictos se inscriben siempre en ese "suelo" impulsivo, es decir, en un texto
contradictorio.
Asegurar la castración es una locución que utilizo voluntariamente. Con ella quiero indicar que no
hay acceso posible al deseo sin que se marque en un punto un corte, sin que se reciba realmente
algo del tipo de una carencia, algo incompleto. Con esto quiero decir que la manera más sugestiva
de concebir esta función de la carencia, es considerar el caso en que esta carencia falta, es decir,
en las organizaciones psicóticas, en tanto alll no puede hablarse de organización.
Digo que la dimensión del deseo, la posibilidad de una organización impulsiva, es correlativa
con la instauración de la experiencia de la carencia, de una relación constituida con la carencia:
la castración es esa relación, que siempre debemos redescubrir. .
En términos freudianos, diré que en el, pstcótlco no hay diferencias entre dos tipos de orga-
nízación. Puede decirse que en el psicótico todo es inconsciente, o que todo es consciente, pero
lo que caracteriza esa "falta de carenci a" es que, hablando estrictamente, no hay sistemas distintos.
, Asegurar la castración es asegurar algo del orden de la represión originaria, de la distinción
de dos sistemas.
Además, la diferencia o la relación que existe entre una diferencia de tensión, terminolog la
que Freud utiliza espontáneamente para explicar el fenómeno del placer, y la utilización del concepto
de carencia o de diferencia, es que, en un caso, se alude especificamente a la cantidad del punto
706 de partida y a la cantidad del punto de llegada (o bien al estado del punto de partida y al estado
de la llegada), mientras que en el concepto de carencia el acento se coloca en la dlterencla misma.
La noción de fuerza impulsiva y del objeto del impulso

y sostiene el desafío de la diferencia de los sexos. Lo "impulsivo" es


irreductible tanto a una biología como a una filosofía o a un sistema
conceptual. Lo "impulsivo" sólo puede ser concebido psicoanalíticamente.
Sin duda, porque en ciertos momentos estamos cansados de sos-
tener esta posición "imposible" de ser psicoanalistas, nos vemos ten-
tados, para descansar un poco, a volver a concepciones prepsicoanalí-
ticas, a volver a concepciones biológicas o físicas de la fuerza con la cual
nos enfrentamos. Esto no impide que sea "impulsiva", irreductible a toda
otra, así como contradictoria en su naturaleza.
Podría añadir, sin duda, muchas observaciones respecto de lo que
especifica la fuerza impulsiva como tal. Me contentaré por ahora, y
antes de proseguir en el cuadro de una discusión, con esperar haberles
hecho sentir hasta qué punto nos es siempre necesario, tanto como
imposible, sostener nuestra posición de psicoanalistas.

11. El objeto del impulso

.En nuestro intento de exploración del mundo del impulso, temo


que, como dicen los franceses, hayamos "comido pan blanco", es decir,
que hayamos recorrido el camino más fácil. Sin embargo, a primera
vista, al evocar la palabra "objeto", decimos que no hay nada más
simple. Todos sabemos lo que es el objeto: es, precisamente, lo que-
está al alcance de la mano, lo que es concreto, susceptible de captación:
¿Qué problema puede plantearse entonces con respecto al ob-
jeto? Pero se trata del objeto del impulso. No solamente un objeto en el
sentido de cosa inanimada, un objeto-cosa, tampoco solamente en el
sentido del vocabulario del amor, el objeto de mi corazón, y como se
dice en francés clásico, "el objeto de mi ardor", tampoco es solamente
el objeto en sentido filosófico, el objeto opuesto al sujeto, ni el objeto
del conocimiento. Es el objeto-del-impulso.
El objeto del impulso no es, tampoco, el objeto de la exigencia
biológica, el objeto de la necesidad a la cual nos referimos en la reunión 707
Serge Leclaire

anterior. La necesidad orgánica es unívoca; cuando un organismo nece-


sita azúcar, y esta carencia puede producir un coma hipoglucémico,
el hecho de brindarle el objeto de su necesidad hace suspender el estado
de necesidad. Del mismo modo podemos considerar las necesidades
elementales de beber, de comer, de respirar. El objeto de la necesidad
es específico, estrictamente determinado, y responde selectivamente a
aquello a lo cual tiende el empuje de la necesidad.
El objeto del impulso ¿será el mismo, tendrá la misma naturaleza
que el objeto de la necesidad? A primera vista parecería que sí: ¿el
pecho no es, acaso, el objeto del impulso oral? Puede decirse, sin duda,
que la leche es el objeto de la necesidad, pero también puede decirse
que la leche es el objeto del impulso. iEntonces no habría más proble-
mas! Todo sería muy simple: a cada cual, su cada cuala, a cada boca
su pecho, a cada sexo su complemento; estaríamos realmente en el
paraíso. Pero esto no ocurre. La más ínfima experiencia, aun cuando no
sea pslcoanalltlca, nos recuerda que no estamos en el paraíso, que
hay bocas que nos arrojan basura, y que también hay traseros melodio-
sos, sin hablar de las bocas que chupan, de las vaginas que muerden,
de los ojos que devoran. iQué desorden!
¿Qué dice Freud al respecto? Dice que el objeto del impulso,
es el objeto más variable, es decir, el menos selectivo; puede cambiar;
es como si dijéramos, a propósito de la necesidad de azúcar, que puede
reemplazársela por sal. Sin embargo, es esto lo que dice Freud.
"El objeto es el elemento más variable en el impulso; el objeto
no está originariamente ligado con el impulso, se articula con él sólo
en función de su capacidad para permitir la satisfacción." Todos sabe-
mos que puede ser cualquier cosa, puede ser el humo para el impulso
oral, una punta de trapo, el pulgar, el alcohol; el objeto es, de hecho,
un pretexto o un catalizador en el sentido químico del término, que
se caracteriza, dice Freud, "por su capacidad para permitir la satis-
708. facción", pero que no es específico.
La noción de fuerza impulsiva y del objeto del impulso

La satisfacción, diferente del alivio de la necesidad al que nos


referimos en la reunión anterior, no consiste en una captura del objeto;
la satisfacción, dice Freud, consiste en el efecto producido en el nivel
de la fuente de la excitación, es decir, en el nivel de la diferencia de
donde parte y en lo cual consiste la fuerza del impulso. Y sin embargo,
sin ese pretexto, sin ese catalizador que es "cualquier cosa" del objeto,
no hay posibilidad de cesación de la tensión impulsiva.
¿Cuál es, por lo tanto, el estatuto de ese término variable, no
determinado selectivamente, pero absolutamente necesario para que el
impulso exista y pueda llegar a un término? Vemos ya que, pensado
de este modo, el objeto del impulso escapa a esa feliz simplicidad que,
en el punto de partida, pensábamos que era lo propio del objeto.
Para avanzar más en la interrogación de este estatuto del objeto
del impulso, tomaré un ejemplo de lo que se ha convenido en llamar
un impulso parcial. Sabemos, por otra parte, que .el deseo está cons-
tituido por impulsos parciales. Trataremos de captar la naturaleza del
objeto del impulso visual tal como puede aislárselo de un modo absolu-
tamente ejemplar en un caso de perversión. Pero, después de todo ¿la
perversión no es, acaso, la esencia misma de la sexualidad? Consi-
deremos, pues, el caso del exhibicionista, un perverso, lo admito. Es una
situación curiosa. ¿Qué pasa en el manejo del exhibicionista? Podemos
observar lo que nos dice el paciente, que en ciertas circunstancias su
manejo culmina en la satisfacción; como si el deseo, en cierto momento,
alcanzara su "objeto" y permitiera el orgasmo. Pero ¿cuál es el objeto
del exhibicionista? ¿Cuál es el término que permite, como dice Freud,
que la tensión impulsiva culmine, es decir, que sobrevenga el orgasmo?
Lo que aparece en el análisis del exhibicionista es, en general, que él
se esconde, que está a la espera de la llegada de su víctima, en estado
de excitación, en erección. Cuando una señorita pasa por allí, él aparece
y muestra sus ventajas. Lo importante en este momento es que la seño-
rita vea su sexo y, sobre todo, que se sienta, al menos, sorprendida, 709
Serge ' Leclaire

preferentemente espantada, aterrorizada, y que grite. En ese momento


él goza.
¿Qué es, entonces, lo que él captó para que su tensión lrnpulslva
llegue a la descarga? Captó, atrapó la mirada de la señorita y, más
precisamente, provocó en esa mirada un cambio brusco; en una mirada
indiferente apareció el miedo, o por lo menos la sorpresa. Eso es el
objeto, esta diferencia en el brillo de, la mirada; ésta es la condición
necesaria para que el impulso parcial, fijado en una disposición per-
versa, alcance su culminación. Este caso es ejemplar, y sobre todo
sugestivo. ¿Cómo apoderarse de este objeto, y aun, cómo fotografiarlo?
Por Jo menos hay que filmarlo, y esto tampoco nos haría acceder a la
verdad, al menos que hubiera un voyeur cameramen. Siempre hay que
hacer aparecer a este objeto, siempre hay que encontrarlo; pero nunca
está allí, no podemos darle un nombre, podemos hacer una perífrasis:
"diferencia en el brillo de la mirada"; y sin embargo, sin él, no hay
culminación y, en el límite, no hay impulso. Si tomé este ejemplo es
porque nos permite comprender más fácilmente que lo mismo ocurre
con cualquier otro impulso.
Respecto del impulso oral, ni la leche ni el pecho que, en el
mejor de los casos, son figuras poéticas, metonimias en lugar de lo
que es el objeto del impulso. Sólo podemos hablar de un modo perifrás-
tico. El objeto oral es esa diferencia de contacto, de gusto, de calor,
ese corte en el flujo que es captado por el impulso. La fuerza de la nece-
sidad se apodera del pecho, ingurgita la leche, pero la fuerza del im-
pulso gira alrededor, se centra en este corte del flujo, en esa diferencia
de gusto o de temperatura, para alcanzar su satisfacción ",

En el caso de la mirada a la que nos referimos, el término "ruptura" es el que se me ocurrió pre-
ferentemente para designar una brusca diferencia en el brillo de la mirada,
Cuando alud I al objeto del impulso oral, se me ocurrió, en efecto, el término "ruptura del
flujo", que también puede formularse como corte. Pero se trata, sob~e todo" de la alusión a una
discontinuidad, cuya naturaleza misma no puede reducirse. No se puede mtroducl.r nada entre. ese an!es
y ese después. Comprendo que estoy utilizando una imagen con una referencia temporal, pero solo
podrta expresar esta ruptura mediante una metáfora. La diferencia misma no es susceptible de cap-
taclón, y sIn embargo se tiende a eso, 'que es necesario para la realización del impulso.
710 A partir de esta perlfrasis sobre el objeto, se podrla plantear una pregunte sobre el concepto
de corle. No creo que sea necesario evocar precisamente en este punto la teoría de Lacan, es decir,
La noción de fuerza impulsiva y del objeto del impulso

Esto es lo que el impulso busca siempre, esto es lo que encuen-


tra cada vez o, más exactamente, lo que produce cada vez, así como
el circo del exhibicionista produce cada vez una sorpresa, un corte en
la mirada. Pero lo que capta cada vez nunca es semejante, aunque sea
lo mismo. No hay modo de especificar ese objeto. ¿Cómo se puede
identificar una diferencia en una mirada, cómo puede medirse una mo-
dificación del gusto? Es ese algo incaptable, en el límite ese algo inno-
minable, puesto que sólo podemos "hablar de" lo que hay antes, de lo
que hay después, pero no del objeto mismo, es decir, de esa diferencia.
Así es, pues, que el objeto, esa cosa absolutamente simple, que
creíamos poder captar, que nos parecía bien conocida, realmente al
alcance de la mano, se nos escapa. En la medida en que Jo consideramos
el objeto del impulso, se escapa, se desvanece y sólo aparece en el
instante de un relámpago, para enseguida desaparecer. No se puede
decir nada de él; no se lo puede situar, aparece realmente como nada,
y podríamos jugar con la etimología latina de "nada", saber qué rela-
ción tiene esa nada con la cosa: res. Es innominable, impensable, no
podemos aislar ni instaurar nada que sea un objeto del impulso. Pode-
mos poner, en el lugar del objeto del lrnpulso.. una representación más
o menos poética, el pecho por ejemplo, podemos poner toda una serie
de máscaras sobre la nada de ese objeto, pero ninguna máscara logrará
nunca esconder esa ausencia de rostro del objeto, en el lugar de esa
diferencia del brillo de la mirada.
Si comprendemos que el deseo es una combinación de elementos
impulsivos, será fácil comprender que el deseo está condenado a reabrir
cada vez, a recrear cada vez, el vacío de su objeto. Lo hace, como lo
hace el voyeur o el exhibicionista, mediante una puesta en escena, un

a propósito de la función del objeto. En la teoría de Lacan el término "corte" o clivaje aparece prln-
cipalmente en el nivel de la conceptualización de la función del sujeto, en la linea abierta por Freud
con las ideas sobre el clivaje del Yo.
Sólo puede emplearse una metáfora o una perlfrasis sobre el objeto: la ruptura del flujo.
Esta. ruptura, de flujo puede ser provoceda o reproducida por cualquier sustituto de un objeto; no
está vinculada con una cualidad positiva del objeto, con cierta densidad de la leche o con cierta
consistencia del pezón; está vinculada con una ruptura en la continuidad del flujo de contacto, lo
cual hace que el Impulso oral pueda satisfacerse con cualquier Instrumento que permita producir 711
una ruptura en la continuidad del flujo sensorial.
Serge Leclaire

dispositivo que es precisamente la organizaclon de las fantasías. La


puesta en escena de la fantasía es siempre puesta en escena de lo que
siempre está fuera del juego, del vacío, de la nada, del objeto impulsivo
o, de un modo más general, del objeto del deseo *. Estoy de acuerdo
con ustedes: sería mucho más simple si fuera de otro modo. Por esta
razón es que, por otra parte, se imaginó el paraíso, donde todas las
cosás están en su lugar. Sería tanto más cómodo si se tuviera un objeto,
siempre allí,' a nuestra disposición como un godemichet (consolador);
se intentan muchos "trucos", pero nunca dan resultado durante mucho
tiempo.
Cualquiera sea el estatuto del objeto del impulso, estoy de acuer-
do con ustedes, es muy incómodo y hasta bastante difícil de compren-
der, y con razón,' pues eso no tiene nombre; y además, en cierto modo,
es repugnante, es inaceptable. Dios no hubiera debido hacer así a los
hombres. Y sin embargo es así, y la explicación remonta, sin duda,
a Adán y a Eva.
·Seguramente,. ustedes pueden preguntarme ahora para qué sirve
esto: el haber intentado conceptualizar de este modo el problema del
impulso, para qué puede servirnos en la práctica. Bien, pienso que esto
puede ayudarnos, en tanto necesitemos darnos cuenta de eso sobre lo
cual trabajamos en la sesión, es decir, sobre el impulso y su puesta
en escena fantaseada. Allí accedemos directamente a él por el solo uso
de las palabras; no es necesario que supongamos un más acá bíotóqlco
para encontrar la verdad de la fuerza: ella se encuentra en las repre-
sentaciones, inscripta en las palabras, constituida por sus oposiciones,
sus diferencias. Del mismo modo, el objeto del impulso no debe remi-
tirse a un más allá, que sería algo así como un paraíso maternal; está

Trato, pues, de acentuar el hecho de que el problema, no consiste en imputar la diferencia a "al-
guien", sino que el objeto mismo es la diferencia. Con respecto a esta necesidad de imputación a
un sujeto, lo único que puede comprobarse es que ella se refiere siempre a la representactón de una
parte del cuerpo, de un trozo del cuerpo, pero ¿a quién pertenece ese trozo?
Por otra parte, el concepto, o más exactamente el no concepto del objeto, sólo puede sos-
tenerse en la medida en que mantengamos simultáneamente la fuerza del impulso de vida y la'
. fuerza absoluta que es el impulso de muerte.
712 Con respecto a la función del objeto como necesario para que la fuerza del lrnpulso culmine
en la satisfacción, si se retira el término "necesario", el impulso no alcanza su culminación.
La noción de fuerza impulsiva y del objeto del impulso

allí, inmediatamente, en los agujeros, en la textura misma del discurso


sostenido no solamente por las palabras sino también por los gestos.
Ese objeto será detectado en la medida en que estemos atentos a los
agujeros y a las escansiones del discurso, a ese no dicho que se formula
al mismo tiempo que se dice. El objeto está allí, al alcance de nuestro
oído y de nuestra boca.
La representación, la textura, los agujeros del discurso, son la
sustancia misma del impulso: allí es donde nosotros trabajamos.

713
Comentarios y contribuciones,

Bernardo Arensburg

No ha sido tarea fácil comentar las conferencias de S. leclaire. Su riqueza con-


ceptual y formal son ya un obstáculo, llaman más al elogio que al comentario. Personal-
mente me remiten a una nostalgia en la cual quisiera descartar toda reflexión y gozar
simplemente de su presencia.
Parecería necesario, antes de toda referencia específica a los temas de 'las con-
.terenclas, situarla venida del autor en el contexto de un momento o una fase institucio-
nal, que hace que su visita forme parte de una necesidad, o por lo menos de una posí-
bilidad de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
Ambas, necesidad y posibilidad, no son ajenas a la teoría que él trae; se refie-
ren a la emergencia de un vacío, "béance", vivido como tal seguramente por muchos
miembros de la institución, que se desplaza a la teorla y la técnica como lugares en los
cuales se manifiesta la demanda.
lo que el deseo busca sería colmar el vacío mediante una referencia teórico-
técnica que restituya una certeza inalcanzable.
las primeras frases de las conferencias nos ubican ya en esa demanda. Se le
pregunta a leclaire: "¿Cómo procede usted?", "¿Qué hubiera hecho usted en una si-
tuación semejante?"
Su respuesta es consecuente: "Esta pregunta me la planteo todos los días". Con
ello nos dice que se pone en la posición del analista que viene a dialogar con sus cole-
gas sobre nuestra "profesión imposible"'.
Es evidente que en la interacción con leclaire se configuraron tres líneas básicas
de sentido, combinadas en distintos grados:

a) la búsqueda o afirmación de'un conocimiento que comienza a difundirse con


insistencia en nuestro medio, frente al cual él podía resolver dudas y trasmitir su saber.
b) El intento de convertirlo en objeto idealizado, cuya función seria anular otro
conocimiento -representante de un poder que se cuestiona- y que pone a muchos
frente al desfallecimiento de subvertir lo que hasta hace poco era incuestionable para
ellos.
e) En menor grado, oponer otro conocimiento al suyo, suprimiendo así las dudas
sobre nuestros poderes.

Es sólo en el sentido a) que leclaire se centró, con lo cual fue simultáneamente


enriquecedor y frustrante.

714 Freud, s., "Análisis terminable e interminable", O. C., B. N., 1, Madrid, pág. 568.
Comentarios y contribuciones

Su breve' estadía deja lagunas, un fuerte sentimiento de no saber o haberlo lerdo


mal, y proyectos para recuperar 'una tarea de síntesis y descarte.
la primera conferencia, en tanto conceptualización 'del impulso instintivo, cons-
tituye una pieza no controvertible de teorla, con pocos puntos que susciten dudas. Se
inscribe claramente en una tradición freudiana, como una definición o explicitaclón de
los' términos del modelo original.
Es más bien en relación con la técnica que podría ser abordada y como una res-
puesta implícita a las preguntas aparentemente no respondidas.
Recuerdo haber oído decir a lacan una frase que me impresionó, frase que ob-
viaménte se refiere a carcaterfstlcas del lsnqua]e, pero que es plenamente aplicable a
esta situación. la frase era: "Si digo: eres mi esposa, es inútil que ella responda: eres
mi marido".
En la medida en que leclaire describe y define la fuerza impulsiva y la muestra
en su efectos como central en las palabras del paciente, nos sitúa de lleno en el foco
de la tarea analitica tal como él la concibe, sitúa el objeto de su técnica, aquello hacIa
lo cual' él orienta sus palabras de analista *.
Su conferencia es una toma de posición en la cual no caben tal vez algunas for-
mas de la práctica que se definen en el centraje en otro objeto que el que él elije.
Esta sí es una situación de controversia, no sobre el concepto de pulslón que
él presenta, sino sobre la técnica y su coherencia, sobre objetivos y mecanismos de la
cura, etcétera.
la técnica analítica, tal como fue concebida por Freud y sus seguidores en' suce-
sivos intentos, presenta una coherencia de causas-medios-fines que son solidarios con la
conceptualización del paciente de la cual se parte··. Es este punto de partida lo 'que
enuncia la primera conferencia de leclaire. El resto puede quedar por nuestra cuenta, o
por el punto de partida que elijamos, si no estamos de acuerdo con él.
la segunda conferencia, "El objeto del impulso", nos pone en una situación más
difícil.
Qué hacer con una concepción de Objeto tan distinta de la que leclaire nos pre-
senta. Tenemos dos alternativas: rechazar su concepto o confrontarlo con el nuestro en
búsqueda de una síntesis.
Mi impresión es que ambos intentos son o inútiles o conducentes a una discu-
sión circular, predestinada a no culminar en síntesis alguna.
Es seguramente muy cierto que no podemos darle, e incluso tal vez no debe-

Leclaire, S., El oblato dl!I psicoanálisis, pág. 92. 715


Granoff, W., Arensburg B., "Le psychodrama de Moreno", Critique, Fr" 1955, 92, págs. 53-69.
Comentarios y contribuciones

. riamos darle, un nombre al objeto, ni aun perifrásticamente. Leclaire tiene razón al afir-
mar que sólo es asible y enunciable en sus desplazamientos sustitutivos.
En el adulto neurótico, tanto en la transferencia como en su vida cotidiana, en-
o centramos un área en que sus relaciones con el objeto están signadas por algo que no
es, o que es en vez de, ese "objeto" (expresamente entre comillas). Ha accedido a su
condición de tal en virtud de ser apto para una satisfacción (frecuentemente masoquista).
El posee la capacidad de producir una cesación transitoria y/o repetitiva de la tensión
impulsiva.
Esto suena lejano de la clínica, si se lo piensa en los términos escuetos de los
enunciados teóricos, pero en el lenguaje del consultorio reviste frecuentemente formas
caricaturescas o dramáticas. Por ejemplo, un paciente aquejado por una crónica y total
impotencia sexual, que nunca ha logrado realizar o completar un coito, abre la sesión
diciendo con júbilo: "Comprendí claramente cómo logró ganar Fisher. [Oué paliza que
le dio! He pasado horas estudiando las jugadas, son' sensacionales, recuerdo muchas,
me siento capaz de aplicarlas".
Frases de este tipo podrían ser risibles si no evidenciaran siempre el doble en-
gaño en que se encuentra aprisionado el sujeto, a saber que lo que persigue como satis-
facción no está satisfecho en lo que presenta como tal, y que por ende aquello que
supone que podría satisfacerlo, se adecua a la función de objeto únicamente en un juego
de sustituciones en las cuales se articula provisoriamente el deseo.
El "objeto" en cuestión revoca, como un término diferencial para el sujeto, un
estado de' cosas que sin él seria intolerable o mal soportado.
Esa revocación puede ser ejercida por la posesión actual, supuesta, prospectiva
o fantaseada de una materialidad objetiva o de un saber supuesto o seudosaber enmas-
carador, que muchas veces es "saber analítico".
Esto no expresa seguramente todo lo que se refiere al objeto en la exposición
de Leclaire. Las palabras, algo del puro registro de lo significante verbalizado, puede
seguramente llenar esa función revocatoria del objeto. Esto lo encontramos no sólo en
análisis sino también en los rituales religiosos del rezo, en los exorcismos y, por qué
no, en la poHtica.
No es sin temor de correr el riesgo de error y mala lectura que introduzco una
pregunta para la cual -como observó Leclaire en su oportunidad- tengo un esbozo de
respuesta. Ella se refiere al papel que el problema del narcisismo podría desempeñar en
la segunda conferencia.
Mi impresión es que el tema del narcisismo está en la trama de su teorización
716 sobre el Objeto.
Comentarios y contribuciones

En' primer lugar pensemos en el ejemplo central. Se trata de un exhibicionista.


¿Qué nos dice Freud al respecto?
El inicio del exhibicionismo se retrasa en encadenamientos sucesivos que llevan
desde una autocontemplación placentera (pero seguramente culposa y transgresora) hasta
el "ser contemplado por persona ajena" '.
Más adelante Freud agrega:"De este modo diremos que la fase preliminar del
instinto de contemplación, en la cual el placer visual tiene como objeto el propio cuerpo,
pertenece al narcisismo y es una formación narcisista '" el instinto de contemplación
pasivo conservaría el objeto narcisista" ".
En esta perspectiva, ¿estaría equivocado Leclaire y el objeto sería el pene del
sujeto? No, o por lo menos no totalmente. La diferencia en la mirada lo es en no menor
medida; esa mirada es objeto en tanto restituye el desequilibrio narcisista del sujeto.
Es constancia de que el pene existe, en un testimonio de terror o asombro irrefutable.
Ciertamente establece una diferencia -el momento fugaz de certeza de tener un pene-
por oposición al fondo de angustia castratoria que aqueja al sujeto como posibilidad
de herida narcisista.
Esta reconsideración del caso no es ajena a un modelo en el cual nos introduce
Leclaire mismo: "La estructura de la fantasía es binaria: dos términos diferenciados X
e Y, articulados por una escansión". Y más adelante: "los términos, aunque sean lugares
de sustituciones o permutaciones diversas, cumplen constantemente los papeles de sujeto
y objeto" =»,
Estas afirmaciones de Lsclalre no cambian en nada por el hecho de que los
ojos de la muchacha sean -en la fantasía inconsciente del sujeto- de una alteridad
dudosa. Los ojos de la muchacha son porque o para ser los de él, en un éxtasis auto-
contemplativo.
Es nuestra impresión que en el enfoque del artfculo aquello que accede al esta-
tuto de objeto, lo hace constituido por una toma de posición radicalmente narcisista del
sujeto.
Una cita de Freud puede aclarar el sentido de esta afirmación: "viene a ser con
respecto a la carga de los objetos lo que el cuerpo de un protozoo con relación a los
pseudópodos de él destacados"****.
La conceptualización del objeto que se desprende de la conferencia correspon-
dería a un nivel de organización de la pulsión incontrastable con el que rige el pensa-

Freud, s., "Los instintos y sus detsinos", O. C., B. N., 1, Madrid, págs. 1052 y 1053.
Ibldeb, pág. 1053.
Leclaire, S., Ibidem, pég. 35, destacado mlo. .
**** Freud, S., "Introducción al narcisismo", O. C.,B. N.. 1, Madrid, pág. 1098. 717
Comentarios y contribuciones

miento de los destinatarios de la conferencia y empuja necesariamente a un diálogo de


sordos.
No es éste el trabajo para delimitar este concepto de objeto. Sus ralces se
encuentran en los aportes de Abraham' y Freud ". Ah! se inicia una genealogla del
concepto que culmina en los aportes de la escuela inglesa.
Discutir la validez, coherencia e instrumentación técnica de estos polos del
pensamiento de Freud sería una tarea interminable.
El terreno de una discusión inicial podría encontrarse tal vez en algunos tér-
minos descarnados de lo que Leclaire enunció: "corte", "ruptura", "vacío", a los cuales
podrlarnos agregar otros que pertenecerían a la misma serie, como "discontinuidad",
"separación", "pérdida". Estas palabras probablemente se encuentran en el origen de
la percepción de Freud frente al paciente. Una de las preguntas que él debe de haberse
planteado y que todos los analistas seguimos planteándonos es ¿qué pasa con estos
cortes, rupturas, vacíos, discontinuidades, pérdidas? ¿Cómo se resuelven, transforman,
cambian, rellenan, compensan, colman, qué huellas dejan, etcétera?
A lo largo de la evolución del pensamiento analítico las respuestas han sido
muchas y contradictorias, más o menos cercanas a un grado de verdad o error.
Pero el gran error debe Instaurarse cuando el pensamiento sobre el vaclo, el
corte, etcétera, tiende en si a sustituirlos y llenarlos, cuando se cristaliza como un
relleno de certeza.
Esta certeza pasa a ocupar un lugar de ideología, y se traslada a la práctica
para colmar al paciente, dejándolo tan "realmente" colmado como a su analista.
Me permito traducir un párrafo de Lacan hablando del descubrimiento freudiano
(con todas las fallas de traducción que puede tener una versión en otro Idioma de un
párrafo de Lacan): "ese falo, que para el neurótico es igualmente imposible de dar que
de recibir, ya sea que él sepa que el Otro no lo tiene, o bien que lo tiene; porque en
los dos casos su deseo está en otra parte: en el de serlo. Es necesario que el hombre,
varón o mujer, acepte tenerlo y no tenerlo, a partir del descubrimiento de que no lo es" "",
Termino agradeciendo a Serge Leclaire los suspensos de su discurso. Ellos obli-
gan a una imposibilidad de certeza. Nos dice sin decirlo: nosotros, analistas, no debemos
confundirnos, no somos falo.

Abraham, K., "Noles on the Psychoanalyllc Invesllgation and Trealment 01 Manlc-Depresslve Insanlty and
Allied Conditions", 1911; "The Inlluerice 01 Oral Erotlsm on Character Formallon", 1916.
718 •••
Freud. S., "Duelo y melancolla", O. C., B. N., 1, Madrid, pág. 1075.
Lacan, J., "La dlrection de la cure", en Ecrlts, pág. 642.
Comentarios y contribuciones

Willy .Baranger

Creo que ambas conferencias de Leclaire, muy estrechamente ligadas entre sí,
fueron pensadas por él, y expuestas en la forma brillante y rigurosa que le es habitual,
especialmente para nosotros, y después de empezar a conocernos.
En este sentido, constituyen algo asi como una "propedéutica para kleinlanos":
se refieren no a puntos específicos de la perspectiva lacanlana, sino a conceptos básicos
que, él por una parte y nosotros por la otra, sacamos de nuestra fuente común, Freud, e
interpretamos, o "leemos", en forma distinta. La propedéutica tenía por objeto llevarnos
hasta el umbral de la teoría lacaniana, nada más.
La pregunta sería entonces: ¿hasta dónde nos dejamos guiar por el rigor de
Leclaire? Contestando en mi propio nombre: el concepto de fuerza pulslonal, tal como
lo lee Leclaire en Freud, me resulta totalmente convincente. La fuerza pulsional no es
una fuerza flsica sino en forma analógica. La excitación orgánica no se transforma en
fuerza impulsiva sino cuando entra en juego una huella o una marca, cuando queda
inscripta una marca de la diferencia. La repetición de la experiencia de diferencia es
independiente de la necesidad orgánica. La revolución aportada por Freud -el descubrI-
miento de que "la insatisfacción acompaña el alivio de la necesidad"- no nos es ex-
traña, y menos aún el que "se torna más importante el hecho de conjurar la insatisfacción
que el de aliviar la necesidad". Esta última formulación nos resulta del todo familiar,
aunque la podemos sazonar con ansiedades paranoides y objetos persecutorios.
Todo esto apunta a una idea que comparto totalmente con Leclaire (y con su
lectura de. Freud), la de una discontinuidad radical entre el registro de la necesidad y
el registro del deseo, o entre el cuerpo biológico y el cuerpo erógeno. También concuerdo
con él en admitir que el impulso de muerte, tan fundamental en nuestras formulaciones,
no se ubica en el nivel del cuerpo biológico, sino del "otro" cuerpo.
Muy fecunda me pareció una observación final de la primera conferencia: "Lo
impulsivo es irreductible tanto a una biología como a una filosofía o a un sistema con-
ceptual. Lo impulsivo sólo puede ser concebido psicoanalíticamente". Nunca me planteó
problema la primera parte de esta afirmación. Pude haber pecado en contra de la se-
gunda, por no darme cabal cuenta de lo especifico, discriminatorio, ineludible da su
realidad. No es lo mismo ubicar el centro de nuestra búsqueda en conductas, vlnculos,
relaciones objetales, o considerar el impulso, tal como lo describe Leclaire, como centro
de nuestra práctica. El concepto de impulso tendía a desaparecer de nuestras teorizaclones
(por el sinnúmero de oscuridades y contradicciones que encierra, desde Freud en ade-
lante). Pero, dice Freud, estos "seres míticos" son al mismo tiempo "imprescindibles".
La primera conferencia de Leclaire, basada en una lectura determinada de Freud,
descarta cualquier lectura de Freud en términos prefreudianos. Sabemos que es incómodo
para el descubridor arreglárselas con su propio descubrimiento (y las vicisitudes de 719
Comentarios y contribuciones

Freud con el impulso de muerte son demostrativas de ello). Estamos de acuerdo que
lectura implica seleccionar lo fecundo y descartar el apego del descubridor a conceptos
descartados por él mismo.
Por ello, la segunda conferencia me plantea un problema, cuando podía aceptar
en pleno el rigor de la primera. No se trata de que el rigor de Leclaire sea diferente en
una y en otra, sino de que la segunda me parece descartar una línea del pensamiento
de Freud a la cual sigo considerando como novedosa e imprescindible.
El título mismo de la segunda conferencia marca una diferencia, que por el mo-
mento no podría pasar por alto. "El objeto del impulso". Entiendo el sentido que tiene
esta formulación, aunque mi tendencia sería suponer que alguien tiene un impulso hacia
determinado objeto. El título sería entonces: "El objeto del impulso de alguien". Esto
parece perogrullesco, pero no es.
Aqui también considero esencial la distinción entre objeto de la necesidad y
objeto del impulso. El punto en discusión es "alguien".
Alguien, el sujeto que ya renuncia a ser alguien, sino de prestado, porque es
esencial e irremisiblemente clivado en su ser. Esto último es el descubrimiento freudiano,
lo reconozco. Pero no por ello me reconocería el derecho de hablar de un objeto que sea
"del impulso", yaún menos de un objeto que sea "mera diferencia".
Lo que Leclaire expone en su segunda conferencia es, para nosotros, una di/u-
eren total del concepto de objeto. Ya recalqué en otro contexto el carácter ambiguo
y apóríco del concepto de objeto en la obra de Melanie Klein. Desde luego, hay aporras
y antinomias en nuestro concepto del objeto, como en el concepto de Freud acerca
de la pulsión.
Leclaire propone una teoría probablemente mejor formalizada que la nuestra (y por
cierto la formalización nos importa).
Pero la formalización de Leclaire nos parece echar por la borda una de las
líneas del pensamiento de Freud, que se inicia en "Duelo y melancolla" y sigue y se
enriquece en toda su evolución ulterior. Esta línea se caracteriza por el descubrimiento
de la existencia endopsíquica del objeto, primero en el fenómeno del duelo y en su co-
rrelativo patológico, la melancolía, y después en una forma mucho más general, hasta
el punto que el trabajo de Freud sobre "El desmantelamiento del complejo de Edipo"
(entre otros) atribuya a la introyección de las figuras parentales una importancia deter-
minante en la formación de la estructura psíquica.
Sí tomamos en serio la "segunda tópica" de Freud (la del Ello y del Yo, del
Superyó), y no veo motivo decisivo para no tomarla en serio, no podemos eludir el con-
cepto del objeto como estructura endopsíquica.
El punto que me resulta más difícil de tildar de "prefreudiano" en esto, es la
72Q' función estructurante del objeto introyectado con relación a la .estructura pslqulca,
Comentarios y contribuciones

Ya sé que Leclaire no acepta ni nuestra división casi apodfctica entre lo interno


y lo externo, ni, por consiguiente, nuestro concepto de la introyección, de la proyección,
de la identificación, de los objetos internalizados, etcétera.
As! que, concretamente, no sólo tendríamos que renunciar, en la lectura de Freud,
a los elementos prefreudianos (a la idea del "suelo" biológico, y a todo lo que deriva
de ello), sino a elementos propiamente freudianos, y que ni Freud ni nosotros consideramos
como secundarios o adventicios.
Pero veamos el ejemplo mediante el cual Leclaire ilustra su concepto del "objeto
del impulso". No me parece que, en este ejemplo, el rostro del objeto sea tan indiferen-
ciado como lo dice Leclaire. Puede ser una niña o una joven, o, según los casos (bien
diferenciados), un niño, pero no una vieja con pata de palo, ni (jhorrorf otro exhibicio-
nista. No creo que, en una exigencia estricta, podamos ubicar al objeto en la diferencia
del brillo de una mirada, ni en el grito de sorpresa o de espanto de la vfctima, ni en su
actitud de fascinación, sino en toda la puesta en escena del acto exhibicionista. Es decir,
en toda una situacIón fantasmática actuada en el mundo "real" y en la cual se ubican
ritualmente roles y personajes. A estos roles y personajes nosotros acostumbramos lla-
marlos "objetos".
Admito, con Leclaire, que esta puesta en escena, por "real" que sea, es de na-
turaleza tantasmática, y que sus personajes son igualmente fantasmáticos, inclusive el
propio exhibicionista actuando su propio fantasma. Pero esta fantasía ritual izada y ac-
tuada, y sus protagonistas pesan más que puros fantasmas. Sabemos que estos mismos
personajes se van a encontrar en múltiples situaciones del mundo externo del paciente,
y en la situación transferencial. Y sabemos también que, si nuestra interpretación es
adecuada, estas figuras van a cambiar, y no de cualquier manera. No los podemos con-
siderar meramente como productos effmeros de la imaginación del analizando. Están,
perturban, y eventualmente cambian.
Aquí estamos en uno de los puntos de mayor diferencia con Leclaire y la tenden-
cia lacaniana. Para Leclaire, el objeto es un insecable. Entiendo por esto, según las pro-
pias palabras de Leclaire, que el objeto no se puede ni cortar, ni modificar, ni integrar.
Lo que nosotros atribuimos al objeto (clivaje, reunificación, modlficación), Leclaire lo
atribuye exclusivamente al sujeto, pero sin ninguna posibilidad de llenar su clivaje esen-
cial. Para Leclaire, el objeto (en el sentido corriente nuestro) sólo se puede sustituIr.
Hablamos en este caso de los objetos destinados a encubrir inmediatamente al objeto "a".
En el proceso de esta sustitución, nos encontramos aparentemente más cercanos
a Leclaire. Podríamos decir que lo que describimos como modificación paulatina del
objeto interno del analizando es una sustitución paulatina de significantes en su organI-
zación impulsiva.
Pero no debemos disimularnos la contradicción. El punto álgido reside en la teo-
rta del significante, y en la preeminencia decisiva del significante con relación al sujeto. 721
Comentarios y contribuciones

Este punto, implícito en las conferencias de Leclalre, lo traigo como el punto esencial
de la divergencia entre nosotros.
Entiendo que la riqueza de nuestro concepto del objeto se reparte, en la pers-
pectiva de Leclaire entre el significante, por un lado, y el objeto "a", por el otro. Pero
la renuncia a admitir la función estructurante del objeto con relación a las instancias psl-
qulcas me parece entrañar consecuencias extremadamente graves tanto para nuestro
edificio teórico como para el fundamento de nuestra técnica.

David Liberman
Ler y medité las ideas del autor sobre "la nocron de fuerza impusiva" y "el ob-
jeto del impulso". Descubrí que el expositor y yo tenemos una inquietud común que se
refiere a la inserción de la lingüística estructural en psicoanálisis; no obstante, no se
me escapan las diferencias de nuestras formas respectivas de indagar y de operar con
el paciente en el proceso psicoanalítico.
La presentación de sus ideas en este trabajo destinado a la Revista de Psicoaná-
lisis ha sido efectuada con suma precisión y esto me permitirá cotejar nuestras ideas
en esta discusión.
Serge Leclaire sitúa en un comienzo el problema desde la vertiente del terapeuta
como receptor de los sentidos y significados del discurso del paciente. Considera que
en el consultorio analítico nosotros, los analistas, tratamos de hacer surgir y de captar,
por el juego de la transferencia, lo más verdadero de su vida amorosa. Pienso que tra-
bajamos sobre la fantasía (aquí creo que el autor y yo concebimos el término de una
manera diferente), que es un modo de organización de las fuerzas impulsivas.
Se pregunta qué efecto puede tener la palabra que nosotros, los analistas, pro-
nunciamos al interpretar sobre las fuerzas impulsivas a las cuales apelamos.
Aquí hay un cambio en el planteo del problema, puesto que ahora Leclaire se
refiere al analista como emisor de "interpretaciones - palabras" que éste envía a su ana-
lizando. Yo considero que establecemos un planteo con diferencias de fondo cuando nos
cuestionamos problemas acerca de la función de la palabra en el campo psicoanalítico;
es necesario distinguir si nos referimos al analista como emisor o como receptor del
código lengua.
El autor se propone examinar el concepto de fuerza impulsiva. Espera que plan-
teando el problema metapsicológico de la fuerza impulsiva podamos comprender mejor
cómo nuestro "habla" tiene el poder de modificar en algo la economía instintiva.
Leclaire efectúa una muy buena exposición metapsicológica de cómo se va cons-
tituyendo la huella, la inscripción de una experiencia de diferencia en el aparato pslqulco
y de cómo, a partir del momento en que se efectúa esta inscripcíón, se establece una
722 Independencia de la necesidad orgánica; toda esta parte de la exposición y también la
Comentarios y contrjbuclones

referida a la constitución del "objeto del impulso" tienen coherencia expositiva. Pero yo
me pregunto si es pertinente partir de esta metapsicología para teorizar sobre el diálogo
analítico.
A mi juicio, es necesario diferenciar entre el analista recibiendo las señales (sig-
nificantes, verbales y no verbales) de ese discurso que nos emite el paciente y del cual
somos receptores, de este otro paso que es el que se refiere a los momentos del diálogo
analítico en los cuales, gracias a nuestra capacidad de detectar los segundos sentidos
y significados del texto del discurso del paciente, somos emisores de palabras-interpreta-
ciones que efectivamente modifican la organización de los impulsos del paciente.
Cuando se estudia el diálogo psicoanalítico nos vemos llevados, por el cambio
de nivel de observación, a utilizar los modelos comunicacionales y lingüísticos como
instrumentos de observación del proceso psicoanalítico. Debemos entonces trascender
la metapsicología unipersonal, de profundas raices biológicas, y pasar a considerar la
importancia que tiene, .para conceptualizar sobre el diálogo analítico, la existencia de tres
subsistemas de comunicación (dos intrapersonales, uno del paciente y otro del terapeuta,
y uno interpersonal: el Intercambio de señales y mensajes entre pacientes y terapeuta).
En otros términos, hay una distancia entre "nuestro oido" y "nuestra boca", otro
tanto es válido para la boca y el oido del paciente, y además hay una tercera distancia
entre los sistemas "boca - oldo" de ambos participantes del diálogo psicoanalitico. Es-
tablecidas las cosas con este otro esquema referencial, existe una diferencia de fondo
entre una exposición psicoanalítica que parta de los datos de un diálogo pslcoanalltlco y
una exposición como la de Leclalre, cuando parte del ejemplo de un exhibicionista. No es
que yo cuestione en sí la validez de este ejemplo que solamente puede servirme como
una ilustración de la metapsicología freudiana a la que Leclaire nos remite. Lo que quiero
postular aquí es lo siguiente: que cuando introducimos en nuestra conceptualización del
proceso psicoanalítico la noción de significantes verbales, paraverbales y no verbales,
nuestras afirmaciones deben surgir deductivamente de los datos de la sesión misma.
Entonces este tipo de exposición, al pretender apoyarse como punto de partida en un
aspecto de la metapsicologia freudiana, también paga su precio por el descubrimiento.
Esta metapsicologia tan sistemática y coherente se transforma en un obstáculo epis-
temológico. Si el autor hubiese partido de un material en el cual puede inferirse que
se está desarrollando una fantasia exhibicionista del paciente en sesión y en la trans-
ferencia, y hubiese recogido en el nivel de fantasia inconsciente algún indicio de que
el paciente la satisfizo en forma ilusoria encontrando en el terapeuta algo que re-
presentase "esa diferencia" en el objeto, entonces podríamos organizar una' otra for-
ma de conceptualizar el deseo del paciente con datos más cercanos a la base empírica,
que quizá nos remitirian al modelo económico metapsicológico de Freud, pero enriquecido
con todas las hipótesis puente comunicacionales y lingüísticas que se detectan al estudiar
con detalle el diálogo analftico. 723
Respuesta a los comentarios y las contribuciones

Respuesta a Bernardo Arensburg

Conviene que sea breve y, por lo tanto, no podré extenderme, tal como hubiese
deseado hacerlo con Bernardo Arensburg -sobre la historia de nuestro encuentro, la
red de nuestras amistades y el aura de nuestras afinidades. Cabe preguntarse, sin em-
bargo, si no se podría observar a través de todo ello lo que para cada uno constituye
el flujo fecundo de la historia del psicoanálisis, la de los antecesores y la nuestra, la
que seguimos descubriendo y viviendo.
Me contentaré entonces con aportar una indicación sobre el problema que planteas
sobre la función del narcisismo en relación con el objeto del impulso. En mi opinión
la carga del cuerpo propio como objeto es la condición necesaria y podriamos decir
primordial de toda posibilidad de carga libidinal de objeto. Pero la naturaleza de esta
carga "narcisista" es diferente, ya que no parece tener como meta la reducción de una
tensión (diferencia de tensión presente en la fuente), sino, por el contrario, poseer el
propósito de establecer una seguridad de permanencia, de arraigar paradójicamente
en el cuerpo la representación de un referente último, irreductible e inmortal. Si el con-
cepto "escandaloso" de "impulso de muerte" puede ser aprehendido clínicamente, lo
encontramos en primer lugar en esta carga del propio cuerpo como "muerto/inmortal"
de referencia. Pienso que el narcisismo "primario" es la condición necesaria (o el co-
rrelato obligado) de toda carga Iibidinal (por parte de los impulsos sexuales) de un
objeto. El carácter insuperable y absolutamente determinante del objeto en toda orga-
nización impulsiva se relaciona, creo yo, con su valor esencialmente narcisista o, para
decirlo de otra manera, con esta representación de la muerte/inmortalidad en nuestra vida.

Respuesta a Willy Baranger

Usted afirma con razón --lo cito textualmente-: "No podemos eludir el con-
cepto de objeto como estructura". El hecho de que usted agregue "endopsíqulca" no
modifica, en mi opinión, la situación. Lo importante es desentrañar el hecho estruc-
tural, lo que puede lograrse sólo mediante la diferenciación de los elementos especí-
ficos, propiamente constitutivos de un espacio o de un mundo del deseo; la estructura,
en efecto, es eso, la lógica minima que explica y no anula la realidad de la castración.
Si no nos proveemos de los útiles adecuados para mantener abierto el lugar de la
falta, elemento fundamental de una lógica del deseo (en la que no esté suturada la
dimensión de la castración), corremos el riesgo de que el descubrimiento psicoanalítico
724 se hunda en la banalidad de una filosofla o de una práctica médica.
Respuesta a los comentarios y las contribuciones

Lo que intenté sugerir (más que demostrar) es que el objeto, en el sentido es-
tructural, debe ser concebido como el punto imposible de aprehender, pero absoluta-
mente determinante, alrededor del cual se construyen "los roles y personajes" que
usted designa por lo común como objetos, objetos de fantasía, como usted, por otra
parte, lo admite. Pienso que se debe distinguir al objeto como término de la estructura,
del objeto considerado como un tipo de construcción de fantasía. Sin duda alguna, y
tal como usted lo señala, el objeto (en la estructura) debe ser situado en relación con
los otros términos de la estructura, significante y sujeto, y debe serlo como la causa
absolutamente determinante. Me parece entonces que, lejos de "renunciar a admitir
la función estructurante del objeto", toda mi intención se orienta en forma indeclinable
hacia un develamiento de esta función determinante del objeto en la estructura y hacia
la distinción de esta función del clivaje subjetivo, de las construcciones significantes
o, más en general, de las elaboraciones de fantasía.
Sin duda, deberíamos aun -y espero que tengamos la oportunidad de hacerlo-
precisar cómo se sitúa su concepto de objeto (altamente operatorio) en relación con
los elementos mínimos de la estructura, en primer lugar el significante (SI y S2)' pero
también el sujeto clivado ($) y el objeto ("a").

Respuesta a David Liberman

Coincido con Liberman cuando expresa la objeción de que en mi exposición


yo hubiese debido partir de un fragmento de sesión y, más precisamente, de una ma-
o nitestación transferencia!. Pienso, por ejemplo, en la percepción por parte del paciente
de una "cierta mirada" con que la habría acogido el analista, y de la cual el paciente
habría hablado en sesión, refiriéndose a ella como a una molestia o a una angustia
ligada a la aparición o al encuentro. Los "significantes" (las representaciones incons-
cientes) surgidos en la sesión a partir de ello hubiesen podido ilustrar en forma mucho
más pertinente el hecho de que el movimiento impulsivo de la mirada está constituido,
sin otra mediación o referencia, por el sistema significante mismo.
No creo, por el contrario, que nuestra "conceptualización" del proceso ana-
lltlco deba constituir un paso previo en nuestra práctica, y no lo creo por una razón
muy simple que desearla discutir con mayor amplitud con Liberman. Me refiero al
hecho de que el juego significante (el juego de las representaciones inconscientes)
no depende de ningún sistema conceptual; muy por el contrario, es la elaboración con-
ceptual lo que se produce ante el carácter siempre vacilante, insuficiente o contra-
dictorio de las redes significantes.
725

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