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Actividad 1

Realizar individualmente la siguiente lectura, para ello y con la finalidad de


identificar los aspectos que caracterizaron a la Nueva España, los alumnos
anotarán dentro de su texto, en el enunciado correspondiente a cada aspecto
identificado: la letra E para lo económico, P para lo político, S para lo social y D
para las instituciones de dominación.

CARACTERÍSTICAS ECONÓMICAS, POLÍTICAS Y SOCIOCULTURALES


DE LA NUEVA ESPAÑA
Raquel Patiño Neri

En 1521 la ciudad de México-Tenochtitlán fue conquistada por los españoles. Una


conquista consiste en ganar un territorio, una posición política y el dominio de una
población a través de la guerra. Este proceso no sólo transformó la conformación
social y política de Mesoamérica, sino que también sentó las bases para insertar
nuevas relaciones de dominio y resistencia entre los grupos que constituían dicho
territorio.

A través de la conquista los mexicas y todas las culturas mesoamericanas se


insertaron en el contexto mundial y, como parte del proceso de colonialismo,
tuvieron que adaptarse a las nuevas formas de dominación y a las condiciones de
una nueva conformación mundial. También se tuvieron que adaptar a las nuevas
formas de producción impuestas por los españoles, sobre todo en el sector minero
y agrícola, lo cual no representó un gran problema puesto que los colonizadores
aprovecharon las estructuras económicas y sociales ya establecidas por los
mesoamericanos.

Al momento de la conquista, en Europa prevalecía el pensamiento mercantilista al


que también tuvo que adaptarse Mesoamérica para la que el mercado mundial
impuso nuevas técnicas de explotación y comercialización, así como la
introducción de nuevos cultivos y especies de ganado.

El pensamiento mercantilista sostenía que la riqueza de un país consistía en la


cantidad que poseía de moneda circulante, es decir de la cantidad de dinero que
tenía en sus arcas, dinero equivalente a capital. Esta riqueza aumentaría en la
medida que se incrementara la posesión de metales preciosos (principalmente oro
y plata), y se aumentaran las exportaciones a cambio de la disminución de las
importaciones de tal forma que se obtuviera un superávit, esto es un saldo a favor
entre las importaciones (compras del exterior) y las exportaciones (ventas al
exterior). Es decir, se debía vender más de lo que se compraba. En este sentido,
la conquista y colonización de América reportaron grandes beneficios para
Europa, gracias a la explotación de los indígenas, sus tierras y extracción de
metales preciosos.

Colonizaron a nuestros ancestros y a partir de ahí se tuvo que reconformar una


nueva estructura social, cultural, religiosa, y económica. El concepto de
colonialismo se refiere, según la Gran Enciclopedia Salvat, a la doctrina y actitud
favorables a la adquisición de territorios de los cuales se apropia un Estado con la
finalidad de ampliar sus dominios.

El concepto de colonialismo es sinónimo de invasión de la soberanía de un país e


incluso de la privacidad de los individuos. Significa sometimiento institucional,
donde se dictan las acciones que se deben realizar en un territorio determinado. El
espacio y la soberanía quedan sujetos a los designios de la metrópoli. Si
Colonialismo significa dominio e invasión, se debe entender que Mesoamérica se
convirtió en una Colonia que quedó sometida a una Metrópoli desde la cual se
ejerció el mando político, económico y social unilateral, y desde ahí se organizaron
todas sus formas de gobierno y de vida.

La Colonización representó la conformación de nuevos territorios en el continente


americano, los cuales adquirieron una nueva estructura política y social. Esta
nueva estructura se insertó en las formas de vida ya establecidas en la cultura
mesoamericana.

Sin embargo, los elementos que conformaban la sociedad mesoamericana se


adecuaron a las formas de trabajo de la estructura económica de España y se
adaptaron a las condiciones ya establecidas de los indígenas. Lo importante fue el
trabajo y la productividad en sectores nuevos como la minería, en otras formas de
cultivo en la agricultura, así como la reasignación de tierras y territorios a los
conquistadores, a través de la encomienda, el repartimiento y las mercedes reales,
todo con la finalidad primordial del mercantilismo de enviar productos agrícolas y
minerales tanto a la Metrópoli como a otros mercados.

En el caso de la minería y otros productos de consumo vital para Europa, un papel


fundamental lo jugaría la Casa de Contratación de Sevilla, encargada de regular el
comercio entre la metrópoli y la Nueva España, conformando un monopolio para
darle una forma institucional de alguna forma legal, se prohibió el comercio entre
las colonias y otras metrópolis, con el fin de proteger el comercio entre la Nueva
España y la metrópoli. Además, se establecieron una serie de impuestos en el
mercado interno, con la finalidad de transferirlos también a la Corona, tales como
el almojarifazgo, un impuesto que se aplicaba en las aduanas para la entrada y
salida de mercancías y la alcabala, que se imponía para regular el mercado
interno.
Con respecto a la propiedad de la tierra, los conquistadores emplearon el criterio
europeo, por lo que no alcanzaron a entender el tipo de propiedad originaria en
Mesoamérica, no respetaron las propiedades de los indígenas, sino que eligieron
las que consideraban de mayor rentabilidad para sus cultivos y despojaron a sus
propietarios originales amparados en las nuevas estructuras del mercado español.
De tal manera, se estableció una división casi natural, desde el momento en que
las mejores tierras se las apropiaron los españoles.

El principal móvil de los españoles para lanzarse a los peligros de la conquista fue
el conseguir oro y mano de obra indígena. Lo primero, como siempre, no resultó
tan abundante como se esperaba, pero lo segundo sí lo era, por lo que Cortés
remuneró a sus capitanes con tierras, trabajo y tributo de los indígenas entregados
en encomienda. Ciertamente el reparto no fue equitativo: Cortés y sus amigos
recibieron el mayor número de pueblos; unos cuantos más se beneficiaron con
encomiendas menores y muchos se quedaron sin nada.

La encomienda, como forma de propiedad y explotación de la tierra tuvo el aval de


la Corona española, ya que el beneficiado con una encomienda adquiría el
compromiso de evangelizar a los indígenas que vivían en esas tierras y solventaba
los gastos de los religiosos que se encargaban de cristianizarlos, lo que parecía
humanizar el trabajo, aunque en realidad se trataba de una forma diferente de
someter a los indígenas. El funcionamiento de estas estructuras de propiedad,
eran controladas por la Metrópoli, o sea por la Corona española, de tal manera
que España decidía a quien conceder estas tierras. Considerando que los dueños
originales morían, y para que la Corona continuara recabando tributos se
implementó el mayorazgo. Esta era una institución que permitía la cesión de
derechos a perpetuidad, es decir de por vida y que tenía como finalidad heredar
las propiedades por toda la eternidad otorgando la responsabilidad o beneficios al
hijo mayor.

Aunque la encomienda no implicaba ningún tipo de propiedad ni jurisdicción


política sobre las comunidades indígenas, pues como se mencionó su
funcionamiento y administración estaban a cargo de la Corona, el encomendero
utilizaba la mano de obra y los tributos que se le daban gratuitamente, para hacer
producir sus empresas agrícolas, ganaderas o mineras y obtener de ellas
ganancias. A menudo la explotación fue tan brutal que los religiosos se vieron
obligados a pedir al rey que limitara el poder de los encomenderos.

Para evitar la formación de una estructura feudal donde los soldados se


convirtieran en señores territoriales, la Corona española impuso limitaciones al
reparto de las encomiendas y estableció que los indígenas fueran considerados
súbditos del rey, también respetó las posesiones de la nobleza indígena y la
propiedad comunal de los pueblos (el fundo legal y los propios); sin embargo, en
este período fue inevitable que las comunidades indígenas fueran perdiendo sus
derechos originales y se sometieran a los reglamentos impuestos por la Corona.

Cuando la crisis europea se agudizó, la Corona necesitaba recursos monetarios,


por lo que permitió la legalización de tierras que se habían obtenido de manera
ilegal, autorizó la confiscación de las que se habían obtenido sin título y la venta
de las que no estaban ocupadas, de manera paralela se dio pie a las invasiones y
despojo de las propiedades de los indígenas, lo que permitió la concentración y
monopolio de grandes extensiones de tierra en pocas manos. De tal forma, los
propietarios fueron adquiriendo el derecho de usufructo, es decir podrían vender
sus propiedades al mejor postor.

La iglesia también participó de manera importante en la distribución y explotación


de la tierra, aun cuando no era su función principal ni contaban con la autorización
de la Corona, pues su misión en América era la de evangelizar a los indígenas,
tuvo acceso a recursos económicos a través del diezmo, las limosnas, herencias y
donaciones, lo que le permitió acumular riquezas y especular con ellas, es decir,
eran riquezas inactivas pues no eran productivas y no generaban capital,
solamente sobrevivían por cuestiones especulativas.

Fue así como los religiosos junto con algunos colonos y encomenderos como
Cortés se distribuyeron la tierra para su explotación y, buscando el mayor
beneficio, introdujeron nuevos cultivos. Muy pronto, el maíz, el frijol, la calabaza y
el jitomate prehispánicos compartieron las tierras con el trigo, la caña de azúcar, la
cebolla, el ajo, los manzanos y los cítricos. Efectos más notorios provocó el arribo
de animales domésticos como la gallina, el cerdo, la cabra, la oveja, la vaca, el
buey y el caballo. En consecuencia, aumentó el consumo de carne y de algunas
fibras textiles como la lana, y se agilizó el transporte de mercancías que antes se
realizaba sobre las espaldas de las personas. Por último, el hierro y la rueda
aplicados al transporte, a la minería y a la agricultura, aumentaron la producción.

La distribución de la tierra que se efectuó tras la conquista militar tuvo como base
el derecho feudal de la conquista. Apelando a este derecho Hernán Cortés se
autonombró primer capitán general y gobernador de la Nueva España, emitió
leyes, repartió tierras y encomiendas, administró justicia y organizó campañas
militares. Para desempeñar algunas de estas funciones nombró autoridades bajo
su mando: un alcalde mayor de justicia para la capital, tenientes de gobernadores
para cada una de las regiones sometidas y cabildos municipales, con alcaldes
elegidos por él, para el gobierno de las villas de españoles. En los pueblos
indígenas se mantuvo a los caciques nativos.
Su poder ilimitado y reparto de beneficios y cargos entre sus allegados provocó
descontento entre sus enemigos y cuando Cortés partió a las Hibueras entre 1524
y 1526, estuvo a punto de estallar una guerra de facciones. Tales conflictos
llevaron a la Corona a nombrar una Audiencia gobernadora en 1529 que debía
imponer el orden; pero su presidente, Nuño de Guzmán, cometió grandes abusos
contra indios y españoles, y provocó muchas denuncias del obispo fray Juan de
Zumárraga y de los franciscanos por lo que fue destituido en 1530.

Ante la ineficacia del gobierno en manos de los conquistadores la Corona decidió


aumentar el control político sobre el reino de la Nueva España y limitar el poder de
los encomenderos por medio de funcionarios bien preparados y estableciendo una
burocracia que tendría a la cabeza un virrey. Para preparar la instauración del
nuevo gobierno, Carlos V mandó crear una Segunda Audiencia que regiría Nueva
España temporalmente.

El régimen virreinal comenzó a funcionar con la llegada a Nueva España de


Antonio de Mendoza en 1535. Este virrey y su sucesor Luis de Velasco
organizaron expediciones de descubrimiento y conquista, impulsaron la
colonización hacia regiones aún no controladas por los españoles, crearon las
bases para el desarrollo de las ciudades novohispanas, y organizaron la
administración pública. Durante sus mandatos, y con el apoyo de los frailes, de los
ayuntamientos y de algunos alcaldes mayores y corregidores que administraban
los pueblos, se intentó establecer la ley y el orden.

Los diferentes sectores de la Nueva España aceptaron este sistema como base
para legitimar sus posesiones e intereses personales. Las nuevas estructuras
políticas hicieron posible la unificación territorial bajo un gobierno central y una
legislación única. En el proceso, los indígenas comenzaron a adaptar y a adoptar
algunas formas de gobierno procedentes del ámbito español.

La nueva estructura política estaba encabezada por el rey y el Consejo de Indias;


éste último tenía en sus manos todos los asuntos relacionados con América. En él
estaban representados dos grupos: los teólogos, conciencia moral del reino que
sancionaba o condenaba la actuación de los gobernantes, y los juristas, que
elaboraban las leyes para las tierras de América. Por debajo de estas autoridades
estaban el virrey, los gobernadores de las provincias y las audiencias. Todos eran
representantes directos del rey y nombrados por éste, durante el tiempo que él
determinaba. El puesto era asignado a personas experimentadas y de plena
confianza, pues ejercían todas las funciones de gobierno en el virreinato. Virreyes
y gobernadores modificaban o suspendían las disposiciones del rey, otorgaban
mercedes, licencias y autorizaciones en materia de tierras, minas, tributo y trabajo,
daban instrucciones a las autoridades inferiores y confirmaban las elecciones
municipales. A pesar de lo extenso de sus funciones, el virrey y los gobernadores
estaban restringidos por las audiencias, por los obispos y por los visitadores; todo
funcionario, al final de su gobierno, debía someterse a un juicio de residencia.

Junto al virrey, que gobernaba sobre el territorio central de Nueva España, se


nombraron gobernadores provinciales en Nueva Galicia (1533), en Guatemala
(1561), en Nueva Vizcaya (1562), en Yucatán (1565), en Nuevo León (1580) y en
Nuevo México (1598), aunque estas autoridades tenían extensos poderes, en
algunas materias debían obediencia al virrey.

Las audiencias eran originalmente tribunales civiles y criminales que tenían


jurisdicción sobre amplios territorios, pero las condiciones americanas propiciaron
que estos organismos ejercieran también funciones de gobierno y de consejo.
Había audiencias en la Ciudad de México y en Guadalajara, presididas
respectivamente por el virrey y por los gobernadores de esos reinos. El gran poder
de las audiencias provocó a veces conflictos entre los oidores y las máximas
autoridades virreinales.

El virrey, los gobernadores y las audiencias regulaban la política del reino a través
de las autoridades regionales, denominadas corregidores, alcaldes mayores y
tenientes encargados de cobrar los tributos y de administrar la justicia. Estos
funcionarios habían sido nombrados originalmente para administrar los pueblos
del rey y ahora extendieron sus funciones a todos los pobladores indígenas. Ellos
sustituyeron a los encomenderos en la explotación de sus recursos.

En la Nueva España funcionaban dos fuerzas: por un lado, los grupos de poder
locales, formados por los comerciantes, los terratenientes y los religiosos,
representados respectivamente en el Consulado, en los ayuntamientos de México
y de las capitales más importantes, y en las provincias de las órdenes regulares;
por el otro, los virreyes, gobernadores, oidores y obispos nombrados desde
España. Tanto unos como otros tenían facultades para cobrar impuestos y
administrar territorios.

La existencia de un poder repartido entre tantas instancias provocó grandes


conflictos. Fueron comunes la pugna entre el virrey con la Audiencia, o con el
arzobispo en turno. Éste último ocupó en varias ocasiones el cargo virreinal. Los
principales focos de tensión fueron los excesivos impuestos; la afectación de los
grupos de poder local; las pugnas entre el clero regular y el secular por el control
de las parroquias de indios; el descontento de los criollos terratenientes con los
corregidores y alcaldes mayores provenientes de España, que eran quienes
controlaban la mano de obra indígena. En dos ocasiones, en 1624 y en 1692, las
pugnas entre las autoridades virreinales, unidas a la escasez de maíz provocada
por la ambición de los mercaderes, generaron rebeliones populares, conocidas
como motines.

Con el pretexto de proteger a los nativos y para tener un mayor control sobre ellos,
los frailes y funcionarios dividieron a la sociedad en dos repúblicas o sistemas
administrativos, uno para los indios (República de Indios) y otro para los españoles
(República de Españoles). Sin embargo, esta tajante separación no pudo ser
llevada a la práctica.

Con la anuencia de los frailes, las comunidades indígenas conservaron el sistema


autóctono de propiedad comunal, el gobierno de sus señores nativos y la
organización tributaria, al mismo tiempo que aceptaban otras instituciones
impuestas por los españoles como los hospitales y cofradías. Además, poco a
poco, los pueblos del centro recibieron mucha influencia de las ciudades de
blancos y en varios, aunque estaba prohibido, se asentaron españoles, dando
lugar a comunidades mestizas. Tal proceso no ocurrió en Oaxaca, Chiapas ni
Yucatán, donde los pueblos autóctonos se mantuvieron relativamente aislados.

Para mediados del siglo XVI ya en muchos poblados convivían los antiguos usos
prehispánicos en la casa, la comida, el vestido y el mercado con elementos que
habían llegado de España. La vida cotidiana estaba marcada por las festividades
cristianas, y el culto a los santos patronos comenzaba a sustituir el de los antiguos
dioses. No obstante, era notoria la supervivencia de prácticas mágicas y religiosas
tradicionales relacionadas con la agricultura y fomentados por los caciques, los
curanderos y los ancianos. Muy pronto, comenzaron a registrarse fenómenos de
sincretismo entre los sistemas de creencias.

Las ciudades fundadas para albergar a los colonos provenientes de España se


convirtieron en las grandes capitales episcopales y administrativas de la Nueva
España. En ellas se construyeron palacios, templos y conventos a una gran
velocidad y se trazaron las calles siguiendo la planta reticular de acuerdo con el
modelo de la Ciudad de México. En su centro, la plaza de armas albergó los
edificios sede de los poderes civil y religioso y el mercado. Este modelo se
extendió en todas las poblaciones, incluidas las indígenas.

Alrededor de la traza regular y en cuadrícula, donde se asentaron los blancos,


crecieron los barrios indígenas en forma desordenada y con grandes carencias en
los servicios; ahí también se acomodaron los negros y los mestizos, que
trabajaban, junto con los indios, en la construcción y en el abasto de mercancías
para las ciudades. Esta inmigración laboral fue más notable en los centros mineros
que, por no ser ciudades fundadas de forma oficial, crecieron sin orden ni traza.
El suceso que tuvo un mayor impacto económico en la antigua Mesoamérica, fue
sin duda la gran mortandad que se abatió sobre la población indígena; causada
sobre todo por las enfermedades llegadas con los españoles. Con todo, la
escasez de mano de obra que esta crisis demográfica produjo motivó tan sólo una
redistribución de la fuerza de trabajo necesaria para el crecimiento de actividades
como la minería y la agricultura. El desarrollo de tales actividades fortaleció a un
grupo social que requería la mano de obra indígena, monopolizada hasta entonces
por frailes y encomenderos. La Corona, que también veía con malos ojos el control
que ejercían los encomenderos, comenzó desde 1542 a limitar sus privilegios con
una serie de reglamentos que tendían a hacer desaparecer la encomienda.

En lo que se refiere al cobro de tributos, la Corona redujo a un solo impuesto todas


las cargas que los indios entregaban a los encomenderos, a los caciques locales y
a los religiosos y aumentó las rentas que pagaban los pueblos sujetos a la Corona.
En el aspecto laboral de la encomienda, los servicios personales gratuitos fueron
prohibidos y se creó el sistema de repartimiento, por lo que se obligaba a las
comunidades a entregar un determinado número de indígenas cada semana para
laborar en las empresas españolas. Aunque la ley decía que el trabajo repartido
debía ser remunerado y se limitaba el número de trabajadores que podían
repartirse, el tiempo de servicio, la distancia entre el pueblo y el lugar de trabajo, y
la corrupción burocrática facilitó a menudo los abusos.

La política de la Corona favoreció a los nuevos colonos dedicados a la agricultura,


a las construcciones urbanas y a la minería. Esta última fue el eje central de la
economía novohispana principalmente por la importancia que tenían los metales
preciosos en la economía mundial, pero sobre todo la necesidad de recursos para
la Corona.

El auge minero se produjo en la segunda mitad del siglo XVI, con el


descubrimiento de yacimientos naturales de plata en Zacatecas, Guanajuato y
Pachuca. Esta actividad propició el desarrollo de nuevas técnicas entre las que
destaca el método de refinamiento de la plata conocido como beneficio de patio
que permitió extraer plata del mineral usando sal, pirita de hierro o cobre y
mercurio. El descubrimiento de este método de amalgamación fue realizado por
un minero de Pachuca en 1552, y tuvo buenos resultados al reducir el tiempo y
costos de producción. No obstante, los principales problemas y limitaciones para
la producción minera fueron la crisis demográfica que hizo escasear la mano de
obra, las circunstancias técnicas de producción y la escasez de mercurio. Todo
esto provocó que, tras un periodo de auge, la actividad minera entrara en crisis y
su producción descendiera durante casi 30 años.
España vivió en el siglo XVII una fuerte crisis financiera que en vano intentó
solucionar sacando recursos de sus dominios por vía de impuestos. La minería y
el comercio, que pagaban grandes cantidades de impuestos (cobrados por la
Hacienda Real), fueron por ello actividades muy impulsadas e influyeron en el
desarrollo económico de muchas regiones.

El papel fundamental de la minería se centraba en crear las condiciones para el


comercio internacional al ser la base para la creación de moneda. En este sector
de la economía novohispana, la plata mantuvo el primer lugar entre los productos
de exportación.

Por otro lado, la minería fue una de las actividades económicas más importantes
que propició la expansión territorial y el traslado de mano de obra hacia los centros
de extracción de oro y plata. En los centros mineros primero se reclutaron indios
de repartimiento y esclavos, pero con el tiempo se emplearon peones asalariados
que fueron atraídos con la promesa de buenos sueldos. Además de consumir
mano de obra, la extracción de plata requería una gran inversión de capital para
excavar túneles, reforzarlos con vigas, desaguarlos cuando se inundaban,
alumbrarlos, procesar la plata para purificarla con mercurio, producto, este último,
que se importaba de España y cuya venta monopolizaba la Corona.

Como no existía una política estatal a favor de la minería, los mercaderes se


hicieron cargo de surtir a los mineros los artículos necesarios y les otorgaban
créditos. Los mercaderes también distribuían en el territorio las telas que
producían los obrajes novohispanos y las variadas artesanías indígenas finas;
ellos importaban productos europeos (como textiles, aceite de oliva y vino),
mercancías de Filipinas (como marfiles, sedas y porcelanas) y esclavos de África y
Asia. También se encargaban de exportar productos que salían hacia Europa,
como los tintes de añil y de grana cochinilla, el cacao, el azúcar y los cueros de
vaca. Los comerciantes también controlaban la Casa de Moneda de la ciudad de
México, el lugar donde los lingotes de plata se convertían en pesos y reales.
Aunque una parte de la plata se quedó en Nueva España, una abundante cantidad
fue enviada a Europa, con lo cual el virreinato quedó insertado en el naciente
sistema económico mundial del capitalismo.

Fue así que, aunado a la minería, el comercio exterior fue de gran importancia. La
necesidad de abastecer de productos europeos a los colonos y la apertura de las
islas Filipinas gracias al descubrimiento de una nueva ruta de ida y regreso entre
América y Asia hicieron posible que Nueva España se insertara en los circuitos
mercantiles internacionales a través de la Nao de China o Galeón de Manila.
Veracruz y Acapulco se convirtieron en los puertos de entrada y salida de
mercancías y desde 1592 un grupo de comerciantes monopolistas creó un
Consulado para proteger sus intereses.

Los Consulados heredaron la burocracia española, poseían reglamentos avalados


por el Real Consejo de Indias y se encargaban de regular el comercio con el
exterior como el contrabando entre mercaderes y el intercambio entre la Nueva
España y la Corona. De hecho, se encargaban de controlar las importaciones y
exportaciones, así como de establecer los impuestos sobre estas actividades.

Con todo, en Nueva España la agricultura y la ganadería seguían siendo la fuente


de riqueza más segura, estable y prestigiosa. Y la producción agropecuaria fue la
actividad a la que se dedicaron los mayores recursos humanos y materiales en el
período colonial.

La agricultura tuvo un lento desarrollo debido sobre todo a que los españoles no
estaban dispuestos a trabajar la tierra porque la consideraban una actividad
inadecuada para los señoríos, en tanto que los indígenas se vieron obligados a
cultivar con técnicas europeas para consumo propio y para abastecer de alimentos
suficientes a los españoles, aunque en época de la productividad decayó al
disminuir la población indígena.

Aunado a la agricultura, otra actividad económica que modificó la economía de


Mesoamérica después de la conquista fue la ganadería. Las sociedades
mesoamericanas solamente habían domesticado al venado y al guajolote, pero la
introducción de caballos, vacas, burros chivos, cerdos y demás especies
transformaron de manera importante no solo las condiciones económicas, sino
también el comercio y las formas de vida en la sociedad novohispana. Emergieron
así importantes zonas ganaderas que contribuyeron al desarrollo del comercio
ultramarino reportando grandes riquezas a la Corona española. Dentro de las
principales zonas ganaderas novohispanas destacan: Durango, Zacatecas,
Aguascalientes, San Luis Potosí, Pachuca, Querétaro, Michoacán, Guadalajara,
Colima, Tlaxcala, Puebla, Veracruz y Guerrero.

La apropiación de las tierras más productivas para el desarrollo de la agricultura y


de la ganadería por parte de los españoles, favoreció la formación del latifundio
(grandes extensiones de tierra en propiedad de unos cuantos dueños) en las
regiones del centro y del norte, aunque éste no llegó a destruir ni la pequeña y
mediana propiedad ni las tierras comunales indígenas permitió que surgieran
grandes haciendas, mismas que constituyeron el modelo de producción en México
hasta principios del siglo veinte.
La hacienda, fue la base productiva de la Nueva España, era una unidad
autosuficiente que poseía mulas, rebaños, bosques, praderas, tierras de cultivo y
aguas de regadío. Cada hacienda, sin embargo, se especializaba en la producción
de varios insumos que se vendían en las ciudades cercanas o se exportaban:
cueros, carne y sebo, azúcar y alcoholes, cereales, pulque y lana.

En función de las actividades agrícolas y mineras, se establecieron en Nueva


España talleres artesanales y obrajes; en los primeros se trabajaban productos de
hierro, cobre, vidrio y cerámica, entre otros productos, y podían ser en alguna casa
o en locales donde se tenía una tradición familiar bajo el control de un gremio. En
los obrajes, que podrían ser un antecedente de una fábrica o manufactura de
industria textil principalmente, las condiciones eran pésimas, desde el local
insalubre y la falta de maquinaria adecuada hasta el trato hacia los trabajadores
(negros, indios y castas en donde llevaban una vida de esclavos encerrados en
subterráneos mezclados con criminales). También el tabaco fue una de las
manufacturas más productivas de Nueva España.

La organización de los obrajes en gremios provenía de la Edad Media, y bajo el


patronato de un santo provocó que indios, negros y mulatos, pese a sus
habilidades y destrezas para desarrollar los oficios fueran considerados meros
aprendices. Esta situación y las condiciones de trabajo de los pueblos
conquistados hicieron que se estancara el trabajo industrial.

Por otro lado, la aclimatación de la caña de azúcar y la oliva obligó a los españoles
a instalar en Nueva España molinos o trapiches para extraer los jugos de la caña y
el aceite de la oliva y donde el trabajo se hacía con la fuerza humana. También
fueron necesarios los trapiches para minería en el lavado del oro y la recuperación
del azogue. Todos los productos extraídos de los trapiches fueron muy cotizados y
enriquecieron a sus dueños.

Como podemos ver, el descubrimiento de América produjo una serie de cambios


importantes para la humanidad. La colonización de Nueva España produjo una
sociedad caracterizada por la desigualdad social.

La aparición de nuevas etnias propició que se crearan diferencias raciales, con


una postura racista de los españoles peninsulares, en las que, por ser los
conquistadores, venidos de Europa tenían privilegios y superioridad sobre el resto
de la sociedad colonial. Acudían a América como parte del séquito de los virreyes
con el deseo de integrarse a los altos puestos del gobierno, en el comercio, la
ganadería las minas. Pero también hubo muchos peninsulares (llamados así por
provenir de la península ibérica), que sólo se hicieron artesanos, pequeños
comerciantes, artesanos y mayordomos, y no faltó el grupo que no quería trabajar,
del cual salieron vagos y pillos que se escudaban en su linaje de sangre.

Dentro de la estructura social de la Colonia, el segundo nivel lo ocuparon los


criollos, hijos de españoles y nacidos en América. Los cargos superiores estaban
reservados a los españoles, mientras que los criollos eran dueños de haciendas y
ranchos de mediana importancia. Entre ellos había profesionistas formados en la
Universidad de México y en los colegios de la Compañía de Jesús (jesuitas). Los
criollos estaban privados de los puestos de privilegio y ocupaban empleos
subalternos. Esta exclusión significaba para ellos la privación de honores oficiales,
lo cual, con el paso del tiempo causó gran resentimiento (y esto justamente es el
antecedente de lo que más adelante en 1808 se piense en independizar la colonia
que era la Nueva España de la metrópoli España en esta ocasión es fallida porque
sólo la quieren hacer efectiva solo los criollos pero para 1810 los criollos
involucran a todo el pueblo y donde el cura de Dolores Miguel Hidalgo toma un
símbolo que une al pueblo de México a la virgen de Guadalupe).

La composición del grupo indígena fue también muy compleja y heterogénea.


Había muchas etnias con lenguas, costumbres y formas de subsistencia
diferentes. Todos ellos fueron objeto de gran explotación y violencia
generalizadas, ya que no se cumplieron las disposiciones reales para con ellos:
pésima alimentación, agotadoras jornadas de trabajo en minas y encomiendas.

Un siglo después de instaurado el virreinato en América, comenzó la importación


de esclavos africanos a Nueva España por petición de Fray Bartolomé de las
Casas al rey de España. Los negros fueron traídos específicamente para realizar
los trabajos más duros en las plantaciones y minas, ya que eran más resistentes y
ofrecían mayor rendimiento.

Los indios y negros fueron el grupo social más explotado en la sociedad colonial.
Estaban ubicados en ganaderías, haciendas y talleres, o como sirvientes,
artesanos, mayordomos y arrieros. A los negros que se retiraban a las montañas a
vivir en libertad se les llamaba cimarrones, y los que vivían sometidos a reglas de
las ciudades se les llamaba mansos. Estos últimos quedaron sometidos a severas
restricciones y prohibiciones; por ejemplo, no se les permitía tener casa propia,
debían servir en el seno de una familia o tener un oficio como aprendices, no
podían usar armas ni salir de noche, no se podían reunir más de tres ni debían
montar a caballo, y si infringían estas disposiciones se les aplicaban severos
castigos. Debido a este trato inhumano, se dieron frecuentes sublevaciones, la
más violenta ocurrió en el siglo XVII en Orizaba, Veracruz, acaudillada por el
negro Yanga, quien fundó el pueblo de San Lorenzo de los Negros, donde éstos
podían vivir en libertad.
Los hijos de padre español y madre indígena recibieron el nombre de mestizos.
Los primeros mestizos no tenían ni hogar ni lugar definido en la nueva sociedad
colonial. Eran rechazados tanto por los indígenas como por los conquistadores. En
el siglo XVII se multiplicaron y se hicieron presentes en todos los ámbitos, una
minoría logró ingresar a la Universidad y otra al clero secular. Pero la mayoría se
integró, por sus rasgos físicos y su tono de piel, a las repúblicas de indios o a las
de los españoles. El papel de los mestizos en la sociedad fue, desde el principio
de la Conquista, un factor de inestabilidad, pues al multiplicarse resultaron
inquietantes para el poder político.

Con la conjunción de los tres grupos étnicos: blancos, indígenas y negros, se dio
origen a la formación de castas. Con el paso del tiempo incluso hubo mezclas
entre castas, lo cual produjo una abigarrada y fraccionada sociedad novohispana.
Este sector útil y productivo, estuvo marcado por los prejuicios de los
peninsulares, preocupados por los linajes y la limpieza de sangre. En el libro Las
castas del México colonial o Nueva España, de Nicolás de León (1924), se
mencionan 53 grupos constituidos de castas con sus denominaciones, algunas
muy pintorescas y despectivas. La vida de las castas estuvo regida por las
Ordenanzas de la Real Audiencia, que especificaban los oficios que podían
desempeñar y la indumentaria que tenían permitido portar. Estaban excluidos de
recibir homenajes o de ocupar empleos y cargos de cierta importancia, lo cual les
impedía alcanzar un mejoramiento económico y la superación cultural.

Fuentes consultadas:
-ORTEGA Ambriz, Carlos. et al (2018) Paquete didáctico Historia de México I,
México: CCH Vallejo.
-RUBIAL García, A. (1999) La Nueva España. México: Tercer Milenio.
-SÁNCHEZ, H. et.al. (2ª. Ed. 2011) Historia de México 1. Competencias +
Aprendizaje + Vida. México: Pearson.

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