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Portada
Sinopsis
Portadilla
Dedicatoria
PRÓLOGO
I. ¿QUÉ ES LA ANSIEDAD?
1. ¿POR QUÉ ES IMPORTANTE QUE HABLEMOS DE
ANSIEDAD?
2. LA ANSIEDAD Y YO
3. ¿ES CIERTO TODO LO QUE SE DICE SOBRE LA
ANSIEDAD?
II. ¿CÓMO SE EXPRESA LA ANSIEDAD EN MÍ?
4. LA ANSIEDAD Y LO QUE PIENSO
5. LA ANSIEDAD Y LO QUE SIENTO
6. LA ANSIEDAD Y LO QUE HAGO
III. ¿POR QUÉ VIVO CON ANSIEDAD?
7. ¿CUÁL ES LA CAUSA DE LA ANSIEDAD?
8. ¿QUÉ PENSAMIENTOS PUEDEN PROVOCARME
ANSIEDAD?
9. ¿CÓMO ME PROTEJO DE LA ANSIEDAD?
10. ¿EN QUÉ TIPO DE SITUACIONES PUEDO SUFRIR
ANSIEDAD?
IV. ¿CÓMO ME AFECTA LA ANSIEDAD?
11. ¿CÓMO IMPACTA LA ANSIEDAD EN MI VIDA?
12. ¿CUÁNDO SE CONVIERTE LA ANSIEDAD EN UN
PROBLEMA?
V. MI CAJA DE HERRAMIENTAS PARA LIDIAR CON LA
ANSIEDAD
13. ¿CÓMO PUEDO LIDIAR CON LA ANSIEDAD?
14. LA RESPIRACIÓN DIAFRAGMÁTICA:
CONTROLANDO EL NERVIOSISMO
15. LA RELAJACIÓN MUSCULAR PROGRESIVA:
LIBERANDO TENSIONES
16. MINDFULNESS: VIVIENDO EL MOMENTO
PRESENTE
17. LA IMAGINACIÓN GUIADA: EVOCANDO ESCENAS
AGRADABLES
18. EL DEBATE RACIONAL: CONOCIENDO Y
CUESTIONANDO MIS PENSAMIENTOS NEGATIVOS
19. LA DESCATASTROFIZACIÓN: AJUSTANDO MIS
EXPECTATIVAS PERSONALES
20. LA SOLUCIÓN DE PROBLEMAS: TOMANDO LAS
MEJORES DECISIONES
21. LA HORA DE PREOCUPARSE: CONTROLANDO EL
MOMENTO
22. LA ESCRITURA EMOCIONAL: CONVERSANDO CON
MIS SENTIMIENTOS
23. LA ACEPTACIÓN INCONDICIONAL: AMÁNDOME
TAL Y COMO SOY
24. LA LÍNEA DE LA VIDA: ENTENDIENDO EL CAMINO
QUE HE RECORRIDO
EPÍLOGO
BIBLIOGRAFÍA
Créditos
Gracias por adquirir este eBook
Joaquín Mateu-Mollá
A todas las personas que me confiaron su
tiempo y de las que tanto pude aprender
PRÓLOGO
Empieza el viaje
LA ANSIEDAD Y YO
¿QUÉ ES LA ANSIEDAD?
APARIENCIAS
La decisión de aislarse
El cuestionamiento de la invulnerabilidad
¿Esto es ansiedad?
costoso
ACONTECIMIENTOS
Un trauma en el paraíso
Tras muchos años ahorrando, por fin habían podido hacer el viaje de
sus sueños. Allí estaban los dos, una pareja de recién casados
disfrutando de un domingo especialmente soleado. Pedro miró el cielo
completamente despejado de la mañana y la línea del mar, que, allá a
lo lejos, dibujaba filigranas con la espuma. La vida no podía ser mejor
de lo que era en aquel momento... La paz había llegado por fin a su
existencia.
De repente, un montón de gritos lo arrancaron de sus sueños. La
gente corría desesperada tierra adentro y un rugido profundo llenaba el
aire. Miró delante de él y se extrañó por lo distante que parecía la orilla.
Pero fue entonces cuando lo vio y entendió lo que pasaba: el horizonte
estaba retorciéndose como una serpiente, desdibujando su perfecta
línea horizontal. El mar parecía reptar hacia sus entrañas, dejando
centenares de pececillos chapoteando a pocos metros de donde
estaban. Miró alrededor y encontró a Mireia aún tumbada, ajena a lo
que estaba ocurriendo delante de sus narices: una ola imposible
amenazaba a lo lejos con engullir todo cuanto se pusiera frente a ella
mientras avanzaba desaforadamente hasta donde se encontraban.
Gritó tan fuerte que despertó a su mujer, que se revolvió en un
sobresalto sobre la toalla y se giró para descubrir una pesadilla muy
real.
Los acontecimientos se precipitaron: un grupo de nadadores
rezagados braceaba intentando escapar de una garganta oscura que
los arrastraba hacia lo desconocido, la gente gritando y apiñándose a
las puertas de prácticamente todos los edificios, los coches haciendo
sonar sus cláxones en un intento desesperado por escapar de allí... En
cierto momento el cielo empezó a oscurecerse como si de repente se
hubiera hecho de noche, y una lengua líquida se estrelló en la primera
línea de hoteles. El estallido fue tan fuerte que centenares de alarmas
saltaron al mismo tiempo en una cacofonía. El caos era absoluto y
empezaron a sucederse escenas inenarrables, el resultado inevitable de
la desesperación humana en su lucha por sobrevivir.
SOBREPASA
Su infancia no fue nada fácil. Marina pasó gran parte de sus primeros
años viviendo en casas de acogida y orfanatos. Cuando apenas era un
bebé la encontraron a las puertas de una iglesia con una nota escrita a
mano donde su madre biológica explicaba que no podía hacerse cargo
de ella, por lo que fue cuidada por muchas personas diferentes hasta
que un día cumplió la mayoría de edad. Esto no hubiera sido problema
de no ser porque tuvo la mala suerte de que nunca coincidió con nadie
que le diera el cariño que necesitaba y anhelaba, a veces tras la
apariencia de chiquilla malhumorada. Percibía que sus vínculos siempre
habían sido frágiles y que jamás llegaba a construir una imagen segura
del mundo ni de sí misma. Había aprendido que el amor era condicional
y que, si se «portaba mal» o no cumplía las expectativas de quienes la
rodeaban, la abandonarían de nuevo. «Otra vez», pensaba, y su
corazón se llenaba de tristeza.
Aquella tarde había salido antes del trabajo: era Nochebuena, y
podría disponer de unas horas más para cenar junto a su familia. Había
logrado construir una familia pequeña pero acogedora con sus propias
manos y con las de su mujer, habían adoptado dos niños y les había
podido dar todo el afecto del que ella careció tantos años... No
obstante, a veces, cuando veía a otras madres junto a sus hijos, no
podía dejar de sentir cierta envidia. No estaba segura de que fuera la
palabra que mejor describía ese sentimiento, pero era la que había
decidido usar a falta de otra que se ajustara más. Tenía a quien querer
y se sentía querida, pero le faltaba una pieza para completar el puzle:
cuando el mundo era un páramo hostil, no hubo nadie que la abrazara
con la sinceridad de quien ama desinteresadamente a otra persona, y
sentía que ese vacío profundo no podía llenarse con nada.
Estaba segura de que muchas de las dificultades por las que había
tenido que atravesar se explicaban precisamente por esta carencia. Por
ejemplo, nunca tuvo demasiada seguridad cuando se tenía que
decantar por un camino si la línea de su vida se bifurcaba, pues sentía
que todo el peso de una equivocación recaería solo sobre ella. Era
cauta, quizá demasiado, y tenía mucho miedo a perder todo lo que
había construido. A menudo prefería callarlo, no decir nada, incluso a su
pareja y a sus mejores amigos. Era como si el mundo entero se
tambaleara bajo sus pies, a pesar de que sabía bien que estaba
rodeada de personas que la querían y que le prestarían toda la ayuda
del mundo. También eso le costaba mucho, precisamente: pedir que
alguien le echara una mano.
Los duelos son momentos clave en los que deberemos respetar las
emociones propias y las de los demás, simplemente permitiendo que
sean tal y como son, sin forzar en tiempo ni en forma.
Era un chico guapísimo, tanto tanto que Mireia no podía creer que
tuviera algún interés en ella. En realidad todavía no se habían conocido
en persona, pero eso era algo que se solucionaría esa misma noche.
¡Qué nervios! Llevaban ya bastante tiempo insistiendo en que sería
fantástico verse, en especial porque ambos vivían en la misma ciudad y
en las muchas horas de conversación telefónica que habían compartido
había quedado muy claro que tenían un montón de cosas en común. Se
gustaban mucho. A los dos les encantaban los bailes de salón y los
animales, habían trabajado como voluntarios en refugios diferentes y
tenían mascotas que estarían encantadísimas de ser buenas amigas.
Todo parecía perfecto, como si un guionista de cine hubiera escrito
cómo sus vidas se hallaban a punto de colisionar..., pero aun así se
sentía intranquila. Había pasado la mañana con tanta angustia que no
había salido más de cinco minutos del baño, y empezaba a preguntarse
si sería buena idea enviarle un mensaje de texto y fingir que se
encontraba mal. Seguramente lo entendería, pues era alguien
comprensivo, pero sería una forma pésima de empezar la relación. Si es
que... ¡ya estaba construyendo castillos en el aire pensando en «una
relación»!
Se miró en el espejo. De cerca, de lejos. De frente, de perfil. Hacía
apenas un par de días que un grano inoportuno había aparecido en la
punta de su nariz y todavía podía verse la sombra oscura que había
dejado. Era un tema especialmente peliagudo. Para Mireia su nariz era,
con seguridad, la parte que menos le gustaba de sí misma. Había
ideado todo un sistema de espejos y ángulos con los que verse de lado
y siempre que lo hacía sentía un repentino horror. Lo que veía allí no le
gustaba. Solía consolarse pensando en lo que algunos decían: que
todos solemos vernos raros en el espejo. Pero ella no se veía rara, qué
va: se veía francamente horrible. El puente era demasiado pronunciado
para su gusto y formaba un ángulo un tanto exótico, seguramente
resultado de un accidente que sufrió hace un montón de años con el
columpio de un parque. Además, el grano, ese maldito grano... era
como un puntero láser que gritaba: «¡Eh, estoy aquí, mírame bien!».
Este defecto físico ya le había jugado malas pasadas antes, hasta el
punto de impedirle salir con amigas a más de un lugar, pues en secreto
pensaba que era la acompañante fea que debe haber en todos los
grupos para darles una razón de ser. Ahora, incluso era un monstruo
peor.
Miró el teléfono, lo cogió y lo volvió a dejar en el sitio. Ni el mejor
maquillaje del mundo disimularía aquello. Vaciló un poco. Al final buscó
el nombre de aquel chico y le envió un mensaje corto: «¿Estás?». Pocos
segundos después vio que estaba conectado, que leyó lo que le había
escrito y que le respondió junto a varios emojis: «Sí, y con muchísimas
ganas de verte».
¿CUÁNDO SE CONVIERTE LA
ANSIEDAD EN UN PROBLEMA?
Apenas tenía siete años. Como muchas otras tardes antes de aquella,
Marta había salido a jugar a un parque cercano bajo la atenta mirada
de su abuela, que la vigilaba con disimulo mientras charlaba con una
vecina. Le tranquilizaba escuchar su voz, pues significaba que la
distancia que las separaba no era insalvable en el caso de que
tropezara o cayera, y que podría recibir su ayuda si la necesitaba. Quizá
por ello se aventuraba sin dudar en todas las atracciones, trepando
como un mono o arrastrándose como una serpiente, impulsada por la
aparentemente infinita energía de la infancia. De vez en cuando corría
hacia su abuela y tiraba de su falda para hacerla testigo de alguna
hazaña: del descenso por la pendiente del tobogán o de cómo ascendía
con su columpio hasta rozar el cielo con la punta de los pies.
Marta brincó dentro del cajón de arena y hundió sus diminutos
dedos en el interior, sintiendo la calidez de un verano inminente. Allí
jugaban otros niños de edad similar a la suya, horadando la tierra y
construyendo una compleja red de túneles que comunicaban los unos
con los otros. Le recordó por un breve instante aquel libro de cuentos
que solían leerle justo antes de dormir, que hablaba de historias de
enanos y su destreza para construir ciudades enormes en las entrañas
del mundo. Casi podía escuchar el sonido de las mazas retronando
contra los yunques en cuevas repletas de riquezas imposibles. Pese a
que siempre la vencía el cansancio antes de escuchar el final, su
imaginación le permitía concluirlas en el inhóspito territorio de los
sueños.
Se agachó frente a uno de aquellos agujeros y escrutó su interior,
preguntándose cómo sus bóvedas podían soportar tantísimo peso sin
derrumbarse. Si se empeñaba, alcanzaba a escuchar el rumor de las
corrientes subterráneas y el rugido de un dragón confundiéndose entre
ellas, oculto en una caverna de aquel improvisado laberinto. El túnel
que se descubría frente a ella era larguísimo, pues surcaba de extremo
a extremo la montaña de arena y quedaba atravesado por otros mucho
más pequeños, como si fuera una avenida principal de la que irradiasen
discretas callejuelas. Reparó por un momento en la luz que se filtraba
desde el otro lado, en cómo destellaba al acariciar las piedrecitas rojas
que salpicaban sus paredes aquí y allá. Su curiosidad hizo que se
acercara tanto a aquel agujero que, para cuando quiso darse cuenta, el
mundo exterior había desaparecido. Se visualizó a sí misma danzando
en galerías grabadas con martillo y cincel, mientras sus pasos
reverberaban en la oscuridad. Estaba ensimismada, como si se hubiera
colado de repente en alguna de sus ensoñaciones. La algarabía de los
niños y los coches cercanos era como un eco sordo e irreal. Y entonces
sucedió todo, rápida e imprevisiblemente.
Marta no sabría precisar cuánto tiempo transcurrió, pero llegado
cierto momento notó un dolor insoportable en una de sus piernecitas, y
pensó: «¡Es el dragón! ¡Me ha encontrado!». Se revolvió como un gato
acorralado mientras una fuerza salvaje tiraba de ella hacia atrás, más
allá de la caverna de los enanos, hacia la noche oscura. El silencio mutó
en un escándalo súbito, una tormenta de voces alarmadas que se
atropellaban de forma desordenada, caótica: «¡Me va a engullir!». Su
frágil cuerpecito se arrastró por la arena y sintió cómo se rasgaba la
piel de sus codos y de sus rodillas. Gritó: «¡Abuela!». Pero todo se
fundió, la realidad se desplomó tras el telón de la conciencia y tras ella
se descubrió un escenario impenetrable.
Más adelante le contarían que su dragón carecía de escamas y alas.
Que en su lugar tenía pelo y un par de colmillos agudamente afilados:
los de un perro cegado por una imprevista e intensísima rabia. Desde
aquel momento la mayoría de sus sueños se veían interrumpidos por su
silueta negra, agazapada y silenciosa, desdibujando así lo que hasta
entonces fue su reino de fantasía. Su rugido se convirtió en el leitmotiv
de su miedo, y desde aquel día no pudo acercarse sin sentir ansiedad a
otros animales que se asemejaran mínimamente a aquel. Aunque a
menudo otros le reprochaban que su temor era exagerado, y que
incluso su propia razón le sugería esto mismo, no podía evitar sentirse
abrumada por él. Todavía hoy, mientras rememora aquella escena, una
lágrima se desliza por sus mejillas. Señala la cicatriz que prueba la
realidad de aquel hecho perdido en la garganta del tiempo, como una
huella indeleble en su pie izquierdo y en su historia.
LA AGORAFOBIA
LA ANSIEDAD SOCIAL
LA ANSIEDAD GENERALIZADA
De preocupación en preocupación
Se dejó caer sobre la cama, abrumada. Había sido un día largo, ya que
había tenido que hacerse cargo de muchísimas tareas que tenía
pendientes desde hacía tiempo y no parecía que la situación fuera a
mejorar a corto plazo. Su agenda estaba repleta de pósits y papelitos
entremezclados con las páginas, con anotaciones aquí y allá,
recordatorios de todo tipo de responsabilidades que iban acumulándose
irremisiblemente. Cuando acababa una brotaban, como setas, tres más.
Sabía que únicamente ella se anticipaba lo suficiente a los problemas
para resolverlos antes de que sus consecuencias fueran irreversibles. Si
hubiera tenido tiempo para pensar en ello habría sentido sobre sus
hombros una responsabilidad extrema, un lastre que cada día le pesaba
más pero que no se atrevía a soltar. Con el transcurso del tiempo había
aprendido que solo cuando se concentraba en sus problemas era capaz
de resolverlos, y cuando intentaba relajarse (yéndose de vacaciones) le
invadía la sensación de que cualquier desgracia podía sobrevenirle a
ella o a sus seres queridos.
A primera hora de la mañana empezaba su retahíla de actividades.
Las tenía todas bien anotadas para no olvidar nada importante, si es
que acaso había algo que no lo fuera... A mediodía todavía permanecía
vigilante, comprobando concienzudamente que la lista se había
completado con éxito. Solo cuando el sol empezaba a declinar en el
horizonte podía dedicar su tiempo a preocuparse por lo que tendría que
hacer a la mañana siguiente. Sea como fuere, siempre había algo que
requería su atención.
Desde hacía algunas semanas le rondaba la cabeza que sus dolores
podrían ser importantes, ya que empezaban a extenderse desde las
cervicales hasta la zona lumbar y en cierto punto parecían invadirla por
completo, desde la cabeza hasta los dedos de los pies. Tampoco sabría
bien cómo describirlos ni creía disponer del tiempo suficiente para
acudir a su médico y someterse a pruebas diagnósticas. Los problemas
digestivos persistentes y el cansancio con el que llegaba al final del día
también eran un recordatorio constante de que quizá debía cuidarse un
poco más. Pero ¿quién se haría cargo de todo si no lo hacía ella?, ¿no se
desmoronaría su mundo tan pronto como apartara la vista? Aprendió
que debía siempre anticiparse, mantener la mente ocupada en lo que
pudiera ocurrir a medio y a largo plazo, pues solo así dispondría de
algún margen para solucionarlo en caso de necesidad.
Entornó los ojos y observó el techo blanco de la habitación,
inmaculado, como un lienzo por el que desfilaban pensamientos tan
invasivos como familiares. ¿Cuánto tiempo podría seguir de esa
manera, viviendo una vida imposible? Suspiró y se acomodó en el
colchón. Cinco minutos nada más. El tictac del reloj, que llegaba a sus
oídos desde la cocina, se le antojó una amenaza silenciosa.
EL TRASTORNO OBSESIVO-COMPULSIVO
Uno, dos, tres. Julián abrió y cerró la puerta de su casa tres veces, como
cada mañana, hasta que el último de los portazos resonó en el aire con
un estruendo convincente. Como de bien cerrado. Se alejó andando
casi de espaldas hasta el ascensor tratando de retener en su memoria
aquella imagen, a la que podría acudir durante el día si se le planteaba
la peregrina idea de que hubiera podido dejar la puerta entornada o
simplemente abierta de par en par. Alguna vez pensó incluso en hacer
una fotografía de la escena, pues el teléfono la almacenaba con el día y
hora en que se había tomado. Sería una prueba convincente,
irrefutable, que asfixiaría sus temores y lo dejaría vivir en paz.
Era una mañana tranquila, con un cielo límpido que anunciaba la
llegada de la primavera. Como tenía un trayecto largo hasta el trabajo,
solía aprovechar aquellos minutos para organizar todas las tareas que
debía enfrentar a lo largo del día: informes pendientes, clientes a los
que llamar o nuevas oportunidades de negocio. Cuando hubo andado
un par de manzanas, se vio atropellado por un pensamiento
automático, una de aquellas obsesiones que solían enturbiar su mente:
¿habré dejado los fogones encendidos? Justo después, como eslabones
de una cadena pesada e irrompible, se sucedieron un montón de
imágenes horribles y perturbadoras: la casa ardiendo, los vecinos
observando las llamas desde la acera con cara de asombro y los
bomberos derribando la puerta y sofocando el fuego. Trató de recuperar
la imagen de los mandos apuntando a las doce en punto, y lo logró. No
obstante, ¿y si aquella imagen de su fogón no era realmente reciente?,
¿y si quizá se escondía en algún rincón sórdido de su memoria y había
asomado a la conciencia solo para tranquilizarlo?
Se detuvo en seco. Su cabeza era un torbellino de dudas y
desesperación, incluso notaba el sonido de la sangre aplastándole las
sienes. Quizá aún podría deshacer la distancia recorrida, abrir y cerrar
la puerta (un, dos, tres), comprobar que todo estaba como debía estar
en la cocina, abrir y cerrar la puerta (un, dos, tres) y rehacer sus pasos
hasta volver al punto en el que se encontraba. Echó un vistazo rápido al
reloj: las 9.17. Con el ritmo acelerado y el aliento entrecortado
emprendió el camino de vuelta a casa, resignado, preguntándose qué
pensarían los vecinos si lo encontraban yendo y viniendo por las calles
como un pollo sin cabeza. Con el corazón en un puño, oteando el
horizonte en busca de alguna columna de humo que corroborara sus
temores, alcanzó nuevamente el punto de partida. Abrió la puerta (un,
dos, tres) y corrió por el pasillo hasta llegar a la cocina.
Prefirió quedarse en el umbral, para no tocar nada en caso de que
todo estuviera bien. No podía arriesgarse a dejar la llave del gas abierta
por descuido. Desde allí aguzó la vista para comprobar que no había
ningún problema, al menos en apariencia. Todos los mandos marcaban
las doce en punto. Suspiró profundamente y la tensión abandonó su
cuerpo. Se trataba de un alivio familiar por tantas otras ocasiones en
las que, como aquella, había salvado su hogar de una destrucción
inminente. Consciente de que iba apurado de tiempo, enfiló otra vez el
camino hacia la oficina, cerrando la puerta de casa (un, dos, tres) y
preparándose para afrontar sus responsabilidades cotidianas.
Al llegar al trabajo la jefa lo reprendió con un gesto desde la
distancia, golpeteando con el dedo índice la esfera de cristal de su reloj
de muñeca. Julián se disculpó tímidamente, con una mueca y una sutil
elevación de hombros. Se sentó frente a su ordenador y comprobó los
papeles que se apilaban, ordenadamente, sobre la mesa. Y justo en
aquel instante, mientras organizaba unos documentos importantes, lo
asaltó de nuevo otro pensamiento. Parecía que había estado agazapado
en la maleza de sus distracciones mentales, preparado para lanzarse
sobre él en el momento más inoportuno: «¿Habré cerrado la puerta de
casa (un, dos, tres)?». Trató de recuperar la imagen de la puerta
cerrada, del sonido convincente del portazo, de sus pasos hacia el
ascensor. Y lo logró, por supuesto que lo hizo. Pero... ¿y si todo aquello
solo era una recreación de su primera salida de casa, pero no de la
segunda?, ¿y si con el alivio de los fogones apagados y las prisas se
había descuidado? Aquel pensamiento dio paso a muchos otros: unos
encapuchados hurgando entre sus pertenencias, la desolación de su
salón completamente vacío. De nuevo su corazón se aceleró, presa de
una ansiedad intensa y desbordante.
El trastorno obsesivo-compulsivo es un problema
importante de salud mental que tiene consecuencias graves
para la calidad de vida de quienes lo padecen. Esta
afirmación contrasta radicalmente con muchas obras de
ficción (películas, novelas...) que suelen exagerarlo o
caricaturizarlo hasta el extremo, haciendo que parezca
gracioso o cómico cuando en realidad puede imponer
muchas dificultades. En líneas generales, puede expresarse
en quienes lo padecen como pensamientos intrusivos que
generan inquietud o malestar y que solo se apaciguan
cuando se lleva a cabo una conducta concreta
(compulsión). Se han descrito muchas formas de TOC (son
las siglas por las que solemos conocer el problema), como
la de la limpieza, el orden o la comprobación, entre otras.
Muchas veces se combinan entre sí, lo cual complica
bastante la vida a la persona que lo sufre y a su familia.
El pensamiento obsesivo surge súbita e
inesperadamente. Puede saltar como un resorte cuando se
toca un objeto que se considera contaminado, cuando se
hace algo que se juzga inapropiado o cuando se observan
objetos alrededor que no están dispuestos en un
determinado orden. Inmediatamente la persona se siente
abrumada por una procesión de ideas insistentes, con
contenido amenazante y que contribuye al repunte de la
ansiedad. Puede tener la certeza de que si no reproduce
cierta conducta inmediatamente podría suceder algo
terrible. Así, construye poco a poco un vínculo
supersticioso entre la obsesión y la compulsión, una lógica
carente de objetividad y que la encadena a rituales que
consumen muchísimo tiempo y esfuerzo. De hecho, la
mayoría de las personas con este problema de salud mental
pueden reconocer que no existe conexión alguna entre dar
una palmada y evitar que su hogar se queme, por ejemplo,
pero también afirman que les es difícil romper esa
dinámica. Todo esfuerzo dirigido a lograrlo causa mucha
tensión emocional, y por eso suele requerir la ayuda de
profesionales bien formados.
Algunas personas con TOC comprobarán de manera
recurrente que algo se encuentra tal y como creen que
debería estar, otras ordenarán meticulosamente los objetos
de una habitación y otras limpiarán con pulcritud ciertas
partes de su anatomía o de su hogar hasta erradicar la
sensación de estar sucias o contaminadas. También las hay
que rezan insistentemente, que se enzarzan en cálculos
mentales (sumas, restas, multiplicaciones...) o que repiten
un mantra en voz alta o mentalmente. Tanto las conductas
manifiestas (que pueden observarse) como las encubiertas
(que no pueden observarse) pueden actuar como
compulsiones y pretenden reducir el nivel creciente de
tensión que surge en estas personas cuando se sienten
acechadas por ideas obsesivas. Una vez hechas / cumplidas
/ comprobadas, sienten un alivio que aumenta la
probabilidad de repetirlas en el futuro. De hecho, a medida
que pasa el tiempo la relación entre la obsesión y la
compulsión se fortalece, lo que dificulta el reto de desandar
el camino.
Muchas de las compulsiones que se llevan a cabo en el
contexto del trastorno obsesivo-compulsivo tienen una
naturaleza ritual, esto es, deben ejecutarse de un modo
muy concreto para que las consideren correctas y
experimenten una reducción de la tensión. Esto conduce a
que muchas veces surja la duda, pues se trata de actos tan
cotidianos y automáticos que no se suelen registrar en la
memoria (lavarse las manos, apagar los fogones...), lo que
obliga a repetirlos hasta tener la certeza de que
efectivamente se han hecho (y que además se han hecho
«bien»).
Es importante tener en cuenta que un porcentaje muy
alto de personas se pueden llegar a sentir identificadas con
las características básicas del trastorno obsesivo-
compulsivo, pero lo cierto es que afortunadamente solo una
pequeña proporción lo padecen o lo padecerán. Solo se
considera que la situación es problemática si interfiere en
la vida cotidiana o si produce un intenso malestar subjetivo,
en cuyo caso es esencial consultar con un profesional de la
salud mental.
LA ANSIEDAD DE SEPARACIÓN
LA ANSIEDAD NO ES TU ENEMIGA
LA ANSIEDAD PARADÓJICA
LA RESPIRACIÓN DIAFRAGMÁTICA:
CONTROLANDO EL NERVIOSISMO
Primera parte
Tumbado sobre una superficie firme o una silla cómoda, coloca tus manos en la
posición que he comentado unas líneas atrás: la dominante sobre el abdomen y
la no dominante sobre el pecho. Deberás reducir la luz y el ruido al mínimo
posible, y puede ser interesante que dediques al menos unos minutos a tareas
tranquilas que te resulten agradables. Si aprovechas la noche para relajarte,
algo muy común, lo mejor será que durante las últimas horas solo hayas
utilizado una iluminación indirecta y que hayan pasado como mínimo dos horas
desde que cenaste. Como puedes comprobar, son recomendaciones parecidas a
las que se ofrecen para cuidar la higiene del sueño, el principal método para
combatir el insomnio (por encima de los fármacos con propiedades hipnóticas).
Segunda parte
LA RELAJACIÓN MUSCULAR
PROGRESIVA: LIBERANDO TENSIONES
Cuando llegues hasta este punto revisa mentalmente, una por una, todas las
zonas con las que has estado trabajando hasta el momento. Se trata de un
recorrido mental cuyo propósito es hacerte consciente de cómo tu cuerpo se ha
relajado completamente, y cómo ahora parece que simplemente descansa sin
atisbo de molestias. Tras este breve viaje, al cual podrás dedicar el tiempo que
consideres conveniente (pueden ser dos o tres minutos, por ejemplo),
pasaremos a la siguiente sección del ejercicio. Concretamente, a relajar los
brazos y las piernas.
Orienta la atención a los brazos y las manos, a ambos lados del cuerpo.
Según la posición en que estés se hallarán en contacto con los muslos o
con las rodillas (sentado), o con la cama (tumbado), extendidos
paralelamente respecto al tronco. Ahora es cuando llega el momento de
relajarlos. Sin moverlos de donde estén, aprieta los puños y ténsalos,
sintiendo cómo la sensación se extiende por las manos, los antebrazos y
los bíceps. Mantén esta tensión unos segundos y justo entonces expulsa
todo el aire mientras dejas que los músculos reposen libres de toda carga
(recuerda: siempre debes soltar de golpe los músculos, no poco a poco). Lo
más importante, como ya sabes, es deleitarte en cómo varían las
sensaciones al transitar de un estado a otro, aprender a identificar las
diferencias y a disfrutar de lo que espontáneamente pueda ocurrir. Repite
el movimiento una o dos veces más, dedicándole tanto tiempo como
necesites.
Vamos acercándonos al final del ejercicio. Llega el momento de relajar
tanto las piernas como los pies, extremidades que soportan el peso de
nuestro cuerpo a lo largo de todo el día y que requieren de nuestro
cuidado. Al igual que ocurría con los brazos, el ejercicio variará en función
de si estás sentado o tumbado. En el supuesto de que estés sentado, los
pies deberán reposar planos sobre el suelo y con las piernas sin cruzar, por
lo que solo habrás de mantener el talón exactamente donde está mientras
levantas las puntas de los dedos hacia arriba, como si quisieras acariciarte
las espinillas con ellos. Si estás tumbado, deberás levantar los dedos de los
pies como si apuntaras hacia donde está tu cabeza. Sea como fuere, debes
percibir la tensión acumulándose en las pantorrillas y los muslos sin forzar
demasiado, pues de lo contrario podrías tener calambres u otras molestias
similares. Al acabar, simplemente expulsarás el aire y dejarás las piernas
completamente relajadas. Puedes repetir una o dos veces más.
MINDFULNESS: VIVIENDO EL
MOMENTO PRESENTE
La meditación de la montaña
Para llevar a cabo este ejercicio lo primero será buscar un lugar familiar en el
que sepas que no te van a interrumpir durante, como mínimo, quince minutos.
Es preferible llevar ropa y calzado cómodos e incluso descalzarte si así estás
más a gusto. Adopta una postura sentada, con la espalda firme (sin forzar) y con
los pies apoyados en el suelo. No debes cruzar las piernas. Las manos se
apoyarán en los muslos o rodillas, mientras que la cabeza permanecerá
equilibrada sobre los hombros. Puede ser interesante que alces sutilmente la
barbilla, siempre y cuando hacerlo te resulte sencillo y agradable, asumiendo
una posición que evoque dignidad o solemnidad.
Empezaremos, como de costumbre, respirando. Primero céntrate en cómo
surge la respiración de manera espontánea, y tras algunos minutos realiza tres
inspiraciones y espiraciones profundas (aprovechando tu capacidad pulmonar
natural). Mientras lo haces, proyecta tu atención a las sensaciones que surgen
en las fosas nasales y los labios (la temperatura del aire, su humedad...) y en los
discretos cambios de postura de tu cuerpo (elevación de los hombros, vaivén del
abdomen...). Como siempre, el objetivo es proporcionarte un momento de
tranquilidad sencillo, sin la pretensión de que sea de un modo concreto. Dedica
algunos minutos, tantos como consideres oportunos, a simplemente observar
cómo te nutres del aire que te rodea. Si en algún momento surge algún
pensamiento indeseado que te distrae, entiéndelo como algo totalmente normal
y reconduce la atención al ritmo de tu respiración. Por ejemplo, podrías
visualizar esos pensamientos indeseados como aves migratorias que atraviesan
el horizonte marino hasta desaparecer a lo lejos, fundiéndose en sus
profundidades.
Cuando te sientas preparado, te visualizarás a ti mismo sentado en una roca
o sobre el suelo de un lugar completamente salvaje. Deléitate en tantos detalles
como puedas, estimulando la totalidad de los sentidos mediante la imaginación.
No es necesario que se trate de un lugar conocido: puedes recrear uno
completamente nuevo y fantástico, siempre que reúna las condiciones que te
proporcionan paz. Repara en cómo los árboles se distribuyen a tu alrededor,
dejando filtrar la luz del sol entre sus ramas y hojas. Aprecia también el color del
cielo y el momento específico del día en que estás: puede ser un firmamento
estrellado en plena noche, uno límpido del mediodía u otro que anuncie una
tormenta inminente. Muchas personas se sienten cómodas imaginando el
escenario en las horas de transición entre el día y la noche, donde se mezclan
tonos caoba y malva, lo que enriquece mucho el conjunto. Si acaso adviertes
una nube, céntrate en su densidad y en el modo en que la luz incide en ella,
formando jirones de colores variados. Como puedes apreciar, lo realmente
importante es que enriquezcas la escena tanto como sea posible, incorporando
muchos detalles visuales, colores y formas.
Además de lo visual, por supuesto, debes complementar la escena con otros
detalles auditivos. El sonido de un riachuelo cercano, el trinar de las aves o el
murmullo de la hierba al ser acariciada por el viento. Captar los matices del
sonido contribuye a aumentar la inmersión. En el caso de escenas nocturnas
puedes acompañar el silencio con una brisa suave o el canto de los grillos, o
incluso con el crepitar de una hoguera próxima a donde te encuentras. Los
olores también tienen su importancia, pues la naturaleza emite un abanico
infinito de fragancias que puedes evocar en la memoria: el olor fresco de los
pinos u otros árboles, de las rosas o del agua al fundirse con la tierra. El sentido
del olfato tiene un vínculo potente con las emociones, por lo que puedes
aprovecharlo para traer al presente los recuerdos más entrañables por los que
transitaste a lo largo de tu vida.
IRRACIONALMENTE A VECES
COMUNES?
El debate racional es un proceso que requiere bastante práctica, así que no deberías
tener prisa cuando empiezas a conocerlo. Vamos a aprenderlo con un ejercicio en
apariencia sencillo, pero que puede ayudarte a entender tus pensamientos en
momentos de dificultad. Al principio podrías necesitar un papel para hacerlo más
fácil, pero a medida que el tiempo transcurra interiorizarás los pasos y se convertirá
en un hábito saludable y espontáneo. Por decirlo en otras palabras: acabará
transformándose en un recurso que no exigirá atención ni tampoco esfuerzo, pero
que te aportará muchas cosas positivas. El proceso se inicia cuando identificas una
emoción intensa que te bloquea, momento en el cual deberás detenerte y observar
dentro de ti...
Una vez que hayas estado practicando algún tiempo con la primera parte del debate
racional (un par de semanas aproximadamente, o algo más si así lo consideras),
empezarás con la segunda. En este punto ya deberías ser capaz de identificar más
rápidamente lo que sucede y los eslabones que existen en la cadena de tus
experiencias (suceso-pensamiento-emoción / conducta), por lo que habrás
desarrollado un conocimiento útil con el que cuestionar activamente tus
pensamientos irracionales. Imagínate a ti mismo como un periodista o un científico
en busca de una verdad latente, oculta a las apariencias, a la que te aproximas paso
a paso mediante preguntas (al estilo socrático). Estas incógnitas deben formularse
directamente al pensamiento que te genera malestar, como si fuera un testigo al
que estás interrogando, y persiguen el propósito de poner a prueba la certeza de sus
argumentos o testimonios. En concreto, son cuatro las preguntas que deberás
hacerte:
¿Tengo pruebas objetivas que confirmen que tal interpretación de los hechos es
inequívocamente cierta?
¿Está generándome el pensamiento alguna emoción demasiado intensa o que
me desborda?
¿Aferrándome a esta visión del problema, mejoro mis opciones de resolverlo?
¿Estoy empleando palabras demasiado categóricas para definir qué ha
ocurrido?
Veámoslas en detalle:
Al llegar aquí debes postular una interpretación alternativa para el hecho, en la que
seas sensible al extraer conclusiones. Tendrás que velar por que en contraste con el
pensamiento irracional sea más objetiva (tengas pruebas que la apoyen), más útil
(te facilite las bases para actuar eficazmente respecto a la situación), más sosegada
(te genere emociones más fáciles de gestionar) y que no esté elaborada con
palabras extremas. Cuando por fin la hayas encontrado, podrás ponerla a prueba
formulando otra vez las preguntas socráticas que vimos en un punto anterior, las
cuales te darán las pistas que necesitas para aceptarla o rechazarla. Esto es,
incidirás deliberadamente en tus dinámicas de pensamiento para identificar qué
procesos internos afectan negativamente a tu vida emocional y actuarás sobre ellas
de forma consciente. Es posible que la práctica del mindfulness ayude también, pues
te proporcionará claridad y permitirá adoptar una visión amplia de lo que ocurre
dentro de ti mientras vives situaciones cotidianas. En definitiva, son dos estrategias
complementarias que permiten avanzar en la misma dirección: asumir conciencia de
la vida interior y de cómo esta influye en tus emociones y conductas.
Ahora ya puedes enriquecer el registro con dos columnas adicionales, que
resumen todo el proceso llevado a cabo en este punto. Se trata de las reservadas a
la interpretación alternativa que hayas logrado formular y a los nuevos sentimientos
o acciones que se desprendan de ella. Veamos cómo queda entonces:
LA DESCATASTROFIZACIÓN:
AJUSTANDO MIS EXPECTATIVAS
PERSONALES
LA ACTITUD CATASTROFISTA
LA SOLUCIÓN DE PROBLEMAS:
TOMANDO LAS MEJORES DECISIONES
Uno de los motivos más frecuentes por los que podemos sufrir
ansiedad es la dificultad para resolver situaciones que nos
generan estrés o que percibimos como muy adversas. Pueden
ser conflictos en nuestras relaciones importantes (pareja,
allegados o amigos) o dilemas ante los que debemos
decantarnos obligatoriamente por una alternativa renunciando
a todas las demás, así como la pérdida de algo que era
realmente sustancial para nosotros o para nuestro bienestar.
Todas estas circunstancias requieren un esfuerzo de
afrontamiento y ponen a prueba nuestra capacidad para
soportar el estrés. Si crees que no tienes los recursos
necesarios para lidiar con lo que te está afectando, el estrés se
convierte en distrés e invade tu vida emocional, alzándose
como un factor de riesgo para los trastornos de ansiedad y
para la depresión.
Orientación al problema.
Definición de la situación.
Generación de alternativas.
Valoración de las opciones.
Puesta en marcha.
La primera de las fases es la que suele requerir más tiempo,
pues precisa un análisis minucioso de la situación a la que te
enfrentas, y en ese sentido es algo diferente a las demás. Para
empezar, solo se necesita un bolígrafo y una hoja de papel. ¿Ya
los tienes? ¡Pues vamos a ello!
Como he comentado, ante una situación difícil muchas personas optan por huir o por
actuar de una forma precipitada. Ambos estilos son comunes en el contexto de la
ansiedad y raramente producen resultados favorables, sobre todo porque el simple
transcurso del tiempo no es suficiente para resolver el problema y porque con las
prisas dejamos en el tintero opciones que hubieran podido ser útiles (algo
totalmente previsible si actuamos desde la inercia de la costumbre). La orientación
al problema es una fase reflexiva en la que te dedicas a observar el hecho
estresante en el que estás inmerso, tratando de entender cuáles son sus causas y
cómo sus consecuencias resuenan en tu vida. Debes plantearte si se trata de una
situación en la que estás implicado directa o indirectamente (la valoración primaria
que ahora ya conoces), y si por tanto requiere tu esfuerzo activo o no. Es un
momento valioso para sondear los recursos que tienes a tu alrededor en términos
humanos, materiales y temporales (valoración secundaria), por lo que te puedes
plantear interrogantes como: ¿tengo suficiente apoyo de quienes me rodean?,
¿cuánto tiempo debo invertir para mejorar las cosas?, ¿me siento motivado para
seguir, pese a los obstáculos? Todas estas preguntas tienen su importancia. Algo útil
para la mayoría de las personas es dedicar tiempo a escribir sobre todo esto en un
diario, donde puedes dejar fluir lo que sientes y todo lo que te preocupa. Al finalizar
el proceso, que puede prolongarse tanto como necesites, habrás avanzado varios
pasos en dos direcciones: evitarás la impulsividad y recabarás información detallada
sobre las coordenadas del problema. Algo fundamental será ahondar en cuestiones
como:
¿El problema puede ser modificado con mi esfuerzo?
¿Es importante para mí solucionar esta situación? ¿Por qué?
¿Con qué ventajas parto?
¿Cuáles pueden ser los obstáculos más importantes con los que podría
encontrarme?
A menudo esta etapa se combina con algunos de los ejercicios que hemos visto
anteriormente de reestructuración cognitiva, puesto que puede existir la creencia de
que los problemas no son en absoluto deseables, con la consiguiente tendencia a
evitarlos a toda costa. Es, por tanto, uno de los momentos más oportunos para
revisar tu forma concreta de afrontar el estrés, puesto que los pensamientos
irracionales te pueden abrumar emocionalmente y conducirte a un auténtico
bloqueo psicológico. Debatir sus contenidos, buscando alternativas realistas y
factibles que los pongan en tela de juicio, te ayudará a observar la situación desde
un prisma optimista (aunque sin perder la perspectiva) y a desarrollar una mejor
disposición de afrontamiento. El debate te permite ubicar tu responsabilidad en un
punto de equilibrio, sin culparte ni desentenderte y sin caer en la desesperación o en
el catastrofismo. Además, con el análisis previo también esclarecerás si la situación
es potencialmente modificable o si realmente no lo es, algo básico para elegir
alternativas de acción.
En el supuesto de que la situación sea modificable, deberás realizar el esfuerzo
que consideres oportuno para hacer algo al respecto, e intervenir directamente para
cambiar el curso de los acontecimientos (hablando con las personas implicadas,
matizando la forma en que estabas actuando...). En cambio, cuando no sea
modificable deberás centrarte en las emociones que el hecho te evoca (o en lo que
piensas sobre él).
Imagina, por ejemplo, el caso de una mujer que dedicó toda su vida al trabajo y que
ahora se enfrenta a la jubilación. En sus años laborales priorizó las responsabilidades
de su puesto por encima de todo, excluyendo prácticamente a la familia, las
amistades y el ocio. Como resultado se encuentra en un momento en el que carece
de personas cercanas en las que confiar de verdad, y le preocupa muchísimo que
este forzoso cambio de roles la relegue a una soledad indeseada. A nivel humano es
fácil prever que puede experimentar ansiedad ante la expectativa de un horizonte
totalmente nuevo y diferente, pero también es evidente que podría trazar un
abanico amplio de alternativas para convertir esta etapa de su vida en una fase
repleta de oportunidades.
Dispuesta a encontrar una solución, Marta (este será su nombre ficticio) se sienta
y piensa en una frase que pudiera servirle para moldear en palabras la situación que
está viviendo. Encuentra estas tres alternativas:
Es esencial que te asegures de que la frase que has elegido tiene una capacidad
descriptiva suficiente del problema y de su impacto sobre ti, que resuma el proceso
de reflexión que realizaste en la etapa de orientación al problema. Tómate el tiempo
que necesites y cuando ya te sientas satisfecho con el resultado, sigue adelante con
la siguiente fase.
Veamos como ejemplo una de las alternativas de Marta: «Adoptar una mascota que
me haga compañía». Probablemente se te ocurran otros puntos fuertes y débiles
también a ti, por lo que puedes usarlos para practicar antes de centrarte en alguno
de tus problemas. El resultado sería lo que puedes ver.
Tendrás que hacer exactamente esto con todas las alternativas que surgieran,
hasta que se agoten. Algo que debes tener en cuenta también es que, aunque dos
alternativas tengan el mismo número de puntos fuertes y débiles (en el ejemplo
vemos cinco ventajas y tres inconvenientes), es posible que una te resulte más
convincente que otra por el hecho de que sus ventajas inciden con mayor fuerza en
tus necesidades o valores. Con este proceso probablemente acabarás descubriendo
que una alternativa que ni siquiera habrías contemplado puede reportarte más
beneficios de los que hubieras creído, o que algo que solías hacer por simple
costumbre tendría pocos resultados positivos en tu vida tal y como es ahora. En
cualquier caso, habrás dedicado un tiempo valioso a considerar tanto el problema
como sus potenciales vías de acción, y tendrás a tu disposición información
detallada sobre tus opciones y sobre lo que quieres conseguir: habrás aprendido
más. También evitarás las consecuencias negativas derivadas tanto de la
impulsividad («ojalá lo hubiera pensado antes») como de la evitación («debería
haber hecho algo cuando aún estaba a tiempo»). Además, es posible que se te
ocurra una forma de combinar dos o más de las alternativas mejor valoradas,
siempre y cuando no sean incompatibles.
Dicho esto, llegó el momento crítico: poner en marcha la
solución. Es el instante exacto en que las cosas dejan de existir
solo en tu cabeza, o sobre el papel, para materializarse en la
vida real. Aunque no puedes garantizar que la solución elegida
sea perfecta, pues ninguna lo es completamente, sí tendrás
una mayor seguridad en que te aportará más cosas positivas
que negativas. En esta parte final es fundamental trabajar con
dos factores que pueden interferir: la intolerancia a la
frustración y la necesidad de percibir recompensas
inmediatas. Así, deberás estar dispuesto a mantener tu
esfuerzo tanto tiempo como sea necesario hasta resolver el
problema, mientras lidias con las emociones que
necesariamente surgirán en los momentos de dificultad.
LA HORA DE PREOCUPARSE:
CONTROLANDO EL MOMENTO
UN EJEMPLO PRÁCTICO
Lo primero que debes decidir es el momento exacto del día en que permitirás
que la preocupación te embriague. Habría de ser uno en el que tuvieras tiempo
suficiente, en el que no te vieras obligado a embarcarte en otros proyectos
personales importantes, por la mañana o por la tarde (aunque los síntomas
ansiosos tienden a acentuarse en las últimas horas del día). Sí es recomendable
evitar hacerlo cuando falte poco tiempo para irte a dormir, pues esto te activaría
fisiológicamente y podrías tener dificultades para conciliar el sueño. En cuanto
al tiempo que habrás de dedicarle a la preocupación, dependerá de tu criterio,
aunque no habría de exceder los treinta minutos.
Con esto definido, intentaremos relegar las preocupaciones para más tarde
cuando ocurran durante las horas no previstas («ahora no tengo tiempo para
esto, luego ya le daré un par de vueltas...»), permitiéndoles existir, pero en un
momento concreto y definido de antemano. Así pues, no buscarás erradicarlas
como si fueran el enemigo a batir, sino dejarles su lugar amablemente. Puede
parecer un ejercicio simple en su propuesta, pero conocemos los principios
básicos que explican por qué funciona en muchas personas: el encapsulamiento,
la habituación y la saciedad. Veámoslos.
LA ESCRITURA EMOCIONAL:
CONVERSANDO CON MIS
SENTIMIENTOS
EL DIARIO EMOCIONAL
LA ACEPTACIÓN INCONDICIONAL:
AMÁNDOME TAL Y COMO SOY
LA IMPORTANCIA DE ABRAZARSE