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la escuela, las formas de comunicación y las tácticas cotidianas para lograr el orden y la
conducción del grupo escolar. La simultaneidad, término inicialmente usado para
designar a la instrucción simultanea de la lectura y la escritura, o para la enseñanza que
requería que los miembros de la clase repitieran al unísono las lecciones de lectura,
empezó a usarse ( hacia fines de 1830), para referirse al método pedagógico por el cual los
docentes dirigían la atención simultánea de los alumnos.
Samuel Wilderspin, maestro de escuela infantil, se proponía educar a niños pobres, para él,
encerrarlos en escuelas era la solución para que no se contagiaran los males de las calles y se
convirtieran en ladrones precoces. Pretendía la internalización de la disciplina y la autoridad en
forma más sistemática y pormenorizada, para ello propuso varias tácticas simultáneas: en primer
lugar una relación más activa con los padres, fijándoles reglas y obligaciones y también les
ofreció beneficios, es decir que fijo una alianza con las familias. “Las reglas incluían mandar a
sus hijos limpios y puntuales, con la comida y avisar en caso de ausencia justificada, a cambio
Wilderspin y su esposa los ayudarían a disciplinar a sus hijos, les enseñarían a no mentir, a ser
obedientes y limpios y evitarían que se queden en la calle mientras los padres trabajaban. En
segundo lugar, se planteó un tipo de autoridad pedagógica más sutil orientada más amena y
afectiva donde el maestro era ejemplo de buen humor y paciencia, proporcionando actividades
interesantes y divertidas. En tercer lugar, Wilderspin implementó modificaciones en el edificio y
jornada escolar, introduciendo el patio de juegos; argumentando que “puede ser comparado al
mundo, donde los pequeños son dejados libres; allí puede verse qué efectos ha producido su
educación (…) y esto le da al maestro una oportunidad de darles un consejo claro sobre la
impropiedad de tal conducta”. Es decir, el patio es donde podría ejecutarse una vigilancia más
completa. Propuso que los patios tuvieran árboles frutales y flores, con el objetivo no sólo de
que agradaran a los niños y pudieran ser un eventual objeto de estudio, sino para que
aprendieran a respetar la propiedad privada. La escuela se convertía en una prueba moral
cotidiana y permanente.
Como se puede observar, en el patio los niños debían aplicar el autocontrol, una de las “técnicas
del yo” en la situación pastoral. Puede observarse una línea de continuidad entre Pestalozzi y
Wilderspin, no solo en la idea de la formación del carácter sino también en tomar algunas
nociones sobre la psicología infantil. Ambos forman parte del movimiento que empieza a plantear
que el sujeto de aprendizaje es algo diferente de un adulto en miniatura. Widerspin creía que el
aprendizaje debía alternarse con el juego ya que la población escolar era menor de 7 años; así
incorporó hamacas al aula e inventó rimas aritméticas para que los niños cantaran mientras se
hamacaban. Este “doble uso” de la actividad de juego (jugar y aprender) es compartido con
Lancaster y su obsesión por optimizar el tiempo: todo debía tener un fin educativo.
Casi paralelamente a la escuela de Wilderspin, David Stow abrió una escuela normal en Glasgow
que introdujo otras innovaciones. Además del patio, propuso la introducción de la “galería o serie
de gradas como parte del moviliario escolar. “Los alumnos se sentarían, durante buena parte
del día, en gradas enfrentadas al maestro, lo que daría a éste un dominio visual completo y le
permitiría comunicar sus lecciones a setenta u ochenta alumnos a la vez”. La incorporación de
la galería al paisaje del aula también introdujo cambios en las prácticas interrogativas.
Stow propuso combinar las preguntas y respuestas más abiertas, (…) con la elipsis, o
frase iniciada por el maestro que debía ser completada por los alumnos.
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Por otra parte, otro pedagogo escosés, William Meston, en la misma época, propuso un sistema
para ordenar la participación grupal que consistía en que aquel que era capaz de responder la
pregunta del maestro debía levantarse o dar alguna señal; surgía así, la costumbre de levantar
la mano para intervenir en la respuesta.
Capítulo 4
El aula en edad de merecer: la táctica escolar en el siglo XX
Hacia fines del siglo XIX y principios del XX se produjo una homogeneización y centralización
de las formas de educar en torno a la enseñanza simultánea y al método global. El Estado
nacional, además, asumió la función de controlar y dirigir la educación. Ello no implicó que
se anulase la diversidad o que no surgieran otras propuestas; sólo que, a diferencia anterior,
éstas se organizaron alrededor de un canon-patrón dominante provisto por la escuela pública
estatal. Este cambio tuvo lugar paralelamente al surgimiento de una nueva estrategia de poder
y de gobierno, una nueva forma de conducción de las conducciones, que Michel Foucault llamó
bio-poder. Entendiéndolo como “un tipo de poder que ya no se aplica sólo al cuerpo
individual, como en el caso de las disciplinas, sino que es un poder cuyo objeto es el
grupo, más exactamente lo que se denomina “población””. Se desarrolla toda una serie de
aparatos para administrar la vida de la gente: el gobierno se ocupa de la alimentación, salud, de
la gente.
Europa se convirtió en la dominadora efectiva del mundo. (…) El modelo de civilización y cultura
europeo, así como la escolarización se impusieron en estas regiones y crecer se transformó en
la nueva lógica de la sociedad y la cultura europeas. Se pasó de una economía de subsistencia
al continuo crecimiento de la economía, de la riqueza y de las ciudades en un modelo donde la
lógica de acumulación capitalista se vuelve general y eje organizador de las sociedades.
Entre los cambios importantes se encuentra “el triunfo de la burguesía liberal que reunía no
sólo a industriales y comerciantes, sino también a sectores de las elites educadas, de los
empleados públicos, del público urbano acomodado, que fue imponiendo sus representaciones
sobre el gobierno, la sociedad, la moral y el Estado y gracias a su influencia pasó de un lugar de
agitación y movilización a otro de conservador dentro de mapa social”, con una actitud temerosa
ante el fuerte movimiento obrero en surgimiento.
La nueva estrategia de poder y gobierno que Michel Foucault denominó bio-poder, planteó
“regulaciones” como acciones para “administrar” el crecimiento. La regulación se convierte en
lo normativo: “prescribe cuál es la conducta “natural, normal, esperable”, y lo que se sale de la
norma genera, produce lo anormal, la transgresión, la desviación. En el ámbito escolar aparece
la clasificación de los alumnos y se “confina” a los anormales en instituciones especiales. A partir
de entonces, y merced a la combinación de estas nuevas formas de gobierno y de los saberes
médicos y biológicos, el aprendizaje pasó a ser considerado como un proceso con raíces
biológicas, que se desarrolla y crece. En esta concepción “biopolítica”, el maestro debía facilitar
un proceso que de por sí ocurriría solo, debía guiar y orientar un camino que ya estaba fijado,
como lo estaban las capacidades intelectuales de los alumnos.
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“Tal como lo habían hecho los lancasterianos, la metáfora militar se usaba una vez más para
pensar lo que sucedía en las aulas. La idea de que había que ordenar al conjunto, establecer un
sistema de jerarquías, volver dóciles los cuerpos, seguía teniendo vigencia. La táctica escolar,
definida por Senet como “un sistema de señas y movimientos” ayudaba a lograr el orden,
ahorraba tiempo y creaba lograr en los alumnos el hábito de la obediencia y traía uniformidad
en los movimientos. Dentro de esta táctica, Senet se dedicó a tipificar aspectos de la vida escolar
que hasta entonces eran laxos y flexibles: horario de entrada y salida de la escuela, respeto de
los recreos, formas de salir de la escuela sin aglomeraciones; hasta se preocupó por escribir
párrafos sobre la necesidad de que los alumnos quedaran de pie al lado del asiento hasta que
el profesor les ordenara sentarse. Planteó que los alumnos debían ejecutar movimientos de
manera uniforme y simultánea, y que el maestro debía tener siempre el control de la situación”.
La mayoría de los pedagogos normalizadores se basaron en la línea filosófica y psicológica
positivista. El positivismo fue un movimiento intelectual amplio y de gran alcance en la segunda
mitad del siglo XIX que incluyó tanto una renovación filosófica como un plan de regeneración
social. Puede decirse que procesó de una manera peculiar la herencia de la doble revolución
política e industrial. Y pronto los “positivistas” elaboraron “un nuevo credo común que tomara el
lugar de la religión católica que la revolución había socavado irremediablemente para los
hombres educados. Así, el orden, la reconciliación y armonía social y progreso se imponen
como elementos fundamentales.
“Los positivistas construyeron una imagen del pasado que lo mostraba como una cadena de
progresos sucesivos que conducían al estado positivista final, el del reinado de la ciencia que
traería la ilustración colectiva y el dominio y el dominio sobre la naturaleza.(…)Sostenía que los
modos de adquisición de un saber válido son los mismos para cualquier campo de la experiencia
y planteó la unidad fundamental del método de la ciencia”, tomando el método de las ciencias
naturales como el método a seguir por cualquier campo de conocimiento que aspire a ser
considerado ciencia.
Para el positivismo, la base de la pedagogía debía ser la psicología y la biología y siguiendo esta
idea un filósofo positivista inglés Herbert Spencer propuso una serie de principios pedagógicos,
que se desprendían de las leyes de la evolución:
1. ir de lo simple a lo compuesto;
2. de lo indefinido a lo definido;
3. de lo concreto a lo abstracto;
4. la educación del niño debe concordar, en su modo y orden, con la marcha de la
humanidad. El supuesto es que la ontogénesis (desarrollo de un individuo) repite la
filogénesis (desarrollo global de la especie), y que la ciencia sigue los mismos pasos
para avanzar en el niño que en la historia social;
5. ir de lo empírico a lo racional;
6. estimular el desarrollo espontáneo del niño, diciendo lo menos posible y obligándole
a encontrar lo más posible, confiando en la disciplina de la Naturaleza;
7. guiarse por los intereses y excitaciones del niño: si un conocimiento es agradable
para él, es el indicio más seguro de que vamos por camino correcto. Si esto no
surge espontáneamente, debe fomentarse su interés, motivándolo para la
experiencia.
Spencer [1861], 1983,pp. 105-112.
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sugirió comprar algunos implementos didácticos que estaban de moda en lo época, como
las tablas aritméticas o de enseñanza del alfabeto, o combinados.”
Por último, es importante resaltar el legado de la pedagogía normalizadora:
- la idea de una pedagogía homogeneizante que traería la igualdad y, al mismo tiempo,
- la definición de grupos diferentes en el aula de acuerdo con sus orígenes y capacidades.
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que permanece es la función de transmitir la cultura; y hasta ahora, por muchos motivos,
y más allá de sus crisis, la escuela es la institución más efectiva y poderosa para
producireste efecto. En este sentido, deseamos que “el gobierno de los niños” en la
escuela sea un gobierno abierto a la discusión, no un dogma ni una verdad eterna.
La pedagogía es la práctica que reflexiona sobre las formas de transmisión de la cultura,
y es la práctica misma de transmitirla. Siguiendo a Giroux (1997), esa práctica debe
hacerse responsable de las historias que produce, de las memorias sociales que transmite
y de las imágenes de futuro que autoriza. Una pedagogía tal debería concentrarse en
reflexionar y en generar prácticas que atiendan a tres cuestiones: una noción de autoridad
democrática, la discusión de las tradiciones que nos formaron y de las que queremos legar
a otras generaciones y la autorización de la acción, es decir, pensar qué acciones
autorizamos y cuales desautorizamos en nuestra práctica cotidiana.
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