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 De acuerdo al capítulo 5 del informe Climate Change and Land del Panel

Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (2019b), las actividades


agrícolas emiten cantidades sustanciales de GEI, pero por lejos es la producción de
alimentos de origen animal –es decir, carne y productos lácteos– aquella que más
emisiones genera, especialmente en sistemas ganaderos industriales intensivos. De ahí
que cambiar las dietas hacia una menor proporción de alimentos de origen animal, una vez
implementado a escala, reduce la necesidad de criar ganado y cambia la producción de
cultivos de alimentos para animales a alimentos para humanos. Esto reduce la necesidad
de tierras agrícolas4 en comparación con el presente y, por lo tanto, genera cambios en el
sistema alimentario actual
 En esta misma línea, Poore & Nemecek (2018) concluyeron que pasar de las dietas
actuales a una dieta que excluya productos de origen animal tiene un potencial
transformador, reduciendo el uso de la tierra en alimentos en un 76%,5 las emisiones de
GEI de los alimentos en un 49% y las extracciones de agua dulce en un 19%, para un año
de referencia 2010.( Tales rangos se basan en la producción de nuevas proteínas vegetales.
Además de la reducción de las emisiones anuales de GEI de los alimentos, la tierra que ya
no se necesita para la producción de alimentos podría eliminar alrededor de 8,1 mil
millones de toneladas métricas de CO2 de la atmósfera cada año durante 100 años, a
medida que la vegetación natural se restablece y el carbono del suelo se vuelve a acumular
(Poore & Nemecek, 2018).
 Tales resultados son consistentes con estudios previos, como el de Vanham et al. (2013),
que concluyó que reducir el consumo de carne disminuye la presión sobre la tierra y el
agua y, por lo tanto, nuestra vulnerabilidad al cambio climático y las limitaciones que ello
conlleva. De igual manera, Jalava et al. (2014) concluyeron que limitar el consumo de
productos animales y seguir pautas dietéticas, incluso simples, disminuiría
considerablemente la huella agrícola del agua. En efecto, se ha estimado que la reducción
de la ingesta de proteínas animales reduce el uso global de agua verde7 en un 11% y el uso
de agua azul8 en un 6%
 De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud, la carne roja ha sido clasificada como
Grupo 2A, esto es, “probablemente cancerígena para los seres humanos”, y se basa en
evidencia limitada que muestra una asociación positiva entre el consumo de carne roja y el
desarrollo de cáncer colorrectal, así como una fuerte evidencia mecanicista. Por su parte,
la carne procesada se encuentra clasificada en el Grupo 1 de carcinógenos, tal categoría se
utiliza cuando “hay suficiente evidencia de carcinogenicidad en humanos”. En otras
palabras, hay pruebas convincentes de que el agente causa cáncer. Dicha evaluación se
basa generalmente en estudios epidemiológicos que muestran el desarrollo de cáncer en
humanos expuestos. Es más, de acuerdo con las estimaciones más recientes del “Proyecto
sobre la Carga Global de Enfermedad”, una organización de investigación académica
independiente, cerca de 34.000 muertes por cáncer al año en todo el mundo son
atribuibles a dietas ricas en carne procesada. A su vez, si bien comer carne roja aún no se
ha establecido como una causa de cáncer, se ha estimado que las dietas ricas en carnes
rojas podrían ser responsables de 50.000 muertes por cáncer al año en todo el mundo.
 Teniendo en cuenta antecedentes como los señalados, así como los desafíos en términos
de seguridad alimentaria, la Comisión EAT-Lancet (2019) reunió a 37 científicos líderes
mundiales para responder a la pregunta: ¿Podemos alimentar a una futura población de
10 mil millones de personas con una dieta saludable dentro de los límites planetarios? Si
bien la respuesta a esta interrogante fue afirmativa, la transformación a dietas saludables
en 2050 requerirá grandes cambios dietéticos. Esto supone más que duplicar el consumo
de alimentos saludables como frutas, verduras, legumbres, nueces y semillas, y una
reducción de más del 50% en el consumo mundial de alimentos menos saludables como
los azúcares añadidos y la carne roja.
 Del mismo modo, parece claro que hay pocas medidas de mitigación del cambio climático
tan simples, rentables y con tantos efectos secundarios positivos como la reducción del
consumo de carne de origen animal. Así, como indica el informe The Livestock Levy: Are
regulators considering meat taxes?, a medida que la comunidad internacional trabaja para
implementar el Acuerdo de París y los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones
Unidas, los gobiernos y otras instituciones internacionales deberán crear un camino hacia
un sistema alimentario global más sostenible, donde los impuestos a la carne bien pueden
aparecer en ese camino (FAIRR, 2017). 363 Impuesto a la carne de origen animal como
estrategia para reducir su producción y consumo Esta idea no es extraña ni descabellada
para el mercado, así, Fitch Solutions (2019) en su reporte Sustainability: Drivers And
Implications For Agribusiness, identifica el consumo de carne como una de las dos
industrias más susceptibles a sufrir cambios estructurales en los próximos años. Plantean
que la reducción de la ingesta de carne y otros productos animales es una de las más
“indoloras” para implementar. Ante esto, indican que los gobiernos podrían aprovechar
esta demanda para una mayor sostenibilidad y gravar al consumidor en lugar de
implementar regulaciones de producción ambiental más estrictas. Ello permitiría
considerar la adopción de un impuesto a la carne, siguiendo el modelo del aumento
continuo de los “impuestos al azúcar”,11 sin embargo, observan que dicha medida podría
ser impopular
 De acuerdo a los resultados de la Encuesta Plaza Pública de CADEM (2019), aplicada en
Chile, el 74% de los encuestados estuvo de acuerdo con la afirmación “Hay que cuidar el
medio ambiente aunque eso signifique frenar el desarrollo económico del país”; un 84%
consideró que el cuidado del medio ambiente es principalmente “un problema inmediato y
urgente”; el 52% se siente pesimista o muy pesimista acerca del futuro del
medioambiente; el 65% considera que los chilenos tienen poco respeto por el
medioambiente, porcentaje que se eleva al 74% respecto de los empresarios. El mismo
estudio revela que el 72% cree que el cambio climático se puede detener, es decir, que es
reversible. Estas cifras nos permiten respaldar la idea de que la sociedad chilena está más
o menos consciente y dispuesta a abordar con mayor compromiso la problemática
ambiental.
 La ganadería industrial es responsable de cerca de la mitad de las emisiones de gases de
efecto invernadero de toda la industria alimentaria. El consumo de sus productos genera
múltiples enfermedades y es causante de millones de muertes humanas al año. Sin
embargo, sus víctimas directas son miles de millones de animales que viven en condiciones
de extremo sufrimiento, condenadas a morir sólo para satisfacer los gustos alimenticios de
la gran mayoría. Así, el desincentivo y eliminación de la producción y consumo de carne de
origen animal aparece como un desafío ineludible, que debe materializarse a través de la
implementación de una serie de estrategias complementarias, a nivel internacional,
estatal, local e individual. La existencia de estas deseconomías externas hace necesaria la
instauración de un impuesto pigouviano o regulatorio a las carnes, que permita incorporar
en el sistema de precios los impactos negativos que su consumo ocasiona, a nivel
ambiental y en la salud de las personas, y que constituyen el hecho gravado del impuesto.
Se trataría de un impuesto indirecto, al consumo, de base estrecha, de tasa alta y fija,
adicional al impuesto recaudador. Su establecimiento sería constitucional, considerando su
finalidad de protección del medioambiente y la salud de las personas, pero podría no serlo
si no respeta el principio de no confiscatoriedad impositiva. En efecto, a propósito del
Impuesto Verde establecido por la Ley Nº 20.780, se reafirma la idea de que los impuestos
son un instrumento válido en la lucha por la protección del medioambiente y permiten el
cumplimiento de obligaciones adquiridas en materia internacional. En definitiva, un
impuesto de esta naturaleza, que ya está en la agenda de países de la Unión Europea y en
Nueva Zelanda, permitiría reducir la producción y consumo de carne de origen animal,
absorbiendo, en primera instancia, las deseconomías externas de esta industria, aunque
también propicia el camino hacia su completa abolición, en atención al creciente respeto y
protección de los animales en los distintos sistemas jurídicos

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