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Esa Difícil Tarea de Enseñar

“Educarse a uno mismo para luego poder educar a otros”. Una frase tan
amplia como profunda, que los educadores debemos tener muy en cuenta
a la hora de cumplir nuestro rol. Y como gracias a Di-s, el conocimiento y
la autodisciplina no tienen un fin concreto, las ganas por este aprender
magno debería estar siempre latente en nosotros.

No se trata tan solamente de impartir conocimientos, teorías, para que


otras personitas internalicen aquellos contenidos. Educar tiene que ver
con un TODO; tan solo una parte de ese complejo TODO, son los
contenidos académicos.

Aunque el lema parezca ser muy conocido por los educadores actuales,
me veo obligado a enfatizar que “el alumno no es una nota”. La
calificación muy poco tiene que ver con su proceso de aprendizaje. No
tiene en cuenta aspectos que se relacionen con la comprensión y
razonamiento del alumno.

Desde el ámbito educativo, no debemos aspirar a la formación de “loros


automatizados”, de esos ya los hay; y muchos (basta con ver unos
minutos de T.V. diaria para comprobarlo…) El aprendizaje va mucho
más allá de lo memorioso que pueda ser un educando. No buscamos
personas “cuadradas”, sin capacidad de reflexión y acríticos. Anhelamos
crear en los alumnos un perfil crítico y reflexivo de su propio aprendizaje.
Una manera de hacerlos pensar por sí mismos, que sean partícipes de lo
que están aprendiendo y no “oyentes pasivos” a los cuales se les imparte
un conocimiento, debiendo aceptarlo sin lugar a preguntas. Las escuelas
no son dictaduras ni buscan los totalitarismos. Los colegios deben dar el
lugar para que aquellos alumnos puedan aprender. El psicoterapeuta
americano Carl Rogers es muy preciso al afirmar que: “enseñar es dejar
aprender”.

En un mundo sumamente competitivo, en el cual es triunfador aquel que


logra hundir a su compañero, obsesionados con nuestra mirada hacia el
compañero para saber qué y cuánto tenemos, en donde la ambición y
lujuria son amigos fraternales de los que se quieren sentir parte del
“sistema”, los chicos no quedan afuera de esta competencia.

Los niños son el reflejo de los adultos. Sienten, piensan, reflexionan…


quizá a otro nivel, pero también lo hacen.

Suelen comparar y verificar quién es el “mejor”, o quién fue el más


exitoso en el examen de la semana anterior. A partir de este “censo”, se
establecerá quién tendrá el “poder” de mandar a otros, quién será el que
decida a qué jugarán en el recreo, quién será el “ladrón” y quién el
“policía”.

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Es muy probable que la percepción que el alumno tenga de sí mismo, esté
relacionada con las calificaciones. “Seguramente Ariel que es el mejor de
la clase, es más apreciado que yo por el maestro; ¿no viste cómo participa
en sus clases y siempre lo felicita?”.

Justamente nuestra preocupación como docentes, será darles el


verdadero valor a los alumnos, independientemente de sus notas. Se
debería poner mayor atención en respetar y considerar más a aquellos
que no les va tan bien en sus exámenes, rompiendo con la cosificación del
alumno por sobre su persona. Una relación persona-persona, sujeto-
sujeto. Quebrando con una posible suposición del alumno: “mi maestro
no me quiere, me desprecia porque soy mal alumno”. Separar el número
de su valoración propia como ser humano.

En un lugar de Estados Unidos se encontraba un aula con más o menos


16 alumnos, pertenecientes a una importantísima escuela.

Sucedía que por estos alumnos habían pasado distintos Rabanim,


maestros, maestras, especialistas y no había forma de contenerlos. Eran
rebeldes, mal hablados, nadie podía con ellos. ¿Cómo podía ser?

Cierto día apareció en esta institución un importante funcionario


público, que observó la gran indisciplina poco contenida durante todo
un año. Aunque cada uno y uno de los 16 alumnos no habían repetido el
año, no había cambios en su decisión. Por ende, la situación lo obligaba
a pensar en cerrar la escuela.

El director estaba desesperado. Comenzó a consultar a sus colegas y,


gracias a Di-s, le recomendaron cierta maestra que tenía mucho
corazón para tratar alumnos de este tipo.

Al tener una junta con esta mujer, ella les aclaró que para asumir como
maestra de ese aula en particular, necesitaba observar el curriculum de
los jovencitos. Por supuesto se lo proporcionaron. Donde ella leyó decía
algo así como:

Reubén 94

Levy 93

Alan 95

Shimón 92

Iosef 93

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Al leer la información, de pronto la maestra dijo: “No puedo, ¡no puedo
asumir ahora! Por favor denme un tiempo para prepararme bien
porque me enfrento a chicos muy inteligentes y no puedo fallar. Ya que
esperaron 1 año, esperen 1 mes más, nada pasará. Esa es mi condición.”
Como no les quedaba otra opción, desde ya aceptaron.

Llegaba el momento de asumir su puesto y había muchas expectativas


sobre esta docente.

Comienza esta nueva etapa… pasa 1 mes, 2, 3 meses… y magníficamente


estos jovencitos parecían haber nacido por segunda vez. ¿Qué estaba
sucediendo? ¿Qué milagro se había producido? ¿Qué misterio se
encontraba oculto en esta espectacular ayuda Divina? Por supuesto,
todos los directivos propusieron una reunión a fin de descubrir el
motivo del rotundo y ansiado éxito.

Al reunirse, el Rab principal le preguntó a la maestra cuál era la clave


de tanto cambio positivo y qué táctica psicopedagógica había aplicado.
Ella, muy sorprendida ante tanto honor, le contestó que no había hecho
nada del otro mundo. Simplemente, luego de leer el puntaje tan alto al
que se enfrentaba, debía prepararse para afrontar verdaderas
maravillas de alumnos…

Ante esta respuesta, todos se miraron asombrados. Uno de los


participantes le dijo: “Señora, está usted en un error… lo que usted leyó
no era ningún puntaje… eran…” Y hubo un silencio. “Eran los años de
nacimiento de cada uno de los alumnos…”

Con esta verdad concluyó esta historia muy real, de la cual aprendemos
que cuando miramos a nuestro compañero con un poco de amor, con un
poco de respeto, sin envidia, sin pensamientos extraños o retorcidos, sin
mirarle sus defectos sino sus virtudes, todo cambia. La naturaleza se
modifica y suceden hechos casi inexistentes de acuerdo a la realidad
(Publicación semanal “Para vos, Mamá!” Nº2).

Una de las maneras para acercarse a los alumnos podría ser ofreciéndole
algún pañuelo cuando la situación así lo requiera, levantándole algún útil
caído, arreglándole la ropa… pequeñas actitudes que se tornan enormes
modificantes de conductas.

A la hora de reprender, es de importancia desaprobar el acto y no la


persona. Desaprobar la conducta en sí. Expresiones tales como: “eres
muy malo porque golpeaste a tu compañero”, no es reprobar una
conducta, sino, todo lo contrario, significa desaprobar toda su persona
tan solo por un acto descolocado (demasiado injusto, ¿no?).

“¿Por qué no quiere estudiar?, ¿qué pasa con este chico que nunca presta
atención en clase?, ¿no le importa nada?”, nos preguntamos a veces.
Claramente cada caso tendrá su motivo particular y específico. Puede que
tenga implicancias psicológicas, sociales y/o familiares.

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Pero otras tantas veces, los maestros somos parte de aquello. Textos
complejos, en blanco y negro, sin dibujos figurativos y con letra
pequeñísima, pretendemos que sean de gran utilidad en clase. Es cierto,
puede que el contenido sea excelente, de autores magníficos y brillantes,
pero si no están facilitados de manera clara, legible y atractiva, puede que
el alumno ni llegue a toparse con ellos. Ya el solo hecho de verlo, le
provocará repulsión. Recordemos que estudiar debe ser una práctica
placentera.

El Gaón Rabí Akivá Iguer ordenó a su hijo que utilizara papel muy fino,
tinta de buena calidad y una escritura clara para la impresión de su
libro, ya que sostenía que la belleza física del libro traería regocijo al
lector, aumentando su capacidad de estudio y concentración (“Bat
Mélej”, página 19).

“Educa al joven en su camino que cuando envejezca no se apartará de


él"(Proverbios 22:6)

Si leyéramos el libro Proverbios en su totalidad, notaremos que el Rey


Salomón en ningún sitio explica a qué se refiere con educar en “su
camino”. Esto es porque no existe un único método universal, cada niño
tiene “su” manera de aprender. Sería simplista y nada detallista expresar
un procedimiento específico.

Muchos docentes buscan refugiarse en alguna “técnica” que les permita


proceder de manera “a” en caso de producirse factor “h”. Pero la realidad
es que no hay algo determinado que se deba hacer. En una cultura del
“se” (“se hace”, “se usa”, “se viste”), los docentes no quedamos
marginados en el ámbito educativo. ¿Estaremos buscando seguridad en
lo conocido?, ¿en no quedarnos expectantes ante una situación que no
sabremos cómo manejar? ¿Será desconcertante no tener la menor idea de
cómo se deba proceder? Dependerá de la circunstancia y el conocimiento
interno que se provea del alumno el cómo tendremos que actuar. En
muchas oportunidades es sentido común más que otra cosa.

No deberíamos temer a no saber qué hacer en situaciones futuras que se


presenten, después de todo, enseñar también es reconocer que uno es
falible, que no se las sabe “todas”, facilitar y compartir la humanidad
hacia otro sujeto igual que nosotros. Desmitificar el rol de “maestro
superpoderoso”, dará chances que la relación prospere aun más. A fin de
cuentas ese poder adquirido, deshumaniza al docente. Lo hace menos
humano y real. ¿Siempre los maestros fueron “buenos” y aplicados? Al
menos me quedo tranquilo que los míos sí (o eso era lo que decían
ellos…)

También es importante utilizar la creatividad. Saber aprovechar la


ocasión para orientarla en pos del aprendizaje.

Javier (nombre ficticio para no revelar su identidad) no estaba


dispuesto a estudiar. De ninguna manera. Estaba muy flojo en lectura y
era indispensable para él contar con esas clases de apoyo. Vino con sus

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guantes y se puso a jugar con ellos. Los revoleaba por los aires. Nada
quería saber con estudiar.

Le ofrecí si quería jugar conmigo, haciendo de ellos una especie de


pelotita. Accedió. Así estuvimos como 10/15 minutos. Por momento yo
atajaba y él lanzaba, por momentos a la inversa.

En ese momento le propuse un desafío: “el que mete un gol, tiene


“derecho” a leer un reglón del libro. ¡Ojo! No cualquiera puede leer,
¡solamente el que hace el gol!”. Y así nos divertimos un rato largo,
revolcándonos por el piso, logrando por fin estudiar.

Javier (el mismo de arriba) afirmaba: “¡odio jumash!”, arrojando el


libro a la mesa con desprecio. Estaba muy angustiado porque en la
escuela los chicos iban más rápido que él, perdiéndose en la clase y no
teniendo idea de los contenidos estudiados. Intentamos aclarar que lo
que “odiaba” no era el “jumash” sino el hecho de tener que leer.
Lamentablemente el hecho de ver el mismo libro, al parecer, le hacía
recordar aquellos momentos de bronca y aburrimiento en la escuela,
aun estudiando fuera de la institución. El miedo al mismo texto lo
bloqueaba, trayéndole recuerdos no tan placenteros.

En ese caso lo que hicimos fue pasar los mismos versículos del libro a
una hoja de computadora, con letra más legible y amigable.
Desmitificando el libro y posibilitando que se olvidara de él por unos
momentos.

Le expliqué a su padre que este tiempo de juego no había sido para nada
en vano. Ganamos confianza y la relación se estrechó aun más. A partir
de allí el vínculo fue totalmente distinto. Una inversión no solo para el
presente sin también hacia el futuro. Después de todo, no solamente
aprendimos contenidos sino también que el moré (maestro) también se
divierte y le gusta hacerlo. Que puede compartir algo en común con sus
alumnos. Es decir, es una persona como cualquier otra.

Claro que el alumno no debe “mandar” ni “tomar el control” sobre el


docente, muchas veces se debe negociar. En el ejemplo anterior me pasó
que a veces Javier metía gol y no quería leer, entonces le dejaba en claro
que la única opción para jugar era que leyera. Si no, no había juego. Sería
un acercamiento hacia su petición pero no exactamente como él lo
demanda. Algo así como “el alumno no elige pero finalmente elige”.
Paralelamente, fomentamos la autonomía, autodesarrollo, la
responsabilidad y la libertad para elegir de acuerdo a sus intereses
propios.

Nos toparemos con poca resistencia del otro lado, ya que tenderemos a
buscar alguna opción que sea motivante para él.

Remarcar –de buena manera- que las reglas las imponemos nosotros,
sólo que a veces podremos dar variantes para elegir, pero siempre dentro
del marco y propuesta del docente; no más allá.

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Es importante aclarar que al poner un límite debemos estar convencidos
con eso que decidimos. ¿Cómo puedo transmitir una decisión a otro,
cuando aun no he sido yo quién se ha convencido primero de la misma?
Por eso es importante meditar mucho antes y no actuar desde la
impulsividad y nerviosismo. En casos de no percibir seguridad interna
para impartir una orden, es preferible “hacer la vista gorda” antes que
hablar.

Los líderes o personas a quienes se perciba como figuras de autoridad


en dicha situación, deben sentirse lo suficientemente seguras de sí
mismas y de su relación con los demás, para confiar realmente en su
capacidad de pensar y de aprender por sí mismos (“El camino del ser”,
Carl Rogers, página 140).

Y ya que hablamos de los límites, es trascendental remarcar que el


“reproche” no debe ser una “batalla” ni un “enfrentamiento bélico”.
Cuando los docente llegamos al punto de levantar la voz, no tenemos que
enorgullecernos ni sentirnos respetados por aquella autoridad. No nos
descarguemos con los chicos. No sumemos nuestros problemas y dolores
corporales a la realidad. No hay que ser desmedidos, simplemente lo que
corresponda. Tal como dice el Rambam: “con enojo externo pero no
interno; simulando enojarse” (Halajot Deot capítulo 2, ley 3).

Una forma de verificar qué tal estuvimos en la situación es analizar cómo


nos sentimos luego de aquel suceso. ¿Contentos?, ¿tristes?, ¿repletos de
poder?, ¿nos dolió haber tenido que llegar a esas instancias?

Se cuenta sobre el Rab Eliyahu Lopian ZZ”L, de los mayores moralistas


de nuestra generación, que antes de retar a uno de sus alumnos o de sus
hijos esperaba el lapso de tiempo necesario, hasta que no sintiera
ningún dejo de ira. En una ocasión, cuando uno de sus hijos cometió una
falta grave, esperó dos semanas completas para reprenderlo.

Muchos padres esquivan reprochar a sus hijos por temor a que no los
quieran. Para no ser “los malos de la película”. Una mirada totalmente
egocéntrica y negativa que no hace más que traer peores consecuencias
hacia los hijos y la familia. “Yo no quiero quedarme mal como padre y
que no me quiera”, anteponiendo el “yo” antes que el “él”. ¿Y el hijo?, ¿su
educación?, ¿qué vale más?, ¿qué peso tiene cada componente en la
balanza?

A veces se deberá buscar la motivación de cada alumno. A toda persona –


psicológicamente ajustada- lo motiva algo o alguien en su vida. Algunos
prefieren los gráficos, otros los textos, aquellos las interpretaciones.

Es más simple transmitir de una única manera, sin contemplar que las
necesidades, deseos e intereses entre los alumnos son tan distintos como
las estrellas que existen en el universo. “Motivar la motivación” para
lograr seres motivados. Centrarse en los alumnos y no en uno mismo. Ir
consensuando con ellos, demostrando nuestro sincero y puro interés por
el aprendizaje, su aprendizaje.

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Indiscutible es que este tipo de metodología requiere más dedicación,
tiempo e inversión por parte del docente, pero… ¿quién dijo que ser
maestro resulta ser una tarea sencilla?

Dar espacio al diálogo y salir de la estructura académica, en


oportunidades es beneficioso para estimular el vínculo alumno-docente.
Dar lugar a lo humano por sobre lo académico. Escucharlos, contenerlos
en momentos difíciles. Es cierto que muchas veces se debe correr con el
programa, con el temario de contenidos, en todo caso ofrecer espacios a
posterior de la clase. Brindarse, transmitir respeto e importancia hacia
ellos.

“Dejar pasar”, ser dinámico y abierto a la desestructuración. Tal como


expresa el Talmud en el tratado de Rosh Hashaná (17 a): “quien deja
pasar su cualidad (no es vengativo ni rencoroso), le dejan pasar sus
pecados" (el juicio no será estricto con él).

Si bien un buen maestro planifica de antemano, no siempre las cosas


salen en el tiempo que se planea. Pudo haber una falla en el cálculo o
simplemente factores externos que imposibilitaron la adecuada
concentración y compenetración de los alumnos.

No olvidemos que ellos también son humanos y –a su nivel- también


tienen problemas y conflictos. Su familia, sus dificultades.

El Rabino Arye Levin sz”l (conocido como “el tzadik de Ierushalaim”)


estaba parado afuera de la escuela en la que enseñaba, observando a los
niños durante el recreo. Junto a él, estaba su hijo R. Jaim, quien
también se desempeñaba como maestro en la escuela.

“¿Qué ves?” - preguntó R. Arye a su hijo.

“Nada fuera de lo común: solamente hay niños jugando” - respondió el


hijo.

“Dime algo de lo que observas en ellos” - insistió R. Arye.

“Bien, David está allí cerca de la puerta con las manos en los bolsillos -
seguramente no tiene vocación de atleta… Moshé, está jugando de
manera agresiva - debe ser indisciplinado… Ia’acov, está soñando o
analizando el movimiento de las nubes, supongo que no lo invitaron a
jugar…, pero en general: solamente hay niños jugando”.

R. Arye lo miró y exclamó: “No - mi hijo - no sabes observar a los niños.”

“David está cerca de la puerta con las manos en los bolsillos, porque no
tiene sweater. Sus padres no tienen los medios para adquirirle ropa de
invierno. Moshé es agresivo, porque su maestro lo reprobó y se siente
frustrado. Ia’acov está abatido, porque su madre está enferma y carga
con la responsabilidad de su casa”.

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“Para ser maestro, debes conocer las necesidades y limitaciones de cada
niño a fin de brindarle la atención debida e intentar cubrir esas
necesidades.

Pensemos por un momento en una silla de cuatro patas. Si una de ellas


está floja, no se sostiene. Los niños están rodeados por los padres, los
docentes, los compañeros y los medios externos. Ni los padres (aun si
nos ponemos de acuerdo), ni los docentes (aun si trabajamos en
consonancia con los padres) somos omnipotentes como para proteger a
los niños de estar expuestos y ser partícipes de una carrera competitiva,
al margen de las demás contrariedades que cada uno sobrelleva, pues la
influencia les llega también a través de sus compañeros. Aun si todos los
padres de una institución sumáramos esfuerzos para crear un
microclima comunitario, tendríamos que lidiar con la rutina nociva e
poderosa de los medios de comunicación, letreros publicitarios, etc.

Cada época tiene sus desafíos y los cambios suceden más con mayor
rapidez y de manera más solapada de lo que los percibimos. Hoy en día,
nos toca encarar este flagelo como objetivo central de nuestro esfuerzo
por educar una nueva generación que crea en la bondad y en la
generosidad, en lugar de ser miembros de un “ring” de peleas. Y si
perseveramos en este punto - todos juntos con la ayuda de D”s - espero
que triunfemos… (Rabino Daniel Oppenheimer)

Queda claro que individuos con personalidades rígidas no aportarán


mucho a sus alumnos. No podrán comprenderlos. Así nos enseñan
nuestros sabios: “El vergonzoso no puede aprender, ni el colérico puede
enseñar” (Pirké Avot 2:5).

Probablemente el maestro puntilloso piense: “a mí no me van a engañar,


¿se creen que soy sonso?”. Pero si en vez de enfocarse en la reputación
propia, en su orgullo, se enfocaría en lo mejor para sus alumnos, aquella
afirmación no existiría.

A veces “cerrar un ojo” es doblemente bueno: para el alumno con las


exigencias; para el docente, no transformarse en punzante y “dictador”.

También debemos dar espacio a la equivocación. No criticarla bajo


ningún aspecto. Estimular los intentos a pesar de los resultados.

Dentro del aula olvidarse del mundo finalista en el que estamos insertos,
en donde “éxito” es sinónimo tan solo de resultados a corto o inmediato
plazo.

Thomas Edison hizo 2000 experiencias hasta inventar la lámpara. Un


joven reportero le preguntó el por qué de tantos “fracasos”. Edison
respondió: “no fracasé ni una sola vez. Inventé la lámpara. Ocurre que
fue un proceso de 2000 pasos”.

Existen alumnos que “odian” estudiar porque saben que les cuesta
aprender, internalizar contenidos. Frente a la falta de tolerancia del

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docente, intentar preguntar les provocaría humillación (ni hablar de la
imagen que deja frente a sus compañeros algún tipo de descalificación del
maestro en clase).

Por eso hay que procurar no estipular metas difíciles de alcanzar por los
alumnos. Evaluar la capacidad que tienen y estableces fines en base a
aquello. No pretender objetivos inalcanzables que lo único que
provocarán será frustración y desgracia en los alumnos.

Tengamos cuidado con las decisiones que tomamos y con las palabras
que decimos. Enseñar no es tarea simple, no es para nada sencilla…

Alan Owsiany

http://www.alanconsultor.com.ar/

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