Está en la página 1de 6

Sobre el autoerotismo infantil y la educación sexual en la primera infancia

Introducción:

Desde el nacimiento el cuerpo advierte un mapeo de sensaciones agradables o


desagradables, que van permitiendo que nos reconozcamos desde nuestra corporalidad en
relación con un ambiente externo y así se va configurando lentamente la noción de
individuo que es necesaria para la constitución del psiquismo y el establecimiento de
vínculos con los otros. El ser humano es un ser sexuado desde sus orígenes y la sexualidad
nos acompaña a lo largo de toda la vida hasta la muerte. Haciendo referencia a la metáfora
de Francoise Dolto: “La líbido sexual es como agua corriendo en una fuente, fluyendo de
forma continua, cuidando que ésta no se detenga, ni se estanque.”1
En la infancia la satisfacción del instinto sexual es autoerótica, es decir se concentra de
manera exclusiva sobre el propio cuerpo. Las manifestaciones de la sexualidad infantil
muchas veces son vistas por padres y cuidadores con una connotación adulta,
proyectando así su propia sexualidad en la de los niños. Esta concepción errada produce
gran resistencia en la aceptación de la sexualidad infantil, existiendo desconocimiento o
negación sobre las conductas que son normales según las distintas etapas evolutivas del
niño y muchas veces éstas se interpretan y se reacciona a ellas de formas que no son las
óptimas para favorecer su desarrollo psicosexual, produciendo “que no fluya libremente el
agua”.
Considerando el rol crucial que tiene la sexualidad infantil en el desarrollo del
psiquismo, creo que es primordial que exista educación sexual integral desde la primera
infancia, tanto en la intimidad de cada familia por parte de padres, madres y cuidadores,
como en los jardines infantiles por parte de las educadoras de párvulos.

Desarrollo:
La presencia del comportamiento autoerótico infantil es fundamental,
especialmente de la masturbación y de las fantasías que se vinculan a ella, ya que, al ser
de las principales fuentes de conflicto entre padres e hijos, constituyen parte importante
del motor del complejo de Edipo y de la formación del superyó. De esta forma “si fuera
suprimido el conflicto, desaparece la frustración, lo que implica la ausencia de la
estimulación necesaria para el desarrollo adaptativo de los sectores del aparato psíquico
del niño.”2

Sobre la génesis de la masturbación infantil, Spitz plantea que cumplen un rol


fundamental las relaciones objetales. En su reconocido estudio observacional de
seguimiento observó que: “cuando las relaciones con la madre eran satisfactorias durante
el primer año, el niño superaba el promedio en todos los dominios del desarrollo y el
juego genital estaba siempre presente. En la relación de objeto normal sucede algo que
permite la acción de la pulsión libidinal en forma de comportamiento sexual. Todos los
niños criados en familia, con buenas relaciones de objeto, juegan con sus órganos
genitales.”2 Estas conclusiones obtenidas por la observación de Spitz demuestran que la
existencia del autoerotismo a temprana edad en forma de juego genital no sólo es
indicadora de un buen vínculo de apego sino que además es un factor protector para el
desarrollo normal global del niño. Entonces, ¿qué debería pasar cuando una madre
afectuosa, sensible y atingente a las necesidades de su hijo se percata que éste se está
estimulando los genitales?
Para ilustrar un ejemplo propondré una viñeta clínica:
“Una madre se encuentra sentada en una banca en un parque junto a otra mujer,
mientras su hijo de 3 años juega en el cajón de arena, cerca de él hay otro niño (hijo de la
otra mujer) de la misma edad jugando en paralelo. Luego la madre se percata que su hijo
está con las manos dentro del pantalón tocándose sus genitales, se observa en él una
expresión plácida y relajada.”
Un escenario posible, según algunos lineamientos de manuales educativos para
padres y educadores disponibles para nuestro país (5,6) podría ser:
“La madre se acerca tranquilamente a su hijo y le pide cariñosamente que la acompañe a
la banca, donde ambos se sientan y la madre le explica a su hijo: Es normal que te toques
las partes privadas de tu cuerpo, sé que puede sentirse muy bien, pero eso “no se debe
hacer en un público”6, es algo que uno hace de forma íntima porque es como bañarse,
¿está bien?. Ahora, ¿te parece que vayamos a jugar a los columpios?. A lo que el niño
responde que entiende, le dice que sí quiere y la abraza”.

Teniendo en cuenta la viñeta, cabe señalar un factor importante destacado por Spitz: “La
intimidad física no es suficiente para asegurar una buena relación madre-hijo, la condición
esencial es un equilibrio satisfactorio de los instintos. Una buena madre debe poder
descargar sus energías instintivas, y sobre todo las agresivas, sin mezclar en ello a su hijo.” 3
En el ejemplo de esta madre, ella no reacciona de forma agresiva, ni se muestra
avergonzada (a pesar de que quizás si sienta algo de vergüenza), el niño observa la forma
natural en que reacciona su madre, sus gestos amables, sus acciones calmas y sus palabras
claras y se siente querido y seguro.
Según el “Manual de sexualidad infantil en la primera infancia” de la Fundación Integra:
“La autoestimulación en los niños no es una práctica negativa o inapropiada para esta
edad y, por tanto, no hay que evitarla. Aunque tampoco se trata de estimularla, cada niño
irá descubriendo sus modos y ritmos, en un proceso natural y único. Cuando los adultos
desconocen que el descubrimiento de los genitales es parte de un proceso natural y no
reaccionan con naturalidad empiezan a transmitir actitudes negativas y a enviar mensajes
de que hay una parte del cuerpo que es sucia o que no se puede tocar. Asociar este placer
con suciedad o con algo negativo crea un conflicto difícil de resolver, ya que
probablemente no dejarán de autoexplorarse, pero lo harán a escondidas y con culpa. Y,
de este modo, es difícil que vivan su cuerpo sanamente y con placer.” 5 “Muchas veces lo
más importante no es lo que le decimos a los niños, sino la forma en cómo lo hacemos.
Podemos responder ante una conducta sexual utilizando las mismas palabras
transmitiendo al niño tranquilidad, seguridad y confianza o, por el contrario, hacerlo sentir
avergonzado, atemorizado y culpable.”5
Pero, ¿qué pasa si el niño no tiene una madre o un padre u otro adulto significativo con el
que tenga un vínculo seguro y confiable? o ¿qué pasa si efectivamente lo tiene, pero el
adulto rechaza su sexualidad infantil? Sobre esto Spitz señala que: “cuando las relaciones
de objeto no canalizan la pulsión en una actividad concorde con el desarrollo evolutivo
natural, o cuando dicha actividad es inhibida, no son satisfactorias y el niño retira su líbido
de los objetos que percibe como agresivos hacia él.”3
Cuando en la escena familiar no se entrega de forma óptima una educación sexual y
afectiva, debido a desconocimiento, creencias personales, experiencias de vida, etc., esto
puede repercutir en el desarrollo psicosexual del niño. Es por ello que el Estado no puede
marginarse de ésto y en su rol garante de la educación como un bien público, debe
asegurar que todos los niños accedan a una educación sexual integral de calidad, libre de
sesgos y validada por la evidencia científica disponible.
Lo ideal es que la educación sexual se inicie en una etapa temprana del ciclo vital, que
invite al conocimiento y reconocimiento del propio cuerpo, propiciando un trato amoroso
y respetuoso consigo mismo y hacia los demás. Si hay una autoestima dañada o un
concepto negativo de sí mismo desde la niñez temprana es muy probable que no se
adopten medidas de autocuidado en una etapa futura. La educación sexual en la primera
infancia debería ser impartida por personas que sean significativas para el niño, como su
madre, su padre o su educadora de párvulos, que estén disponibles emocionalmente para
satisfacer la curiosidad normal del niño, contestar a sus preguntas de forma precisa,
teniendo en cuenta su afectividad, con un vocabulario claro de acuerdo a la edad y a su
individualidad.
La educación sexual debe ser también para los padres, empoderándolos en su función
parental, porque esto fortalece los vínculos afectivos entre ellos y sus hijos, ya que cuando
se reacciona ante sus inquietudes con cariño, respeto y honestidad se alimenta un vínculo
de confianza, de esta forma el niño que puede hablar con sus padres, siempre tiene una
base segura a la que regresar porque sabe que puede contar con ellos.
Conclusión:

La educación sexual es un asunto de derechos humanos y de salud pública que va más allá
de la discusión de mantener ciertos valores. Todos los adultos que nos relacionamos con
niños estamos educando sobre afectividad y sexualidad voluntariamente o no con la
actitud que tenemos hacia nuestra propia sexualidad. Los niños aprenden e incorporan
aspectos de nosotros al observar las palabras que decimos y el tono afectivo con que las
decimos, también por la forma en que nos expresamos en público, con gestos y muestras
de afecto como abrazos, besos, caricias (o la ausencia de éstas).

Es importante que nos detengamos a reflexionar sobre cuáles son nuestras propias
creencias, opiniones y prejuicios en torno al tema de la sexualidad infantil y a la sexualidad
en general. ¿A qué se debe que la educación sobre un aspecto tan intrínseco a la condición
humana, como es la sexualidad, genere tanto miedo, resistencia y oposición, que impide
transformar el conocimiento en conductas preventivas que posibiliten el desarrollo psíquico
normal? uno de los factores que influyen en ésto es que las personas que somos adultos
actualmente en Chile, no recibimos una educación sexual integral formal en nuestras
infancias, ya que la educación sexual es obligatoria solo desde enseñanza media (a partir de
los 15 años). Es probable que la mayoría de nosotros tampoco haya recibido una educación
sexual satisfactoria por parte de nuestras familias. El 2012 nuestro país fue rankeado por la
ONU como el país de Latinoamérica que entrega la peor educación sexual a niños, niñas y
adolescentes, entre otras 17 naciones.7 Vivimos en un país donde “las aguas no fluyen
libremente y hay mucho estancamiento”.

Como comentario personal quiero compartir que la primera vez que leí los “Tres ensayos
sobre teoría sexual” de Freud hace un año atrás, me costó mucho leerlos, no podía digerir
los contenidos, la idea de la existencia de una sexualidad en los niños me perturbaba
profundamente, porque yo le daba una interpretación adultocentrista. El sólo hecho que se
usaran las palabras “oral” y “anal” me hacía pensar en la sexualidad del adulto y me
incomodaba. A pesar de que trataba de racionalizarlo, mi sensación de rechazo era algo
visceral que me costaba controlar, creo que esto tiene que ver con mi historia de vida y mi
contexto de crianza. Recientemente lo volví a leer, ahora en condición de madre y ha sido
una experiencia muy distinta, quizás necesitaba tiempo para entenderlo, o tener otra
perspectiva. Creo firmemente que la teoría sexual de Freud es fundamental para
comprender la sexualidad infantil y debería ser parte de la base teórica de los programas de
educación sexual integral.

Bibliografía

1. Dolto, F. La imagen inconsciente del cuerpo (1984)


2. Spitz R., La masturbación en el niño, hacia una reevaluación del autoerotismo
(1969)
3. Spitz R., El primer año de vida del niño (1958)
4. Freud S., Tres ensayos sobre teoría sexual (1905)
5. Departamento de Protección de Derechos de la Infancia, Fundación Integra-
Gobierno de Chile, Sexualidad en la primera infancia y conductas sexuales no
esperadas (2014) https://bibliotecas.integra.cl/pmb/archivos/coleccion
%20fundacion%20integra/manual_sexualidad_UPRI.pdf
6. Programa Chile Crece Contigo, Ministerio de Salud de Chile, Taller de habilidades
de crianza para padres, madres y cuidadores “Nadie es perfecto” (2015)
7. ONU, “Prevenir con Educación” (2012)

Elia Valentina Rojo Fernández


Residente 1° Psiquiatría infantil y del adolescente
Universidad de Chile Sede Sur

También podría gustarte